Está en la página 1de 3

La época moderna se encuentra marcada por dos fenómenos: la entrada de Occidente en la era de la

relatividad (por los descubrimientos geográficos y por los imperios de ultramar); la idea y la
práctica del Estado (se creó un espacio político nuevo). Este proceso de secularización se extiende a
partir del siglo XVI, se profundiza en el siglo XVII y culmina a fines del siglo XVIII. La política
pasa a ocupar el lugar de la religión como el principio organizador. La ruptura de la res publica
christiana derivó en su reemplazo por la “república de las letras”. Estos cambios suponen la
participación de nuevos actores sociales, que se relacionaban a partir de criterios nuevos, no los del
parentesco y el nacimiento. Esto determinó nuevas formas de sociabilidad: salones, tertulias,
sociedades científicas, sociedades de lectura. Asociaciones que difundieron el imaginario de la
Ilustración, fundado en la laicización de los valores y el triunfo del individualismo, así como el
apoyo de la prensa escrita.

La monarquía católica hispánica

Hacia fines del siglo XVI, la monarquía hispánica estaba integrada por un conjunto de reinos
diferentes unidos en la persona del rey. Los reinos conservaban la mayoría de sus instituciones
políticas y leyes específicas, a las que se agregaba algunas instituciones comunes. Las Indias
constituían los reinos ultramarinos y estaban gobernadas por el Consejo de Indias.
La teoría de la “monarquía católica” surgió con el renacimiento del tomismo durante el siglo XVI
en las concepciones de Francisco de Vitoria y Francisco Suárez, a partir de dos tradiciones: las
nociones elaboradas en la Antigüedad clásica y la propia tradición electiva de la monarquía
medieval de origen germánico (el origen y la legitimidad del poder nacían de un pacto entre el
gobernante y los gobernados, este acto se formalizaba en el acto de jura del rey. Este pacto estaba
previamente determinado por la ley natural. El juramento encontraba su réplica en las Indias). El
ámbito político y el ámbito religioso convergían en la figura del monarca, instrumento de la ley
divina.
El siglo XVII acentuó los elementos profanos del discurso político. Juan de Solórzano y Pereira
elaboró la concepción de la monarquía barroca a partir de la imagen del cuerpo político, según la
cual el rey y los súbditos eran parte del mismo cuerpo, el reino. Era una imagen pesimista y
autoritaria de la política, síntesis cultural de la Contrarreforma. Se fundamentaba el poder absoluto
del monarca en la necesidad de mantener una sociedad estable y firme.
En el siglo XVIII tenemos el despotismo ilustrado. Un utilitarismo optimista, a diferencia del
utilitarismo pesimista del siglo pasado, con las metas de promover el bienestar y el progreso técnico
y económico. El soberano era el autor de una obra de reformas cuyo objetivo principal era hacer
más agradable la vida en la tierra.

Los borbones. Absolutismo y modernidad

La propuesta de reformas incluía el concepto de la soberanía real de la monarquía de origen francés


que se oponía al pactismo tradicional de la monarquía hispánica. Es decir, pasaban a ser derechos
que el monarca había otorgado y ahora debía recuperar. El monarca procuró el sometimiento de la
Iglesia. Se introdujo la centralización y la racionalización administrativa.
La preocupación por el progreso del país y la confianza en la educación como fundamento de la
felicidad pública, condujeron a un concepto de cultura entendida como saber práctico que
contribuiría a la prosperidad social. La cultura debía difundir conocimientos prácticos que tuvieran
en cuenta la utilidad pública y el progreso del país. La difusión de la cultura eliminaba el fantasma
de las revueltas populares. Pragmatismo utilitario con un interés en las aplicaciones prácticas para
la resolución de los problemas sociales. Los reformistas formados en la tradición humanística
aceptaban las innovaciones intelectuales que no fueran contrarias a la revelación y a los dogmas. No
obstante, se buscó una “religión de lo esencial” que llevaba al perfeccionamiento individual. Esta
crítica contenía un deseo de racionalidad. A su vez, la enseñanza científica censuraba a la
escolástica.

Las nuevas ideas sobre la relación imperial


La concepción del imperio según la cual la conquista era la salvación del género humano bajo el
dominio del cristianismo y de la monarquía católica duró hasta mediados del siglo XVIII. En ese
momento se transformó en una empresa económica.
Desde el siglo XVIII el mecanismo transformador era el comercio que reemplazaría a la conquista y
a la guerra. En este siglo la necesidad de reformar el imperio, después de la pérdida de sus
posesiones luego de la Guerra de Sucesión, llevó a otorgar un papel central, no en la religión y el
espíritu de conquista, como critica Campomanes, a la prosperidad nacional. Las causas de la
decadencia de España se vinculaban con la dependencia de los metales preciosos y el debilitamiento
de las industrias manufactureras. Era necesaria una política de reestructuración educativa que
transformase a todo español en un hombre económico y adoptar una política de libertad de
comercio; así como una redefinición del vínculo imperial. Los “reinos de indias” se convirtieron en
las “provincias de ultramar”.

El escenario rioplatense en un contexto de reforma


El gobierno de los Austria en América basaba su dominio en el equilibrio de los diversos grupos de
interés, la administración, la Iglesia y las elites locales. La burocracia colonial cumplía un papel
mediador entre la corona y los súbditos. Durante este período, los americanos accedieron a la
burocracia, negociaron impuestos y discutieron la política real como socios del pacto colonial. A
partir de 1750 el nuevo proyecto colonial priorizaba la reducción de la participación de los criollos
en el gobierno de América. Se suprimió la venta de cargos y se determinó que serían ocupados por
burócratas de carrera, formados en España.
En esta coyuntura, el Virreinato del Río de la Plata surgió como parte de las medidas político-
administrativas de la monarquía ilustrada. Esta creación modificó la organización tradicional de la
región y reorganizó el espacio en función de Buenos Aires, la nueva capital.
Hacia el siglo XVIII se configuró una sociedad más jerarquizada que dio más importancia a las
informaciones de limpieza de sangre e hidalguía. Se originó un proceso que tendió a la
cristalización de los grupos sociales y a la implementación de medidas de cierre y de diferenciación
social. Las reformas aceleraron el ascenso comercial de Buenos Aires. El crecimiento económico,
demográfico y el desarrollo ganadero originaron una importante concentración urbana. Buenos
Aires el estilo de vida y los valores culturales del Barroco hispánico. El ceremonial expresaba las
relaciones de poder y las fiestas y procesiones marcaban el ritmo de la vida política acompañadas
por un intenso ritual religioso. El tiempo religioso seguía pautando el ritmo de la vida urbana. Por la
importancia que esta sociedad otorgaba a la correcta representación de lugares e identidades, es que
se suscitaban múltiples conflictos de preeminencias entre diversas autoridades.
Las ceremonias oficiales se complicaron cuando los nuevos funcionarios del despotismo ilustrado
comenzaron a participar del ceremonial público y privado. A las ceremonias oficiales anteriores
(muerte del monarca, jura del nuevo rey y entrada del nuevo gobernador) se sumaba la llegada del
virrey.

La iglesia, la enseñanza y los intentos de renovación


Desde el siglo XVI, la corona ejercía el patronato de la Iglesia en América a partir de una serie de
concesiones pontificias (regalismo). Se reforzó con el galicanismo de los Borbones, al convertirse
en un patrimonio inalienable de la soberanía, consecuencias del derecho divino de los reyes.

(p. 431)

También podría gustarte