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En términos generales, la política puede definirse como la práctica y el ámbito en el que el ser humano realiza y
vive su existencia junto con los demás, organizando racionalmente su convivencia sobre la base del bien común. En
muchas ocasiones se ha entendido la política desde un punto de vista negativo, en el cual sólo primaría su función
de arbitrio en la valoración de problemas o conflictos. Sin embargo, la política no se reduce exclusivamente a una
función técnica de resolución de problemas, sino que conlleva, inherentemente, la búsqueda común de los fines o
bienes a los que aspira una sociedad humana: la justicia, la paz, el bienestar económico, etc.
Esos fines o bienes a los que aspira una comunidad política tradicionalmente se han designado bajo la noción «bien
común», que remite a un principio cohesionador, vinculador de un grupo humano de orden social. Los orígenes del
concepto los encontramos en la filosofía política clásica griega y romana. Más tarde el pensamiento político
cristiano medieval y escolástico sistematizó su teoría. En concreto, puede destacarse a pensadores como Santo
Tomás de Aquino y los clásicos españoles del Derecho natural: Francisco de Vitoria, Domingo de Soto o Francisco
Suárez.
La expresión «bien común» fue vaciándose de contenido a partir de los planteamientos políticos y morales de la
modernidad. (…) En la actualidad se han ido consolidando en su lugar, para expresar la finalidad de lo político, otras
fórmulas como «interés general», «interés público» o «interés común», que parecen más asépticas y fáciles de
manejar.
Individualidad y sociabilidad: El principio que afirma la esencial sociabilidad humana ha sido defendido en el
pensamiento filosófico desde la antigüedad hasta nuestros días. La filósofa Hannah Arendt afirmaba que «ninguna
clase de vida, ni siquiera la del ermitaño en la agreste naturaleza, resulta posible sin un mundo que directa o
indirectamente testifica la presencia de otros seres humanos. Todas las actividades humanas están condicionadas
por el hecho de que los hombres viven juntos».
Parece indudable, en efecto, que los seres humanos tenemos algo en común los unos con los otros y que, además,
nos necesitamos para existir. Pero también el hombre es por esencia un ser individual, existimos individualizados
en la realidad. En este sentido, el hombre es un individuo, es decir, un ser humano indivisible y único. Estas dos
evidencias, sociabilidad e individualidad, se presentan a priori como aparentemente contradictorias. La dificultad a
la hora de integrar la tensión entre estas dos dimensiones ha tenido como consecuencia que, en los ámbitos de la
filosofía y la teoría política, se hayan dado diversas interpretaciones, otorgando primacía a una en perjuicio de la
otra o describiendo al hombre desde una unidimensionalidad excluyente.
b) La dignidad humana: la fundamentación ética de la dignidad fue desarrollada, entre otros, por el filósofo alemán
Immanuel Kant. El hombre, para este autor, posee un valor absoluto. Ser absolutamente valioso significa ser
La política, y también la noción de bien común, en la medida en que expresan un ámbito práctico de acción
humana, del mismo modo que la ética, están inspirados por el respeto a la dignidad humana. La dignidad humana
constituye un principio irrenunciable. Lo que implica que toda acción política dirigida a atentar contra la dignidad
de un ser humano ha de ser tachada de inmoral y –en rigor– apolítica. Porque no hay política sin dimensión ética
que asuma la dignidad como fundamento incuestionable.
Para que sea propiamente un bien común ha de repercutir a dos niveles: intrasubjetivo e intersubjetivo; es decir,
ha de implicar a cada miembro como persona per se y, como persona, en relación con los demás. Para comprender
esta doble dimensión, individual y colectiva, del bien común es ilustrativo el ejemplo jurídico de los bienes
comunales, es decir, aquellos que pertenecen a un municipio y están destinados al aprovechamiento de sus
vecinos. Ello indica, en primer lugar que son una propiedad común, de todos, pero que repercute en cada uno:
todos están implicados porque cada uno participa en dicho bien. Otro de los rasgos que identifican al bien común
es que no es sólo una cosa, sino que es, ante todo, una búsqueda que se va actualizando. Es algo a lo que se aspira
y que justifica nuestra labor política en la sociedad.
Una política que trabaje por el bien común se implicará para que los miembros de una comunidad política se
reconozcan en tanto que personas y se respeten como tales. Por eso, una sociedad que mediatiza, que
instrumentaliza a un grupo de seres humanos (mujeres, inmigrantes, ancianos, enfermos, etc.) no actúa conforme
al bien común porque, no reconociéndoles su dignidad como personas, discrimina a una parte de la comunidad. De
ahí que prácticas sociales partidistas, machistas, racistas, eugenésicas o integristas, sean contrarias a cualquier
política del bien común, por vulnerar la dignidad de las personas.
Pensar en el bien común requiere tener en cuenta al menos los siguientes aspectos:
Expresa el bien de una comunidad y se concreta en bienes comunes; es decir, hay un fin último que es la
felicidad política común.
No es la mera suma de voluntades o preferencias particulares.
Es dinámico y vital. No es una entidad estática e ideal, sino que está arraigado en una realidad política
concreta, que se mueve, que cambia, que aspira a fines a perfeccionarse.
La búsqueda del bien común se emprende sobre la base de valores/principios éticos universales como la
justicia.
La política del bien común está fundamentada en la dignidad humana y, por ello, implica y exige
necesariamente el reconocimiento de derechos fundamentales de las personas.
El bien común implica, a nivel económico, la justa distribución de las riquezas. Uno de los requisitos más
importantes para que se dé una vida justa en una sociedad es el bienestar económico de todos sus miembros.
Sin las necesidades básicas cubiertas no es posible, o es muy difícil, plantear algún tipo de proyecto político.