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Todos aspiramos a tener una vida llena de amor, y es natural porque, como evidencian las últimas
investigaciones, gracias a él experimentamos el abanico completo de emociones positivas, pues es
el único sentimiento que no solo las reúne todas, también las potencia. El amor es fuente de
bienestar, el motor de nuestra existencia y la clave para nuestro desarrollo como personas plenas y
felices.
Todos estos elementos de la positividad son importantes para poder “florecer” como personas, pero
hay una emoción positiva que los incluye a todos ellos: el amor.
El amor es la suma de las emociones positivas, las integra y las potencia. La investigadora Barbara
Fredrickson, una de las principales expertas en cuanto al estudio de la positividad, y autora de Vida
positiva (Ed. Norma), propone que en una relación amorosa –de cualquier tipo, no necesariamente
romántica– se pueden dar, en diferentes momentos, todas las emociones positivas.
Por ejemplo, cuando nos sentimos atraídos por alguiensentimos un gran interés y curiosidad por
conocer a dicha persona; seguramente lo pasaremos bien juntos, nos reiremos, compartiremos
momentos de diversión…
Nos sentiremos agradecidos por lo que aporta a nuestra vida, sus logros nos enorgullecerán y sus
cualidades podrán servirnos de inspiración para ser mejores personas.
Así como en la corriente eléctrica a veces hay descargas que aumentan el voltaje, en las relaciones
hay “descargas” u oleadas de emociones positivas que aumentan el voltaje de las sensaciones
gratas y positivas entre las personas.
La psicología y la química del amor
El profesor Christopher Peterson, uno de los máximos exponentes en psicología positiva, afirma que
esta disciplina se puede describir en una frase: “Los demás son importantes”. Y se basa en la
evidencia de que la capacidad de amar y ser amado es muy importante para nuestro bienestar en
todas las etapas de la vida, desde la primera infancia hasta la vejez.
El amor también cambia la química de nuestro sistema nervioso. Así, cuando tenemos contacto
social, y especialmente cuando se da el contacto físico, segregamos una sustancia, la oxitocina, que
promueve la formación de vínculos. Algunos llaman a la oxitocina la “hormona del abrazo”: las
mujeres la producen en mayor cantidad durante el parto y la lactancia, y, curiosamente, los niveles
de oxitocina de los padres aumentan durante el embarazo de sus parejas y siguen aumentando en la
medida en que el hombre pasa más tiempo con su bebé.
Los ejemplos de los aspectos químicos del amor no significan que este sea un fenómeno puramente
biológico, pero sí indican que tenemos una predisposición biológica para amar. Una de las
investigaciones más conocidas en la historia de la psicología es el famoso estudio de los monos de
Harlow.
En 1958, el psicólogo Harry F. Harlow trató de indagar si los bebés desarrollan una relación con la
madre solo porque necesitan que los alimente, así que diseñó un experimento con monitos a los que
separaba de sus madres y les daba acceso a dos maniquís: una “mona” de alambre rígido que tenía
un biberón del que salía leche, y otra “mona” de felpa, que no daba leche pero que tenía una textura
agradable.
Sorprendentemente, los monitos preferían estar con la maniquí de felpa, es decir, que el contacto
“cálido” era tan importante como la alimentación. Estos estudios prepararon el terreno para
investigaciones posteriores sobre la importancia de las relaciones.
Actualmente, hay numerosas evidencias de que las amistades desempeñan un papel muy
importante en nuestra vida, ya que tener buenos amigos –aquellos que nos apoyan– se relaciona
fuertemente con la satisfacción vital y el bienestar, así como una buena relación de pareja también
tiene mucho que ver con la salud física y emocional.
George Vaillant se atreve a afirmar que “la felicidad es igual al amor. Punto”.