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Territorios

de
Libertad

CARLOS D. MESA GISBERT

P.A.T.

Periodistas Asociados Televisión

BISA

Banco industrial

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Para Andrés, Isabel y Teresa

(que no Guiomar)

carne y sangre común

hijos también de un territorio

que, aún en la distancia,

captura el corazón

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“… El futuro es impenetrable: ésta es la lección que nos dado las ideologías que pretendían
poseer las llaves de la historia. Es cierto que a veces el horizonte se cubre de signos:
¿quién los traza y quién puede descifrarlos? Todos los sistemas de interpretación han
fallado. Hay que volver a empezar y hacerse la pregunta que se hicieron Kant y los otros
fundadores del pensamiento moderno. Mientras tanto no me parece temerario denunciar
la superstición de la historia. Ha sido y es un gran almacén de novedades, unas
maravillosas y otras terribles; también ha sido una inmensa bodega en donde se acumulan
las repeticiones y las cacofonías, los disfraces y las máscaras. Después de las orgías
intelectuales de este siglo es preciso desconfiar de la historia y aprender a pensar con
sobriedad. Ejercicio de desnudez: desechar los disfraces, arrancar las máscaras. ¿Qué
ocultan? ¿El rostro del presente? No, el presente no tiene cara. Nuestra tarea es,
justamente, darle cara”

Octavio Paz

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PROLOGO

ALFONSO GUMUCIO DAGRÓN

La palabra en la radio y en la televisión se la lleva el viento y los artículos de prensa pasan


tarde o temprano a ser parte de la hojarasca. En cambio el libro queda, el libro es siempre
monumental, el libro ocupa un lugar central y de jerarquía. Privilegio de este objeto
rectangular de papel, a la vez mítico y concreto, que tiene un peso, una textura y un olor
(pregunten a Carlos Mesa que lo primero que hace cuando recibe un libro es abrirlo en la
mitad y aspirar el aroma irreemplazable de la tinta y del papel).

Carlos Mesa ha escrito cada semana en “Presencia” a lo largo de seis años, artículos de
opinión que no debe llevarse la hojarasca. Una columna en la que el autor arriesga cada
semana su pensamiento y su posición en la vida no debería destinarse exclusivamente a la
atmósfera amarillenta y acre de una hemeroteca. Razón de más cuando TERRITORIOS
DE LIBERTAD no es simplemente una recolección de artículos circunstanciales, sino una
suma de ensayos breves sobre una gran diversidad de temas ordenados en bloques
complementarios entre sí. La selección de textos demuestra, además, que no han perdido
en absoluto actualidad.

La estructura que propone al lector no sería posible si desde el momento de escribir los
artículos semanales no hubiera existido en la cabeza del escritor la voluntad de privilegiar
ciertos temas y desarrollarlos a la manera de una conversación que retoma periódicamente
temas que no se agotan, que exigen una reflexión cada vez renovada y actualizada. Y
aunque con humildad Mesa afirme que “reflexionar sobre asuntos esenciales no quiere
decir necesariamente escribir cosas esenciales” hay una constante a lo largo de estas
páginas y es que las reflexiones de Carlos Mesa buscan la esencia de los hechos y de las
ideas. Esenciales o no, los asuntos son tratados desde una perspectiva que evita la
superficialidad; por el contrario es evidente el placer que siente el escritor al desentrañar el
tejido íntimo de cada tema, con la frescura de explorar cada vez un territorio nuevo y
misterioso. Territorio de libertad, ciertamente, por lo mismo que utópico y desconocido. La
práctica “orgía consumista”, y una gigantesca operación de marketing, inhumana y
desculturizadora”.

Disecciona con agudo bisturí las motivaciones profundas de la pequeña burguesía;


reflexiona sobre el país secundario que resulta al margen del “eje troncal dominante”; revisa
críticamente a Fukuyama cuando afirma que no es tanto “el tiempo del fin de las ideologías”
sino el tiempo de la revaluación de los tótems ideológicos.

Los análisis son de una lógica aplastante y transparente. Carlos Mesa no siempre ofrece
hábiles respuestas a las inquietudes planteadas, pero ayuda al lector a reflexionar en la
medida en que plantea lúcidamente las preguntas pertinentes.

Sus desacuerdos los expresa tajantemente, sin ambages, en un lenguaje directo que no
excluye la pasión pero sí los exabruptos, las frases fuera de lugar. En su escritura no hay

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medias tintas ni espíritu de conciliación. Si expresa una crítica, es consistente hasta el final,
sin excusas. La altura del lenguaje no impide que las palabras se dirijan como dardos
certeros a su objetivo. Destila su lenguaje sin perder por ello fuerza en los argumentos. Es
incisivo y no se vale de insinuaciones entre líneas para marcar sus puntos. Lo que tiene
que decir lo dice con claridad. Al referirse a la creación de la ciudad de El Alto, por ejemplo,
considera que se hizo “en el marco del disparate” y propone revertir la situación, sea cual
fuere el costo político. Con la misma pasión defiende aquello que considera de beneficio
para la población, como es la Ley de Participación Popular.

Al recorrer estas páginas el lector se encuentra una y otra vez con la utopía. Hay en cada
texto una silla reservada para la utopía, un espacio pequeño pero definitivo que nos
recuerda que la realidad a veces sombría no debe sobrepasarnos, que la mediocridad de
lo cotidiano no debe hacernos perder la perspectiva de ese horizonte de armonía al que
aspiramos como individuos y como nación. La realidad acorrala a veces a la utopía y parece
asfixiarla, pero le presta sistemáticamente un balón de oxígeno. Porque escribir es creer,
y en consecuencia leer es buscar indicios de una fe que en estos tiempos es escasa.

Cada artículo en esta selección concluye con la fecha de su publicación inicial, lo que
permite al lector no solamente tomar nota del contexto en que cada texto fue escrito, sino
además apreciar el proceso de maduración de la reflexión de Carlos Mesa, así como el
crecimiento seguro de su estilo.

La carrera meteórica de Carlos Mesa en el sector de la información tiene el privilegio de


basarse exclusivamente en su capacidad intelectual, en su seriedad, en su amplia cultura
y por supuesto en esa posición frente al mundo y a las cosas en la que muchos de nosotros
nos reconocemos. Tiene una opinión personal sobre cada tema, y al compartirla genera un
proceso de identificación que lo ha llevado al lugar que ocupa. Su influencia en la opinión
pública ha crecido progresivamente, principalmente gracias a la televisión; pero si en la
pequeña pantalla improvisa sobre la marcha y comenta hechos más bien coyunturales, en
su COLUMNA VERTEBRAL disecciona los temas y proyecta un pensamiento que no
solamente orienta y educa al hombre de la calle, sino que influencia sectores de decisión
política y favorece el debate.

La calidad literaria del periodismo de Carlos es una yapa que enaltece las ideas expresadas.
Siguiendo una tradición que se remonta a Carlos Montenegro y a otros importantes
columnistas, Mesa es más un escritor en la prensa que un periodista de oficio. Su
objetividad consiste en hacer clara una posición y en ofrecer juicios que cumplen una
función orientadora. Lo que piensa y dice no puede ser ignorado ahora aún por lo políticos
más arrogantes. A través de él nos reivindicamos todos de algún modo: lo tienen que
escuchar incluso aquellos que no quieren oír las cosas que dice.

No me cuesta escribir este prólogo porque en la re – lectura de los textos encuentro muchos
más acuerdos que desacuerdos. Y si encuentro desacuerdos, su reflexión es de tal vitalidad
que me invita a reflexionar nuevamente sobre temas que creía íntimamente resueltos. Si
estos textos no provocaran en cada lector un debate de ideas, no tendría la vigencia que
mantienen. No tendría gracia alguna estar todo el tiempo en perfecto acuerdo con Carlos

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Mesa. Algunos de sus comentarios sobre la Cuba socialista, por ejemplo, no coinciden con
mi manera de pensar. Pero es en los desacuerdos tanto como en las coincidencias donde
se establece el diálogo. De ahí la importancia de la sección “El arte de discrepar”, al final
de este libro. En el pensamiento independiente la discrepancia es una virtud que hay que
cultivar con estilo y voracidad intelectual. La intolerancia, en cambio, es el caldo de cultivo
de los mediocres.

Con respecto a Carlos Mesa y su rol de comentarista hay dos posiciones críticas: los que
pretenden encasillarlo en una corriente política porque en tal o cual artículo manifestó su
apoyo a esta o a la otra acción del Gobierno o de la oposición; y a los que frustrados por no
poder ponerle una etiqueta luego de tantos años le reprochan una supuesta falta de
definición política (partidaria, en realidad). Para mí la gran virtud de Mesa es precisamente
su independencia de pensamiento, su posición libre de ataduras y la autoridad moral que
lo ha convertido en la voz más importante en los medios de comunicación. Si cediera a las
ofertas de integrar uno u otro frente político, el peso de su influencia en la opinión pública
sin duda sufriría algún desgaste. Quizás en el futuro se interese en hacer carrera política,
no lo sé, pero lo cierto es que si lo hace tendría que construir sobre la base de la brisa
fresca libertaria que anima muchos de sus análisis. Calificar a Carlos simplemente de
“demócrata” sería incluirlo en un grupo hoy por hoy groseramente mal representado, que
incluye desde ex – dictadores hasta parlamentarios comprometidos con el narcotráfico. Los
demócratas de turno me asustan con su espantoso pragmatismo. En cambio mira la
democracia a través del cristal de la utopía: “Aún en la democracia reformista debiera estar
permitido soñar”. Es una mirada sana que se proyecta hacia el futuro en lugar de aferrarse
a las ofertas de corto plazo que revelan más oportunismo que proyecto social.

En sus análisis sobre la política, la economía o la cultura Carlos Mesa no defiende los
intereses de un país abstracto. Muchos crímenes han cometido y siguen cometiendo
quienes confunden los intereses del país con los intereses del Estado o de las instituciones.
Evita caer en la trampa de creer en explicaciones al estilo de “esto es bueno para la
economía”. Si no es bueno para el hombre, para los bolivianos, no es suficientemente
bueno, parece decir. De ahí su cautela al comentar los grandes proyectos que muchas
veces no tienen ninguna repercusión positiva en la vida cotidiana del hombre boliviano. No
en vano ironiza sobre “los planificadores serios, los que quieren la modernización, los que
quieren una nueva Bolivia, eficiente y competitiva, pero sin sangre, sin amor, sin sentir
desde adentro, en el estómago, en la piel, al país”.

El día en que empecé a escribir este prólogo se descubrió en el Correo Central de La Paz
un sobre – bomba dirigido a Carlos Mesa. De un modo siniestro el mensaje artero de los
paridores de muerte era una certificación de la importancia enorme que tiene en la opinión
pública. La publicación de este libro es la mejor respuesta a esa actitud de beligerancia
obtusa y violenta. Por un lado un mensaje de muerte, ciego como un pozo envenenado,
vacío y estéril como el vientre de un buitre; por otro la diafanidad de las ideas, la vida de las
palabras que creen en un futuro más justo y solidario.

19 de Junio de 1994

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UN RETRATO DE ESTE TIEMPO

Cuando aún compartíamos el privilegio de la responsabilidad gremial en la Asociación de


Periodistas de La Paz, Ana María Campero como Presidenta y yo como secretario general,
Anita me lazó una invitación que era en realidad un desafío, escribir una columna semanal
en "Presencia", el periódico que dirige.

Cuando fui subdirector de "Ultima Hora" por un período ciertamente fugaz (1982-1983), hice
mi primera tentativa con una columna bajo el título de "Aquí en el Mundo" y con el
seudónimo, que me parecía obligado por el cargo que ocupaba en el periódico, de Io
Claudio (eran días en que leía embelesado las dos obras claves de Robert Graves sobre el
célebre y escéptico emperador romano). La frecuencia bi-semanal y la vastísima temática
internacional que me obligué a comentar, fueron un estímulo impresionante para
adentrarme en al compleja pero apasionante realidad mundial. Tuve que leer sobre la
historia reciente, enterarme del pasado de ignotas naciones africanas, intentar armar el
imposible rompecabezas del Medio Oriente, particularmente el más que enredado
panorama libanés, descubrir el delicado equilibrio, ya resuelto hoy, entre este y oeste, a
caballo entre el agresivo Reagan y el tambaleante tránsito Breznev-Andropov-Chernienko.
Me zambullí en el fascinante cambio latinoamericano de dictadura a democracia, polemicé
con la apertura económica de Pinochet y su aparente fracaso... Tuve que aprender muchas
cosas que me han sido, sin duda de gran utilidad en mi trabajo posterior.

Pero volver a escribir cuando estaba metido con alma, vida y corazón en el mundo de la
televisión me parecía, sino inconveniente, cuando menos ajeno a lo que entonces hacía y
aún hago. Mi paso por el periodismo impreso fue impagable, sobre todo desde el lugar
excepcional de la subdirección de un vespertino de prestigio (Quizás excesivo para el nivel
de mi madurez profesional de entonces), pero me llevó al convencimiento que a la hora de
la elección, los medios audiovisuales me apasionaban más que ese olor de tinta fresca en
el que me sentía algo limitado.

El impacto abrumador de la televisión, su llegada a cientos de miles de hogares, la


posibilidad de una respuesta tangible del trabajo, la influencia consecuente sobre una parte
importante de la sociedad boliviana, plantean estímulos difícilmente equiparables. ¿Y su
carácter efímero, y su superficialidad?. Palabras, imágenes que se las lleva el viento, que
se reciben en el solo instante en que se emiten y no vuelven más. A pesar del intento de
innovar un estilo más reflexivo (el famoso y polémico ingrediente del análisis y la opinión
dentro de un noticiero, al lado, junto, o entre las noticias), ese carácter pasajero no se puede
combatir de forma decisiva. Sobre todo, no se puede lograr la reflexión que permite la
relectura, el testimonio indeleble que queda impreso y que se puede traer a colación un día
después, o varios años después con solo buscarlo en una hemeroteca, y sobre todo que se
puede pensar y repensar con calma, digerir y elaborar mejor, en suma. La página editorial
de un periódico tiene, qué duda cabe, virtudes intransferibles.

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En ese Abril de 1989 le dije sí a Anita porque prácticamente me puso contra la pared. Hoy
no termino de agradecerle esa oportunidad de oro. "Presencia" es uno de los mejores
periódicos de Bolivia y un medio de prensa importante en América Latina; además de su
cualidad de contenidos es el único diario genuinamente nacional, en la medida en que su
distribución abarca los principales centros poblados de Bolivia en sus cuatro puntos
cardinales. Escribir una columna en su página editorial y hacerlo en el día de mayor
circulación, garantiza, en el ámbito limitado de un país poco afecto a la lectura y
económicamente pequeño, una difusión ciertamente muy significativa. Pero además, lo
que Ana María me dio es la posibilidad de enfrentarme con mis ideas todos los fines de
semana sin excepción, esté donde esté, en mi oficina, en mi casa, o de viaje en algún cuarto
de hotel, sí o sí, debía sentarme a pensar y a escribir. Ahora que he cerrado el ciclo como
columnista del matutino católico, tras más de seis años, parece más oportuno que nunca
publicar una selección de todo ese cúmulo de páginas que suma 319 columnas y algo así
como 1.000 páginas.

Todas aquellas cosas que digo diariamente y que se quedan en las ondas en medio del
aire, han sido rescatadas en ese espacio que "Presencia" me reservó casi siempre debajo
del editorial, cada Domingo desde el 9 de Abril de 1989 hasta el 4 de Junio de 1995.

Toda columna tiene un nombre, una identificación que termina por unirse indisolublemente
el espacio y al autor. El mejor ejemplo de ello es sin duda "Es o no es Verdad" del
columnista por antonomasia de las últimas tres décadas en Bolivia, José Gramunt, notable
amigo y merecido premio nacional de periodismo. En muchos sentidos, no por la columna
solamente sino por la intachable posición ética de Pepe y su calidad profesional, vale como
modelo y punto de referencia inexcusable.

Pues bien, ¿cómo llamar una columna en la que mi única condición personal (definida por
mi y ante mi) era escribir exclusivamente sobre temas bolivianos (de, o sobre Bolivia)?; no
era fácil. Mario Espinoza me resolvió la papeleta cuando en el típico ejercicio de dar
nombres "a rolete" hasta encontrar uno, lanzó aquella referencia meramente mecánica y
por asociación, "que se llame Columna Vertebral" me espetó con una sonrisa. Así se llamó
y creo que no es un mal nombre.

¿Qué reúne esta columna?. Al principio fue la coyuntura (espantosa palabra,


irremediablemente consagrada por la práctica), pero poco a poco fue una ocasión notable
para reflexionar. Con el paso de los meses y los años, fui alternando, cada vez con más
frecuencia, una mirada a los hechos inmediatos que vistos y leídos con la lupa de la
distancia tienen un valor relativo menor, con aquellas cuestiones centrales que definen la
época que nos ha tocado vivir.

Pero pongamos las cosas en su lugar. Reflexionar sobre asuntos esenciales no quiere
decir necesariamente escribir cosas esenciales. La pretensión (Y en este caso uso la
palabra en su acepción etimológica exacta) fue expresar mi visión de este tiempo en el país,
mis dudas, mis preguntas (muchas preguntas) y en última instancia mi visión de nuestra
condición (la frágil dimensión humana). En una punta lo cotidiano, la política de todos los
días; en el camino los modelos políticos y económicos, la evolución dramática de un nuevo

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momento más bien escéptico; en la otra punta, la implacable realidad tan alejada ya de la
utopía en la que me formé en la primera juventud. No es en absoluto casual que la palabra
utopía se repita con tanta frecuencia a lo largo de estás paginas.

En muchos sentidos terminé incumpliendo mi compromiso, pues comencé a escribir, por


extensión, sobre cuestiones que trascendían la frontera de lo boliviano, entre otras cosas
porque descubrí (y ciertamente esto no equivale al mérito de los chinos cuando inventaron
la pólvora) que un defecto clave de los bolivianos es la tendencia recurrente a mirarse el
ombligo y asumir el mundo desde ese pequeño e irrelevante punto.

Deseché rápidamente la primera tentación de publicarlo todo, seis años en paquete. Era
un tontería mezclar el grano con la paja a título de exhaustividades que probablemente
terminarían por no interesar a nadie. Tras una rigurosa selección (espero que realmente lo
haya sido), me quedé con algo más de un tercio del total. El paso siguiente fue darle
coherencia a esas columnas, integrarlas de modo que pudieran reflejar temas unitarios,
pero sobre todo visiones (¿medulares?) sobre cuestiones importantes. Descubrí así el
carácter explícitamente ensayístico de gran parte del material que quedó dispuesto como
el más trascendente y (espero) digno de ser publicado como un libro.

Hay algunas líneas básicas que me parecen "leit motivs" muy claros de reflexión. La
democracia es uno de ellos, la percepción de que hay una diferencia fundamental entre
quienes llegaron a la democracia desde los extremos de la dictadura y la propuesta marxista
instrumental de lo democrático, y quienes pensamos desde siempre que el sistema tenía
que llegar para quedarse y que la tarea no era usarlo con oportunismo ni trascenderlo, sino
contribuir a su perfeccionamiento.

Una democracia en la que la justicia no es la misma para todos no es democracia. Esa


frase fundamental me condujo a dos caminos, el seguimiento de un juicio trascendente para
cerrar una página que explica el pasado turbulento y dictatorial de la nación, el juicio al ex-
dictador Luis García Meza y el problema de la corrupción como lastre estremecedor de un
sistema cuya juventud apenas supera la década.

El cambio histórico es el otro elemento que me impulsó. Asistimos a una transformación


universal y nacional de grandes proporciones. El desmoronamiento del estado nacional del
52, la significación de la revolución liberal de 1985 encarnada en el 21060, y el rumbo
mundial desde el conservatismo reaganiano hasta el hundimiento amargo del socialismo,
marcan pautas que plantean nuevas líneas de pensamiento. La reflexión sobre el
neoliberalismo, el recurrente y nostálgico canto a la ilusión revolucionaria asesinada o
congelada, las dudas éticas sobre las nuevas propuestas, son elementos permanentes en
estos años de páginas pergeñadas al calor de acontecimientos ciertamente reveladores.

La historia-siempre la historia- fue también un punto de referencia que traduje en una serie
cuya secesión culminó en el quinto centenario, a propósito de nuestro pasado prehispánico
y colonial, a propósito de la élite que nos gobierna desde 1825, a propósito de nuestra
identidad, nuestras posibilidades como nación y el terrible lastre de un espejo en el que no
nos gusta mirarnos. El debate sobre el proyecto de nación del 52, el nuevo concepto de

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las naciones dentro de la nación, la necesidad de construir un país que deje de ser
andinocentrista, son elementos que recojo en las columnas dedicadas al tema. Allí, clavada
como una espina irresuelta, está también una educación que se cae a pedazos y que
explica la dramática mediocridad en una nación cuyo recurso menos cuidado es le humano,
con los resultados que el propio devenir de los acontecimientos explica descarnadamente.

Dos temas se suman a esa mirada. Primero, un paseo limitado a tres de nuestros vecinos,
en el que varios elementos de nuestro pasado común definen en tanto desafíos, nuestra
propia conformación como estado nacional. Segundo, un seguimiento a la resolución de
nuestra integridad a partir de la cuestión regional, la descentralización, los comités cívicos,
el nuevo rol del oriente en el destino nacional y la potencial nueva resolución que parece
marcar la ley de participación popular.

El camino de la democracia desde la óptica política nos dejó acontecimientos ciertamente


relevantes y nuevos. Un cambio generacional, el fin de un ciclo histórico encarnado por
una fuerte generación forjada en las arenas del Chaco, reflejó el ascenso y la influencia de
nuevas organizaciones políticas, permitió ver como a nombre del pragmatismo se
franqueaban ríos de sangre y cómo el nuevo liderazgo terminó seducido por los viejos
mecanismos del ejercicio del poder, pero nos permitió ver de igual modo cómo la llamada
"clase política" se las ingenió para ir construyendo la democracia en una perspectiva
institucional que no se conocía en el pasado. Ese camino paradójico de personajes,
partidos, sindicatos, e instituciones diversas, explica también esta modernidad
desencantada de los últimos ochenta y los primeros noventa en Bolivia.

Y en ese devenir diario, la sombre del gran coloso del norte y sus relaciones con nuestra
inermidad, con la coca y el narcotráfico como líneas maestras de una vinculación traumática
cuanto necesaria, se convirtieron en una némesis recurrente. La historia de ese amor - odio
entre Bolivia y Estados Unidos merece también un capítulo de esta obra.

Finalmente, dos cuestiones íntimamente relacionadas a mi trabajo profesional, el de la


comunicación de masas y su poder en el mundo de hoy. Mi experiencia personal, el poder
que tengo desde lo que he llamado el "curul electrónico", mis responsabilidades como
comunicador, el desafío tico y el rol político, me exigieron detenerme en el camino y pensar,
hablar y, en este caso, escribir sobre ello, para que quede clara mi posición comprometida
y militante, no con un partido sino con una causa vinculada al servicio a la comunidad y al
fortalecimiento democrático, a la posibilidad de ampliar el debate y la reflexión sobre
nosotros mismos por la vía de la televisión.

El otro tema es el de las polémicas, siempre sabrosas y a veces esclarecedoras. En


ocasiones, la columna levantó roncha a tal punto que merecí respuestas públicas, fui
criticado, acusado incluso, o reflejé mi perplejidad por algún plagio. Quise, a diferencia de
autores que registran solo su lado de la polémica, publicar en la secuencia en que se
produjeron, tanto mis columnas, como la respuesta que recibieron o las que yo escribí a mi
vez.

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El ordenamiento del libro, como se puede apreciar, está guiado por la coherencia temática
y prescinde de la cronología como eje ordenador, aunque para establecer el tiempo queda
el registro de la fecha en que la columna fue publicada al pie de cada texto. Tenerlo
adecuadamente archivado, transcrito y "listo para la foto" se lo debo a Isabel Medling de
Valdivia, Gaby Gutiérrez (infatigable y siempre sonriente) y Tatiana Pérez, todas bajo la
batuta enérgica y sobre todo persuasiva de Ximena Galdo.

Es, en suma, un recuento de mi pensamiento sobre el momento en que me ha tocado vivir,


en el que constato que es un tiempo de cosas pequeñas, de moderadas expectativas y de
añoranza por la épica de la utopía a la que me referí páginas arriba. Pero es también la
constatación de una esperanza que es posible en un país pequeño, pobre y muchas veces
solitario, la construcción de una sociedad mejor y más justa, tarea en la que hay empeñada
mucha más gente de la que uno podría creer si solo se mira la superficie del agua y no su
entrañable profundidad.

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PRIMERA PARTE

¿Qué paraíso construimos?

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CAPITULO I

EL TIEMPO DE LAS COSAS PEQUEÑAS

ESE EXTRAÑO ANIMAL QUE SOMOS

En estos años terribles que nos ha tocado vivir, surge permanente la tentación del
escepticismo y la desazón definitivas. Da la impresión de que somos parte de una
humanidad desesperanzada, condenada a repetir por siempre errores que la encerrarán en
el infierno que ella misma fabricó.

¿Es verdad aquello de que el siglo XX es el peor que le ha tocado vivir al hombre? Si y no.
En este tiempo turbulento se conjugan evidencias contradictorias, tanto como nuestra
propia naturaleza. La esperanza de vida al nacer prácticamente se ha duplicado en relación
a hace apenas dos centurias, enfermedades que diezmaron la población mundial han sido
totalmente erradicadas. Comodidades que antes eran patrimonio de una minúscula
minoría, son hoy parte de la vida cotidiana de millones. Pero a la vez, el crecimiento
geométrico de la población producto de esas sustanciales mejoras de la salud humana, han
dado lugar a una explosión que tiene en su seno a la serpiente. La explosión demográfica
nos ha llevado a ciudades gigantescas y deshumanizadas, violencia multiplicada,
marginalidad, pobreza a grados estremecedores, legiones de niños hijos del lumpen que
son ya delincuentes y lo serán mañana. En el siglo de la revolución de las comunicaciones,
en el que estamos conectados por satélites que lanzan información de una antípoda a otra
del planeta, se da el drama de hombres y mujeres que durante años tienen como única
compañía a la caja luminosa de la televisión frente a la que mueren solos.

Luchando por conocer y alcanzar el espacio en un desarrollo prodigioso de la tecnología,


repetimos tediosa y sangrientamente los mismos errores que nuestro código genético
parece llevar aparejado como una marca de fábrica de la especie. Somos capaces de
sumergirnos en la guerra y la destrucción sin miramientos. Los enfrentamientos apoyados
en la religión, en el dominio del territorio, en la identidad cultural o en cualquier razón por
poderosa que sea, nos conducen a la sinrazón más aterradora sin solución de continuidad.
Y aquí no hay espacio para las diferencias entre naciones civilizadas y naciones
subdesarrolladas, entre sociedades cultas y sociedades primitivas. En el corazón de
Europa, en el mismo escenario donde no hace medio siglo una idea demencial de
superioridad racial y un afán delirante de dominio mundial llevaron al planeta a un
holocausto nunca visto, la historia vuelve a repetirse en medio de la sangre, los campos de
concentración, las violaciones masivas, el aniquilamiento de ciudades sitiadas y la muerte
como compañera interminable de la tragedia.

Y esa historia de 1945 y de 1914, puede remontarse hasta el nacimiento mismo del hombre.
Nos hemos cansado de perpetrar masacres y generar guerras terribles y genocidios
inenarrables. Los imperios más poderosos y admirables protagonizaron despiadados
crímenes. Piénsese, para no remontarse muy lejos en, el tráfico de esclavos negros

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tratados peor que los animales más despreciados, desde que eran arrancados de sus
pueblos de origen hasta que llegaban para ser carne de trabajo en cualquier punto del
nuevo continente.

Quizás debemos convencernos definitivamente que este espíritu de la paradoja, que este
sabor de sangre que llevamos en las entrañas no se acabará nunca y que las obras más
emocionantes de solidaridad y comprensión, que las creaciones más bellas de nuestro
espíritu sólo son posibles porque al lado, en ese extraño tatuaje interior que llevamos todos,
lucha el último instinto de supervivencia con la insensata tendencia a la destrucción, al
ejercicio del daño y a la ruta de mensajeros de la muerte que frecuentemente tomamos los
seres humanos.

No es que seamos hoy peores que lo fuimos ayer, es que hemos desarrollado un
conocimiento tecnológico tal y hemos ejercido un dominio sobre la naturaleza de tal
magnitud que nos hemos puesto en el límite, por primera vez desde que existimos en la
tierra, de poseer la capacidad de la destrucción total, no solo de nosotros mismos, sino de
toda vida sobre el planeta. Con los mismos instintos básicos que el homínido que se dio
cuenta por primera vez de que un pedazo de hueso podía ser la prolongación de su brazo
y, en consecuencia, un instrumento a través del cual podía matar a otros seres vivos para
sobrevivir, tenemos hoy una prolongación gigantesca de nuestro poder con la bomba
nuclear. Si el homínido podía con su brazo aniquilar a unas cuantas bestias y a unos
cuantos hombres con esa misma mano hoy un hombre puede aniquilar apretando un botón
a millones de vidas. El impulso esencial es el mismo, el resultado es sobrecogedoramente
distinto.

Animales al fin, poseemos el arma más poderosa que imaginarse pudo, un cerebro
inteligente combinado con la conciencia, la capacidad de saber que existimos y de ejercitar
decisiones de voluntad que modifiquen nuestro comportamiento y el de los demás de una
manera sofisticada. Somos pues, animales con espíritu y podemos transformar, lo hemos
hecho, un instinto básico en un método consciente. Podemos transformar el acto de matar
para sobrevivir en el acto de matar en función de “causas superiores”, y podemos terminar
convirtiendo esas “razones superiores”, en la excusa para un ejercicio implacable de
sadismo colectivo. De igual modo, podemos transformar un sonido con un sentido
meramente funcional en elemento conscientemente estético. Y hacemos del lenguaje arte,
y del sonido música hermosa que nos acompaña y nos refleja. Podemos hacer de la
reproducción de la especie, una razón de ser de la pasión de vivir, placer recreador y
ejercicio de profundo contenido espiritual.

Podemos ir más lejos todavía, y buscar la trascendencia a través de la asunción de la


existencia de un ser superior que es la razón última de nuestras vidas, y esperar una vida
distinta e infinita más allá de este mundo limitado y perecedero, y podemos amar, vivir,
morir y lo que es más terrible, matar por esa imagen de Dios que hasta el último de los
hombre tiene escondido, aceptado o no, en el fondo de su alma.

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Este curioso animal racional que somos, lleva en si la terrible paradoja de la vida y la muerte,
de la violencia y el amor y de la tendencia a derramar ríos infinitos de sangre para construir
su trágico destino.

MULTIVISION N° 7, Abril de 1994

FUKUYAMA Y EL FUTURO DE LA DEMOCRACIA

Como suele ocurrir con alarmante frecuencia en nuestro medio, se ha hecho práctica
escuchar campañas sin saber exactamente dónde y afirmar, a partir de ese lejano y casi
desconocido sonido, cualquier cosa que se avenga a determinadas ideas.

Algo de ello ha pasado con un célebre autor de un no menos célebre artículo. Me refiero a
Francis Fukuyama y “El fin de la historia”. Más de un destacado político se refirió hace un
par de años al libro de Fukuyama, cuando en realidad era solo un artículo publicado en
1989 que recién se transformó en libro en 1992.

En términos gruesos se maneja la idea expresada por Fukuyama de que ha llegado el fin
de las ideologías, a la vez que se ha derrotado definitivamente al marxismo, imponiendo la
democracia para siempre.

La apuesta del autor norteamericano es tan arriesgada como interesante. Adscrito a la idea
hegeliana de que la evolución de la sociedad humana no es infinita, asume que la
democracia libera es el estadio más perfecto del desarrollo social y que, en consecuencia,
la historia ha llegado a su fin, no porque los acontecimientos vayan a dejar de suceder, sino
porque el hombre ha conquistado un sistema que satisface sus anhelos más profundos y
fundamentales.

El razonamiento básico de esta tesis, es que desde el punto de vista de los experimentos
históricos, la democracia liberal, nacida en la segunda mitad del siglo XVIII, ha probado una
concepción mucho más equilibrada, justa y plena en sus supuestos teóricos que cualquiera
de los modelos que haya ensayado el hombre en el pasado.

Es esa óptica, la cuestión de las ideologías quedaría resuelta, en tanto no tiene sentido una
confrontación ideológica en un mundo en el que el paradigma democrático ha derrotado a
las otras opciones que el hombre intentó construir y, por ello, es un debate estéril. Los
hechos han consumado la resolución de la pelea.

Para Fukuyama el desmoronamiento del comunismo, el fascismo y la monarquía


hereditaria, que intentaron en el siglo XX establecer líneas maestras de desarrollo social,
es una prueba contundente del triunfo demoliberal y si bien, después de la tormenta
despertada por su artículo original, hace algunas consideraciones en torno al islamismo y
su influencia decisiva sobre casi 1.000 millones de personas, apoyado en un verticalismo
harto secante, menciona con optimismo que las probabilidades de una apertura del islam

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hacia la democracia son mucho más altas que una adscripción al islam en sociedades que
nunca lo practicaron.

Asumiendo que el autor parte de la base de que en el Tercer Mundo no puede pasar nada
especialmente importante que cambie la dirección de las cosas, asunción harto peligrosa
considerando la dimensión cuantitativa de la población del Tercer Mundo, y la magnitud
monstruosa de sus problemas y desafíos, el círculo se cierra perfectamente. Pero la
salvedad es tan importante, que sólo con ella se puede poner en el frigorífico buena parte
de su razonamiento.

La prevención final de Fukuyama hacia el futuro, no es la posibilidad de que la panacea


democrática esté en riesgo, sino nuestra propia confusión sobre lo que realmente está en
juego. Pero de acuerdo a su visión de las cosas, todos enfilaremos con mayor o menor
facilidad hacia un mismo destino, que no es otro que el alineamiento a un modelo ya
triunfante.

No deja de ser cierto que, salvo sectores cada vez más marginales en la sociedad boliviana,
la adscripción a la democracia liberal es absoluta. Aún aquellos que la pensaban como un
instrumento para una fase superior de la sociedad (el socialismo), se confiesan hoy
demócratas a plenitud y están dispuestos a jugar sus reglas sin trampa. También es cierto
que el golpe sobre el sistema de pensamiento marxista ha sido demoledor y que, en el
mejor de los casos, en el futuro las ideas comunistas deberán teñirse fuertemente de
conceptos democráticos si pretenden volver a su vigencia.

Me parece claro también que el fin de las ideologías es un concepto que se refiere al debate
global entre grandes sistemas, pero no al desarrollo obviamente ideologizado e
indispensable para un crecimiento cualitativo dentro de uno solo. No se trata de una
castración intelectual, sino de un supuesto en el que el desarrollo de las ideas se mueve en
los límites de un modelo supuestamente perfecto.

No es poco lo que dice Fukuyama. Por un lado, es difícil aceptar que el hombre ha
encontrado el Shan-gri-la, por el otro, para quienes creemos en la democracia y su futuro,
sería contradictorio descalificar una tesis que respalda lo que hemos venido defendiendo
siempre. La perfección, es obvio, no se da en la formulación de una idea, sino en su
aplicación real. El camino del crecimiento y de la evolución, deberá pues apuntar a la
perfección de un modelo que está aún lejos de haber logrado la justicia y la igualdad, pero
que es el único, vuelvo a Fukuyama, cuyas proposiciones permiten pensar que se podrá
conseguirlas.

Para quien mira el alucinante mundo en que vivimos, parece una amarga agonía decir que
hemos llegado al final de la ruta, y para quien mira las cosas desde el sur y no desde la
opulencia del norte, la proposición de Fukuyama sigue pareciendo descabelladamente
optimista, pero en todo caso, vale por lo menos intentar dejar de hablar de memoria sobre
un texto que plantea un debate estimulante y fundamental.

2 de Mayo de 1993

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EL TIEMPO DE LAS COSAS PEQUEÑAS

La historia humana está tachonada de grandes hombres, grandes naciones, grandes ideas,
grandes proyectos y grandes epopeyas. Casi siempre nuestros modelos son aquellos
próceres que fueron capaces de cambiar el rumbo de la humanidad, de transformar y
revolucionar la sociedad. Esas figuras congeladas en el tiempo se han convertido en
gigantescas estatuas de mármol inmaculado. Son, supuestamente, nuestros espejos.

Según el lugar del mundo en que uno esté, según el lugar que uno ocupe en la sociedad,
la dimensión de las cosas adquiere un color y un tamaño distintos. Y desde su lugar cada
uno mide las dimensiones de su pequeña o gran epopeya. Suele decirse que las naciones
tienen un determinado destino, unas están llamadas a ser grandes y otras no. La historia,
sin embargo, nos depara sorpresas, sobre todo porque nuestra medida del tiempo histórico
es tan pequeña como nosotros mismos, y en general la expectativa del futuro no pasa de
un par de generaciones. Nadie podía suponer, por ejemplo, en el siglo XIII que setecientos
años después, uno de los ejes centrales del poder mundial se desplazaría del Oriente y
Europa hacia el llamado Nuevo Mundo. Como pocos podían suponer hace algunos años
que la estructura de posguerra se desmoronaría de un modo radical.

Pero, además de todos los traumas que ese desmoronamiento nos ha dejado, se ha abierto
un gran agujero negro, que algunos intentan resolver por la vía de afirmar que la sociedad
humana ha llegado a la culminación de su evolución ideológica y sus objetivos esenciales,
cristalizados en la libertad económica y política cuyo símbolo es la democracia occidental.
Hay, sin embargo, bastante más que eso. Parecen haberse detenido por ahora los grandes
proyectos históricos. El fracaso de una de las construcciones intelectuales más importantes
de los últimos dos siglos nos deja varias lecciones. El marxismo fue una extraordinaria
reflexión filosófica e histórica, generada por notables intelectuales, y aplicada como una
experiencia social y política de magnitud universal. Fue capaz de movilizar a miles de
millones de seres humanos, capaz también de revolucionar en el sentido total de la palabra
a una parte muy significativa de la sociedad humana, y sobre todo, fue capaz de alimentar
una utopía cuya cualidad nos llevaría a todos a un mundo nuevo más justo. Como todo
proyecto elefantiásico, trajo también consigo una terrible experiencia de ingeniería social
que dejó en el camino a millones de seres humanos sojuzgados, torturados y asesinados.
Construir sobre millones de muertos no es una característica excluyente del marxismo, es
una constante de la historia, otra de cuyas vetas en el siglo XX fue el fascismo que, a
diferencia del socialismo, no pudo apenas sino balbucear una aplicación limitada y
sangrienta en algunas naciones y fue aniquilado en la segunda guerra.

Junto a los grandes movimientos de transformación social llegan los iluminados, los
hombres puros, aquellos cuyas convicciones más íntimas los conducen a una extraña
simbiosis con el destino que ellos asumen como ineluctable. Se convierten entonces en
ángeles exterminadores empuñando la espada flamígera que todo lo puede. Ese
iluminismo ha conducido a esos hombres a justificarlo todo en aras del cambio, en aras de
la utopía. Los crímenes masivos que hemos vivido desde el inicio de la experiencia
humana, han tenido casi siempre una justificación ética suprema, el gran proyecto hacia
una sociedad mejor que bien amerita algunas – a veces millones – vidas humanas.

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El saldo de estos grandes proyectos ha sido muchas veces trágico. Es lo que hoy nos
ocurre. ¿Qué quedó después de ese gran movimiento que fue el comunismo, de qué
sirvieron tantos millones de muertos, tantos hombres y mujeres encerrados en una vida gris
a título de trabajar con sus manos la tierra prometida? Sólo una sensación profundamente
amarga, un gran desencanto, la impresión de haber tirado en el pozo la vida entera.

Hoy, la sociedad está lamiendo sus heridas, detenida en un recodo del camino y poco
dispuesta a arriesgarse de nuevo a un desafío al todo o nada que parece haber conducido
a nada. Aún las grandes naciones que siempre han predicado los grandes ideales y
papeles en el destino de todos, se han percatado de que la cita con el destino no se resuelve
necesariamente por la vía de las apuestas imposibles.

Es el tiempo de las cosas pequeñas, de lo razonable, de lo posible. Si el país más rico de


la tierra se mira las entrañas ve menos bienestar, más pobreza, más marginalidad, más
violencia y menos equidad. Si nosotros miramos a nuestro alrededor, vemos que la lista
interminable de ilusiones que intentamos encarar desde el pasado más lejano se estrellaron
ante la realidad de nuestra inermidad y nos dejan un saldo bastante modesto. Es por eso
el tiempo de aceptar lo posible, lo razonable.

Hay mucho de mezquino y de mediocre en este nuevo enfoque caracterizado en los años
del escepticismo que llegan después de la euforia y la esperanza. No nos toca hoy el mejor
de los mundos. Quizás, cuando en el tiempo histórico se mire este momento no se pensará
en el fin de la historia, sino en un paréntesis dentro de un devenir condenado a repetir los
grandes proyectos aun a costa de un gran sacrificio, pero la razón nos obliga a aceptar que
de la experiencia inmediata no hay otra lección mejor que medir las cosas con la vara de
nuestra pequeña dimensión, de limitaciones insalvables. No sé si será posible una utopía
en el tiempo de las cosas pequeñas. Tal vez nuestra tierra prometida sólo se puede trabajar
en la dimensión de lo que somos, imperfectas máquinas de carne y hueso, capaces de usar
la razón para construir la libertad y la igualdad dentro de los límites de nuestro tamaño
individual y colectivo, que no ha sido destinado a las grandes y brutales hazañas que
buscaron cambiarlo todo y finalmente nos dejaron tan sólo lo que hoy tenemos.

8 de Noviembre de 1992

REFLEXIONES DESDE LA PERIFERIA

La caída del orgulloso imperio soviético y la debacle del sistema socialista en el mundo
occidental, llevaron a una primera conclusión que implicaba dos cosas. Por una parte, la
demostración de que la propuesta de la utopía socialista no tenía vigencia en el mundo, el
germen de su propia destrucción había sido la aparente muestra de su poder incontrastable;
su enunciado ético y humanista quedaba desmentido por el terror de un totalitarismo
secante. La segunda, implícita a veces, explícita las más, es que por oposición el sistema
Capitalista de Occidente era la opción correcta, cuya vigencia quedaba demostrada

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precisamente por la desaparición de una antinomia que cobró su fuerza más delirante en el
periodo 1945 – 1990 durante la era de la Guerra Fría. Había, en consecuencia, un
derrotado y un vencedor. La sociedad de consumo del capitalismo se levantaba orgullosa
con el emblema de la Coca Cola y los Macdonalds que ha inundado el planeta con más
eficacia y dividendos que El Capital de Carlos Marx.

Pero resulta que muy poco tiempo después, apenas unos meses desde que se decretó el
funeral del imperio soviético (cuyo enterrador, Mijail Gorbachov, ha jugado un complejo y
paradójico papel en esta historia terrible), las debilidades del poderoso capitalismo salen a
la luz como preanunciando otra hecatombe.

Quién podría decir hoy que esta nación gigantesca y derrochadora, inmensa en todo, aún
en su pobreza y en sus contrastes, se parece en algo al ideal que soñaron los forjadores
de la democracia de 1776. El ideal de la nación de las oportunidades, la cuna del sueño
americano que atrajo como imán de esperanza a millones de seres humanos a mirar como
en un sueño la tea de la estatua de la Libertad, ya no está más.

El paraíso capitalista ha engendrado un monstruo sin forma que se come todo; es hoy
capitalismo salvaje. El sentido ético va a desapareciendo en medio de una sociedad que
amenaza desmoronarse. Perot es un descreído, como millones de sus compatriotas, pero
le drama es que ni siquiera le da la talla para reflejar un descreimiento capaz de construir
un proyecto alternativo serio, y estalla como la burbuja inconsistente de su pensamiento.
La orgullosa parada militar de la Guerra del Golfo y la casi deificación de Schwarzkopf, no
es otra cosa que una cortina para ocultar a millones de drogadictos en un camino desde la
nada hacia la nada, desempleados que cada día reciben menos de su subsidio, una sistema
de seguridad social que se reduce y hace agua por todas partes, índices de mortalidad
infantil en barrios periféricos de las urbes mastodónticas que haría palidecer a las naciones
más pobres del mundo, un nivel de criminalidad y delincuencia casi incontrolable,
tugurización y extrema pobreza en los cinturones cada vez más anchos de los principales
centros poblados.

Pasear por las calles de determinados barrios de Nueva York, Los Ángeles o Miami, es una
aventura pavorosa, no sólo por la posibilidad de recibir una puñalada en la espalda, sino
por esa nueva corte de los milagros que nos retrotrae al Siglo XVI europeo, con mendigos,
ciegos y no tanto, niños, desocupados, adictos, alcohólicos, prostitutas y prostitutos, que
caminan, se arrastran y duermen en las calles, en el metro, o debajo de un puente. Las
minorías crecen y desplazan el mito del WASP (White anglosaxon…) que terminaría siendo
también minoría.

La guerra que vivió Los Ángeles hace unos meses y el amago neoyorquino de hace unas
semanas, es una terrible señal de que algo anda muy mal en el seno de esta sociedad
opulenta que se pauperiza día a día. Tras los disparos en Dallas el 22 de noviembre de
1963 no quedó solamente el cadáver de Camelot, comenzó a descomponerse la carne de
este país – continente, optimista y siempre victorioso que había surgido por su propio
esfuerzo en el siglo XVIII, para encaramarse en el vértice del mundo. Hoy es prisionero del
terrible poder total capaz de corromperlo todo.

19
Una sociedad que comparte el dudoso privilegio de ser la primera potencia militar del
planeta y a la vez la nación más endeudada del mundo, no puede jactarse de tener un futuro
demasiado promisor, salvo que use ese poder militar para imponer condiciones por muy
atrabiliarias que estas sean para disimular el desastre financiero que la acosa. Y no se
necesita ser muy avezado para adivinar lo que ese país está haciendo con todos los demás.

Sería quizás excesivo pensar en un proceso de desintegración tan fulminante como el de


la Europa del Este, pero está claro que no se puede mantener la ingenuidad de que en el
Oeste no pasa nada. Pasa, y la dimensión del desastre puede ser apocalíptica si los
gobernantes estadounidenses siguen insumidos en esta terrible mediocridad, protegida por
el poder total y la inevitable tentación de la soberbia. El horizonte necesita hombre de la
talla de Tomás Jefferson, Abraham Lincoln o Franklin Roosevelt, porque el tamaño del
desafío así lo plantea.

Si el gigante se hunde, ocurrirá como con el Titanic. El gran transatlántico se llevó consigo
al fondo del Océano a los frágiles botes salvavidas, que no pudieron alejarse a tiempo para
evitar la burbuja letal que se los tragó sin misericordia.

9 de Agosto de 1992

LA GUERRA DEL GOLFO VISTA DESDE EL SUR

¿Dónde estamos realmente? ¿Con qué cabeza pensamos? ¿Qué agua riega nuestras
raíces?. Los F-15 tronando sobre los cielos de Bagdad, los misiles Scud sacudiendo el
centro del Tel Aviv, el presidente Bush hablando en nombre de veintiocho países aliados,
las baterías antiaéreas defendiendo el suelo iraquí. La ofensiva para liberar a Kuwait,
Saddam Hussein lanzando invectivas contra el satán de la Casa Blanca. Todo en un
explosivo cóctel, cada vez menos comprensible.

¿Se puede preguntar en medio de esta locura, quién tiene razón?. Nadie la tiene, cada vez
está más claro. Desde luego, la razón gira como en una esfera según donde se haga la
pregunta, igual que la locura de Hussein y Bush se agudiza de acuerdo al punto geográfico
desde donde se los mira. Para los norteamericanos y los europeos, Hussein es lo más
parecido que se vio al Furher, para los latinoamericanos y africanos Bush sigue la saga de
la demencia que ataca, de Johnson a esta parte, a todo aquel que siente en el sillón principal
del salón oval.

¿Puede mirarse esta guerra desde el frío palco de quien no tiene nada que ver en el
asunto?. Posiblemente muchos periodistas dirán que es así como debe hacerse y no de
otra manera. Es probable, pero eso es tan aséptico que se hace poco humano. Aquí, como
en cualquier otro conflicto de carácter universal, uno está interpelado y es difícil escapar.

20
Formados a la occidental en un país con mayoría quechua – aymara, en el sur de este
mundo terrible, obligados a sumarnos al carro de Occidente, con casi quinientos años de
historia occidental mezclada en nuestra sangre, pero enfrentados a ese poder que se lo
quiere comer todo, a esa filosofía que nos ha cuadriculado, intentando construir un espacio
propio, descubrimos la difícil tarea de responder con coherencia y una mínima sensatez a
ese desafío que no tiene ni un rubio ciudadano de Oregón, ni el moreno campesino de
Caluyo. Parece absurdo que el vuelo de casi dos mil aviones norteamericanos, ingleses y
franceses, sobre el cielo iraquí, conduzcan a estas reflexiones aparentemente incoherentes.

Otra vez: ¿Quién tiene la razón?. Otra vez, nadie la tiene. Es que Hussein lucha contra el
imperialismo. Es que Hussein es expansionista y pretende un liderazgo apoyado en sangre,
opresión y sojuzgamiento de un país conducido a la guerra y al desastre. Es que Hussein
se apoya en la fe musulmana y una visión distinta del mundo. Es que Hussein usa
coyunturalmente la fe de ese mundo distinto para un proyecto personal. Es que Bush
lideriza una fuerza aliada de veintiocho naciones. ¿Es que alguna vez veintiocho naciones
irían aliadas a pelear por la causa de un país pequeño?. Es que no se puede tolerar que
cualquiera en cualquier parte pueda invadir y anexarse una nación. Y entonces viene la
sonrisa amarga y comenzamos a recordar Nicaragua, Santo Domingo, Vietnam,
Checoslovaquia, Afganistán, Granada, Panamá, Lituania… y pensamos que con Naciones
Unidas o sin ellas, estamos como en los tiempos de Roma. La razón de las superpotencias
es la única razón, y ahora que sólo queda una… Dios nos ampare. Es innegable que
Occidente ha sofisticado mucho su cinismo y ha terminado por creerse aquello de las
causas justas y la ley del embudo. Para los que en nuestro país creen en esa lógica, es
cuestión de seguir pidiendo el mar y hablar de causas justas y solidaridad internacional, o
preguntarle a Buenos Aires cómo le quedó el cuerpo (dictadura aparte) por apostar a las
causas justas y a la solidaridad del hermano mayor en las Malvinas… Es que el hermano
mayor no tiene hermanos…

¿Apoyar a Hussein?. Es que es tercermundista. Así que el ser tercermundista y


antiimperialista te da carta blanca para invadir, anexar y ser antidemocrático. Es que la
causa palestina que apoya Hussein es justa. Por supuesto que la reivindicación palestina
lo es, y he aquí una buena razón, aunque no deja de ser dramático que las buenas razones
pasen por la anexión de otro país y por la guerra total.

Hablemos claro. Estados Unidos, la superpotencia incontrastable por ahora, quiere dejar
sentado que nadie tiene derecho a cometer arbitrariedades que afecten sus intereses o los
de Occidente, salvo Estados Unidos, por supuesto… y la Unión Soviética, mientras lo haga
a partir de ahora dentro de su propio territorio… Israel se reserva el derecho de seguir
ocupando indefinidamente tierras que no le pertenecen con dos argumentos, la defensa de
sus existencia como Estado (argumentos al que el mundo árabe y muchas acciones
terroristas demenciales han dado alas innecesarias), y el apoyo irrestricto de Estados
Unidos. Occidente se juega con el hermano mayor, porque en ello le va el futuro de
estabilidad y orden en el Tercer Mundo y de abastecimiento de un producto que ha puesto
de cabeza todo en los últimos años. El Tercer Mundo intenta sobrevivir entre el terrible sino
del alineamiento económico y político que la pobreza (miseria en realidad) imponen, y los

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estallidos de rebelión, una mezcla de soberbia personal, fundamentalismo religioso,
identidad cultural reafirmada y otros muchos y explosivos ingredientes, entre otros no poco
importantes, la sangre, la dictadura y el sojuzgamientos de naciones enteras.

Ese panorama es apenas nada. Pueblos que quieren sobrevivir (Palestina), liderazgo
regional en juego (Egipto y Siria aliados a la multinacional), líderes anonadados (Gadaffi),
naciones paralizadas (Irán), monarcas convertidos en sandwiches, políticos, geográficos y
militares (Hussein de Jordania). Son también parte de esta complicada tota bélica.

Eso es la guerra, una locura, una feria de la sinrazón que, en todo caso, nos coloca otra
vez en mar encrespado de preguntas tan difíciles de responder que parecen confirmar que
tenemos la cabeza y el cuerpo separados en esta ciudad mestiza en medio del altiplano
aymara.

20 de Enero de 1991

LA URSS EN LA HORA DE LA HISTORIA

Nada es inconmovible ni absoluto en este frágil territorio que es la vida humana. Ni la


solidez imperial de la gran potencia del norte, ni el monolítico territorio socialista que hace
apenas siete años parecía capaz de comerse al mundo, ni las ideas que con carácter de
dogma se han manejado por centurias, ni la peregrina ilusión de quienes creen poseer la
verdad.

Orwell, Huxlye, Bradbury, y muchos de los que se han atrevido a predecir el futuro social y
político de la humanidad, pensaban un mundo manejado por uno o dos grandes bloques de
poder, en los que el individuo desaparecía, quedaba pulverizado por el concepto superior
del bien común, oscura coartada para construir un complejo y siniestro tejido impersonal
que terminaba por absorber incluso a quienes lo habían diseñado. Era una entidad
supranacional, todopoderosa y omnipresente que garantizaba una limitada vida material a
cambio de la anulación de los conceptos de individuo, de región, de nación, de la
pertenencia, en suma.

El Golpe de Estado en la Unión Soviética sobrevino como una campanada demencial de


un orden agónico, como el estertor de una microsociedad asediada que busca el oxígeno
en el que siempre vivió. Esos pocos (o no tan pocos) hombres que nacieron, crecieron y
vieron siempre el mundo desde la burocracia mediocre de las decisiones verticales que no
se discute, y que asumió la sociedad como un gran “Si señor” uniforme e inalterado, no
podían aceptar que la estructura intocable se desmoronara como si hubiese sido hecha (o
quizás lo fue) en la arena. Esos hombres vieron a sus padres obedecer a Stalin y
obedecieron ellos a Brezhnev, fueron piezas bien aceitadas de una maquinaria que trituraba
todo a su paso; no habían sido diseñados para mirar el desquiciamiento del mecanismo, ni
para ver atónitos como, primero Gorbachov y luego Yeltsin, abrían no sin terribles

22
dificultades la caja de pandora que dejó escapar los genios del desastre económico, de la
inflación, de la escasez, de la ineficiencia, del retraso tecnológico, del desmesurado gasto
militar, de la suicida y loca carrera espacial para mantener el prestigio nacional, del
desencanto de una sociedad que se encuentra a la vuelta de la esquina de setenta y cinco
años con muy pocas de las promesas de la utopía en las manos.

Era demasiado para los espíritus formados en el yunque del partido todopoderoso e
incontrastable, que vivía de las réditos de una excepcional estructura ideológica y de un
proceso revolucionario como no se vio igual en el Siglo XX, pero que no puedo sobrevivir
siquiera una centuria, como probablemente no podrá sobrevivir una centuria más el águila
imperial americana.

Es que la historia que no termina en la especulación de Fukuyama y sus terribles


prescindencias, derribó finalmente una utopía, que entre sus magníficas bases
metodológicas no había tomado en cuenta la condición humana.

Más allá de los objetivos metafísicos y sus razones, el hombre, individuo frágil y débil,
aprecia el sentido de su identidad primera, de su espacio vital más inmediato, de su
territorio, de sus padres y sus hijos, de la tierra que labra o habita, de su voz, de sus bolsillos,
de las pequeñas y grandes cosas de una vida que no entiende necesariamente de grandes
proyectos, de epopeyas colectivas, de sacrificios sin final para muy poco o nada tangible.
Frágil y débil, escucha los cantos de sirena que vuelan de satélite en satélite trayendo la
(mala) nueva del consumo, de todos aquellos objetos que no posee y que giran como los
espejitos de colores de los conquistadores del nuevo mundo, prometiendo paraísos que no
son, pero que batan para encandilar a quienes solo han vivido de tierras prometidas.

Ni Orwell, ni Huxley, ni Bradbury sospecharon nuca que el “Gran Señor” (o el “Hermano


Mayor”) detrás de la pantalla, transportado por el espacio a todos los rincones de la tierra,
llevaría un mensaje que terminaría por derrotar al colosal edificio comunista, y tampoco
imaginaron que millones de hombres y mujeres de esas sociedades se harían un vedaval
a la sola señal dada por ese hombre notable y hoy acorralado, llamado Miajil Gorbachov.
Y así, a punto de morir el siglo XX, la historia construye un paradigma que nadie habría
podido predecir hace apenas una década. La resurrección del individuo en su expresión
más combativa, la afirmación de la entidad indivisible y diferenciada contra el estado
uniformizador y sofocante. Explotan ahora (no en el silo XV, ni XVI ni XIX, sino ahora) las
regiones, las pequeñas naciones o sojuzgadas u olvidadas, hasta llegar a veces a los límites
del absurdo.

La sociedad está agotada de buscar la utopía, cansada de los grandes experimentos de


ingeniería social a título del bien común, harta de experiencias que han costado millones
de vidas y que han resuelto muy poco. Es en ese maremoto incontrolable e impredecible
que llega el patético golpe en la URSS, para recordarnos simplemente que ahora estamos
todos en el ojo del huracán y que Yeltsin y Gorbachov, igual que todos nosotros, se
enfrentan a un destino colectivo incierto y por ello doblemente estimulante.

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La historia enseña precisamente en estos años vertiginosos que nuestro tiempo es un
soplo, más corto aún que un bello fuego artificial que se ha consumido sin apenas saber
que brilló, como para aceptar que la verdad absoluta es una trampa peligrosa por la que
muchas almas se han consumido sin sentido.

25 de Agosto de 1991

¿QUE PARAÍSO CONSTRUIMOS?

No encontramos el Edén a la vuelta de la esquina. No fue soplar y hacer botellas. No fue


sentarse y mirar pasar el cadáver del “enemigo”. Estuvimos entrampados en un falso
dilema bajo el manto tenebroso de la guerra fría. La repetición agorera del “ellos o nosotros”
fue una terrible trampa que ocultaba la cabeza de la hidra. La sociedad humana no tenía
su futuro hipotecado en la disyuntiva entre capitalismo y comunismo, lo tenía pendiendo de
un hilo por sus insuficiencias esenciales ante la mayor bomba jamás inventada, la explosión
demográfica. La hiperurbanización en el mundo del siglo XX conoció las nuevas plagas;
tugurización, marginalidad, multiplicación de la violencia, degradación del concepto de la
vida, contrastes indignantes entre riqueza y pobreza, droga, sida, destrucción del medio
ambiente y hambre en vastas regiones urbanas y rurales del planeta.

La panacea no dependía (no dependió) del triunfo del capitalismo demócrata de occidente
ni de la derrota estremecida del socialismo (también occidental). Ha pasado casi un lustro
desde que el muro de Berlín cayó ante los ojos azorados del mundo, y está cada día más
claro que ni Fukuyama, ni los mentores liberales pueden sostener hoy con el mismo
entusiasmo de entonces, que con ese hecho se cerraba un ciclo de la historia, o la historia
misma con el argumento de que la humanidad había llegado al cenit de sus propuestas de
sociedad.

Carlos Fuentes reflexiona en un artículo a propósito de un libro mexicano sobre los desafíos
continentales, sobre la constatación de que la ruta que hoy seguimos no conduce al paraíso,
sino probablemente a un círculo cualquiera del infierno de Dante, y que es más que posible,
indispensable, comenzar a construir nuevos puentes, responder las preguntas de un modo
diferente, sin los complejos ni las taras que nos dejó ese vertiginoso pasado que en casi
medio siglo vació la utopía.

Sin complejos para reconocer que la ruta ultraliberal está contaminada por su propia
filosofía esencial; la batalla por el éxito y la eficiencia es inevitablemente ciega y en
consecuencia insensible, si no lo fuera cedería un terreno irrecuperable a la competencia y
terminaría derrotada. Sin complejos también para terminar con el sentimiento de culpa por
abandonar los principios del marxismo y las bases centrales del modelo económico
comunista que terminó ahogado en la corrupción y en el fracaso total.

24
Fuentes reflexiona que para América Latina, la nueva Revolución (que puede escribirse con
mayúsculas sin temores) no pasa ya por las recetas de la lucha de clases, sino por un
trazado horizontal de la sociedad en la que los nuevos desafíos pasan por la respuesta a
los requerimientos directos de la gente. La participación popular en ese contexto, no es
una frase, es un imperativo inequívoco de cambio y de Revolución, las respuestas a las
demandas de las mujeres, los barrios, los grupos ambientalistas, las propuestas
compartidas para cambiar la educación y lograr que los servicios de salud sean accesibles
a todos, sin la parafernalia monumentalista del estatismo, o los recortes implacables del
liberalismo. Debemos comprender de una vez por todas que los problemas cotidianos de
todos son aquellos que debemos encarar, terminando con ese intento esforzado y
finalmente suicida de tocar las estrellas con las manos cada vez que se hace una propuesta
de gobierno o de sociedad.

Renunciar a la ortodoxia es un requisito indispensable, pero a la vez es también


fundamental cuestionar este nuevo orden en el que las cosas han llegado al límite de lo
racionalmente aceptable. La ruptura entre lo macro y lo micro es de tal magnitud que es
posible una nación en la que los mayores millonarios de la región compartan el mismo
territorio y la misma bandera con los más desposeídos, en la que un gobierno admirado por
su eficiencia tenga que afrontar un levantamiento guerrillero de los acorralados por las
condiciones extremas de marginalidad e injusticia.

Fuentes acepta la posibilidad de hablar de una nueva izquierda latinoamericana, en la


medida en que el marbete puede acercarnos a la idea de una postura renovadora, pero
muy lejos ya de lo que fue aquella izquierda emotiva y voluntarista de los años sesenta y
primeros setenta.

Para América Latina ha llegado el tiempo de volver a pensar sobre sí misma y de asumir
que el desafío no pasa por la panacea capitalista que ni Washington, ni Londres, ni París
pueden aplicar con éxito en sus propias sociedades, cada día más enfermas. Ha llegado
el tiempo de responder a quienes nos preguntaron (y nos dejaron por muchos años en
silencio) “¿Si no es de esta manera cómo es?”, que hay otra manera, sin estridencias ni
inventos estrambóticos o puramente contestatarios, que hay una manera en la que sin
recetas, los elementos de una economía abierta y de una sociedad democrática en un
sentido más profundo que el de la teoría demolibereal clásica, pueden conjugar una
propuesta más humana. Muchas de las formulaciones del actual programa de gobierno
están encaminadas en esa dirección (y parte de un pensamiento sin complejos es no
asustarse de reconocerlo o negar a determinados estamentos la posibilidad de plantear la
Revolución), el problema central es lograr romper la vieja costra del prejuicio izquierdista
del socialismo marxista, y la ya gastada del dejar hacer dejar pasar y sus implicaciones. Y,
claro, lograr que la formulación se convierta en acción.

Ni el paraíso capitalista, ni el comunista, simplemente un mundo razonable en el que los


casi seis mil millones de personas dejemos de parecernos cada día más a las ratas, para
parecernos más al ser humanos que el Creador modeló a su semejanza.

16 de Enero de 1994

25
¿QUE PARAÍSO CONSTRUIMOS?

No encontramos el Edén a la vuelta de la esquina. No fue soplar y hacer botellas. No fue


sentarse y mirar pasar el cadáver del “enemigo”. Estuvimos entrampados en un falso
dilema bajo el manto tenebroso de la guerra fría. La repetición agorera del “ellos o nosotros”
fue una terrible trampa que ocultaba la cabeza de la hidra. La sociedad humana no tenía
su futuro hipotecado en la disyuntiva entre capitalismo y comunismo, lo tenía pendiendo de
un hilo por sus insuficiencias esenciales ante la mayor bomba jamás inventada, la explosión
demográfica. La hiperurbanización en el mundo del siglo XX conoció las nuevas plagas;
tugurización, marginalidad, multiplicación de la violencia, degradación del concepto de la
vida, contrastes indignantes entre riqueza y pobreza, droga, sida, destrucción del medio
ambiente y hambre en vastas regiones urbanas y rurales del planeta.

La panacea no dependía (no dependió) del triunfo del capitalismo demócrata de occidente
ni de la derrota estremecida del socialismo (también occidental). Ha pasado casi un lustro
desde que el muro de Berlín cayó ante los ojos azorados del mundo, y está cada día más
claro que ni Fukuyama, ni los mentores liberales pueden sostener hoy con el mismo
entusiasmo de entonces, que con ese hecho se cerraba un ciclo de la historia, o la historia
misma con el argumento de que la humanidad había llegado al cenit de sus propuestas de
sociedad.

Carlos Fuentes reflexiona en un artículo a propósito de un libro mexicano sobre los desafíos
continentales, sobre la constatación de que la ruta que hoy seguimos no conduce al paraíso,
sino probablemente a un círculo cualquiera del infierno de Dante, y que es más que posible,
indispensable, comenzar a construir nuevos puentes, responder las preguntas de un modo
diferente, sin los complejos ni las taras que nos dejó ese vertiginoso pasado que en casi
medio siglo vació la utopía.

Sin complejos para reconocer que la ruta ultraliberal está contaminada por su propia
filosofía esencial; la batalla por el éxito y la eficiencia es inevitablemente ciega y en
consecuencia insensible, si no lo fuera cedería un terreno irrecuperable a la competencia y
terminaría derrotada. Sin complejos también para terminar con el sentimiento de culpa por
abandonar los principios del marxismo y las bases centrales del modelo económico
comunista que terminó ahogado en la corrupción y en el fracaso total.

Fuentes reflexiona que para América Latina, la nueva Revolución (que puede escribirse con
mayúsculas sin temores) no pasa ya por las recetas de la lucha de clases, sino por un
trazado horizontal de la sociedad en la que los nuevos desafíos pasan por la respuesta a
los requerimientos directos de la gente. La participación popular en ese contexto, no es
una frase, es un imperativo inequívoco de cambio y de Revolución, las respuestas a las
demandas de las mujeres, los barrios, los grupos ambientalistas, las propuestas
compartidas para cambiar la educación y lograr que los servicios de salud sean accesibles
a todos, sin la parafernalia monumentalista del estatismo, o los recortes implacables del

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liberalismo. Debemos comprender de una vez por todas que los problemas cotidianos de
todos son aquellos que debemos encarar, terminando con ese intento esforzado y
finalmente suicida de tocar las estrellas con las manos cada vez que se hace una propuesta
de gobierno o de sociedad.

Renunciar a la ortodoxia es un requisito indispensable, pero a la vez es también


fundamental cuestionar este nuevo orden en el que las cosas han llegado al límite de lo
racionalmente aceptable. La ruptura entre lo macro y lo micro es de tal magnitud que es
posible una nación en la que los mayores millonarios de la región compartan el mismo
territorio y la misma bandera con los más desposeídos, en la que un gobierno admirado por
su eficiencia tenga que afrontar un levantamiento guerrillero de los acorralados por las
condiciones extremas de marginalidad e injusticia.

Fuentes acepta la posibilidad de hablar de una nueva izquierda latinoamericana, en la


medida en que el marbete puede acercarnos a la idea de una postura renovadora, pero
muy lejos ya de lo que fue aquella izquierda emotiva y voluntarista de los años sesenta y
primeros setenta.

Para América Latina ha llegado el tiempo de volver a pensar sobre sí misma y de asumir
que el desafío no pasa por la panacea capitalista que ni Washington, ni Londres, ni París
pueden aplicar con éxito en sus propias sociedades, cada día más enfermas. Ha llegado
el tiempo de responder a quienes nos preguntaron (y nos dejaron por muchos años en
silencio) “¿Si no es de esta manera cómo es?”, que hay otra manera, sin estridencias ni
inventos estrambóticos o puramente contestatarios, que hay una manera en la que sin
recetas, los elementos de una economía abierta y de una sociedad democrática en un
sentido más profundo que el de la teoría demolibereal clásica, pueden conjugar una
propuesta más humana. Muchas de las formulaciones del actual programa de gobierno
están encaminadas en esa dirección (y parte de un pensamiento sin complejos es no
asustarse de reconocerlo o negar a determinados estamentos la posibilidad de plantear la
Revolución), el problema central es lograr romper la vieja costra del prejuicio izquierdista
del socialismo marxista, y la ya gastada del dejar hacer dejar pasar y sus implicaciones. Y,
claro, lograr que la formulación se convierta en acción.

Ni el paraíso capitalista, ni el comunista, simplemente un mundo razonable en el que los


casi seis mil millones de personas dejemos de parecernos cada día más a las ratas, para
parecernos más al ser humanos que el Creador modeló a su semejanza.

16 de Enero de 1994

EL NACIONALISMO Y LOS ELEFANTES

Si miramos a la ex – Yugoslavia o a la ex – Unión Soviética, y si vamos más atrás y


recordamos las sombras aniquiladoras de Alemania e Italia en los años del fascismo,

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podríamos convenir en que el nacionalismo es una expresión nefasta de la vida de la
humanidad. América Latina, como otros puntos del planeta vivió la euforia nacionalista en
la inmediata posguerra, y en general el tercer mundo estructuró su nuevo destino en función
del concepto de la afirmación nacional. No podría explicarse de otra manera la eclosión de
la independencia de casi un centenar de naciones a partir del final de la guerra mundial-
Movimientos muy importantes de las últimas décadas, como el de los países no alineados,
las propuestas revolucionarias en las que se mezclaban de manera curiosa las ideas
internacionalistas del marxismo y fuertes conceptos de identificación nacional (el caso de
Cuba es en esa dirección paradigmático), estructuraron propuestas que entran dentro de
esa amplia y por ello también ambigua palabra: nacionalismo.

En una entrevista que recuerdo mucho, el ex – presidente Walter Guevara me decía que
Hitler, Mussolini y Franco fueron nacionalistas, que Gandhi y Nehru lo eran, que Perón,
Vargas y Paz Estenssoro lo fueron, y en determinado sentido Pinochet y Banzer lo fueron
también. El nacionalismo, concluía, es un recipiente que puede contener muchas formas
ideológicas.

En la presentación de su último libro de ensayos, el ilustre escritor Mario Vargas Llosa (y


no es el único, por cierto), ha vuelto a lanzar una andanada crítica contra el nacionalismo
como uno de los rasgos más retrogrados y nefastos de la sociedad contemporánea.
Negarse a una sociedad internacionalizada y por ello universal, es absurdo y antihistórico,
es más o menos su razonamiento, y de algún modo conlleva también la idea de que hay
una contraposición por lo menos significativa entre democracia y nacionalismo. Por si las
dudas, Vargas Llosa se enfrenta a las dos ideas más evidentes del nacionalismo, la más
ligada al tópico, el chauvinismo excluyente y la otra de raíz antropológica y etnohistórica
que considera más benévola pero no por ello menos peligrosa, que hace referencia a la
alteridad (u otredad), el derecho a ser respetado como diferente, que implica conceptos
como el de las naciones dentro de la nación tan, en boga en Bolivia.

Hace algunos años publicó ensayos a propósito de la cuestión haciendo un símil entre las
ideas del nacionalismo y el elefante, en tanto estas implican un pesado aparato, desde el
burocrático hasta el eminentemente ideológico, de tipo retardatario y peligroso para
cualquier sociedad. Pero el escritor se permite el matiz, y reconoce la necesidad
indispensable de los rasgos peculiares de identidad de cualquier comunidad que, en su
opinión, no pueden ni deben contraponerse a la ruta de la historia, resuelta ya en favor de
la democracia (la coincidencia por lo menos esencial con Fukuyama está a la vista), que
lleva necesariamente a una universalización de la cultura y de la sociedad.

Lo que nunca termino de comprender en el lúcido pensamiento de Vargas Llosa, es por qué
envuelve siempre su visión del mundo, inteligente y por ello de una vasta gama de ideas,
en formulaciones radicales y de permanente provocación que no reflejan necesariamente
la rica variedad de los conceptos que desarrolla en sus artículos, en los que termina
dominado por un mundo en blanco y negro que sus propios escritos, leídos con un mínimo
de cuidado, desmienten.

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La visión apocalíptica del nacionalismo y sus daños, hace perder de vista al autor peruano,
un elemento al que el mismo se ha referido críticamente alguna vez. La necesidad atávica
de la pertenencia está más allá de los buenos o malos deseos del hombre, es parte
inherente a su propia condición. La conceptualización de las relaciones primitivas nacidad
en la tribu, se elaboró en la idea de nación en tanto un ámbito común con el que una
comunidad se identifica. El famoso tema del lugar donde están enterrados nuestros
muertos como el imán irrenunciable de la mayoría de los seres humanos, movilizó la
construcción de la humanidad desde su nacimiento. La aplicación de esa realidad a veces
hasta la trágica caricatura, ha llevado a una identificación a mi modo de ver parcial y
excesiva del término nacionalismo, con las experiencias más terribles de esa idea (la
Alemania nazi, por ejemplo). ¿Por qué no aceptar en la otra dirección, la construcción de
sociedades cosmopolitas bajo un determinado emblema en el mundo industrializado de hoy
como formas de nacionalismo?. El nacionalismo en tanto una expresión excluyente y
negadora de la integración es de hecho un excrecencia ideológica peligrosa y nefasta, pero
el nacionalismo en tanto el punto de referencia indispensable de la autoidentificación, es
necesario incluso como punto de partida de proyectos de un destino común, como el que
encara Europa en los años que corren.

Puede parecer una cuestión puramente semántica, pero se trata de algo más. La palabra
nacionalismo, como bien definía Guevara, permite muchos contenidos, defenderla como
portadora de valores positivos, me parece más que un ejercicio retórico, una necesidad
para comprender que conlleva la idea de nación, del lugar del que somos, de aquel que da
sentido a nuestro esfuerzo individual. Una sociedad internacional, en la que el valor
supremo sea el hombre, es la ruta a una utopía no solo necesaria sino quizás posible, pero
como tarea será estéril en la medida en que no seamos capaces de construir espacios
tangibles y próximos en los que veamos el sentido inmediato de lo que hacemos. El
nacionalismo es parte de un proceso de construcción histórica que se ha puesto al
descubierto, en tanto que los procesos verticalistas y antidemocráticos de supuesto
internacionalismo y solidaridad universal, condujeron exactamente a lo contrario.

El matiz de Vargas Llosa es, en consecuencia, mucho más que eso, es el reconocimiento
de que en el límite primero el ser humano necesita una identidad y que esa identidad no
puede existir en un mundo diluido en conceptos generales, comportamientos masivos y
patrones culturales uniformes. La nación, por muy artificial que a veces sea su
conformación, es la entidad que da sentido a muchas cosas. Una bandera, un himno, un
escudo, esos execrados símbolos del “patrioterismo” (que también tienen Suecia o Estados
Unidos), permiten la vigencia del sentido del orgullo, de la emoción de la solidaridad
inmediata… la dirección de esos sentimientos es la que podremos debatir. Pero si en las
postrimerías de este siglo, se ha dado un retorno obsesivo y peligroso a veces, a esas
identidades primeras, no es porque hemos sido atacados por una locura colectiva, sino
porque la sociedad industrial masificadora y consumista, nos ha dejado sedientos de los
valores fundamentales que uno necesita encontrar para saber que es uno y no un número
más de los casi 6.000 millones que poblamos este planeta.

3 de Julio de 1994

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AMÉRICA LATINA: ¿HISTORIA DE UN DESATINO?

Después de la segunda guerra, el mundo recompuso su osamenta y se dispuso a


reemprender el camino, la sociedad que de ella emergió no dio pie para el optimismo. El
surgimiento de dos grandes bloques de poder y la consecuente tensión permanente
denominada guerra fría, dividió el planeta en dos y en consecuencia dejó al resto, un resto
de miles de millones al margen del tablero central de la confrontación. Por ello surgió el
denominativo de Tercer Mundo. Pero allí, en esa gigantesca olla poliforme se mezclaban
naciones todavía ricas, potencialmente poderosas, apenas conformadas, o todavía
colonias. En Bandung en 1955 esa gigantesca humanidad decidió escribir su propia historia
y optó, a la sombra de los postulados de Nehru, Nasser o Perón, por una tercera vía. “Ni
capitalismo, ni comunismo” se dijo.

La fuerza anticolonial devino en fuerza antimperialista y el lanzazo en el costado del coloso


que representó la revolución cubana en 1961, alentó la idea del movimiento no alineado. A
la luz de los hechos nació una ideología contestaría y aguerrida. El horizonte era tan
variopinto como el cúmulo de naciones y se inclinaba mayoritariamente por posturas
progresistas, entendiendo como tales el arco que va desde el capitalismo de estado hasta
el franco socialismo. El tercerismo, se vio pronto, era muy difícil de sostener en tanto los
dos bloques empezaron a jugar sus cartas en este nuevo y revuelto escenario. La influencia
norteamericana y soviética obligó a las naciones del tercer mundo a escoger.

América Latina escogió desde los primeros cincuenta la seducción del populismo y el
nacionalismo, un estado fuerte y dueño de los recursos naturales, un estado empresario
con un margen relativamente concesional para la economía mixta. Una democracia frágil
y más bien nominal muy pronto capturada por el autoritarismo, desde el de partido hasta el
militar. Todo, claro, bajo el tutelaje norteamericano.

La famosa “teoría de la dependencia” descargaba la mayor parte de la responsabilidad de


la pobreza en el imperialismo y su ávido afán expoliador. La maquinaria industrial del
imperio no puede funcionar sin mano de obra y materias primas baratas y a disposición
proveídas por las naciones pobres y explotadas. La lucha de clases era sustituida así por
la dominación económica de unas naciones sobre otras. Paralelamente, la CEPAL propuso
un modelo proteccionista, de sustitución de importaciones, de creación de sólidos mercados
internos y de industrialización creciente, como la fórmula para hacer de América Latina el
continente emergente que todos previeron que sería al terminar la gran guerra.

Este cóctel tecnocrático, asentado en una ideología inequívocamente ecléctica y de “tercera


vía” se aplicó con más o menos fervor en el continente hasta la dramática salida de los años
setenta. El resultado fue también bautizado a nivel internacional. Se llamó la década
perdida (la de los años 80). Los indicadores económicos demostraron un estancamiento,
recesión o simple retroceso en la mayoría de los países del hemisferio.

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Al otro lado del mundo, en la cuenca del Pacífico, más de media docena de naciones
asiáticas que habían quedado despedazadas después de la segunda guerra y de la de
Corea, habían dispuesto diligentemente una curiosa combinación entre autoritarismo y
economía abierta, no solo no le hicieron los ascos que los latinoamericanos a la inversión
externa, sino que la pidieron y recibieron con avidez. Nadie se hizo mayores preguntas
metafísicas acerca de la dependencia. Durante dos décadas la mano de obra regalada, el
trabajo a destajo y la inversión sustancial de Occidente transformó países ruinosos, pobres
en recursos, densamente poblados y pequeños en superficie, en potencias que hoy tienen
mano de obra altamente calificada, tecnología de punta, exportaciones masivas y productos
altamente elaborados que compiten de igual a igual con la producción más sofisticada de
Occidente.

En el ínterin la teoría de la dependencia quedó desmantelada por la revolución mundial. El


posindustrialismo ha desbaratado el concepto clásico (marxista en buena parte) de los
estadios del desarrollo que pasaban incuestionablemente por la industrialización y la
llegada aparatosa a la industria pesada. La tecnología demolió todo este cuadro. La
industria pesada ha pasado a ser casi un fósil económico, la informática y sobre todo el
boom de las comunicaciones ha generado una nueva distribución mundial del trabajo y ha
devaluado de una manera más que severa el valor de las materias primas, hasta niveles
que ponen en riesgo la propia existencia de decenas de naciones que no pudieron romper
el cerco de la monoproducción y la carencia de producción manufacturada. Cómo ir de la
revolución agrícola a la era posindustrial sin pasar por el industrialismo, en una incógnita
de la que depende el futuro de muchos países, entre ellos el nuestro.

Adicionalmente, la estrepitosa caída del socialismo desmanteló todo un sistema de


relaciones internacionales que no por absurdo dejaba de tener su lógica. El no alineamiento
quedó relegado al baúl de los recuerdos. El reacomodo no fue tal, con un solo poder en el
planeta, el de los Estados Unidos, los latinoamericanos quedamos sin posibilidad de salir
de su órbita a quejarnos a alguien. La reforma política, de dictadura a democracia, se
amplió por la fuerza del nuevo orden mundial también a la reforma económica. La economía
de mercado volvió por sus fueros y la necesidad de integrarse al coloso quedó también
fuera de duda.

Hoy el panorama es claro, no más confrontación, hay que dialogar con el superpoder, con
las consecuencias que pueden preverse ante una asimetría tan brutal. Pero lo más
dramático de todo esto es, cómo pudimos equivocarnos tanto contando con políticos,
intelectuales, profesionales y técnicos de tanta valía en un momento decisivo de nuestra
historia continental, al punto de estar hoy donde estamos en el concierto internacional,
después de haber arrancado el 45 como el continente del futuro.

30 de Octubre de 1994

FIDEL: UN PRESIDENTE SOLITARIO

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El lazo mayor entre Bolivia y Cuba es Ernesto “Che” Guevara. El rastro del mito del
“condottiero” se prendió para siempre en el corazón de una generación que amó, odió, lucho
y definió su vida tras la estela del guerrillero. Técnicamente ese soñador venido de Cuba
puso en guerra a dos naciones. Los lugartenientes del “Che” y él mismo, eran invasores
que amenazaban la soberanía nacional y así los enfrentó el ejército de Bolivia, apoyado y
asesorado por la primera potencia mundial. Hace algo más de un cuarto de siglo el
Presidente Barrientos sostuvo un agrio cruce de discursos con el joven y flamígero líder
cubano que desde La Habana castigó con duros epítetos al general boliviano, a su Ejército
y, por supuesto, al poder imperial que según él condujo el aniquilamiento de la guerrilla. En
hermosas palabras Fidel estremeció el alma de miles de latinoamericanos cuando se refirió
al “Ché” como ejemplo para la construcción del nuevo hombre latinoamericano. Pero en
los hechos hacía la reseña desgarrada de una derrota.

Como siempre, el destino nos espera a todos a la vuelta de la esquina. Fidel llegó por fin
a esta tierra ignota donde su compañero entrañable ensayó hacer cierta su más grande
ilusión. Fidel está ya lejos de esos días heroicos donde todo parecía posible. Fascinante
como es, pertinaz en sus ideas y sus convicciones, tiene un cierto brillo de amargura en los
ojos. La dirección de la historia no siguió la ruta pensada por Guevara ni por él mismo.
Pero de algún modo, o mejor, de muchos modos, una cierta llama secreta que lo alimenta
quedó intacta y por ello el pueblo llano, y aún los hombres y mujeres del poder en Bolivia,
se vieron subyugados por el Presidente de una Cuba acorralada pero de pie. Un
sentimiento de admiración y solidaridad recorrió a la mayor parte de nuestros compatriotas
ante la figura solitaria pero digna de Castro. En lo íntimo de nuestro corazón, aun sabiendo
de sus errores, de su impenitente testarudez, de su gobierno dictatorial y sin contraste, nos
sentimos representados en su dignidad frente al gigante, en su respuesta contundente que
quiere decir simple y sencillamente, me rompo pero no me doblo. Y en el punto más terrible
de la hegemonía de una potencia como no la hubo nunca en la historia humana, una
pequeña nación, en el flanco más visible de los Estados Unidos, contesta NO.

Ante la sorpresa de uno mismo, esa ola de simpatía que copó las calles paceñas, atenuó
las voces de quienes criticaron la visita, el verticalismo, la carencia de libertades, los presos,
la situación de extrema carencia de Cuba, la insistencia en suma, de un hombre de resistir
con un modelo y con unas ideas a pesar del vendaval que amenaza arrasarlo todo.

Esa misma nación polarizada y desagarrada por la epopeya del guerrillero, ese mismo país
que envió a algunos de sus hijos a dejar la vida en los valles donde se instaló el “Ché”,
recibió con una calidez impensable al gobernante encanecido y tocado por los años que
encontró una solidaridad y un respeto más allá de toda presunción. Fidel no podía creerlo
y quedó agradecido. Nos conmovimos todos, porque descubrimos unas fibras ocultas en
este país tan sufrido y estoico que más allá de cualquier otra consideración se pone siempre
al lado del débil y del acosado, más allá de lo que opine sobre él, más allá de las buenas
razones. Más allá de cualquier sensata consideración sobre lo que ocurre y lo que ocurrirá,
asoma el sentimiento de quien entrega una mita para el pueblo de Cuba, aunque quizás la
necesita más que aquel a quien se la da.

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Otra vez, el comandante Castro desató la pasión de quienes lo miran encarnación de la
más secante y sangrienta dictadura, y quienes lo ven en el pedestal de la historia como un
irredento paladín de la soberanía y la libertad de América Latina. Este hombre solitario,
este empedernido defensor de un sistema que se cayó a pedazos en casi todos los puntos
del globo, este hombre consciente de la batalla imposible contra la tormenta, eléctrico y
mágico en su estatura y aun imponente en su talla construida en treinta y cuatro largos
años, desde la entrada triunfal y esperanzada en las calles dela capital cubana, hasta este
dramático momento en que, en el límite del abismo, es capaz de repetir sin conmoverse
que el socialismo no se transa, debe responder a Cuba ahora más que nunca.

Hace casi cuarenta años escribió un célebre alegato que tituló “La historia me absolverá”,
sin saber que su compromiso con la historia no se definía en las cárceles de Batista, sino
frente a once millones de cubanos que de él dependen para el rumbo que su sociedad toma
cuando los tornillos están a punto de asfixiarla.

Bolivia fue un remanso, fue el encuentro con el mito que ya es, con un tiempo congelado
en el que fue posible que el tremolar de las banderas suene a bálsamo, fue el contacto
transparente con los ojos de cientos de miles de personas que miraban en él otra cosa que
este tiempo implacable de la soledad. Fidel Castro recordará siempre a Bolivia, porque allí
se enterró el sueño de la revolución estallando en todo un continente, allí quedó para
siempre el compañero de Sierra Maestra y porque allí también, veintiséis años después,
encontró el calor inesperado de un pueblo que está siempre al lado de los desamparados.

El Presidente solitario sigue dispuesto a resistir, y como Cortés ha decidido por todos
quienes viven bajo la bandera de la estrella solitaria. Su encuentro con el destino parece
definido. Ahora solo queda esperar. Absuelto o no, nos dejó en lo íntimo, aún en la
discrepancia, una sensación de respeto silencioso por sus profundas convicciones y su
inmensa dignidad.

15 de Agosto de 1993

UNA ENCÍCLICA A LA MEDIDAD DEL PAPA

Juan Pablo II no es Juan XXIII ni Paulo VI. Esta verdad de perogrullo me parece
fundamental a la hora de encarar, a propósito del contenido de la encíclica Annus, la
significación de este último papado.

La Iglesia del “aggiornamento” marcada por el Concilio Vaticano II, asumió el compromiso
de vincularse de modo más estrecho a la realidad, de modernizarse, con todo lo que ello
implicaba. Se modificó el rito, se suprimió el latín, se redujeron los elementos formales, se
buscó la participación de los fieles en la eucaristía, se reinsertaron los cánticos próximos a
los estilos musicales contemporáneos, pero sobre todo, se abrieron las puertas de la Iglesia
al mundo. El impacto fue brutal. La dramática y cruda realidad social de los países pobres

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del tercer mundo (la gran mayoría del mundo católico) treparon por los retablos dorados,
impregnaron las casullas de brocado, rodearon los copones de plata y asaltaron a
sacerdotes perplejos, que miraron por primera vez el terrible espejo de las contradicciones
entre poder y marginalidad.

En los años sesenta, América Latina era un polvorín para la revolución. Liberación, hombre
nuevo, cambio, antimperialismo, eran palabras frecuentes. Los jóvenes religiosos (la
mayoría españoles), deslumbrados y provocados por la constatación, dieron el salto. Allí
está Medellín, cuyo documento básico inscribe a la Iglesia de modo casi militante a la causa
de los pobres. Allí están los teólogos de la liberación del Perú y el Brasil, allí están los curas
guerrilleros muertos en combate y vivos todavía luchando hoy, los mártires como Espinal,
Romero y Ellacuría, y allí también, en una dimensión intelectual muy europea, desde
Holanda y Alemania, están los cuestionamientos fundamentales a la vieja estructura de
pensamiento preconciliar.

El sacudón estremece hasta los cimientos. El aire enrarecido de siglos, pulverizado por el
vendaval de la apertura, arrastra vocaciones por millares, curas y monjas dejan
masivamente los hábitos (que terminarían por desaparecer casi totalmente de la faz del
planeta aún para los religiosos en actividad) y abrazan el matrimonio con tanto o más
entusiasmo que los votos de castidad que asumieron en el pasado. La Iglesia llegó lejos
pero no al punto de rendirse a principios que siguen atándola sólidamente al pasado; el
celibato es uno de ellos. Tampoco se doblega ante la píldora o el aborto, la base ética de
su defensa intransigente de la vida está en juego, y ciertamente ese paso al vacío pondría
en duda un concepto esencial de la relación con lo divino y el derecho a la vida. Lo del
celibato, en cambio, sigue siendo un ancla inexplicable en una Iglesia que, como ninguna
de las grandes religiones del mundo de hoy, ha tenido la valentía extraordinaria de asumir
la modernidad con todos sus riesgos y aceptar su compromiso con el mundo tangible, con
el hombre cuyo espíritu está encarnado y padece masivamente de hambre, de
desprotección y de injusticia sistemática.

Tras los aires de revolución que comenzaron a revertir dramáticamente en los ochenta,
llega el tiempo de la reflexión y el asentamiento. Es el tiempo de Juan Pablo II. No es
gratuito que la misión se le haya encomendado a un hombre que llegó del socialismo real
(para usar la definición piadosa de hoy), para ser testigo del desmoronamiento patético de
un sistema que parecía monolítico e invencible hace menos de un quinquenio.

Juan Pablo combinó las ideas conservadoras (que con el paso de los años han devenido,
en algunos casos, en revolucionarias) con un sentido del manejo del espectáculo de masas
in parangón en la historia y sin ejemplos análogos que no pasen por las grandes estrellas
de la música pop, pero con resultados notables en cuanto a la dinámica participativa de los
fieles. De ese modo, se ocupó de que las olas amainaran, de que la utopía del cambio
radical pasara por el realismo. Marcó desde el principio un corte en seco a las ideas que
buscaban enlazar cristianismo y marxismo, y limitó de entrada la participación “mundana”
de los sacerdotes en política activa. La Sagrada Congregación de Monseñor Ratzinger
recibió la mirada silenciosa y turbia de centenares de sacerdotes del Tercer Mundo ante los
límites puestos, incluso hasta el silencio, de teólogos de avanzada.

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Finalmente, la postura de Medellín y Puebla (para mencionar lo que nos toca a los
latinoamericanos) fue progresivamente suavizada hacia posiciones de “centro”, que en el
análisis de la realidad económica, pasan por la aceptación de la economía liberal. El abierto
elogio a algunos de los modelos económicos y sociales de Europa Occidental en la
Centesimus Annus, es inequívoco, y los matices de crítica justa al capitalismo salvaje (en
los términos pensados por León XIII), no impiden que quede claro que se acepta la
economía de mercado como natural y positiva, en tanto se evidencia (más allá de los
deseos papales) que el descalabro del socialismo confirma las predicciones vaticanas de
hace un siglo.

El tiempo decanta los conceptos, ahora parece cada vez más eficiente que el Papa no juega
un papel regresivo, sino un papel de moderación y equilibrio tras el huracán. Tarea muy
difícil en una Iglesia profundamente influida por el cambio y compenetrada con una
sociedad esencialmente injusta, pero, ya se puede decir, hecha con inteligencia y mucha
firmeza. Trece años después, se comienza a vislumbrar con claridad. Las encíclicas de
Juan Pablo recogen lo mejor del Vaticano II, sin el entusiasmo a veces ingenuo de quienes
pensaron tener la fórmula mágica de la justicia y la igualdad en la mano, pero manteniendo
inalterable el espíritu del cambio que enarboló Juan XXIII.

26 de Mayo de 1991

LA NAVIDAD QUE SE CAE A PEDAZOS

A medida que pasan los años un íntimo sentimiento de desasosiego se apodera de mí


cuando llega la Navidad. Una sensación de soledad y de nostalgia por las entrañables
reuniones familiares del pasado, austeras y esperanzadas al son de la música de villancicos
criollos.

El nacimiento de Cristo se ha convertido en una gigantesca operación de marketing,


inhumana y desculturizadora, que como un gran huracán sopla de norte a sur y de este a
oeste en el planeta. El humilde pesebre de paja se ha sustituido por el ostentoso árbol de
Navidad, reminiscente del pino nevado de Europa del note y San Nicolás se ha convertido
en un epicúreo Papa Noel de risa estúpida cuyo único objetivo es vender.

La fiesta del Señor se ha convertido en una orgía consumista que convierte a las ciudades
en gigantescos bazares, inundados de gente enloquecida y desesperada, haciendo listas
interminables de regalos para parientes y amigos, donde ya no importa lo que se regala,
donde más de una vez los presentes que se reciben se vuelven a empaquetar y se
convierten en objetos de trueque para otra persona a la que no se incluyó en la lista.

Las oficinas y las casas se inundan de tarjetas seriadas, repartidas por cientos y miles, con
imágenes tópicas y textos tópicos que ni se miran ni se leen. Todos hacemos lo mismo
porque es lo que impone una costumbre que a estas alturas ya no dice nada. Se organizan

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festejos navideños que son con frecuencia una excusa para emborracharse y llegar
borracho o semiborracho a la casa, donde debiera hacerse realmente el festejo de una
noche especial.

En la otra acera, miles de personas miran pasar el desfile del derroche, intentando,
mendicidad mediante, sacar unos centavos más que los que se recolectan diariamente para
sobrevivir.

La fiesta está desnaturalizada, la celebración contaminada por un materialismo que carece


ya del mínimo pudor. Las montañas de objetos que se acumulan han ahogado el mensaje.

Por si esto fuera poco, nuevas denominaciones de todo carácter objetan la Navidad como
fiesta, apoyadas en disquisiciones exegéticas de las sagradas escrituras y la supuesta
incorrección de la fecha atribuida al nacimiento de Cristo. Perder de vista el sentido
simbólico de la Navidad es parte de este desbarajuste en el que estamos todos inmersos.
El mundo moderno, sobre todo el urbano, ha logrado quitarnos el más preciosos tesoro del
hombre, el tiempo. Tiempo para pensar, para reflexionar, para establecer por un momento
el verdadero lugar que ocupamos y la verdadera dimensión (ridícula por cierto) de nuestro
rol y nuestra trascendencia.

Los niños, supuestos grandes protagonistas de esta noche, han sido capturados con gran
facilidad por la sinfonía de medios de comunicación de masas que los han convertido en
los más voraces consumidores de objetos, y han logrado revertir las fibras de sus
sentimientos. La emoción de la Nochebuena es la de esperar rasgar papel de colores y
descubrir el objetivo que esos paquetes contienen, o esperar ansiosos la madrugada para
saltar de la cama y asaltar el pie del árbol. Objetos que deslumbran un instante y que se
cambian y se desechan con la misma facilidad con que se tira un papel arrugado al
basurero, objetos diseñados para no perdurar. Ilusiones cambiables y sustituibles, que
carecen de esa magia del encariñamiento, de la valoración del disfrute y el placer del juego,
y que desde luego han desterrado la dimensión del símbolo del nacimiento de un niño que
fue capaz de cambiar la historia humana.

Cuando el mundo no había sido atrapado por esta maquinaria implacable, vampirizadora
de objetos, ilusionarse por algo era tarea ardua, una suerte de odisea en la que las pruebas
personales justificaban el premio, que tardaba años en llegar y que se focalizaba en una o
dos cosas, no en media docena o una docena. Un regalo costaba y valía, un juguete
acompañaba a un niño hasta que dejaba de ser niño, un par de zapatos o un traje eran
perdurables y pasaban de los mayores a los menores, y nadie se sentía menor por ello.
Era otro mundo, más humano, más razonable, menos voraz y menos desalmado.

La parafernalia de las luces, del espectáculo, de los escenarios grandilocuentes, no sirve


para ocultar el gran vacío que esta sociedad tiene en el alma, que no se puede cubrir con
una capa de maquillaje, ni con un par de frases como dichas al pasar. Cada vez decimos
más cosas en estas fiestas que no hacemos, cada vez nos engañamos más con discursos
que no se reflejan en nuestra vida cotidiana.

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El tiempo que nos roba la vida enloquecida de hoy, es una coartada para no mirar nuestro
propio destino, para olvidar intencionalmente que en un momento cualquiera nos tocará
resolver cuentas con nosotros mismo. Por eso la Navidad se cae en pedazos. Eso sí,
envuelta en un deslumbrante papel de regalo.

27 de Diciembre de 1992

37
SEGUNDA PARTE

Ante el espejo

38
CAPITULO II

ENCUENTRO CON NOSOTROS

12. 10. 1492: EL CONFLICTIVO ESPEJO DE LA HISTORIA

“Oh, sal ya, hijo mío. Sal, sal, sal entre mis piernas… Sal, hijo de la traición… adorado hijo
mío, sal ya hijo de puta… cae sobre la tierra que ya no es mía ni de tu padre, sino tuya…
sal, hijo de las dos sangres enemigas…” le dice Marina la mexicana, la india Malintzin, la
mestiza Malinche, a su hijo. De ella y de Hernán Cortés conquistador de México (Todos los
gatos son pardos, de Carlos Fuentes). Ese es el terrible principio de esta América Latina
nuestra. Ese el sello de los hijos de una violación, y a la vez de una extraña seducción de
sangre, humo y violencia.

En la irrenunciable mezcla de la simiente de Cortés, Pizarro, Almagro y la del a mujer-tierra


americana, quedamos nosotros, con la lengua de Castilla y la imagen de Cristo; metidos
como una cuña en Occidente, y con la espalda sembrada de 497 años de pasado común,
de odios escondidos y de amores capaces de construir un continente nuevo y el mismo,
imposible sin Atahuallpa y Aguirre, inseparable ya para siempre.

¿Llegó la noche aquel octubre?. Llegó España y trastocó el mundo americano. Llegó y
con alma de conquistadora impuso, desde que Cristóbal Colón abrió las puertas de la
modernidad, como impusieron Inglaterra y Francia y Portugal y Alemania y Holanda en casi
todos los confines de la tierra, su forma de entender las cosas y, por supuesto, sus
condiciones para hacerlas. Y América, Africa, Asia y Oceanía, sintieron la fuerza
incontrastable, atrabiliaria, poderosa sin duda, del imperio de Occidente. Y a partir de
entonces se escribió una historia distinta, que es inevitablemente nuestra.

Aún no hemos resuelto ese pasado de padre violador y madre violada y consentidora.
Alguno de nuestros historiadores resolvió el asunto de un plumazo con la frase lapidaria de
que “La esclavitud no tiene historia”. Pero mal que le pese al historiador, (más allá de la
discusión en torno al concepto de esclavitud”, sí la tiene, y además hay que reconocerse
en ella.

La historiografía tradicional afirmó siempre que la Edad Media fue el tiempo de


oscurantismo. Cuando uno visita las catedrales de Chartres, o París, o Burgos, se pregunta
cómo era posible en un tiempo negro y miserable construir obras de tan sobrecogedora
belleza y de una espiritualidad tan profunda. La América colonial y la Bolivia colonial han
dejado testimonios tan sobrecogedores como los de aquella despreciada Edad Media. San
Lorenzo de Potosí, los evangelistas de Holguín, el “Arte de los metales” del padre Barba,
las composiciones de Juan de Araujo, y la mayor obra histórica – literaria americana, la
crónica de la Villa Imperial de Arzans y Vela son obras de indios, mestizos, criollos y
españoles que vivieron y construyeron una geografía cultural, social, económica y política,
sobre la que nacieron los paradójicos y fascinantes países latinoamericanos, liberados por
esos mismos indios, mestizos y criollos. En el camino quedaron el imperio de los Incas, el

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poder arrebatado, los mitayos muertos por miles en las minas y la pirámide cuya base de
trabajo y sacrificio fueron los originarios de América. Eso es lo que somos hoy, una Nación
mestiza culturalmente, con un fuerte ingrediente aymara – quechua, étnicamente no
mezclado con sangre española y un gran sentimiento de frustración y rencor.

Bolivia (ese nombre cuestionado por quienes defienden la idea de las naciones oprimidas
y sojuzgadas, y por quienes quieren volver a la supuesta perfección del Kollasuyo) somos
todos, más allá de los buenos o malos deseos. Nos toca a todos, y su destino no es
excluyente sino compartido. Si América después de Colón fue injusta y discriminadora, la
América india estaba muy lejos de la utopía de los nostálgicos. Hoy no cabe el ciego camino
de retorno a los orígenes. La sociedad postindustrial (incluso para los orgullosos asiáticos
y su milenaria cultura) tiene su eje en Occidente. El mundo no cambiará porque cerremos
los ojos y le demos la espalda. Quizás aprendamos a tocarnos mejor el ombligo, pero no
lograremos que ellos nos lo miren.

Nuestro futuro es la suma integral e inexcusable de nuestro pasado, con todos sus traumas
y problemas, pero también con sus glorias y pasos gigantescos hacia adelante. Somos
siete millones que no tenemos ya los brazos y las piernas moldeados por los hombres
anteriores al 12 de octubre. Nuestro cuerpo entero es el resultado complejo de ese
encuentro cataclísmico y heroico. Porque heroico y demencial fue el viaje de naufragios y
de hambre, de miedos y resoluciones, de naves quemadas y batallas delirantes, de pocos
hombres, mosquetes y caballos contra destellantes imperios anonadados. Heroica fue
también la resistencia interior de las almas, el silencio impermeable y los ojos helados que
esperaron. Heroica fue la batalla de culturas que sobrevivieron con toda su fuerza y su
presencia decisiva hasta hoy. Heroicos fueron los cercos del Cuzco y de La Paz y heroica
la guerra de esos olvidados que hicieron libres (aún con la observación sarcástica que
pueda hacerse del concepto de independencia lograda por los americanos en el siglo XIX)
a nuestras naciones, y paradójicamente las dividieron en un mapa imposible, semilla de
debilidades y de frustraciones.

Bolivia somos todos, con esta sangre, la que llevamos y de la que debemos estar
orgullosos, por aymara, por quechua, por la de cientos de pueblos asentados en este
territorio, o por española. Porque está inevitablemente mezclada, en nuestras venas y en
nuestra cultura.

En tanto no seamos capaces de resolver el conflicto con nuestro pasado, no podremos


encarar como Nación (la que objetan quienes estiman que Bolivia es un artificio
indefendible) la construcción de un futuro coherente, que no es el de la uniformidad, ni el
del país que concibió el nacionalismo de los cincuenta, sino aquella, plural y múltiple,
embarcada en una aventura cuyo estadio superior no es la atomización de las naciones
oprimidas, sino la integración en formas políticas regionales o continentales, que parece la
única respuesta posible a la transnacionalización a la que nos conducen las grandes
potencias industriales.

No es por nada que la idea de la gran patria americana, no pasa solamente por la vuelta al
pasado prehispánico, sino también por la realidad de los trescientos años de presencia

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española que permitieron la generación de ideas y de hombres que, como Bolívar y Santa
Cruz, pensaron en un destino común y no parcelado para este continente extraordinario,
que es lo que es por la totalidad de su tránsito histórico, y que tiene la fuerza que tiene por
el encuentro, ciertamente estremecedor, de dos culturas que cruzaron sus caminos para
siempre.

“… Tú deberás ser la serpiente emplumada, la tierra con alas, el ave de barro, el hijo de
México y España: Tú eres mi única herencia, la herencia de Malintzin, la diosa, de Marina,
la puta, de Malinche, la madre…” (Todos los gatos son pardos, Carlos Fuentes)

15 de Octubre de 1989

500 AÑOS: EL SIGNO DE LA CRUZ

Los dioses nos acompañan en la terrible soledad desde siempre. Nacemos solos y
moriremos solos. En el trance final, despojados de toda vestidura mundana, sólo ellos
están allí para responder ante el abismo que nos abre la muerte.

Ellos, Él, reflejan nuestra debilidad, la verdadera dimensión de los dioses de juguete en los
que a veces queremos convertirnos merced al ídolo de la razón, o al de la tecnología, o al
de la “civilización”, que nos tienden con frecuencia la trampa fatal de la soberbia.

Los americanos del sur vivieron el cataclismo de sus dioses, cuando desde el mar Pizarro
trajo el suyo implacable y poderos, que llegaba para aniquilar a aquellos que habían
sostenido desde siempre el mundo de los Andes. El universo se desplomó. Aquellos mitos,
aquellas profecías que presagiaban la derrota, comenzaron a cumplirse, enfrentando a sus
divinidades con el difícil momento de la desesperación.

La lengua y la cruz, las dos armas más poderosas de Europa, invadieron y tomaron
América. Occidente, montado en briosos y terribles caballos, sacó chispas de los cantos
rodados. La conquista inundó los corazones con ese dios incontenible que hablaba en
castellano.

Pero el compromiso primero del hombre con sus dioses no desapareció. Nació entonces
un mundo subterráneo, de silencios y complicidades. Los ritos y los símbolos no se
perdieron, porque los dioses andinos quedaron allí; ni el sol, ni las montañas, ni el agua,
pudieron enterrarse como se enterraron los ídolos de Tiahuanacu. Y el Dios de Occidente
tuvo que aceptar la “otredad”, la diferencia, la fuerza abrasadora del espacio americano.

El mundo colonial generó, a pesar de dominadores y de dominados, una realidad mezclada,


de mensajes entrecruzados, de mitologías fundidas, de una religión nueva y enriquecida.
El cielo de las escrituras bíblicas se pobló de lunas, soles y estrellas de los Andes, de
sirenas y de monos, de máscaras y grutescos, que representaban al otro cuerpo, el andino.
La madre del Dios de Judá se hizo tierra y renovó su fecundidad más allá del Salvador. La

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fiesta de la fe se multiplicó en santas y santos que, mediadores entre lo terreno y lo divino,
lo fueron también del otro cielo poblado de dioses – cerro, dioses – agua y dioses – sol.

Tres siglos después del cataclismo se hizo posible el nuevo tiempo. La cruz y el castellano
habían comenzado a tocas las raíces, se quedaban, se mezclaban en la sangre americana
irremediablemente. Pero no eran más los desafiantes signos que Europa trajo en las
carabelas, eran ahora hijos de un choque espantoso y padres de una nueva identidad. Los
dioses habían logrado sobrevivir pero no funcionaban más como antes, tuvieron que
pegarse a la piel de Jehová, de su madre y de su hijo, habían adquirido un nuevo rostro. El
rayo es ahora la espada de Santiago, del mismo matamoros que aquí fue mataindios y que,
quizás precisamente por ello, sale en hombros de indios en una procesión cualquiera de un
pueblo cualquiera a cuatro mil metros de altura, a diez mil kilómetros de distancia y
quinientos años después de la batalla de Granada.

Lo católico se apropió de América y se metió a su vez en esta piel para hacerse parte de
su cuerpo, de su reconocimiento, para acompañar a los hombres de aquí en el instante de
la muerte, para ello acuñó la imagen nueva del cielo y el infierno, del pecado y la salvación,
para tomar el punto más recóndito del alma, del que depende la relación esencial del
individuo consigo mismo y su destino. Logró asomar también al aymara, al quechua y al
guaraní, logró la oración fundamental al Padre en esas lenguas, transfiriendo la visión de
mundo de Occidente más allá del propio castellano. A su vez, pobló las alturas y los llanos
orientales de imágenes hermosas, de piedras labradas en fachadas al pie del Cerro Rico,
y de maderas preciosas convertidas en columnas salomónicas, en medio de la utopía
agustiniana, en el corazón de la selva amazónica.

Pero además la cruz fue, qué duda cabe, un instrumento de dominación, un mecanismo de
coerción y de terror. Si ese Dios omnipotente y omnipresente llegaba montado en un corcel,
blandiendo la espada toledana que cortaba cabezas sin piedad, tomando como suyo lo que
hallaba a su paso y reclutando miles de hombres para trabajar en las minas, no era
necesariamente una encarnación del bien. El Dios de Europa fue pues el del terremoto, el
de la destrucción y de la oscuridad, el del estupor y el del tiempo congelado.

Esa cruz paradojal terminó por tomar y ser tomada, por generar su propio universo, ya no
más indio ni europeo. La palabra, la buena nueva, el mensaje básico queda, pero más allá
está la nueva identidad encarnada en la liturgia y en la celebración, en la fiesta poblada de
imágenes maravillosas, de nombres, de mitos renovados, de referencias necesarias para
comprender, no sólo el camino de la salvación más allá de la muerte, sino este entrañable
ámbito terrenal.

La religión deja de ser sólo una referencia central del individuo para convertirse en un ancla
de la sociedad, una forma de explicarnos todos, una cuestión definitiva de nuestro pasado
y una explicación de nuestro presente. Es, por tanto, una pauta crucial de nuestra cultura.

La cruz tiene entonces un doble mensaje. El Dios de Occidente atrapado por América es
un referente inexcusable del pasado, logró hacerse nuestro, como lograron pervivir los
dioses del Ande que no dejan de acompañar al hombre en su íntima soledad.

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4 de Octubre de 1992

500 AÑOS: ENCUENTRO CON NOSOTROS

El estado nacional boliviano es una gran ilusión, es la representación de un deseo, es un


imaginario no cristalizado, porque no logra reflejar en el espejo social la imagen verdadera
e integral de una sociedad plural en todos los sentidos. Si el proyecto más serio para
construir una comunidad que pudiera verse a sí misma sin traumas no prosperó, es tiempo
de preguntarnos sin miedo, ¿por qué?.

A pocos días de recordarse el quinto centenario, un hotel de cinco estrellas de La Paz negó
la realización de un acto en sus salones al saber que muchas de las participantes eran
cholas (públicamente, como siempre en una sociedad que se asusta de sus propias
palabras, se ha preferido usar el término eufemístico de “mujer de pollera”). El alcalde
paceño respondió recordando una ordenanza de 1954 del primer gobierno de Paz
Estenssoro, en la que se establece que todos los bolivianos sin excepción cualquiera sea
su condición social, lengua, religión o raza, tienen el derecho de libre circulación y libre
ingreso a locales públicos. El incidente no se produjo en Johannesburgo o Pretonia, ocurrió
en La Paz, la ciudad más india de América, el eje contemporáneo del mundo aymara.
Mientras el discurso oficial se regodea en los logros de la Revolución de 1952, las cholas
paceñas requieren, en octubre de 1992, de un decreto supremo para poder entrar a un hotel
de lujo.

El mestizaje cultural es la mayor ilusión del último proyecto de nación. Pero en los hechos
la evidencia es inversa, pues lo cholo (la expresión más absoluta del mestizaje) sigue siendo
un rasgo asumido por la mayoría como símbolo de todo lo malo, como expresión de torpeza,
ignorancia, suciedad y sobre todo doblez. La expresión adjetiva de “¡cholo de mierda!” que
se suma a esa otra de viejo cuño de “¡indio de mierda!”, cuando no se dice se piensa, lo
que demuestra que ese extraordinario esfuerzo histórico no culminó y que los prejuicios
centenarios, sistematizados de modo implacable por Arguedas a principios de siglo, son
parte inherente del subconsciente colectivo, no sólo de la clase dominante, sino, lo que es
más grave, de la gran mayoría del país.

Nos movemos indecisos y desorientados por una triple negación. La burguesía que
conduce el país está convencida de que lo español es el rasgo más detestable de lo
europeo, la influencia anglosajona y germánica modela en su interior la idea de que el
fracaso histórico de Bolivia tiene que ver en mucho con la conquista española, en
comparación con el “exitoso” resultado de la colonización inglesa en el norte. Carga sus
apellidos castellanos, vascos o andaluces, con un cierto complejo de inferioridad, mientras
el resto de la sociedad ha bebido hasta la última gota los tópicos de un pasado que ya a
estas alturas es una caricatura. España es despreciada u odiada según el caso. Lo mestizo
es la paradoja del deseo intelectual enfrentado a los atavismos de la discriminación y de
otra negación (una ironía de la historia) de aquellos que, morenos con pómulos angulosos

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y ojos pequeños, se desesperan con el certificado de caucásicos o se cambian el apellidos
para “europeizarlo”. En tanto, el indio, cuya fuerza cultural milenaria es poder indiscutible,
genera gracias al 52 sus propios pensadores y pensamientos, pero se debate aún en la
búsqueda de su propia autodefinición, teme o detesta el gentilicio de indio, y se enfrenta a
la realidad de un proceso pavoroso de urbanización que le arrebata las raíces y el idioma.
La mayoría de los migrantes a las ciudades prefiere que sus hijos se eduquen en castellano,
porque la lengua de Pizarro es un arma más eficiente que la de sus abuelos.

Es que no hemos resuelto cuentas con el pasado, es que no nos atrevemos a hablar claro
los unos con los otros. Es que no somos tolerantes, es que el sistema de “apartheid”
inteligentemente planteado por el virrey Toledo en 1570, desde la óptica del conquistador
que quiere consolidar su dominio en los Andes, se perpetúa más allá de los quinientos años.

La negación multiplicada de nuestro pasado en ese complejo proceso en el que todos


tiramos piedras contra nuestro propio techo de cristal, no conducirá al país a resolverse a
sí mismo. No se trata ya de definir qué significó la llegada de Colón al continente, sino de
encontrarnos con nosotros mismos, y nosotros somos todos. No los aymaras, los
quechuas, los guaraníes, los criollos, los mestizos, los cambas o los collas. Distintos unos
de otros, sin duda, pero capaces de generar nuestras propias culturas y con el derecho de
ejercitarlas a plenitud para que vivan y nos identifiquen en nuestras diferencias, pero
compartiendo un espacio común sin exclusiones.

Eso no será posible sólo con la mirada al futuro, será posible si entendemos y asumimos
definitivamente el testamento que nos dejaron nuestros padres en esa conflictiva relación
traumática de la violación que engendró una nueva sociedad de modo irreversible.

El pasado no es, no puede ser, un gran túnel oscuro de miseria y excrementos. Si fuese
así, el resultado de hoy sería el de una montaña de miseria y excrementos. Es absurdo
afirmarse hoy negando el ayer, o peor aún, pretendiendo la ficción de un salto en el tiempo
capaz de prescindir de quinientos años, afirmando además que ese salto mortal permitió
mantener puros y transparentes los mitos y las utopías del pasado prehispánico, que hoy
son también un cofre de deseos de lo que a imagen y semejanza de lo que queremos hoy
decimos que fue ayer.

Si los hombres de los Andes no aceptan que la Wiphala y el pututu, símbolos cuasi sagrados
de su “otredad” son, igual que la pollera y el charango, hijos del mestizaje cultural, no habrán
asumido algo central: que el pasado no se hipoteca, ni se embarga, se asume o no se
asume. Si no somos capaces de entender que la lengua castellana y la religión católica
son ingredientes esenciales de nuestra identidad cultural, sin que eso sea en absoluto una
propuesta de exclusión, no entendemos nada.

Hace algunos días alguien destruyó el monumento a Isabel la Católica en Potosí. No


destruyó nada, para hacerlo tendría que dinamitar la Casa de la Moneda de Potosí, o San
Francisco de La Paz, o la Catedral de Sucre. No le alcanzaría la dinamita y probablemente
terminaría por dejar en escombros la nación.

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Resolver esta realidad no es una tarea fácil, porque la sociedad que heredamos está
traumatizada, cargada de complejos y se empeña además de vivir negándose a sí misma.
Quizás la primera tarea es empezar a decirnos la verdad sin eufemismos. Cuando seamos
capaces de mirarnos al espejo sin escupir nuestra propia imagen, habremos comenzado a
caminar en la dirección correcta, la de construir una sociedad que se parezca de verdad a
la utopía representada en la Whipala mestiza que flameó entre la multitud el 12 de Octubre,
quinientos años después.

18 de Octubre de 1992

498 AÑOS DESPUÉS

Decía Luis Espinal que su opción era mucho más significativa que nuestro destino. El había
decidido voluntariamente, por amor, adquirir la nacionalidad boliviana y, en consecuencia,
renunciar a la española. Nosotros no escogimos la nacionalidad, nacimos aquí, somos
bolivianos porque no nos queda otro remedio, para ponerlo en términos crudos. Y Luis
Espinal fue, como no podía ser de otra manera, reconocido como boliviano de excepción,
porque, en sus palabras, tiene más valor morir por una tierra que nacer en ella.

Lo notable es que hoy, en medio de la fuerza cada vez más creciente de las llamadas
naciones dentro de la nación, comienza a ponerse en tela de juicio la legitimidad de nuestros
derechos sobre un territorio que nos vio naces, a título de reivindicaciones de un pasado
injusto (que lo fue, y mucho) y de un presente también injusto.

Antes de la llegada de Diego de Almagro al territorio boliviano, hace 455 años, estaban
asentadas en lo que hoy es Bolivia culturas milenarias de mayor o menor rango, tanto en el
Occidente como en el Oriente. La conquista violento un orden, como lo habían violentado
(guardando debidamente las proporciones) varias veces antes los pueblos que se
asentaron en determinadas zonas y que, muchas veces, ejercieron la violencia sobre otros
pueblos de más antigua presencia en un determinado lugar. Desde que los viscachanenses
habitaron la meseta orureño-paceña hace 15.000 años (la fecha más antigua de vida
humana en el país que conocemos), han ocurrido muchas cosas. Entre otras, el desarrollo
expansivo de Tiahuanacu, la cultura que más nos enorgullece. Su abrupta desaparición
parece obedecer, ¡oh sorpresa!, a la posibilidad, que tiene cada vez mayores fundamentos
a través de investigaciones histórico-antropológicas, de que los tiahuanacotas sucumbieran
a manos de un pueblo llegado de las costas del Pacífico, belicoso y culturalmente mucho
menos sofisticado. Ese pueblo invasor sería nada más y nada menos que el pueblo
aymara. A su vez los aymaras sufrieron el intento de dominación incaico, y el conjunto de
los pueblos indígenas el de los soberbios conquistadores y colonizadores españoles.

La constitución de la República es también una historia muy particular, protagonizada por


doctores, mineros y terratenientes que no hicieron mucho caso de los derechos de las
llamadas comunidades originarias y construyeron un país de ilusiones y modelos

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afrancesados primero y anglófilos después. El Occidente del país hizo caso omiso del
Oriente, y determinó su identidad, su presente y su destino sobre la concepción andina,
sobre héroes andinos y sobre el supuesto de una nación de las alturas.

A su vez, en 1952 se estableció un concepto de modernidad uniformizadora que, igual que


el Virrey Toledo en 1570 aunque por razones obviamente muy distintas, intentó construir
un país mestizo, uniformizado, integrado y castellanizado, más allá de las diferencias, o
mejor, prescindiendo de ellas. Fue, con todo, el intento más verdaderamente democrático
de los hechos a lo largo de nuestra historia para construir un Estado coherente.

Visto este contradictorio mosaico, es tiempo de dejar algunas cosas en claro. La primera,
que es una realidad incontrastable que somos una nación pluricultural, multiétnica y
plurilingüe (disculpe el lector la horrorosa terminología), a la que debe respetarse en su
complejidad y cuya unidad debe formarse sobre la base de sus diferencias. La segunda,
que esto no debe llevarnos a las radicalizaciones, con sus “propios” territorios (que se
superpondrían irónicamente unos sobre otros en una trama imposible), sino probablemente
al estudio de un proceso de descentralización real en el que no debe descartarse un modelo
como el de la España democrática, el de las autonomías. La tercera, es que aquí como en
muchos países con denso pasado, el concepto de lo originario es más que discutible como
criterio de mayores o menores derechos de nacionalidad y de territorialidad. Asumiendo
que aceptamos a plenitud el respeto a la cultura, al idioma y a la propiedad primigenia (hasta
donde el término lo permita), la circunstancia de llevar un apellido de origen hispánico (que
muchos aymaras y quechuas llevan también sin conflicto alguno) ni quita ni pode derechos.
Parecerá una disquisición absurda, pero no lo es en tanto crezcan las posiciones que
plantean el criterio de los “verdaderos dueños del país” o el de “los usurpadores” o el de la
“entelequia denominada Bolivia”.

14 de Octubre de 1990

500 AÑOS MIRANDO EL FUTURO

El desmoronamiento del paradigma nacional revolucionario sobre el que se diseñó un


modelo de nación en 1952, ha puesto en tela de juicio los conceptos centrales de lo que
entendemos por país, y en consecuencia ha removido toda la visión de la cultura boliviana
que, coherente con los cambios radicales que se estructuraron entonces, se había
establecido sobre la idea de una Bolivia unitaria, mestiza, monolingüe y católica.

La propia revolución gestó en su seno a los intelectuales contestatarios que, a partir de los
años setenta y sobre todo en la última década, cuestionaron y cuestionan esa idea que les
parece asfixiante y excluyente.

Lo alternativo hoy, es la llamada “otredad”, la diferencia, la reafirmación de las identidades


culturales y étnicas que coexisten en el mismo territorio. La reivindicación de las naciones

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dentro de la nación. La tesis, apuntalada primero por cientistas sociales (muchos de ellos
extranjeros), fue tomando cuerpo y comenzó a ser defendida por aymaras y quechuas que,
surgidos de la universidad posrevolucionaria, cuestionan la paternidad de ese estado
uniformizador.

Paralelamente, la emergencia del oriente con toda su fuerza económica y su dinámica


creadora, atacó también al centralismo hegemónico identificado en la gran urbe andina.
Desde Santa Cruz de la Sierra comienza a escribirse una nueva visión del pasado, se
revaloriza la historia del Este, los momentos fundacionales prehispánicos; la extraordinaria
realidad de la utopía en la tierra con las misiones de Chiquitos y de Mojos y las ideas
autonomistas del XIX, hasta culminar en la “sacrosanta” batalla de las regalías a mediados
de los años cincuenta.

No es, ciertamente, la misma visión que la del mundo indígena mayoritario de quechuas y
aymaras, pero es, sin duda, un cuestionamiento al estado y a la nación entera. Las etnias
por un lado, los grupos cívicos de presión por el otro, interpelan al poder central, lo
cuestionan y exigen la refundación de la idea de nación.

La propuesta de 1952 parece no funcionar más, a pesar de algunos elementos notables


como la integración, la vertebración, la idea de un mestizaje cultural que incorpora y une,
frente a una diversidad que había caminado, merced a la explotación, la chatura intelectual
y moral de la clase dominante, por la vía de una sociedad racista y segregacionista.

El debate intelectual, por tanto, no es el ejercicio vacío de unos pocos investigadores, es el


debate por la captura del futuro.

La construcción de un nuevo paradigma no pasa por el camino sencillo del voto


parlamentario, pasa por esta discusión fundamental en la que todos nos jugamos el
porvenir, y que demuestra una vez más que la reflexión intelectual es no solo necesaria
sino indispensable; la interpretación de la historia, su construcción, es una tarea esencial
que no puede descuidarse.

Bolivia no puede continuar más sobre la base de un andinocentrismo que si bien refleja un
pasado que gravitó en la faja occidental del país de modo primordial, no explica la totalidad
del territorio y la población que hoy se descuelga de las montañas a los valles y los llanos.
Ese “otro” país tiene también derecho a encontrarse en el pasado, a mirarse en un espejo
que refleje su imagen y no solamente la de los rasgos duros de pómulos salientes y la
majestuosidad del altiplano y los Andes.

Resolver la nación por la incorporación y el consenso y no por la confrontación, es difícil


pero debe hacerse. Para lograrlo debiéramos ser capaces de superar los traumas del
pasado (no solo el colonial, sino también el republicano, quizás más secante e injusto hasta
el 52 que los 300 años anteriores). Debiéramos reconocernos en la diversidad y aceptar
que una nación multiétnica no renuncia a la modernidad porque respeta las lenguas de
todos, como no renuncia a sus identidades porque busque entenderse desde adentro y
hacia afuera en la lengua castellana. Debiéramos creer que las comunidades originarias,
respetadas en su espacio centenario y en su particular forma de desarrollo político y

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democrático, no son antagónicas con un desarrollo económico moderno (aún el de la
economía de mercado), que los territorios indígenas pueden no significar cotos cerrados e
intocables, sino ámbitos de desarrollo, de tecnologías aplicadas y de respeto al medio
ambiente, en una nación débil que necesita coherencia y un mínimo de unidad para
sobrevivir en el terrible mundo de hoy.

Debiéramos construir el discurso integrador sin fundamentalismo, ni culturalista, ni étnico,


ni regional, pero con la mente abierta a su importancia central, entendiendo que unos se
ocupan de la región, otros del pueblo chico, otros de la etnia o de la comunidad, pero que
alguien tiene que ocuparse de Bolivia.

No es fácil leer la historia y plantear la concertación. Ha corrido mucha sangre, se ha hecho


mucho daño, y se han cometido demasiadas injusticias. Pero el tiempo de la revancha es
inútil, suele conducir al sin sentido y a la muerte colectiva. Mirar Yugoslavia es más que
suficiente para entenderlo.

En todo caso, 1985 no significó simplemente el certificado de defunción de un modelo


económico, sino la evidencia de la crisis, quizás terminal, de ese notable esfuerzo de hacer
de Bolivia realmente un país, que intentó la generación del Chaco a través de la revolución
de Abril.

Hoy nos toca, entre todos, establecer una nueva propuesta que nos permita convivir en paz,
mantener la identidad como nación y consolidar, o probablemente construir desde cero algo
esencial: el orgullo de ser lo que somos y la seguridad de que el futuro puede
pertenecernos.

27 de Septiembre de 1992

500 AÑOS MIRANDO EL FUTURO

El desmoronamiento del paradigma nacional revolucionario sobre el que se diseñó un


modelo de nación en 1952, ha puesto en tela de juicio los conceptos centrales de lo que
entendemos por país, y en consecuencia ha removido toda la visión de la cultura boliviana
que, coherente con los cambios radicales que se estructuraron entonces, se había
establecido sobre la idea de una Bolivia unitaria, mestiza, monolingüe y católica.

La propia revolución gestó en su seno a los intelectuales contestatarios que, a partir de los
años setenta y sobre todo en la última década, cuestionaron y cuestionan esa idea que les
parece asfixiante y excluyente.

Lo alternativo hoy, es la llamada “otredad”, la diferencia, la reafirmación de las identidades


culturales y étnicas que coexisten en el mismo territorio. La reivindicación de las naciones
dentro de la nación. La tesis, apuntalada primero por cientistas sociales (muchos de ellos
extranjeros), fue tomando cuerpo y comenzó a ser defendida por aymaras y quechuas que,

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surgidos de la universidad posrevolucionaria, cuestionan la paternidad de ese estado
uniformizador.

Paralelamente, la emergencia del oriente con toda su fuerza económica y su dinámica


creadora, atacó también al centralismo hegemónico identificado en la gran urbe andina.
Desde Santa Cruz de la Sierra comienza a escribirse una nueva visión del pasado, se
revaloriza la historia del Este, los momentos fundacionales prehispánicos; la extraordinaria
realidad de la utopía en la tierra con las misiones de Chiquitos y de Mojos y las ideas
autonomistas del XIX, hasta culminar en la “sacrosanta” batalla de las regalías a mediados
de los años cincuenta.

No es, ciertamente, la misma visión que la del mundo indígena mayoritario de quechuas y
aymaras, pero es, sin duda, un cuestionamiento al estado y a la nación entera. Las etnias
por un lado, los grupos cívicos de presión por el otro, interpelan al poder central, lo
cuestionan y exigen la refundación de la idea de nación.

La propuesta de 1952 parece no funcionar más, a pesar de algunos elementos notables


como la integración, la vertebración, la idea de un mestizaje cultural que incorpora y une,
frente a una diversidad que había caminado, merced a la explotación, la chatura intelectual
y moral de la clase dominante, por la vía de una sociedad racista y segregacionista.

El debate intelectual, por tanto, no es el ejercicio vacío de unos pocos investigadores, es el


debate por la captura del futuro.

La construcción de un nuevo paradigma no pasa por el camino sencillo del voto


parlamentario, pasa por esta discusión fundamental en la que todos nos jugamos el
porvenir, y que demuestra una vez más que la reflexión intelectual es no solo necesaria
sino indispensable; la interpretación de la historia, su construcción, es una tarea esencial
que no puede descuidarse.

Bolivia no puede continuar más sobre la base de un andinocentrismo que si bien refleja un
pasado que gravitó en la faja occidental del país de modo primordial, no explica la totalidad
del territorio y la población que hoy se descuelga de las montañas a los valles y los llanos.
Ese “otro” país tiene también derecho a encontrarse en el pasado, a mirarse en un espejo
que refleje su imagen y no solamente la de los rasgos duros de pómulos salientes y la
majestuosidad del altiplano y los Andes.

Resolver la nación por la incorporación y el consenso y no por la confrontación, es difícil


pero debe hacerse. Para lograrlo debiéramos ser capaces de superar los traumas del
pasado (no solo el colonial, sino también el republicano, quizás más secante e injusto hasta
el 52 que los 300 años anteriores). Debiéramos reconocernos en la diversidad y aceptar
que una nación multiétnica no renuncia a la modernidad porque respeta las lenguas de
todos, como no renuncia a sus identidades porque busque entenderse desde adentro y
hacia afuera en la lengua castellana. Debiéramos creer que las comunidades originarias,
respetadas en su espacio centenario y en su particular forma de desarrollo político y
democrático, no son antagónicas con un desarrollo económico moderno (aún el de la
economía de mercado), que los territorios indígenas pueden no significar cotos cerrados e

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intocables, sino ámbitos de desarrollo, de tecnologías aplicadas y de respeto al medio
ambiente, en una nación débil que necesita coherencia y un mínimo de unidad para
sobrevivir en el terrible mundo de hoy.

Debiéramos construir el discurso integrador sin fundamentalismo, ni culturalista, ni étnico,


ni regional, pero con la mente abierta a su importancia central, entendiendo que unos se
ocupan de la región, otros del pueblo chico, otros de la etnia o de la comunidad, pero que
alguien tiene que ocuparse de Bolivia.

No es fácil leer la historia y plantear la concertación. Ha corrido mucha sangre, se ha hecho


mucho daño, y se han cometido demasiadas injusticias. Pero el tiempo de la revancha es
inútil, suele conducir al sin sentido y a la muerte colectiva. Mirar Yugoslavia es más que
suficiente para entenderlo.

En todo caso, 1985 no significó simplemente el certificado de defunción de un modelo


económico, sino la evidencia de la crisis, quizás terminal, de ese notable esfuerzo de hacer
de Bolivia realmente un país, que intentó la generación del Chaco a través de la revolución
de Abril.

Hoy nos toca, entre todos, establecer una nueva propuesta que nos permita convivir en paz,
mantener la identidad como nación y consolidar, o probablemente construir desde cero algo
esencial: el orgullo de ser lo que somos y la seguridad de que el futuro puede
pertenecernos.

27 de Septiembre de 1992

CARNAVAL: LOS NUEVOS CAPORALES

Cascabeles en las botas, pecho semidescubierto, saltos acrobáticos, el mundo a los pies…
Los caporales están en las calles. Por primera vez, los cuatro puntos cardinales de la
ciudad han sido tomados por un baile que había transitado solamente por la vereda de lo
popular. Una estética, una forma de expresión que había estado expresamente omitida
como reflejo de la totalidad de la sociedad boliviana, empieza a transformarse en un símbolo
de identidad. La identidad es, en esa dimensión, un proceso de construcción muchas veces
inconsciente. El caso del carnaval es un notable ejemplo de como una nación va
construyendo sus paradigmas entre el enfrentamiento, la captura y la mutua conquista.

El carnaval tal como lo entendemos y valoramos hoy va parejo a la evolución de una


sociedad enquistada por siglos, que fue progresivamente asumiéndose en su realidad. La
superposición de fiestas rituales del mundo campesino, de fiestas religiosas católicas y el
carnaval traído de occidente, terminó por conformar lo que hoy es orgullo de todos. Así,
comienzan a confluir quienes no solo no se tocaban sino que se rechazaban, el patrón no
bailaba con el pongo, el patrón imitaba las mascaritas, pierrots y colombinas venecianos

50
(los cholos inventaron en cambio con un original y bello toque propio, el pepino), mientras
en el campo quechuas, aymaras y orientales bailaban en una sinfonía de colores y de ritmos
musicales absolutamente distintos, la perpetuación de su pasado. Ni unos ni otros
sospechan que la dinámica del folklore terminaría derrotando esos compartimentos
estancos. Así, el danzanti, los diablos y los morenos, trasladarían al mundo indio la colisión
cultural con occidente, y un auto sacramental que refiere la derrota de Luzbel se
transformaría en el símbolo pagano religioso más caracterizado del carnaval más famoso
del país. La fiesta de la Virgen del Socavón fue prestada al carnaval, mientras los
arlequines eran derrotados por los bailarines descolgados del altiplano y los valles en las
grandes ciudades. El carnaval a la europea que La Paz, Cochabamba y Santa Cruz
desarrollaron exclusivamente para “gente bien” fue inevitablemente desplazado. La
revolución de 1952 dio un espaldarazo a ese cambio con la irrupción de los festivales
indígenas. Las plumas multicolores, las tarkas y las quenas dejaron de estar aisladas en el
ámbito rural, pero siguieron todavía como música de indios y para indios. El patrón
comenzó a ver, mal que le pesara, a los ex - colonos circulando por las calles de “sus”
ciudades al ritmo de una música monótona y repetitiva para sus oídos.

Imperceptiblemente los aymaras y quechuas se encholaron en la ciudad y la impregnaron


de sus elementos culturales, pero, igual que en las viejas ciudades coloniales, sus fiestas y
celebraciones no rompían los límites de la muralla ya inexistente pero infranqueable de los
viejos barrios de indios impuestos por el Virrey Toledo. Al despuntar los años sesenta
Oruro, por ejemplo, era ya un carnaval importante, pero los caballeros lo ignoraban. Bolivia
se mostraba mestiza cada vez con menos vergüenza de sí misma.

Hacía mediados de los setenta, Oruro y Santa Cruz habían construido ya una tradición
carnavalera, en los Andes con la fuerza del pasado colonial mestizado, en el llano con la
influencia de la Tarasca (remembranza europea del Apocalipsis), los aires afros del Brasil
y una lógica “aristocrática” que todavía pervive.

Cuando en La Paz la fiesta del Señor del Gran Poder cruzó el rio Choqueyapu y logró que
sus bailarines bajaran por la Mariscal Santa Cruz y el Prado, la fiesta chola había
comenzado a ganar una batalla que obligó al ex – patrón a aceptar que “su” ciudad quizás
nunca había sido suya.

De pronto, los estancos se abrieron. Los jóvenes de la clase media primero y de la


burguesía después, descubrieron la sensualidad y el erotismo de determinada música
folklórica. La promesa a la Virgen del Socavón de bailar por lo menos tres años en Oruro,
que había sido resorte de la minúscula clase media y acomodada de Oruro, comenzó a
extenderse lentamente a las ciudades más próximas. En tanto, una Virgen “advenediza”,
la de Urkupiña, era la patrona de la nueva fiesta estrella en Cochabamba. El carnaval se
alarga en el año y se vuelve una rueda (como la de la fortuna) en la que los extremos se
tocan.

A la vuelta de un par de años, la burguesía paceña y cochabambina empiezan un proceso


de apropiación. La música mestiza ha seducido a los ex – patrones, que finalmente bailarán
en la misma fiesta con sus ex – colonos. Han pasado varios siglos y una revolución para

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que eso ocurra. En el interín una estética de espectáculo sensual – sexual con aire de
carnaval de Rio ha ido tomando lugar en la fiesta india. La aparición de travestis, el
progresivo y desbocado reducir de las polleras hasta convertirlas casi en cinturones que
exhiben a plenitud las piernas enfundadas en medias de nylon y bombachas de primorosos
encajes blancos, han impuesto una nueva idea de belleza en un carnaval que seduce a
todos. En poco tiempo las señoras respingadas y los caballeros que jamás en su vida
hubieran sospechado que se matarían por enfundarse botas doradas y con ruido de
cascabeles, tomas las calles y bailan e inventan pasos y transpiran y disfrutan y aman el
baile más que la vida misma. Bailar en Oruro es un honor, aunque les toque el puesto 47
precedidos por ex – mineros relocalizados, dueños de flotas de micros y prósperas
maestras mayores de mercado. Los estudiantes, toleran siete aplazos pero no el rechazo
de una comparsa en la entrada universitaria. Las ciudades de occidente han sido tomadas
por el carnaval mestizo. Unos se apropian de otros. Aún en Santa Cruz, la saya intenta
una valerosa presencia en medio de la tradición camba.

Aunque por ahora los ex – patronos sólo bailan de caporales, con el látigo en la mano por
si las dudas. No son ni chutillos, ni llameros, ni auqui auquis. Han escogido un baile en el
que la belleza y la soberbia se mezclan. Al fin y al cabo cada cual intenta representar su
propio papel, aún en el carnaval.

26 de Febrero de 1995

UNA GAVILLA DE LADRONES

Hace algunos días, un buen amigo comentaba que este país ha sido gobernado desde
1825, salvadas escasas excepciones, por una gavilla de ladrones. Visto lo que hoy es
Bolivia, la afirmación pareciera estar corroborada por los hechos, pero quizás habría que
preguntarse si al revés de esa visión apocalíptica a la luz de los resultados, no debiéramos
reflexionar si la sola supervivencia de nuestra nación como entidad independiente y vigente,
no es una demostración de que, a pesar de los difíciles avatares históricos, hemos sido
capaces de preservar la integridad boliviana haciendo honor al hondo pedido del Mariscal
de Ayacucho.

La independencia de Bolivia supuso el quiebre de una unidad histórica y el de una unidad


política. Histórica, en la medida en que se dividió un escenario geográfico vinculado por
milenios. El concepto totalizador del término Perú en lo que se refiere a nuestro ámbito,
incluía el área de influencia del Cuzco en el norte, el acceso al Pacífico por las desérticas
costas entre Antofagasta y Matarani en el oeste, la frontera monumental de la selva en el
este, los territorios del Chaco en el sur y tenía su corazón en las alturas mineras de los
Andes. Política, al separar a Charcas del Virreinato del Río de la Plata que desde el siglo
XVIII había establecido nuestro cordón de unidad con Buenos Aires.

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El nuevo país nació para responder a los intereses de autogobierno de la clase poderosa y
letrada de Charcas, que ensayó así una autonomía económica sobre intereses inmediatos
y concretos, pero sin la capacidad de asumir el desafío que esa autonomía implicaba.

El pecado original y central de los doctores charquinos fue la idea de construir una sociedad
a imagen y semejanza de los modelos europeos, apoyada en las espaldas de una mayoría
abrumadora de quechuas y aymaras, en base al expediente sumario de la imposición, la
expoliación inmisericorde y el uso de mano de obra prácticamente gratuita. Esa ceguera
fue casi suicida para el desarrollo de Bolivia, y una las razones que explica el atraso
comparativo con el que llegamos a la mitad del siglo XX, en relación a la mayoría de las
naciones americanas.

El otro entuerto irresuelto hasta hoy, fue el de encarar una inmensidad geográfica con una
población reducidísima, pero sobre todo divorciada totalmente de la elemental premisa de
que sólo la presencia física de población sobre territorio garantiza la soberanía y el dominio
de la tierra. Bolivia fue siempre una ficción dibujada en los mapas, y la prueba de ello es
que entre 1825 y 1935 el país perdió la mitad de un territorio que, si bien le pertenecía por
derechos históricos y jurídicos, en los hechos nunca controló.

Hasta 1952 el país era, o creía ser, los Andes: El Occidente. Esa concepción prescindió de
su área geográfica más grande volcada en los llanos amazónicos, porque igual que había
ocurrido con sus lejanas fronteras perdidas por las armas, no existía vínculo permanente e
integrador de carreteras o ferrocarriles. Vencer los muros andinos era una tarea titánica
para una sociedad que apenas podía dominar el orden interno del pequeño mundo que
precariamente unían La Paz, Oruro, Potosí, Sucre y Cochabamba. Ese mezquino teatro de
operaciones fue suficiente para armar un complicado y turbulento rompecabezas de poder
que consumió muchos talentos y muchos esfuerzos. El andinocentrismo de Bolivia fue, qué
duda cabe, uno de los frenos mayores para su crecimiento.

Finalmente, producir, comerciar y exportar en un territorio tan grande, con una geografía de
accidentes superlativos, en un mapa dibujado exactamente en el nudo de América del Sur,
fue y es una tarea particularmente compleja.

Los doctores que fundaron la nación no adivinaron siquiera el tamaño del empeño en el que
nos pusieron a todos. El quiebre de una continuidad histórica, étnica, cultural y política no
podía hacerse gratis, tuvo un costo monumental que aún pagamos hoy. Si a todo este
panorama le sumamos los factores externos de influencia que determinaron el transcurso
de la historia latinoamericana de modo singular, tendremos un cuadro más o menos
completo de la magnitud del problema y, quizás, de la magnitud de la hazaña.

Es cierto que en gran medida, los hombres que crearon la nación no estuvieron a la altura
del trance, porque respondieron en su mayor parte a intereses pequeños, a una visión
provinciana y mezquina de las cosas, y sobre todo nunca estuvieron dispuestos a aceptar
que esta país, el más indio de cuantos nacieron en este continente, no podía forjarse en un
espejo mentiroso al que escupieron sistemáticamente en cuanto en él se reflejaban los

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rostros indios y mestizos de culturas que no respondían a los moldes míticos del “progreso”
concebido por la ilustración europea.

Pero no es menos cierto que en una apuesta de probabilidades, la supervivencia de Bolivia


en esas condiciones hubiera recibido una proporción en contra de 50 a 1, y sin embargo
aquí estamos, intentando consolidar una sociedad democrática que supere sus taras
esenciales traducidas en los indicadores sociales más bajos de América del Sur.

Resumir nuestra difícil historia en un país gobernado por una gavilla de ladrones me suena,
a pesar de todo, injusto. Desde cualquier óptica que se mire, la de los dominantes o la de
los dominados, podemos encontrar nombres notables y descubrir que la existencia de la
nación es en sí misma un hecho posible por la grandeza de personajes que fueron capaces
de nadar contra la corriente de una elite mediocre, de establecer instituciones, de sembrar
ideas de cambio, de intentar consolidar una unidad en la diversidad, que recién comienza
a pensarse hoy como tal, pero que tuvo a sus creadores intuitivos hace más de un siglo y
medio.

Bolivia nación pluricultural y multiétnica como rezará nuestra Constitución en breve, creada
como entidad tan autónoma como artificial hace más de siglo y medio, debe resolverse a sí
misma en sus insuficiencias y sus tremendas limitaciones más allá de cualquier lamentación
por el pasado, aprendiendo de lo que se hizo mal, pero también aprendiendo del notable
ejemplo de miles de bolivianos que nos legaron algo que parece elemental pero que no lo
es tanto, su propia existencia. Sucre tenía razón de visionario cuando pidió con dramática
lucidez un solo premio, la preservación de esta entrañable heredad.

4 de Abril de 1993

¿PAIS INVIABLE O ÉLITE INVIABLE?

Hace un par de semanas el Presidente en su mejor (y arriesgado) estilo y en medio de una


cruda y honesta autocrítica, dijo que si el país no tomaba determinadas medidas podría ser
inviable, o puesto de otra manera, el país es inviable si…

He estado reflexionando profundamente sobre el tema. Más allá de la inconveniencia de


que un Presidente lo diga, es un razonamiento serio. Determinadas corrientes de
pensamiento (entre las que no está la frase de Gonzalo Sánchez de Lozada) que tienen
profundas raíces tanto dentro como fuera de Bolivia, afirmar aquí y fuera de aquí, que la
propia existencia de esta nación es un verdadero milagro que contradice la lógica histórica.
Este punto de vista ciertamente hiriente, encierra además de su valoración global una
implícita postura racista vinculada a la vieja idea de que el desarrollo de las naciones
americanas está estrechamente relacionado al flujo migratorio europeo que inyectó la
dinámica del crecimiento (y de la civilización, si leemos entre líneas) y la dirección “correcta”
de nuestra sociedad. La presencia mayoritariamente indígena en la sociedad boliviana es,

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en el sustrato de ese razonamiento, un factor determinante de su atraso comparativo y de
imposibilidad en el largo plazo de proyectarse como una nación con futuro.

La dimensión del crecimiento y del desarrollo ha estado profundamente vinculada a una


realidad que está más allá de cualquier consideración subjetiva. La conquista europea de
América y la inserción del continente en el mundo occidental determinó las líneas del
crecimiento y progreso de este hemisferio y el liderazgo universal de occidente a partir del
siglo XIX. Ese condicionante estableció reglas de intercambio económico y de filosofía
política, que encorsetaron a la sociedad mundial y muy específicamente a la americana en
parámetros cartesianos, frecuentemente calzados a la fuerza sobre la realidad de nuestras
naciones, y por encina de lo que su masa mayoritaria opinara (opinión que, por otra parte
a nadie se le ocurrió jamás consultar). La relación de poder colonial determinó que una
lógica tomara como válido un determinado mundo y la visión que de él se tenía, y presupuso
que ese mundo era el único posible y bueno para todos. Esa gigantesca y traumática obra
masiva de ingeniería social, marcó a fuego nuestro destino en el escenario de la historia
por medio milenio, es decir, en una etapa que conforma o deforma de manera muy profunda
a cualquier comunidad humana.

Pues bien, a una sociedad como la nuestra le tocó una particular circunstancia adicional,
cortado el cordón umbilical con su referente “natural”, la vieja estructura del virreinato
peruano, quedó aislada en el macizo andino en manos de un minúsculo grupo que por
diversas razones (sus inmediatos intereses económicos la más importante) decidió llevar
adelante su proyecto de nación.

Si ese proyecto hubiese asentado sus reales en las más elemental lógica (occidental), se
hubiese percatado del sinsentido mayúsculo de imponer patrones de crecimiento,
desarrollo, estructura política y cultural, sobre una gigantesca masa quechua – aymara a la
que no contentos con someter, explotaron progresivamente hasta los límites de la
esclavitud, arrebatándoles sus tierras y colocándolos al servicio de la explotación de sus
riquezas (las de los conductores de élite de la sociedad). Como proyecto de nación dio el
resultado que hoy conocemos, como proyecto inmediatista de perpetuación de poder fue
un verdadero éxito.

El país se hizo a pesar de sí mismo, y la élite gobernante arrastró hasta donde pudo su
utopía (tan restrictiva como la democracia del voto calificado). La integración llegó muy
tarde (1952) y no fue total, porque los prejuicios acuñados a partir de la notable acción
colonial del Virrey Toledo se habían aherrojado sobre la sangre, la violencia, la intolerancia
y la discriminación.

El proyecto era inviable desde el mismo 6 de agosto de 1825, pero increíblemente


sobrevivió, probablemente por la lucidez de unos pocos hombres excepcionales dentro de
esa casta miope y egoísta que manejó Bolivia en tantos años, y probablemente también
porque la profunda raíz cultural de las etnias principales de Bolivia tiene unas reservas de
sobrevivencia y tozudez que explican el lugar que ocuparon en los Andes durante los dos
mil años anteriores a la llegada de Diego de Almagro.

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Como siempre, sin embargo, el resultado de la historia no es el producto del voluntarismo
sino de la realidad de los hechos. La irrupción arrogante y aparentemente incontrastable
de occidente desde el siglo XV, no dejó un margen a la pluralidad y la tolerancia hasta bien
avanzado el siglo XX. En ese contexto, los hombres del siglo XIX actuaron en
consecuencia, mediatizada por la mezquindad de sus intereses y muchas veces por la
chatura de su personalidad.

Podrá discutirse (y será estéril) cuáles eran las opciones alternativas de ese país aislado y
desde 1879 encadenado a las alturas, con un desarrollo económico incipiente y con una
mayoría indígena tan lejos de los parámetros de Occidente como lo estamos de la Luna, y
quizás se concluya en que eran muy pocas. Pero eso no exime a quienes siempre han
gobernado Bolivia de la reproducción hastiante de la ineficiencia, la corrupción, el
inmediatismo y la protección paradójicamente suicida de sus pertenencias y conveniencias.

La élite dominante boliviana ha sido y es mediocre, ha sido y es poco patriota, ha sido y es


alienada, ha sido y es incapaz de entender a su país y lo que es peor, casi nunca siquiera
lo ha intentado.

No es, como puede verse, un problema estrictamente vinculado a si la propuesta es liberal,


si el marxismo o la economía mixta, si el capitalismo es un desastre o si el imperialismo nos
asfixia, es algo más grave y profundo. La reflexión del Presidente exige detenerse y pensar,
aunque el eje de la preocupación debe apuntar más que al país y lo que este representa a
los pocos que durante centurias manejaron las cosas como las manejaron y las manejan.

13 de Febrero de 1994

CAPITULO III

LA IDENTIDAD CASI PERDIDA

EL JUEGO CASI PERDIDO DE LA IDENTIDAD

Mientras en una de las puntas del ovillo de nuestra educación los niños aymaras “aprenden”
en castellano, sobre textos incomprensibles en los que aparecen tortas, amapolas, camellos
y mundos próximos a la ficción que no probaron ni vieron nunca en medio del desolado
altiplano; en la otra, los “pilgrims del Mayflower” son protagonistas de la historia, celebran
el San Valentín day y el Halloween, piden regalos a Papá Noel y tomas “corn flakes” de
desayuno, todo eso en escrupulosa lengua inglesa, en un colegio de la aymarísima ciudad
de La Paz. Unos y otros tienen problemas de bilingüismo, unos y otros terminarán
comprendiendo las cosas a medias, unos y otros aprehenderán nuestra compleja realidad
fragmentariamente. Hasta allí los parecidos.

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Con media cabeza en Miami los jóvenes educados en lengua inglesa, pasarán (si sus notas
lo permiten) por Yale o Harvard o Cornell, o quizás solamente por alguna universidad de
Buenos Aires, Santiago o Rio. Son los futuros tecnócratas neoliberales poco dados a
consideraciones en torno a nuestra cultura, poco seducidos por un país cuya constitución
conocen mucho menos que las enmiendas a la Carta Magna estadounidense, y cuya
historia apenas han mirado de reojo, ocupados como estaban en las peripecias de
Washington, Lincoln o Jefferson.

Con media cabeza en el arado, en la supervivencia diaria, en la adaptación a la ciudad


hostil, educados a las patadas, olvidados de su propia lengua, abandonados en el mundo
del castellano sin consideración alguna, conducidos a tropezones por profesores poco
ilustrados y pésimamente pagados, por los contradictorios vericuetos del curriculum
nacional, llegan prácticamente desarmados a su encuentro con la vida de la literalidad.
Entre ambas puntas, claro, está el gran sandwich de la clase media urbana, siguiendo el
rumbo mediocre de una educación que continúa apoyada en los parámetros de la vida pre-
informática en los umbrales del siglo XXI.

En tanto, la “aldea global” pensada por MacLuhan funciona a plenitud, la televisión invade
los hogares de nuestras ciudades con un coctel de estímulos que día a día va
descomponiendo en caleidoscopio incomprensible nuestra relación con el exterior, con el
país y con nosotros mismos.

Desprotegidos como estamos, atacados por todos los flancos desde el espacio por los
fascinantes satélites y desde nuestro propio vértice por un sistema educativo que, para decir
lo menos, es deprimente, la base de nuestro cuerpo de identidad comienza a
resquebrajarse cuando aún no ha sido del todo moldeado.

La minúscula sociedad intelectual del país produce desesperadamente trabajos, ensayos y


estudios que nadie lee.

No leen los analfabetos, no leen los semialfabetos, no lee casi nadie. Los niños atrapados
en las redes de la imagen, los adultos en las de la indolencia. Quienes gobiernan no tienen
ni tiempo ni ganas para leer. El pasado es una referencia nebulosa de fechas y situaciones
que con aburrimiento recuerdan mal los colegiales. Nuestra cultura es una referencia
mirada despectivamente por el caballero neoliberal desde su brioso corcel de libre mercado.
Con suerte, algún sector de la burguesía opta por la adquisición de cuadros de firma,
vinculados al status y a la inversión de mediano plazo. Unos buscan un terreno en las
estribaciones del Alto y algún puesto para vender salteñas recalentadas, o mentisán y
aspirinas de contrabando, los otros preparan anualmente un par de semanas de playa en
Boa Ratón o, alguna vez, un periplo europeo, los del medio en tanto se alistan cada mañana
a pasar largas horas en el aburrido sillón de sus escritorios de burócratas.

Vivimos en un mundo revoltoso y cambiante que no se conmisera de nuestro corazón ni de


los rasgos que nos hacen diferentes y únicos. La otredad, el derecho de ser distinto es
aniquilado en la marmita gigantesca de la tecnología y el planeta reducido casi a la nada.

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En ese contexto, no se puede menos que sentir la inermidad. Porque las culturas
poderosas que bombean sangre nuestra, acrisolada ya en la mezcla, aunque sólo sea
cultural, se enfrentan día a día a una batalla de aniquilación que no se apoya en espadas
de acero toledano, sino en ondas que llegan desde el cielo y que penetran hasta los más
recónditos rincones de la nación.

El debate, en medio de esa realidad, quizás pensada con demasiado rigor emocional como
apocalíptica, debe buscar un mínimo de realismo al encarar el desafío primero: Educar
para salvar nuestra otredad, para armarnos adecuadamente en las proximidades de un silo
XXI postindustrial y hoy por hoy, idólatra del mercado y del consumo.

Por eso es que no puede ser que en las puntas del ovillo de nuestra educación sigamos
con contrasentidos que nos avergüenzan por hirientes y por ridículos.

29 de Julio de 1990

SI ES BAYER ES BUENO

Hace un par de días tuve oportunidad de asistir como conferenciante a un curso de verano
organizado por el Grupo “Ukamau” de Jorge Sanjinés, cuyo objeto esencial es intentar que
nuestros jóvenes tengan mejores elementos de formación para comprender nuestra
realidad. El esfuerzo, notable por donde se lo mire, parte de la conciencia cada vez más
aguda que se desprende de la experiencia desarrollada, en este caso por Sanjinés y Beatriz
Palacios, tras las exhibiciones de “La nación clandestina”. Los espectadores se encuentran
con su país y se estremecen y motivan, sin embargo, en las discusiones posteriores a la
película se constata la dramática desinformación, los vacíos históricos, los pre – conceptos
y, lo que es más dramático, la pérdida creciente de la propia identidad.

Y es que “el amigo americano” que copa los cielos del mundo con sus satélites, con sus
glamorosos enlatados de televisión, con sus multimillonarias películas de Hollywood, con
su excitante música rock, con Madonna y sus amigos, llena durante las veinticuatro horas
del día el tiempo de sus privilegiados ciudadanos y por añadidura no poco inocente, el
tiempo de todos nosotros. Si a estos ingredientes le sumamos la presencia todopoderosa
de la cadena informativa CNN que quiere monopolizar la información de la Guerra del Golfo,
y el surgimiento de cadenas latinas como Univisión que transmiten en castellano con la
óptica de Miami, apreciaremos que poco nos queda para abrirnos paso en una jungla de
mensajes que nos tiene atrapados del cogote.

Un viejo y efectivo slogan de una prestigiosa fábrica alemana de medicamentos (y otra


multiplicidad incontable de productos) reza “si es Bayer es bueno”, y la frase resume
exactamente una visión de mundo y una percepción de la excelencia del norte, frente a la
ineficiencia del sur.

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Años de machaconas referencias nos han llenado el subconsciente de amargas certezas,
una de ellas, por ejemplo, es que si perdimos la guerra con Chile es, entre otras cosas,
porque en Chile hay chilenos y aquí bolivianos.

Otra es que los indios (y la palabra tiene su terrible soniquete racista) son la rémora que
hace que este país no camine. Es que falta inmigración dice el más elegante y compasivo.
La hora boliviana, la corrupción boliviana, la ineptitud boliviana. ¿Por qué? Porque no
sabemos absolutamente nada de nosotros mismos, porque nos han prestado mensajes,
modelos, códigos de valores y, por añadidura, moral, y nos han puesto delante un mundo
que pasa vertiginoso delante de nuestros ojos, que poco o nada tiene que ver con lo que
cada mañana al salir a la calles es la realidad.

Mi hijo juega con Rambo, G.I. Joe, las tortugas ninja; antes jugaba con He Man.
Casualmente los héroes se paran siempre delante de la bandera de las barras y las estrellas
y los malos viven en la selva, se visten de rojo o son extraños monstruos en los barrios
suburbanos de grandes ciudades. Perdedores desde siempre, nos han contado, mal
contada, una historia de fracasos, de guerras perdidas, de malos gobernantes, de pobreza
por siempre y desde siempre. Y a veces nos cuentan historias de un pasado perfecto de
hombres – ángeles que fueron arrasados por el demonio occidental.

El cóctel es demasiado explosivo, y el resultado es la desintegración creciente de la


identidad de una sociedad con grandes dificultades para encontrarse, para leer su pasado
de modo equilibrado, para ir configurando los rasgos que la pongan en posibilidad de
defenderse de esa gigantesca “Pax Americana” que amenaza con devorarlo todo y hacer
un mundo a su imagen y semejanza, desde su estética de muñecas Barbie, hasta su
concepción excluyente y egoísta de la libertad de una sola vía.

En ese contexto tan dificultoso se mueven los esfuerzos, todavía aislados pero no únicos,
de gente como Jorge Sanjinés para aportar a nuestros jóvenes y adolescentes elementos
que les permitan sobrevivirse a sí mismos, que los convenzan de que además de Bayer,
está la posibilidad de cosas nuestras que nos pueden y nos deben enorgullecer, pasajes
extraordinarios y admirables de nuestra historia, personajes, indios, mestizos y criollos que
hicieron cosas notables por nuestra sociedad, el trajín colectivo de un pueblo que logró
construir lo que hoy tenemos, que no es poco.

Pensé, mientras hablaba en ese curso de verano, que la urgencia primera está en nuestra
educación (una verdad harto obvia), y en ella una vuelta de tuerca definitiva a la visión de
nuestro pasado, en la que pueda conjugarse algo esencial, la integración de un pasado
común que no puede partirse, ni amarse o execrase por el color de la piel de sus
protagonistas. Por lo menos de ese pasado sacaremos lecciones que nos permitan
mirarnos para adentro con seguridad y, como decía Jimmy Zalles, entender que la pequeña
y modesta quinua del altiplano boliviano no quita el hambre, sino que lo sacia.

27 de Enero de 1991

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¿CULTURA? ¿QUE CULTURA?

No hace muchos años de esto, pero parece que hubiese pasado un siglo. Leer entonces
no era un delito, ir al cine una costumbre esencial, si se producía una buena obra de teatro,
era una satisfacción ir a verla, las conferencias eran un acontecimiento, aún las aburridas.
La tertulia, los encuentros literarios, los premios… tenía todo otra dimensión, más
provinciana quizás, más aislada del mundanal ruido talvéz, pero más próxima a aquellos
momentos verdaderos del espíritu que conllevan el placer de la reflexión intelectual.

Por lo menos un sector de la sociedad, por pequeño que fuese, estaba ávido de construir
un microcosmos de reflexión, en el que las posibilidades de desarrollar vida intelectual
(sentipensante diría categórico Galeano) se consideraban indispensables para vivir. ¿Qué
ha quedado hoy de todo aquello?. Poco o casi nada. Todo languidece en situaciones muy
parecidas a una agonía que además parece no importarle a nadie. Leer, ir al teatro,
escuchar un concierto de música clásica, disfrutar de buen cine, no son costumbres
malsanas o peligrosas, elitistas quizás en un país pobre y con un reducido nivel de
educación como éste, pero legítimas, parte además de lo que cualquier sociedad civilizada
debe poder ofrecer a sus ciudadanos, independientemente de si quienes aprecian estas
expresiones son pocos o muchos. Hoy, Bolivia parece haber renunciado a esos privilegios
y no precisamente por razones políticas (en más de un sector radical se pensó y no dudo
que haya quien piense todavía, que estas expresiones son parte del arte burgués, pero el
descrédito de tales opiniones es tal que no alcanza ni siquiera para intentar un debate sobre
ello), sino por algo peor, porque parece que el rescate de la cultura en esta dimensión se
hunde en medio de la decadencia, de la decisión abúlica de un medio que escoge la
mediocridad, que se entrega entero a la alienación – ciertamente muy poderosa – y reniega
de una opción enriquecedora en la que expresiones milenarias del arte se entierran en aras
de un “mundo nuevo”, en el que el consumismo más lamentable lo arrasa todo.

No podremos salvar estas formas de cultura si la alimentación cotidiana de nuestros hijos


es la basura que se comprime muy fácilmente en unos cuantos ingredientes, el cine de
acción (léase sexo y violencia a raudales). El nintendo (entre cuyos juegos más requeridos
están “mortal combat” y “street fighter”, cuyos nombres me eximen de mayores
comentarios); el de los ricos en casa a través del “gameboy” y el de los pobres en los tilines.
La televisión pone su extraordinaria cuota parte con una interminable lista de películas,
series, concursos para cuasi retardados mentales, dibujos animados del más diverso
carácter y un elemento devastador, el esperpento, la estética del horror, de la fealdad, de
lo contrahecho, cuyo valor iconográfico es definitivo y está vinculado a los estamentos
oscuros y sórdidos de la mente y el espíritu. Los Simpsons, por ejemplo, con todo lo que
pueden tener de críticos de su sociedad van por esa línea, ni hablemos de la saga de los
aliens (el comic es otra ruta demoledora), o para una élite con acceso a los canales de cable
los infames muñequitos de MTV (el canal de clips musicales 24 horas los 365 días) cuyas
ideas y lenguaje harían palidecer de envidia el conde Drácula y al hombre lobo (siempre
que éste las tuviera). El aparato se completa con un sistema de “merchandising”, es decir

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comercialización de sucedáneos, desde muñecos hasta tatuajes, pasando por cuanto
aparato inútil se le pueda ocurrir a alguien.

¿Qué podemos esperar de este coctel aplicado sistemáticamente y sin misericordia sobre
las cabezas de los niños, adolescentes y jóvenes de hoy?. Y el lamento boliviano, para
usar el título de una célebre canción de los no menos célebres rockeros argentinos los
“Enanitos verdes”, no termina allí. Porque no estamos hablando de hipótesis, sino de
hechos. ¿Qué cine llega a Bolivia que no sea el estadounidense, mayoritariamente el de
“entretenimiento”, mayoritariamente de regular y mala calidad, en las salas que todavía
funcionan, porque muchas ya han cerrado? ¿Y quién podría culpar a los exhibidores por
ello, frente a la invasión de videos ilegales que han capturado al público en sus casas?.
¿Qué libros encontramos en nuestras librerías, si todavía están abiertas, porque muchas
han cerrado, y las que no, se debaten entre cada vez más papelería y menos libros, o cada
vez más best sellers y menos cosas en serio?. ¿Y quién podría culpar a los libreros que
enfrentan la abulia del público, el reino consagrado de la piratería y una política impositiva
simplemente demencial en relación a un artículo esencial de la cultura colectiva?. ¿Y la
gente que hace teatro?, salvo el llamado teatro popular que volvió por sus fueros con buen
nivel de público, el otro, el teatro paria, el de los clásicos, de la vanguardia, de la visión
crítica de nuestra sociedad, se debate también en el límite de la coma, con salas vacías,
cada vez menos apoyo estatal o privado, como un género que amenaza con desaparecer.
Quizás los conciertos y la opera (que revive año a año a pesar de los pesares) por su escasa
frecuencia, salvan la taquilla, y la plástica que tuvo un momento de oro en la última década,
pero que comienza a vivir la crisis de un mercado de compradores saturado y una falta
peligrosa de renovación en muchos de los artistas consagrados.

Ese es el panorama de nuestra actividad cultura, una lágrima, en tanto las actividades
sociales, cocteles, bufetes, bailes, presentaciones en sociedad, matrimonios y otras
variables, dejan sin aliento al pequeñísimo núcleo de la “creme” de la sociedad criolla que
tiene que hacer figurillas para no perderse un acto, de tantos que su agenda contempla.

Mariano Baptista usó con acierto el concepto del “país erial”, y mucho de eso es lo que
estamos viviendo en estos años de desencanto, al punto que en una década más no será
extraño que un jovencito pregunte ¿Cultura? ¿Con qué se come eso?.

29 de Enero de 1995

UNIVERSIDADES: EL PRESUPUESTO COMO COARTADA

La universidad es una ilusión, es el semillero de la utopía, es el caldo donde uno aprende


a conocer y amar la patria, es un lugar de pasiones, que te aprisiona y te seduce, que te
duele y por el que vale la pena luchar.

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En algún momento de mi vida, en medio del calor de la batalla por la recuperación de la
autonomía y el co – gobierno (en el que hoy no creo), en pleno régimen del Gral. Hugo
Banzer, luchando al lado de quienes hoy son sus aliados, pensé que la universidad era el
centro del país y que mi destino estaba ligado a la vida académica, no fue así. Como suele
ocurrir, el destino nos depara rutas insondables en las que siempre tenemos mucho menos
que ver de lo que nos gustaría poder alardear. Pero aún me queda la nostalgia entrañable,
que llega a veces cuando paso delante del maltratado monoblock, símbolo vivo de un
fragmento de nuestra historia contemporánea.

Quizás por ello, porque a uno le importa realmente, es que soy (porque se debe ser) muy
crítico con la UMSA y con todas las universidades estatales del país, aún riesgo de que la
intolerancia que las aulas universitarias también albergan y en dosis concentradas, salga a
la palestra con el fácil argumento de que quien critica a la intocable universidad es agente
del gobierno o poco menos, usando el manido “estás conmigo o estás contra mí”, que tanto
le gusta al Acuerdo Patriótico.

La universidad hace del presupuesto una bandera, no de hoy, desde hace muchos años.
El expediente es sencillo, el argumento económico sirve extraordinariamente para tapar el
desastre. Porque nuestras universidades, como nuestras escuelas y colegios públicos (y
muchos privados también), son simple y sencillamente una monumental estafa al país. El
sistema educativo en su conjunto (y desde luego la educación superior no es ni mucho
menos un oasis en ese desierto) se cae a pedazos, y ese hecho es uno de los ingredientes
esenciales (quizás el más importante) de la crisis nacional. Esta maquinaria no puede
continuar así, debe ser desmontada con valor y de frente. ¿Privatizar?. ¡No, por Dios!, si
queremos ser serios intentemos no apelar a los clichés típicos del mundo blanquinegro de
los radicales (del marxismo trasnochado y del liberalismo obsesivo).

No se debe privatizar, se debe descentralizar y darles a las regiones los recursos y las
responsabilidades de la educación, cuando más establecer una coordinación nacional y
eventualmente en las regiones más deprimidas, un soporte económico adicional específico.

Pero, algo más, los universitarios deben darse cuenta de que sus casas de estudio
funcionan muy, pero muy mal. Mientras las universidades no sean capaces de reconocer
públicamente que se impone una revolución, no iconoclasta como en el pasado, sino capaz
de construir de nuevo, poco lograremos. El grito de “presupuesto para la U” es una gran
coartada de la mediocridad de los profesores, de la inermidad de alumnos malformados y
deformados en los colegios, de una burocracia innecesaria e ineficiente, de carreras
liberales (derecho, economía, medicina, administración, ingeniería, comunicación, etc.)
cargadas de alumnos que no van a ninguna otra parte que no sea el desempleo, de
direcciones estudiantiles casi profesionales de la política, para quienes lo académico ocupa
un lugar más bien tangencial de sus intereses. Todo adobado por una retórica demagógica,
que confunde revolución y progresismo con frases hechas como “la Universidad para el
pueblo”, la “defensa de la dignidad nacional contra en entreguismo del gobierno
hambreador”, “la lucha contra el FMI y el imperialismo”, etc. etc. etc., mientras nuestros
profesionales (los que logran graduarse) salen al mercado de trabajo casi en ayunas.
Además, lo peor que puede hacer uno si quiere obtener un puesto de trabajo más o menos

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bien remunerado y reconocido, es presentar un título de alguna de nuestras universidades
estatales. En el mercado profesional del país esos títulos se han devaluado y no es por
nada. Ante una evidencia tan contundente como esa, que no responde a puntos de vista
subjetivos, ni prejuicios, sino a hechos, no se puede seguir cerrando los ojos.

No me parece una afrenta, ni una actitud reaccionaria o fascista, plantear que las
universidades reduzcan drásticamente su planta burocrática, impongan un examen de
ingreso serio, limiten severamente la posibilidad de los alumnos de permanecer
indefinidamente en una carrera o en la propia universidad a despecho de reiterados aplazos
y lograr, entre otras cosas, más presupuesto para sus profesores. No creo que la
universidad es más democrática porque tiene más alumnos, será más democrática cuando
ofrezca una educación de mejor nivel a aquellos cuya capacidad les permita encarar con
éxito estudios universitarios con una orientación que responsa de verdad los requerimientos
del país.

Está claro que nuestras universidades hoy tienen profesores meritorios y brillantes, algunas
carreras serias y bien organizadas, institutos de investigación que aportan a la comunidad
y estudiantes de buen nivel, pero no nos engañemos, lo saben ellos y lo sabemos nosotros,
son la excepción que confirma una regla que da pavor.

Por eso, creo que la lucha por el presupuesto oculta la viga en el ojo propio. El debate no
debe centrarse allí, sino en la necesaria y urgente revolución interna que termine
radicalmente con un camino de mediocridad que amenaza a toda la sociedad boliviana, y
que se está engullendo sin misericordia a nuestras universidades.

9 de Febrero de 1992

REFORMA EDUCATIVA: EQUIVALENCIAS IMPOSIBLES

Las ya conocidas limitaciones de cualquier estructura democrática ideal a la hora de llevarla


a la práctica, que un mínimo de sentido común acepta como tales, han conducido a la
estructuración de formas de democracia que puedan aproximarse del modo más fiel posible
al concepto primigenio de una participación de todos en igualdad de condiciones en la
elección de su destino social y en consecuencia individual.

Pero, ocurre que la decisión popular, cuando se buscan formas complementarias al


concepto de representatividad consagrado por la constitución, puede también encontrar una
cantidad estimable de deformaciones y de manipulaciones que conducen en uno de los
extremos del espectro a la prostitución de la palabra popular y de la palabra democracia.

El problema de fondo está en el debate sobre quién representa a quien, quién se arroga la
voz de los demás y quién, a sabiendas de que la mayoría no puede expresarse sino a través

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de representaciones (parlamentarias, sindicales, gremiales o comunarias), usan su rol de
mandantes para justificar sus intereses, o su visión subjetiva de las cosas.

La discusión sobre una ley, en este caso la educativa, debiera hacerse en función de sus
contenidos y del detalle de su artículos, tanto en su valor conceptual como en su sentido
específico, lo que implica necesariamente un conocimiento cuando menos genérico de su
texto y de sus alcances.

Aunque se han usado los medios más sofisticados de divulgación, que incluyen el uso de
los medios de comunicación de masas con la impresión completa y masiva de su contenido,
uso de espacios publicitarios para fines didácticos y participación de representantes del
gobierno para su explicación, discusión y debate, la ley llegó solo a los más interesados.
La gran mayoría de los bolivianos no han leído la Ley de reforma educativa, no diré en su
integridad, sino ni siquiera de manera resumida o parcial. Peor aún, la gran mayoría de los
bolivianos no son capaces de responder sobre sus principios fundamentales, no saben
exactamente qué es lo que se discute entre magisterio y gobierno. En suma, no saben
porque los maestros quieren derogarla, ni porqué el gobierno no quiere modificarla. Así de
cruda es la realidad.

El sentido natural de solidaridad con los más pobres y con los más débiles, hace que
intuitivamente una gran parte de la opinión pública simpatice con los maestros, porque si
bien no se conoce la ley, sí se sabe que los maestros son mal pagados, sí se ve a la policía
cargando contra los manifestantes con aparatosos uniformes, cascos, máscaras y escudos,
armas que lanzan gases y maestros presos y heridos. Por alguna extraña razón de
recóndita sicología colectiva, en cambio, las imágenes de manifestantes lanzando piedras
por centenares, policías heridos o eventualmente acorralados por el número y la violencia
de los activistas, no conducen a la solidaridad con quienes tienen la obligación de preservar
el cada vez más precario orden ciudadano.

La repetición de los slogans de la dirigencia del magisterio sobre el carácter


“extranjerizante” de la ley, sobre la supuesta intención de privatizar la educación, sobre las
aparentes intenciones del gobierno de buscar “comisarios” para controlar pedagógicamente
a los maestros, han calado hondo en una cantidad significativa de bolivianos, en tanto los
mensajes oficiales del verdadero contenido de la ley aparecen como argumentos
tangenciales. Se ha logrado así colocar las cosas en una equivalencia notable. Igual rango
tienen “dos testarudeces” como si realmente existieran o fueran comparables.

Nadie se atreve a desmentir esa equivalencia que a todas luces no existe. Se podrá objetar
elementos puntuales de la ley, pero sus principios filosóficos y sus propuestas reales,
revolucionarias en muchos casos, no pueden, si se tiene un mínimo de honestidad
intelectual, reputarse de neoliberales, extranjerizantes o de tener intenciones
caricaturescas como las defendidas por algún magisterio ultraradical de tener como objetivo
formar mano de obra barata para alimentar a los voraces empresarios privados (me remito
a una lectura detallada de su texto o a comentarios de profesionales tan reputados y libres
de simpatías con el liberalismo o el gobierno como el Dr. Walter Navia, profesor de la
UMSA).

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No es justo, en consecuencia, apostar al desconocimiento mayoritario de la ley para colocar
el debate en términos que no responden a la verdad. Y en esto, nos falta valor a quienes
tenemos la responsabilidad de mediadores entre los protagonistas de los hechos y la
opinión pública; valor para decir las cosas por su nombre y para reconocer que lo que está
en juego es una parcela de poder política – sindical y una discusión también de poder que
trata de llevar las cosas fuera de donde deben estar, es decir, insistir en un discuros
antineoliberal, cuando esta ley, como otras en vigencia (incluso la de capitalización cuyas
características específicas, si bien debatibles, son sustancialmente distintas de la mera
privatización), son instrumentos de cambio liberador para la sociedad, a despecho de los
verdaderos testarudos que se niegan a ver que aquí no se está aplicando un modelo
neoliberal en el que no cabrían leyes como la de participación popular.

En estos casos la neutralidad es cómoda porque conlleva una equidistancia que uno
compromete nada, que aparenta ecuanimidad y que más que ayudar a un diálogo franco,
confunde a los ciudadanos, mostrándoles un escenario que no es real. Porque, seamos
claros, no es lo mismo el esfuerzo genuino y profundo de cambio para lograr un país mejor
a través de una educación participativa, que el intento desesperado de mantener viejas
estructuras que implican viejas prebendas y espacios de poder, además de propuestas
ideológicas, vista la historia, cuyo único sustento es el fundamentalismo suicida.

16 de Abril de 1995

CAPITULO IV

MIRANDO AL PRÓJIMO

EL CÓNDOR INDIO

El sino trágico de Andrés de Santa Cruz fue superar su propio tiempo, emprender una
hazaña mayor que la que los hombres que lo acompañaron podían vislumbrar o entender.

La sociedad boliviana conoció tres grandes proyectos de nación, el de la república


oligárquica después del desastre del Pacífico, el de la revolución nacional hija del Chaco, y
antes, a poco de la independencia, el de Santa Cruz con la realización de la nación perú –
boliviana, una entidad supranacional capaz de establecer un equilibrio continental en el sur
frente a Brasil y la Argentina disputando a Chile la hegemonía en el Pacífico.

La aventura tenía mucho de épica y requería de la fuerza común de dos sociedades


convencidas de su rumbo y de sus metas. El mariscal no contó con ellas, hizo las cosas a
pesar de ambos pueblos, tuvo apenas el aliento de unos pocos hombres, paradójicamente
entre ellos notables y fieles generales extranjeros dispuestos a todo por el Protector,
también algunos amigos que lo acompañaron aún más allá del exilio, como Mariano Enrique

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Calvo o Sebastián Ágreda. Pero no fue suficiente. En la percepción de los doctores de
Charcas, la recuperación de la unidad con el Perú era inevitablemente una subordinación
de intereses y una disminución de jerarquías. En la perspectiva mezquina, el proyecto de
Bolivia era no sólo la cristalización de la anhelada independencia de la Audiencia, sino la
evidencia de un poder autónomo y discrecional de una élite, por fin separada de Lima o
Buenos Aires.

En ese contexto, el marbete de peruanismo no fue difícil de acuñar, y hasta hoy le toca al
único de nuestros estadistas que fue capaz de ofrecer un proyecto de envergadura hacia el
futuro. Para la mirada provinciana de muchos bolivianos, la obra crucista se traduce en
inútil sueño napoleónico, en desmesurada ambición personal o simplemente en desatino
suicida.

Fue un tiempo intenso y de soledad, fue la obstinación y la persistencia, fue la voluntad de


hierro frente a todo, pero fueron también las sombras del condiscípulo, el Gral. Agustín
Gamarra, que quería simplemente comerse a Bolivia a cualquier precio y terminó inmolado
en tierra boliviana, o las de ese inflamado y radical joven militar, Felipe Santiago Salaverry,
que odiaba a Santa Cruz y murió fusilado por éste en Arequipa. Y fue, sobre todo, el otro
gran coloso, Diego Portales. “Unidos estos dos estados (Perú y Bolivia)… serán siempre
más que Chile” escribió alguna vez. Portales que irónicamente no vivió para ver destruida
la Confederación, dejó en su país una impronta, la de la supervivencia a cualquier precio,
que marcó el destino de los tres países hasta hoy. Para Chile la presencia demográfica y
económica en el norte fue una premisa de oro, como lo fue la guerra. Guerra a muerte a
Santa Cruz, que sería y fue guerra a muerte a Bolivia y Perú.

Andrés de Santa Cruz, hombre frío, poco proclive a las expresiones personales
desmedidas, consciente de su poder y también sensible a los halagos, administrador
admirable más que guerrero, hombre de una sola y gran idea, quiso subordinar y subordinó
todo al fuego del grial de la unidad; para ello intentó siempre el acuerdo negociado antes
que el holocausto. Lo intentó con Gamarra sin éxito y lo intentó también con Chile, sin
comprender que para el vecino del Sur el asunto era de vida o muerte, de todo o nada. Por
eso le perdonó la vida el ejército chileno y su general en Jefe en Paucarpata ante el estupor
de sus generales. Fue un error demasiado grueso en un escenario erizado de enemigos.
El 17 de noviembre de 1837 la paz de Paucarpata selló el futuro de la Confederación y el
de su protector. Santa Cruz se equivocó; igual que con Salaverry y la negociación con los
chilenos no cabía.

El Mariscal preparó a Bolivia durante seis años para el momento supremo de la unión, le
dio una nueva Constitución, la dotó de códigos, reestructuró su educación, ordenó su
economía y la hizo poderosa a través de un ejército eficiente que ganó más batallas que
ningún otro a lo largo de la vida republicana del país. Todo para reunir lo que siempre fue
uno. Ninguna de esas obras tenía sentido si no se comprendía y aceptaba el bien mayor
que ese hombre tan autoritario como apegado a las leyes, concebía como un destino
posible y necesario. Por eso el desenlace fue terrible. Los tres estados, unidos a duras
penas, naufragaron en la batalla de Yungay, no sólo por los errores militares del Protector,
sino sobre todo porque su sola voluntad no era suficiente para construir la nueva realidad.

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El Gral. Bulnes, vencedor en Yungay contó además de sus fuerzas con las de peruanos. A
su lado estuvieron viejos y jurados enemigos como Gamarra y otros oficiales peruanos
radicalmente anticrucistas, y estuvo también en el sur el Gral. José Miguel de Velasco, ex
– vicepresidente de Santa Cruz. El rebelde que aprovechó la derrota para derrocar al
Mariscal, agradeció a los hijos de Caupolicán y Lautaro por haber liberado a Bolivia del
“monstruo”. Andrés de Santa Cruz fue calificado como insigne traidor a la patria e indigno
del nombre de boliviano. No sería el primero ni el último en recibir ese trato de sus
compatriotas. No contentos con esto, jefes bolivianos y peruanos humillaron al Mariscal
obligándolo a soportar la prisión – destierro de Chillán en la tierra de Diego Portales.

Han pasado doscientos años desde el nacimiento de este boliviano excepcional, el único
en toda nuestra historia que hizo de Bolivia una nación de respeto y jerarquía en América,
el único que no sólo fue capaz de saltar las estrechas fronteras de una tierra acostumbrada
a mirarse el ombligo, sino que fue capaz de construir nuevas fronteras, mayores, abiertas
a otro futuro, muy distinto de este presente que tenemos hoy.

Presidente del Perú, Presidente de Bolivia, Supremo Protector de la Confederación Perú –


Boliviana, hijo de la cacica mestiza Doña Juana Basilia Calahumana y del maestre de
campo criollo Don Josep Santa Cruz; Andrés de Santa Cruz y Calahumana es el único
boliviano de trascendencia continental, al que sin embargo, por ese sino trágico de nuestro
perenne enclaustramiento, se le ha negado, aún dos siglos después de su muerte, el lugar
que le corresponde junto a Bolívar, San Martín, Sucre, O’Higgins, Artigas y otros grandes
próceres de América. Sin embargo, a su paso por la historia habrá siempre un niño
ilusionado capaz de gritar a todo pulmón ¡Viva Santa Cruz!.

6 de Diciembre de 1992

PERU – BOLIVIA: EL ESPEJO QUE NO NOS GUSTA

Hace un par de días se reunieron en el Beni los presidentes Paz Zamora y Fujimori,
buscando un mayor acercamiento personal y una aproximación binacional que nos permite
algunas reflexiones sobre nuestros dos países.

De entre todos nuestros vecinos, el Perú es el más próximo y al que menos queremos
acercarnos. Es que no nos gusta mirarnos al espejo, como a los peruanos tampoco les
gusta mirarse en el nuestro. La cultura chola o chicha, para usar la terminología más
universal del otro lado del Desaguadero, es uno de los rasgos más importantes de la
explosión urbana que ha mestizado la poderosa vertiente de la vida andina en medio de las
calles y avenidas de las pequeñas y grandes ciudades de nuestros dos países. Esa fuerza
dinámica y creadora que cuando trata de ser y crecer a imagen y semejanza de los criollos
hijos de Occidente, se hace huachafa “kitch” y portadora grotesco, es una espina para las
burguesías de Lima, La Paz, Santa Cruz o Arequipa, que preferirían una sociedad de ojos

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verdes y cabellos rubios, con el “glamour” de la elegancia europea y la vacuidad de la
conversaciones sobre política, moda, futbol o niños.

Idénticos como somos, reflejados en el espejo de un lago que compartimos no por


casualidad, más cerca quizás La Paz de Cuzco de lo que siquiera sospechamos, nos
miramos y lo que vemos no nos gusta. La clase dominante de ambos países no es capaz
de asumir lo que son sus sociedades, lo que realmente son ambas naciones, y se resiste a
aceptar la construcción de países apoyados en sus verdaderos pies y no en los pies
prestados primero por París, luego por Londres, después por Nueva York, y ahora
(mediocridad creciente, que le dicen) por Miami.

El peruano nos mira por encima del hombro y no nos gusta, nosotros lo miramos por encima
del hombro y a él tampoco le gusta. En secreto (y a veces no tanto) la cúpula que desde
hace más de una centuria nos gobierna, está convencida de que Chile (el tercero en
discordia con esta historia) es más que nosotros porque tiene mejor gente, una sociedad
más homogénea, más “intelectual”, y digámoslo de una vez por todas, nuestro
subconsciente racista cree que es “más europea” (léase menos india). Admiramos la
belleza y el cosmopolitismo de Santiago, la sagacidad de sus intelectuales y (no deja de ser
amargamente irónico) los éxitos militares y diplomáticos de unos políticos que aprendieron
de Portales lo que nosotros no aprendimos de Santa Cruz. Con igual convicción, Lima nos
parece una ciudad fea y sin encanto, y a los peruanos La Paz una ciudad provinciana y
serrana (con el ingrediente despectivo que el costeño le da a la palabra).

Hermanos de sangre, de historia, de geografía y de intereses, aprendimos muy pronto a


gruñirnos sin afecto, a echarnos cuentas por el pasado y a desconfiar el uno del otro. Desde
el mismo día en que Chuquisaca decidió separarse de Lima, ambos supimos que ese
comienzo era un mal negocio. Lo adivinaron Gamarra y Santa Cruz, pero también lo intuyó
Portales, y si algo decisivo e inteligente hizo Chile en la historia del apasionante siglo XIX,
fue impedir a toda costa y a cualquier precio que Bolivia y Perú fueran uno porque juntos
“son y serán siempre más que Chile” como dijo don Diego con tanta sabiduría.

El tránsito de ese gran desencuentro no ha terminado todavía. Se resolverá cuando


seamos capaces de admirar el espejo en el que nos miramos, de recuperar el vigor
extraordinario de ese pasado común, cuando cerremos las heridas profundas de nuestro
pasado colonial, cuando asumamos juntos la realidad de naciones culturalmente mestizas,
cuando volvamos a vernos como los socios naturales que somos, y sepamos también que
Chile no sólo no desaparecerá, sino que seguirá como una realidad fundamental para
nuestro futuro común. Entonces y sólo entonces, habremos dado el salto indispensable
para que ese triángulo de comunidades del Pacífico sur sudamericano sea un punto de
encuentro y no un escenario de conflictos.

Perú es un país maravilloso y entrañable por muchas razones, y está más cerca de nosotros
que ningún otro país del mundo. En consecuencia, sospecho que nuestro crecimiento y
nuestras potencialidades pasas inexcusablemente, entre otros caminos, por la ruta del
Perú.

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Asumir nuestra relación económica por el Pacífico de modo excluyente es un absurdo. No
se trata de establecer la opción Ilo contra Arica, sino Ilo además de Arica. Potenciar Ilo es
ser menos dependientes, es ofrecer alternativas, es demostrar que por muy puerto natural
que Arica pueda ser (y ciertamente lo es), las rutas al mar no pueden estrangularse en un
solo puerto y, desde luego, nos permitirán una capacidad de negociación más amplia y
flexible con Santiago de la que hoy tenemos.

Pero más allá de las consideraciones prácticas, es tiempo de romper perjuicios, acendradas
prevenciones y recelos característicos de los iguales. La paradoja de las sociedades
humanas y de los individuos nos reserva la dosis mayor de mirada crítica para nosotros
mismos. Y cuando miramos al Perú nos vemos el alma con todas sus grandezas y miserias,
las suyas y las nuestras, lo que nos forjaron y nos hicieron como hoy somos.

1 de Septiembre de 1991

ILO: MÁS ALLÁ DE LA ESTRIDENCIA

Es un paso, pero… no está mal, pero quizás…está bien, pero no olvidemos que… este
suele ser el tono que usamos a la hora de juzgar la política internacional del gobierno. Ilo
no ha sido la excepción, aunque en general las observaciones y los peros han tenido un
tono más moderado que en otras ocasiones. La razón para que esto ocurra siempre que
el gobierno toma iniciativas en sus relaciones exteriores es muy simple: la dimensión que
la propaganda oficial les da, el tono de epopeya, el carácter de precursor que se autoasigna,
el sentido de triunfo rotundo, de precedente histórico y todos los etcétera que en esta
dirección de razonamiento se puedan imaginar.

Si el producto se vende solo ¿por qué ese empeño en alardear de sus virtudes?, ¿por qué
las frases categóricas y desmesuradas que dan a entender pretensiones que ciertamente
no se alcanzaron? Da la impresión de que en el ejecutivo no se acaba de entender la
diferencia entre la difusión de una política que el país debe conocer en detalle y propaganda
como sinónimo de triunfalismo más vacío.

Si el gobierno se limitara a decirnos exactamente lo que hace, sin adjetivo alguno que
magn9fique su propia obra, se sorprendería muchas veces al encontrar que los medios de
comunicación se encargarían de reflejar los adjetivos calificativos de elogio a determinadas
gestiones que los merecen, en vez de recibir con escepticismo el doblar de las campañas
que se lanzan al viento por cada cosa que hacen.

En general los resultados de cualquier política, y la internacional no es un caso aparte,


tardan en sedimentar. Es lo que empezará a ocurrir, por ejemplo, con la negociación con
Argentina en Diciembre de 1989, cuyos resultados reales se sabrán cuando se haya llegado
a un acuerdo sobre las condiciones de venta de nuestro gas a partir de junio de este año.
Sólo entonces podremos apreciara cuán buena o mala fue aquella negociación que el

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gobierno definió entonces como el más importante y positivo acercamiento boliviano –
argentino de nuestra historia reciente.

En general, creo que la política exterior del gobierno de Paz Zamora es buena, es uno de
los puntos altos de su gestión y será probablemente uno de los elementos más salientes
de su obra personal cuando se recuerde esta presidencia. En ese contexto, los documentos
que firmó el 24 de enero con su colega Alberto Fujimori parecen en primera instancia un
paso muy positivo y de beneficio mutuo para Bolivia y Perú.

Está claro que nadie que razone seriamente va a caer en la ingenuidad de creer que el
encuentro de ambos mandatarios representa el retorno de Bolivia al mar, como algunas
afirmaciones equívocas del gobierno parecían querer dar a entender, pero se ve que es un
salto cualitativo muy importante en esa dirección, por varias razones.

Ilo es el puerto del Pacífico más próximo geográficamente a la frontera boliviana, es además
el que puede unirse por carretera con menor gradiente en la bajada – subida, altiplano –
costa. Cuenta con una infraestructura básica como para pensar que no es descabellado
hacer allí una inversión importante, cuenta con una base portuaria y de pista aérea sobre
las que se pueden hacer trabajos de ampliación en plazo inmediato. Desde el punto de
vista jurídico, los acuerdos presidenciales allanan toda dificultad o traba y lo explicitan, a
través de la zona franca y la concesión de una playa para infraestructura turística.

Pero quizás la razón más importante para creer en Ilo, es que objetivamente los peruanos
que habitan el departamento de Moquegua y sus alrededores están casi más interesados
que los propios bolivianos en que así sea. Igual que Bolivia es indiscutiblemente un factor
importante para el crecimiento del norte de Chile, sería aún más decisivo en la proyección
y crecimiento económico de una región, el extremo sur peruano, olvidada y muy deprimida
como se puede apreciar por simple inspección de la figura. Esa es una razón central. Los
bolivianos fuimos recibidos con un doble sentimiento de cariño y esperanza; nuestra
presencia allí es probablemente la única razón tangible de progreso por esos lares. No es
gratuito que autoridades de Tacna buscaran a Jaime Paz para intentar convencerlo de que
el trazado carretero con asfalto triangule La Paz – Tacna – Ilo y no sea, como se ha
comprometido, ruta directa La Paz – Ilo.

En esta historia queda claro que la respuesta realista pasa por una cosa esencial: la
carretera. Del asfaltado total de la ruta depende que los acuerdos firmados en medio de la
euforia se hagan realidad. A partir de allí y de acuerdo al ultraliberalismo reinante, les toca
a los empresarios privados de ambos países, de quienes depende que Ilo sea un puerto
realmente alternativo.

Finalmente, cabe reflexionar a propósito de una falsa disyuntiva. Este nuevo puerto es
saludable no porque se busque romper el comercio con Chile (supuesto absurdo y no
deseable), sino porque nos permite competencia, reduce o anula nuestra absoluta
dependencia de un país en el intercambio comercial por el Pacífico y obliga a los puertos
chilenos a mejorar sus condiciones y su oferta, igual que en lo referido al flujo recreacional,
planteando además la posibilidad de inversión boliviana vedada para nosotros en las playas

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chilenas. Todo esto no quita además algo obvio. Si a Santiago lo de Ilo no le preocupa, al
norte de Chile le quita el sueño.

Por todo ello y sin estridencias innecesarias, podemos decir que Jaime Paz Zamora dio un
gran paso el viernes 24, bueno para Bolivia y útil en el camino hacia la recuperación
marítima. No es casual que se haya hecho precisamente en el año del bicentenario del
nacimiento del Mariscal Andrés de Santa Cruz.

26 de Enero de 1992

EL MAR, TECA REALIDAD

En febrero de 1992 se cumplieron 113 años de la invasión chilena a Antofagasta que dio
comienzo al enclaustramiento boliviano. ¿Cuánto hemos avanzado desde entonces? Ni
un milímetro. A pesar de haber ensayado muchas fórmulas, planteado muchas tesis,
iniciado negociaciones bilaterales, ganado batallas hacia la multilateralidad, firmado un
tratado, escrito y aprobado decenas de resoluciones, estamos igual que el 14 de febrero de
1879.

Anualmente Bolivia cumple dos rigurosos ritos, uno de cara al país, otro de cara al
hemisferio. El primero tiene su centro den la plaza Abaroa de La Paz y se realiza cada 23
de marzo, el segundo tiene su centro en cualquier capital americana donde se celebre la
Asamblea de la OEA, y se desarrolla en la fecha de convocatoria de la reunión. Ambos
tienen una estructura, un orden, una parafernalia que hay que cumplir religiosamente. El
objetivo básico de los dos es mantener viva la llama de la justa reivindicación ante una
flagrante usurpación territorial, salvo que una parte de la ciudadanía, o lo que es más grave,
una parte importante de la élite que dirige el país, asuma que cualquiera de las dos fechas
pone en juego las posibilidades de recuperar el territorio arrebatado. En cuyo caso,
iniciamos también de modo sistemático una bizantina y estéril discusión a propósito del
contenido del discurso del Presidente (23 de marzo) y con mucha más vehemencia, dado
el carácter internacional que tiene, del discurso del canciller (OEA). Se hacen largas
consideraciones sobre el acertado o desacertado uso de la palabra diálogo, acercamiento,
reanudación o no reanudación de relaciones, se hace cuestión de estado de si era bueno
o no que el tema marítimo esté o no en agenda, si hemos perdido mucho o poco desde el
resonante éxito de 1979 en la reunión de la OEA en La Paz. Se critica, se interpela y
finalmente se acusa. Pasadas ambas fechas como en todo, el fuego se va apagando hasta
quedar en cenizas. Debemos esperar el próximo año para la repetición del ritual y el
consecuente acalorado debate en torno a los dos discursos, así hasta que llegue el día en
que se haga justicia.

Parece innecesario continuar con este juego en el que estamos enredados, ante la
comprensión más o menos sólida de muchos países y la sonrisa irónica de Chile que
prepara brevemente su estrategia año a año, para desmontar, o en su caso hacer oídos

71
sordos al clamor de Bolivia y la solidaridad internacional. No creo que podamos decir que
en 1979 estuvimos más cerca del mar que hoy, ni menos que en 1975 o en 1987.

Digamos en nuestro descargo que para el usurpador es mucho más fácil diseñar una
estrategia con posibilidades de éxito, siempre y cuando cumpla dos requisitos esenciales
que Chile cumple sobradamente; ser militar y económicamente más poderoso que el
enemigo al que despojó. Está claro que Chile es más poderoso que nosotros en ambos
aspectos y, más aún, la distancia ha aumentado año a año. Baste recordar que en 1970
Chile exportaba algo más de 1.500 millones de dólares y Bolivia más de 400, hoy Chile
supera holgadamente los 8.000 millones y nosotros no podemos superar la barrera de los
1.000. De aviones, tanques y otras lindezas bélicas ni hablemos. En suma, la brecha ha
pasado de 3 a 1 a casi 10 a 1.

Sobre esa premisa en Santiago dos letras resumen de un modo categórico una inalterable
política internacional desde hace 113 años: ¡NO!. Como se puede apreciar, no es algo muy
difícil de hacer y no requiere un mérito excesivo, cuando mucho marear de vez en cuando
la perdiz, sobre todo cuando la presión boliviana crece demasiado, para terminar repitiendo
el monosílabo con convicción. Que el Presidente se apellide Pinochet, Aylwin o Allende, es
una anécdota, que el gobierno sea civil o militar, dictatorial o democrático, importa menos.
La postura es tan invariable cuanto fácil.

A nosotros, en cambio, nos toca la tarea titánica de encontrar un parámetro común que nos
una a todos y que no se altere en el tiempo. El reclamo central que repetimos año a año
tiene un notable valor simbólico, pero no sirve para nada más allá de lo moral. Es el que
recuerda la totalidad del territorio que nos quitaron y lo reivindica. Es lo justo, qué duda
cabe, pero su consolidación para Chile parece definitiva por razones que serpia largo
enumerar. En consecuencia, debemos plantear con realismo una posición, algo tan simple
y difícil a la vez como saber qué queremos exactamente. Para ello es necesario un
consenso nacional tan incuestionable como nuestra mística global sobre el tema, que se
apoye a partir de ese consenso en una política internacional inalterable, sea quien sea el
Presidente, su modelo político – económico y su Canciller. Para Bolivia es, como se ve,
algo realmente complejo de lograr, pero sólo así podremos pensar en el éxito a mediano
plazo.

Mientras tanto, estamos enredados en un ovillo que no conduce a nada. En una falsa
competencia de patriotismo que concibe de modo maniqueo dos bandos de pro y
antichilenismo, con el consecuente certificado de buena o mala conducta bolivianista.
Olvidamos lo esencial, la construcción de una estrategia realista y eficiente en pro de la
recuperación de un acceso libre y soberano al Océano Pacífico, en un plazo
razonablemente corto.

Para doblegar la intransigente voluntad chilena por el no, deberemos apelar a todas las
formas, la bi, tri, y multilateral, pero con una misma idea invariable, con una sola propuesta,
sea cual sea la fuerza de la tormenta en contra, sin retroceder un milímetro ni proponer lo
imposible, y sobre todo con el país detrás.

72
Lograr que la voz boliviana sea una sola es algo mucho más importante que otorgar
certificados de buena o mal conducta a los sucesivos gobiernos y sus funcionarios.

24 de Mayo de 1992

EL MAR, TECA REALIDAD

En febrero de 1992 se cumplieron 113 años de la invasión chilena a Antofagasta que dio
comienzo al enclaustramiento boliviano. ¿Cuánto hemos avanzado desde entonces? Ni
un milímetro. A pesar de haber ensayado muchas fórmulas, planteado muchas tesis,
iniciado negociaciones bilaterales, ganado batallas hacia la multilateralidad, firmado un
tratado, escrito y aprobado decenas de resoluciones, estamos igual que el 14 de febrero de
1879.

Anualmente Bolivia cumple dos rigurosos ritos, uno de cara al país, otro de cara al
hemisferio. El primero tiene su centro den la plaza Abaroa de La Paz y se realiza cada 23
de marzo, el segundo tiene su centro en cualquier capital americana donde se celebre la
Asamblea de la OEA, y se desarrolla en la fecha de convocatoria de la reunión. Ambos
tienen una estructura, un orden, una parafernalia que hay que cumplir religiosamente. El
objetivo básico de los dos es mantener viva la llama de la justa reivindicación ante una
flagrante usurpación territorial, salvo que una parte de la ciudadanía, o lo que es más grave,
una parte importante de la élite que dirige el país, asuma que cualquiera de las dos fechas
pone en juego las posibilidades de recuperar el territorio arrebatado. En cuyo caso,
iniciamos también de modo sistemático una bizantina y estéril discusión a propósito del
contenido del discurso del Presidente (23 de marzo) y con mucha más vehemencia, dado
el carácter internacional que tiene, del discurso del canciller (OEA). Se hacen largas
consideraciones sobre el acertado o desacertado uso de la palabra diálogo, acercamiento,
reanudación o no reanudación de relaciones, se hace cuestión de estado de si era bueno
o no que el tema marítimo esté o no en agenda, si hemos perdido mucho o poco desde el
resonante éxito de 1979 en la reunión de la OEA en La Paz. Se critica, se interpela y
finalmente se acusa. Pasadas ambas fechas como en todo, el fuego se va apagando hasta
quedar en cenizas. Debemos esperar el próximo año para la repetición del ritual y el
consecuente acalorado debate en torno a los dos discursos, así hasta que llegue el día en
que se haga justicia.

Parece innecesario continuar con este juego en el que estamos enredados, ante la
comprensión más o menos sólida de muchos países y la sonrisa irónica de Chile que
prepara brevemente su estrategia año a año, para desmontar, o en su caso hacer oídos
sordos al clamor de Bolivia y la solidaridad internacional. No creo que podamos decir que
en 1979 estuvimos más cerca del mar que hoy, ni menos que en 1975 o en 1987.

Digamos en nuestro descargo que para el usurpador es mucho más fácil diseñar una
estrategia con posibilidades de éxito, siempre y cuando cumpla dos requisitos esenciales

73
que Chile cumple sobradamente; ser militar y económicamente más poderoso que el
enemigo al que despojó. Está claro que Chile es más poderoso que nosotros en ambos
aspectos y, más aún, la distancia ha aumentado año a año. Baste recordar que en 1970
Chile exportaba algo más de 1.500 millones de dólares y Bolivia más de 400, hoy Chile
supera holgadamente los 8.000 millones y nosotros no podemos superar la barrera de los
1.000. De aviones, tanques y otras lindezas bélicas ni hablemos. En suma, la brecha ha
pasado de 3 a 1 a casi 10 a 1.

Sobre esa premisa en Santiago dos letras resumen de un modo categórico una inalterable
política internacional desde hace 113 años: ¡NO!. Como se puede apreciar, no es algo muy
difícil de hacer y no requiere un mérito excesivo, cuando mucho marear de vez en cuando
la perdiz, sobre todo cuando la presión boliviana crece demasiado, para terminar repitiendo
el monosílabo con convicción. Que el Presidente se apellide Pinochet, Aylwin o Allende, es
una anécdota, que el gobierno sea civil o militar, dictatorial o democrático, importa menos.
La postura es tan invariable cuanto fácil.

A nosotros, en cambio, nos toca la tarea titánica de encontrar un parámetro común que nos
una a todos y que no se altere en el tiempo. El reclamo central que repetimos año a año
tiene un notable valor simbólico, pero no sirve para nada más allá de lo moral. Es el que
recuerda la totalidad del territorio que nos quitaron y lo reivindica. Es lo justo, qué duda
cabe, pero su consolidación para Chile parece definitiva por razones que serpia largo
enumerar. En consecuencia, debemos plantear con realismo una posición, algo tan simple
y difícil a la vez como saber qué queremos exactamente. Para ello es necesario un
consenso nacional tan incuestionable como nuestra mística global sobre el tema, que se
apoye a partir de ese consenso en una política internacional inalterable, sea quien sea el
Presidente, su modelo político – económico y su Canciller. Para Bolivia es, como se ve,
algo realmente complejo de lograr, pero sólo así podremos pensar en el éxito a mediano
plazo.

Mientras tanto, estamos enredados en un ovillo que no conduce a nada. En una falsa
competencia de patriotismo que concibe de modo maniqueo dos bandos de pro y
antichilenismo, con el consecuente certificado de buena o mala conducta bolivianista.
Olvidamos lo esencial, la construcción de una estrategia realista y eficiente en pro de la
recuperación de un acceso libre y soberano al Océano Pacífico, en un plazo
razonablemente corto.

Para doblegar la intransigente voluntad chilena por el no, deberemos apelar a todas las
formas, la bi, tri, y multilateral, pero con una misma idea invariable, con una sola propuesta,
sea cual sea la fuerza de la tormenta en contra, sin retroceder un milímetro ni proponer lo
imposible, y sobre todo con el país detrás.

Lograr que la voz boliviana sea una sola es algo mucho más importante que otorgar
certificados de buena o mal conducta a los sucesivos gobiernos y sus funcionarios.

24 de Mayo de 1992

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PARAGUAY ¿EL VECINO MÁS DÉBIL?

La ignorancia es atrevida. Los lugares comunes suelen sustituir al conocimiento, y los


prejuicios toman el sitio que debe tener la experiencia. El resultado es una suma de
presunciones que, probablemente, fueron las mismas que condujeron en los años 30 a
nuestro país a una guerra que nos costó demasiado, aunque su consecuencia haya sido la
construcción de una nueva realidad nacional.

Paraguay es, sin duda, el vecino más pequeño y económicamente más limitado que
tenemos en nuestras vastas fronteras, pero es, en términos generales, una sociedad más
homogénea, mejor organizada y económicamente más sólida que la boliviana.

Llegar a Asunción permite comprobar desde el primer momento una infraestructura y un


estilo urbano con tradición y con historia. El primer impacto es ver decenas y decenas de
hangares en el aeropuerto, literalmente inundados de avionetas y aviones, jets que superan
varias veces la totalidad del parque aéreo de Bolivia. Su aeropuerto es algo más grande
que Viru Viru (compararlo con el de La Paz, simplemente mueve a la risa condescendiente).

En general, la comparación lógica de la capital guaraní es Santa Cruz, por dimensión, clima
y paisaje, pero es evidente que Asunción es más grande, debe superar cómodamente el
millón de habitantes y tiene una arquitectura más importante, tanto por el testimonio del
pasado, como en el desarrollo contemporáneo. Edificios de instituciones financieras,
gubernamentales y privadas, testimonian en el paso del siglo XIX al XX y en la primera
mitad del XX, una arquitectura interesante y con algunos edificios significativos de estilo
ecléctico, neoclásico e incluso art nouveau que reflejan el poder de la capital y el desarrollo
de una cierta bonanza económica de dejó en la ciudad como en otras muchas capitales
latinoamericanas, una presencia del esfuerzo de la oligarquía criolla por tomar los modelos
europeos.

La zona comercial tiene una relación de cuatro o cinco a uno con su equivalente en La Paz
o en Santa Cruz; el número de librerías es mayor en la comparación, descontando la
práctica del modelo porteño de librerías que funcionan las veinticuatro horas del día.
Además, sin ser un dechado de variedad, están más al día y mejor surtidas que las de
Bolivia. Su bibliografía histórica es importante, con textos especializados en diversas
épocas de su historia (con el énfasis lógico en sus momentos y personajes claves). Sus
periódicos, menores en número que los nuestros, tienen tirajes que fluctúan entre los
15.000 y 75.000 ejemplares diariamente con ediciones promedio que van de las 5 a las 90
páginas (con un 50% más en las ediciones dominicales). Los dos canales de televisión
existentes están mucho mejor equipados que los canales grandes del país, en algún caso
con tecnología de punta. En este ámbito su capacidad tecnológica es por lo menos tres o
cuatro veces mayor que la nuestra, aunque la calidad de su programación no sea mejor.

La famosa homogeneidad cultural ha permitido un nivel educativo más alto y condiciones


sociales menos rigurosas que las nuestras, aunque los problemas de pobreza y el

75
crecimiento de la economía informal sean también muy significativos en este país, cuyo
territorio es menor a la mitad del nuestro y cuya población es un tercio más pequeña.

Paraguay tiene una clase media más amplia (menor brecha entre riqueza y pobreza) y un
mercado consumidor mayor, lo que permite una actividad comercial y de servicios más
grande que la de Bolivia.

Salvo la zona fronteriza con nuestro país, su infraestructura carretera completa la


integración de la superficie territorial por vías asfaltadas razonablemente buenas, y la
diferencia entre ciudad y campo no es lo dramática que en Bolivia (en el país, la pobreza
rural es equivalente a la de las naciones africanas más pobres del mundo).

Si bien su sistema democrático es mucho más joven, y como los propios paraguayos
reconocen, más que un retorno a la vida democrática es un descubrimiento de ella, el país
encara reformas estructurales como la educativa, la judicial y la estatal. Como en todo el
continente, el Presidente Wasmosy encara una agresiva política de privatizaciones que
probablemente se logrará en menos de la mitad del tiempo que Bolivia requiere, a pesar de
casi diez años de retraso con relación a nosotros en la conquista de la democracia.

En suma, nos encontramos con un país mucho más desarrollado de lo que una visión
ignorante nos hacía suponer, con indicadores de vida económica, cultural e intelectual en
casi todos los casos por encima de los nuestros.

¿Y la relación con Bolivia?. Tan limitada en su conocimiento como la nuestra. El Chaco es


la única referencia común, en Paraguay mucho más importante, obsesiva a veces, que en
Bolivia. Su bibliografía sobre la contienda es más abundante, casi imposible siquiera de
adivinar en su totalidad. Pero igual que nuestro lado es una guerra que no dejó herida ni
rencores, quizás la amarga sensación de que fue un sacrificio absurdo y tan sangriento que
apenas si quienes lo vivieron pueden medir en su terrible dimensión.

Pero el Chaco, cada vez está más claro, es el gran punto de impulso de una relación
bilateral muy promisoria. Los presidentes Wasmosy y Sánchez de Lozada así lo han
entendido (igual que nuestros embajadores, particularmente la dinámica embajadora
paraguaya Julia Velilla) y con gestos de una trascendencia simbólica indiscutible (la
devolución mutua de trofeos de guerra) inauguran una página que permitirá reconocernos
(o quizá conocernos de veras por primera vez) y hacer lo que es esencial para dos países:
una comunidad de intereses de beneficio mutuo. Se abre un nuevo tiempo.

En esta visita a Asunción, mi primer descubrimiento ha sido constatar que las referencia
vagas y las presunciones no sirven para nada. Paraguay es nuestro vecino más pequeño,
pero en muchas cosas está un par de cabezas por delante nuestro.

24 de Julio de 1994

76
“O MAIS GRANDE”

El presidente Henrique Cardoso (o FHC como les gusta escribir a los periodistas de Brasil
con particular debilidad por las iniciales), afrontó precisamente esta semana la peor crisis
de su gobierno. El detonante fue el desastre del octavo banco del Brasil, el Banco
Económico de Bahía. La decisión del gobierno pareció contundente, intervenir el banco, lo
que produjo su cierre y el cese de pagos. Pero no todo es tan simple ni aquí ni allá. La
presión política bahiana desde el senado y el gobierno estadual, obligó al Presidente a
recular. Contra toda su política privatizadora FHC les dijo a los brasileños que el banco
sería estatizado, es decir que el gobierno se haría cargo de las obligaciones del banco
quebrado, pero ¿qué gobierno?, el de Bahía pensó Brasilia, el de Brasilia pensó Bahía. El
hueco es como en esta nación, gigantesco, dos mil millones de dólares para empezar a
hablar… Pensé en el BBA Internacional y me sonreí de la dimensión que separa a ambos
países, y el caso del Banco Económico sirve sólo para ilustrar el tamaño de las cosas en el
Brasil y la cercanía de cuestiones que en Bolivia nos parecen únicas y privativas de nuestra
incapacidad de hacer las cosas bien.

Brasil es un continente dentro de un continente e invita a usar para definirlo los tópicos que
se han gastado por la repetición, pero que son imposible de evitar. Probablemente es por
eso que se han utilizado tanto. Cuando un brasileño usa la frase “O mais grande” no está
haciendo ninguna exageración, es que simplemente es así.

El alcalde de Sao Paulo, el señor Maluf, dos veces candidatos a la presidencia y un


aspirante que no pierde las ganas de ocupar alguna vez el palacio de Planalto, dice que en
América Latina hay cinco grandes economías, la de Brasil, la del estado de Sao Paulo, la
de México, la de la ciudad de Sao Paulo y la de Argentina. Parece una sobrada muy
brasileña, pero en estricto sentido eso es verdad. El PIB argentino no alcanza Sao Paulo.
Lo siguiente es enterarse que el estado de Amazonas tiene 1.567.000 km2, casi medio
millón más de km que Bolivia, y por si fuera insuficiente, Pará tiene 1.247.000 y Bahía
566.000. El país entero tiene una población de 147 millones de personas y un PIB de
450.000 millones de dólares. Es demasiado para nuestros parámetros.

Uno se pregunta inevitablemente por qué Brasil pudo mantener una unidad geográfica y
política sin alteraciones y, más todavía, cómo hizo para desarrollar una expansión que
terminó por abarcar más de lo que su presencia real, predominantemente atlántica, permitía
adivinar, y la respuesta es más sencilla de la que podría esperarse. La base fue una sola
unidad política en la época colonial y la “afortunada” circunstancia de que la amenaza
napoleónica obligó al rey de Portugal a instalarse e instaurar el imperio en el Brasil. Sin
traumas, con un proceso de mestizaje muy intenso desde la llegada de los colonizadores,
con corrientes migratorias europeas muy importantes a principios de siglo, el Brasil crece y
se hace, casi sin darse cuenta, un gigante, esta es otra vez, la palabra que mejor le cuadra.

Cuando ganó la primera Copa del Mundo en 1958 era ya una nación nueva. El
impresionante proceso de industrialización, hijo en buena parte de la dictadura de Getulio
Vargas y hecho emblema en el gobierno de Kibistcheck, dejó como saldo una nación

77
mayoritariamente urbana, saturada de inversión externa y con un mercado interno tal que
la industria propia tenía sentido y destino, hasta hacer del proteccionismo una obsesión.

Brasilia fue la certeza de la torna del nuevo Brasil. La obra de Juscelino transformada en
símbolo de modernidad por Neumeyer y Costa tiene una mezcla de grandeza casi
pretenciosa con una línea de extraña y limpia belleza, pero es a la vez inmensamente fría
y sobrecogedora. Los ambientes monumentales de los edificios cívicos más importantes
dela capital, generan una inevitable y respetuosa distancia. Da la impresión de que ha
envejecido, pero a la vez invitan a la nostalgia de una concepción del futuro que no fue.

La posmodernidad no siguió la sobriedad del racionalismo, ni aportó a la asepsia imponente


y paradójicamente poco funcional. Brasilia es el testimonio final de una época, de una
suerte de utopía imposible, de una planificación a la que le faltó una pizca de humanidad y
que pecó probablemente del inevitablemente juego de un arquitecto que tiene la ocasión
única de hacerse un homenaje a sí mismo. Pero Brasilia debe conocerse y sentirse, porque
en su increíble luminosidad bajo un cielo azul en el medio del territorio, demostró la fuerza
de una nación que pudo darse un lujo difícilmente repetible, lujo que permitió una
vertebración y una mirada hacia el interior de una inmensa geografía que a veces se perdía
en lontananza vista desde las hermosas playas del Atlántico.

¿Cuán latinoamericanos es Brasil? No parece que los brasileños se sientan muy


latinoamericanos. Pensé que era una característica más bien argentina (pre-Malvinas),
pero no, por lo menos los brasileños del sudeste y del sur, los más ricos, se asumen
europeos y quien haya visitado del primoroso pueblo de Gramado, podría pensar que les
sobran razones para ello. Es obvio que se trata de una actitud que oculta desconocimiento
y quizás desinterés. Mercosur mediante, las cosas en ese sentido cambiarán.

Pero, en el contexto de estas reflexiones entremezcladas, pinceladas al fin, el


descubrimiento de Brasil (sólo eso por ahora), me deja abrumado. Por eso sólo los tópicos
parecen posibles. La única pregunta sin respuesta es ¿por qué?, con todo lo que tiene,
¿no es “mais grande” todavía?.

20 de Agosto de 1995

“O MAIS GRANDE” II

Una agradable tarde de sábado se me ocurrió ir a la VII Feria del Libro en Rio de Janeiro.
Alojado en Copacabana, tomé un taxi en la avenida comercial por excelencia del lugar que
lleva el mismo nombre de la playa, nombre que por supuesto muy pocos cariocas saben
que tiene su origen en un remoto lugar de Sudamérica a orillas del lago navegable más alto
del mundo, donde se venera a la Virgen de Copacabana tallada en el Siglo XVI por el
escultor indio Tito Yupanqui que se vio obligado a hacer cinco réplicas de la imagen por la
extraordinaria difusión del culto que despertó. Una de esas imágenes fue a parar a Río y

78
allí quedó perpetuado su nombre, aunque hoy se lo relacione paradójicamente con
hermosas playas, hoteles de lujo, el famoso carnaval y una actividad non sancta y cada vez
más degradada de prostitución y mafia en gran escala.

El taxista me miró con una media sonrisa y me dijo que Riocentro quedaba lejos. Lejos en
Río es lejos, pasamos Ipanema, las impresionantes montañas que hacen una escenografía
sobrecogedora con el azul y el blanco del Atlántico, Leblon y vaya uno a saber que otros
barrios. En algún momento pensé que llegaría a Sao Paulo. En Jacarepagua, donde está
el circuito de Fórmula 1, uno de los santuarios del deporte de un país que hace del deporte
– espectáculo y negocio una religión (asediada por la violencia terrible de las torcidas),
estaba también la Feria bajo la inmensa cobertura de Riocentro, un ámbito ferial muy grande
(¿era necesario decirlo?). Pensé que los organizadores estaban locos, quien iba a recorrer
semejante distancia (38 dólares me costó la carrera) para comprar libros. En la entrada se
agolpaban centenares o quizás miles de personas, cuatro largas colas para pagar 3 reales
(el cambio está a 0,94 reales por dólar) donde se veían desde ancianos de más de 70 hasta
niños de meses en sus cochecitos y chiquillos de 11 y 12 años. Delante mío, un muchacho
me dijo orgullosos “ha venido usted a la feria del libro de la capital cultural del Brasil”,
después de haberme preguntado si era argentino (me temo que para los brasileños solo
existe un país en Sudamérica además de Brasil). La alusión era más para consumo interno
y tiene que ver con la rivalidad entre cariocas y paulistas. En los periódicos leí que la Feria
de Río superaría este año en volumen a la de Sao Paulo ¡y qué volumen!. El mismo día de
mi visita estuvieron en la Feria ¡158.000 personas!. Tuve literalmente que entrar a codazos
en más de un stand abarrotado de gente. Los niños en el suelo haciendo dibujos o leyendo
cómics, el CD rom comenzando a irrumpir en una nueva y fascinante dimensión de la
cultura. Se espera romper este año la berrera del millón de visitantes y superar los 30
millones de dólares facturados en 1994 ¿Qué tal?. Jorge Amado, una institución, un mito
ya a estas alturas, firmó centenares de autógrafos de sus libros, hasta que su brazo no
pudo más. Casi mil personas hacía cola para esa firma y muchos se quedaron deseándola.

Gremio jugó la final de la Copa Libertadores de América con Nacional de Colombia en Porto
Alegre, y a pesar de que el partido se transmitió en directo a todo el país, los medios le
dedicaron igual o menor cobertura que a los partidos locales, y es que en Belo Horizonte,
Río o Sao Paulo les importa muy poco la suerte de Gremio, a nadie se le ocurre que el
equipo sureño representa al fútbol brasileño. Lo que vale es el Fla – Flu (el clásico de Río)
o el Corinthians – Palmeiras en Sao Paulo, lo demás viene por añadidura, y si recibe un
minuto en horario estelar de los noticieros que se dé por bien pago.

En este hermoso país superlativo en el que la puntualidad no parece ser una característica
muy destacada, tuve oportunidad de visitar la residencia – biblioteca de José Midlin (cuya
puntualidad está fuera de toda duda), un empresario exitoso, un bibliófilo en el sentido más
exacto del término y un anfitrión exquisito (en su acepción más castellana). 23.000
volúmenes, incunables, todos los clásicos brasileños, muchos en primeras ediciones,
ejemplares únicos, un tesoro sin más, rodeado de amor. Cada libro que me mostraba tenía
su historia, la historia de cómo se consiguió, la belleza del libro como objeto además del
libro como contenido. De pronto, en el corazón de una ciudad sin otro horizonte que los

79
edificios que parecen no terminar jamás, que parecen haberse comido una parte del alma
de la ciudad, la más desafiante y poderosa e industrial y contaminada y culta (¿O es Río?)
y avanzada, una isla maravillosa que te hace comprender porqué preservar la memoria del
hombre en esos libros que registran una parte de la historia de la cultura occidental y por
supuesto la de Brasil (y no creo exagerar un ápice) tiene tanto sentido y es tan entrañable.

Me tocó luego la televisión. Desde la calidez extraordinaria de Boris Caso y periodista y


presentador de noticias de la red SBT de Silvio Santos, o Francisco Pinheiro que, con todo
y su infraestructura, hacen cosas tan parecidas al periodismo que tratamos de ejercitar en
PAT, hasta ese gigante intocable que es la Rede Globo. Globo, el imperio del señor
Marinho (un hombre poderoso como pocos en Brasil) construye en un terreno de 1.300.000
mts2 su nueva área de producción, 135.000 mts2 cubiertos con cuatro estudios de 1.000
mts2 cada uno para hacer sobre todo, pero no solo, telenovelas. Globo que copa más del
50% de la audiencia nacional y se aprecia de cubrir el 78% de sus horas de emisión con
producción propia (léase de la misma Globo), comparte con el periódico (origen de la
fortuna), la radio y el canal de cable, un espectro abrumador capaz de levantar y destruir
figuras, capaz de dominar el mercado publicitario y marcar sus pautas de diseño, con un
personal de más de 9.000 empleados en la TV, de los cuáles más de 800 están en el área
de noticias, para hacer tres noticieros nacionales y tres locales por día y programas de
reportaje especializado, poco más o menos lo mismo que en Bolivia hacemos equipos de
20 personas o en el mejor de los casos de 60 a 70. Recorrer el laberíntico edificio de la
sede de la red en Río es no solo para volverse loco, sino para quedar azorado. Cientos de
millones de dólares en inversión se ven allí. Mi guía se jactaba de que se trata de la primera
cadena latinoamericana y la cuarta del mundo, por supuesto que no tuve duda ninguna de
que lo que la señora decía era rigurosamente cierto. Cuando pregunté por un funcionario
de dirección del área de periodismo al que quería ver, me miro extrañada, “es un hombre
muy ocupado” me dijo “y no le hemos pedido audiencia”. Las noticias se hacen en el piso
uno y el señor estaba más cerca del cielo en el piso nueve.

A los brasileños el español no les interesa mucho, sus miradas se dirigen mucho más al
norte – norte y al noreste. América Latina es un ámbito casi exótico, quizás porque como
les ocurre a los Estados Unidos, un país – continente puede alimentarse de sí mismo hasta
el hartazgo, y el hartazgo nunca llega.

27 de Agosto de 1995

CAPITULO V

LOS TERRITORIOS DEL CORAZÓN

DESCENTRALIZACIÓN: SÓLO CULMINAR LA TAREA

80
La vieja aspiración descentralizadora, la justa crítica anticentralista, está a punto de
culminar como parte de un proceso que ha transitado por caminos distintos a los que de
modo apocalíptico se previeron en el pasado inmediato.

El conocido dilema entre unitarismo y federalismo ha quedado resuelto por la evidencia de


una mayoría abrumadora que sin necesidad de plebiscito entiende que el futuro de la
nación, su vigencia como tal, dependen de mantener inalterable su unidad. Las corrientes
separatista o las menos radicales del federalismo han sido vencidas en los hechos, aunque,
es lógico, no desaparecerán y la propuesta federalista (la otra es simplemente inadmisible)
seguirá como una corriente de opinión en el ámbito de la democracia. Pero está claro que
hoy no está en discusión la posibilidad de federalizar Bolivia.

Lo que está en discusión es simple y llanamente un proceso de descentralización


administrativa. Pero ¿En qué términos?. No en los mismos que dieron pie a la germinación
de la necesidad. Veamos porque. Primero porque la reforma de la Constitución ha dado
lugar a la “recuperación” para el voto ciudadano de la mitad de los diputados. La
Constitución del 94 contempla que el 50% de los diputados será elegido directamente por
el pueblo por la vía de circunscripciones uninominales (para entendernos, usted votará por
el candidato a diputado que prefiera en su circunscripción).

Segundo y lo más importante, porque existe una ley de participación popular que está en
pleno funcionamiento. Si alguna reivindicación tienen las regiones ante el poder central es
la referida a la necesidad de administrar sus propios fondos de forma directa, siempre que
haya algún fondo que administrar. Pues bien, la ley de participación popular reconoce
ambos derechos y más que eso, otorga los fondos pertinentes. Así, por primera vez más
de 300 municipios reciben dinero efectivo de acuerdo a su número de habitantes, y gozan
del derecho de administrarlo directamente y de acuerdo a sus propios planes y
requerimientos. Este ha sido el paso mayor que se haya dado nunca en nuestra historia
para descentralizar la nación.

En consecuencia, solo falta redondear el principio, no comenzarlo. Se comenzó en 1992


con la primera reunión de partidos políticos que propusieron y aceptaron la necesidad de
reformar nuestra Carga Magna. El paso pendiente es el referido a los poderes regionales
a nivel macro – como dirían los economistas – esto es la conformación de los llamados
gobiernos departamentales.

El debate planteado en este nivel es el alcance de la autonomía departamental. Por un


lado está la propuesta de elección directa de prefecto y asambleas departamentales, en la
mitad del camino está la propuesta de elección directa de asambleas departamentales y
designación de prefectos, y finalmente está la idea gubernamental de elección indirecta de
consejos departamentales y designación del prefecto. Si nos atenemos a la letra de la
Constitución (que es exactamente lo que debemos hacer), la elección del prefecto es
imposible. El artículo 109 es claro: “En cada departamento el poder ejecutivo está a cargo
y se administra por un prefecto designado por el Presidente de la República”. Lo que está
en discusión son las atribuciones del prefecto, y la verdad es que las propuestas en el

81
anteproyecto de ley del gobierno son tan amplias que algunos miembros de la oposición
consideran incluso que son excesivas.

En cuanto a las asambleas, empecemos por decir que la Constitución en el artículo 110 las
denomina consejos departamentales (con S no con C, lo cual no es casual). El art. En
cuestión dice: “En cada departamento existe un Consejo Departamental presidido por el
prefecto, cuya composición y atribuciones establece la ley”. El gobierno considera que un
consejo presidido por el prefecto no puede ser elegido por voto universal, pues un órgano
electo por voto directo estaría presidido por alguien que es designado y no elegido. Pero
el argumento central es que en un sistema unitario no se puede crear una instancia ejecutiva
diferenciada del único poder ejecutivo reconocido por la Constitución (salvada, claro, la
democracia municipal expresamente aceptada por ésta).

La opción propuesta en el anteproyecto de ley es atractiva. Conformar el consejo con un


representante por cada provincia más dos representantes por la capital del departamento.
En cada departamento el total de miembros del consejo sería equivalente al número de
provincias que éste tenga más dos concejales por la capital. La elección de los concejales
departamentales la harían por voto los concejales municipales de cada provincia (de
acuerdo al número de secciones municipales que tanga cada provincia), en tanto los
representantes de la capital departamental serían elegidos por los concejales del municipio
capitalino. Se realizaría así una elección indirecta, ya que los electores de estos
representantes departamentales serían personas que han sido elegidas por voto universal
en los comicios municipales.

La capacidad y autonomía de gestión de prefecto y consejo son bastante amplias, así como
la descentralización de trámites que hasta ahora solo pueden hacerse en la sede de
gobierno. El manejo de fondos a través de un presupuesto departamental, sin ser
despreciable (están las regalías, inversión pública y fondos específicos del TGN) no tiene
el impacto que ha logrado la participación popular a través del entramado municipal.

Si el país actúa con sensatez, culminará un proceso que está ya muy avanzado y que puede
cerrar una historia de desencuentros con medidas racionales que garanticen nuestra
unidad, a la vez que la capacidad de cada región de velar y actuar por sí misma.

28 de Mayo de 1995

LA DEMOCRACIA DEL “EJE CENTRAL”

La Paz, Cochabamba y Santa Cruz son un gran espejismo en Bolivia. De sus edificios,
avenidas, centros comerciales, medios de transporte, supermercados y autos de lujo, surge
un halo de irrealidad que cubre la verdad cruda de una nación invertebrada, incomunicada,
aislada y desconocida. Más allá de nuestras grandes ciudades, se mueve el país asfixiado
por el llamado “eje troncal” que se lo come todo, el presupuesto, la inversión, el sistema

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financiero, las microondas, el fax, la publicidad, las noticias…todo, salvo lo esencial, la
conciencia de postergación del resto que mira el pequeño banquete al que no han sido
invitados, con los escasos recursos que tenemos, tanto en el sector público como en el
privado.

Algo parecido pasa con la democracia. Desde la sede de gobierno nos llenamos la boca
con los avances logrados desde 1982, el nivel de tolerancia entre los políticos, el respeto a
las ideas ajenas, el respeto a la libertad de expresión y de opinión, sin darnos cuenta de lo
que ocurre a solo pocos kilómetros de la ciudad más importante del país, y ni qué decir de
lo que ocurre en las lejanas poblaciones de nuestros cuatro puntos cardinales.

Allí, donde el periódico llega con unos días de retraso, donde se ve más televisión nacional
de Chile o Rede Globo que nuestras propias estaciones, donde las carreteras se
interrumpen con una frecuencia propia del siglo XIX, donde los aviones aparecen tarde, mal
y nunca, tampoco la Constitución parece rondar mucho. Quizás, el único medio real de
presencia e integración sea la radio, y gracias a la radio nos enteramos de cuán lejos de
todos está una gran parte de la nación.

Así, los caudillos regionales hacen lo que mejor les parece, la ley del más fuerte sigue
siendo la sagrada ley, los periodistas son amenazados cuando no golpeados o censurados,
y encima la respuesta de quienes abusan y censuran es prepotente, las amenazas y las
advertencias funcionan mejor que el intercambio de ideas. El fraude es un recurso socorrido
y las poblaciones se transforman en feudos intocables, donde familias, personas o clanes,
disponen de vidas y haciendas con muy poco pudor.

De ese modo, una credencial que habilita legalmente a un concejal para votas es una
anécdota, si no consigo el voto por las buenas lo consigo por las malas. Si alguien no vota
por mí, va a la cárcel acusado de lo que sea, argumentos para acusar son lo que sobra. Si
un periodista pregunta de más se lo convence de diferentes modos para que deje de
preguntar, y aquí no ha pasado nada.

En realidad sí que ha pasado, engañados por el espejismo del “eje troncal” nos olvidamos
de lo que realmente está pasando en el país, de que las cosas no funcionan, de que la
democracia no ha podido llegar hasta los últimos rincones de la patria, de que el poder
puede manipular, cambiar y adecuar las cosas a sus intereses y no hoy ningún Chapulín
Colorado que venga a rescatar a nadie de nada.

Es el tiempo de la reflexión sobre lo avanzado y sobre lo que debe hacerse en el futuro, es


el momento de comenzar a pensar seriamente en aprender de nosotros mismos, de nuestra
democracia de siglos, de la experiencia campesina de occidente y de oriente, de la
democracia obrera, de la tradición asambleísta de nuestros sindicatos, de las estructuras
jurisdiccionales y la forma de gobierno de las comunidades andinas, de los capitanes y la
organización de las etnias del oriente, de nuestros idiomas mayoritarios como vehículos
efectivos de transmisión de los conceptos de democracia que deben integrar una realidad
compleja pero rica.

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Y en tanto, es tiempo de ser lo suficientemente valientes como para empezar a pedir
cuentas a los impunes, de intentar terminar con los cotos cerrados en que se han convertido
decenas de lugares en el país, de implementar un mínimo de democracia interna en los
partidos y cortar la cabeza de caudillos locales que lo único que hacen es reproducir hasta
el hastío las viejas prácticas de la política, que ya se reflejaron magistralmente a principios
de siglo en “La candidatura de Rojas” de Chirveches, con el agravante de que hoy el poder
económico es mucho mayor y los intereses también.

Debemos terminar con la idea ingenua de que Bolivia entera vive en democracia. Estamos
mejor que hace diez años, es cierto, pero la práctica democrática y sobre todo las
exigencias de que se cumpla la Constitución Política del Estado, son sólo exigencias de
quienes vivimos en las grandes ciudades y podemos apelar a la consideración del respeto
y el pudor del poder, aunque sólo sea en parte. Más allá de esos límites geográficos, el
viejo mundo enquistado desde hace centurias sigue mandando.

Ese es el desafío mayor del sistema, universalizarlo aniquilando el viejo poder. Pero, claro,
el espejismo solo terminará cuando la estructura global de esta nación analfabeta que
agoniza en un sistema educativo que amenaza con enlodarlo todo, sea sacudida de modo
radical. En tanto, sólo el esfuerzo parcial de quienes creen “a muerte” en la democracia
paliará un poco la quemante realidad de un país que tiene dos caras, la del “eje troncal” y
sus oasis, y la de la nación olvidada desde siempre.

29 de Marzo de 1992

BOLIVIA: LAS CIUDADES - ESTADO

Un importante político nacional comentando a propósito de una de las realidades


emergentes más importantes de los últimos años, el poder de las regiones, concluía que
más que un movimiento consistente de quienes comienzan a reclamar su necesaria y
legítima autonomía del poder central, lo que tenemos es una reproducción criolla de las
ciudades – estado de la Italia del comienzo de la edad moderna.

Es una idea que provoca varias reflexiones, y más allá de la demostración de la hipótesis,
lo que importa es desarrollar algunos conceptos que nos ayuden a encarar mejor una ruta
urgente, indispensable, hacia la descentralización racional de un país que se debate entre
dos grandes cabezas que se muerden entre sí, creciendo a costa de un esmirriado y poco
coherente esqueleto.

El concepto del poder regional, sólo puede plantearse en el momento en que la economía
de una determinada zona define un rol político de preeminencia. La historia nacional
registra con claridad la importancia de etapas que establecieron los centros de poder de
acuerdo a esas explosiones económicas, cuyos ciclos, característico de la inconsistencia
en el tiempo de las materias primas como soporte de una estructura económica, tuvieron el

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destino de los grandes fuegos artificiales para dejar luego sólo las cenizas sobre el agua y
la tierra.

Esta constatación obvia merece algunas precisiones para el momento actual. El


desplazamiento del poder de Occidente a Oriente, el crecimiento fundamental de Santa
Cruz trae aparejados dos elementos importantes. El primero es el de las regalías como
“conquista irreversible”. El estado hace el camino inverso, y en vez de recibir, concede el
diezmo. Una suerte de impuesto a la región a la que la providencia le ha regalado el don
de un recurso natural decisivo. La regalía es un ingreso que sustituye al impuesto
ciudadano (escaso o inexistente de acuerdo a las zonas del país), y repara las evidentes
carencias de un estado centralista, ineficiente e incapaz de cubrir mínimamente los
requerimientos de todos. La regalía fortalece, pero feudaliza, y a la vez debilita a aquellos
que no explotan o no tienen recursos significativos. Da poder pero insensibiliza en torno al
destino de una comunidad formada, más allá de la región, por una nación entera en la que
además de la distribución injusta de los recursos (centralismo de por medio), se establecen
derechos preferenciales, como si la posesión del recurso creara países dentro del país.

El segundo elemento es que el crecimiento y el desarrollo no están relacionado en absoluto


con la integración, la vertebración o la infraestructura. Las regiones son sus ciudades. No
porque carezcan de culturas poderosas, o de potencialidad, o de perspectivas, es que
simplemente el centralismo se reproduce de manera mecánica y a veces caricaturesca.
Las ciudades se muerden la cola (las ciudades en este caso son sólo las capitales de
departamento) y crecen sin proporción ni concierto, se alimentan de los recursos de las
regalías que genera la región, de los presupuestos del estado, de los impuestos (nunca en
relación a cómo los pagan), o languidecen, pero casi nunca miran a su región. La
desproporción entre el crecimiento demográfico de las capitales de departamento y el resto
es simplemente patética. No hay balance posible entre centro y periferia, no hay recursos
para los demás, salvo contadísimas excepciones, porque los demás no pueden levantar la
voz. Y la voz de las regiones es, en consecuencia, la voz de los círculos de poder de las
ciudades. La gran ciudad – estado de Bolivia es, casi no hace falta decirlo, Santa Cruz,
símbolo del tiempo contestatario al centralismo paceño, pero en definitiva es también un
micro – estado centralista, que, a pesar de su poder económico, no logra todavía integrar
el sentido de región, capaz de la descentralización de cara al propio departamento. Pero
es sólo el ejemplo más evidente. Cada ciudad habla un idioma distinto, asume su mecánica
propia, tiene su pliego petitorio, su organización y su dinámica, casi siempre de espaldas a
sus pueblos menores. Poco tiene que ver la ciudad con el drama de una sociedad sin
energía eléctrica ni agua potable, ni casi nada, a escasos kilómetros de ella.

¿Cómo podrían haber equivalencias si La Paz – El Alto superan el 1.100.00 habitantes y


las siguientes poblaciones paceñas son Colquiri con 23.000 habitantes y Viacha con
14.500? No se ha generado el criterio de las ciudades intermedias, salvo en el Beni, y eso,
pobreza global mediante, impide una relación coherente y armónica de poder compartido,
de decisiones iguales y de voces plurales en la región.

La descentralización económica en un país que no paga impuestos, además de plantear


una gran interrogante sobre el origen y la forma de distribución de los recursos, evidencia

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que la única opción son las regalías, un concepto que carece de algo tan elemental como
la universalidad. La región debiera administrar un porcentaje importante de sus propios
impuestos, pero es que simple y sencillamente hay vastos sectores del país que no los
pagan (más del 66% del total de los impuestos que recauda el estado los general la ciudad
de La Paz, ni siquiera el departamento). ¿Qué es exactamente lo que va a descentralizarse
entonces?

Si a esto le sumamos el criterio, cada vez más arraigado de las élites de poder regional, de
que la descentralización en el fondo puede ser una profundización de la feudalización que
lleva la otredad (la afirmación de las diferencias y de los rasgos de la propia identidad) hasta
sus posiciones más radicales, podremos adivinar fácilmente que el asunto de la
descentralización está conducido por las ciudades, sin una necesaria correspondencia con
los intereses de la región en el sentido amplio y totalizador de la palabra, y que las ciudades,
igual que en la Italia del siglo XVI, tienen sus “duces” que, sentados en las grandes oficinas
de la urbe conjugan más sus intereses que los de todos.

29 de Septiembre de 1991

LA DIGNIDAD DE UN PAIS DESCONOCIDO

La historia de Bolivia se ha construido e interpretado siempre desde los 4.000 metros de


altura, a la sombra de las gigantescas moles andinas y con los vientos del altiplano frío. No
ha sido algo gratuito, es cierto. Las poderosas culturas de la región en la época
prehispánica, la riqueza minera del occidente en los siglos coloniales, definieron un
crecimiento del país en las montañas y una visión de lo que era, desde las montañas. Hoy,
sin embargo, el andinocentrismo de Bolivia ha comenzado a rendirse ante la evidencia de
la explosión económica y demográfica del oriente (a partir de la revolución de 1952), que
apareja la reivindicación de una identidad propia, la ampliación de la visión de lo nacional y
el redescubrimiento de los importantes valores del Este de nuestra geografía.

En esa ruta de reconocernos en nuestra compleja totalidad, se inscribe la marcha por la


Dignidad y el Territorio de unos bolivianos a los que nunca tomamos en serio, y que
realmente no estuvieron ni están considerados en calidad de ciudadanos (palabra tan
socorrida en tiempos de democracia). Los indígenas benianos que caminan hacia el
corazón mismo de la concepción andina del país, nos dicen de pronto, ¡aquí estamos!
Mojeños, sirionós, yuracarés… son parte de esa minoría marginal en la marginalidad que,
sin la fuerza cuantitativa y cualitativa de quechuas y aymaras, busca tan sólo el
reconocimiento de su existencia y sus derechos básicos.

Como primera conclusión, sin duda, podemos apreciar en esa marcha una toma de
conciencia colectiva; de quienes la hacen porque reivindican su territorialidad, de quienes
la sentimos porque volvemos a mirar esa totalidad fragmentada cuyo dislocamiento debe

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resolverse en la pluralidad y el mutuo respeto, y no en el concepto uniformizante que el país
andino quiso imponer desde siempre.

De lo que aquí se trata es de reconocer una importante zona de territorio a los indígenas
que ocupan espacios del departamento del Beni desde hace un largo pasado. A estas
alturas el principio y ese derecho nadie los discute (aunque reconocerlo a costado un largo
proceso que incluyó el exterminio y el más absoluto desprecio por esas etnias durante
siglos), lo que se discute es, primero, cómo establecer los reales requerimientos de
comunidades numéricamente tan pequeñas (no más de 20.000 personas en total) en
cuanto a un territorio para poder vivir de acuerdo a las necesidades de su espacio socio –
económico; segundo, se la relación tierra – población que implica la petición es justa;
tercero, si no se da pie a una suerte de sistema de apartheid en el que la concesión de
territorio produzca un aislamiento de dos puntas; cuarto, si es realista pensar en la
pervivencia de sistemas culturales y tecnológicos que pueden implicar limitaciones de
desarrollo (lo que no quiere decir hacer la analogía simplista del elogio del desarrollo en la
óptica occidental), y que son muy vulnerables a la invasión de los modos de vida del siglo
XX (en la mayoría de los casos en su expresión más depredadora e insensible).

La otra cuestión clave es la muy difícil compatibilización entre los fuertes intereses de las
empresas madereras con concesiones en la región y las reivindicaciones indígenas. Si
asumimos que en este momento se desarrolla en el bosque Chimane un proyecto único en
el continente, el “bosque de producción permanente”, que intenta demostrar que es posible
a través de las áreas forestal, biológica y socioeconómica, garantizar un futuro equilibrado
de la región, incluyendo la explotación de recursos renovables como la madera, nos
percataremos de que el problema es complicado.

La experiencia de este proyecto, en el que están incluidos los madereros, a pesar de que
conceptualmente es muy completo, enfrenta limitaciones, porque la extracción de madera
ha sido intensiva y no del todo racional. La mara, por ejemplo, está severamente
amenazada. No se ha demostrado que en todos los casos se llevan a cabo programas de
reforestación. Los madereros no han comprendido el fenómeno integral que implica el
respeto a la realidad étnica, cultural y social de la zona, y finalmente, los beneficios tangibles
para la región son exiguos.

Esto implica la urgencia del replanteamiento del proyecto, el énfasis en la cuestión indígena
y la aceptación, inicialmente comprendida por el gobierno, de las reivindicaciones de los
marchistas. Pero a la vez exige el uso de la racionalidad en la extensión de los territorios
reconocidos a las diferentes etnias, y la evidencia de que si bien la actual explotación es
francamente desmedida e inmediatista, no se puede pensar en la desaparición de
concesiones para explotación forestal, que forman parte de los recursos potenciales de
crecimiento económico de la región y del país en su conjunto. Dicho sea de paso, son
perfectamente pensables proyectos forestales con los propios indígenas, que aporten al
crecimiento de la zona.

9 de Septiembre de 1990

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EL TIEMPO DE SANTA CRUZ

Curioso trance histórico este en el que a la vuelta del siglo la nación vive un momento similar
al que generó la llamada “Revolución Federal”. El imperativo económico y los intereses de
la élite dominante impulsaron un proyecto político que entonces se tradujo en un
dislocamiento de la historia. Los pujantes paceños se enfrentaron al poder sureño
encarnado de la soberbia capital de la nación. Liberales contra conservadores, la minería
del estaño frente a la de la plata, los terratenientes del altiplano frente a los hacendados de
los valles. El norte frente al sur. La batalla del segundo crucero marcó el fin de una época
y el desplazamiento de una oligarquía por otra. El proyecto que con tanto ímpetu habían
desarrollado Arce y Pacheco naufragó al despuntar el nuevo siglo. Significativamente sin
embargo, la visión de nación no era distinta entre liberales y conservadores. El proyecto
era el mismo, lo que cambió fue el control del poder político y el nombre y apellido de los
caudillos de la democracia del voto calificado. Pero el resultado fue claro, La Paz asumió
el liderazgo nacional. La ciudad que en los hechos era la más importante del país desde la
primera mitad del siglo XIX, se arrogó el poder político y arrebató a Sucre la sede del
gobierno. Ese desplazamiento del eje del poder económico, cuyo símbolo mayor fue Patiño
y el patiñismo cambio la historia del país.

El tiempo de La Paz fue fecundo y la ciudad de los Andes creció con la fuerza arrolladora e
incontrastable de su peso específico. La minería del estaño alimentó al altiplano y volvió a
ratificar la hegemonía occidental desde las alturas.

Pero todo ciclo se agota y da lugar a otro nuevo. Los viejos federalistas de Ibañez verían
hoy orgullosos al despuntar de un nuevo centro, de equilibrio primero y de liderazgo
después. Amparada en el plan Bohan (1942) y la realidad de la mítica carretera asfaltada
Cochabamba – Santa Cruz, apoyada por los fondos generosos de COMIBOL, de los sueños
integradores de la Revolución del 52 y protegida por la sangre de los bolivianos que
defendieron la riqueza petrolera en el Chaco; la pequeña ciudad de Santa Cruz comenzó a
despertar para convertirse en menos de cuatro décadas en la tierra prometida de miles de
bolivianos que confluyen en ella incesantemente en busca de una vida nueva. En 1950
Santa Cruz tenía 43.000 habitantes, en 1976, 255.000 y en 1992, 697.000. En 42 años ha
multiplicado 16 veces su población. En ese mismo periodo La Paz ha crecido menos de 4
veces.

Mientras la migración fundamental de la explosiva ciudad del Alto es abrumadoramente


aymara y proviene del altiplano próximo, Santa Cruz recibe migración de los cuatro puntos
cardinales de Bolivia. La Paz fue el crisol de la nación y la ciudad cosmopolita del país.
Hoy ese papel lo juega Santa Cruz.

No es un capricho del voluntarismo es, como lo fue al final del siglo XX, una realidad
económica. El poder del petróleo, la dinámica de la agroindustria, la potencialidad de la
minería, la industria manufacturera, la realidad de miles y miles de bolivianos que

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construyen su destino en los anillos de la acogedora Santa Cruz de la Sierra, son los hechos
incontrastables de un poder económico que se traduce en cifras que en algunos casos
superan a La Paz y que en otros se le aproximan con tendencia a superarla. Más de un
tercio del PIB tiene que ver con Santa Cruz, buena parte del sistema financiero se orienta
hoy a esa región. Una mentalidad agresiva, sin complejos, con optimismo y una decisión
más pragmática que ideológica, menos condicionada por las viejas cicatrices del gran
estado minero y el superestado revolucionario – militar que padeció el occidente, hacen de
Santa Cruz una región que polariza y electriza, que da pie a la esperanza. Invertir en Santa
Cruz no es una operación traumática. Mientras en los Andes cada iniciativa se discute, se
pelea, se traba, se vincula a profundas convicciones del alma, en Santa Cruz simple y
sencillamente se invierte, se acepta el concepto y a nadie se le ocurre hacer una cuestión
de estado porque venga dinero para el crecimiento regional.

Pero el crecimiento tiene sus bemoles y Santa Cruz no es la excepción. La celosa


“sociedad” cruceña se resiste a aceptar la universalidad, se resiste a abrir el puno
férreamente cerrado controlando la dirección del crecimiento y también la de sus réditos.
Esa riquísima marmita donde se cocina una nueva cultura alimentada por lo aymara, lo
quechua, lo indígena oriental, lo mestizo y por supuesto, por la propia tradición de la ciudad
criolla, se entiende como peligrosa, cuando en realidad es una experiencia extraordinaria
nueva y buena para la nación. El viejo hispanismo inflexible y “blanco” se resiste a mirar la
realidad, a abrir la mente, olvidando que a diferencia de 1899, hemos vivido una Revolución
de verdad. Pero, como siempre, la historia impone su fuerza. La ciudad genera su propio
discurso y una nueva generación de intelectuales repiensan su cultura y está dispuesta al
deafio, encuentra los rasgos de la propia identidad a la vez que abren generosos las puestas
para que allí se refuercen las páginas escritas en los camellones del norte beniano y en las
llanuras de Mojos y Chiquitos, a la par que se reciba el río del agua transparente y las
culturas de los deshielos de la cordillera andina.

Santa Cruz tiene que asumirse cosmopolita y universal, tiene que asumirse nación y no solo
región, tiene que aprenderse como se aprendió La Paz impulsada por todos aquellos que
llegaron para hacerla grande.

Cuando la bandera verde y blanca sea capaz de fundirse en la tricolor hasta hacerse
inseparable, hasta se su misma textura y su mismo aliento, entonces este Santa Cruz imán,
será también el Santa Cruz generador que devuelve al país lo que recibió de él. Con un
liderazgo nacional que está ahí plantado en nuevo ciclo histórico, igual que el que inició La
Paz precisa y justamente en la agonía de un siglo y el nacimiento de otro.

6 de Marzo de 1994

VÁYASE A VIVIR AL ORIENTE

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Un trabajo de investigación de la ONU con información de 1992, nos hace conocer que el
ingreso anual per cápita de Bolivia está (no es novedad) figurativamente en el fondo de la
tabla de posiciones de América del Sur. Argentina tiene un ingreso per cápita anual de
3.970 dólares, Brasil 2.920, Uruguay 2.880, Venezuela 2.720, Chile 2.350, Paraguay 1.270,
Colombia 1,250, Perú 1.070 y Ecuador 1.010 (datos del Informe sobre desarrollo humano
1994 del PNUD, referidos a información de 1991). Bolivia tiene un ingreso per cápita anual
de 889 dólares, 12% por debajo del Ecuador el país inmediatamente anterior a nosotros, y
cuatro veces menor que el ingreso de la Argentina, el primero de la lista.

Lo interesante de esta información desglosada es, sin embargo, el conocimiento de las


diferencias dramáticas dentro de nuestro propio territorio. Pobres como somos, la pobreza
se puede dividir según las regiones y contrastar departamentos “ricos”, “pobres” y
“miserables”. No es tampoco un descubrimiento que Santa Cruz es el departamento más
“rico” de Bolivia y eso se refleja en un ingreso anual per cápita de 1.306 dólares que lo
coloca por encima del promedio de Paraguay, Colombia, Perú y Ecuador. Santa Cruz es
el departamento con mayor actividad económica, mayor crecimiento demográfico, mayor
índice de alfabetismo, mayor esperanza de vida y menor promedio de mortalidad infantil.
Dejó de ser futuro, es presente y en muchos sentidos la tierra prometida de miles y miles
de bolivianos que antes que emigrar fuera de nuestras fronteras prefieren encontrar en
Santa Cruz un destino mejor. Lo notable es que el segundo y tercer lugar de mayores
ingresos per cápita de Bolivia están en Beni (1.014 dólares) y Pando (964). Comprobamos
que el oriente es una zona donde se vive mejor que en ningún otro lugar de Bolivia. Luego
están Cochabamba con 928 dólares de ingreso, Tarija con 901 y La Paz con 893 dólares.
Los seis departamentos mencionados están por encima del promedio nacional.

Por debajo del promedio nacional están Oruro con 796 dólares de ingreso y Chuquisaca
con 763 dólares. El caso de Chuquisaca es curioso, no está en el área propiamente andina
– la más deprimida – es un departamento productor de petróleo y allí está la capital,
tradicionalmente identificada con un buen nivel cultural y de relativo bienestar. Sin
embargo, Chuquisaca tiene índices terribles de analfabetismo y mortalidad además de ser
el penúltimo departamento del país en ingresos. Pero lo más lacerante de este informe es
el caso de Potosí cuyo ingreso anual per cápita es de 438 dólares, la tercera parte del
ingreso de Santa Cruz y la mitad del promedio nacional. Demás está decir que ese ingreso
es coherente con los indicadores de salud, analfabetismo, mortalidad y esperanza de vida
(mientras en Santa Cruz es 69 años en Potosí es 53). El ingreso potosino es equiparable
a naciones como República Centroafricana (lugar 160 entre 173 naciones registradas en el
informe del PNUD), Togo (lugar 145), Ghana (Lugar 134), Pakistán (lugar 132) o Santo
Tomé y Príncipe (lugar 128), naciones de África y Asia calificadas como de desarrollo
humano bajo, mientras Bolivia ocupa el puesto 113 en el grupo de naciones de desarrollo
humano medio. La paradoja histórica es cruel. Potosí, la de la montaña de plata más rica
del mundo, la que alimentó a la corona española por más de 250 años, la que fuera una de
las cinco urbes mayores del mundo en el siglo XVII, la que recibía sedas y especies del
oriente y productos exóticos de los lugares más recónditos del orbe, la que se jactaba de
contar con casi una veintena de “corrales de comedia” y adornaba de plata sus calles a la
llegada de sus ilustres visitantes. Languidece hoy en la extrema pobreza.

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El censo de 1992 es muy claro, la población boliviana que en 1950 se distribuía en un 80%
en el occidente del país y en un 20% en valles y llanos, ha revertido su tendencia y hoy solo
Santa Cruz representa el 21% de la población de Bolivia. En cambio, el occidente (La Paz,
Oruro y Potosí) tiene un 45%, algo más de la mitad de lo que representaba en 1950.

¿Por qué?. En buena medida por las políticas nacionales implementadas a partir de 1952.
En parte por el “boom” petrolero de los cincuenta y sesenta y la importancia del gas a partir
de los setenta, a lo que debe sumarse la lucha y logro de las regalías departamentales. En
parte por la conquista de una nueva frontera agrícola, la agroindustria y la expansión
colonizadora con sus más y sus menos. Pero esto no es suficiente para explicar esta
realidad. No podemos olvidar algo fundamental que pasa por la actitud. Los hombres de
los llanos liderizados por los pujantes cruceños tienen una actitud positiva, de fe en sí
mismos, de seguridad en lo que hacen, de ambición, de una defensa inteligente de sus
intereses. Aún a costa de actitudes de un regionalismo excesivo y a veces excluyente, los
orientales han marcado pautas de comportamiento que ayudan a las bendiciones que Dios
puso en su tierra. La otra cara es la actitud de los occidentales atados a viejas ideas, a
modelos que los hechos han derrumbado. La política del NO confronta a la actitud del SI
de los orientales. A esto se suma una terrible resignación heredada del dramático pasado
de aymaras y quechuas, tanto prehispánico como colonial. La filosofía del perro del
hortelano está hundiendo a los andes bolivianos, con el solo consuelo de una historia de
protagonismo que es ya un “fue” y que no parece proyectarse al “es” o al “será”. El viejo
eje político andino es un lastre para nuestras esperanzas, es el depositario renuente de la
nación que está cambiando.

No basta con hacer diagnósticos y ensayar justificaciones históricas o socio – económicas.


O cambiamos o el viento de lo nuevo nos arrasará definitivamente. El occidente de Bolivia
merece mejor suerte que la que sus hijos estamos forjando. Es bueno, saludable y motivo
de alegría que una vasta región de Bolivia crezca y progrese, pero intentemos que ese
crecimiento sea equilibrado y se distribuya mejor y eso en gran medida depende de
potosinos, orureños, paceños y chuquisaqueños. No lo parece, pero qué difícil es en
muchas partes de Bolivia aprender a decir SI.

14 de Mayo de 1995

LA PAZ – EL ALTO: LOS DISCORDES EN CONCORDIA…

“El Congreso Nacional decidió ayer, después de un arduo debate, crear una nueva ciudad
en el país. Con el nombre de Cruz del Oriente, se estableció la nueva jurisdicción urbana,
a partir del cuarto anillo de la ciudad de Santa Cruz de la Sierra”. Es evidente que este
fragmento de política ficción es un disparate de magnitud que no se le ocurriría a ningún
cruceño. Será porque en el llano las ideas se ordenan mejor que entre los 3.500 y 4.000
metros de altura, o será que los diputados y senadores cruceños entienden mejor que la
demagogia tiene un precio que se paga tarde o temprano.

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En 1985 el Congreso creó, en el marco del disparate, una ciudad artificial para congraciarse
con una población que, sumida en la más terrible pobreza, con la mayoría de las calles sin
empedrar, sin luz en muchos sectores, sin agua en otros muchos, sin sistema de
alcantarillado, sin presupuesto, logró además de la montaña de problemas que cargaba
desde su nacimiento como zona en los albores de la década de los años cincuenta, un
nombre, un escudo, una bandera, un himno y un alcalde. Además, alguien con un muy
especial humor la bautizó con el ampuloso título de “ciudad del futuro”. Se inventó una
ciudad dentro de otra, se cortó de cuajo la relación jurídica de ese ámbito, y los ciudadanos
paceños tuvimos que aceptar los hechos sin derecho a consulta ni a pataleo.

Tras la euforia de su “jerarquización”, los alteños (vaya uno a saber si en el futuro no se le


ocurre a algún otro parlamentario inventar nuevos gentilicios con respaldo jurídico, como
“tejareños”, “calacoteños”, “sopocacheños” y otras necedades parecidas), descubrieron
muy pronto que además de ese curioso escudo que tiene “su” Huayna Potosí para no ser
menos que los otros que tiene “su Illimani”, coleccionaron alcaldes (14 en 7 años), alguno
terminó en la cárcel, a varios los echaron de mala manera, otros se rindieron ante la
evidencia de que con cuatro centavos no se puede construir una ciudad. El Concejo
Municipal ha sido una sucesión de peleas, enfrentamientos, huelgas, presiones,
acusaciones y zarandeos. Una alcaldesa interina logró, en monos de una semana, hacer
malabares de corrupción, de los que todavía se lamentan los sufridos parroquianos.
Mientras tanto, los parlamentarios inventores de la bendita ley están muy contentos,
supongo que la mayoría disfrutando de lugares bastante alejados de El Alto.

Como era de prever, el polvorín comienza a calentarse peligrosamente. Desesperados por


la falta de recursos, los alteños apelan a la exigencia de co-participación, y el mismo
parlamento inventor del desaguisado, resuelve las cosas arbitrariamente, quitándole a La
Paz más del 30% de sus ingresos. Precisamente cuando la ciudad comienza a padecer de
sed y comprueba la necesidad de inversiones urgentes para resolver una cuestión vital,
cuando el sistema de abastecimiento de luz enfrenta la inminencia de una crisis, nos dicen
a los ciudadanos que nos recortan una tercera parte de ingresos, obviamente insuficientes
para cubrir necesidades elementales.

Primero cercenan arbitrariamente una ciudad y la parten en dos abriendo una brecha de
enfrentamientos, de regionalismo ridículo, de una supuesta dicotomía ciudad rica – ciuda
pobre, como si el valle de Chuquiago fuera París, y luego, obligan a paceños y alteños a
enfrentarse por el poco dinero que tenemos todos.

Si asumimos esta situación jurídica tan lamentable, aceptemos que la única solución posible
es el cumplimiento de la Ley 843, es decir, regularizar y organizar la recaudación de
impuestos de El Alto. Que quienes están instalados allí paguen sus impuestos en la alcaldía
alteña y no en La Paz. Fábricas, comercios, talleres, etc., deben tributar en el lugar
geográfico donde desarrollan su trabajo. Los automóviles que circulan en El Alto, lo propio.
En suma, que la actividad económica alteña alimente esa alcaldía y no ésta. Mientras es
produce la transición, debiera llegarse a un acuerdo La Paz – El Alto para salvar la crisis y
garantizar para la gestión 94 un reordenamiento que deslinde responsabilidades a cada
parte.

92
Pero, seamos honestos, esa no es una solución. En 10 años más El Alto tendrá más
habitantes que La Paz. Con más de un millón y medio de almas entre ambas, las cosas
van a empeorar sustancialmente y ya están hoy bastante mal. Se impone ahora un cuarto
de conversión radical, por muy grande que sea el costo político de la medida. Hay que
revertir el grave error cometido. La Paz debe volver a su integridad original. El Alto y el
valle son una misma cosa, geográficamente, históricamente y lo que es más importante,
económicamente. Los alteños están estrechamente ligados a La Paz, porque la gran
mayoría trabajan aquí. Lo que debe hacerse es un área metropolitana con alcaldías
distritales coordinadas por una alcaldía del área metropolitana paceña. Eso permitirá una
distribución más equilibrada de recursos, considerando preferencialmente a las áreas más
deprimidas. Nos volverá a plantear a todos la responsabilidad por nuestra ciudad, sin esos
enfrentamientos de zona, de clase y de ingresos. Porque ahora, lo único que falta es que,
no contentos con el regionalismo negativo en el que estamos unos departamentos con
otros, nos inventemos una pelea entre paceños.

Un área metropolitana garantiza el respeto a la realidad. El crecimiento y el éxito de La Paz


depende del crecimiento y el éxito de El Alto. Un desastre allí es un desastre de todos. La
solidaridad sólo se logrará si rompemos ese muro artificial que nos conduce al desastre.

No acepto eso de alteños y paceños. Como un cruceño, o un cochabambino o un tarijeño,


no aceptarían que les dividan su ciudad para lograr réditos políticos, a costa de prender un
volcán. Todavía, si tenemos valor, estamos a tiempo de recomponer las cosas y actuar con
sensatez.

15 de Noviembre de 1992

PARTICIPACIÓN POPULAR: LA REVOLUCIÓN, OTRA VEZ

La desestructuración de los paradigmas centrales que movieron los espíritus del siglo XX,
nos dejó huérfanos, vacíos, como tocados por el rayo del escepticismo y el descreimiento.
El mayor problema y la mayor desazón no era la demostración de que un modelo de
esperanza se había desmoronado, sino la desorientación a propósito del camino a seguir.
Amigos de las etiquetas fáciles, condenamos al mundo postsocialista al neoliberalismo o a
la nada. La premisa era en sí misma absurda, pero característica de tiempos grises y
derrotas abrumadoras.

En ese patético marco, dos palabras: “participación popular”, han marcado en nuestro país
la personalidad intrínseca de un gobierno que intenta convertir en verdad aquello que en un
momento histórico como éste hace falta: dar respuestas alternativas, creativas y cargadas
de imaginación (que no descabelladas). Y ya a estas alturas el marbete de neoliberal que
le pusimos (en su amplio contenido conceptual y simbólico, que trasciende la mera
aplicación de un modelo de economía abierta) es no solo insuficientes, sino a estas alturas
inaplicable.

93
El proyecto de Ley de Participación Popular es simple y sencillamente revolucionario. Y en
este punto no caben los pudores. Una revolución en democracia implica un ejercicio de
diálogo, concertación, ajuste y debate en el marco constitucional. Y eso es lo que Sánchez
de Lozada, Cárdenas y su equipo intentan hacer. Esta propuesta es uno de los caminos
más lúcidos en la búsqueda de resolver de una manera distinta el camino interrumpido que
representó la formulación teórica de la izquierda latinoamericana en las últimas tres
décadas.

Veamos algunos de los ingredientes claves de esta ley. El primero es el reconocimiento


implícito de la insuficiencia que la democracia representativa conlleva en la vinculación
entre el ciudadano y el manejo de los asuntos que le competen. El voto es un mecanismo
básico pero limitado precisamente por la representatividad. Esa era la única relación de
decisión que teníamos para la constitución de una sociedad democrática. Si bien la
revolución de 1952 había generado esta realidad con la instauración del voto universal y
había incorporado al campesino a la economía además del reconocimiento histórico de la
propiedad de la tierra, no había logrado establecer el paquete de derechos básicos que
hicieran real la participación con capacidad de decisión sobre las propias necesidades de
cada comunidad y los medios para llevar adelante esas decisiones. Había, por el contrario,
dado lugar a una mentalidad puramente reivindicacionista del pueblo (forzada por la
realidad histórica) que hoy debe transformarse en otra en la que entendamos que
participación implica necesariamente derechos y deberes, beneficios y responsabilidades.

Para que esta filosofía se aplicara era necesario entender varias cosas. Lo primero, que el
campo debe integrarse, que la democracia meramente urbana se parece mucho a una
farsa, hay que construir una democracia realmente nacional. La segunda, que el mapa
político (enmarcado en el concepto demoliberal de nuestra constitución) debe engarzarse
con el mapa de la historia cultural y participativa de los pueblos que habitan nuestro
territorio. Para ello fue indispensable el reconocimiento de formas organizativas
tradicionales y de autoridades legítimas de las diversas comunidades del país. De ese
modo, comunidades originarias, ayllus y tentas, capitanes y jilakatas aparecen
explícitamente reconocidos por la ley con derecho a la personería jurídica y en
consecuencia a la participación. Pero en última instancia, era indispensable escoger un
sistema que recogiera esa organización y la ligara entre sí. La municipalización es la
respuesta. Los municipios territoriales vinculados a la organización política del mapa (las
secciones de las provincias) recompone una realidad municipal hasta hoy restringida, que
tendrá algo más de trescientos ámbitos de poder popular. El municipio es, en
consecuencia, el instrumento de la participación.

Los derechos los reconoce la ley y su fuerza está en la distribución de recursos de acuerdo
al sistema más racional que puede ofrecerse, la población. Cada boliviano vale lo mismo y
recibe lo mismo, esté en Santa Cruz de la Sierra o en Nor Lípez. Y recibe también la
responsabilidad de administrar sus bienes comunales, los caminos, las escuelas, los
hospitales y postas, los campos deportivos, etc. El gobierno le garantiza la redistribución
justa de los fondos que le corresponden y el soporte de programas educativos, sueldos de
maestros y médicos, etc. La participación será real por primera vez en la historia.

94
Los mecanismos de salvaguarda (los fiscalizadores electos de la administración de fondos,
la presentación de proyectos y programas de trabajo), el método de redistribución (20% de
la coparticipación y 100% de los impuestos sobre propiedad urbana, rural y motorizados
para las alcaldías), son sujetos de perfección, ajuste e incluso modificación, lo básico es el
principio de reconocer la capacidad y los derechos de los bolivianos de construir su propio
destino y encontrar un método genuino y sin subterfugios para que esos derechos sean
ejercidos a plenitud.

Por primera vez alguien propone una redistribución novedosa y más justa y equitativa de
nuestros escasos recursos. Por primera vez se plantea una alternativa de cambio profundo
y radical de las viejas e injustas relaciones de la sociedad. Para ello tuvieron que pasar
muchas cosas. Más de un lustro de ortodoxia económica con severas limitaciones, una
mente abierta y receptiva del Presidente y su partido, una alianza fundamental con Víctor
Hugo Cárdenas y el MRTKL y una coalición con un partido que como el MBL defiende desde
hace años la necesidad de reformular nuestra visión del mundo rural. El resultado es, sin
más, revolución en democracia. ¡Bienvenida!.

27 de Febrero de 1994

95
TERCERA PARTE

La Revolución Liberal

96
CAPITULO VI

LA DEMOCRACIA COMO UTOPÍA

LA DEMOCRACIA COMO UTOPIA

No parecen buenos tiempos estos para la esperanza y para el optimismo. Da la impresión


de que el hombre ha abandonado la fe para entregarse al pragmatismo chato e inmediatista.
El planeta es arrasado por más de cinco mil quinientos millones de seres humanos que
comienzan a darse cuenta, quizás tarde, de que mucho más que los roedores a los que
tanto detestan, han devastado lo que han encontrado a su paso sin misericordia. A nombre
del dios progreso y el dios crecimiento, se han comido media tierra, sin lograr los objetivos
que supuestamente justificaban semejante precio.

Los grandes proyectos ideológicos de este siglo, o se hundieron en la ciénaga, o sobreviven


despojados de adornos conceptuales, aceptando que de lo que se trata es reproducir una
sociedad injusta con algunos frenos terapéuticos que maquillen el desastre global.

Veamos algunos ejemplos. Occidente, que vivió y sufrió la experiencia más traumática de
toda la historia universal entre 1939 y 1945, produce realidades tan increíbles como la mártir
ex – Yugoslavia, desgarrada por una guerra interna en la que se aplican los peores métodos
del nazismo con adiciones de propia cosecha tan espeluznantes como las violaciones
sistemáticas de miles de mujeres, fríamente programadas como estrategia de degradación
del “enemigo”, destruyendo no solo la vida, sino marcando para siempre el cuerpo y la
mente de mujeres cuyo único pecado es vivir en un bando y no en el otro. Otros miles
languidecen esperando la muerte por hambre en otra parte de la tierra, en medio de otra
guerra interna, sin que ni las fuerzas de la primera potencia del mundo ni nadie lo puedan
evitar. La Rusia ex – soviética vive a su vez el tránsito alucinante de la ineptitud de liderazgo
de un hombre que no está a la altura del desafío histórico, y que ha llevado las cosas hasta
el límite de la trágica caricatura en su intento de occidentalizar a la desaparecida potencia
socialista. La xenofobia comienza a expandirse como una mancha de petróleo
precisamente en las naciones que demostraron los peligros del racismo y la discriminación,
haciéndose carne en jóvenes casi adolescentes que, hartos de su sociedad o marginados,
optan por la guerra contra los extranjeros.

Este sombrío panorama está además condimentado, como ocurriera en el pasado, por la
peste del siglo XX, el SIDA, como una respuesta paradójica y aleccionadora al mundo
soberbio de la tecnología y la ciencia, en el que se pensó que todo estaba bajo control, en
el que el hombre se acerca a dominar el milagro de la vida y manipularlo a gusto y sabor.
El SIDA vuelve a demostrar que no nos está reservado el papel de Dios y que, falibles e
imperfectos, podemos morir como hace cinco siglos, o diez, o cien, víctimas de una
epidemia para la que, por lo menos ahora, no tenemos otra respuesta que la resignación y
la impotencia.

97
En este mundo en el que de nuevo todo está en cuestión y en el que la desesperanza es
una norma, es indispensable la recuperación de la utopía. Simplemente porque no
podemos darnos el lujo de aceptar este pozo, probablemente signo de una importante
transición, así como viene. Debemos, más que nunca, recoger de estas señales el desafío
de la recuperación de algunos valores esenciales que, desde un punto de vista conceptual,
están marcados por los principios básicos de la democracia.

La consolidación de una ideología democrática que parecía el patrimonio más importante


de la posguerra, se enfrenta a la realidad dramática y chocante de la infinidad de problemas
multiplicados por la bomba de tiempo más peligrosa que jamás se concibió, la explosión
demográfica. La comunidad humana ha sido capaz de perfeccionar las reflexiones sobre
sí misma al punto de asumir (basta verlo en la declaración de los derechos humanos de la
ONU) los retos que todo el desarrollo humano anterior habían planteado. Los principios de
justicia y equidad, la eliminación de los prejuicios, el reconocimiento de los derechos
humanos esenciales, el discurso antidiscriminación, la fuerza creciente de los grupos
marginados o despreciados, al potenciamiento de los derechos de la mujer, son una prueba
de que hay una conciencia creciente de que no se puede aceptar más una visión del mundo
excluyente y verticalista. Pero, a pesar de todo, ese bagaje sigue ahí como utopía. La
utopía democrática reflejada a plenitud en un texto aceptado por todas las naciones del
mundo y repetido en un centenar de constituciones de los países más diversos.

Pero, la naturaleza humana ha podido más que las lecciones sangrientas de su historia y
que los lúcidos pensadores que diseñaron el sueño democrático. Por ello, probablemente
el desafío mayor de esta nueva edad media es el de resolver su utopía principal, hacer que
los sueños plasmados ya y muy claramente en el papel, pensados incluso para que más
allá de las aspiraciones puedan aplicarse razonablemente entre nosotros, comiencen a
hacerse realidad aunque solo sea en una pequeña parte.

La utopía de la democracia es probablemente la única luz en este túnel, más difícil de


alcanzar en la medida en que peligrosos sinónimos le han envuelto en insuficiencias que
no le son imputables. El empeño en asumir que la democracia sólo es posible en el marco
de un secante modelo económico, la evidencia de que en las sociedades desarrolladas que
más tiempo han vivido bajo este sistema comienzan a abrirse grandes boquetes que
amenazan con hacer naufragar el barco, plantean la necesidad de una reformulación de lo
que debió ser un instrumento de convivencia más que un fin en sí mismo.

La democracia como instrumento esencial, como punto de partida para una convivencia
que nos permita trazarnos líneas de futuro, es aún parte de la utopía. La consecución real
de la democracia es la utopía en medio de este fragor gris, mediocre y terrible de estos
años noventa.

14 de Marzo de 1993

98
DEBILIDADES Y FORTALEZAS DE LA DEMOCRACIA

Hace no muchos años, un destacado pensador neoliberal, Jean Francois Revel (entonces
profeta de un modelo que impusieron Ronald Reagan y Margaret Thatcher no sin
dificultades), se preocupaba por la debilidad comparativa de la democracia frente a la
solidez granítica del sistema socialista. Por un lado, decía, las democracias para tomar una
decisión deben apelar a complejos mecanismos de aprobación; se requieren mayorías
reales, los parlamentos fiscalizan y limitan las decisiones de los gobiernos, las leyes son
armas que impiden aprobar fácilmente medidas de excepción, etc. En el sistema socialista,
en cambio, la cúpula es omnipotente y no requiere sino de la formalidad de consensos
logrados en asambleas nacionales no democráticas, que dan vistos buenos sin posibilidad
alguna de retruque, las leyes excepcionales son más una norma que una excepción, las
decisiones no pasan ni por filtros, ni por bloqueos, ni remotamente por la posibilidad de ser
detenidas en otro estamento de poder. En suma, gobernar en el socialismo es más fácil y
más expeditivo. En la batalla de los bloques, concluía el pensador, la expansión comunista
es irreversible si la democracia no usa armas más contundentes y no se enreda en
consideraciones éticas que son su debilidad. No se conoce, reflexionaba, ningún sistema
socialista que haya sido depuesto, vencido en elecciones libres o sustituido por cualquier
medio (lo decía hace algo más de un quinquenio).

Hoy, el socialismo prácticamente ha desaparecido de la faz de Europa, está profundamente


debilitado en el Asia (con el gran interrogante de lo que ocurrirá en China y Corea) y se
mantiene apenas pertinaz y heroico en América en la pequeña isla de Cuba. Un
desmoronamiento que ha roto todo ese razonamiento y que ha permitido descubrir que
esas aparentes debilidades de la democracia son en realidad su fortaleza esencial, y que a
pesar de las dificultades, los desalientos y las aparentes ironías inadmisibles, sólo
defendiendo el apego más estricto al respeto a las libertades y derechos constitucionales
que otorga la democracia, tendremos la seguridad en el mediano y largo plazo de construir
una sociedad más plural y más justa que la que hoy tenemos. Así lo ha demostrado la
historia reciente.

Estas reflexiones aparentemente abstractas, tienen una estrecha relación con una
concepción que se tiene en el país a propósito de los límites y posibilidades de nuestro
sistema. Tanto el gobierno como la oposición, piensan y actúan sobre la base de que una
que otra licencia es perfectamente posible en lo que hace a la observancia de nuestra Carga
Magna. Uno es proclive también a pensarlo así en función de la práctica cotidiana. En ese
contexto se piensa que es aceptable pasar por alto las prescripciones sobre los tiempos
que se requieren para la reforma constitucional, por ejemplo, o se olvidan las exigencias
expresas de nuestra primera ley sobre la administración de nuestra riqueza (los 50 Km. De
“protección” de nuestras fronteras), o lo que es más importante, aquellas partes del texto
que se refieren clara e inequívocamente a los derechos de los ciudadanos.

Los hechos demuestran que, imperfecta, la Constitución es la salvaguarda final del sistema,
es su fortaleza y su refugio. Creer en la Constitución y respetarla, será la llave maestra
para hacer creíble y deseable la democracia como modelo, aunque a veces pueda parecer

99
que hacerlo implica demoras peligrosas o trabas a genuinas posibilidades de cambios
cualitativos para la sociedad en su conjunto.

Voy a lo concreto. En los últimos días se han repetido acciones desde el poder que pasan
por alto los derechos constitucionales de los ciudadanos y que ponen en peligro
precisamente la seguridad de los bolivianos que la ley respalda.

El frustrado secuestro de la Sra. Boussier fue el hecho más grosero del uso arbitrario del
poder económico y político, contando con la complicidad de funcionarios de gobierno que
se prestaron a un delito de una gravedad que a veces no se mide, demostrando la inermidad
de una boliviana (la Sra. Boussier lo es) en su propio territorio. La nueva extradición de un
boliviano acusado de delitos de narcotráfico a los Estados Unidos, es otra transgresión a la
ley, dado que no existe convenio de extradición entre los dos países. La detención por más
de cuarenta y ocho horas de sospechosos de acciones terroristas (están en el Ministerio
del Interior casi 10 días) es otra prescindencia de los derechos ciudadanos que debe
preocuparnos.

El gobierno no puede comenzar a usar el argumento de la gravedad de determinadas


situaciones para olvidarse de su deber de cumplir la ley. Afortunadamente no vivimos una
situación de conmoción tal, que obligue al uso sostenido de medidas especiales, y en el
caso de que así fuera, la Constitución prevé mecanismos que le dan al Ejecutivo la opción
de usarlas, pero en tiempos como estos debemos ser escrupulosos en el respeto a los
derechos que son iguales para todos.

Aunque sea terrible que los dictadores que conculcaron casi todas las leyes se amparen
ahora en ellas para su defensa, aunque sea terrible que quienes torturaron, apresaron y
mataron, se aprovechen de los vericuetos de los códigos para salir indemnes, sólo
aceptando las reglas del juego y respetándolas garantizaremos, mejor que con mecanismos
expeditivos y peligrosos, que hechos como los que atravesamos en un pasado aún próximo
no se repitan.

En definitiva, hará mejor el poder cortando la avidez corruptora de muchos de sus


funcionarios y sentando precedentes dentro de sus propias filas, que transgrediendo
innecesariamente las normas que nos rigen a todos por igual. Ese es el verdadero y único
poder de la democracia, su propia esencia.

28 de Octubre de 1990

DE LA REVOLUCION A LA DEMOCRACIA

Es casi como decir de la excelencia a la mediocridad. O es, por lo menos, lo que los
inflamados jóvenes de los años sesenta hubiesen pensado así a algún peregrino se le
ocurría la idea de proponer como opción de futuro, como utopía, hacer de la democracia

100
algo por lo que valiese la pena luchar y eventualmente morir (aunque la democracia
precisamente ahorra al interesado el trance ciertamente terrible de tener que ofrendar la
vida por la causa).

Hay una cierta visión mesiánica en aquello de concebir la vida política a partir de las grandes
causas que se emparentan con la historia y están siempre destinadas a poner siempre la
sociedad patas arriba. Esa dimensión épica que sedujo de una manera tan categórica a
miles de jóvenes y que los llevó a la inmolación voluntaria, a la certeza de que estaba en
su destino cambiar el mundo para siempre o en menor dimensión el país, demuestra el
amargo tamaño infinitesimal que tenemos los mortales, al fin simples seres perecederos
que las más de las veces nos consumimos sin que nuestra ofrenda haya fructificado en una
sociedad siquiera medianamente mejor.

Más allá de la esperanza, más allá de la voluntad, la realidad descarnada, presente aquí y
entre nosotros, demuestra que aquellas cosas convertidas en razón de vida hace apenas
un cuarto de siglo, se miran hoy como una apuesta errada, a veces incluso como un gran
fiasco que trituró no sólo a los héroes que se arrojaron a la vanguardia del camino, sino a
toda una generación.

No es que la vida consumida por los demás sea inútil, porque el solo ejemplo tiene una
fuerza de testimonio extraordinaria, pero a pesar de la admiración y aún el estremecimiento
íntimo cada vez que se recuerda a esos compatriotas, lo que hoy tenemos como visión de
futuro no pasa, salvo la ética (y no es poco), por las ideas y el perfil de mundo que entonces
se hicieron muchos.

A fuerza de golpes es inevitable comprender, a fuerza de tropezar es que uno aprende a


caminar. Ante del dramático telón levantado del socialismo real, no queda sino aceptar que
un gigantesco experimento colectivo muy bien administrado de cara al mundo, e
implacablemente controlado de cara a sí mismo, terminó por estallar y con su estallido, la
vida de millones de hombres y mujeres que habían concebido su vida y su destino en
función de esas ideas.

Sin negar la validez de las ideas de justicia, solidaridad, equidad y un largo etcetéra que
encerraba y encierra aún la ideología socialista, el experimento en la práctica y las
consecuencias subsiguientes de un estado muy parecido al de las previsiones de Huxley y
Orwell, fue demasiado traumático como para mantener el eje de las ideas en el mismo sitio.

Y es casi, en una suerte de camino melancólico de retorno, que los ex jóvenes de los
sesenta se encuentran con la democracia y sus alcances.

Por eso el “modesto” modelo concebido y aplicado en algunas sociedades de Occidente


desde hace algo más de dos siglos, vuelve a ser un elemento de discusión, de aproximación
tímida y finalmente se convierte en un sistema creíble.

Aquí estamos ahora todos, los que vienen de la sierra y han abandonado el fusil, los que
salieron a las calles a conquistar la utopía, los que pensaron y escribieron sobre el cambio
por las armas, los que estuvieron en las barricadas del 52 y también quienes desde el techo

101
del poder, ejercieron el terrorismo de estado como un método para imponer el nacionalismo
cristiano. En esta gigantesca y complejo marmita se cocina una nueva idea del mundo,
menos ambiciosa, más realista, pero apoyada en algunos principios cuya universalidad no
se resiente porque por decenas de años se haya querido hacer de esa democracia y los
intereses de unos pocos, un sinónimo.

Pasar de la revolución a la democracia a fuerza de vientos de realidad, no ha sido fácil, y


aún hay muchos colgados en la indecisión ideológica o en el desesperado intento de
construir un modelo que se ahogó en la práctica de décadas. De uno u otro modo, hemos
construido un difícil consenso, cuya solidez aún está pendiente, pero ante el que hoy por
hoy la sociedad boliviana en su gran mayoría está dispuesta a alinearse en un nuevo tiempo
en el que confluyen la esperanza y la desesperanza. Hace veinticinco años, muy pocos
estuvieron dispuestos en Bolivia a hacer de esta democracia una causa. Para ellos fue
hasta hace muy poco, un tiempo poco propicio a la consideración con esas ideas
“timoratas”. No era fácil nadar contra corriente. Hoy, gracias a Dios, el río caudaloso va en
esa dirección. La historia suele ser inexorable, más allá de la vida de generaciones enteras
que se quemaron en la hoguera de la ilusión poderosa y paradójica de la revolución.

9 de Mayo de 1993

DEMOCRACIA: DIEZ AÑOS DESPUÉS

Nunca en la historia del país, ni siquiera en los eufóricos días de abril de 1952, habíamos
vivido la experiencia real de las masas en movimiento copando el principal espacio abierto
de la sede de gobierno, la Plaza de San Francisco inundada por todos sus costados, tomada
literalmente por el pueblo para celebrar su propia conquista, no sólo la recuperación de la
libertad, sino la idea de la construcción de su propio espacio.

Varias imágenes confluyeron en las calles de la gran plaza, pero sin duda la más vigorosa
fue la de capturar por fin el centro mismo del poder, participar en el banquete de la
democracia, dejar de ser espectador, o más aún, dejar de ser objeto – víctima del sistema.
Aquellas inolvidables jornadas de octubre estaban teñidas de esperanza y para la mayoría
planteaban la opción de un nuevo tiempo.

Pero ese nuevo tiempo, por lo menos en la idea que de él se tenía en el corazón de las
masas, no llegó. La historia transitaba ya por otros caminos. El fervor revolucionario
acuñado en la epopeya cubana y en la inmolación del “Che”, había sido suplantado ya por
quienes, ganadores de tres elecciones, supieron tocar las fibras adecuadas de la mayoría,
pero no fueron capaces de asumir el reto exacto, ni la hora histórica que les tocaba. No
bastó con renunciar al marxismo, ni abandonar las ideas radicales por el cambio. La
apuesta al entronque con la Revolución de 1952 implicaba solamente una adscripción
sentimental, o peor aún, un intento por retornar a una ruta cuyas insuficiencias estaban más
que probadas. Los viejos caudillos revolucionarios y los jóvenes del entronque, fueron

102
arrasados por los hechos y con su fracaso todos aprendimos que la gran utopía de una
nueva sociedad dramáticamente distinta de la anterior, no pasaba por la ruta que se imaginó
hace dos décadas, y que lograrla no dependía exclusivamente de la decisión autónoma de
una sociedad, sobre todo si ésta era tan pequeña y dependiente como la nuestra.

La democracia nos enseñó que la realidad es mezquina y no deja margen para la


cristalización de los grandes sueños, que el poder sigue restringido y que la participación
es una tarea pendiente.

Quizás la lección más amarga de la década pasada, la de la democracia, es que vivimos el


tiempo de las cosas pequeñas. A fuerza de golpes nos han conducido al realismo, a lo
posible. Es el tiempo del desencanto y del desengaño, también de las constataciones
serenas. Porque si bien es verdad que el modelo capitalista neoliberal que Occidente ha
escogido para su destino, que arrastra con él a las naciones del Tercer Mundo, demuestra
día a día sus carencias, su individualismo y la mezquindad de su propuesta de futuro; no
es menos cierto que el desmoronamiento del socialismo desnudó un fraude histórico
gigantesco. No se puede mantener el velo de la piadosa conmiseración por ese desastre.
El fracaso del socialismo mostró su pecado fundamental, la falta de libertad, y la ineficacia
absoluta del modelo económico de planificación centralista, el estatismo secante y la
evidencia de la implacable dictadura burocratizada del partido único. Con ese hundimiento
se hirió mortalmente a la más gigantesca utopía del siglo XX, y a los más entrañables
símbolos de revolución que se acuñaron en todos los confines del mundo para alimentarla.

A cambio, se nos ofreció la modesta democracia a la occidental, con libertad política y


libertad económica, sin aspiraciones espectaculares, pero con desafíos concretos
realizables. Es esa democracia la que los bolivianos sembramos y hemos ido alimentando
a lo largo de estos diez años.

Es fácil ahora sumarse al coro de quienes prefieren subrayar todo lo que la democracia no
ha hecho, todo lo que le falta y todos los muchos y grandes defectos que lleva consigo.

Pero sería una visión injusta e incompleta. Es cierto que esta democracia es excluyente,
que no ha dado todavía apertura a la participación genuina de todos los bolivianos, que no
ha superado los viejos problemas de la discriminación, la corrupción y sobre todo, la
comprensión de la pluralidad que Bolivia encierra y que no siempre se expresa en el
sistema.

Pero no podemos olvidar que a partir del 10 de octubre de 1982, podemos apelar a la
Constitución y reclamar por nuestros derechos, que se acabó la dictadura, la represión, la
tortura, el exilio y la muerte, que las ideas se combaten con ideas, que la corrupción se
hace pública y que a partir de ello, es posible pensar en el fin de la impunidad, que los
partidos políticos no pueden seguir actuando y decidiendo detrás de bambalinas, que los
ciudadanos elegimos mediante el voto a nuestros gobernantes y que hemos empezado a
conocer y construir la democracia inmediata y tangible de los municipios.

La libertad democrática ha abierto un gran debate sobre todo y sobre todos. Un debate en
el que participan realmente las mayorías, incluso los marginados de siempre. Las marchas

103
por la vida y el territorio, son una muestra de ello. El cuestionamiento a los 500 años, la
propuesta de una Asamblea de Nacionalidades, los territorios para las etnias del oriente, la
fuerza poderosa de las regiones que exigen, a su vez, una autonomización de sus
decisiones por la vía de la descentralización, la interpelación incluso de la nación misma,
sobre la base de que Bolivia es un país que usurpa el viejo territorio prehispánico, marca la
dimensión de ese diálogo enriquecedor, sólo posible en democracia.

En este caso, espero, será posible decir sin temor a ser intelectualmente quemado en una
pira, que no sólo podemos sino que debemos celebrar esta década ininterrumpida de
democracia que, con todos sus problemas, es sin duda el periodo más genuinamente plural
y libre que hemos vivido en nuestra historia republicana.

11 de Octubre de 1992

LA VOLUNTAD POPULAR

¿Cómo se expresa la voluntad del pueblo?. Los diversos sistemas políticos a lo largo de la
historia han formulado formas diversas de expresión de la voz y la voluntad de una
sociedad, desde que se aceptó que el poder no era una intermediación entre la masa y dios
a través de un gobernante todopoderoso.

La democracia entendida en tantas direcciones como propuestas políticas se han


desarrollado a lo largo de los últimos siglos, intenta acercarse de la manera más coherente
posible a la imagen de participación de todos en las decisiones que atañen a su propio
destino. Desde la idea utópica de la democracia directa hasta la representatividad: “La
soberanía reside en el pueblo; es inalienable e imprescriptible; su ejercicio está delegado a
los poderes Legislativo, Ejecutivo y Judicial…”, que es la que Bolivia escogió en 1825 y que
ratifica nuestra Constitución. Se supone que el voto es la máxima expresión de la soberanía
y de la participación en la confección del gobierno (expresado en los tres poderes).

Pero, en la otra acera, una parte importante del pueblo estructura su representatividad por
la vía de las llamadas organizaciones populares: tradiciones originarias, gremios, juntas
vecinales, sindicatos, etc. A partir de 1952, la unidad de los trabajadores expresada en la
Central Obrera Boliviana alteró el sentido teóricamente primigenio de estos organismos,
convirtiéndolos en órganos reales de poder. Zavaleta habló del poder dual y algo de eso
se vivió en el periodo 1952 – 1956. Luego la COB actuó sobre esa lógica de “derecho
adquirido” y razonó como órgano de poder, sino paralelo por lo menos fáctico e
incontrastable. Lo demostró en los años cincuenta, en el final de los sesenta y en el principio
de los ochenta, además de aglutinar a la sociedad en la lucha permanente por la
recuperación democrática. La ruptura abrupta de esa evidencia determinada por la
revolución liberal de 1985, afectó a la COB en los hechos pero no logró modificar su forma
de pensamiento.

104
Veamos como ejemplo que ni la COB, ni el ejército, ni la iglesia, tienen como misión la
responsabilidad de gobernar, ni la de decidir o reclamar parte o toda la responsabilidad de
esa acción a los poderes que legítimamente están destinado a hacerlo, pero la verdad es
que la historia de Bolivia ha sido el escenario de un ejército ejerciendo muy frecuentemente
el gobierno ilegalmente, de una COB como poder alternativo y competitivo con el
establecido, e incluso una Iglesia en un papel de mediación tan decisivo como en 1981 a la
caída de García Meza, en 1984 cuando el acortamiento del mandato de Siles, o en 1989
en el compromiso de gobernabilidad de los principales candidatos a la presidencia de ese
momento.

¿Es la COB un órgano de poder?. Hoy no lo es ni en los hechos, ni en las leyes, pero aún
queda un resabio de esa estructura heredada de los años de la Revolución Nacional. ¿Es
sólo un representante de los intereses gremiales, y específicamente laborales de sus
afiliados?. Parecería un papel mezquino, si no se lo entendiera en el contexto de un orden
democrático con papeles y responsabilidades definidos.

Mientras todos sepamos el rol que nos asigna la Constitución y no nos erijamos ni en
gobierno, ni en poder judicial, ni en árbitros de la sociedad, lograremos darle a la
democracia su verdadero sentido.

La voluntad popular se expresa en el voto, nacional y municipal, en su participación activa


desde las bases en las responsabilidades que un proceso de descentralización y
municipalización logren. Curiosamente, por estas paradojas de la ideología, la mayor
resistencia de determinados sectores radicales y no tanto del sindicalismo en sus diversos
matices, es precisamente a la propuesta más genuinamente revolucionaria de este
gobierno; una ruta hacia la descentralización y la municipalización, desde la salud y la
educación, hasta la gestión de lo que es hoy un elefante centralista apoyado en el Tesoro
General de la Nación. En otras palabras, la propuesta más verdaderamente democrática,
la del ejercicio real de la voluntad popular, la de hacer del ciudadano un sujeto y no un
objeto democrático, se estrella contra una negativa rotunda, amparada en argumentos la
mayor parte de las veces camuflados con discursos de inflamado revolucionarismo, o en
algunos casos con alteración franca de significados. Conscientes de que la privatización
sigue ofreciendo una resistencia significativa y razonable en la población, optan por lo fácil,
decir hasta la saciedad que descentralizar o municipalizar es sinónimo de privatizar, al
punto que no solo el hombre común, sino incluso algunos comunicadores han adoptado la
especie como verdadera.

La voluntad popular como cualquiera otra fase, es un excelente caballo de batalla que, sin
embargo, no debe perder la esencia de su significativo. Vivimos en una democracia cuyos
límites determina una Constitución libremente aceptada y respetada. Las reglas de esa
Carta son inequívocas, la voluntad popular no es propiedad de nadie, ni de los elegidos por
el pueblo si le dan la espalda a los votantes, ni ciertamente de quienes, apelando a una
tradición ideológica, pretenden convertirse en los únicos propietarios de esa voluntad.

31 de Octubre de 1993

105
CONSTRUYENDO LA MODERNIDAD

¿De quién es el mérito?. ¿A quién atribuirle la paternidad del cambio?. En la inevitable


competencia por acumular indulgencias, se termina por perder de vista lo esencial, que el
cambio se hace entre todos, y sólo por todos se logra.

Nadie puede discutir que determinadas transformaciones se deben a personas cuya


decisión, capacidad intelectual y de liderazgo, permiten la ejecución de determinadas
medidas y que sin ellas probablemente esos cambios no hubiesen sido posibles. Pero en
esa tendencia peligrosa a la personalización, se termina por olvidar una interpretación que
no sacralice una cosa ni la otra, ni el extremo del semidios que gobierna, ni el de la
deificación de las masas como únicas protagonistas y responsables de todo lo que hace
una sociedad por mejorar su destino.

Esta reflexión aparentemente académica tiene sentido para llegar a una primera conclusión.
Los logros de la democracia a casi 12 años de su desarrollo, demuestran que la ruta de la
modernidad pasa inexcusablemente por este clina de pluralidad, libertad y respeto a la
Constitución. La democracia en Bolivia ha permitido un debate profundo y muy amplio
sobre nuestra realidad.

Ha sido la democracia la que ha fortalecido el criterio de la permanencia, de la estabilidad,


no solo económica y política a través de la alternabilidad del poder, sino lo que es más
importante, la certeza íntima del ciudadano de que es posible planificar, pensar en el
mañana, sobre la base de que las reglas del juego están ahí y no corren el riesgo de ser
pulverizadas por una asonada cualquiera. Pensar en el futuro más allá de una semana,
algo imposible en los años inmediatamente anteriores al 10 de Octubre de 1982, es hoy
algo común. Alguien pensará que también el periodo 1982 – 1985 fue turbulento y lleno de
incertidumbres (quizás más que en dictadura). Sí, pero fue el germen de una nueva visión
de la sociedad, fue el inevitable periodo de ajuste y dislocamiento de un país que empezaba
a los tropiezos a vivir en un ámbito donde el debate de las ideas era libre y donde el
concepto de libertad requería también grados de responsabilidad que aún son parte de un
proceso de comprensión no siempre asimilado por todos.

Cuando una nación comienza a discutir sobre sus instituciones y sus leyes, sobre la
necesidad de hacer creíble y realmente funcional su sistema judicial, cuando busca hacer
eficiente su sistema administrativo, cuando es capaz de pensar en la reforma de su carga
magna, sin que esto implique la “refundación permanente”, el fácil borrón y cuenta nueva,
sino que acepta las reglas que esa propia carta establece para ser modificada, cuando una
nación asume con absoluta naturalidad la alternabilidad en el poder aunque ésta implique
el paso del gobierno a la oposición, es que algo positivo se está viviendo en su seno.

Han pasado ya los tiempos en que lo único importante era sobrevivir, salvarse del desastre,
tomar medidas radicales y desesperadas para evitar que el barco se hundiera

106
irremisiblemente, y han llegado los tiempos en que podemos hacer que lo urgente dé paso
a lo importante.

Reforma de la Constitución, ley de organización judicial, ley del ministerio público, ley Safco,
ley electoral, nombramiento de una corte electoral imparcial, ley de dos tercios, son una
demostración palpable de cambio cualitativo en nuestras leyes y en nuestra mente. La
sociedad se ha dado cuenta de que la modernidad es algo más que una linda palabra, es
un requerimiento de vida o muerte para el propio funcionamiento de la libertad como
concepto central de lo democrático.

Adicionalmente, se implementan medidas centrales que tienen que ver con la modernidad
en su dimensión de cambio revolucionario. La participación popular y la reforma educativa
(con el respaldo de la ley del poder ejecutivo) son los elementos esenciales de esa
transformación.

Y en el dominio de lo económico, la adecuación de la legislación al modelo de economía


abierta que se vive desde 1985. La ley de capitalización y los mecanismo precedentes, en
inversiones, minería e hidrocarburos, marcan el primer requerimiento para volver a insertar
a nuestro país en el contexto internacional. A nivel interno todo este esfuerzo se
complementó con la regularización de la Ley financial (presupuesto) y la reforma tributaria
que hizo mucho más eficiente la recaudación de impuestos.

Hemos sido capaces también de encarar un histórico juicio de responsabilidades a un ex –


dictador y culminarlo, cerrando desde la perspectiva ética, una página horrible de nuestro
pasado.

Y la máquina no se detiene, continúan surgiendo propuestas que nos conducen, quizás por
primera vez, a una solidez institucional que es uno de los rasgos de nuestra mayor
fragilidad. Cuatro gobiernos democráticos han pasado para hacer posible esta realidad,
que lejos de haber coronado tareas, está en plena efervescencia crítica a la vez que
creativa. En esta dimensión, no es justo decir que nuestra clase política se aplazó. Con
sus ritmos, su estilo, sus entuertos y sus veleidades, ha logrado un hilo conductor de diálogo
y tolerancia que ha trascendido los enfrentamientos y enconos ideológicos o simplemente
de intereses de poder, y más allá de los fuegos artificiales (que a veces ocultan el trabajo
serio y de largo aliento), el saldo es, a mi entender, netamente positivo para Bolivia.

Es que la paternidad (y no es un tópico) es mérito de todos, incluidos los políticos. Lo


importante es que en la batalla por la modernidad está claro que hoy tenemos un mejor país
que el que recibimos en 1982.

17 de Julio de 1994

CAPITULO VII

107
EL NUEVO MODELO:

¿QUEMANDO LAS NAVES DE LA HISTORIA?

LOS DIAS NEGROS DE LA IZQUIERDA

Recuerdo con un estremecimiento de piel aquel célebre discurso de Ernesto “Che” Guevara
en los primeros años sesenta, en el que afirmaba con voz profunda que la historia arrasaría
como un vendaval a quienes se empeñaran en ir contra ella. No fueron sus palabras
exactas, pero si el sentido. Se refería, por supuesto, al imperialismo estadounidense y su
concepción de la economía y de la vida.

Hace apenas tres días, el Presidente soviético Mijail Gorbachov ha logrado la abolición del
artículo sexto de la Constitución del primer país socialista del mundo, eliminando el papel
hegemónico y monopólico del Partido Comunista, y abriendo las puertas al pluripartidismo
que, en última instancia, culminará con la elección democrática del Presidente de la URSS.

Han pasado más de 25 años entre un momento y otro. Por entonces (triunfo de la
Revolución cubana, expansión del foquismo, lucha de liberación en el África, guerrila en
Bolivia, el Mayo francés, la heroica resistencia y triunfo de Vietnam) muchos teóricos
afirmaban que el capitalismo mundial agonizaba y que la expansión socialista era
irreversible e inevitable. Ninguna nación ganada por el socialismo había echado pie atrás.
Era, en suma, un contexto promisorio para los movimientos marxistas de nuestros países
que apostaban a un mundo nuevo con un hombre nuevo. Qué lejos estamos de esos días
y tal parece que hoy ocurre exactamente al revés.

De pronto, como un inmenso castillo de naipes, Europa del Este se desmorona como se
desmoronó el muro de Berlín. No es tiempo aún de enzarzarse en peligrosas predicciones,
ni de hacer afirmaciones simplistas a propósito del futuro de esas naciones, la mayoría de
ellas encarando dos objetivos claros: insertarse en una economía de mercado y aplicar
una democracia plural de estilo occidental. Es, a nuestro entender, tiempo de comenzar a
aceptar que el largo camino emprendido por la Unión Soviética a partir de los principios
marxistas leninistas, ha llegado a un punto de inocultable agotamiento que exige urgentes
cambios de timón, antes de asfixiarse por su propio peso.

Esos cambios (políticos y económicos) que con valentía notable encara Gorbachov, más
allá de los riesgos (por cierto muy grandes), obligan a urgentes replanteamientos en los
conceptos que ha manejado por decenios nuestra izquierda. Y no se trata ya de cuestiones
de retórica, de sustitución de frases hechas; se trata de apuntar al corazón mismo de los
problemas. En otras palabras, hay que asumir preguntas esenciales, como la referida a la
vieja execración de la economía de mercado o la no aceptación radical del mercado como
mejor asignador de recursos. Hay que preguntarse también ¿que implica la vieja
concepción del Estado poderoso que contrala la mayor parte de nuestra economía y, sobre
todo, los llamados sectores estratégicos? ¿Es válido continuar con esa definición de “lo
estratégico” ante la realidad de un estado imposibilitado de una inversión que permita un

108
adecuado desarrollo de esos sectores? ¿Puede seguirse reticente a la masiva inversión
externa para el desarrollo (lo que no implica que creamos necesariamente que hay un gran
interés externo por invertir en Bolivia) en el contexto de leyes francamente favorables a los
inversionistas? ¿Cuál es la lección que nos ha dejado la postura que defendimos a ultranza
de no vender el gas en los años setenta? ¿Por qué, ante la evidencia de una política social
cruel explícita en el 21060, no se pudo ofrecer al país un modelo alternativo viable y creíble
por un sector significativo de los votantes? ¿Se debe seguir insistiendo en la idea clásica
de que la industrialización (que, entre otras cosas pasaba por la instalación de industria
pesada) es un estadio inexcusable de nuestro desarrollo? ¿La reducción del Estado implica
necesariamente la aniquilación del concepto de Nación? ¿La privatización masiva
representa necesariamente la hipoteca del país a la voracidad de un empresariado privado
antinacional? ¿No es cierto que el problema de la reactivación más que pasar por las
bondades o defectos de un modelo económico (cualquiera que éste sea) tiene que ver con
nuestras insuficiencias estructurales y con el serio interrogante sobre nuestra viabilidad
económica? Finalmente: ¿No se debe aceptar que el colapso del socialismo en Europa
responde a la evidencia incontrastable de que el modelo no funcionaba en varias de sus
dimensiones esenciales (económica, política y social)?.

Sería de una pretensión infantil afirmar que las respuestas están ahí y que son muy simples
y conducen inexorablemente al neoliberalismo. Pero sería y puede ser suicida seguir
respondiendo las preguntas, con la ortodoxia que la izquierda ha tenido en su interpretación
de la realidad hasta estos días turbulentos que corren.

El desafío es cada día de mayor magnitud, y lo que hasta ahora vemos no es alentador.
Esa honesta posición de repensar el país debe traducirse urgentemente en cambio que sin
alterar una determinada concepción ética, sean capaces genuinamente de renovar a una
izquierda que hoy por hoy corre el riesgo de ser arrollada por el huracán neoliberal.

11 de febrero 1990

¿UNA BATALLA CONTRA LA HISTORIA?

El 16 de abril de 1952, al crearse la Central Obrera Boliviana, los trabajadores bolivianos


asumieron que el tiempo de la espera había terminado y que comenzaba el tiempo de las
realizaciones. Se estaba construyendo para siempre una nueva nación, el país de la utopía,
el del poder obrero, el del cambio. Los trabajadores eran protagonistas de la Revolución.

Hace muy pocos años un historiador de origen japonés escribió un ensayo en el que
hablaba del fin de la historia, no en el sentido obvio simplista que el título del trabajo sugiere,
sino en el de la resolución de un momento y el rumbo de una sociedad pragmática hacia un
futuro unívoco, capitalista y liberal.

109
Entre 1989 y 1991 pasaron tantas y tan terribles cosas, que nadie puede pensar hoy lo
mismo que antes de ese cataclismo que se llevó por delante y sin contemplaciones una de
las más grandes ilusiones que haya podido imaginar y construir el género humano. Estos
años vertiginosos nos han enseñado por sobre todo que no hay inmutables, que las cosas
no se quedan para siempre en el mismo lugar, que el “alea jacta est” de Julio César tiene
un valor relativo, y que hay que comprender que no hay nada irreversible, ninguna conquista
lo es, ninguna idea es definitiva, ningún sistema está destinado a permanecer por siempre.

Hace cuatrocientos cincuenta años, un puñado de españoles se mataba sobre sus


sobrecogedores corceles para conquistas las láminas refulgentes de los templos cuzqueños
y cientos de miles de guerreros incas perecían para salvar de la debacle al imperio del sol.
Hoy, sobre las gigantescas piedras de los templos se erigen iglesias católicas y a su lado
levantan decenas de miles de edificaciones mestizas. Hoy, en los valles andinos mata
Sendero Luminoso y mueren miles de indios quechuas. Probablemente ni los que matan
ni los que mueren sospechan la estremecedora epopeya que se vivió en esa misma tierra
regada con tanta sangre. En 1532 esos hombres se jugaban la vida y su destino, se
jugaban también la posibilidad de la supervivencia de una manera de ver y concebir el
mundo, algunos de cuyos vestigios nos alimentan hoy. Pero ciertamente este es otro
mundo, no el que consiguieron los caballeros españoles, ni el que trataron de salvar los
súbditos del todopoderoso inca.

Esa es una terrible lección que deberíamos aprender. En 1960 Ernesto “Che” Guevara
decía con una convicción que abrumaba que las ruedas de la historia estaban aceitadas
con el fuego de la revolución, y que el destino de las naciones del tercer mundo era derrotar
al colonialismo y al imperialismo. Quemados por esas llamas cientos de miles de
latinoamericanos se lanzaron a la conquista de una nueva sociedad que no llegó. Sobre
las tumbas de los muertos en Ñancahuazú, en Teoponte, en el proceso argentino, en el
Estadio Nacional de Chile, en las calles del Río de los escuadrones de la muerte, en la
guerra sandinista, en la sierra de Sendero y en la selvas de El Salvador y Guatemala, se
ha construido una sociedad conscientemente dependiente explícitamente liberal y
descarnadamente pragmática. Muchos viejos revolucionarios se han rendido ante la
evidencia y han optado por el realismo. Las cosas son así y la vida de la nación depende
de hacerlas así. Esa es la consigna, esa es la razón de los conversos sumados a la sinfonía
de los viejos liberales que esperaron pacientemente el tránsito de la economía planificada,
el desastre de la estatización, la imposibilidad de la tercera vía, para cantar, en Bolivia bajo
la partidura del 21060, el advenimiento del mesías: la economía de mercado.

Para quienes hicieron la COB, para quienes tuvieron el poder obrero, para quienes
acorralaron a más de un gobierno, para quienes pelearon por la reapertura democrática,
para quienes redactaron la tesis socialista de 1970, este nuevo mundo es incompresible y
hostil; más que eso, es inaceptable.

Y comienza entonces la batalla imposible, con la soledad como única compañía, pero
quizás y sobre todo, con la fuerza de la pobreza y el hambre como estandarte
incontrastable. La COB marcha por el viejo orden, pelea por la nostalgia, por detener un
reloj cuyas manecillas han comenzado a moverse al revés.

110
La COB y los trabajadores olvidan, sin embargo, que esta es una historia repetida, desde
hace muchos años. Ni sin la revolución ni con ella, la clase trabajadora cambió su terrible
condición de marginalidad económica. Nuestros indicadores sociales son pavorosos desde
hace tanto tiempo que no hay memoria para recordarlo, y no es cierto que estemos hoy
sustancialmente pero que ayer, ni tampoco lo es que el neoliberalismo sea la mágica poción
de la felicidad. Es simplemente que los vientos de la historia soplan de un solo lado y hacia
una sola dirección, con tal fuerza que se llevaron por delante a la nación más grande y
militarmente más poderosa del planeta para convertirla en una frágil y temerosa reunión de
estados que no saben siquiera cómo amanecerán mañana.

Contra ese jinete es que pelea hoy la COB esperando en tierra la arremetida, empeñada
en detener un galope terrible e implacable. Las ruedas de la historia están dispuestas a
triturar a los trabajadores, y ellos lo saben, como saben también que en esta lucha no hay
nada que perder, ni como ejército, ni como defensa de principios, ni sobre todo, como
condición de vida, y ese es un argumento poderoso. El jinete no la sacará barata si quiere
privatizar hasta el alma del país.

Hoy, esta es una batalla contra la historia ¿pero podría jurar alguien que este imperio
orgulloso y suficiente no se derrumbará a la vuelta de la esquina como se desmoronaron
otros imperios tan poderosos y suficientes como éste?.

Los últimos acontecimientos nos han demostrado que esta batalla, la de los trabajadores,
es una batalla contra la historia, pero nos han enseñado también que el tiempo histórico no
sólo que no es inmutable, sino que es terriblemente veleidoso.

5 de enero de 1992

CON LA BRÚJULA ROTA

Todo modelo económico implica una propuesta determinada a una sociedad para su futuro,
es parte de una concepción del mundo, de la vida, de alto tan elemental como suponer que
a través de ese mecanismo lograremos mayor bienestar y mejores condiciones de vida para
todos.

Contra lo que se ha pretendido en los últimos años, los modelos económicos no son
propuestas asépticas, carentes de otro contenido que no sea la formulación técnica, cuyo
único objetivo es la aplicación de recetas para hacer más eficiente la vida económica de
una comunidad. La ideología es inherente a cualquier modelo por la elemental razón de
que si vigencia depende del éxito en la confrontación con otras visiones de mundo tanto a
la ora de su formulación como a la de su consecución.

La economía, sin embargo, es sólo un instrumento, una propuesta para hacer posible
concretar las ideas que tenemos sobre el futuro, enmarcada en lo que global y

111
genéricamente definimos como política. Y la política (entendida más allá de la etimología),
es el mecanismo crucial mediante el que un grupo humano decide el poder y lo administra
para, teóricamente, conducir el destino colectivo por la buena senda.

El debate es en esencia ideológico y la razón nodal de la política es la confrontación de


proposiciones para el mejor gobierno. El poder se conquista para aplicar las ideas que uno
sustenta con la convicción de que son las más adecuadas para resolver los problemas
comunes, y en el camino quedan otras ideas que han sido vencidas o por las urnas o por
los fusiles.

El vendaval liberal de los últimos años es el producto de una dura confrontación cuyo
escenario ha sido el correr de este siglo, y el imperio de su vigencia es producto del éxito
ideológico de una visión de mundo sobre otra. El liberalismo, el comunismo, la
socialdemocracia, el tercerismo… son opciones ideológicas cuya columna vertebral está en
los modelos económicos que aplicados en la realidad ofrecieron o no respuestas tangibles
que permitieron su prolongación o se rechazo. Y los esquemas políticos no pudieron
disfrazar, ocultar o forzar ante sus sociedades, el fracaso de la imposición de determinados
sistemas económicos.

¿Qué papel juega el elemento moral en esta historia?. ¿Se puede seguir avanzando en la
construcción de paradigmas político – económico sobre la base de que la política y,
supongo, la economía, no pasan por la ética?.

No concibo el problema moral solo y en tanto concierne a los protagonistas del poder, la
forma en que lo consiguieron o la forma en que lo administran, sino en tanto es una
respuesta moral ante la colectividad.

Tradicionalmente se ha jugado con el argumento de que el bien común justifica pagar un


alto precio, y a nombre del bien común, como a nombre de Dios, se han cometido
atrocidades sin cuento, con resultados aterradores, porque no sólo representaron el
aniquilamiento inmisericorde de cuerpos y almas de millones, sino que no contribuyeron un
ápice al bien común.

Los profetas del liberalismo aséptico comienzan a percibir que el panorama es mucho más
complejo de lo esperado, que las recetas automáticas, aplicadas en diversas realidades, no
dan necesariamente los resultados esperados, que las sociedades no responden de igual
modo ante el mismo estímulo y que, esto es lo más importante, el desmoronamiento de
muchas de las ideas – fuerza con las que este siglo nació, ha dejado un vacío inmenso que
se llena mucho más con la incertidumbre, la confusión, la falta de metas claras y la desazón,
que con certezas y soluciones a los problemas.

Al vaciar de contenido ético el discurso, a fuerza de un tecnocratismo obsesivo, se


desbarató el eje crucial de cualquier estímulo individual y colectivo. Sin principios, sin
códigos, sin una estructura de auto respeto que implica automáticamente respeto por los
demás, se termina triturado por la rueda que se puso a caminar, porque las fórmulas
mágicas no se alimentan con otro combustible que no sea la frágil materia humana tan

112
proclive a las debilidades que nos ha acompañado desde siempre. El “sálvese quien pueda”
del mundo insensible de hoy, es casi tan desolador como el de la asfixia dictatorial de ayer.

Cualquier filosofía debe asegurar un equilibrio entre expectativas, resultados y el precio que
por ellos se paga, de lo contrario sólo sirve para lucir cifras macroeconómicas que entienden
los empresarios desde sus vehículos de lujo y de las que se jactan quienes no bajan jamás
a la dramática realidad.

Este es un tiempo en que creemos cada vez menos en los cantos de sirena, es un tiempo
en el que sin reparo les dijeron a millones de hombres y mujeres que todo lo que habían
hecho no sirvió para nada y que ahora sí comenzarían a ver un cambio, y poco después,
desnudos de ropaje, se encontraron en medio de la tormenta sin nada con que protegerse.
Sólo las ideas pueden alimentar una batalla por un mundo mejor, y solo si esas ideas
(ideología en esencia) son portadoras de un mensaje ético están destinadas a calar en el
alma colectiva.

Si el caos es la respuesta a la esperanza, es poco lo que se puede salvar del naufragio en


el que una ideología no puede sustituir a otra porque carece de un motor sin el que nada
funciona: Fe.

26 de Septiembre de 1993

EL TAMAÑO DEL CAMBIO

La rapidez del desmoronamiento y las consecuencias demoledoras de la caída del Muro de


Berlín en 1989, nos hicieron pensar equivocadamente que el fin de una era abría las puertas
a otra, apoyada en una ortodoxia que insistentemente había pregonado los conservadores
desde el inicio de los ochenta de la mano de Reagan y Thatcher. Una rigidez conceptual
iba a sustituir a otra.

Era muy difícil en esos años de euforia contradecir la implacable lógica de quienes tenían
el as en la maga. El modelo estatista, el comunismo, la economía planificada, habían
fracasado de una manera tan terrible y definitiva que cualquier intento de defender alguna
de sus bases era simple y sencillamente una locura.

La soberbia no suele ser la mejor consejera, y en esta oportunidad tampoco lo fue. Algunos
pequeños países como Bolivia, por otra parte, estábamos ya embarcados en el ensayo
liberal desde mediados de la década pasada. La noticia del fin del comunismo no fue otra
casa que un gran esfuerzo a los gurús que habían esperado casi un siglo para demostrar
que el modelo capitalista occidental, sumado a la democracia política, era el único posible
y deseable.

El mentor de estos principios, Francis Fukuyama, nos comunicó en un notable libro que la
historia había cerrado la tienda. Es el fin de la historia porque el hombre ha logrado llegar

113
al último peldaño, la sumatoria de economía liberal más democracia, es el panacea perfecta
o casi, solo resta ajustarla y desparramarla por los cuatro confines de la tierra.

Esas ideas, como siempre, se fueron contrastando con la realidad. La primera reflexión,
nada nueva por cierto, fue que una cosa es mirar el camino desde la montura del caballo y
otra muy distinta es hacerlo desde el duro suelo en calidad de modesto y agotado escudero
detrás del caballero. Y, por cierto, tampoco al caballero le fue muy bien. La sociedad
industrial de hoy no es mejor que la de ayer, la evidencia de un mundo desquiciado, cada
vez más injusto, y poco deseable es cada vez mayor también para los de arriba.

Una vez más, los de abajo tuvimos que empezar a preguntarnos si tan maravillosa receta
se puede aplicar igual en las calles de Wall Street que en el rincón más miserable de un
galpón de zafreros tras una dura jornada de sol y machete.

Había que repensar las cosas y aceptar que si bien era cierto que ya era imposible la
fórmula “Mágica” del marxismo (también soberbia en su momento), pulverizada por la
implacable historia, no lo era menos que la economía abierta es simplemente un
instrumento y no un fin en sí mismo. Otra vez el desafío es la heterodoxia, lograr
comprender que los absolutos fundamentalistas son tan malos en religión como en
economía.

En Bolivia experimentamos sin desmayo las reglas inflexibles del liberalismo de Occidente
desde 1985 hasta 1993, con algunos resultados notables y con muchas insuficiencias. La
experiencia demostró que el modelo simple y sencillamente no estaba capacitado para
resolver algunas cuestiones esenciales vinculadas con los requerimientos básicos del
hombre.

Desde hace muchos años algunas voces nos pidieron insistentemente apelar a soluciones
imaginativas y arriesgadas. Ese parece ser el tono que primó en la redacción del llamado
“Plan de todos” que finalmente llevó al gobierno a Gonzalo Sánchez de Lozada. Goni logró
despertar expectativas y mucha esperanza en un país que reconocía los méritos de la
nueva política económica, pero que comenzaba a cansarse de cifras mediocres de
crecimiento y ningún resultado tangible en sus bolsillos.

La cruda realidad, sin embargo, comienza a demostrar una vez más, que más allá de los
buenos programas de gobierno y del talento de quienes quieren ejecutarlos, la realidad del
país nos demuestra que el mejor proyecto del mundo se estrella contra las serias
limitaciones estructurales inherentes a la pequeñez de nuestra economía y el aislamiento
cada vez mayor en el que se encuentra la nación en el contexto de la economía
internacional.

Es tiempo de aceptar que la receta puede funcionar, pero que sus resultados no serán lo
espectaculares que esperamos en el corto plazo, que probablemente requerimos más que
un solo periodo de gobierno para conseguir lo que el plan del actual gobierno propone. Pero
es también menester reconocer que era indispensable pensar las cosas en grande, dar
vuelta el calcetín y proponer un esfuerzo que permita contar con recursos en serio, sin los
cuales el salto es simplemente impensable.

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Las ideas del actual gobierno giran en torno a cambiarlo todo desde las raíces. Ojalá que
el dragón no se lo coma en el camino. Cambiar el poder ejecutivo, la educación, la
seguridad social y la salud, descentralizar el país, reformar la constitución, sanear la justicia,
invertir de veras en el ámbito social, capitalizarnos y lograr una participación democrática
genuina de todos. Son tantas cosas nuevas y tan profundas, que es menester mucho
talento y sobre todo mucha eficiencia. Para no olvidar que una Revolución pasa por el
rechazo de quienes quieren mantener el viejo orden, o porque creen en él, o porque no
quieren dejar de medrar de él.

En todo caso, lo que hoy discutimos no es el ortodoxo modelo que comenzó a implantarse
en 1985, sino el heterodoxo e imaginativo de quien algo aprendió en estos últimos ocho
años.

REVISTA MULTIVISION N° 5 - Febrero 1994

LA DIMENSION DE NUESTRAS LIMITACIONES

Hace un par de semanas dije en una entrevista al ministro de Planeamiento y Coordinación,


que la economía había dejado de ser noticia en el país, me refería a los indicadores
macroeconómicos que desde hace seis años se mantienen sin variación, apoyados en una
economía estabilizada y el comienzo de un crecimiento significativo del PIB.

Esa afirmación, sin embargo, dio lugar a varias observaciones de ciudadanos que tienen
que resolver cotidianamente su supervivencia más elemental. Para ellos la economía sigue
siendo una mala noticia. Una vez más la realidad cruda de los hombres y mujeres de carne
y hueso, se confronta con la realidad de las cifras y las estadísticas.

¿Cuál es la realidad realmente? La tentación inmediata es decir que la verdad absoluta la


tiene el ciudadano de a pie, que sufre en sus espaldas y su estómago la estabilidad
económica de los papeles y el crecimiento de una sigla tan ajena como el PIB. Pero
probablemente sería injusto plantear las cosas en términos tan maniqueos, porque nos
obligaría a olvidar que lo que hoy vivimos es el resultado de una catástrofe económica
continental y de un desastre interno de proporciones apocalípticas. Pero, otra vez la
reflexión; como argumento esa historia sirve cada vez menos. Al boliviano común
comienza a cansarle la muletilla de lo que fue la hiperinflación, de lo duro que es estabilizar
un país y todos los etcéteras consiguientes. En otras palabras, la democracia y la
estabilidad ya no venden.

La tentación inmediata es, en consecuencia, abrir de nuevo el debate sobre el modelo, sus
virtudes y defectos, sus insuficiencias éticas esenciales, y sobre todo los cuestionamientos
a propósito de si es o no el sistema correcto para lograr la construcción de un país mejor y
más justo para todos. Si no lo es, se supone que la respuesta es otro modelo distinto. El
lector pensará a estas alturas que más allá del juego de palabras no hay nada. Todos

115
sabemos que el modelo es un dogal inescapable dentro de una lógica universal controlada
desde las naciones industrializadas, en las que se inscribieron las reglas del juego, y de las
que no se puede salir si se quiere una inserción mínimamente aceptable de nuestro país
en el concierto internacional. Ser neoliberal no es una opción, es simplemente una de las
reglas del juego, más hoy, en un mundo unipolar que baila sobre los escombros de una de
las utopías más trabajosamente construidas (bastante mal por cierto) en este siglo.

¿Para qué escribir sobre ello entonces? Para hacer un par de constataciones. La primera,
que lo que Bolivia es hoy, es producto de un tránsito poco afortunado por experiencias de
más diverso corte que no pudieron modificar las condiciones estructurales que limitaron
desde siempre nuestro desarrollo y nuestro crecimiento. La ruta del proteccionismo, la del
librecambismo, la complementaria del liberalismo a ultranza, la del capitalismo de estado,
y aún la del revolucionarismo radical de algunos momentos, no lograron revertir un cuadro
social pavoroso, con indicadores que nos avergüenzan, como los índices de mortalidad y
morbilidad infantil, la desnutrición crónica y masiva, el alto analfabetismo, el pésimo nivel
global de educación y un largo rosario de datos que nos ponen los pelos de punta y que no
cambian desde hace centurias, ni en términos absolutos ni en comparación con otras
naciones de América. Desde que tengo uso de razón sé que somos el país más pobre de
América Latina después de Haití, y de entonces a ahora hemos ensayado varios caminos,
sobre la columna vertebral de dos: el Estado poderoso diseñado en 1952 y este neoliberal
desde 1985. Y no es que antes de 1952 estuviéramos mejor, es que entonces las
estadísticas comparativas se conocían menos.

Creo que de vez en cuando debemos reflexionar sobre algo que parece olvidarse fácilmente
en el fragor de la lucha política. El neoliberalismo no ha empobrecido particularmente más
a Bolivia que el populismo, el capitalismo de Estado o cualquier otro ensayo que hayamos
hecho. En 1984 nuestros indicadores eran tan malos como hoy, para no decir que en el
ámbito macroeconómico eran en ese año sencillamente insostenibles, y mucho me temo
que experiencias que busquen sustituirlo no lograrán ningún salto particularmente
espectacular.

Mientras no aceptemos que nos quedan todavía muchos años por ser un país muy pobre,
con niveles de exportación ridículos en comparación a nuestros vecinos, con limitaciones
de infraestructura y vertebración gigantescos, con índices de bienestar muy bajos, y, por
tanto, con metas y objetivos modestos para resolver, no seremos capaces de asumir
nuestro futuro en su exacta dimensión. Todos los políticos que hablan de la necesidad de
terminar con la vergüenza de estos indicadores de pobreza y desocupación, saben que
ningún sistema, ni el neoliberal, ni el socialismo (si alguna opción existe de aplicarlo en
Bolivia), ni el tercerista, resolverán esas cifras haciéndonos saltar del penúltimo lugar del
continente a un puesto más expectable. Quien lo afirme sabe que nos miente y se miente.

Es tiempo de volver sobre nuestros pasos para mirar el pasado y, sobre todo, para mirar lo
que realmente somos y realmente podemos. Hay limitaciones estructurales que definen el
potencial de una sociedad, que están definitivamente más allá de los buenos deseos, y que
no se revierte porque se aplique un modelo u otro, o porque no se plantee una concepción
ética deseable y necesaria.

116
Igual que los hombres, las sociedades tienen que aprender una lección fundamental, y es
conocer la dimensión exacta de sus propias limitaciones y posibilidades, lo contrario es abrir
las puertas a una interminable cadena de frustraciones colectivas.

17 de Noviembre de 1991

¿NOS FALTA PAÍS?

El conocido ultraliberalismo mezcla de economista y showman Guy Sorman, respondía


hace algún tiempo a un periodista argentino en Buenos Aires, a propósito de si era
aconsejable aplicar en Argentina un programa de shock como el que entonces estaba
llevando adelante Víctor Paz Estenssoro. La respuesta del francés fue contundente y decía
más o menos así: “En Bolivia se aplican medidas brutales porque es un país brutal”.

Un taxista apesadumbrado relataba hace algún tiempo en una radio las peripecias que
había vivido para llevar a un grupo de italianos desde el ex – hotel Sheraton hasta el
aeropuerto, en medio de una de las cotidianas manifestaciones – bloqueo que vive la sede
de gobierno. Ante los nervios de los pasajeros por la posibilidad de perder el avión, el buen
hombre les dijo que no se preocuparan que en cuanto llegaran a la autopista recuperarían
el tiempo perdido. Cuando el auto estaba en plena vía de cuatro carriles, uno de los
italianos le preguntó “Y bueno, ¿Cuándo llegamos a la autopista?”.

La medida que tenemos de nosotros mismos, no es necesariamente la que los demás


tienen de nosotros, ni la que realmente tenemos en el concierto internacional. Estamos
más próximos a Cabo Verde, Zimbabwe, Congo o Lesotho que a la Argentina o a Chile, dos
de nuestros vecinos, que a su vez están más cerca de Corea del Sur, Portugal, República
Checa, Polonia o Kuwait que a nosotros (y los datos de comparación los tomo del Informe
Mundial de Desarrollo Humano de las NN.UU.).

Bolivia fue pionera en la aplicación de un modelo de economía abierta en democracia (lo


hizo en 1985). Han pasado casi nuevos años desde entonces y el resultado es una
estabilidad económica muy parecida al estancamiento, con un crecimiento promedio del
PIB de entre el 2,5 y el 4%, que no se refleja más que en las cifras macroeconómicas de
gabinete. Naciones que lograron entrar en este esquema económico mucho después, ven
hoy resultados tangibles. Es el caso de la Argentina que en un periodo de tres años logró
estabilizar su economía, iniciar un proceso de privatización y recibir una inyección de
inversión externa simplemente espectacular. Una sola inversión privada en la Argentina en
los últimos dos años, es diez veces mayor que el total de la inversión que Bolivia ha recibido
en los últimos diez años. El Perú que perecía casi destruido y al punto del colapso político
y social hace un par de años, ha logrado la estabilidad y un grado de credibilidad que
permite inversiones de miles de millones de dólares en la adquisicón de alguna de sus
principales emprestas estatales. En 1993 Bolivia fue uno de los dos países con más bajo

117
crecimiento del PIB en América Latina, cuyo crecimiento promedio está más próximo al 5%
con picos de hasta 9%, que a nuestro esmirriado 3%.

Otra vez la aplicación de un determinado modelo sea liberal, socialista o tercerista, se


estrella con la terrible realidad de nuestras limitaciones estructurales, de población
reducida, de un mercado interno casi inexistente, de una mayoría que ni está ni
probablemente estará en muchos años incorporada en el mercado de consumo, dejando al
país pulverizado en cuanto se hace referencia a las economías de escala. Por otra parte,
procesos migratorios masivos, cambio de nuestra dieta y una modificación de los modelos
colectivos de comportamiento, terminaron por destruir nuestra base de autoabastecimiento
alimentario. En este círculo perverso, nos hemos convertido en un país adicto a las
donaciones internacionales, al punto que nos descalabramos si estas dejan de llegar. La
paradoja conduce a la terrible realidad de que cuanto peores sean nuestros indicadores
socio-económicos, mejor nos va en la cantidad de fondos que se reciben. Así, cuando se
nos trata con el mismo rasero que a los países subsaharianos (caracterizados en el África
por su extrema pobreza), las posibilidades de mayores fondos de donaciones y créditos
crecen.

A esto debe sumarse el síndrome de una mayoría del país de asumir como una realidad
satánica la inversión externa, pero aún si es privada. La idea es que el inversionista es un
ladrón y un saqueador que viene a enriquecerse a nuestra costa. La lógica de que el
enriquecimiento es la única razón por la que ese empresario viene, no se acepta como
válida porque se considera inmoral que alguien quiera ganar dinero cuando lo invierte en
un determinado proyecto. El concepto de los beneficios compartidos es difícil de hacer
comprender, peor aún si se acepta que estos sean mayores para quien pone el dinero que
para quien aporta la riqueza natural.

El drama es que el país no está en condiciones de escoger. Los inversionistas no solo no


se pelean por llegar, sino que tienen opciones infinitamente mejores que en Bolivia en
muchos países de América Latina y de Asia, por infraestructura de comunicaciones, base
industrial, calificación de mano de obra, acceso a los mercados mundiales y otras muchas
razones. En consecuencia, las exigencias de Bolivia deben ser menores, en tanto los
inversionistas no se mueven en función de reglas éticas o consideraciones de deuda
histórica o conceptos de equidad y justicia. En ese marco, se deberá pensar en el riesgo
compartido (con todos sus defectos) en el que aceptemos la realidad de niveles de ganancia
altos para el inversionista, pero recibamos a cambio una inyección económica que nos
permita salir de la languideciente agonía en la que nos debatimos.

No podemos seguir asumiendo en Bolivia una lógica de alemanes. Reconocer la dimensión


exacta que tenemos y no la que creemos tener, o la que nos gustaría tener, nos permitirá
quizás darnos cuenta de que donde estamos y como estamos, nos obliga a otra lógica, otra
actitud ante nuestro presente y nuestro futuro. Si no abrimos la mente a esta realidad
crucial, terminaremos como los crucificados en los mástiles de la UMSA, en la
desesperanza final, rendidos a la más que dudosa misericordia universal.

24 de Abril de 1994

118
MODERNIZAR: DIVINIZAR O SATANIZAR

“Achicar el estado para agrandar la nación”. El concepto expresado por el Presidente Paz
Zamora el 6 de agosto de 1989, definió una filosofía en torno al país que parecía no dar
lugar a la confusión. Esa idea alineó al AP en lo que se ha denominado corriente neoliberal
y estableció una brecha artificial con quienes, aferrados a un pensamiento histórico,
aprendieron en las trincheras del 52 una concepción de país que pasaba por los parámetros
del capitalismo de Estado.

En el meollo del problema está la discusión a propósito de la sensibilidad de ambas


percepciones; si realmente es posible creer que el esquema liberal tiene al hombre como
principal protagonista o no. Y claro, no es cuestión de enunciados idílicos. Cualquier
modelo parte de la premisa de que el único objeto de su formulación es el hombre, pero
muy pronto se puede apreciar que la base misma del razonamiento de algunos modelos es
esencialmente incompatible con una visión éticamente aceptable de las obligaciones del
estado.

Quienes critican al liberalismo y, en consecuencia, las definiciones centrales del proceso


de modernización, afirman que la propuesta es incompatible con una política social justa y
que lleva en su seno el germen de desigualdad, en función de un individualismo y un
consumismo destructores de la solidaridad. Esta estructura, sostienen, se apoya en la
batalla de los individuos por ser los primeros a cualquier costo, basa su éxito en la
multiplicación de la riqueza de círculos muy pequeños y cerrados de poder, es en esencia
excluyente, y proclive a los oligopolios.

Estas observaciones no son rebatibles. Hay, es verdad, un elemento de autodestrucción


en el interior del liberalismo que conduce a la desigualdad, pero también es un sistema que
ha mostrado eficiencia, indispensable para el crecimiento, se basa en la competencia que
ayuda a la excelencia y a la mejora de la calidad, es un modelo de acumulación que en
términos de generación de riqueza no tiene parangón. De lo que se trata es de romper
clisés, tópicos y sinónimos.

No estamos ya, ni en términos de formulación política, ni económica ni social, en


condiciones de seguir insistiendo en recetas perfectas e inconmovibles. No es, como
pretende Fukuyama, el tiempo del fin de las ideologías, es el tiempo de la revaluación de
los tótems ideológicos, que es algo muy diferente. La esencia del pensamiento humano
está teñida de ideología y las propuestas al futuro no pueden ni deben desprenderse de
ella, pero debemos aniquilar los preconceptos de lo que uno u otro modelo, cerrados en sí
mismos, pueden darnos.

Insertar la heterodoxia no es un capricho, es simplemente un imperativo, y para ello es


indispensable romper presunciones. Achicar el estado hacia la racionalidad, en la evidencia
de la corrupción sin límites, la pérdida crónica, el endeudamiento estatal y la

119
improductividad o la subvención, no quiere decir destruir el estado, quiere decir hacerlo
mejor.

Que el cuento de dejar todo librado a las fuerzas del mercado es un cuento, está claro.
Estados Unidos, Europa, Europa y Japón hacen proteccionismo y defienden sus mercados
o los distorsionan para competir en medio dela batalla económico salvaje. En
consecuencia, no se trata de decir no a todo el proteccionismo, pero tampoco se trata, a
título de defensa de la industria nacional (una entelequia todavía), de dar piedra libre al
proteccionismo por la vía de la subvención a todo. Hay circunstancias, hay plazos para
desarrollar una política que, sobre la base de la regulación del mercado, establezca
prioridades.

Privatizar todo y a cualquier precio, no. Insistir en el estatismo secante y afirmar que
cualquier privatización es ir contra la patria y la soberanía, no. Privatizar aquello que debe
ser privado por la esencia misma de su actividad, romper el mito de lo estratégico sin
enajenar por enajenar, sí. La privatización como medio, puede ayudar a que el estado
elefantiásico y enfermo mejore, pero, lo estamos viendo, no es una panacea y no puede
hacerse a cualquier precio.

Que el estado tiene prioridades de servicio a la comunidad que no puede esquivar, me


parece muy claro. La salud y la educaci{on son dos de esos aspectos centrales. Lo que
es una trampa que confunde es pretender el sinónimo entre descentralización de esas
responsabilidades y privatización. Si no entendemos que las instancias intermedias, sean
municipios, gobiernos departamentales, corporaciones de desarrollo o sus sustitutas, son
el estado, no entendemos nada. En Bolivia, a veces por ignorancia, a veces por mala fe,
se pretende que el gobierno central es el estado y eso no es cierto, es sólo una parte del
estado que, en definitiva, somos todos. Ese estado que no puede olvidarse de sus
responsabilidades, debe hacer que ese servicio sea adecuado y universal y para ello deberá
dejar de lado la carga de empresas que se inventaron durante los años en los que se asumió
que ni una hoja podía moverse sin que el estado metiera las manos para hacerlo, con los
desastrosos resultados que están a la vista. Pero, si el sistema de pensiones, puede
mejorarse y lograr que el trabajador tenga garantizada una vejez digna por otra vía que no
sea la administración estatal, no veo razón para no hacerlo.

Es la valorización implícita que se está dando a este proceso desde ambas partes de la
baranda, la que nos enreda peligrosamente. Satanizar o divinizar la liberación de la
economía, la privatización, o lo que es más grave la modernización, nos lleva a una
confrontación estéril. Nadie puede pretender que el liberalismo ortodoxo es aceptable,
como nade puede seguir vendiendo el discurso del estatismo, como la única salida. La
ortodoxia es suicida, lo fue para el socialismo llamado real, lo es en estos días para el
capitalismo secante. La heterodoxia es simplemente la constatación de que las fórmulas
perfectas no existen. La mente abierta para comprenderlo puede ayudarnos a todos a
empujar el proceso de modernización hacia adelante y no hacia el abismo.

2 de Agosto de 1992

120
DOS VISIONES ENCONTRADAS

¿Qué es lo que debe hacer Bolivia para lograr un salto que rompa el cerco del crecimiento
mediocre, de la producción estancada, de la inversión a cuentagotas? ¿Qué costo estamos
dispuestos a pagar para lograrlo? ¿Qué modelo económico es el más indicado en la actual
coyuntura histórica mundial de la que formamos parte?

Estas preguntas podrán complementarse con otras referidas específicamente al momento


político. ¿Cuál es la tarea de este gobierno? ¿Qué metas debe cumplir? ¿Cómo va a
hacerlo?

Empecemos por reflexionar con franqueza. Desde hace ocho años el país ha optado por
un camino en lo político y económico que va en la dirección en la que se mueve la sociedad
moderna, con contadísimas excepciones, esa opción ha sido reiteradamente respaldada
por una mayoría absolutamente clara del electorado, que supera largamente el 50% en
todas las elecciones realizadas desde 1985. En consecuencia, debemos aceptar de una
vez que dos condicionantes centrales respaldan esta visión y acción políticas; la evidencia
de una tendencia mundial a la que un país tan pequeño y débil como el nuestro no puede
ni remotamente dar la espalda, aunque, y no es el caso, la mayoría abrumadora lo deseara,
sin riesgo de un descalabro como el que se ha vivido en otros países que lo intentaron; y la
segunda es la realidad de una mayoría que cree que éste es el camino adecuado.

El nudo gordiano se da cuando la aplicación de las propuestas político – económicas


demandan un sacrificio desmesurado para quienes desde siempre no hacen otra cosa que
sacrificarse. Ante el trauma colectivo hay dos salidas, la adoptada por los dos últimos
gobiernos del MNR, que es llevar adelante proyectos estructurales de cambio,
indispensables para la sobrevivencia (caso 21060 y sus secuelas), o mantener algunos
parámetros básicos de estabilidad sin mayores remezones y sin mayores perspectivas,
como hizo el gobierno del Acuerdo Patriótico.

Si el país quiere dar un salto que lo saque de este cerco que terminará por asfixiarlo y, lo
que es peor, por alejarlo irremisiblemente y día a día de sus vecinos, tiene que aceptar que
el costo es inevitablemente alto. Simple y sencillamente no se puede racionalizar el Estado,
modificar de la base a la cabeza la educación, hacer participativa la educación y la salud,
descentralizar la economía, e inyectar una fuerte inversión interna y externa en nuestras
principales empresas de modo gratuito y sin mover una sola pieza del rompecabezas. Si
este esfuerzo no costara querría decir que no se necesita. La pregunta inmediata es “¿Por
qué siempre los de abajo?”

Ese es el otro desafío. Si el ejecutivo quiere credibilidad y autoridad moral para llevar a
cabo los cambios, deberá demostrar que el sacrificio es para todos. Quienes están arriba
pagando impuestos sin evadirlos, terminando con las coimas y la corrupción abierta y
solapada en cuanto contrato se hace para el Estado, cambiando un poder judicial

121
corrompido hasta los tuétanos y evitando la ficción de algunos sectores del ámbito
financiero que se han enriquecido en base a la especulación, créditos “incestuosos” y otras
maravillas, que cuando estallan son soportadas por un sistema que no puede darse el lujo
del menor “crack” en el complejo y delicado tejido bancario para no perder credibilidad. Si
no se acompaña una cosa a la otra los trabajadores tendrán razón en descreer del esfuerzo
del cambio.

Ahora bien, más allá de las frases de efecto y las media verdades ¿Qué debe hacer el
gobierno? ¿Cruzarse de brazos y no tocar nada? y ¿Si lo toca, se espera que nadie se
sienta afectado? Este es un momento en el que no podemos seguir dando vueltas alrededor
del problema sin darnos por aludidos ¿Creemos que la propuesta global vale el riesgo o
no?

La valoración cualitativa del programa gubernamental debe motivar dos respuestas. La


primera es creer que el llamado “Plan de Todos” no sirve para bendita cosa y que fracasará
porque está mal concebido, o peor aún, porque es un engaño. La segunda es creer que el
Plan tiene seriedad, es coherente y por lo menos como formulación rompe los viejos
esquemas conservadores en los que nos hemos movido en los últimos años, que su
aplicación es una opción razonable para ese salto del que hemos hablado, indispensable
para el futuro. Si el razonamiento es no al Plan de Todos, la pregunta inmediata es ¿Cuál
es la opción entonces?, y para ello desde luego no valen las fórmulas que ya
experimentamos y que no funcionaron, sino una nueva, porque oponerse por oponerse es
un ejercicio no admisible en el actual momento que vive el país. Más allá de cualquier otro
juicio, uno de los méritos de la propuesta de Sánchez de Lozada, es su novedad y su dosis
de imaginación creativa. Si el razonamiento es la fe en la oferta, lo que habrá de juzgar es
si se lleva adecuadamente, si el gobierno es eficiente en su aplicación, si sigue el camino
correcto y si no se separa, por presiones internas y externas, de sus principios.

Lo demás es disfraz. El costo social es inevitable. Decir lo contrario es mentir, y reconocerlo


no es ser un insensible hambreador. Y, por cierto la batalla no ha hecho más que comenzar,
es un aperitivo de un costo mayor que debe cambiar una mentalidad enraizada por décadas
en gran parte de la población, y doblegar intereses (que también los hay y muy grandes en
los sectores populares) que tratarán de sobrevivir al cambio o evitarlo con uñas y dientes.

La discusión, creo, no es exclusivamente cómo salir de esta coyuntura que enfrenta al


gobierno y la COB, sino en qué medida estanos dispuestos a pelear por un cambio que nos
salve en el futuro o a sumarnos al discurso fácil de apoyo a los desposeídos y repudio a los
“masacradores”.

7 de Noviembre de 1993

UNA GUERRA EN EL ESCENARIO EQUIVOCADO

122
“Piensa mal y acertarás” reza un viejo y popular dicho que los bolivianos aplicamos
religiosamente siempre que el gobierno propone algo, sea éste el de Goni, el de Jaime, el
del Dr. Paz o el del Dr. Siles.

Lo curioso en este caso es que el entusiasmo para pensar mal de la propuesta de


capitalización del gobierno, viene por igual de la izquierda tradicional, del nacionalismo
revolucionario encapsulado en CONDEPA y de la derecha liberal ortodoxa que alguna vez
tuvo en ADN a uno de sus partidos más vigorosos. Oponerse es un ejercicio que en general
garantiza más fácilmente el consenso que construir en los hechos una propuesta.

¿Por qué el plan de capitalización ha generado una reacción tan intensa y variopinta, que
se resume en una palabra muy socorrida en Bolivia: ¡NO!?. Probablemente por el grado de
algo riesgo que entraña, porque es genuinamente novedosa y porque parece difícilmente
aplicable.

La izquierda y el nacionalismo reaccionan de acuerdo a una lógica que se ha hecho carne


hasta la médula ideológica de sus protagonistas. Nada que venga de la orilla del liberalismo
puede ser bueno. Un estado que pierde el control sobre sus principales empresas se está
regalando, y si encima la pierde en favor de inversionistas extranjeros, simple y
sencillamente reproduce el ciclo de la expoliación y el saqueo imperial. La privatización es
por definición sujeto de sospecha cuando no de condena amplia (a pesar de que todos
coinciden en que necesitamos desesperadamente inversión). Los liberales hijos de la
ortodoxia reaccionan sobre la tesis de buscarle cinco pies al gato, y eventualmente a veces
se la encuentran. Sus argumentos se estrellan, sin embargo, ante la evidencia de que su
propuesta “clásica” de privatización iba más lejos en la otorgación de puertas abiertas al
inversor y no llegaba a la idea avanzada de un beneficiario directo en el pueblo boliviano.

La pregunta del millón a estas alturas y después del paquete global de propuestas del
ejecutivo al país, es si todavía debemos seguir insistiendo en una etiqueta: ¡Neoliberales!
(que para muchos sectores es un sinónimo de ¡exploradores!), cuando se proponen
opciones como la capitalización y la participación popular, cuando se formula una reforma
educativa cuyo pilar es la educación bilingüe, y cuando se reconoce la importancia de la
integración de sectores tradicionalmente postergados del país a una dinámica social,
política y económica, es decir a una participación real en la sociedad. Parece una etiqueta
mezquina el hablar exclusivamente de liberalismo (sobre todo con la carga valorativa que
el adjetivo liga a la insensibilidad social y a un eficientismo a ultranza). Si el gobierno
reestructura su columna vertebral, marcando énfasis en el ministerio de desarrollo humano
y el de desarrollo sostenible y medio ambiente ¿se puede decir que estamos ante la
aplicación de la receta fondomonetarista de ajuste estructural y crecimiento ciego a los
requerimientos de la base de la pirámide?

Es que la esencia del modelo económico no ha variado. A estas alturas no ha variado aquí
ni en ninguna parte. La aceptación de la economía de mercado y determinadas reglas
básicas es algo que está absolutamente fuera de discusión, no sólo por su éxito en la
estabilización, sino por las obvias condiciones internacionales.

123
Lo importante es abrir un espacio de reflexión y de propuesta que sea capaz, en ese
estrecho marco del modelo económico imperante hoy en el planeta, de establecer las
opciones que hagan la diferencia.

¿Por qué nos negamos a aceptar que este gobierno está intentando marcar esa diferencia
de un modo sensato? ¿No sería más fácil ensayar lo que se conoce de memoria en torno
a la privatización? O el gobierno es masoquista o es idiota, porque sólo así se puede
explicar que busque voluntariamente complicarse la vida ofertando que sólo venderá el 50%
de las empresas y que repartirá entre todos los bolivianos mayores de edad el producto de
esa capitalización, cuando podría venderlo todo y embolsar una buena cantidad con la que
llevar adelante proyectos coyunturales que probablemente le daría más réditos en un
concurso de popularidad, que este mecanismo en el que se busca abrir un camino al ahorro
y una mínima garantía a la vejez de compatriotas que jamás han tenido un centavo ahorrado
en su vida ¿Podrá creerse que quizás lo que quiera es un cambio real en la condición de la
comunidad? El beneficio de la duda parece ser algo demasiado generoso para quien se
ganó fama de insensible y liberal, que es más o menos lo mismo que decir antiboliviano.

Los unos por hondas raíces ideológicas y los otros porque les mejoraron y corrigieron un
discurso que se había quedado trancado en el desafío social, el caso es que la premisa
sigue siendo “Al enemigo ni agua”

Creo que es tiempo de comenzar a discutir con el ejecutivo en otros términos. Lo que
implica reconocer que el modelo no es el que se dice que es, que esto tiene ya poco que
ver con lo que se diseñó en 1985 y, en consecuencia, ni los términos de la discusión, ni el
lenguaje aplicable a ese momento, parecen válidos hoy.

Que esto puede no funcionar, que hay elementos aún poco claros, que se deben ajustar
algunos parámetros, que el conjunto de la idea puede pecar de excesivo optimismo y estar
equivocada. Sea, pero que sigamos jugando con las viejas palabras que confunden, y
sobre todo que no comprenden que el escenario cambió, es una prueba de que, equivocado
o no, el gobierno está varias cabezas adelante en su concepción de cómo construir el futuro,
en relación a la visión peligrosamente esclerosada de la oposición.

6 de Febrero de 1994

NOS ESTÁN ROBANDO LA ESPERANZA

¿Qué es exactamente lo que estamos construyendo? ¿Qué tipo de sociedad le dejaremos


a nuestros hijos? ¿Qué utopía? ¿Las espantosas certezas de los pragmáticos?

Nunca me inscribí en el pensamiento marxista, no creí en la Cuba socialista ni en los


momentos de más incendiada fe revolucionaria en los eufóricos sesenta de América Latina.
No transité por ese camino iconoclasta de la revolución a todo trance que hoy, con no poco

124
cinismo, dicen que transitaron en su juventud los señores y señoras de la burguesía, desde
los cómodos sillones del bienestar.

Tuve siempre la prevención (prejuicio dirán los más avezados) de la libertada, la íntima
certeza de que ese modelo heroico en la batalla por la liberación, devino siempre en la
realidad autoritaria, excluyente y dogmática desde el poder.

Pero cuanta falta nos hace hoy esa ilusión de pelear hasta cambiar el statu quo, cuanta
falta la mirada transparente del “condottiero” íntegro, puro, insobornable, que jamás se
dobló, que murió como debía morir.

Me espanta este tiempo de vacíos disfrazado con cosas, de almas ciegas, de sordera
pertinaz. Un tiempo en el que nada vale, en el que la vida ajena vale menos que nada, en
el que el éxito más pedestre puede más que la esperanza, en el que los niños del poder
esperan como máxima ilusión de su vida una profesión rentable, una pareja presentable y
exigible, un auto deportivo que “mate”, y una casa con calefacción central. Amasar el primer
millón y veranear en algún lugar de la Florida.

Debajo de la mesa del poder están los otros niños, los que apenas atinan a sobrevivir, los
que tienen el futuro cortado o cruzado desde que nacen, a los que les ofrecemos una
educación miserable y mentirosa, a los que conducimos al papel de servir, o de salvar el
pellejo como mejor puedan, carne de cañón de los planes económicos, de los modelos de
ajuste estructural y de cuanta rosa se ha inventado para “salvar” una sociedad sin tocar
jamás los privilegios de quienes montan el potro.

Todos, unos y otros, sobre la base de la corrupción. Engañar al prójimo es el método


frecuente, engañar al estado, la norma, el estado que sabemos que es de todos y no es de
nadie. En ese contexto aparecen los planificadores serios, los que quieren la
modernización, los que quieren una nueva Bolivia, eficiente y competitiva, pero sin sangre,
sin amor, sin sentir desde adentro, en el estómago, en la piel, al país. Lo mismo da hacer
un ejercicio de gabinete sobre Bolivia, que sobre Polonia, o sobre Zambia. Y así, desde el
centro de un escritorio en el piso veintitantos de un elegante edificio del centro de la sede
de gobierno, no se puede armar y desarmar el rompecabezas de una nación que a la vuelta
de la esquina se desangra en el mayor desastre de todos, que es carecer de horizontes.

Nos robaron la utopía apenas sin darnos cuenta, nos contaron el cuento de lo nuevo, sin
decirnos que dentro del envase de bello celofán no hay nada, o peor que eso, sólo hay
miserias. Y así, seamos claros, no vamos a ninguna parte.

No se puede continuar este engaño monumental en el que sobre el discurso de una


democracia formal, sólo regalamos marginamiento y marginalidad, no se puede seguir
aceptando por bueno que el poder ventile tan suelto de cuerpo el mar de corrupción, sin
que nadie pague la factura, y a nadie se le suba siquiera el color a la cara. No se puede
seguir sonriendo displicente por el derrumbe del “otro” sistema, cuando éste hace aguas
por todas partes a vista y paciencia de quienes, azorados, terminarán por hartarse y
prenderán la marcha del polvorín en el que estamos todos sentados.

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Aún en la democracia reformista, como la califican los radicales, debiera estar permitido
soñar, aun en ese horizonte limitado, debiera ser posible pensar en una sociedad en la que
el hombre sea el protagonista, en la que se puedan decir, sentir y aplicar palabras como
solidaridad, respeto, justicia y equidad. Si este esquema eficiente y competitivo lo único
que deja son vitrinas repletas de objetos bellos o apetitosos, inmensos casinos, centenares
de tilines y una gran náusea en las entrañas, más vale comenzar a pensar en otra cosa,
por muy eficiente y magnífico que sea tener un país con estabilidad económica. Lo que
interesa no es sólo la bóveda del Banco Central y sus reservas, lo que interesa realmente
es el rostro, el estómago y el alma del ciudadano común, interesa su futuro y el de sus hijos,
interesa que el derecho a la vida exista de verdad. Que una cosa trae aparejada la otra,
cada vez lo veo menos claro. Al final ésta parece una gran trampa en la que te encierran
con la promesa de que algún día, cuando puedas abrir la puerta (si te dejan) verás la luz.
La hipoteca se hace pesada porque la oferta carece de lo esencial, esperanza y utopía.

Por eso extraño el socialismo, no por lo que hizo sino por lo que quiso hacer. Por lo menos
propuso un mundo de hombres para los hombres. Quizás sea posible recoger esos
cimientos y construir más allá del egoísmo de un modelo tan materialista y mezquino como
el que se solaza en ver en carga sentimental y nostálgica la imagen inerte del “Che” en la
Higuera, con los ojos cargados de futuro mirando al infinito.

13 de Septiembre de 1992

FINSA: LA PANACEA NEOLIBERAL

“Money, money, money…” cantaba desenfadada Liza Minelli en su soberbia interpretación


de la joven norteamericana en el Berlín prenazi de la película “Cabaret”.

Una canción que viene como anillo al dedo en los años que corren, en el que cabalga triunfal
el estandarte neoliberal por los campos del mundo. Los yuppies, los preppies, las caras
bonitas, los cuerpos esculturales, los trajes deslumbrantes, la estética post-moderna y
detrás, con destellos de efecto televisivo, el color dorado del dinero. El dinero fácil, claro
está, un viejo ídolo hay que reconocerlo, pero destacado a la divinidad sin complejos en
estos tiempos turbulentos en los que la utopía ha sido cruelmente enterrada por la realidad.
Hemos logrado (el viejo principio calvinista) romper la mala conciencia y enorgullecernos
(aún en un lugar tan pobre como el que vivimos) del relumbrante dinero y se halo de
perfume caro y sofisticado. Es parte de la filosofía de vida colectiva que sopla del norte y
que adoptamos por su racionalidad incontrastable, basada, esto sí, en la más absoluta
irracionalidad. La paradoja se explica si asumimos el disparate que es aceptar como valor
supremo, el material, medir el éxito en billetes y en capacidad empresarial. Los jóvenes no
tejen ilusiones con poemas, ni con reflexiones pacifistas, lo hacen con ideales de buena
capacidad gerencial, productividad y eficiencia (mágica palabra).

126
Detrás de los cromados parachoques de los bellos land cruiser japoneses está, sin
embargo, una moral desmoronada y unos principios arrinconados. Aquí y allí nadie
pregunta nada, es una norma olvidar piadosamente el origen del dinero. Golpeados como
estamos por el narcotráfico y la corrupción, y amparados por el decreto 21060 que decidió
hacer borrón y cuenta nueva, todo es posible y todo vale. Más aún, con el pasado
especulador de la hiperinflación, nos hemos acostumbrado a lo que los argentinos llamaron
con ingenio la “plata dulce”, ganar y ganar sin límite, sin producir, sin moverse siquiera del
escritorio. El dinero se multiplica como por arte de magia, es el milagro del capitalismo.
Todos queremos dinero rápido, nadie pregunta nada. Y de ese modo, en el maremoto del
materialismo amoral (para usar un prefijo muy adecuado en estos tiempos) el ciudadano de
a pie, enceguecido por el brillo dorado, apuesta a ese mundo mágico de las financieras,
que una tras otra y sucesivamente aparecen y desaparecen con la misma rapidez que sus
propietarios tienen para lograr unos buenos cientos de miles de dólares (o algunos millones
según el caso) y hacer un discreto o escandaloso mutis por el foro con la plata ajena.

FINSA es una empresa inmobiliaria y financiera que igual construye edificios, que compra
canales de televisión, que financia equipos de fútbol (con la consecuente felicidad de los
hinchas que ven a sus equipos crecer como la espuma y quizás luego reventar como las
bellas pompas de jabón que hacen los niños), que recibe depósitos a plazo fijo y paga
intereses mensuales del 6%, rompiendo récords envidiados incluso por países con alta
inflación.

FINSA es en muchos sentidos un producto perfecto del mundo neoliberal, sobre todo si ese
mundo se construye en una nación periférica, azotada por el flagelo del tráfico de drogas.
Un par de avionetas de la empresa desata el escándalo y pone en la picota a centenares
de ingenuos ahorristas que tiemblan ante la posibilidad de perder todos sus depósitos. Un
resto de cocaína en ambas naves abre paso a una investigación que busca reconocer si la
financiera blanquea dólares del narco.

No pienso prejuzgar, pero sí pienso hacer algunas consideraciones sobre el tema. Desde
luego sorprenden varias cosas. La primera, la aparición fulgurante, de la noche a la mañana
de un empresario que como Midas convierte en oro todo lo que toca, la segunda, que pague
esas sumas estratosféricas en concepto de intereses, más allá de cualquier criterio sensato
de retorno económico, la tercera, que a pesar de los indicios y de una valiente investigación
del periodista Wilson García Mérida, ni las autoridades pertinentes ni menos el público,
tomen conciencia de que en este mecanismo hay algo que no concuerda, la cuarta, que la
superintendencia de bancos se limite a advertir a los ciudadanos sobre el peligro de estas
operaciones, acepte el funcionamiento irregular de las financieras y santas pascuas, la
quinta, que visto lo anterior, ahora comencemos todos a rasgarnos las vestiduras, cuando
es evidente que el sistema es en sí mismo generador de “milagros” como el que comento.

FINSA es el resultado de una filosofía. Más allá del desenlace, queda al descubierto el
mecanismo más descarnado del “dejar hacer, dejar pasar” que es inherente al modelo que
tenemos. Más allá del drama de quienes apostaron a ese delirante 6% mensual, está una
concepción del dinero fácil, una determinada moral profundamente herida y una falta de

127
escrúpulos colectiva que tiene su precio, es el precio que hay que pagar cuando todos
cantamos como Liza Minelli “money, money, money…”.

17 de Febrero de 1991

LOS POLÍTICOS “LIGHT”

En este mundo cambiante y escéptico, materialista como quizás nunca lo fue en el pasado,
la recuperación del paradigma liberal ha cambiado dramáticamente las reglas del juego de
la política.

Los viejos caudillos cultivados en las flamígeras universidades radicalizadas, abogados,


“publicistas”, “polígrafos” (como se los llamó en tiempos ya idos), hijos de batallas callejeras,
exilios y clandestinidades, han sido sustituidos por un nuevo tipo, un modelo distinto, más
acorde con estos aires que con aquellos que parece que pasaron (pero cuyo fuego
permanece aún). Igual que los cigarrillos, se ha decidido bajar el índice de nicotina y sacar
al mercado políticos “light” que igual que pasa con el tabaco, tienen menos sabor y menos
fuerza.

El maravilloso instrumento del poder, reservado antaño para los profesionales de la política,
para quienes vivían a salto de mata sin hogar fijo y con futuro más que incierto, se ha abierto
hoy para periodistas o no tanto (comunicadores sociales, para estar acorde con la jerga de
moda), empresarios y tecnócratas. Unos con experiencia y otros no tanto, pero portadores
de ese nuevo “glamour” que da el dinero, el lujo, la figuración, el poder en suma.

De pronto, resulta que el poder del dinero en sí mismo no es suficiente, hay que ir más lejos
y comprar el poder total, el que otorga la política. La política se hace con dinero, cada vez
con más dinero. Los políticos saben (y en nuestra historia tanto como ahora hay más de
un empresario que está por derecho propio en esa categoría) que solo pueden sobrevivir
asociados al poder económico y comienzan a saber ahora que además, lo probable es que
terminarán desplazados por los dueños del efectivo que, a diferencia de los años del viejo
liberalismo, no quieren, como lo hizo por décadas el más grande industrial y empresario de
toda la historia de Bolivia, Simón I. Patiño, manejar el poder político desde Francia o los
Estados Unidos, con sutiles y a veces no tan sutiles hilos detrás de la silla presidencial;
tienen menos pudor. No es suficiente estar detrás, la política se ha convertido en un
escenario irresistible para quienes probablemente se han aburrido del éxito aburrido que
hoy poseen. Resulta más estimulante aparecer en un spot de televisión que dar o ir a un
coctel donde unos centenares de conocidos saben que el ilustre ciudadano es dueño de un
pequeño imperio en este pequeño país, o son los consultores del momento, o los
profesionales “in”, y están hartos de saberlo. Es más agradable escuchar los halagos de
miles de personas y ser motivo de comentario de centenares de miles de bolivianos, y
reflejar el éxito ante las multitudes y tener fama, ese otro curioso afrodisiaco que tanto nos
tienta a los seres humanos.

128
Así, de pronto, en los últimos años, los poderosos de todo tipo y carácter se derriten ante
el “olor de multitud”, ante el poder de dirigir (o manipular) no a doscientos, o mil o diez mil
personas, sino a toda una nación. De pronto, por ejemplo, se compran medios de
comunicación (entre ellos canales de TV, la vitrina más glamorosa y quizás más frívola de
esta feria de las vanidades del nuevo liberalismo), y descubren azorados y fascinados que
hablar de su empresa no es aburrido, porque ya no se habla de debe y haber, de “cash
flow”, de liquidez, de expansión productiva y otras lindezas parecidas, ahora se habla del
estelar del Domingo, de la copa Libertadores, de la entrega del Oscar, de los conductores
de “sus” noticieros, de la película de la noche, de la mini serie de moda y otros temas de
atractivo para el común de los mortales. Además, está el poder, los políticos llaman para
pedir un espacio, los amigos piden favores, los ministros y a veces el Presidente los invitan
a reuniones de alto nivel, antes un arcano exclusivo de periodistas de profesión. Finalmente
llega la política “en vivo y en directo” (valga la absurda frase), una candidatura presidencial
o cuando menos (por ahora) vicepresidencial, proporcional al poder económico, profesional
o social que ostenta.

El paradigma neoliberal se completa, cerrando un círculo en el que el espacio para la


especulación intelectual parece sobrar y el tiempo para las consideraciones éticas no
parece excesivamente rentable. Lo que se necesita es una ecuación razonable y conocida
de costo – beneficio y un canto a la eficiencia como regla de oro.

Si para llegar a ese sitial tan magnético, que seduce casi más que el propio sexo (o que lo
da por sentado) y que definitivamente parece sustituir al amor y a la pasión o transformarlos,
hay que pasar por combinaciones imposibles, olvidar el ayer. ¡Adelante y que nada los
detenga!.

En este tiempo de incertidumbre en el que se revela con más nitidez nuestra condición,
empezamos a descubrir una nueva forma de hacer política, de concebir y administrar el
poder. Comienza a dejarse atrás un pasado que tuvo sus grandezas y sus muchas
miserias, para encontrar un presente que no es necesariamente mejor. El maravilloso
instrumento del poder tiene hoy nuevos protagonistas, nuevos perfumes, pero en el fondo
bastantes más mezquindades de las que nos gusta aceptar.

7 de Febrero de 1993

21060: UNA BISAGRA EN LA HISTORIA

En Febrero de 1986, en una conferencia de prensa que ofreció durante su último mandato,
ante la pregunta de si el decreto 21060 era coyuntural, el Presidente Paz Estenssoro
respondió: “Si por coyuntura entendemos 20 años, entonces es un decreto coyuntural”.

129
Diez años después, la cifra se ha convertido en un emblema, e igual que en 1985 cuando
nació como decreto, polémica y eje de encendidas discusiones no del todo resueltas,
porque simbolizó un cambio de dimensiones históricas en el destino de Bolivia.

El 21060 fue una respuesta a una crisis terminal en la que se jugaba la suerte de la nación.
Cuando el Presidente cerró su discurso del 29 de Agosto de 1985 con la frase “Bolivia se
nos muere”, llovió una andanada de críticas a propósito de que el país es eterno y nadie
puede poner en duda su existencia, menos aún el primer mandatario. Los hechos han
demostrado que la eternidad de las naciones es muy relativa, y la realidad probó que esa
imagen reflejaba bastante ajustadamente una verdad socio – económica que
probablemente no tuvo precedentes en nuestra vida republicana.

El decreto logró sus objetivos principales y ese fue el secreto de su significación y


trascendencia. Derrotó a la hiperinflación en menos de un año, algo que ninguna nación
latinoamericana se había atrevido a hacer en democracia y abrió las puertas para la
estabilidad económica, pilar fundamental de cualquier proyecto de país. Si el Dr. Siles sentó
las bases de la estabilidad democrática, Paz lo hizo con la economía.

Pero este análisis es insuficiente para reflejar la verdadera dimensión del 21060. El otro
aspecto es más importante conceptualmente. El surgimiento de un nuevo modelo
económico que desmontó el estado del 52, pero que sobre todo se inscribía (pionero en
América Latina) en la ola que impusieron Reagan y Thatcher, marcó un vuelco esencial. El
imperio de la economía de mercado, el fin del estatismo y el renacimiento del privatismo
con elementos como la libre contratación y la nueva relación entre el estado y los sindicatos,
definió un nuevo escenario.

Forjar un nuevo país implicaba una nueva mentalidad, superar algunas ideas
profundamente arraigadas en el subconsciente colectivo tras los dramáticos cambios de la
Revolución Nacional. Es en este vértice donde se aprecia la medida que, irónicamente, no
permite esa lectura de sus artículos, enmarcados en el ajuste estructural de urgencia y en
una visión más bien de reestructuración del estado en su propio tamaño, que de
transformación del sistema de propiedad. La casi liquidación de COMIBOL en 1986 está
vinculada al colapso del estaño de Octubre del 85 mucho más que a las ideas generadas
en el 21060. Pero, a pesar de ello, nadie puede dudar que el decreto es un incuestionable
punto de partida del nuevo modelo.

El cuestionamiento moral al excesivo e injusto costo social que pagó Bolivia y


particularmente el sector popular, exacto en su apreciación (congelamiento salarial,
despidos masivos, alto desempleo, alto costo de vida) no es suficiente para descalificar una
medida no solo necesaria sino forzosa e inescapable. La crítica sobre el método de shock
y sus consecuencias, aduciendo una salida menos dramática con medidas graduales, no
deja de ser una cómoda especulación una vez apreciados los resultados. En otras
palabras, el gobierno de Paz hizo lo que tenía que hacer, asumió la responsabilidad con
valentía y la cumplió con éxito.

130
El problema principal surgido del nuevo modelo que muy pronto se bautizó como
neoliberalismo, fue la euforia de quienes habían esperado agazapados por décadas el
fracaso del estatismo y el colapso comunista (que no soñaron ni los más empedernidos
liberales). “No queremos que el estado nos dé una mano, sino que nos quite las dos manos
de encima” es la frase que resume ese sentimiento. La ortodoxia fue el pecado capital de
un esquema que ajustó las tuercas más allá de lo racionalmente justo. La brecha se
agrandó y la base de la pirámide solo tenía bolsillos vacíos y promesas. La premisa fue
entonces economía abierta acompañada de política social, pero la premisa tenía que
volverse verdadera.

El gobierno de Sánchez de Lozada intenta demostrar (lección aprendida de su propia


ortodoxia del pasado) que la ecuación es posible a través de medidas muy concretas,
reforma educativa, participación popular (cuyo efecto de cambio y de redistribución
equitativa de nuestra esmirriada riqueza es todavía inconmensurable) y los fondos de
pensiones que paradójicamente son atacados como uno de los puntales del neoliberalismo
insensible.

El problema en estos análisis es la propia dimensión del país. Olvidarse de sus limitaciones
estructurales parece increíble pero es lo que sucede con frecuencia. La oposición, está y
la de ayer, le cae al modelo (este y el anterior) y lo acusa del desastre social y de los
indicadores pavorosos que tenemos, olvidando una larga historia sin cambios y con
indicadores aún peores que los de hoy, que probablemente no podrán cambiar
significativamente ni con este ni con otros modelos, por las limitaciones de nuestra
economía, mercado y nivel promedio en todos los ámbitos.

Paz Estenssoro supo hacer lo correcto en el momento indicado. Fue capaz de adecuarse
a la historia y entenderla. Lo había hecho ya en 1952 en otra circunstancia y con otros
desafíos. La historia lo juzgó y el destino le deparó la tarea de corregir errores y adecuar
momentos porque, es bueno recordarlo, los cambios se deben hacer no solo por lo que se
hizo mal o no se hizo, sino también por lo que se hizo bien y agotó sus posibilidades. La
historia es un cambio permanente de escenario, de protagonistas y de desafíos. Y
ciertamente, el 21060 fue una respuesta afortunada a uno de los más duros y difíciles que
se le plantearon a la República.

3 de Noviembre de 1995

CAPITULO VIII

PARTIDOS: LA SOMBRA DEL 52

Y LA MODERNIDAD

131
LA IZQUIERDA: ESE GRAN DRAMA

Era difícil apreciar en las postrimerías del gobierno del Dr. Siles la magnitud exacta del a
hecatombe que sobrevenía en el país, particularmente para una de las corrientes políticas
que había generado un impulso decisivo en la dirección de la historia reciente, a partir de
la experiencia popular de 1952.

Y es que se juntaron el hambre con las ganas de comer. A la imposibilidad del gobierno de
manejar la crisis, se sumó la irresponsabilidad de un movimiento sindical que, hoy podemos
decirlo, no se percató de los límites de su poder, de la medida exacta de la fuerza de su
presión y de las posibilidades reales de su supuesto enemigo, un gobierno exhausto que
no podía consigo mismo.

Las ideas explosivas que condujeron al 10 de octubre, tanto en la perspectiva del marxismo
radical que prefirió no entrar al gobierno, como en la del combinado mixto y difuso de los
tres partidos de la coalición, apostaban en una dirección que la realidad histórica hundiría
sin misericordia.

La izquierda tenía en octubre de 1982 un modelo que partía del supuesto etéreo de un país
por construir, cuando la realidad demostró que ese país que la izquierda ofrecía se había
construido en 1952 y, era a todas las luces obvio, estaba mal construido. Que las
deformaciones, claudicaciones, errores, corrupción, el largo etcétera para explicar la
realidad de 1982, fueran ajenas a la participación de la izquierda o por lo menos a los
buenos deseos de quienes desde el sindicalismo o del propio gobierno movimientista
contribuyeron al descalabro, no cambiaba nada, porque la contundencia del desastre era
tal, que los argumentos justificatorios no eran suficientes para defender el Estado Nacional
poderoso, administrador de sus recursos sobre la base de una economía planificada y una
intervención gubernamental decisiva.

Enderezar el árbol con las mismas recetas no era posible, y no lo fue. Se dirá que en gran
parte eso se debe a que en realidad la UDP nunca encaró un programa serio desde la
izquierda para lograrlo. Doblemente grave, ya que hablamos del intento más serio desde
1952 para darle un contenido popular a un proyecto con élite de pensamiento y acción con
un partido nuevo, expresión genuina de una generación y, en 1982, con el respaldo de una
mayoría abrumadora de la nación. Que el Parlamento era expresión de la derecha, que la
oposición no les dejó vivir… Es como protestar porque el equipo contrario intenta meter
goles en el arco de uno; ese es el juego y contando con eso es que se debe ganar. Se
perdió, y entonces se pensó que era una derrota reversible. Toda derrota lo es, pero la
magnitud de ésta se comienza a apreciar ahora que ha pasado un periodo presidencial
complemento y que el mundo ha dado muchas vueltas.

Porque ocurre que nuestro provincianismo con frecuencia nos hace olvidar que más allá de
nuestra coyuntura, la escéptica década de los ochenta marca varias pautas decisivas. El
“fin de las ideologías” que con todo lo que quiera relativizarse es, cuando menos, una
respuesta coherente al fracaso más o menos significativo de una extrema ideologización
que enfrentó al mundo al descreimiento y la desazón, sin sacarlo del pozo de la miseria, ni

132
del hambre, ni de las injusticias globales que nos acompañan y se multiplican. Como
consecuencia, llegó el enseñoramiento del pragmatismo apoyado en contundentes recetas
para la crisis, porque la razón fundamental de este remezón es la crisis económica global
que exige respuestas urgentes y descarnadas, con la elementalidad terrible de la frase “esto
o el abismo”. También vivimos el resquebrajamiento más grave de la historia del socialismo,
con terremotos como el chino, el polaco, el húngaro o el de las nacionalidades soviéticas,
y todo bajo la batuta audaz de ese caballero andante que es Gorbachov con la Perestroika
en ristre y arenas cada vez más movedizas en los pies. En tanto resurge el capitalismo,
del que la mirada pragmática es el rasgo constitutivo más importante, alejándose al galope
de las premoniciones apocalípticas para su futuro que hacían los profetas marxistas del a
utopía en los turbulentos años sesenta. Y diseminados por todos los mundos, el primero,
el segundo y el tercero, los Reagan, las Thatcher, los Felipes, los Paz Estenssoro y los
Menem, predicando y aplicando la nueva filosofía que en Bolivia prefirió una cifra que se
coló para siempre en nuestra historia: el 21060.

Se repite por ello que nuestra izquierda (como casi todas las de América Latina, por otra
parte) no está a la altura de los tiempos y que la dramática verdad es que carece de un
discurso nuevo que sustituya al eufórico y esperanzado de los años del Ché para contestar
con contundencia al 21060, del que hoy son parte constitutiva quienes conforman esa
nueva derecha de la que habla con tanta lucidez Carlos Toranzo. Es decir, Gonzalo
Sánchez de Lozada, su partido (muchos dentro de él sin sospechar siquiera la magnitud de
los cambios producidos), los “independientes” y lo que como clase y generación
representan, y por supuesto Jaime Paz Zamora y Hugo Banzer Suárez con sus respectivos
partidos, cuya vida política depende de un adecuado seguimiento de la filosofía del 21060
(que no quiere decir necesariamente un seguimiento de los artículos del decreto en
cuestión).

El esfuerzo, importante sin duda, de conformar la unidad a través de la Izquierda Unida, no


basta frente a una ofensiva que ha propiciado el desmoronamiento de la pequeña pero
vigorosa Bolivia proletaria, que ha terciarizado la economía, que cuenta con la ambigua y
peligrosa inserción del narcotráfico y el tema concomitante y esencial de los productores,
que genera una nueva moral (amoral) en la generación de recambio en política, que ha roto
las barreras y los ríos que separaban irreconciliablemente a unos de otros y que, finalmente,
carcome como un cáncer las estructuras más profundas de lo que fue un inquebrantable
movimiento sindical.

De verdad, la Revolución tecnológica y el hombre en la luna, exigen una nueva mentalidad


para encarar la realidad y quien no lo entiende así, corre el serio riesgo de perecer. La
izquierda debe saltar cualitativamente más allá del dogma y de las anclas históricas de una
visión de mundo que, si no ha desaparecido, ha cambiado quizás definitiva e
irreversiblemente.

17 de Septiembre de 1989

133
MNR: 50 AÑOS EN EL EJE DE LA HISTORIA

Hombres al fin, los forjadores de la utopía movimientista que lucharon por construir una
nación totalmente nueva, arrasando el viejo orden sucumbieron a la poderosa realidad de
sus propias miserias y construyeron al país a la imagen y semejanza de sí mismos, o quizás
simplemente a la de las propias posibilidades de la sociedad en la que les tocó vivir.

Uno de los pioneros de esta gesta, el ex – presidente Walter Guevara, dice que el secreto
del MNR ha sido reflejar de manera plena a la sociedad boliviana, en su complejidad, en
sus contradicciones y en sus virtudes. Habría que preguntarse si la sociedad nacional se
siente reflejada por el MNR o no, o quizás asumir que algo de cierto hay en el aserto, pues
de lo contrario sería difícilmente comprensible la evidencia de un partido que, como ningún
otro en toda la historia de Bolivia, ha sido capaz de mantenerse en la cresta de la ola durante
toda su vida.

No fue un ejercicio intelectual en el sentido académico, no fue la conjunción de ideas para


el diseño de un modelo ideológico coherente; fue la simbiosis entre una realidad
desgarradora marcada por el terrible panorama absolutamente patético de los indicadores
sociales y económicos del país, con un grupo de jóvenes de la clase media que había
bebido la hiel de la guerra y fue capaz de construir por encima de todo, un sentimiento.

El caldo ideológico fue por ello contradictorio, incoherente incluso. En la misma marmita se
cocinó la raíz nazifascista, el pensamiento inflamado del marxismo, las posiciones
antijudías, el corporativismo, un acendrado nacionalismo (quizás el rasgo más poderoso de
todos) y un ingrediente antiimperialista. Todo en uno. América Latina vivía los años del
APRA y Haya de la Torre, la electrizante Evita del peronismo, las audaces medidas del
Getulio en el Brasil, y una corriente populista que, nacida en la revolución mexicana,
ondeaba en todo el continente.

El MNR amalgamó muchas cosas desde entonces, una intuición política como no se vio
nunca en el pasado en un grupo de hombres sobresalientes. En las ideas, Cuadros
Quiroga, el más sólido como gestor de un pensamiento nacional, el excepcional “Fiero”
Carlos Montenegro (“Nacionalismo y Coloniaje” es una obra capital para comprender la
captura histórica de las ideas matrices que alimentaron el fuego del nacionalismo
revolucionario hasta no hace mucho), el “Chueco” Augusto Céspedes, temible polemista y
encendido intérprete de la historia reciente. En la acción, Víctor Paz Estenssoro, Hernán
Siles, Juan Lechín y Walter Guevara (también teórico esencial con la tesis de Ayopaya) el
propio Ñuflo Chávez inexplicablemente apagado en la madurez de su vida. Y ciertamente
no son todos, fue una generación tremenda la que construyó al lado del pueblo boliviano la
epopeya del 52.

Así, tras la fundación real en 1941 y oficial de 1942, y el rápido, traumático y decisivo
gobierno Villarroel – Paz Estenssoro 1943 – 1946, llegó el encuentro con el destino en Abril,
de allí surgió una Bolivia distinta, mestiza y vigorosa. Una clase se comió a otra (minera y
terrateniente), el estado se hizo fuerte y poderoso, la tierra retornó a los propietarios

134
originarios, y se destruyó el voto excluyente. Se quiso más todavía, una nación vertebrada
e integrada. Se pensó por primera vez en el oriente y se buscó la diversificación. Había
que liberar económicamente al país y romper la dependencia excluyente del estaño. Era el
desmesurado intento de construir la utopía.

Pero, esos hombres que contribuyeron tanto en la edificación de la utopía nacional


revolucionaria, llevaron consigo el germen de la debilidad y fracaso del modelo, no pudieron
sustraerse de los peores daños del hacer político. Cuando menos, aceptaron y dejaron
crecer la corrupción que arrasó incontenible las alas morales que hacían volar la revolución,
no fueron capaces de asumir el desafío técnico de los cambios políticos, sucumbieron a las
mieles de la adulación, los vítores, los aplausos y los oropeles del poder, ejercieron, a veces
sin piedad, la violencia hasta sus grados más estremecedores, devolvieron muchas cosas
al pueblo, pero atraparon el poder total, excluyente e intolerante. Quedaron a medio camino
de la Historia con mayúsculas, y con ellos murió el ideal revolucionario.

Por contraste, en el final del camino encontraron una segunda oportunidad, un privilegio
poco frecuente que les dio su propio y aún vigoroso partido después de tantos avatares, y
llegaron a la culminación histórica de diverso modo. En el momento más crítico Guevara,
que vio truncado su brevísimo tránsito por el mando, quedó solo con el consuelo de un
histórico triunfo internacional. Atribulado Siles, cuyo legado a pesar del desastre
económico, fue la recuperación contra viento y marea de la plenitud democrática. En la
madurez plena Paz Estenssoro, capaz de recuperar a la nación del abismo, y estructurar
un nuevo orden que, por discutible que pueda ser, abrió caminos que parecían
peligrosamente cerrados para todos, y esta vez en democracia, con tolerancia y serena
firmeza. Fue un reencuentro con la Historia y esta vez sí con mayúsculas, superando la
pequeñez y la mezquindad para entender la grandeza de otro modo, más allá de los gritos
vacíos escuchados en cualquiera de tantas plazas, donde el movimiento había alimentado
una conciencia autocomplaciente en el pasado.

Es verdad que el MNR es parte intrínseca de la historia de los bolivianos, pragmático hasta
casi el cinismo, modelador de la lucha democrática igual que aliado a los caudillos militares
más contrapuestos, aglutinador de pensamientos profundamente contradictorios, pero es
también verdad que avanzó con una fuerza avasalladora hasta capturar al gran país, hasta
mezclarse con él en olor de multitud, hasta apropiarse de dos momentos decisivos de la
historia contemporánea, la Revolución y el modelo de recomposición neoliberal.

En el límite de los cincuenta años pudo, finalmente, hacer lo más difícil, renacer dentro de
sí mismo rompiendo el viejo caudillismo que amenazaba enterrar al partido, y sacó de la
galera la carta que intenta demostrar la prolongación al futuro con el liderazgo, esta vez
sobre las columnas del neoliberalismo, de Sánchez de Lozada.

Probablemente no queda más remedio que aceptar que una vigencia como ésta, sólo puede
explicarse porque el MNR fue capaz de expresar siempre muchos de los rasgos esenciales
de lo que Bolivia es.

14 de Junio de 1992

135
4 DE NOVIEMBRE: EL SALDO DE UNA REVOLUCION

La Revolución, una palabra fuerte, profunda, desafiante. Capaz de sacudir una sociedad
hasta los tuétanos, capaz de poner las cosas al revés, capaz, sobre todo, de movilizar
masas a nombre de ideas, capaz en suma de tomar el cielo por asalto, para usar una frase
cuya fuerza conmueve. Eso fue lo que Bolivia hizo en 1952, a veces pienso que casi sin
saberlo. A partir de allí tuvimos otra historia, y en efecto, el orden feudal y oligárquico fue
subvertido hasta un punto tal, que el país quedaría irreconocible en su estructura social y
redimido en muchos sentidos en su desigual relación de poder opresor y la gran mayoría
sometida.

12 años después, un 4 de Noviembre de 1964, un sanguíneo general de aviación y un


indescifrable general de ejército encabezaron un movimiento masivo para echar del
gobierno a quienes habían encendido el fuego de la esperanza un emblemático y ya lejano
mes de Abril. ¿Qué había quedado de aquel fuego, qué de aquellas ilusiones, qué de
aquella generación nueva y transparente?. Entonces se pensó que sólo el mal recuerdo de
una violencia indiscriminada, de una corrupción institucionalizada, de una ambición de
poder que ahogó en mezquindades y egoísmos personales a sus máximos caudillos. Hoy
sabemos que lo del 52 fue mucho más que eso, una gesta de heroísmo y de lucidez, una
captura de la historia que no podía esperar más esa absurda nación forzada por unos pocos
a un modelo entonces imposible.

Pero bien. ¿Qué revolución es esa que a la vuelta de unas décadas debe reformularlo
todo? ¿Qué revolución es esa que agiganta el peso burocrático de un estado hasta casi
matarlo, que se apropia de las riquezas de la tierra para mal administrarlas y despilfarrarlas?
¿Qué revolución es ésa que no puede después de una radical reforma agraria, abastecer
a sus escasos siete millones de habitantes de los productos de la tierra? ¿Qué revolución
es ésa que hace una reforma educativa cuyo resultado es un sistema miserable en todas
sus dimensiones y que no ha hecho otra cosa que pauperizar hasta lo intolerable el nivel
de formación de su recurso más importante, el hombre?.

Podridos los cimientos del estado del 52, apenas treinta y cinco años después, tuvieron que
comenzar a ser dolorosamente removidos para edificar un nuevo modelo de estado que en
buena medida niega algunos de los principales postulados de esa gesta en la que se
empeñó casi todo el país en la década de los años cincuenta. Si vale de consuelo (y creo
que no vale) algo similar y quizás más dramático dada sus gigantescas proporciones les ha
ocurrido a otras revoluciones de este siglo. Mírese sino el angustioso panorama de un
México que comienza a convulsionarse por dentro, después de un esclerosamiento y una
corrupción que dan pavor, con un par de presidentes que hacen lo indecible para revertir la
dirección de 1910 en aras de la modernidad. Mírese sino a esta Cuba desgarrada y
agonizante que espera nadie sabe qué, como un barco desguazado en medio del Caribe.
Mírese finalmente, el trágico desenlace de mayor utopía colectiva que encaró la humanidad

136
a partir de 1917. El socialismo como panacea capaz de construir un mundo nuevo, más
humano, más solidario y con mayor bienestar.

Que quienes hicieron las revoluciones las desvirtuaron, que traicionaron los principios
fundamentales en que estas se apoyaban teóricamente. Majaderías. La argamasa la
moldean hombres, no ángeles. Y los hombres moldearon la argamasa a su imagen y
semejanza. El socialismo real, no es otra cosa que eso, real. Eso es lo que los hombres
fueron capaces de hacer con las ideas magníficas que los teóricos tejieron. Las
revoluciones fueron exactamente lo que tenían que ser en manos de los imperfectos
protagonistas que las encararon, lo demás es poesía.

Pero volvamos a Bolivia. En el 52 se iniciaron tareas impostergables, se encararon los


desafíos que nuestra sociedad no podía seguir retrasando. Los críticos tardíos de esa etapa
fundamental lanzan la hipótesis de que los grandes cambios de entonces eran inevitables
y debía haber llegado en democracia. No en Bolivia. No en una nación polarizada desde
siempre, en la que la élite gobernante no se hubiese despojado nunca del poder por las
buenas, en la que no había ninguna tradición democrática. La Revolución fue una
consecuencia más que explicable en ese momento y en esas circunstancias. Y más allá
de los desastres ulteriores que nos llevaron al borde del abismo, cumplió un papel de
transformación necesario y deseable. Esa es la paradoja. La cultura democrática pasa por
el voto universal manipulado hasta hace muy poco, pasa por la reforma agraria y la
integración de millones de bolivianos a una sociedad que siempre los negó, pasa por una
revisión del papel del gobierno en la asunción de sus responsabilidades con todos, pasa
por una revisión a fondo de la cultura nacional, del reconocimiento de su pasado.

Ese extraño sabor agridulce termina, sin embargo, confrontado con la realidad. Bolivia no
logró (¿Por qué no podía ni con revolución ni sin ella?) insertarse en el concierto
internacional de un modo digno. No ha podido hasta ahora entregarle a sus ciudadanos
una realidad mejor, con menos mortalidad infantil, con menos desnutrición, con menos
analfabetismo, con mayor esperanza de vida al nacer, con mayores ingresos per cápita,
con una infraestructura acorde a este final de siglo…

Si por sus obras los conoceréis, los hombres que intentaron la titánica tarea de hacer una
patria de verdad, no lo lograron. Esa es la única verdad posible de reconocer hoy. Una vez
más, queda la pregunta de si esa revolución que amenazaba con un cielo aquí en la tierra
tenía los ingredientes suficientes, o es simplemente que este complejo país tiene ya
bastante con haber llegado donde está y a pesar de todo, seguir empeñado en la
construcción de una sociedad democrática y mínimamente justa.

6 de Noviembre de 1994

MNR: TIEMPO DE DEMOCRACIA

137
El Movimiento Nacionalista Revolucionario no es el partido más longevo de la historia
boliviana, pero sí es probablemente, y por varias razones, el más significativo. Medio siglo
después de su fundación, ha dejado una huella decisiva en el país. Ha gobernado por 26
años, ya sea solo o en coalición, ha dado cuatro presidentes, uno de ellos ha ocupado en
cuatro presidencias el mayor tiempo de gobierno de nuestra historia (12 años y seis meses),
ha protagonizado el cambio estructural más importante de la sociedad boliviana en este
siglo, y a la vez ha encarado un radical cambio de timón de la economía y en consecuencia
de la política del país, ante la inminencia de un colapso a mediados de los años ochenta.
Fue, finalmente, el primer partido nacional que logró la inserción real de las masas en la
participación y acción político – partidaria; en los hechos ha sido la primera y una de las
pocas organizaciones de masas de la nación. A la par, claro, está la secuela de la violencia
desde el poder, el sectarismo, la corrupción, el prebendalismo, el fraude electoral y otras
prácticas que si bien no fueron inventadas por el MNR, sí fueron practicadas y masificadas
por él en nuestra sociedad hasta grados realmente graves.

Ese partido que hizo tanto en menos de medio siglo, adecuó su funcionamiento a las
características seculares de Bolivia: el caudillismo y la organización vertical.

En los días que corren el ciclo terminó. A sus 82 años Paz Estenssoro decide finalmente
abrir las puestas genuinas de la renovación, tras el surgimiento meteórico de un delfín
insospechado y su sorprendente triunfo electoral de 1989.

El primer salto fundamental fue lograr un triunfo electoral sin las alas protectoras de Paz o
Siles, rompiendo el criterio casi general de que con el fin del último gobierno de Paz
Estenssoro se enterraría el MNR. El segundo, el más importante, es el de llevar a la práctica
el concepto de la modernidad que es el caballo de batalla de un neomovimientismo, que se
transforma en el afán de lograr un 21060 de su estructura interna.

Sería una ingenuidad suponer que este MNR tiene algo que ver con el que protagonizó la
Revolución de 1952. Sánchez de Lozada entiende por modernización una nítida
adscripción ideológica al neoliberalismo heterodoxo, es cierto, la estructuración de su
partido en los moldes de la democracia occidental y la eliminación, en consecuencia, del
caudillismo y la “dedocracia”. En ese contexto, no es gratuito que se haya apelado al
asesoramiento estadounidense (Sorensen) para la redacción de los estatutos, ni tampoco
lo es que los sectores tradicionales surgidos en la lucha del 52, muestren una resistencia
natural a cambios que, además de cortar en dos la historia de su partido y desestructurar
el pensamiento del nacionalismo revolucionario como paradigma de pensamiento y acción
partidaria, tienden a desplazarlos definitivamente del escenario político.

Independientemente de la cuestión ideológica, sin duda fundamental pero delimitada no por


Sánchez de Lozada sino por Paz Estenssoro en 1985, lo notable del esfuerzo que encara
esta Convención Extraordinaria del MNR, es la búsqueda de la democratización genuina
de su organización. Como comentaba algún dirigente de la vieja guardia con alarma: “¡Este
Goni le está entregando el partido a las bases!”. En esa ironía se retrata no sólo la
mentalidad del movimientismo tradicional, sino la de los líderes de la mayoría de nuestros
principales partidos. La Convención elige al Jefe por cuatro años con derecho a una sola

138
reelección, el candidato a la presidencia es elegido por voto directo de los militantes y la
estructuración de las candidaturas pasa por las células de barrio o de comunidad hasta la
cúpula de modo progresivo. Se definen con mucha más claridad las funciones de los
comités y se establece una periodicidad de reuniones del Comando Nacional y la
Convención (que se convoca cada cuatro años, después de las elecciones nacionales y la
posesión del nuevo Presidente). Estos pocos indicadores de los cambios estatutarios, dan
una idea somera de la magnitud de la transformación. Con todos los interrogantes que deja
un ensayo tan próximo al modelo estadounidense, parece evidente que es, en el contexto
de los grandes partidos del país, el primer esfuerzo real de participación desde las bases y
democratización “horizontal”, aún y a pesar de los riesgos que implique para el tradicional
control partidario.

En la óptica de la tan cuestionada modernidad, el MNR da el salto. Más allá de las


consideraciones sobre el contenido de la propuesta, que siguen y seguirán levantando
tormentas, debemos coincidir en que se trata de un esfuerzo serio de largo plazo, en el que
la voluntad de cambio no es una sucesión de frases bonitas, sino que se traduce en hechos
que, por lo pronto, intentan transformar hasta la médula un partido que siendo historia,
busca confirmarse como importante presente.

26 de Agosto de 1990

MIR: AQUEL MAR COLOR NARANJA DEL PASADO

¿La política es cuestión de fe? No lo sé. En todo caso, recuerdo 1974 y el Comité
Interfacultativo que luchaba en la UMSA en el estrechísimo espacio concedido por el CNES
y el gobierno Banzerista. Nunca fui militante partidario, pero sí milité como estudiante en
las ideas de izquierda sin tocar el marxismo, salvo como metodología de análisis de la
realidad. Formaba parte del grupo de los llamados “cachorros” de la Facultad de
Humanidades. “Los cachorros” éramos los hijitos de papa, universitarios de la clase media
acomodada, a dos aguas entre los grupos indianistas y el trostkismo, admirando
secretamente la semiclandestinidad y la clandestinidad de los jóvenes miristas, hijos de la
guerrilla y del mito de la lucha armada, capaces de jugarse el pellejo, y siempre con un halo
de heroísmo radical hecho a la medida de la pequeña burguesía intelectual y académica.
No era entonces muy avezado en el arte de la política y me sumé a la lucha del
interfacultativo sobre ideas absolutamente genéricas de democracia, sin identificar a
muchos compañeros que no mencionaban su militancia, pero que eran en su inmensa
mayoría miristas. No en vano ese partido dominó la escena universitaria de casi todo el
país por más de una década.

Desde esos días, me sentí identificado con una generación (la mía) que saltaba al escenario
a proponer una nueva Bolivia. Años después (1979) haciendo mis primeras armas como
periodista en radio Cristal, escuchaba los nombre de la “troika” con admiración y respeto.
Eran las primeras apariciones pública de Jaime Paz, las declaraciones de Antonio Araníbar

139
y la presencia siempre directa de Oscar Eid (en esos tiempos estaba convencido de que
Oscar era, de lejos, el más radical de los tres). No olvidaré las concentraciones gigantescas
en San Francisco, (nunca las vi mayores) y el ejercicio de fe en la utopía que miles y miles
de jóvenes como yo depositábamos en ese proyecto. Parecía de veras el fin de un
momento y el comienzo de otro.

A esas alturas el MIR afrontaba su desafío mayor. Estaba ya lejos de los días del foquismo
y el ultrismo de la Asamblea Popular, comenzaba a nacer la ruptura entre quienes defendían
posiciones marxistas y quienes apostaban al “entronque” con la Revolución Nacional y, en
consecuencia, el distanciamiento de la ortodoxia ideológica. Era algo más que eso, era el
bichito del pragmatismo, era la comprensión de que el poder se juega en un terreno distinto
al de la fe y el idealismo. Nosotros en la plaza San Francisco, no lo sabíamos. Nunca di el
salto de la simpatía a la militancia, y es algo que no terminaré de agradecer, simplemente
por las circunstancias que vivé después, y por lo que la historia se encargó de demostrar
una vez más.

La carrera por la presidencia que Jaime emprendió desde la constitución de la UDP (1977)
fue asumida con absoluta frialdad aún a costa del partido. No porque el sentido de grupo
político fuera algo prescindible (por el contrario Jaime y Oscar saben en su exacta
dimensión lo fundamental de un partido para lograr el poder), sino porque era evidente que
la estructura principista, intransigente y quizás algo romántica de los revolucionarios
alimentados en el primer MIR, no era compatible con la captura del instrumento para
gobernar. La coartada sirvió hasta llegar a la presidencia; “lo importante es llegar al
gobierno, sino ¿De qué sirve tener las mejores ideas del mundo?. Fue eso, una coartada.
La vida es implacable y lo fue para los miristas que hoy gobiernan. Ellos saben tan bien
como yo, que las ilusiones y la utopía quedaron en los alambrados, en el Estadio Nacional
de Santiago, en la prisión de la DOP a media cuadra de la plaza Murillo, en la puerta rota
del Palacio de Gobierno en junio de 1974, en la calle Harrington, en la primera división de
abril de 1984 y en la más dolorosa ruptura de diciembre de ese mismo año, en las corbatas
sustituyendo el pecho abierto y finalmente, en la decisión irreversible de ser realistas.

El MIR le ha costado al país en la experiencia gubernamental de la UDP, pero sobre todo


en la certeza de que ni la vida ni la historia parecen poder burlarse. Cuando yo escuchaba
a Jaime en sus discursos de plaza del 79, no imaginaba al actual presidente neoliberal,
simplemente porque él no me ofreció ni a mí ni a los bolivianos la certeza de nuestra
dependencia económica más o menos bien administrada, nos ofreció una nueva sociedad,
honesta y transparente por encima de todo, capaz de desterrar la vieja política y de superar
a los padres desilusionados del 52, capaz de la consecuencia y de los principios, de
romperse antes que doblarse.

Fue una hermosa ilusión, fue un eufórico sueño colectivo al que me adscribí en esos días
vertiginosos del paso entre dos décadas.

Jaime y el MIR han ganado en sabiduría política en su pacto con el Gral. Banzer, pero
nosotros hemos perdido en nuestras almas, y ese día agachamos la cabeza para esconder
la bronca, aunque quizás yo mismo escriba en unos años que eso fue una muestra de

140
madurez política del sistema. El poder corrompe, el MIR no es la excepción, y no sé si
conoceremos alguna vez a alguien que toque el poder sin perder la inocencia.

Del otro lado de la acera está el MBL, Antonio Araníbar y los suyos, que miran con un dejo
de amargura el camino recorrido para éste resultado. Prefirieron guardar para sí la
esperanza revolucionaria antes que el compromiso pragmático con el poder. Quizás Jaime
le haya ganado a la historia y quede para el porvenir como una estadista democrático
¿Quién lo sabe?. Pero hoy, a veinte años de distancia, debemos apreciar a este puñado
de hombres y mujeres que han sido capaces de hacerle un homenaje a su origen y su
pasado, y están dispuestos a bregar contra corriente, para recobrar, aunque sea un
espejismo, la fe o la utopía que alguna vez acariciamos tantos bolivianos apretujados y
sudorosos, en esas concentraciones en la plaza de San Francisco que aun quitan el aliento.

8 de Septiembre de 1991

ADN: ONCE AÑOS DESPUÉS

El auditorio de un pequeño cine popular en la calle Santa Cruz de La Paz, fue el más bien
modesto escenario de fundación de un partido político, que entonces, en medio de la euforia
revolucionaria de la apertura democrática, en el contexto de la fuerza de masas de la Unidad
Demócrata y Popular y la presencia vigorosa del movimiento sindical popular, perecía una
anécdota, la de un exdictador intentando lavar en democracia un pasado demasiado fresco
y lleno de heridas.

Pocos podían entonces adivinar (quizás nadie), que la idea de crear un partido para la
proyección política de Hugo Banzer estaba lejos de ser peregrina. El nacimiento de Acción
Democrática Nacionalista (ADN) estuvo estrechamente vinculado a la figura de un caudillo
surgido de las filas militares, tras un largo gobierno autoritario (el más largo unipersonal del
siglo XX). A diferencia del conservatismo, el liberalismo, el movimientismo o el mirismo,
que construyeron sus líderes en el camino, ADN tenía sentido desde el primer día en función
de Banzer y no al revés.

En 1979 ser adenista no era muy recomendable. La izquierda y aún el centro, identificaban
la sigla con resabios del fascismo. Daba la impresión de que el único objetivo era poner
una cortina de humo para defender el honor del General que se vería pronto en el banquillo,
en virtud de la iniciativa del líder socialista Marcelo Quiroga Santa Cruz.

Entonces, ni Banzer era político, ni los ex – colaboradores de su gobierno tenían una idea
muy clara de lo que podían hacer con la nueva sigla, ni los jóvenes de la derecha que
alimentaron el proyecto, adivinaban su opción real en el espectro político nacional,
definitivamente copado por corrientes progresistas y marxistas.

141
Once años después, Banzer es uno de los políticos claves de la Nación, los viejos
colaboradores de la dictadura son fogueados demócratas ejerciendo en el parlamento o en
alguna cartera ministerial, y los jóvenes de esos días se reparten en el pelea o para imponer
una suerte de perestroika en el seno del partido, o están ya hace algunos años enfrentados
al banzerismo y a punto de contraer matrimonio con el gonismo. Estos son, qué duda cabe,
días diferentes.

De ser una organización casi desahuciada y repudiada en gran medida, ADN ha pasado a
ser una de las fuerzas políticas más vigorosas de Bolivia. Banzer dejó de ser el acusado
en un juicio de responsabilidades, para convertirse en el ganador de una elección nacional
y el pivote fundamental del funcionamiento político del país en los últimos cinco años.

Hagamos un somero recuento cronológico de los momentos más significativos en la vida


de este joven partido político que, como el MNR, tardó muy pocos años en convertirse en
gran protagonista de la historia.

1979, marzo. Fundación del partido.

1979, julio. Banzer logra el 3er. lugar en las elecciones con 218.000 votos y el 13%.

1979, agosto. El diputado Marcelo Quiroga Santa Cruz acusa a Hugo Banzer, ya jefe de
ADN, y su gobierno, de graves daños a la Nación, desde el ámbito económico hasta el de
los derechos humanos.

1979, noviembre. El golpe del Cnl. Natusch, detiene abruptamente el desarrollo del juicio
de responsabilidades.

1980, junio. Banzer logra nuevamente el 3er. lugar en las elecciones generales con 220.000
votos y el 17% de la preferencia popular.

1980, junio. Golpe de Estado de García Meza que derroca a Lidia Gueiler. Destacados
militantes de ADN colaboran abiertamente con la dictadura ocupando cargos muy
importantes (Rolón y Tamayo son ministros de Estado) en ministerios, embajadas y en
instituciones como CONAL. Banzer admite su presencia.

1981, marzo. Se produce la ruptura entre la dictadura y la ADN. Banzer critica abiertamente
a García Meza y se aleja a Estados Unidos.

1982, octubre. Retorna la democracia al país. Presidencia de Hernán Siles Zuazo. Igual
que en 1979, ADN no vota en el Congreso por el ganador por mayoría relativa, aunque
posteriormente reclamaría ese voto de las fuerzas perdedoras.

1982 – 1985. ADN ejercita una tenaz y secante oposición en el Parlamento contra el
gobierno de la UDP. Su acción opositora, junto al MNR, contribuye en gran medida a
debilitar y desestabilizar al gobierno de Siles.

1985, julio. En su tercer intento Banzer gana las elecciones por mayoría relativa con
493.000 votos y el 28,5% de la preferencia. Sin embargo, pierde la presidencia ente Paz

142
E. en el Congreso, cuyos miembros votan abrumadoramente por el Jefe del MNR. Banzer
acepta la derrota.

1985, octubre. En un gesto histórico, Paz y Banzer firman el Pacto por la Democracia,
vigente hasta 1989, que permite la aplicación y ejecución del Decreto 21060 que estabiliza
al país. ADN no participa directamente en el gobierno.

1986, marzo. Eudoro Galindo, subjefe de ADN, rompe violentamente con Banzer se retira
del partido, creando el PDB (Partido Democrático Boliviano), acusando a su entonces jefe
de caudillismo de incomprensión de la modernidad democrática.

1988, abril. Dos militantes de ADN, Alfredo Arce y Mario Vargas, aparecen involucrados
con el narcotraficante Roberto Suárez, al conocerse un video registrado en 1985 que los
muestra en reuniones de diversa índole con el entonces Rey de la Cocaína.

1989, febrero. La ruptura del Pacto, por iniciativa del MNR, resquebraja las relaciones entre
ambos partidos y enfrenta virulentamente a Banzer con Sánchez de Lozada.

1989, mayo. Banzer pierde las elecciones (357.000 votos, 22,7%) ante Gonzalo Sánchez
de Lozada del MNR, a pesar de sus previsiones y las de muchas encuestas.

1989, mayo – agosto. Una alianza tácita en la CNE entre ADN y MIR permite acciones
poco decorosas en el manejo de los votos de mayo y deja como resultado el “triple empate”
que bloquearía a Sánchez de Lozada en el Parlamento.

1989, agosto. El insólito pacto entre Banzer y Paz Zamora (ADN – MIR), le da la presidencia
al tercero en las elecciones generales y marca el punto más alto de desencanto del
ciudadano en el sistema de voto.

1989 – 1990. La presencia de ADN en el gobierno y el respaldo de Banzer, contribuyen en


gran medida a restaurar la confianza en el sistema político – económico y en el
mantenimiento de la estabilidad.

1990, febrero. Un exceso verbal de Max Fernández, conduce a un desenlace inesperado


que trae a la memoria los primeros años setenta del gobierno banzerista. El Jefe de ADN
amenaza con un revólver a su rival político a quien exige explicaciones por haberlo acusado
de estar vinculado al narcotráfico.

1990, marzo. Profunda pugna interna, entre la vieja guardia (Fortún) y quienes afirman
estar con la modernidad (MacLean). Las fuertes tensiones revelan serias discrepancias en
la concepción partidaria y la proyección de ADN hacia el futuro.

Como se puede ver, quienes estuvieron en esa pequeña sala cinematográfica el 23 de


marzo de 1979 no se equivocaron. ADN fue mucho más que un episodio. En 11 años,
fundamentalmente merced a la figura de su Jefe, ha dejado un sello indeleble en la historia
contemporánea de Bolivia.

25 de Marzo de 1990

143
PAZ – BANZER – PAZ: LA SIGNIFICACIÓN DE DOS PACTOS

Uno de los elementos que con más insistencia han manejado los dos partidos de la alianza
MIR – ADN es el de la construcción de una nueva forma política, un “a partir de ahora…”,
como una de las justificaciones más significativas de un acuerdo cuyo origen tiene una
explicación menos épica que aquella que comienza a adornar la retórica.

No cabe duda de que el MIR y la ADN están dispuestos a aportar con todo lo mejor que
tienen para que el nuevo proyecto funcione, que ambos son conscientes de que en este
curioso experimento está en juego no solamente su futuro político, sino y, esto es lo
realmente importante, el del país. En esa medida se hace vital para las dos fuerzas
mostrarle a la Nación una suerte de trascendencia para la posteridad, de acontecimiento
único, de ejemplo inédito de voluntad y generosidad política que servirá de modelo para los
bolivianos de mañana. En suma, la nueva era que los brazos en alto y enlazados de Hugo
Banzer y Jaime Paz buscaron simbolizar para la historia.

Pero conviene, precisamente en aras de la historia, hacer algunas consideraciones. La


primera es que más allá de las razones emocionales (muy importantes) que causaron un
shock nacional al conocer el acuerdo Banzer – Paz Zamora, este fue posible finalmente
porque ambos partidos estaban ideológicamente muy próximos, confirmando lo que
muchos analistas políticos adelantaron en la campaña electoral, que las diferencia entre las
tres grandes candidaturas eran simplemente de matiz.

La segunda es que, a pesar de ello y precisamente por la fuerte carga emocional del
pasado, el acuerdo era impensable sin la presencia de Goni en el escenario. Sánchez de
Lozada logró un “frente nacional antigonista” que consiguió uno de los varios imposibles de
esta noble campaña electoral.

La tercera es que, dado que los protagonistas de este nuevo acuerdo tienen como una base
de la unidad la continuidad del modelo, no se puede hablar en absoluto de ninguna matriz
fundacional. Ni en lo político, ni en lo económico, menos aún en la concepción de país,
esta nueva gestión puede considerarse inaugural. El verdadero corte a cuchillo de la Bolivia
posrevolucionaria se da en agosto de 1985 con el decreto 21060, no sólo por el contenido
del documento, sino fundamentalmente porque comienza a aplicarse una nueva manera de
concebir la Nación, liberal, capitalista y pragmática. Es una suerte de modernidad que
acorrala las ideologías y le roba el sentido del vanguardismo a una izquierda que pronto
pierde además de la iniciativa de las ideas, las bases de sustentación de su discurso,
vulneradas por la aplicación del propio decreto. Esa manera de ver la realidad se mantiene
en la nueva administración, continuidad que no se alterará por la aplicación de una eventual
nueva política social (apuntada, por otra parte, en las tres candidaturas principales), ni por
el logro (deseado por todos) de la reactivación, que es la consecuencia lógica de la
estabilización.

144
En lo político, el concepto de la concertación y del diálogo fue también un producto de la
etapa surgida el 85. El Pacto por la Democracia entre Paz Estenssoro y Banzer marcó el
verdadero punto de partida de un nuevo estilo, con el “doble mérito” de que entonces Banzer
fue el ganador y aceptó la derrota, y además propició y aceptó el Pacto por la democracia
que cumplió a rajatabla, sin tener a cambio más que cargos secundarios en la
administración. El concepto del acuerdo en favor de un modelo político se fundó pues en
octubre de 1985 y no en agosto de 1989. Las condiciones son hoy distintas, el primer paso
del acuerdo se hizo para cerrarle el camino al ganador y luego para garantizar la continuidad
de un modelo, sobre bases diferentes; corresponsabilidad de gobierno y poder
relativamente equivalente. Que haya o no papeles de por medio es un detalle. La
experiencia enseña algo tan simple y de Perogrullo pero tan verdadero como esto: “las
cosas van bien hasta que comienzas a ir mal”.

Si esta alianza tiene éxito habrá garantizado el modelo del 85 y habrá ratificado la
profundidad del nuevo estilo creado entonces. Pero, a mi juicio, el Banzer histórico en
democracia tiene su fecha clave en octubre de 1985 y no en agosto de 1989, aunque, ay
que decirlo, se destaca como eje indispensable en ambos casos para hacer posible la
construcción de esta nueva era histórica.

27 de Agosto de 1989

ELOGIO DE LOS POLÍTICOS

¿Es frecuente encontrar en un país cualquiera de América Latina, al Presidente reunido con
todos los líderes políticos del país? ¿Es fácil encontrar alguna sociedad en la que todos los
jefes políticos relevantes se reúnen y firman un documento de compromiso para mejorar el
sistema democrático? Ciertamente no, en los últimos años no conozco ninguno.

Pues bien, resulta que este país, pobre, pequeño, inmaduro, corrupto, lleno de politiqueros,
en el que los políticos se devalúan día a día, ha sido capaz de resolver, o por lo menos
buscar resolver sus principales problemas, por la vía del diálogo civilizado. A pesar de los
incendios que con cierta regularidad se dicen gobierno y oposición, en los momentos
importantes, nuestros políticos se sientan en la mesa de negociaciones y conversan y, algo
más, se comprometen a cosas y, más aún, las cumplen. Porque el 5 de febrero firmaron
un documento que cumplieron al modificar la ley electoral y elegir una nueva Corte Electoral
idónea e imparcial.

Por segunda vez en su mandato el Presidente convoca a los jefes políticos al Palacio (y los
recibe orgulloso en el salón dorado restaurado en su gobierno), y sin distingos de tamaño,
incluye esta vez a la Izquierda Unida y al FRI (que ha es decir, considerando que el jefe de
esa organización es a la vez su ministro de Estado y pretende fungir como opositor). Y no
sólo eso, resulta que en términos generales las entrevistas se desarrollan en un marco de

145
cordialidad sin precedentes, en medio del respeto mutuo y los toques de humor de los que
no se exime ni siquiera el Jefe de UCS con una mención a su bebida favorita..

Lo que comenzó con bastante escepticismo, ha dado lugar a un moderado optimismo en el


camino hacia una cumbre que reúna simultáneamente a todos los partidos, representados
en su máxima instancia, con el objeto de discutir cuatro puntos centrales: 1. La reforma a
la Constitución. 2. La reforma de la Ley Electoral. 3. La descentralización. 4. La Reforma
Educativa. Se trata, sin duda, de una agenda densa y muy complicada, pero el hecho de
que todos hayan accedido a la discusión, en busca de salidas razonables para la
comunidad, en lo que desde hace décadas es una trampa al propio sistema, indica algo
importante, que somos capaces de asumir responsabilidades, a pesar de las graves
discrepancias y los intereses tan poderosos que hay en juego.

¿Por qué arriesgarme a esta danza de flores si todavía no se conocen resultados y las
posibilidades de que todo termine en un fracaso no pueden descartarse? Por una sola y
simple razón, porque en un país como el nuestro, acostumbrado a la autoflagelación,
golpeado en todos los frentes y muy proclive a pensar que todo lo que hace le sale mal, es
tiempo de asumir también con hidalguía que a pesar de todos los pesares, nuestros políticos
a veces hacen las cosas bien, y que si hay muchas razones y muy buenas para criticarlos,
no se puede pasar por alto el genuino esfuerzo que despliegan para estar a la altura de las
circunstancias.

Para el gobierno no es fácil abrir la puerta a quienes no se cansan de criticar su gestión, y


para la oposición no es fácil perder el rédito que supone el no asumir la responsabilidad de
gobernar y quedarse en el papel más cómodo del crítico. Todas las partes ceden algo por
el solo hecho de hablar entre sí y, más aún, si realmente quieren un documento de
consenso que apunte a reformar tan sustanciales como las antes mencionadas.

Si vemos la realidad de otras naciones del hemisferio podemos valorar mucho mejor estos
conceptos. El dictador Alberto Fujimori, no hizo desde que es Presidente ni el más mínimo
esfuerzo por acercarse a hablar con los opositores, por el contrario les dio la espalda por
sistema. En Argentina, Menem gobierna enfrentado a un radicalismo que no le da tregua,
a fuerza de su mayoría y sin mayores amagos de acercamiento con los contrarios. En Brasil
las cosas en política van tan mal que sobran comentarios, el Presidente tiene un parlamento
cuya misión parece ser no dejarle pasar ni un aviso. Si vamos más lejos, en el Ecuador
Rodrigo Borja terminó calificando a los parlamentarios como una “gavilla de vagos”. Ante la
impotencia de no poder abrir siquiera un resquicio de diálogo, en Venezuela el Presidente
lucha desesperadamente por mantenerse en el mando y sobrevivir frente a casi toda la
nación. Las relaciones gobierno oposición en Uruguay son francamente malas, lo son
menos en Chile y en Colombia, pero en ninguna de esas naciones se insinúa siquiera
reunión alguna que se parezca al 5 de febrero a las conversaciones de estos días en el
Palacio Quemado.

Debemos convencernos que si bien es obvio que esto está muy lejos de ser el paraíso en
política, es una experiencia democrática civilizada, capaz de asumir con cierta madurez los
momentos críticos, y está sustentada en la certeza de que la gobernabilidad es un requisito

146
sine qua non para sobrevivir todos. Aprendimos de la traumática experiencia del gobierno
de la UDP y no hemos tropezado, como casi todos los latinoamericanos, dos veces en la
misma piedra. Eso es mucho decir dados nuestros antecedentes.

Por eso hay que saludar esta ronda de conversaciones, sin borrar por ello una palabra de
lo escrito en esta columna en torno a nuestra “clase” política.

31 de Mayo de 1992

EL GOBIERNO PAZ ZAMORA CUATRO AÑOS DESPUÉS

El 2 de Agosto de 1989 el Gral. Hugo Banzer hizo conocer al país una decisión de
trascendencia histórica, su alianza con Jaime Paz Zamora. El MIR llegaba, gracias a esa
cesión, mucho antes de lo que históricamente parecía razonable de acuerdo a su respaldo
popular. ADN se hacía, sin saberlo, un harakiri que se evidenciaría en la última derrota
electoral de Banzer en 1993, y Goni tenía que ejercitar la paciencia por cuatro años.

El puente sobre el famoso río de sangre nos dejó algunas lecciones. La primera y más
amarga, que la política no es el arte de la ética, y que el camino al poder no pasa por la
lealtad al pasado y por las vidas que se entregan por una causa determinada. La segunda,
que se terminaba una etapa histórica en la que la sociedad se dividía en bloques
polarizados. ADN y el MIR abrieron las puertas para una nueva era de diálogo. A partir de
entonces todo fue posible, hasta que el MBL forme parte de la misma coalición de gobierno
que UCS. Eso, con todos sus defectos, es saludable para el país, es parte vital de la
construcción de una democracia en la que aprendemos a establecer la norma de la
tolerancia y del respeto a las ideas ajenas.

Pero, ¿fue bueno el Acuerdo Patriótico como instrumento de gobierno?. La alianza


improvisada obligó a varios ajustes sobre la marcha, empezando por un reparto de cuotas
de poder al 50% que no reflejó necesariamente la distribución de los hombres más idóneos
en la administración. Una extraña sed de riqueza se apoderó de unos y otros en una carrera
vertiginosa y desenfrenada que ha dejado malheridos a los partidos protagonistas y
seriamente afectada a la nación, que ha visto con estupor cotas de corrupción con pocas
analogías posibles en otros momentos políticos.

Adscritos a plenitud al modelo liberal impuesto en 1985, ADN y MIR se esforzaron en


recuperar la confianza de un electorado profundamente escéptico ante la nueva figura
presidencial, inevitablemente vinculada a la desastrosa administración económica de la
UDP. El gobierno aprobó razonablemente el examen de la estabilidad con una inflación
cada vez más cerca del 10% anual, e intentó incluso multiplicar el crecimiento, con un 4.1%
en 1991 como su punto más alto, pero con un promedio en el borde del 3% insuficiente
para los requerimientos de nuestra sociedad. La inversión se mantuvo en niveles más bien
modestos, con algunas excepciones importantes como la mina Inti Raymi, mientras que la

147
política social no superó en absoluto los elementos que vivimos con el Fondo Social de
Emergencia, a pesar del FIS y sus no desdeñables esfuerzos.

La exitosa gestión de eliminar en su totalidad la deuda externa privada, iniciada en el


anterior gobierno, y el mantenimiento de las reservas del Banco Central, son también
aspectos importantes de esta gestión que concluye. En cambio, en el ámbito de nuestro
horizonte productivo, las cosas no fueron bien. COMIBOL se aplazó en su intento de
reactivar su esclerosada osamenta, a lo que se sumó un lamentable manejo del tema Lithco
y el frustrado contrato de explotación del Litio de Uyuni. Por si fuera poco, los precios de
los minerales sufren una caída que alarma seriamente a todo el sector. Yacimientos
atraviesa una crisis grave en tanto se trata de la empresa “emblema” de la economía
boliviana, que puede comprometer seriamente nuestro futuro, lo que incluye un descenso
de la producción y déficits por todos lados. Malas cosechas por razones de clima,
terminaron por hacerle un boquete a nuestras exportaciones que no solo no pudieron llegar
a los 1.000 millones anuales, sino que tienden a acercarse más bien a los 500 que al millar.
Un cinturón asfixiante que limita dramáticamente al país. En la otra cara de la medalla, no
debemos olvidar un interesante avance en infraestructura caminera y de comunicaciones y
un censo que necesitábamos de urgencia.

La política internacional, conducida por el Presidente personalmente, nos dejó varias


interrogantes. El borrón y cuenta nueva con la Argentina, dejó como saldo un acuerdo muy
frágil sobre el gas, un pésimo precio y una difícil negociación a futuro. Con el Brasil se
abren las puertas para un nuevo comprador, aunque en condiciones de precio también muy
discutibles. En otras áreas, el primer mandatario avanzó en créditos europeos,
particularmente de España, tuvo una iniciativa importante en las cumbres iberoamericanas,
traducida en el Fondo Indígena para el continente y mantuvo una política sostenida de
defensa de la hoja de coca y el desarrollo alternativo, con resultados razonables.

Con Estados Unidos muy pocas veces se tuvo una relación de dependencia tan obvia y
poco digna. El caso Rico Toro, el caso Capobianco y sus secuelas, con la intromisión
abierta de los embajadores estadounidenses en nuestros asuntos internos, es una prueba
lamentable de ello. Y con Chile pocos papelones pueden hacerse con mayor contundencia
que el que vivimos en los últimos días, entre la política de distensión y complementación
económica impulsada por el canciller Maclean y los adjetivos descalificadores que, nadie
sabe porque, usó el Presidente frente a nuestro vecino.

La sentencia a Luis García Meza fue otro de los aspectos notables que se vivieron en esta
gestión, con el que se cierra definitivamente una página de oscuridad y arbitrariedades,
peses a la tranquila libertad del sentenciado.

Jaime Paz llevó adelante una gestión contradictoria, con puntos altos en la continuidad de
la política económica, el comienzo de un proceso de modernización del estado, logros muy
destacados en una nueva era política de consensos (los dos tercios en el parlamento para
elegir cargos claves del país en el más relevante) y un tímido comienzo de las
privatizaciones, pero desarrolló frecuentemente políticas zigzagueantes, improvisadas y no
exentas de frivolidad.

148
Para el Presidente es probablemente solo una parte del camino, para los partidos del
Acuerdo Patriótico la conclusión, en medio de un naufragio inocultable, de una etapa
histórica que deja mucho desencanto.

1 de Agosto de 1993

EL NUEVO TIEMPO

Estamos todavía bajo los efectos de la sorpresa, del “¿será realmente cierto esto que
vivimos?”. Este es el mismo país que ayer se arrancaba la piel en medio de una violencia
que parecía un rasgo intrínseco del ser nacional, el del primer alzamiento republicano contra
el Mariscal de Ayacucho, el de las matanzas de Yañez, el de las masacres en el altiplano,
el de los campos de María Barzola, el de la noche de Chuspipata, el del farol con el cuerpo
ensangrentado de Villarroel, el de los campos de Curahuara de Carangas, el de la noche
de San Juan, el del golpe de 1971, el de la masacre de Todos Santos, el del testamento
bajo el brazo…

Por eso, mientras escuchaba al Vicepresidente Cárdenas recordando su compromiso


personal a orillas del lago Titicaca y saludando a Bolivia, a toda Bolivia, en nuestras cuatro
lenguas principales, sentí que algo muy profundo está cambiando entre nosotros, que es
posible pensar en una sociedad que se reconozca a sí misma en su pasado, que se
comience a mirar en el espejo sin vergüenza, sin rencor, que asuma con orgullo sus rasgos
esenciales. Víctor Hugo dijo algo fundamental en una sociedad como la nuestra de frágil
memoria, que solo mirando hacia atrás se puede avanzar; que en la historia, en nuestra
historia, encontraremos la fuerza motriz de la fe para construir una nueva sociedad.

El Presidente Paz Zamora en su discurso de despedida del mando, en un tono que dejó de
lado el triunfalismo vació de otras ocasiones, interpretó su gestión de gobierno como parte
de un proceso integral iniciado el 10 de Octubre de 1982, se vio, y en ello radica el valor de
este mensaje, como un eslabón en la construcción de un proceso democrático en el que el
diálogo sustituye a los palos, el consenso a la polarización, y el respeto al derecho ajeno es
el pilar básico de la convivencia de nuestra sociedad. Pero sobre todo Jaime Paz reflejó
con honestidad que esta es una tarea de todos, que nadie funda nada, sino que apoya al
cimiento de quién le antecedió, que no vivimos en compartimientos estancos y cuando se
habla de Bolivia, no se habla del MIR o el MNR, ni de ADN o el MBL.

El 6 de Agosto de 1993 fue en muchos sentidos un momento simbólico en el que por primera
vez y de modo claramente perceptible, se sentía al conjunto de la nación trabajando hombro
a hombro su propio destino. Nadie intentó la mezquindad de apropiarse de un esfuerzo
colectivo y hacerlo suyo, ninguno de los mandatarios, ni el saliente ni el entrante, tuvieron
el mal gusto de autocalificarse como inventores del agua tibia. A diferencia de las
transmisiones del mando de 1985 y 1989, aún en la contradicción y sobre la base del
enfrentamiento no exento de agresividad del proceso electoral, la cordialidad y el respeto

149
mutuo fue un rasgo de este tercer momento en la historia boliviana en que el gobierno
entrega el mando a la oposición. Es obvio, y así debe ser, que en el desarrollo de esta
administración se volverán a marcar las diferencias y cada cual jugará su rol, el gobierno
gobernando y la oposición fiscalizando y criticando al ejecutivo; es parte del juego
democrático. Pero al margen de ello, el clima que se ha vivido en estos días es otro. Los
bolivianos hemos aprendido a vivir en democracia y creo no exagerar si digo que pocos
países del mundo viven una experiencia que permite la elección de autoridades por dos
tercios de votos en el Congreso, acuerdos con la presencia de nueve partidos políticos para
la modernización del estado, el proceso de reforma de la Constitución con el respaldo de
gobierno y oposición en pleno proceso electoral en el que ambos están duramente
enfrentados, comisiones de transición y otra serie de elementos que culminaron con la
reunión cordial del Presidente paz Zamora y el Presidente electo Sánchez de Lozada un
par de días antes de la entrega del mando, circunstancia que no se había vivido ni en 1985
ni en 1989.

El Presidente Sánchez de Lozada dijo en su mensaje, inusualmente corto en un trance


como éste, que estamos en un momento de cambio, que los desafíos de su gestión están
vinculados a la culminación de una transición histórica. Y parece claro que estamos
asistiendo a una revolución concebida en sus propias palabras como una revolución
responsable, en la ecuación que combine el orden con cambio y el cambio con orden. Algo
se está transformando en nuestra mentalidad política, en cómo concebimos su ejercicio, en
qué representa la responsabilidad de administrar el poder, en lo que implica la participación
del ciudadano en el sistema.

Este salto gigantesco del que recién comenzamos a darnos cuenta, debe conjugarse sin
embargo con una agenda de desafíos que pueden poner en riesgo todo este complejo
andamiaje construido laboriosamente por todos. La extrema pobreza que parece haberse
vuelto crónica en Bolivia, sus consecuencias en la vida cotidiana de millones de bolivianos,
desnutridos, desempleados, mal educados o no educados, carentes de empleo, volcados
en las calles de las grandes ciudades, empeñados a duras penas en el ejercicio diario de
su supervivencia, protagonistas de potenciales conflictos sociales en centros urbanos,
algunos de los cuales son verdaderos polvorines, son parte de la tarea que el nuevo
gobierno debe encarar para que ese ejemplo de madurez cuyo símbolo notable fue el
discurso del Vicepresidente, se encarne en una realidad en la que el cambio pueda
percibirse de modo totalizador.

Mientras tanto, estamos todavía deslumbrados por esa tarde de Agosto plena de ecos de
millones de voces en castellano, quechua, aymara y guaraní, que se quedaron para siempre
en el hemiciclo del Parlamento y que han entrado en la historia para construir el futuro.

8 de Agosto de 1993

150
CAPITULO IX

COB: NEGOCIANDO CON EL OGRO

COB: ¿UN SALTO A LA PISCINA VACÍA?

La historia de la Central Obrera Boliviana está marcada por un acontecimiento capital que
definió el destino inmediato de la organización sindical. Fue el 29 de agosto de 1985 cuando
el gobierno de Víctor Paz Estenssoro hizo conocer el decreto 21060. La reacción ante la
medida, que fue entendida como un atentado a los intereses de los trabajadores y de los
sectores populares del país, fue la declaratoria de una huelga general indefinida.

Entre 1982 y 1985 la nación fue estremecida por un número alucinante e incontable de
amenazas, emergencias y paros parciales y totales; la cúpula cobista determinó más de
una docena de huelgas de entre 24 y 72 horas, y dos paros generales indefinidos, uno en
noviembre de 1984 que duró 9 días y otro en marzo de 1985 que duró 16 días. Ese paro
que la historia recuerda como “las jornadas de marzo” llevó las cosas casi hasta el
paroxismo. Más de 12.000 mineros se volcaron sobre La Paz, las calles eran desiertos, los
mineros sazonaban sus marchas con reiteradas explosiones de cachorros de dinamita, los
bloqueos estrangularon totalmente la circulación vehicular y en el centro incluso la de los
peatones, los discursos inflamados de los dirigentes obreros afirmaban impertérritos que el
poder estaba a la vuelta de la esquina, y que el gobierno de Siles debía ser cambiado por
otro (obrero) que hiciera efectiva la Bolivia socialista. Se conjugaron entonces dos extremos
paradojales, los trabajadores estaban en la cresta de una ola de euforia y efervescencia
revolucionaria como en los tiempos de la Asamblea Popular o los de la Revolución de Abril,
pero debajo de esta ola se maceraba el hartazgo de una población cansada de la gimnasia
huelguística, de la especulación, el desabastecimiento, los sueldos convertidos en inútiles
bolsas de ceros y la tensión permanente, sobre todo en la sede de gobierno, de la
incertidumbre en las calles.

En septiembre de 1985 la COB pagó la factura con creces. Paz Estenssoro dejó correr la
huelga y los piquetes de huelguistas de hambre hasta el límite. No fue casual que el paro
fuera abruptamente cortado cuando llegaba el día 15 (exactamente uno antes de que se
homologara el récord nacional de una huelga indefinida vivida apenas 6 meses antes). Vino
el estado de sitio, los arrestos y los confinamientos en Pando. A partir de entonces las
cosas cambiaron radicalmente. Los trabajadores no pudieron volver a sacudir las calles
con su protesta, perdieron su capacidad de convocatoria masiva, tuvieron que supeditarse
a grupos tradicionalmente vinculados a intereses individuales como artesanos, gremialistas
e informales, y sufrieron una política social incontrastable desde el punto de vista de su
lógica interna (economicista y tecnocrática). Más aún, en 1987, rendido ante la evidencia
de una etapa histórica nueva y desconcertante, el propio Juan Lechín, un verdadero mito
del sindicalismo latinoamericano, renunció a la reelección en la FSTMB y la COB, después
de más de 41 años.

151
Simón Reyes, enfrentado a la realidad, renunció a la aplicación de medidas que pudieran
poner en evidencia una debilidad cuya responsabilidad es atribuible a la nueva era marcada
por el 21060, pero también a una acción irreflexiva de los dirigentes laborales durante el
gobierno de la UDP.

En ese contexto, y sobre la base del mantenimiento inalterable de la política económica


neoliberal de agosto del 85, la dirigencia conducida por el independiente Víctor López, ha
decidido jugar la carta otrora decisiva de la huelga general indefinida.

Una medida de estas características se produce cuando las circunstancias históricas


devienen en un punto de crisis aparentemente insuperable. En el pasado estas acciones
se aplicaron cuando el impase de 1970 que condujo a Torres al poder, en la precipitación
de la caída de Natusch en 1979, y en las dos ocasiones ya comentadas de marzo y
septiembre del 85.

Es la correlación de fuerzas, con nítida debilidad real o potencial en el Ejecutivo, con una
gran capacidad de convocatoria de los trabajadores y con un clima de la población
(básicamente clase media) proclive, por el conjunto de factores de descontento, a apoyar
la medida, que se puede lanzar la huelga indefinida. Esto no ocurre ahora, y eso conduce
a pensar que López y la directiva cobista están desesperados y se dejan llevar por sectores
radicalizados menos responsables ante el futuro.

Es cierto que los trabajadores se vienen estrellando sistemáticamente desde hace cinco
años contra una pared. La respuesta del gobierno de que no se puede gastar más de lo
que ingresa, es de una contundencia incontrastable, este concepto ha calado hondo en un
país que acepta cualquier cosa con tal de no volver a los amargos días de la hiperinflación,
y eso ha maniatado a los sindicalistas.

Podemos entender estos días dramáticos de nuestra máxima organización sindical, pero
no podemos sumarnos a la peligrosa decisión que han tomado de lanzarse a una piscina
vacía.

29 de Abril de 1990

NEGOCIAR CON EL OGRO

Hace algunos meses el cientista social Jorge Lazarte publicó un importante trabajo sobre
la historia del movimiento sindical (“Movimiento Obrero y procesos políticos en Bolivia”) en
el que desarrolla, entre otras ideas, el criterio de que, sobre todo a partir de 1952, la relación
entre el poder estatal y la sociedad civil se basa en el conflicto, en la confrontación y en la
pugna.

La realidad de un aparato estatal todopoderoso y, en consecuencia, una especie de


divinidad que decide no sólo sobre el destino del país en su conjunto, sino sobre cada

152
individuo que lo compone hasta en sus más mínimos problemas, estableció una relación
paternal y conflictiva, que dejó como saldo la batalla permanente. El hombre asume para
sí la inermidad, y asume también la obligatoriedad del Estado de resolver todos sus
problemas. Este a su vez, es un catálogo de todas las dificultades, pensadas y no
pensadas, para hacerle la vida difícil a aquel a quien se supone debe proteger y para quién
debe buscar el bienestar.

Es obvio además que la torta que se reparte es exigua, más bien representa la suma
dificultosa de migajas que conforman un todo muy pequeño. No se trata ciertamente del
Ogro filantrópico pensado por Octavio Paz, o quizás sí, aunque no lo es en su capacidad
de cumplir aquella panacea para la que fue construido tan laboriosamente.

Si a ello le sumamos el quiebre de un elemento vital para darle sentido a la filantropía


estatal, tener miles de voluntades que creen en él y, sobre todo, que se sienten
representadas por él, admitiremos que la utopía estatista se desmorona, como se
desmoronó en Bolivia a pesar de un importante aunque pequeño sector de intelectuales y
políticos que siguen creyendo en ella contra viento y marea.

Paradójicamente, desde la segunda mitad de los cincuenta, el pueblo interpretó al poder


gubernamental como al enemigo, porque su preservación (la del Estado) se hizo a costa de
la base de la pirámide; como ejemplos se pueden mencionar masacres, prohibición de
sindicatos, prisión, exilio, muerte y desaparición de muchos de aquellos que eran un
obstáculo para un monstruo burocrático insaciable, alimentado de planes de restructuración
y enflaquecido por inconmensurables dosis de corrupción.

En tiempo de dictadura la opción era una: Se hace lo que el poder decide. En tiempo de
democracia la opción es otro: se presiona, se confronta y se negocia. Igual que en un
mercado cualquiera, las partes saben que deben partir de los extremos mayores para llegar
a un punto intermedio “razonable” para todos. El método llevó al criterio del “todo o nada”
que tuvo su punto más delirante con el gobierno de la UDP. Ambas partes negociaban
prescindiendo de la realidad; el resultado fue el enloquecimiento colectivo y el
despedazamiento de la racionalidad económica.

A partir de 1985 las cosas cambiaron. El “todo o nada” fue respondido categóricamente
con el “nada” y el movimiento sindical desacostumbrado a esa radicalidad, sucumbió ante
la imposibilidad de encontrar una estrategia adecuada. El precio fue tan alto que casi
cambiaron los actores sociales. Informales, gremialistas, contrabandistas incluso, tomaron
el rol protagónico que mineros y petroleros habían hegemonizado durante décadas. Pero
la práctica de la presión no cambió. Sino, pregúntenles a los maestros cuya dinámica
huelguística va pareja con sus precarias condiciones salariales, sin que por ello se haya
modificado apenas el tratamiento económico que reciben del Estado.

Hoy son los indígenas del Oriente que, tras penosa marcha del llano a la montaña, piden
de modo contundente y en estricta justicia lo que no recibieron durante siglos, y esperan
acabar con todo el orden injusto de una sola vez. El gobierno, éste como los anteriores, se
sienta en la mesa de negociación e intenta convencer a los interlocutores que hay cosas

153
que se pueden y cosas que no se pueden, pero a diferencia de su antecesor, quienes
negocian saben que presionando un poco allá, amenazando un poco acá, contando con la
solidaridad de diversos sectores… podrán lograr más de lo que en principio parece que
razonablemente las autoridades debieran aceptar. Y entonces la confrontación se agudiza.
Al no haber coherencia en el gabinete, lo que no se consigue con unos ministros sí se
consigue con otros, a pesar de que alguno de los cerebros económicos del modelo se
entere por los periódicos de aquello que debió decidirse en su despacho.

Negociar es, a estas alturas, parte inherente del proceso democrático, y eso está bien,
siempre y cuando las partes no hagan “bluff” porque a la larga las debilidades, o las cartas
marcadas nos conducirán a todos al desastre.

A pesar de los slogans, el gobierno no ha logrado hacer realidad la “Bolivia del consenso”,
por la simple y sencilla razón de que el consenso es sólo un buen deseo, los hechos son lo
suficientemente crudos y contradictorios como para ratificar que, quizás con diferentes
protagonistas, la actitud colectiva sigue apoyada en el disenso, la confrontación y la lucha.
Es que así se aprendió en una nación pobre como la nuestra, en la que la distribución de
las migas es apenas lo que el esmirriado Ogro filantrópico, mientras siga padeciendo de un
gigantismo incomprensible, nos puede dar.

23 de Septiembre de 1990

COB: EN EL ESTÓMAGO DEL DRAGÓN

En septiembre de 1985 comenzaba una nueva historia en Bolivia. Una historia de


ganadores y perdedores, de quienes, apoyados por la gigantesca y por ahora imparable ola
mundial, diseñaban y ejecutaban una determinada política, y quienes se oponían con todos
los medios a su alcance a ella. El resultado siempre fue el mismo, el gobierno llevó adelante
su proyecto, y si este se retrasaba o iba por caminos zigzagueantes, se debió mucho más
a errores propios que al éxito de la lucha obrera y sindical.

El 21060 se impuso, como se impuso el despido de 23.000 mineros, y no fue posible


evitarlo. La razón es muy simple. Eran medidas inherentes a la filosofía del modelo; no
eran ni podían ser cartas negociables, de su ejecución dependían la propia supervivencia
del gobierno ante sí mismo y ante las condiciones internacionales, tras la debacle total de
la economía ahogada en la hiperinflación.

Hoy, la situación es la misma. El gobierno se juega el futuro con una política de privatización
que en opinión de muchos (organismos internacionales incluidos) está ya muy retrasada, y
con una política de contratos de riesgo compartido en nuestras megaempresas (guardando
el término en relación al micropaís que somos), que no son en puridad privatizaciones y
que respetan las restricciones constitucionales.

154
Cae por su peso que para el ejecutivo no es posible negociar sobre una cuestión que es
columna vertebral de la actual política económica, sin la cual el edificio se desmorona. Lo
que puede discutirse es el número de empresas a venderse, el método de la privatización,
la transparencia en su aplicación, el justo precio que les dé, el ritmo en que debe ejecutarse
y otros elementos que contemplen, por ejemplo, la posible participación de obreros y
empleados en la futura distribución de acciones de los centros donde estos trabajan.

La COB, que conoce de memoria estos argumentos y que no sólo no los comparte, sino
que se opone categóricamente a ellos, ha decidido voluntariamente estrellarse nuevamente
contra la pared, y plantea sin matices su oposición categórica a la privatización. Cuando
todos los partidos políticos, con excepción probablemente del trotskismo y alguna que otra
sigla sin partido, aceptan la privatización (incluso al MBL y sectores mayoritarios de la IU)
ya sea total o parcialmente, y hacen observaciones importantes al gobierno, pero desde la
óptica racional de mejorar un proyecto históricamente irreversible, la cúpula sindical prefiere
el viejo estilo, el todo o nada, que desde 1985 es siempre nada.

¿Es que la COB no se cansa de perder? ¿Es que a los dirigentes ya no les importa? ¿Es
que de verdad no sirve de nada ver la zozobra, agonía y muerte del socialismo real en casi
todo el mundo? ¿Es que no hay ninguna lección que sea útil, ni siquiera las penurias casi
suicidas (y sin duda heroicas) de Cuba? Quizás se trata de escribir la épica contra la
historia, la epopeya contra la realidad. Porque esta claro que el mundo de hoy no es de
quienes tienen razón, sino de quienes han adecuado su razón a la realidad, la han
capturado y la han moldeado en el esquema del materialismo, no dialéctico sino liberal e
individualista.

Los trabajadores, y en particular los dirigentes, están obligados a dar un giro esencial en su
actitud. Conducir a las bases al fracaso por sistema, acaba por despedazar las esperanzas
y la propia estructura sindical. La base de la negociación debe ser, por una vez, la lógica.
Esta indica que la negociación debe darse sobre la forma y no sobre el fondo. Y aquí no
hay ironía, no nos engañemos. No estamos discutiendo la defensa de emporios rentables
muy exitosos donde los obreros viven en jauja y con un salario justo. Las empresas
estatales que se defienden son un desastre, sin matices, porque aún en aquellas en las que
hay ganancia los trabajadores, viven tan mal y con salarios tan malos como en aquellas
que pierden. No se está defendiendo un patrimonio que nos favorece a todos, sino un
patrimonio que nos arrastra a todos los bolivianos al abismo de una productividad ridícula,
de unos costos altísimos, y de un nivel de exportaciones de país de juguete. Buscar un
camino alternativo es, cuando menos, un esfuerzo por revertir esa tendencia. No creo ya
en el país de las maravillas, y sé perfectamente que la privatización no es la panacea ni
muchos menos, pero es una opción ante una realidad insostenible y honestamente
indefendible.

Por si fuera poco, la feria de la intransigencia se despliega en la sede de gobierno, y una


vez más los paceños que ostentan el dudoso privilegio de albergar al gobierno en su ciudad,
tienen que soportar estoica y cíclicamente los bloqueos, los embotellamientos, los gases
lacrimógenos lanzados a discreción y como si se los regalaran a la policía, las pedradas,
los vidrios rotos, las llantas quemadas, pero sobre todo las horas y horas perdidas

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atrapadas en un micro, un minibús, un taxi o un auto particular. ¡Vivan los derechos
ciudadanos!

Asistimos a un tiempo de desencanto, de mediocridad, de modestas expectativas, de


sueños pobres y pobres esperanzas, es el precio de asumir que el papel que nos toca
desempeñar en la comedia es el de un actor menos que secundario; en realidad es el de
un extra. En el escenario están los molinos de viento. La COB se empeña en enredar la
lanza en una de las aspas intentando matar a un dragón en cuyo estómago estamos hace
tiempo.

19 de Enero de 1992

COB: SUCRE Y TEHERAN

El 1980, en los umbrales de la Asamblea Popular, la Central Obrera Boliviana llegaba al


momento de mayor euforia revolucionaria. La tesis socialista se impuso de modo
aplastante. No podía ser de otra manera, entrecruzaban sus caminos el foquismo surgido
de la experiencia ya entonces mítica del “Ché”, el comunismo ortodoxo, el trotskismo cuyo
radicalismo verbal no tiene parangón y el maoísmo dispuesto a la acción directa de Ucapo.
Nadie podía extrañarse de que los trabajadores conducidos por un clima que sacudía
América Latina, y apoyados en la utopía del hombre nuevo, llegaran a pensar en verdad
que el socialismo era posible en el corto plazo, tan corto que la Asamblea Popular parecía
el principio del fin del viejo orden conservador en Bolivia. La historia transitó, como todos
sabemos, por otro camino que condujo al sangriento e implacable golpe de Estado del Cnl.
Banzer , a la continuidad del modelo nacional (no revolucionario) que se había pergeñado
a partir de 1964, y finalmente al paso de la dictadura a la democracia.

Han pasado 22 años desde aquellos días increíbles del V Congreso cobista. En la capital
de la República se han vuelto a reunir los trabajadores en su IX encuentro nacional, para
establecer su posición en el contexto de la Bolivia neoliberal de hoy. Sin embargo, el tono
de los discursos no ha cambiado demasiado, salvo excepciones dignas de todo elogio. El
incendio verbal es otra vez la tónica de una reunión que tiene como fondo el escenario
dramático de un mundo en pleno cambio. Bolivia está lejos ya de 1952, organizada desde
arriba para una economía abierta en el marco del liberalismo más ortodoxo, en pleno
camino hacia el desmantelamiento casi total del estado concebido cuarenta años atrás. El
mundo en tanto, es una realidad unipolar, en la que el capitalismo de Occidente sienta sus
reales, y la hegemonía económica se discute entre EE.UU., Japón y la Comunidad Europea.
El comunismo se ha desplomado de una manera tan terrible que inspira congoja aún en
quienes fueron sus más cerriles enemigos. Cuba se debate en un último esfuerzo en el
que le va la vida, por sobrevivir dentro de un modelo cerrado, acosada radicalmente desde
Occidente.

156
A pesar de todo, para muchos dirigentes de la COB aquí no ha pasado nada. Sus ideas
fundamentalistas se parecen mucho, por lo radicales, por lo intransigentes y por lo irreales,
a las nacidas en Teherán, en la voz del Ayatola. La diferencia, nada desdeñable, estriba
en que allí, hace algo más de una década, quien hablaba era quien detentaba férreamente
el poder, apoyado por millones de iraníes, aquí en cambio, quienes las dicen son dirigentes
de un movimiento en crisis, cuyo desafío mayor, lejos del poder como están, es proponer
un opción no solo realista sino genuinamente democrática hacia afuera y desde dentro.
Porque, ocurre que se es revolucionario para los discursos pero no se es revolucionario
para apoyar el cambio de verdad en una estructura que no responde a la nación de estos
días que corren.

Seguir sosteniendo a estas alturas que la vanguardia única del movimiento popular es el
sector minero, no resiste un análisis serio. El obrerismo clásico que defienden las actuales
cúpulas del poder cobista se parece demasiado a un afán desesperado de mantener el
control de la organización, más que a una convicción ideológica. Éste no es ya el país de
ayer. Los mineros tienen su lugar y lo tendrán aún por muchos años, pero ese lugar no es
el mismo. Algo parecido ocurre con los fabriles. Un postulado ideológico ortodoxo no puede
ser la barrea impenetrable que evite el crecimiento cualitativo y la modernización de la COB.
No se puede seguir dando la espalada a la realidad de un campesinado que es el 50% de
la población, a etnias que desde el altiplano a los llanos, tienen una visión de Bolivia que
debe escucharse e integrarse a la vida participativa empezando por las organizaciones
populares. No se puede seguir ignorando a los productores de coca como una fuerza cuya
representatividad es indiscutible. No se puede, finalmente, hacer caso omiso de cientos de
miles de artesanos, comerciantes y ciudadanos, cuya actividad se desenvuelve en el sector
terciario con una dinámica que impulsa importantes sectores de nuestra economía.

Carece de sentido de la historia seguir insistiendo en que la secretaría ejecutiva debe seguir
como patrimonio exclusivo de los mineros, y que la distribución de carteras debe continuar
fosilizada de espaldas al mosaico real de la whipala social que es el país, en la que los
sectores productivos se codean con los niveles secundario y terciario de la población
económicamente activa.

Más aún, hay que preguntarse si tiene sentido que la COB siga llamándose COB, quizás
deba cambiar la sigla sustituyendo lo de Obrera por otro nombre más universal y acorde
con la representatividad de las organizaciones que la integran.

La modernidad revolucionaria debe comenzar por enterrar los esquemas de hace cincuenta
años, la ortodoxia “religiosa” de los radicales del marxismo, y aceptar el país pluricultural y
plurilingüe que realmente somos, con una actividad económica polifacética en la base de la
sociedad a la que la organización sindical representa.

Este encuentro debía reflejarse esa totalidad de hombres y regiones, sin inclinar la balanza
al andinocentrismo (la Bolivia minera). Tener el valor suficiente para aplicar la democracia
por dentro, arriesgándose a un debate abierto que incluya también las tendencias proclives
a la visión oficial, igual que las más radicales en contra. Sólo así se podrá demostrar el
espíritu revolucionario de dirigentes que si no quieren recordarnos el fundamentalismo más

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irracional, deben dar el arriesgado salto a una Central Obrera Boliviana fuerte, unidad y
nueva.

10 de Mayo de 1992

UN PAIS ENFRENTADO ¿PARA QUE?

Desde 1986 invariablemente, como llega el invierno o la época de cosechas, llega el tiempo
del enfrentamiento, las huelgas, las movilizaciones y la violencia. Coincide con la
aprobación del presupuesto y el aumento de salarios que debe compensar el aumento del
costo de vida, el índice de inflación y el de devaluación.

Los trabajadores esperan un aumento significativo que nunca llega, el gobierno intenta
estirar la magra torta sin éxito, y las calles son el escenario de la frustración y la impotencia.
Año tras año la historia se repite de una manera pertinaz y desalentadora. La nación viene
haciendo sacrificio tras sacrificio para lograr días mejores, sin mucho éxito en el empeño.
La política de estabilización económica que logró garantizar seguridad y orden, que desterró
la locura hiperinflacionaria y la vida delirante de los primeros ochenta, no consigue el
objetivo supremo, un poco de justicia para todos, un poco de redistribución más equitativa
de los ingresos, un poco de compensación por todo lo que en privaciones ha significado
este tránsito democrático a la gran mayoría de los bolivianos.

Lo dramático, lo terrible de toda esta historia cíclica que nos toca afrontar cada doce meses,
es que el margen de la batalla se ha reducido a niveles increíbles. Los trabajadores,
maestros y estudiantes salen a las calles, entran en huelga de hambre masiva, se juegan
la vida incluso en el ayuno en serio, por un par de puntos de aumento salarial. En otras
palabras, porque en vez de que el aumento sea de 40 bolivianos mensuales, alcance - en
el supuesto de gran éxito en la negociación a 60 o 65.

El gobierno, por su parte, se juega la imagen e incluso el prestigio, por mantener inalterable
su palabra de ofrecer un magro 8% como si la vida le fuera en ello, y la verdad es que la
vida no le va en ello, ni tampoco está en jugo la salud económica de la nación porque
aumente los sueldos dos o tres puntos más, liberando en algo el límite inflacionario que se
espera para 1994 inferior al 10%.

Pero lo grave es que más allá de la voluntad de las partes, de los intereses políticos que
aprovechan siempre coyunturas como esta, el margen real de juego es tan estrecho, tan
mezquino que aterra. Porque se puede aceptar que el pedido de los trabajadores es más
que justo y que quizás se podría discutir la posibilidad de un rango que esté más cerca del
quince por ciento que del diez, pero no más. Y esa variación que no cambia ninguno de los
problemas esenciales de los asalariados y agobia considerablemente el esmirriado erario
nacional, no es otra cosa que el espejo del drama. Una guerra que cualquiera diría va a
cambiar el destino de Bolivia y que en los hechos no altera nada.

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Los bolivianos estamos dispuestos a incendiar nuestra estabilidad y jaquear el conjunto del
sistema por nada, porque nada es lo que nos jugamos cotidianamente. Esa es la cuestión
central más preocupante. La economía del país, manejada responsablemente, no ofrece
perspectivas de ningún típo. La promesa de que en un lustro se comenzaría a ver la luz en
el largo túnel, no se ha podido cumplir, peor aún, nada hace pensar que en un tiempo
razonablemente corto podamos encontrar respuestas más positivas a este anquilosamiento
de las estructuras y a este estancamiento en los bolsillos de los más. Han pasado casi
nueve años desde que se convocó al sacrificio de todos, y la sensación general es que las
cosas siguen igual.

Ayer los trabajadores salían a las calles para hacer la revolución, para tomar el poder y
construir la vieja utopía socialista, hoy luchan como si fuera la última vez por esos pocos
bolivianos que no modificarán un ápice sus vidas.

¿Qué extraño designio puede conducir a un grupo de huelguistas a arriesgar la vida por
esos esmirriados puntos de aumento salarial? ¿Es que vale la pena siquiera pensarlo?.
Parece que sí, que las íntimas convicciones políticas por destruir el sistema, son suficientes,
que cualquier resquicio abierto para la lucha a muerte debe tomarse, parece también que
en el límite del razonamiento de quien no tiene nada que perder, cualquier batalla vale la
pena con tal de que las cosas no sigan como están. Pero han pasado ya muchas batallas,
más graves que estas, más épicas, con objetivos cuajados de grandeza, que se lucharon y
se perdieron sin que nada cambiase por ello.

En esta rueda que no se aburre de girar y pasar por los mismos lugares, probablemente
volvamos dentro de doce meses a asistir a este espectáculo conmovedor, que ya vivimos
tantas veces y que termina en victorias pírricas y derrotas numantinas, en las que nadie
gana y todos salimos con un sabor amargo en la boca.

Quienes gobiernan están atrapados en un modelo cuyos límites son de hierro (aunque a
veces el ejecutivo se empeña en apretar el cinto más de lo que el modelo y sus tutores
exigen), y los gobernados en la trinchera popular ensayan desesperados las fórmulas de la
sobrevivencia colectiva y política, con arrestos que duran lo que dura la resistencia de los
huelguistas y la de los ciudadanos que terminan por clamar por el orden a cualquier precio.

No es un tiempo para el optimismo. Más allá de este ciclo de violencia, lo grave es mirar el
futuro y preguntarse ¿Por qué y para que esta lucha tan enconada? ¿Hasta cuándo y con
qué futuro?.

1 de Mayo de 1994

OPONERSE AL CENSO

159
El miedo al estado asfixiante, la desconfianza recogida de siglos a las imposiciones
verticales, ha conducido a una curiosa esquizofrenia, acuñada sobre todo a partir de las
responsabilidades autoasumidas por el poder desde 1952. Por una parte la consideración
de que el gobierno está obligado por definición y por esencia a darlo todo: salud, educación,
empleo, bienestar… sin que esto quiera decir o implique responsabilidad alguna del
ciudadano con el Estado. Como si se tratara de una máquina autosuficiente que logra sus
ingresos por generación espontánea. El concepto de la tributación identificado, no sin
lógica, con el sojuzgamiento colonial (aunque su origen se remonta sin duda a la sociedad
incaica), no se asume como una necesidad indispensable en la que el conjunto del tejido
social alimenta un circuito de beneficio común. A la vez, la traumática experiencia de un
dominio colonial, ya sea por estructura política antes de 1825, ya por estructura mental
después de la independencia, generó siempre, salvo en la euforia revolucionaria de Abril,
la confrontación como patrón de conducta de los dominadores y los dominados.

De ese modo, el escenario es contradictorio y la nación no puede dar un solo paso sin tener
previamente que resolver el conflicto por la vía del enfrentamiento, desde la más pequeña
cuestión hasta la decisión más trascendental. Una cabeza le pide todo al poder, la otra
desconfía de cualquier cosa que éste haga.

Con el avance de la historia, ciertos mecanismos antes complejos y difíciles de encarar, se


han convertido en las sociedades medianamente desarrolladas, en una rutina. El censo de
población y vivienda es una de ellas. A nadie se le ocurre en un país industrializado y aún
en algunas naciones vecinas, hacer un despliegue monumental de publicidad para
convencer a la población de que el censo es necesario. De acuerdo a consideraciones
técnicas de Naciones Unidas se ha establecido como saludable que los censos se realicen
cada 10 años, y así ocurre; cuando el tiempo se cumple, las autoridades comunican la fecha
y el censo se realiza. La consideración de que este instrumento podría convertirse es un
oscuro camino para informarse sobre las intimidades personales y económicas del
individuo, no sólo no se da, sino que se asumiría como una reflexión propia de enajenados.

Para nosotros, sin embargo, la tarea es ardua. Desestructurados, pobres, con un alto índice
de analfabetismo, con una población campesina quechua – aymara que representa más
del 50% del país, marginada desde siempre y casi nunca beneficiada por las medidas del
poder, opuesta por principio al pago de impuestos porque cree que jamás le beneficiarán
directamente, organizar un censo es un desafío. Se hace necesario convencer a los
bolivianos de que hay que hacerlo, explicar sus beneficios y garantizar que la información
obtenida no se usará contra quien la da, jurando siete veces que no se la dará a la dirección
de Impuestos Internos.

En ese contexto, que los campesinos y determinados niveles de la sociedad boliviana miren
con recelo el censo, y aún se opongan a su realización es, sino justificable, por lo menos
comprensible. Cuando, en cambio, el planteamiento de desobediencia civil al censo nace
de los trabajadores de prensa de Bolivia y es refrendada por la cúpula (léase bien, la cúpula,
no las bases) de la COB, la cuestión nos llena de estupor. Tras el anonadamiento uno se
pregunta ¿Por qué? Si los trabajadores de la prensa creen realmente lo que dicen debemos
imponer que el grado de instrucción de sectores que trabajamos sobre ideas, como los

160
periodistas, reflejan un nivel de ignorancia pero del que se asume cuando se analiza el
pavoroso panorama de nuestra educación global. Si lo hacen por oponerse al actual
gobierno por razones ideológicas, concluimos que hemos llegado al peligroso punto de no
distinguir A de B, lo que conduce a la tesis de que el destino del país les importa tres
perejiles, al punto que con tal de bloquear al gobierno quieren llegar a frenar una de las
necesidades vitales que tenemos, estar bien informados sobre nosotros mismos, sobre
nuestros problemas, nuestras necesidades y la forma correcta de encararlas. Si un hombre
de prensa que sabe el valor incalculable de la información (información es poder), pide que
nos neguemos a nosotros mismos el derecho y la posibilidad de estar informados, estamos
lúcidos.

Si la COB cuyos dirigentes no son precisamente analfabetos está dispuesta a respaldar


semejante disparate, equivalente a dispararse voluntariamente en el pie para no seguir
avanzando, es que algo muy grave se ha anidado en el alma de nuestra sociedad. Para
Bolivia crecer es una tarea infinitamente más difícil que para la mayoría de las naciones de
América Latina; sus problemas estructurales son tan graves, que ponerle el hombro todos
se hace más urgente que en otras latitudes. Es comprensible que discrepemos por razones
éticas, de pensamiento y de concepción, pero ocurre que no podemos ponernos de acuerdo
ni en lo elemental. Si somos capaces de discutir cuando el sol brilla a plenitud, sobre la
posibilidad de que sea de noche, se percibe que algún mecanismo de nuestra convivencia
interna falla. El sello profundo de la opresión, de la discriminación, de la desconfianza, nos
ha marcado y nos divide. La base de la pirámide desconfía a tal punto de su vértice que
supone que todo lo que éste propone, es siempre contra la base. Ni siquiera la evidencia
descarnada de los cambios universales, de los desajustes dramático de nuestra actual
estructura, son suficientes para hacer ceder un palmo a las cabezas radicales de un
movimiento popular que uno no sabe cuan bien representado pueda estar. Pero sobre todo,
el grado demencial de algunas posturas, lleva a reflexionar sobre si existe un mínimo de
buena fe en quienes a nombre del pueblo son capaces, cual terribles flautistas de Hamelin,
de conducirlo al abismo insondable del desastre.

17 de Mayo de 1992

¡CUIDADO, QUE VIENEN LOS TÓXICOS!

Una vida humana es el trágico saldo de este episodio de sicosis colectiva que llevó al
occidente de Bolivia a la decisión de convertir 470 toneladas de concentrados de antimonio
y otro en una carga leal al mejor estilo de películas como el “Síndrome de China”. La “carga
maldita” adquirió el rango de “material radioactivo” primero y “desecho tóxico” después, fue
cargada en un tren que deambuló por el desolado altiplano, rechazado por todos y
convertido en el punto de toque de una polémica absurda en la que la falta de conocimientos
se confundió con la preocupación ambientalista genuina, la utilización política y finalmente
la mala fe.

161
¿Cómo pudimos llegar a tal grado de irracionalidad? ¿Por qué una preocupación razonable
sobre la salud de una comunidad se transformó en una persistencia de medias verdades o
francas mentiras? Quizás porque el grado de credibilidad de las autoridades de gobierno
está en un punto muy bajo. Más allá de esta gestión, desde un largo pasado el ciudadano
común prefiere desconfiar y descreer que aceptar por buenas las palabras de los
funcionarios del ejecutivo. Pero ese rasgo no explica toda la magnitud de este sinsentido.

El rumor primero, y la mentira después, repetidos hasta el cansancio terminan por


apropiarse de la verdad y destruirla. La vieja estratagema goebeliana funciona a las mil
maravillas. Si se comienza por sustituir las palabras concentrados mineros por desechos
tóxicos y se logra que la mayoría de los medios de comunicación de masas usen (¿todos
inocentemente?) los términos desechos tóxicos, se habrá ganado la mitad de la batalla. La
otra mitad está referida a la acción objetiva de grupos organizados en los lugares claves.
Si a eso se suma la reacción confusa del gobierno, el concentrado de desatinos logra que
la abrumadora mayoría asuma que el apocalipsis de la basura tóxica ha comenzado.

Lo notable del caso es que el primer impacto comprensible de alarma ante las denuncias
de radioactividad y toxicidad, se reforzó en proporción inversa a la demostración científica
de que el material era un producto industrial minero. El gobierno fue presentando informes
de laboratorio de GEOBOL, Espectrolab de la UTO y la UMSA (ciertamente libres de
sospecha), Instituto de Energía Nuclear… a más informes científicos, mayor reafirmación
en la postura radical. Esta fue la increíble progresión de los cuestionadores: Cuando fue
imposible sostener que eran radioactivos, se habló de desechos tóxicos, se dijo luego que
eran desechos mineros, cuando se demostró que eran concentrados de buena ley con la
misma composición química de otros miles y miles de concentrados existentes en el país,
se cuestionó el porcentaje de arsénico, intentando demostrar que era mucho más alto que
el promedio en el país, cuando se demostró que sus rangos estaban por debajo de los
mínimos tolerables, se apeló a la duda de por qué venían del exterior. ¿Por qué se envía
a Bolivia material que puede ser procesado fuera? En el ínterin llegó información de
Alemania y Chile que ratificó la información de los laboratorios bolivianos. Muchos
militantes ambientales no saben que Bolivia importa concentrados minerales para su
procesamiento hace décadas, por la simple y sencilla razón de que hay un mercado mundial
de venta libre de concentrados y que en Bolivia tenemos tecnología metalúrgica que un
mercado abierto permite procesar, dejando ganancias para quien los vende y para quien
los compra. Como en otros temas, a pesar de ser el nuestro un país de tradición minera y
contar con instituciones independientes seria en el trabajo de análisis científico de material
minero, quienes querían demostrar que se trataba de material nocivo, exigieron la
información externa (que confirmó plenamente el correcto trabajo de nuestros laboratorios)
y sólo con ella y a regañadientes, aceptaron que lo que el gobierno decía era cierto.

Puestos contra la pared, hablaron de residuos minerales desechados en otros países, lo


cual no es cierto. Los porcentajes de concentrados demuestran que no son residuos.
Hablaron también de la falta de normatividad sobre la materia, lo cual es cierto, pero
confundieron términos al decir que lo que vale en Alemania debe valer en Bolivia. Primero,
porque en Alemania el informe de impacto ambiental aceptó el tránsito en esa nación del

162
material en cuestión, que en Bolivia no se aceptó (lo que presupone que los bolivianos
calificamos de desechos tóxicos a las 300.000 toneladas que exportamos al mundo vía
Chile), y segundo porque la normativa ambiental en países desarrollados tiene rangos de
muy difícil cumplimiento en el país. Quizás la minería mediana pueda cumplir esas
exigencias ambientales ¿Y qué de la minería chica, y qué de los cooperativistas mineros
que viven en condiciones peores que los mitayos, con una actividad de supervivencia que
rompe las más elementales normas ambientales? Tendrían que abandonar definitivamente
la minería y son más de 50.000 personas. La reglamentación de la ley de medio ambiente
en consecuencia debe tomar en consideración las circunstancias del país y sus limitaciones
económicas para no convertirse en una inútil expresión de buenos deseos.

Finalmente, es mucho más nocivo que el desagradable olor a azufre de los concentrados y
eventuales consecuencias si se manipulan mal, el contacto diario de millones de bolivianos
en las grandes ciudades con el diésel, la gasolina con plomo, las aguas putrefactas de ríos
como el Choqueyapu, las hortalizas que comemos regadas por esa agua y las condiciones
ambientales en que viven nuestros ciudadanos en los barrios marginales, con
consecuencias directas realmente terribles.

En el tema de los concentrados hubo mala fe y un alto grado de irresponsabilidad, que no


fue precisamente de los pobladores y campesinos del altiplano que fueron manipulados por
quienes sí sabían que hay una diferencia abismal entre concentrados de antimonio de los
que está saturada nuestra zona andina, y desechos tóxicos. Ojalá seamos capaces de
aprender la lección y no repetir una locura similar que, entre otras cosas, costó una inocente
vida humana.

14 de Agosto de 1994

CAPITULO X

VIVIENDO LA HISTORIA

VICTOR PAZ: “YO FUI EL ORGULLO COMO SE ES LA CUMBRE”

Pocos hombres han influido tanto en nuestra historia como la ha hecho este que se apresta
finalmente a cerrar la última página de su vida como Presidente de la República.

Frío, introvertido, de una lucidez excepcional, de inteligencia metódica, de acciones


implacables, construyó pacientemente su destino desde el final de los años veinte en las
postrimerías del primer nacionalismo protagonizado por el último de los grandes
republicanos. Diez años después, hacen ya cincuenta y uno, debutó en política como
diputado por Tarija y en 1941 fue el eje de una de las ideas más importantes para la historia
contemporánea del país, la creación del Movimiento Nacionalista Revolucionario. De allí

163
partía una idea fuerza, la obsesión personal de un hombre y la ilusión que la revolución
haría compartir a casi todos los bolivianos.

En abril de 1952 le tocó vivir su hora más gloriosa. Recibido como un héroe, transformado
en mito, aquel hombre joven y sobrio, más bien de aire burocrático, fue acompañado de la
planicie altiplánica al Palacio Quemado, entre la mixtura, los gritos, las risas y los ojos
embelesados de una multitud como jamás se había visto en la ciudad andina.

Ese 15 de abril coronaba el difícil camino a la presidencia que saborearía (no lo sabía
entonces) cuatro veces.

Condujo el proceso revolucionario y nos cambió el país. Bolivia dejó de ser una nación
semifeudal y saltó al siglo XX. También conoció una nueva clase, la corrupción, las
esperanzas diluidas y la continuación de una saga de violencia que arrastrábamos desde
tiempo inmemorial. Eran los días del Estado poderoso y dueño de sus recursos, con la idea
de la independencia y la democratización económica a través de la nacionalización de las
minas y la reforma agraria además de la democratización política con el voto universal.
Eran los dones del cambio que, con el pueblo, construyó el Presidente.

De allí para adelante, la embajada en Londres, el enfrentamiento con uno de los ideólogos
del partido que reclamaba su derecho a la sucesión en el mando, la segunda presidencia,
la institucionalización del proceso (desilusión de revolucionarios) y el primer gran error
personal al buscar la reelección. El proceso, pensado para la eternidad al estilo mexicano,
se quiebra con el golpe de estado. Ese 4 de noviembre nadie soñaba siquiera que el
estadista execrado por la mayoría tenía aún un gigantesco papel histórico por delante, y
que los mismos que querían colgarlo como al joven Mayor, terminarían rindiéndole un
homenaje al final de su vida política.

Volvió del exilio para sumarse al Orden, Paz y Trabajo de siete años. Apoyó por dos al Cnl.
nacionalista y cristiano (implacable entonces) y otra vez al destierro. Tenaz hasta la
pertinacia volvió en 1978 y se hizo candidato por quinta vez. Tras un delirio de elecciones
y golpes y rompiendo una tradición histórica, devino Presidente por última vez y volvió a
cambiar las cosas para construir un nuevo país. Pragmático como siempre, responsable y
lejos de las tentaciones del populismo, encaró la dura tarea de sacar la Nación (Bolivia se
nos muere) del abismo económico. Fueron cuatro años distintos, dolorosos, pero sin duda
ejemplares para redescubrir la dimensión del estadista, que nos demostró que su obsesión
por la presidencia tenía sentido.

Bolivia reencontró a un hombre excepcional al que le debe, aun con sus errores, el diseño
de una concepción de país en dos momentos históricos distintos. Caben para su talla los
versos de Tamayo como una forma de homenaje de respeto y admiración.

“Yo fui el orgullo como se es la cumbre

y fue mi juventud el mar que canta

¿No surge el astro ya sobre la cumbre?

164
¿Por qué soy como un mar que ya no canta?

No rías Mevio, de mirar la cumbre

ni escupas sobre el mar que ya no canta.

Si el rayo fue, no en vano fui la cumbre,

y mi silencio es más que el mar que canta.”

30 de Julio de 1989

VICTOR PAZ ESTENSSORO: EL FIN DE LA JORNADA

Una escueta carta con la misma firma, hoy menos firme, que rubricó durante doce años y
medio miles y miles de documentos, entre ellos decretos como el del voto universal, el de
la nacionalización de las minas, el de la Reforma Agraria o el más reciente 21060, puso
punto final a la actividad política de Víctor Paz Estenssoro, tras 51 años de actividad.

Con casi 83 años, el viejo líder toma una resolución que responde a su cortante sentido del
realismo. “Es mejor que el hombre tome la decisión antes de que lo haga la naturaleza”.
Sabiduría en un paso con muchas implicaciones íntimas, que marca la dimensión del
personaje. Consciente de que el trabajo político en su partido demandaría esfuerzos,
reuniones, declaraciones, conferencias de prensa, convenciones, consultas, conciliábulos,
decisiones, arbitrajes y, sobre todo, mucho hígado, ha preferido preparar su retorno a San
Luis con calma y eximido de un peso excesivo para su edad y para su salud. De ese modo,
pone fin a cuarenta y nueve años ininterrumpidos como Jefe del Movimiento Nacionalista
Revolucionario, partido que fundó en 1941.

La naturaleza, implacable, está volcando una página histórica, tal vez la más importante del
siglo XX, abierta por una generación flamígera a poco de concluida la contienda del Chaco.
Aquellos jóvenes revolucionarios, sin concesiones, muchos de ellos idealistas, tomaron la
historia por asalto y la monopolizaron con una fruición de poder como pocas veces se vio
en nuestro pasado. Al punto que más de una generación se quedó en el camino como
perdida y confundida en medio de la fuerza incontrastable y también egoísta de quienes,
autores de un proceso gigantesco por su dimensión, condujeron el destino de Bolivia por
tantos años. Quizás, también hay que pensarlo, a pesar de errores, retrocesos y
zigzagueos, a quienes siguieron a los gestores del 52 les faltó la talla para el relevo, quizás
la mezcla explosiva del nacionalismo revolucionario y el nacionalismo militar, ambos
verticales y excluyentes, ahogaron las posibilidades de surgimiento de hombres de
recambio, quizás simplemente, el destino de uno de esos hombres era el de sacudir, como
lo hizo por dos veces, las estructuras más profundas de nuestra sociedad.

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En agosto de 1985 le tocó a Hernán Siles Zuazo, con un toque de tristeza y a la vez un
convencimiento íntimo de haber salvado, ante todo, a la democracia. Del edificio del
Congreso el Dr. Siles pasó a su retiro de Montevideo, lejos de la política y sus veleidades.
En 1987 le tocó a Juan Lechín. Persuadido por los hechos incontrastables del cierre de un
ciclo del sindicalismo, el perseverante dirigente minero optó por no competir más en los
congresos de la COB, difícil decisión para un hombre de combate como él. Hoy es Paz
Estenssoro, en su estilo y con su sobriedad de siempre. Sólo la edad los pudo derrotar,
activos todos hasta pasados los 75 años, tuvieron que rendirse ante la evidencia de que
toda jornada tiene un inescapable final.

En el caso de Paz, sin embargo, la decisión tiene un rasgo particular. Todos suponían que
se mantendría como Jefe de su partido hasta el último día de su vida (es probable que como
reconocimiento a su trayectoria el MNR le confiera un título vitalicio de carácter simbólico),
y que no dejaría nunca la política activa. En el tiempo exacto, y no cabe duda que muchos
envidiarán que ese tiempo exacto llegue a los 82 años, toma la decisión justa pues, como
dice en su carta, ahora le toca juzgar a la historia. No cabe duda de que el hombre apostó
desde siempre a la historia, pero se despojó realmente de la pelea menuda y más de una
vez mezquina, en los últimos cuatro años de su vida como Presidente de Bolivia,
prescindiendo de los halagos de sus allegados y de la euforia de las masas que lo
acompañó en su juventud. Es el tiempo de nuevas figuras; para él, en cambio, es el tiempo
del balance definitivo.

Habrá posibilidades en el futuro próximo de especular a propósito del heredero en la jefatura


del MNR, ahora cabe subrayar que esa renuncia cierra formalmente un ciclo decisivo de
Bolivia. Ligados a la generación de Paz, y girando en torno a su personalidad, hemos
transitado por la épica revolucionaria, el sacudón de cambios que nos hicieron saltar a la
modernidad, la desazón de un proceso trunco, el delirio de la inestabilidad y el imperio de
la sinrazón, la epopeya popular de la construcción democrática, la debacle económica sin
precedentes y finalmente, la construcción, lejos de la fiesta revolucionaria, del estado
neoliberal.

En última instancia, el hombre se encuentra siempre en el final del camino consigo mismo,
y siempre el último, es el momento supremo. Al Dr. Paz Estenssoro le ha llegado el final
de la jornada política, larga y prolífica, decisiva para todos nosotros. Ahora le toca a la
historia.

11 de Marzo de 1990

OVANDO DESENTERRADO

No por casualidad algunas mentes tortuosas han traído hasta hoy los difíciles años que
vivió Bolivia hace un cuarto de siglo.

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Un ejercicio de incompresible irresponsabilidad y falta de escrúpulos, reflotó el periodo 1969
– 1970, a partir de una “bomba informativa” fraguada aparentemente por un ex fiscal y un
exministro de estado de cuestionables antecedentes. La noticia de un supuesto atentado
terrorista contra el DC-6 del LAB que se estrelló en Viloco el 26 de Septiembre de 1969
(desmentida luego al evidenciarse que el supuesto denunciante era un fantasma),
estremeció a parientes, amigos y allegados de las víctimas, que volvieron a vivir el drama
con el aditamento de tener en su espíritu la terrible sensación de que una mano criminal
había segado las vidas de 74 personas esa mañana de 1969. El móvil de la tramoya no
consideró el terrible daño que hacía a centenares de personas injustamente confrontadas
con una mentira.

Pero más allá de la pregunta aún no respondida de porqué los autores de este engaño
hicieron lo que hicieron, el hecho es que volvimos a recordar otros hechos que sí se
confirmaron como atentados criminales que nunca quedaron esclarecidos.

El tercer gobierno de Alfredo Ovando Candia (fue co-presidente en 1965 y Presidente en


1966), está teñido de contradicciones. Se originó en un golpe de estado absolutamente
injustificable, propinado a un hombre inerme, cuyo único poder era la Constitución (en ese
entonces muy venida a menos). El nuevo gobernante construyó luego su justificación en
un “mandato de las FF.AA.” (cuyo máximo poder era él mismo) y sobre todo en la
nacionalización de la Gulf. Una medida nacionalista que retomaba las banderas del
nacionalismo revolucionario de los años 50. Ovando se rodeó para ello de una elite de
jóvenes intelectuales y políticos como pocas veces en el pasado, que apostaron fuerte por
un viraje del país hacia posiciones progresistas y de izquierda, y ratificaron esa voluntad
firmando el decreto de nacionalización, además de trabajar en un documento serio que en
el siguiente gobierno se conocería como “Ley de bases”, una readecuación del estado a la
realidad de esos días.

Ovando fue siempre un hombre hermético, de carácter insondable; contrastaba muy


significativamente con el vitalismo casi irresponsable y cargado de eléctrico carisma de su
“alter ego” el Presidente Barrientos. Mucho más intelectual que el Gral. Aviador, Ovando
era (hijo ideológico de 1952), un nacionalista convencido y bebía los vientos de Revolución
que veían de Lima (presidencia de Velasco) y que se instalarían en Santiago muy pronto.
No en vano fue el verdadero gestor de la instalación de los hornos de fundición de Vinto (en
su gestión de 1966), un salto cualitativo básico que el MNR no se atrevió o no quiso dar.
Pero hete aquí que junto a esas características ciertamente importantes y coherentes,
navegaban las otras, las oscuras, las nunca explicadas, las que el rumor y el comentario
siempre le endilgaron. La existencia de grupos militares y aun paramilitares organizados
para desarrollar acciones secretas de terrorismo, manejos clandestinos de intermediación
para la venta de armas (siempre se mencionó la conexión de Israel) que involucraba
también al Gral. Barrientos. Y sobre todo muertes, terribles, producto de mentes criminales
y enfermas. Asesinatos como el del dirigente campesino Jorge Solíz, el político y periodista
Otero Calderón, los esposos Alexander e incluso la propia muerte de Barrientos cinco
meses antes del ascenso al poder de Ovando, se le han endilgado a los servicios de
represión del régimen. ¿Hubo relación directa? ¿Si la hubo el ministerio de gobierno de

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entonces no estaba enterado de nada, no tenía nada que ver? ¿Es casual que apellidos
como Arce Gómez y Rico Toro, se hayan mencionado insistentemente ligados a esos
hechos?. Por si fuera poco, en Julio de 1970 estallaron las guerrillas de Teoponte, de
trágico final. La mayoría de los jóvenes que quisieron emular al “Che” terminaron muertos,
algunos por la propia selva, muchos por las fuerzas del Ejército que los “ajusticiaron”
después de capturarlo. Decenas de denuncias de estos hechos se leyeron en los periódicos
de la época.

Los acontecimientos ocurrieron, los crímenes se perpetraron. Ningún responsable llegó a


la cárcel, por supuesto el gobierno deslindó cualquier responsabilidad y afirmó que
investigaría; si lo hizo nunca se supo. Ninguna autoridad dio explicación convincente
alguna. La impunidad pero no el olvido fueron, como en muchas ocasiones en el pasado,
los rasgos tremendos de crímenes que segaron vidas sin misericordia ninguna.

¿Es bueno recordarlo?. No, en tanto doloroso, sobre todo para quienes con todo derecho
exigen una justicia que siempre les fue esquiva. Si, en tanto marca una lección para el
presente y demuestra lo que hemos avanzado desde entonces en aras de una convivencia
civilizada.

A Ovando le tocó un final dramático. La trágica muerte de uno de sus hijos en un accidente
aéreo sobre el Titicaca, le quitó fuerzas para seguir luchando por el poder. Su ambición de
gobernar se resolvió en apenas un año. Su renuncia y su silencio posterior dejaron muchas
preguntas sin responder. Vivió varios años en una suerte de exilio tranquilo en Madrid y
murió tras penosa enfermedad en enero de 1982, sin poder ver la democracia instalada en
la nación.

Enigmática y contradictoria figura la de este hombre a quien algunos odian, muchos recelan
y unos pocos admiran. El destino no le tenía reservada la gloria, aunque aún está por
escribirse una historia verdadera y desapasionada de esos increíbles años que median
entre la caída estrepitosa del MNR en 1964 y el ascenso violento del Cnel. Banzer al poder.

23 de Enero de 1994

HUGO BANZER: LA HISTORIA IMPOSIBLE

Hace 18 años, un 21 de agosto, el entonces coronel Hugo Banzer juraba al cargo de


Presidente de facto de Bolivia. Gobernó 7 años (el segundo gobierno más prolongado de
la historia del país). Tenía 45 años y ninguna experiencia política. Gobernó férreamente,
sin pluralismo de opinión, sin democracia, sin exilio y prisión para los opositores, con
universidades clausuradas y sindicatos prohibidos, apoyado por dos partidos políticos
importantes (MNR y FSB) hasta 1974 y sólo con las FF.AA. desde 1974 hasta 1979.
Propició un proceso de apertura democrática limitada, forzada a quedar sin restricciones
por una heroica e histórica huelga de hambre. Cerró su gobierno con una elección que se

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recuerda como la más fraudulenta de la historia de Bolivia y tuvo que dejar el palacio
derrocado por su delfin. Tenía entonces 52 años. Era ya, y lo demostraría muy pronto, un
político.

Desde otro punto de vista la gestión presidencial de Banzer coincide (o propicia) una de las
etapas de mayor bonanza económica que hayamos vivido. Poder adquisitivo en alza,
salarios en niveles que no hemos vuelto a vivir, obras importantes de infraestructura,
inflación controlada e índices de crecimiento del PIB de entre el 4 y 6%. En suma, los
bolivianos vivían en términos generales, económicamente hablando, mejor que durante
toda la década de los 80. A cambio, su gobernó dejó el embrión de la crisis que descalabró
a la nación pocos años después y un índice de deuda externa que, como en otros países,
se convirtió en un dogal estremecedor.

El coronel que gestó esa dimensión de país “nacionalista y cristiano”, inevitablemente hijo
del nacionalismo revolucionario de los 50 (en su vertiente de militarismo vertical), se
enfrentó entonces, entre otros enemigos, a uno particularmente duro inflamado por la llama
del idealismo marxista, el Movimiento de la Izquierda Revolucionaria. Y debe recordar que
tuvo dos ilustres prisioneros, el uno es hoy Presidente de la República por quien se jugó el
pasado 2 de agosto y el otro es la contraparte política de su jefatura del ente suprapartidario
que acaba de formarse.

Los años han pasado. Banzer fundó, apenas ocho meses después de su derrocamiento,
un partido a su imagen y semejanza, Acción Democrática Nacionalista, y encaró con la
misma decisión que su carrera militar la de aprender la democracia en su ejercicio. Su
primera prueba fue el juicio de responsabilidades que le inició ese político admirable e
íntegro que fue Marcelo Quiroga Santa Cruz, la sombra del poder militar estaba demasiado
fresca en esos días y el juicio murió como el propio Marcelo, asesinado por paramilitares
un 17 de julio.

Pero el Gral. Banzer tenía ya el bichito de la política en el corazón. Tercero en las


elecciones de 1979 y 1980, demostró que igual que una gran parte del país era (y aún
todavía lo es en alto porcentaje) visceralmente antibanzerista, la otra parte, nada
desdeñable, creía en él. Lo demostró en julio del 85 al ganar las elecciones por mayoría
relativa (28%). Parecía que las urnas saldaban las cuentas del pasado dictatorial, pero no
fue tan fácil.

El parlamento le negó la presidencia y, ese 6 de agosto, Banzer dio la más importante


lección de comportamiento político de su vida, el gesto que hoy por hoy es el que realmente
la guarda un lugar en la historia. Acató con disciplina castrense el veredicto rompiendo una
tradición centenaria que le dio la presidencia al segundo y, más aún, dos meses después
firmó el llamado “Pacto por la Democracia” sin el cual era impensable la aplicación del
célebre decreto 21060. El general cumplió durante tres años y medio a pie juntillas, ganó
el país, ganó el Presidente Paz y ganó, por supuesto, él mismo.

Tras la ruptura del Pacto que lo hirió profundamente, Banzer optó curiosamente por dar
salida a sus sentimientos personales más íntimos y decidió cobrar la factura. Con la misma

169
frialdad con la que había cumplido el Pacto olvidó fácil y rápidamente su palabra empeñada
ante el país de que votaría en el parlamento por aquel que obtuviste un solo voto más sobre
el segundo. Olvidó la coherencia ideológica del modelo y la lógica de una identidad que
pro afinidades filosóficas, de clase y de intereses representaban su partido y el MNR. No
era sencillo suponer que un inteligente “advenedizo de la política” echara por tierra tan
rápidamente su paciente espera por volver a ceñirse la banda y la medalla, esta vez con el
acariciado adjetivo de “Constitucional”. Y, entonces, decidió escribir la historia imposible.

Seducido por los pases maquiavélicos de Oscar Eid, el general a sus 63 años, optó por la
única de las seis salidas que nade en su sano juicio podía prever, su alianza con el MIR
con Jaime Presidente (previa garantía de continuar con el 21060). Si él no podía ser
Presidente, ciertamente no lo sería el arrogante empresario ganador de unas elecciones
que sus estrategas le había asegurado sin la menor sombra de dudas.

Blades dice que la vida nos da sorpresas ¡Y vaya si las da! El general llevó a la presidencia
a aquel intrépido joven que intentó derrocarlo una madrugada de junio de 1974, junto a un
grupo de oficiales institucionalistas. Siete años de combate parecen hoy inútiles. A estas
alturas cabe preguntarse ¿por qué, para qué y contra quién combatían a ambos lados de
ese río que tanto se ha mencionado en los últimos meses?

20 de Agosto de 1989

UN GENERAL QUE SE VA

Cuando menos se esperaba, Hugo Banzer Suarez, Jefe de ADN durante catorce años,
decide decir adiós a su partido. A los 67 años da un cuarto de conversión y se marcha.
¿Será definitivo? ¿Repensará la renuncia? ¿Lo convencerán los anonadados jefes
intermedios adenistas?. Más allá de lo que vaya a ocurrir, es un buen momento para
reflexionar a propósito de lo que nos dejó en su dilatada carrera política, iniciada en 1964
(hacen ya 29 años).

La primera constatación es que Hugo Banzer es una de las figuras políticas más relevantes
del siglo XX en el país. La segunda es que su participación sobre nuestra realidad encierra
una notable paradoja. Simboliza simultáneamente uno de los gobiernos más férreos de la
centuria, con todo lo que ello implica como juicio de valor en torno a la dictadura, la violencia
desde el poder y la severa limitación de libertades básicas de los bolivianos, y a la vez una
denodada batalla por la consolidación democrática. Más allá de los argumentos que se
puedan esgrimir sobre sus motivaciones, el hecho es que se convirtió en protagonista de la
democracia de manera inequívoca.

No se puede interpretar al personaje a través de sus propias palabras, porque estas se


adecuan a la imagen que quiere proyectar de sí mismo, más que a un sincero reflejo de sus
ideas más íntimas. Son sus acciones las que hablan por el General.

170
¿Puede una parte de su vida borrar a la otra?. Definitivamente no. Llevará por siempre
para la historia esa ambigua realidad en la que dos visiones de mundo y de la política
totalmente contrapuestas una de la otra, pudieron fundirse en una sola persona.

Uno siempre se pregunta a propósito del juicio de la historia sobre Hugo Banzer ¿Será
positivo? ¿Será negativo?. Y llega a la conclusión, aprendida a fuerza de vivir la realidad,
que los juicios en blanco y negro no existen, que los hombres son producto de complejos
mecanismos en los que es posible la convivencia entre posiciones extremas que muchas
veces no se resuelven nunca. La historia dirá de Banzer lo que debe decir, que fue un
hombre de su tiempo. En 1971, en una nación profundamente polarizada y desgarrada en
sus entrañas, no había espacio para la democracia como la entendemos hoy. Era un tiempo
de urgencias, en el que todos creían que el destino de la humanidad no tenía otra opción
que la lucha armada por el socialismo o la imposición violenta del orden conservador al
estilo del modelo capitalista. Los norteamericanos no tuvieron entonces escrúpulos en
defender al “occidente cristiano” en América Latina a punta de palos y fusiles, y bajo la
sombra de las gorras de los ejércitos del continente. Salvo dos países, todos los demás
eran simple y llanamente dictaduras de uno y otro carácter. Hasta el Chile democrático de
Frei y Allende terminó envuelto en ese vendaval. Torres no era un demócrata, aunque por
muchos años quienes lo recuerdan con nostalgia como hombre del pueblo y para el pueblo,
lo conciben como un demócrata, en tanto defendía los intereses populares, pero en puridad
llegó al gobierno por la vía del golpe de estado.

Ese país fue el que alineó al coronel Banzer del lado del desarrollismo autoritario,
respaldado además por el MNR de Paz Estenssoro, que a su turno y a nombre del pueblo
había ejercido también un férreo gobierno de doce años, apoyado en la dictadura de partido
al estilo mexicano. En 1971 las cosas se pensaban con la descarnada dureza de la frase
“o ellos o nosotros”, y a nombre de esa premisa terrible, Banzer reprimió e impuso un
particular orden de siete años en la nación.

¿Se arrepintió de ello?. Creo que no, puedo equivocarme, pero pienso que si tuvieran que
volver a hacerlo lo haría. Pero Banzer tuvo una particular habilidad, la que ha hecho que
otros grandes líderes bolivianos pervivan en el tiempo, entender el sentido de la
oportunidad, comprender lo que debe hacerse en el momento adecuado. Su apuesta
democrática tardó un cuajar, pero finalmente cuajó. Estoy seguro que ADN no surgió por
vocación de democracia, sino como paraguas ante la andanada de un juicio histórico a la
dictadura que nunca se hizo por los golpes de estado que se desencadenaron en ese
periodo turbulento. Pero el paso de los años ratificó que una parte significativa del país
creía en él. Lo que no pudo medir Banzer es que otra parte mayor no le perdonaba el
septenio. Muchas víctimas, muchos rencores, muchos sentimientos éticos, terminaron por
cerrarle el camino a la presidencia constitucional, a pesar de su claro triunfo electoral de
1985.

Fue entonces cuando surgió el demócrata, en los hechos incontrastables. Su ejemplar


Pacto por la Democracia permitió el cambio histórico del rumbo de Bolivia. Cumplió el Pacto
durante cuatro años, hasta una ruptura unilateral del MNR explicable pero no del todo

171
justificable. Ese es el momento, a mi juicio fundamental, del aporte de Banzer al sistema
instaurado en 1982.

Vino luego la increíble alianza con el MIR, el Acuerdo Patriótico, y un gobierno aún muy
fresco en sus luces y sus sombras para un juicio definitivo.

Queda, sin embargo, una última pregunta ¿En qué medida el General tuvo que ver con la
corrupción, tanto en su gobierno 71 – 78 como en el periodo 89 – 93?, ¿Fue responsable
directo?, ¿simplemente la consintió?, ¿porque no castigó los hechos evidentes de
corrupción en ambos períodos?. Hoy, el mayor estigma que cae sobre nuestra sociedad
es precisamente el de la corrupción. Por ello, esa es la pregunta pendiente que queda en
esta notable vida política.

A la hora del balance, esa paradoja queda como eje de una conducta histórica que
contribuyó decisivamente a moldear a Bolivia tal como hoy la conocemos. La historia,
escrita por hombres como él, cuando se consolide en el tiempo, deberá inevitablemente
recoger la totalidad del hombre en sus grandezas y miserias.

21 de Noviembre de 1993

ALBERTO NATUSCH: UN SINO TRÁGICO

Recuerdo la madrugada del dos de noviembre de 1979. Hacíamos guardia en las oficinas
de una agencia internacional de noticias. La avenida Mariscal Santa Cruz desierta. De
pronto, un ruido ensordecedor y el cielo que se incendia. Varias tanquetas a regular
velocidad bajan por la avenida disparando hacia arriba. El espectáculo es sobrecogedor y
absurdo. Las máquinas disparan contra nadie en la desolada noche. Es un desafío, es
simplemente una muestra de poder.

En palacio estaba ya instalado el coronel Alberto Natusch Busch que, como escribió Irving
Alcaraz, es un sombrío y solitario prisionero de su insensatez y de la de quienes lo llevaron
a ese aciago momento. Estuvo preso en el palacio quemado desde el primero hasta el
último día de un gobierno que solo dejó sangre, más de la que Bolivia había vivido desde
la violencia implacable del golpe del 21 de Agosto de 1971.

Natusch no merecía pasar a la posteridad por ese episodio delirante e innecesario que
reflejó el vértice más desgraciado de una historia salpicada de momento parecidos. Por
cuatro años fuimos una nación sin rumbo, ataca a un destino que parecía inevitablemente
trágico y que, por obra de todos no lo fue.

Tengo para mí que el Cnl. Natusch era un hombre inteligente, que logró en los largos siete
años de la dictadura de Hugo Banzer un lugar importante por su ascendiente en las Fuerzas
Armadas y el manejo razonable que hizo de un ministerio clave desde la revolución de 1952,

172
el de Asuntos Campesinos. No gratuitamente está entre los cinco ministros de mayor
longevidad en nuestra historia.

Pero hay hombres marcados por un sino trágico y el suyo lo fue sin duda. La sombra de su
río el Tcnl. Germán Busch, rondó siempre su carrera personal, lo mismo que el final
dramático de Busch, quien, mientras no se demuestre lo contrario, murió víctima de su
propia mano. Quienes lo conocieron lo retratan como un hombre de arranques, de
reacciones imprevisibles, de depresiones incluso, que terminaron por aniquilarlo después
del desastre de Noviembre.

Creo que nunca deseó esas acciones que culminaron en una masacre como pocas veces
había vivido Bolivia en su pasado. Tanques contra piedras y palos, helicópteros disparando
a mansalva sobre los techos de los barrios populares, soldados allanando casas, tomando
colectivos, apresando y golpeando a diestra y siniestra. Pero esas acciones ocurrieron
mientras él era Presidente y es el primer responsable de esa historia terrible que no se
puede olvidar.

A Alberto Natusch le tocó jugar en esa partida que nos reservan los hados, como otros
hombres jugaron las suyas sin apenas sospecharlo; unos devinieron en héroes, otros en
villanos y no siempre lo fueron por su decisión o capacidad. La imagen de su rostro
desencajado por el agotamiento mientras ofrecía su primera conferencia de prensa en
palacio, dio la vuelta al mundo y es la que todos guardaremos de él. Mientras otros
presidentes aparecen en pose de circunstancia con la medalla de Bolivar en el pecho,
adornados con el gran collar del Cóndor de los Andes y a veces una media sonrisa, Natusch
que no tuvo tiempo ni para dejar el uniforme cotidiano, quedó retratado en el mismo ritmo
vertiginoso y sórdido de 16 días que, estoy seguro, hubiera pagado por no vivir nunca.

En esa loca aventura estuvieron embarcados también hombres y partidos, figuras cuya talla
y peso específico les permitirá pasar tangencialmente por un acontecimiento que quizás
provocaron, es el caso de Victor Paz Estenssoro. Otros quedaron marcados a fuego como
les ocurrió a José Fellmann que murió poco después en medio de la amargura, o Guillermo
Bedregal que, a pesar de su dilatada trayectoria política, cargará para siempre su opción
de lugarteniente del Presidente mientras las balas cegaban inútilmente las vidas de
centenares de bolivianos. Otros muchos, perdidos en la oscuridad que merecen, son parte
de un olvido frecuentemente selectivo y poco ecuánime.

Entre Noviembre de 1979 y Agosto de 1981 Bolivia tocó fondo, las fuerzas más irracionales
de la sociedad surgieron como los demonios de entre las brumas de nuestra alma colectiva
y se apoderaron de nosotros. Apenas tuvimos tiempo de respirar antes de darnos cuenta
de lo que realmente estaba ocurriendo. Lo que el país perdió en esos años no se puede
medir, pero tiene que ver con todo el sacrificio que nos costó rehacer el camino, reconstruir
de las ruinas una institucionalidad democrática y mirar adelante, a pesar de las profundas
heridas que nos habían inferido. Se han hecho ya largos análisis y exégesis históricas de
esos días, pero se ha buceado poco en el interior de los hombres que desencadenaron uno
de los círculos del infierno, o que de muchas maneras se vieron también envueltos en medio
del vendaval y terminaron como instrumentos de la sinrazón.

173
Natusch buscó luego el exorcismo, apostó desesperadamente a redimirse ante su pueblo,
pero era tarde. El precio que todos habíamos pagado fue demasiado alto. Luchó contra
García Meza, arriesgó muchas cosas para defenderlo y terminó como una figura clave en
el proceso de la caída del dictador. Pocas veces se ha mencionado su tarea en esos
primeros días de Agosto de 1981 que marcaba el principio del fin de una noche demasiado
larga.

Luego vino el ostracismo y el digno silencio. Natusch supo que su retiro era definitivo y lo
sobrellevó con valor. Pero la muerte no fue piadosa con él, y lo coqueteó por largo tiempo.
Nunca más supimos de él, hasta este 23 de Noviembre, el mismo mes que aquel de 1979,
en que se liberó del dolor y el sufrimiento. Fue una vida trágica que probablemente no
mereció, pero como ocurre frecuentemente, nuestra vida no es siempre el resultado de lo
que nosotros quisiéramos que fuese. Paz en su tumba.

27 de Noviembre de 1994

LIDIA GUEILER: EL VALOR DE LA DEMOCRACIA

Recuerdo el atardecer del 16 de noviembre de 1979, amenazaba lluvia. Las luces pálidas
de la Plaza Murillo anunciaban un paréntesis al drama. Alguien dijo que Natusch salí por
una de las puertas laterales del Palacio. Lidia Gueiler llegaba, rodeada por decenas de
políticos y periodistas, a la puerta principal. Una multitud apenas contenida por la policía,
coreaba vivas a la democracia y pedía, así de crudo, la cabeza de Natusch. Esas voces
recordaban a los muertos de los dieciséis días delirantes que en ese momento sonaban a
una gran farsa sangrienta. Pensé entonces, con una ingenuidad que a veces me acompaña
en exceso, que la democracia recuperada por todos y simbolizada por primera vez en el
rostro de una mujer, podía consolidarse tras la estrepitosa derrota de las fuerzas
irracionales de sectores militares y civiles que se habían empeñado durante casi dos
décadas, en cerrarle el paso. Todavía quedaba un largo camino por delante. Camino de
vergüenza, corrupción, violencia, arbitrariedad e ignorancia en la administración sediciosa
y anticonstitucional del poder.

Lidia Gueiler, igual que Wálter Guevara, llegó sola a Palacio con el encargo del Congreso
de gobernar hasta agosto de 1980, convocar a elecciones y capear el temporal. Los
parlamentarios sabían de la fragilidad de la democracia por la presión garciamecista y por
la crisis económica apenas contenida, pero en un alarde de miopía histórica (repetida en
varias ocasiones en la última década), prefirieron la retórica principista. El único respaldo,
con sus tensiones internas inocultables, fue dado por el entonces MNR Alianza a través de
algunos ministros claves y por un grupo de valientes ministros independientes que
asumieron la responsabilidad en trance tan duro.

Es difícil entender el porqué de las reticencias y la cautela, cuando no la franca ética de


muchos intelectuales de valía y políticos destacados a la hora de juzgar esa administración

174
que, junto a la de Wálter Guevara, fue un ejemplo excepcional en ese periodo terrible que
vivimos entre 1978 y 1982.

La señora Gueiler encaró con responsabilidad y éxito las dos tareas fundamentales que le
tocó afrontar. Fue capaz de llevar adelante un conjunto de medidas económicas correctivas
(entre ellas la devaluación) que frenaron una crisis que, obviamente, requería de ajustes en
el marco de un programa de largo plazo y una inestabilidad imposible en días de golpes y
bravatas.

Presidió con responsabilidad y en el marco de la más absoluta imparcialidad, el proceso


electoral que llevó al triunfo a la UDP del Dr. Siles Zuazo, cumpliendo el encargo de los
legisladores, en medio de un vendaval político con pocos antecedentes. Es fácil a la
distancia juzgar su acción de reconocimiento de García Meza como comandante del
Ejército, o la inermidad ante los abusos de Luis Arce Gómez. Pero claro, la mayoría de las
fuerzas políticas prefirieron en esos días mirar de palco antes que fortalecer un gobierno en
cuyo destino estábamos embarcados todos, incluido el Parlamento y la democracia.

Llegó el golpe anunciado, como en la Crónica garciamarquiana, y llegó la noche del 17 de


julio en la residencia presidencial, en la que algunos generales acompañados del valor que
dan las ametralladoras obligaron a la Presidenta a renunciar.

Casi diez años después, un periodista que colaboró con la dictadura de García Meza, acusa
a Lidia Gueiler de traición a la Patria, tan tranquilo, sin que en su conciencia se mueva una
sola fibra. Testigo de los acusados, pretende volcar las cosas y hacer del acusado por todo
el país acusador de la mujer que tuvo el valor de defender la democracia con su compromiso
personal en el mando de la Nación. Si el periodista olvidó el asesinato de Espinal, el de
Marcelo, el de los mártires de la calle Harrington, la cadena radial, los negociados de La
Gaiba, los carritos Hanne, el toque de queda y la ignorancia violenta como todo argumento,
nosotros no lo hemos olvidado.

Es una vergüenza que el país tenga que asistir a acusaciones que no sólo empañan el
honor de Lidia Gueiler, sino el de Bolivia, el de la presidencia y el de la democracia.

Hemos aprendido a respetar a quienes en los momentos de la prueba, demostraron su


vocación de servicio y asumieron la responsabilidad que les tocó ante la Nación. Es en
esas circunstancias en que se mide el temple personal y el amor por la Patria.

Es tiempo de llamar a las cosas por su nombre y de exigir que se termine el recurso
estremecedor de una dictadura y sus seguidores pretendiendo, todavía, darnos clases de
moral.

18 de Marzo de 1990

OSCAR EID: LA POLÍTICA COMO EL ARTE DE LO IMPOSIBLE

175
Mientras en la madrugada del 5 de agosto diputados y senadores se acercaban a votar en
el hemiciclo de la cámara baja en medio de los vivas o los silbidos de una esmirriada “barra
colegisladora”, un hombre tranquilo exteriormente pero en ebullición interna, esperaba en
el palco principal de la Cámara, exactamente frente a la testera en la que dos ánforas
abiertas se llenaban de votos que conducían irreversiblemente a Jaime Paz al Palacio
Quemado.

Ese hombre, Oscar Eid, ha recorrido para llegar a este punto veinte años de intensa vida
política. En 1971 estuvo sentado en la testera de ese mismo hemiciclo de diputados como
Secretario General de la Asamblea Popular y poco después enfrentó al golpe de Banzer y
a su gobierno. Allí se forjó el MIR que, 18 años después, llega como cabeza al gobierno
con ideas diferentes, con una concepción del país y de la política distintos a los que le
dieron vida, pero con una vocación de poder cuyo vigor tiene mucho que ver con el propio
Eid.

Para el segundo hombre del MIR-NM el concepto de “Jaime Presidente” fue una obsesión,
una idea – fuerza incontrastable, un motivo personal decisivo. Es difícil saber desde
cuándo, pero ciertamente se traduce en hechos prácticos desde que en noviembre de 1984
se gestó la habilitación de Paz Zamora, entonces Vicepresidente del Dr. Siles Zuazo como
candidato a la presidencia para el periodo 1985 – 1989.

Aquello pareció algo circunstancial. El Congreso dio, inconstitucionalmente, luz verde a


algo expresamente prohibido por la Carta Magna; paradójicamente quién más luchó por
lograrlo de entre los diputados fue Antonio Aranibar, muy pronto antagonista radical de
Jaime. ¿Quién podía suponer entonces que esa era la primera de una serie de jugadas
políticamente excepcionales en el camino a la presidencia? El MIR y su candidato
aparecían desahuciados por su compromiso en el descalabro de la UDP y por ello no
parecía contendiente de peso. Y lo fue, obtuvo el tercer lugar (casi 9% de los votos),
distanciándose ingeniosamente del gobierno saliente cuyo voto castigo lo recibió
íntegramente Roberto Jordán Pando.

Vino luego la oposición moderada al pacto MNR-ADN, por momentos incluso descolorida.
Pero fue inteligente. La estrategia de Eid siempre dejaba una puerta abierta. Crítica pero
no demoledora, elogio pero no definitivo. Y las frases oportunas: “Oposición responsable”,
dijo Oscar.

El siguiente y cuidadoso paso fue la Ley Electoral, aprobada a cambio del voto naranja por
la Reforma Tributaria. Casi nadie le dio importancia, el país estaba en otra cosa. Sería una
llave vital de la cuidadosa estrategia. Inmediatamente, otra frase: “La nueva mayoría”: ¿era
la UDP II? No exactamente, el experimento dio resultados (por lo menos electorales) y logró
aportes interesantes de personalidades y pequeños partidos.

El peldaño siguiente fueron las municipalidades. El primer sapo de proporciones que el


MIR tragó públicamente fue la candidatura de Raúl Salmón. Se criticó el pasado de éste
junto a García Meza. El triunfo fue espectacular no sólo en La Paz, sino que logró un
segundo lugar a menos de un punto de ADN en el país (votación triplicada en relación al

176
85). La acción culminó con un espectacular jaque mate a MacLean y a la ADN que obligó
a compartir la Alcaldía paceña. La jugada fue tejida con precisión suiza por el ya entonces
visible estratega mirista, Oscar Eid. El resultado de la gestión edilicia, en cambio distó
mucho del éxito electoral. Finalmente llegó la prueba de fuego. La estrategia ya madura
en 1985 de desmovimientizar al país y llegar a una polarización derecha (ADN) vs. centro
izquierda (MIR), se acercaba a la culminación. Nadie, ni Oscar Eid, contó entonces con la
fulgurante aparición en el escenario de Gonzalo Sánchez de Lozada quien movió el tablero
y con una extraordinaria campaña electoral precedida por una notable administración
gubernamental, presentó un MNR revitalizado capaz de sobrevivir a su líder histórico, que
ganó las elecciones. El complicado ajedrez mirista parecía desmoronarse después de tan
paciente construcción. Pero Eid no es de arredrarse y no lo hizo. Con bastante más
habilidad que sus pares de ADN y con más tino que la máquina movimientista, estructuró
desde el mismo 8 de mayo la etapa final y la más difícil de ese obsesivo “Jaime Presidente”.
Primero el inexistente “Triple empate” con esta lógica, los tres con más de 300.000 votos,
los tres con menos de 50 y más de 40 parlamentarios, dos con un triunfo en por lo menos
tres departamentos.

Para ello funcionó el pacto MIR – ADN en la CNE y una de las páginas más lamentables de
la reciente historia electoral. Arbitrariedades, alteración de cifras y exclusión de minorías.
A continuación el aislamiento de Sánchez de Lozada, sustituyéndolo como eje de la
negociación. El MNR contribuyó a esta estrategia con una apresurada petición de anulación
de elecciones. Simultáneamente una negociación por etapas y acercamiento (a pesar del
costo político) con ADN. Juego certero, “bluffs” oportunos y presión sobre el MNR que
empezó a actuar a la desesperada. Pulseó hasta el minuto final y, lo finalmente previsto
por el estratega, Banzer que muere matando. Jaime Presidente, y ya no como slogan. Lo
que nunca había ocurrido, ocurrió, el tercero en el voto universal fue primero en el voto
congresal.

Con los estribillos de miristas enfervorizados en los oídos, Oscar Eid dejó el Parlamento a
las 7 y 10 de la mañana del 5 de agosto, después de haber escuchado la proclamación de
Jaime Paz Zamora como el sexagésimo Presidente Constitucional de la República. A pesar
del precio ético tenía muchas razones para sentirse feliz y satisfecho. Ahora comienza la
tarea más difícil, transformar el móvil de una vida por la toma del poder en pasión por
administrarlo con sabiduría.

6 de Agosto de 1989

ADIOS, INOCENCIA, ADIOS

¿Dónde se jodió el MIR, Jaime? ¿Cuándo? ¿En qué momento esa llama que los condujo a
arriesgar la vida por amor a la patria se apagó para dar lugar a un camino zigzagueante y
tortuoso hacia el poder? ¿Cómo fue posible que ese hombre nuevo que alimentó en su
alma hasta el último aliento de su vida, Néstor Paz Zamora, quedara enterrado por una

177
generación que prefirió vender su alma al diablo con tal de ocupar el Palacio de Gobierno?
¿Qué extraños designios pueden conducir a una generación al despeñadero, con la débil
coartada de que el fin justica los medios?

Con los ojos brillando por las lágrimas que pugnaban por salir Jaime Paz Zamora cerró,
acorralado, sin recursos, una página de la historia que le tocó protagonizar y que nos tocó
a todos. En sus palabras conmovidas, aunque no suficientes, se nos escapaba la última
esperanza de que ese proyecto valiente pudiera salvarse de este naufragio horrible, en el
que se quema el barco de una utopía y se enfrenta a la nación con el espejo descarnado
de la corrupción. La impunidad comienza a desmoronarse y a llevarse consigo el barro
acumulado por años y años en este país que, como decía el poeta Vázquez Méndez, están
tan solo en su agonía.

En las palabras del ex – presidente se desgranaba la historia de una ambición desmesurada


confrontada con su propia debilidad intrínseca, confrontada con la evidencia de que no se
puede pagar cualquier precio, no se puede jugar cualquier carta, no se puede ceder un
código moral hasta el punto de desvirtuarlo, sin pagar algún día la factura.

¿Es que condeno? ¿Es que presumo la culpabilidad?. Es que me encuentro con alguien
que parece saber que no puede dar un solo paso contundente en su defensa, y que, perdido
por perdido, decide renunciar (¿definitivamente?) a la política porque ya las puertas de la
política están cerradas para él. Es que, por primera vez en esta fascinante y paradójica
historia del MIR y de su máximo líder, no hay posibilidad para una gambeta más, no hay
opción para un quiebre de cintura, no hay salida. Y descubro, amargo sabor, que así como
los fuegos artificiales de una celebración de cumpleaños, así esa luz de éxito, de triunfo, de
consecución del poder puede apagarse, quemada en sus propios excesos. Y es entonces
cuando se agolpan esas imágenes de esperanza, cuando centenares de miles de bolivianos
nos reuníamos en el nacimiento de la noche en la plaza San Francisco para escuchar la
voz inflamada de ese joven que simbolizaba nuestros más íntimos deseos de cambio de
democracia, y nos sentíamos apuntalados por que ese partido y esos hombres y mujeres
apostaban a una Bolivia nueva, distinta, transparente, y me da bronca, mucha bronca, y me
dan ganas de exigir cuentas, de preguntar con qué derecho tiraron al basurero ese mensaje
y esa fe, con que derecho quemaron, otra vez, a una generación a la que representaron y
a nombre de la cual gobernaron.

El ex – presidente terminó su mensaje diciendo que ama a Bolivia y que ese amor por esta
nación desamparada solo terminará con su muerte. Y debo decir, en un último esfuerzo
por ser ecuánime, que él y su partido dejaron en algún momento un testimonio de lucha y
entrega por su sociedad, que el MIR tiene mártires que creyeron en un proyecto limpio que
el MIR no representó cuando estuvo en el gobierno, que este partido contribuyó de
sobremanera a tener una Bolivia democrática, y que precisamente por eso no tenían
derecho a despilfarrarlo todo. Y valga este momento para rendir un homenaje a todos
quienes lucharon y dieron su vida, física y espiritual en estos veintidós años, por una idea
por la que valía y vale la pena seguir peleando. Mi respeto por todos los miristas que a
pesar de todo mantuvieron firmes sus convicciones y sus principios morales. Hoy que el
MIR no es más que un mal recuerdo, es bueno hacer la diferencia mínima entre quienes,

178
honestos hasta el final, no cedieron a nombre del pragmatismo a esta feria del sinsentido
que terminó por arrastrar a quienes le iniciaron el abismo donde hoy están.

“Los aciertos tienen sus premios, pero los errores producen consecuencias que hay que
saber admitirlas con hidalguía y dignidad, yo asumo los míos aunque hayan sido de buena
fe, pero escúchenme bien, fueron errores y no delitos”. Este último momento de la vida
política de Jaime Paz tiene un rasgo de reconocimiento inevitable que es una lección
histórica. Parece, y este es el mensaje de esperanza, que se terminó el tiempo en que se
puede usar el poder sin consecuencias. Parece que comienza una nueva etapa en esta
historia dramática de Bolivia, en la que quienes hoy son terriblemente poderosos, mañana
tendrán que rendir cuentas por lo hecho a sus compatriotas.

Fue un mensaje estremecedor porque terminó por convencerme de que lo vivido en estos
locos años, no fue un modelo ni se justificó en aras de un proyecto que los cuatro años de
administración Paz Zamora no reflejaron. Dramático destino el de este hombre enamorado
del poder, que hizo cosas buenas en su vida y que fue capaz de encarnar alguna vez una
antorcha de cambio.

En estas horas en las que termina por morir la inocencia y la ingenuidad, en estas horas
tan terribles para el país, vuelvo a preguntar ¿Jaime, cuando se jodió el MIR?.

27 de Marzo de 1994

“VOLVER, CON LA FRENTE…”

La pasión política, los sentimientos, los afectos y los desafectos suelen enturbiar la visión
de las cosas hasta la tergiversación. Es lo que ha ocurrido – no por primera vez en nuestro
pequeño campanario – con Jaime Paz Zamora.

Nadie puede discutir a estas alturas, los aportes fundamentales de Jaime Paz Zamora a la
construcción de la democracia, nadie puede poner en tela de juicio su intenso tránsito por
la política y su compromiso personal con la causa del país, desde la segunda mitad de los
años sesenta hasta su periodo presidencial. Más aún, las huellas de un atentado que casi
le cuesta la vida y que dan fe de su compromiso, lo acompañan para siempre. Más allá de
nuestros puntos de vista sobre esa trayectoria, sazonada, como la de todos, de aciertos y
errores, de generosidad y de ambición, de grandezas notables y evidentes debilidades,
Jaime escribió importantes páginas de nuestra historia reciente.

Cuando un acontecimiento grave casi quiebra una trayectoria, es buen momento para
reflexionar sobre el debe y el haber de tantos años de un “homo politicus” como él, y creo
no equivocarme si digo que el haber está por encima del debe, y eso es algo que uno no
debe olvidar a la hora de encarar al personaje. Pero bien, estas evidencias, estos

179
reconocimientos, no pueden hacernos perder de vista que la responsabilidad de los
hombres públicos no es igual, sino mayor que la de los ciudadanos comunes.

Por razones que solo el Lic. Paz Zamora conoce, inició una amistad bastante estrecha con
un hombre, Isaac “Oso” Chavarría, hoy día acusado de haber sido uno de los más grandes
narcotraficantes de Bolivia. Las investigaciones de la FELCN y uno de los informes de la
Comisión de Constitución de la Cámara de Diputados votado por mayoría, concluyen que
esa amistad conllevó relaciones cuando menos cuestionables que implican a varias
personalidades del MIR y a las dos hermanas del Lic. Paz. Tan grave era la situación
planteada una vez que el tema salió a luz, que el propio ex – presidente decidió renunciar
a la actividad partidaria y a la política. El tono de su mensaje era inequívoco en cuanto a
su carácter de alejamiento permanente. No ha pasado un año de ese dramático mensaje
(ojos húmedos incluidos), y Jaime Paz anuncia su retorno a la vida política, cuando aún el
caso de los narcovínculos está pendiente de una resolución. Simultáneamente, el ex –
mandatario pide un juicio de responsabilidades cuyo objetivo de largo plazo es un veredicto
sobre su rol en el caso Chavarría, y el inmediato es salvar de la cárcel a sus dos hermanas,
a Oscar Eid y a varios de sus estrechos colaboradores, hoy sujetos de investigación.

No es justo borrar de un plumazo todos los aportes que Paz Zamora ha hecho a esta
sociedad, como tampoco es justo descargarse en el cómodo expediente de que el “affaire
narconvínculos” es una tramoya política cargada de odio para destruirlo y seguir adelante
como si aquí no hubiese pasado nada. Por momentos parece además, que quienes hemos
trabajado e investigado periodísticamente sobre el tema hubiésemos inventado el caso para
perjudicar a un hombre y un partido, lo cual además de insólito es signo de una gran falta
de perspectiva. El Lic. Paz Zamora escogió ser amigo del señor Chavarría, escogió
frecuentar su casa, fotografiarse con él y aceptarlo como militante del MIR. Escogió
mantener esa amistad a pesar de las llamadas de atención surgidas en 1988 (narcofoto),
y a pesar de las reiteradas menciones en los periódicos sobre las actividades de
narcotráfico de su amigo (1990 – 1991 especialmente), todo esto siendo Presidente
Constitucional de la República, cargo cuya trascendencia va más allá de lo meramente
personal y exige un especial cuidado con este tipo de relaciones (que de acuerdo a su
secretaria privada, había sido cuestionadas por ella y varios militantes del MIR en más de
una ocasión en ese periodo). En consecuencia, los hechos denunciados por la FELCN (con
la inocultable ayuda de la DEA y los funcionarios políticos de la embajada de los Estados
Unidos), se apoyan en una relación de amistad que el propio Lic. Paz reconoció
públicamente, elogiando sin temores las virtudes de su amigo Isaac. También mencionó
negocios entre el señor Chavarría y una de sus hermanas, y por si hubieran dudas,
reconoció en su mensaje al país que en esta cuestión había cometido errores. Lo que no
acepta es haber cometido delitos, igual que los acusados e investigados en el caso.
Precisamente, esclarecer el entuerto es de lo que se trata, hay que esperar que la justicia
de su veredicto y nos diga si los investigados son inocentes o no.

El ex – presidente sabe mejor que nadie que los errores políticos se pagan. Una de las
figuras señeras de la social democracia a la que él pertenece, Willy Brandt, renunció a su
cargo de Canciller de Alemania por bastante menos; asumió su responsabilidad política

180
ante el error de uno de sus colaboradores, y nunca más intentó volver a la lucha política
interna. No es cuestión de decir hoy que el odio y la manipulación política quieren destruirlo,
eso es un recurso fácil y poco serio. Si el ex – mandatario quiere un juicio, que comience
por aceptar como lo hizo cuando las cosas estaban peor para él de lo que parecen estar
hoy, que cometió errores y no endilgue a la política hechos de los que fue protagonista en
el pasado sin que nadie le obligara. Que espere el veredicto de ese juicio, si éste se realiza
alguna vez.

Entereza para las horas de gloria y para las amargas, es lo que esperamos de un hombre
que ha decidido, como el guerrero que es, volver a la arena a batallar, y no argumentos que
ha hemos oído en boca de personajes que no tienen su trayectoria democrática. No es
hora de argumentos distractivos en un momento tan delicado para él y para la nación entera,
cuyo prestigio no depende de ocultar la basura debajo la alfombra, sino de esclarecer los
hechos, sea cual fuere su magnitud y la talla de las personalidades involucradas. Entonces
sí la imagen del país crecerá en el exterior.

15 de Enero de 1995

GONI: EL IMPOSIBLE CAMINO A PALACIO

Todos pensaron que un hombre acostumbrado al éxito, que ganó siempre en su vida, no
sabría asimilar “deportivamente” la derrota en la batalla por la presidencia, más aún si esta
se producía después de un espectacular triunfo electoral por el que, un día antes de la
elección, nadie daba dos centavos.

Con el humor que lo llevó a seducir a miles de votantes y que lo enterró en la ruta a Palacio,
dijo en la conferencia de prensa inmediatamente posterior a la renuncia de Banzer a su
candidatura, que el peor error que había cometido fue haber ganado las elecciones del 7
de mayo. Si bien la expresión refleja el estilo del candidato y un cierto aire de paradójica
verdad que se traduce en aquello de que “en Bolivia el que gana pierde”, la cuestión no es
tan simple a la hora de hacer la “autopsia” de la campaña (otra expresión de Sánchez de
Lozada tras de derrota parlamentaria).

Si después del 7 de mayo Jaime Paz era el “candidato imposible”, en septiembre del 88,
tras su triunfo en la convención del MNR, y en enero cuando arrancó la contienda electoral,
el “candidato imposible” era, sin duda alguna, Gonzalo Sánchez de Lozada. Millonario, más
próximo al concepto del “Self made man” que al sufrido (preso y exiliado) político criollo,
lúcido, excepcionalmente inteligente, de insoportable acento gringo, con un ácido humor
convertido en demoledor estilete, una franqueza descarnada, a veces incluso próxima al
cinismo, llegó como un vendaval para liderizar la nueva derecha boliviana de modo casi
incontrastable. En América Latina era simplemente impensable un ex – ministro de
Planeamiento, responsable de la más radical política de shock económico que se haya
aplicado en décadas, pudiera encarar una elección con alguna posibilidad de éxito. Con

181
todos estos elementos en la espalda partió Sánchez de Lozada en la misión quimérica de
ganar en mayo. Su punto de partida fue el 7% de la expectativa de voto, frente a un 17%
de Paz Zamora y un 27% de Banzer.

La mayor parte de los analistas y muchos ciudadanos insisten en que los dos errores
capitales de Sánchez de Lozada fueron la ruptura del Pacto por la Democracia y la agresiva
campaña electoral, particularmente encarada contra el MIR. En la evaluación final la
apreciación puede ser correcta. La pregunta es: ¿Podía haber ganado las elecciones si no
tomaba estas decisiones claves de su campaña? En otras palabras, si no las tomaba
simplemente no habría estado en trance de disputar la presidencia en el Congreso como
ocurrió, pero al tomarlas se cerró las puertas para una coalición indispensable para obtener
la presidencia.

La primera lección ha sido, sin duda, que el compromiso roto (a pesar de las razones no
desdeñables que esgrimió a la hora de la ruptura) tuvo un costo decisivo. Banzer no se lo
perdonó nunca y quizás valgo como elemento hacia el futuro en lo que hace a pactos
políticos, sus alcances, sus compromisos y sus precios. ¿Si el candidato pudiera volver
atrás, rectificaría un paso cuyo precio fue tal alto? ¿Pudo usar otra estrategia para ganar
sin pasar por ésta que prácticamente lo comprometía al voto por Banzer que entonces, se
pensó erróneamente, era el seguro ganador por mayoría relativa?.

En cuanto a la dureza de la contienda, sigo pensando que una campaña política no es un


juego floral y que la confrontación no sólo es inevitable, sino necesaria. La campaña
boliviana fue más suave que la estadounidense, la ecuatoriana o la argentina, para
mencionar tres casos que conozco. Pero queda claro que generó susceptibilidades y
heridas difíciles y, en algún caso, irrestañables por lo menos en el período presente.

Da la impresión, sin embargo, de que el mayor problema real fue la percepción subjetiva de
los dos perdedores en la elección general en relación a la imagen que proyectó Sánchez
de Lozada. Arrogancia, humor sarcástico, imágenes y comparaciones imposibles de
aceptar, en suma, un estilo totalmente desvinculado de una tradición de política boliviana
que pasaba por cualquier camino, menos por el del mensaje directo y sin vueltas. Fue
demasiada dosis. La suficiente como para bloquearle las puertas de la Casa de Gobierno.

En el maremágnum post – electoral es donde el aparato partidario de Sánchez de Lozada


desbarató una campaña que, hechas las salvedades, fue realmente brillante. La propia
actitud impulsiva del candidato condujo a una petición de anulación de elecciones que si
éticamente es comprensible, estratégicamente fue fatal. La batalla de ADN y MIR por aislar
al hombre del MNR se vio facilitada y el ganador por mayoría relativa se ató las manos que
había desatado, a su criterio, con la ruptura del Pacto. De ahí en más la iniciativa que tuvo
desde la oferta de los 250.000 empleos hasta su notable participación en el Foro Debate
de los periodistas, fue arrebatada por la coalición ADN – MIR. Mientras ambos partidos
avanzaban tácticamente con certezas (Corte Nacional Electoral en mano), el MNR
caminaba a tientas. El candidato ganador asumió una inexplicable actitud de perdedor que
revirtió demasiado tarde. En el minuto decisivo Banzer prefirió el encono que la cabeza fría
y a la lógica del proyecto que encarna como ideología y como clase. Votó por Jaime Paz

182
con la reconcentrada decisión de “cualquiera menos Sánchez de Lozada”, adornada en un
mensaje de renuncia que pasará a la historia.

Fue, en todo caso, un proceso electoral ejemplarizador en muchos sentidos. De él debemos


aprender todos, también Gonzalo Sánchez de Lozada que, hay que reconocerlo, fue fiel a
sí mismo, aun con el costo de la presidencia, hasta el último momento, tanto como para
decir: “El primer acto de oposición del MNR es pedir calma al pueblo”.

13 de Agosto de 1989

VICTOR HUGO: LOS HIJOS DEL 52

Mirado en la distancia el intento de construcción de una nación a imagen y semejanza de


la “madre Europa”, sobre las bases de la lógica occidental, en el corazón americano, en
medio de un mar de almas quechuas y aymaras, se aprecia entre cómico y patético.
Cómico porque reflejaba una incomprensión abrumadora de la realidad y se acercaba
frecuentemente a la caricatura; patético porque nos costó demasiado a todos y costó
especialmente demasiada sangre quechua y aymara en aras de un proyecto sin destino.

La respuesta no fue, ni es, ni probablemente podrá ser, la de un fundamentalismo racial y


exclusivamente culturalista, que cante sin límites el pasado precolombino (unívoco,
mutilado y absolutamente insuficiente para explicarnos) en búsqueda de la reconstrucción
imposible de una sociedad que no será más, como no será más aquella que pensaba que
era suficiente bailar minué y hablar francés para transformar este mundo poderoso de los
Andes en un recóndito París de las montañas.

La lucidez de 1952 y la de los hombres que emprendieron el camino de la Revolución, fue


no solo comprender los anhelos de una sociedad estrangulada, sino sobre todo entender
que la incorporación de la mayoría era un requisito sin el cual simple y sencillamente era
imposible formular proyecto histórico alguno.

En abril se fundamentó por primera vez en Bolivia la convivencia de dos pasados que,
entonces lo supimos aunque no de modo claro ni plenamente asumido, no podían seguir
transitando por la vía del apartheid a la sudafricana. Hoy comenzamos a racionalizar lo que
en aquellos días fue una intuición y comenzamos a aceptar que esta abigarrada sociedad
lo es también para enriquecerse en el crisol de tantas cultural y en el pensamiento de tantos
hombres y mujeres venidos de los cuatro puntos cardinales, no a mirar sino a participar del
modesto banquete que nos ha tocado compartir.

Sin la Revolución, la toma de conciencia mayoritariamente aceptada de que somos un país


multicultural y plurilingüe, no sería posible y, planteadas las cosas como estuvieron durante
centurias, no era posible lograrlo apostando a la inercia de la historia, sino jugando
inevitablemente todas las castas a la desgarradora Revolución que le partió el espinazo a

183
una oligarquía terrateniente y a una superburguesía minera. Se reconoció entonces como
cierto lo que era cierto, que más del 70% de los bolivianos tenían derecho a ser escuchados
y a poseer lo que en justicia les correspondía, la tierra que trabajaron durante siglos y que
en el origen fue siempre suya.

Cuarenta años después, esta es una nación más verdadera, que se expresa, en sus
imposibilidades y frustraciones pero también en su capacidad de avanzar con madurez, en
muchas lenguas y de muchos modos, no necesariamente europeos, ni en su lógica, ni en
su tradición.

Víctor Hugo Cárdenas es en este momento extraordinario un paradigma, porque es un hijo


de la Revolución. Nació precisamente en el año del cambio a orillas del Lago Sagrado,
aprendió a hablar en aymara, la lengua de sus mayores, y aprendió la vida pescando junto
a su padre, mientras en la ciudad se ensayaba el cataclismo y los cholos tomaban el poder
con fuerza arrasadora e irreversible para conformar un nuevo y complejo horizonte cultural
boliviano.

Pero es un paradigma no solo por su sangre y su origen, sino porque representa el momento
crucial de la apropiación del pensamiento y de la reflexión. En su dimensión intelectual
demuestra que no necesita ser pensado por terceros, porque estamos ya lejos de aquellos
escritores que abrieron brecha al despuntar el siglo en la literatura indigenista, o en la
denuncia de lo que ocurría en el campo. En la saga de Wilca, Víctor Hugo es un
protagonista y por primera vez podrá, no solo desde el sindicalismo contestario, o desde el
pequeño partido, o desde un escaso curul parlamentario, sino desde la misma cúpula del
poder, decir su voz, ser un sujeto histórico que puede, exactamente una generación
después de los hombres que concibieron e hicieron la Revolución, demostrar que el 9 de
Abril, de esto hace ya hace cuatro décadas y un año, no se estaba llevando a cabo una
asonada más de las tantas que recordó Aranzaes en su libro sobre nuestras “revoluciones”,
sino aquella destinada a ponernos el espejo delante para aprender a mirarnos como somos.
Por eso hoy podemos decirlo.

Gonzalo Sánchez de Lozada tomó hace algunos meses una decisión crucial. Al escoger a
su compañero de ruta probablemente cruzó su propio Rubicón, que va más allá de una
simple imagen o de una pequeña señal. En algún sentido, el color de su pensamiento se
tiñó de los colores de la Whipala (símbolo andino en soporte europeo: la bandera),
recuperando lo mejor del discurso plural y policlasista del viejo nacionalismo revolucionario,
para insertarlo en la modernidad de este mundo descreído en el que vivimos.

El paradigma, el símbolo, el signo, deberán optar por la acción y construir el futuro de


acuerdo a la dimensión de la tarea que les ha tocado en suerte, que es verdaderamente
gigantesca. Dentro de cuatro años veremos si en este mismo cuadrante, los hijos de la
Revolución fueron capaces de comenzar a cerrar el círculo del cambio.

11 de Julio de 1993

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DON MARIO: EL ARTE DE VIVIR CON CORAJE

Mauro Bertero, yerno de Mario Mercado se refería a su suegro siempre con el apelativo de
Don Mario, con una mezcla de respeto y admiración, pero con un inequívoco tono de
cómplice de amistad. Don Mario se llama uno de los proyectos mineros más ambiciosos
que se encaran en el oriente del país, iniciativa de Mario Mercado. Y creo que en muchos
sentidos Don es la palabra perfecta para acompañar su nombre.

Mario es un hombre que no se olvida y al que valió la pena conocer. Tenía mucho de
seductor y magnético, tan seguro de sí mismo que a veces abrumaba, con el humor caústico
de los hombres inteligentes, aunque sin las vueltas del intelectual.

En él la energía es lo que sobraba, apenas si hay espacio que no tomase, conquistase y


manejase como suyo, igual la obsesión por las obras de Melchor Pérez de Holguín, que por
las vetas de ese esquivo y apasionante mundo de la minería, que la iniciativa de una
Fundación cultural creada hace dos décadas, o la mina más grande y moderna de Bolivia,
o la serie de arcángeles que adornan una casa a la medida de sus propias ideas, o los años
fructíferos al mando de la ciudad más difícil de América Latina, o el periódico con el que
quería vencer a los fantasmas de la corrupción y de la intemperancia, o la política a la que
manejaba con menos habilidad pero tanto interés como a sus empresas, o finalmente, ese
lugar central del corazón que le tenía dedicado al celeste, un inmenso y extraordinario
celeste por el que dio más de media vida. Mario tuvo a Bolívar en el centro del corazón y
fue a través del Bolivar que se entendió mejor con el pueblo y pudo expresar mejor su
obsesión por un país al que le dio todas sus energías, por muy desboscadas que fueran
algunas veces. Y de Bolivar hizo el más grande equipo que jamás tuvimos en nuestra
historia y lo convirtió en el eterno campeón de una Liga que comenzaba a hacerse aburrida
de tantos títulos celestes y de tantas copas Libertadores anheladas y no conquistadas.

Tuvo también que ver con el cine, y por el cine lo conocí. Trabajé dos veces con él, la
primera cuando era burgomaestre de Nuestra Señora de La Paz. Lo vi apenas en un par
de ocasiones de ese inmenso salón que usaba de despacho en el palacio consistorial,
donde hoy se reúnen con menos éxito que él los concejales paceños. Encima de su cabeza
estaba un inmenso y bello cuadro de la fundación de La Paz, que se me hacía a la
dimensión de la grandeza a la que siempre aspiró. Era parco y concreto, de ideas claras
de síes o noes siempre rápidos. Fundó la Cinemateca con nosotros y la hizo posible,
aunque luego no asistió jamás a una reunión de directorio del que fue presidente por varios
años. Pero igual que en sus de los setenta, hace apenas unos pocos meses, con ese estilo
tan suyo, le dio a Pedro Susz la sorpresa de una donación de proyectoras que ratifican que,
aunque hueso duro de roer, no se olvidaba de sus viejos amores. Por eso agarró al vuelo
el desafío de un joven realizador, Juan Carlos Valdivia, para impulsar la más ambiciosa
producción del cine local, "Jonás y la ballena rosada" que nunca pudo ser terminada.

La segunda vez cuando me invitó a acompañar a Jorge Siles como subdirector de Última
Hora, fue un año intenso y contradictorio. Nos reunimos con él una media docena de veces

185
para hablar del periódico, pelear de política y bandear el temporal de una época
terriblemente turbulenta de nuestras vidas, los tiempos de la UDP. En su oficina de EMUSA
me invitaba unos deliciosos y aromáticos tés que se hacía traer especialmente de quien
sabe que partes del mundo, y me mostraba incansable y sobrador una foto que tenía debajo
del vidrio de su escritorio; era el marcador del estadio Hernando Siles que rezaba Bolivar 6
- The Strongest 1. Nunca quiso ser Presidente de la Federación Boliviana de Fútbol, pero
manejó siempre y sin rubor los hilos del fútbol nacional.

Alguna vez, profundizando en nuestras discusiones políticas afirmaba categórico y con


orgullo, que hay momentos en la historia de una país en que se necesita mano dura y que
es muy bonito hablar de democracia cuando las condiciones internacionales e internas
están dadas para ella, pero que a la hora de la polarización, no hay otra salida que la acción
enérgica (era, por supuesto, una justificación del gobierno de Banzer y su presencia junto
a él en los años setenta). Siempre fue un hombre claro y sin vueltas, algo muy de agradecer
en un país de gente llena de vueltas y oscuros vericuetos. E igual que en los setenta se
jugó por Banzer, desde 1982 se jugó por la democracia, de frente y sin rodeos.

Como empresario logró edificar en sociedad con poderosos inversionistas extranjeros, una
mina moderna, en grande, única, como él, en un país que creyó en algún momento que la
minería se había terminado.

Y a la hora de la vida, apostó por ella, con el mismo entusiasmo y la misma fe inquebrantable
que puso en todas (y son muchas) las coas que hizo. Y le estaba ganando a la muerte una
pelea dura. Esperó pacientemente un riñón para vivir y no se rindió, lo recibió y siguió el
combate hasta volver a ser el de siempre, por Mercado no podía ser distinto, porque esa
magia se lleva en la sangre y es la que hace la diferencia.

Siempre que hablábamos de cine me recordaba que yo no había querido poner en mi libro
que estuvo a punto de ganar el Oscar por un documental que hizo en sus años de estudiante
en Estados Unidos. Es que Mario era un ganador y no aceptaba que se lo considérese a
medias en nada.

Pero esta es la gloria del mundo, terrible e igual con todos y tan breve, que a la vuelta de
una mirada está la muerte. Murió en acción, sin detenerse ni para tomar el aliento. Lo
perdimos muy pronto. Tenía todavía muchas cosas que hacer. Fue un hijo notable de esta
tierra notable, le dio todo y eso es suficiente para decirle gracias, porque a despecho de la
realidad, le puso siempre coraje a todo lo que hacía, y eso lo hace inolvidable.

22 de Enero de 1995

PROFESIÓN: REVOLUCIONARIA

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Hay algo de estremecedor en las personas que creen ciegamente que poseen la verdad,
que no tienen dudas, que son implacables para con los demás como lo son para consigo.
Porque son inconmovibles, porque tienen ideas fijadas en la mente y se mueven, más allá
del cataclismo, por ellas, luchas por ellas, pueden inmolarse por ellas y eventualmente
pueden matar por ellas. Han construido un mundo en blanco y negro, excluyente e
incompatible, un mundo en el que la única premisa fundamental es “o ellos o nosotros”.
Son personas estremecedoras porque una vez inflamadas por la llama se consumen hasta
el final y pueden consumir a los demás. En un momento determinado de sus vidas, la razón
es sustituida por la pasión y el fanatismo, peor aún, por el germen terrible de la intolerancia.

Hace algunos días sostuve un diálogo con una mujer, Vilma Plata, que se autocalifica de
revolucionaria profesional y que ha demostrado con creces serlo, incluidas dos huelgas de
hambre en serio (en el país de las huelgas con relevos y con cuarto intermedio). Pensé
cuando hablaba con ella, que sus respuestas eran lo suficientemente claras como para no
dejar dudas de un esquema de pensamiento históricamente vencido por los hechos, una
postura antidemocrática militante, y una ética que conduce y ha conducido en algunas
circunstancias al incendio inclemente de sociedades que terminaron inútilmente
ensangrentadas. Pero me equivoqué de medio a medio. Muchas personas que me
comentaron la conversación me criticaron haberla dejado expresar sus opiniones sin
retruque y aún de haber hecho indirectamente de esa entrevista una plataforma del
combativo trotskismo. Otras, admiraron la claridad de sus ideas, la coherencia de su
comportamiento y la recia personalidad de la señorita Plata.

Quizás tengas razón. Muchas cosas que uno da por obvias no lo son. Cuántas veces un
escenario, un balcón, un espacio en radio o televisión, han sido suficientes para que
hombres y mujeres convencidos de ser los elegidos, simplifiquen las ideas hasta
convertirlas en esquemas fascinantes de los que muchos se enamoran hasta la adicción
total. Un puñado de militantes del POR es el ejemplo más palpable de ello. Ese pequeño
partido derrotado sistemáticamente desde la célebre tesis de Pulacayo de 1946, cuyos
principios impulsaron en buena medida el ascenso de las masas hacia la gesta de abril
lideralizada por el nacionalismo revolucionario, continúan bregando impertérritos,
aprovechando cuanto resquicio se presenta, predicando la revolución total y el rol de
vanguardia del proletariado, desde las pequeñas pero flamígeras trincheras de la
universidad pequeño burguesa y el magisterio alimentado por hijos de la clase media
empobrecida.

No puede menos que reconocerse que no se anda con vueltas, y que nadie puede decir
que no avisaron su frontal lucha contra el sistema al que execran y del que se valen sin
pudor a la hora de usarlo instrumentalmente para sus fines. A nadie le parece escandaloso
que exijan el escrupuloso respeto a sus derechos constitucionales y simultáneamente
afirmen que la constitución es el vehículo de un sistema de opresión de la clase dominante
para mantener al pueblo en la miseria, al que hay que destruir.

Pero estoy a la vez convencido de que la ética de la democracia debe probarse en toda
circunstancia, y que su fuerza está en demostrar que se deben respetar los derechos de
los demás, y que es posible combatir democráticamente a aquellos que usan el sistema

187
para sabotearlo y destruirlo. Ciertamente no es el trotskismo el principal peligro de esta
estructura construida por el pueblo boliviano desde hace tantos años, pero no es menos
cierto que los revolucionarios profesionales del trotskismo ayudan con gran entusiasmo
cada vez que puedan a ponerle piedras en el camino.

No a la pareja estable, no a los hijos, no a nada que pueda alterar emocionalmente la


coherencia ciega de esas ideas (no demasiadas) que alimentan el alma para la batalla.
Algunos de esos hombres y mujeres “puros” en el sentido más duro, frío e inexplicable que
la palabra connota en el caso presente, tuvieron oportunidad de coronar sus objetivos,
consiguieron el poder y lo utilizaron sin que se les moviera un músculo, y juzgaron,
condenaron y ejecutaron a sus semejantes a nombre de las ideas que, según ellos, estaban
destinadas a redimir y salvar a sus respectivas sociedades. Algunos murieron tranquilos y
orgullosos en el lecho, otros fueron tragados fría y sangrientamente por las maquinarias de
terror que ellos mismos habían diseñado. Y después de esas experiencias traumáticas,
revolucionarias, de universos bicolores, el mundo siguió girando. En este siglo pasaron la
URSS y el mundo socialista, Vietnam, la experiencia polpotiana de Camboya, Sendero
Luminoso, la Eta, Sri Lanka, la revolución cultural de Mao… y más allá de los millones de
cadáveres en el camino, no vemos hoy ni sociedades mejores, ni más justas, ni más
solidarias. Y no fue sólo el stalinismo, fueron también otras experiencias extremas del
ideario socialista en varios matices. Las banderas de la lucha contra la miseria, la injusticia,
la de la lucha de clases o la de la reivindicación cultural, fueron y son aún formidables para
salir a las calles y convocar al pueblo desnudo y sufrido a sumarse a la cruzada. Pero en
la ética de la revolución, entendida como un mecanismo polarizado, hoy un solo precio, la
aniquilación del enemigo y la insensibilidad final en el ejercicio del poder.

Ni el centralismo democrático, ni el totalitarismo disfrazado por la dictadura de un partido


pueden esconder una naturaleza humana siempre tentada por las mieles del poder total.

No puedo admirar a los intolerantes, ni a los fanáticos, aunque el ejemplo de sus vidas sea
la tentación mayor para ese sentimiento. Respeto su opción personal y la estrecha relación
entre lo que dicen y lo que hacen, pero no puedo admirarlos (es más fácil temerlos), porque
reniegan voluntariamente de los rasgos que nos hacen más humanos, la tolerancia y el
respeto por las ideas de los demás, la posibilidad de aceptar que aquel que no piensa como
yo puede tener y en definitiva tiene razones atendibles y argumentos válidos, debatibles y
posibles.

Me estremecen quienes están convencidos de poseer la verdad y jamás tienen, o peor aún,
no se permiten nunca tener algo tan intrínseco a nuestra condición humana como la duda.

15 de Mayo de 1994

PEDRO: CINEMATECA PARADISO

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Hace muy pocos días, en una de las muchas entrevistas que le han hecho, Pedro Susz
decía: “En la Cinemateca hemos impuesto un concepto: aquí no hay trabajo despreciable,
no hay privilegios”. Es la mejor descripción de sí mismo, es el sentido profundo de su propia
vida. Así es este joven Premio Nacional de Cultura. Íntegro y entregado al trabajo por los
demás. No puedo menos que rendirme a la tentación, en estas líneas de homenaje al
amigo entrañable (más de lo que los pocos contactos de los últimos años podrían hacer
pensar), de apelar a lo personal, a aquellos rasgos humanos de tantos años de compartir
esa tarea que él ha consolidado de modo definitivo para el futuro.

La primera vez que escuché el nombre de Henri Langlois (espíritu y carne de la más famosa
Cinemateca del mundo, la de París, la francesa), fue de la boca de Pedro. Recuerdo que
me comentaba la pasión por el cine de ese inmenso y fatigado “león del cine” que guardaba
películas hasta en la bañera de su casa. Toda una institución. Corría 1976. Entonces, la
Cinemateca era un habitáculo de 2,50 x 1,40 mts. En el quinto piso de la Casa de la Cultura
paceña- Nuestra primera película fue “Laredo de Bolivia” un documental del ICB hecho por
Jorge Ruiz y donado generosamente por Don Raúl Barragán. Pedro no sospechaba que el
destino le tenía deparado, a la vuelta de quince años, ser una suerte de Langlois a casi
4.000 mts., en este país andino tan reacio a veces por la cultura y sus esfuerzos.
Conmueve, porque si en Francia fue difícil, aquí es simple y sencillamente colosal.

La Cinemateca es hoy, además de un hermoso lugar lleno de nombres y nostalgia, la obra


viva de un hombre y de muchos sueños (los de Amalia de Gallardo, verdadera madre de la
idea, los de Renzo Cotta y su siempre franca sonrisa, los de ese ejemplo de humildad y
humanidad que fue Oscar Soria, los de Luis Espinal, maestro y militante del cine y de
Bolivia). En esa salita con aires provincianos de los veinte, y ese cúmulo infinito (como los
cuentos de Cortázar) de rollos y rollos de películas, es también la oficina cargada del aroma
de pipa que Pedro fuma con el mismo método y obstinación con que escribe (primero en
una Olimpia que compramos como tesoro en los años heroicos, y ahora una computadora
Macintosh casi prolongación de sus manos). Igual que los archivos, la oficina es como un
desván con mesas compradas en la Eloy Salmón y afiches que ahogan las paredes
(finalmente Pedro y Norma me ganaron en la batalla por la simetría que libré heroicamente
por una década).

Han pasado exactamente quince años desde que lo conocí en el Departamento de


Espectáculos de la Alcaldía (piadoso nombre del Depto. de Censura cinematográfica) al
que nos llevó Amalia de Gallardo. Trabajamos juntos por once años y labramos en medio
de largas conversaciones y también largos silencios, una amistad tan serena y medida
como profunda. A pesar de los pocos años que nos separan, siempre fue evidente el
contraste entre la profundidad y la aventura, entre los conocimientos y los deseos. En esos
años yo no había escuchado de Kurosawa y apenas me batía con mis pasiones desmedidas
(como siempre) por Kubrick y por esa lección estremecedora que es “Aguirre: la ira de Dios”.
A pesar de ello, no había otra opción, y escribía con él las reseñas de la Cinemateca, y
luego esa deliciosa serie que fue “Notas Críticas” (un banquete para mis ilusiones de
diagramador en la imprenta Don Bosco). El pasaba por alto mis lagunas (o mares) y me
enseñaba como quien comenta, como quien no quiere la cosa.

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Pero definitivamente las lecciones llegan con el ejemplo. La puntualidad casi obsesiva, el
trabajo como parte inseparable de la vida. Si algún día alguien recoge lo que ha escrito, se
encontrará con 10.000 ó quizás 15.000, ó muchas más páginas. Antes de terminar de
pedirle un informe o una carta o un artículo, uno lo tiene sobre el escritorio. Su capacidad
de trabajo es pasmosa, tanto como su absoluta alergia a las formas; así como jamás lo he
visto con corbata, creo que no lo veré nunca disfrutando de homenajes y apologías, de las
que huye como de la peste. Y hoy, hay que decirlo, las exigencias del mundanal ruido lo
han hecho algo más flexible que hace unos años.

Con Pedro disfrutamos del fútbol en el “Hernando Siles” (si juega Strongest, usted lo verá
siempre en las graderías superiores de la bandeja baja, casi en el arco norte).
Transfigurado, gritando por su equipo, escéptico e hipercrítico como lo es ante todo, como
lo es en su columna dominical de “Hoy”, tímido, introvertido y apasionado como por el cine,
su destino mayor. Como para sonreírse con el humor cáustico y agudo de sus mejoras
horas, de los enamorados de la semiótica y la pirotecnia intelectual. A Pedro Susz le han
otorgado el Premio Nacional de Cultura porque a estas alturas es el espíritu del cine
boliviano, porque lo defiende a muerte, en pasado, presente y futuro, porque por
unanimidad todos quienes tienen que ver con el cine y el video, lo han reconocido como
portaestandarte, porque no cejará hasta que la Ley de Cine sea ¡YA!, porque desde “Laredo
de Bolivia” hasta estas casi 10.000 películas de la Cinemateca, ha pasado días negros,
amenazas de quiebra, amagos de desalojo, días y noches de trabajo intelectual y material
(cargando películas, limpiando salas, instalando bibliotecas, montando afiches, mirando
miles de metros de película en medio del frío y del polvo). Por eso este Premio de hoy.

Su secreto es el trabajo, de sol a sol, sin concesiones. Su secreto es la integridad a toda


prueba, su secreto está ahí, (su secreto es también la entrega de Norma, compañera de
siempre). Es verdad “aquí no hay trabajo despreciable, no hay privilegios”. Esa es la
lección mayor que todavía debemos aprender muchos del Premio Nacional de Cultura
1990.

25 de Noviembre de 1990

190
CUARTA PARTE

Juzgar y ser juzgado

191
CAPITULO XI

EL CURUL ELECTRÓNICO

JUZGAR Y SER JUZGADO

Hacer periodismo en democracia es un desafío quizás mayor que hacerlo en dictadura. O,


en todo caso, presenta dificultades diferentes pero fundamentales. En tiempos de
verticalismo el drama del periodismo es tangible y terrible; comienza por la censura o la
autocensura, pero puede continuar en la cárcel, en las torturas, el exilio y aun la muerte.
Se ha vivido en nuestros países y ha marcado a sangre y fuego a centenares de colegas
en el país que vieron sus vidas cortadas o radicalmente cambiadas por la decisión de un
coronel o un general, y la de más de un gobierno que optó por lo fácil y terrible, el silencio
de quienes no pensaban como ellos.

Difícilmente se puede pasar un trance peor que este. La única ventaja es que cuando las
convicciones son claras, el hombre íntegro del periodismo puede elegir. En el pasado y en
dictadura muchísimos optaron por la actitud valiente de no bajar la cerviz ante la acción
atrabiliaria y la fuerza de las armas.

En democracia y en libertad, la coherencia no pasa solamente por ser fiel a las


convicciones, sino sumar a estas la responsabilidad y la capacidad de administrar con
sabiduría el poder que se tiene. Es una verdad de Perogrullo que el periodismo tiene en
democracia mucho poder. Nuestra palabra, nuestra opinión, nuestras ideas, ejercen
influencia y, desde luego, afectan positiva o negativamente a los interesados.

En este mundo de hoy, en el que el principal tema de la agenda es la corrupción y la lucha


contra la impunidad y la mugre que parece asaltar por las cuatro esquinas a todas las
naciones del planeta sin excepción alguna, los medios de comunicación aparecen como
una atalaya a través de la cual la sociedad puede fiscalizar al poder.

Tremendo poder el que emana de ese rol que nos asignan o que nos asignamos. No
elegimos por nadie, apoyados frecuentemente en el poder económico de grupos sociales
de muy diverso origen con intereses específicos, los medios tamizan su propia opinión en
función de los intereses y las ideas que defienden, y en función de sus particulares
convicciones.

Nuestra palabra es importante, qué duda cabe, pero no es ni la última, ni necesariamente


la certera. Podemos creer en la verdad pero no somos necesariamente los propietarios de
la verdad, como probablemente no existe una sola verdad, en un contexto como el que
representa la contradictoria y compleja alma humana. No somos, no debemos ser jueces.
En primera instancia porque nadie nos eligió para hacerlo, en segunda instancia porque
salvo el poder supremo del cielo y el que, como es lógico, ha estructurado el hombre para

192
cumplir sus propias leyes, no nos es dable ese papel, quizás el más delicado de todos los
que se pueden ejercer, porque de ese juicio puede depender un destino.

En estos tiempos en que la tentación de ser juez es muy grande, y razones sobran para
que esa tentación exista, intentemos en una reflexión íntima, no caer en el inadmisible papel
de jueces.

Nos toca sí denunciar hechos, cuyas pruebas son contundentes, nos toca exigir
esclarecimientos y explicaciones cuando las irregularidades son flagrantes, nos toca
transmitir la preocupación y muchas veces el escepticismo y la decepción de una sociedad
que se siente traicionada por sus gobernantes, o en general por quienes ostentan el poder,
pero nos toca también la exigencia mínima de no lapidar a nadie, de no establecer
inocencias o culpabilidades que son tarea de los jueces.

Es fácil ser impune en una sociedad acostumbrada a una justicia comprable y torcible, pero
es también muy fácil el expediente sencillo de la acusación sin fundamentos ni pruebas,
que termina por poner en entredicho a cualquiera, al punto de invertir ese precepto sabio
de nuestra constitución que reza claramente que mientras no se pruebe lo contrario toda
persona es inocente. En consecuencia, no podemos llevar las cosas al punto que el
inocente deba probar su inocencia.

El tema, demás está decirlo, no es simple. En estos razonamientos hay siempre una posible
coartada. No hay una línea clara que determina nítidamente cuando un corrupto usa la
buen fe de los demás para alegar inocencia, y cuando se está hundiendo el honor y el
nombre de alguien.

Por ello me parece fundamental utilizar una norma única que no nos lleve al peligroso
puesto de juez supremo que no somos.

Este es un tiempo difícil, en el que las cosas se confunden. Un tiempo en el que nuestra
respuesta final será nuestra conciencia y nuestras creencias más íntimas, siempre y cuando
estas no nos acerquen al rol de Robespierre, ese implacable hombre pudo que llevó a la
muerte sin hesitar a miles y miles de seres humanos, para terminar finalmente cortado por
la misma cuchilla que administró con frialdad estremecedora.

La democracia en tiempos de corrupción nos exige una gran responsabilidad, distinta a la


de otros tiempos difíciles, pero esencial.

Multivisión No. 6 Marzo de 1994

CASO AREVALO: ¿QUIEN JUZGA?

El poder, lo sabemos todos, es un instrumento maravilloso, es también un instrumento


peligroso. El poder corrompe, y el poder total corrompe totalmente. Es algo que uno no

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debiera olvidar nunca, pero ocurre también que el poder embriaga y obnubila. Yo no tengo
poder, los medios de comunicación de masas, sobre todo en democracia, son un poder
nada desdeñable. El ejercicio responsable de la dosis de poder que cada uno tiene, es uno
de los desafíos mayores y una de las pruebas de templanza fundamentales para quienes,
por una u otra razón, desarrollan una actividad pública.

Si aceptamos que los medios son importantes instrumentos de fiscalización y que los
periodistas son un puente, una voz, un nexo, entre el poder y la opinión pública, asumiremos
que de hecho juegan un rol decisivo, tienen una gran responsabilidad y ejercen un poder
que, tal como van las cosas, corre el riesgo de convertirse en intocable.

Alguna vez dije en una entrevista que “las exigencias de lo que pasa en el país son tan
grandes en algunos aspectos que me he forzado a tomar una posición de juez”. Este es un
excelente ejemplo de como una determinada cantidad de poder obnubila, aún a quien hace
permanentes ejercicios para mantener la cabeza fría a la hora de opinar y analizar.

Uno no puede ni debe erigirse en juez de la comunidad, aunque haya momentos y


circunstancias en que la tentación de hacerlo sean muy grandes. Uno debe conocer sus
límites personales, intelectuales y jurídicos, y eso es algo que surge con nitidez cuando nos
tocan casos en los que el honor y el futuro de personas y familias enteras está en juego.

Cuando los seres anónimos que aún con nombre y apellido, no nos dicen nada porque no
los conocemos, o no son “importantes”, o, para decirlo claro, no forman parte del estrecho
círculo de poder político, económico y social que maneja el país del que, nos guste o no,
formamos parte; el drama se vuelve una anécdota tangencial, pero cuando aparecen
nombres y apellidos como Escóbar, *Anaya*, el cuestionamiento a propósito de la
responsabilidad se pone en el tapete.

Esa sola y terrible constatación me obliga a reflexionar sobre lo arbitrario e injusto que es
un sistema que alimentamos sin cesar, en el que la discriminación parte del sólo hecho de
juzgar el valor de un caso personal por encima de otros. Inevitable pero revelador de cómo
funciona esta sociedad.

El asesinato de Nelson Arévalo** ha tenido derivaciones insospechadas y muy graves. En


pocos días surgieron varios nombres a la luz y, muy pronto, importantes funcionarios
públicos, candidatos municipales y particulares dejaron de ser respetables ciudadanos para
convertirse en sospechosos no sólo de tráfico de influencias, extorsión y probable robo de
dinero, sino incluso de un asesinato. No es poco.

¿Cómo tratar una serie de acusaciones de esta índole? ¿En qué medida podemos aceptar
como buena la acusación por el sólo hecho de ir acompañada de unas grabaciones y
algunas fotocopias? ¿Cómo compatibilizar la responsabilidad de informar verazmente con
el tono y el peso de los crímenes que están en juego, y el daño que una eventual
equivocación o simplemente un falso cargo pueden generar sobre los acusados?

En este caso, me parece claro, no importa si los acusados son declarados culpables o
inocentes, lo que importa es que cualquiera de las dos opciones puede darse, y en el caso

194
de inocencia será muy difícil para quienes se vieron envueltos en el escándalo sacarse de
encima el baldón, el comentarios, el rumor, o la famosa frase de “si los acusan por algo
será”. Y ciertamente la posibilidad de que sean culpables, para quien espera el veredicto
mirando desde palco, son exactamente las mismas que la posibilidad de que sean
inocentes.

La forma de presentar la noticia, el sesgo en el comentario, la presentación de una parte o


de la totalidad de los elementos que uno posee, la forma de plantear las preguntas sobre el
caso, la mayor o menor insistencia en la mención de nombres, la omisión de la
condicionalidad, determinarán cómo se forma la opinión del lector, el oyente o el televidente.
Eso es tener poder, influir sobre el ciudadano en el momento clave en el que este forma
opinión sobre un tema, cualquiera que este sea. “Lo he leído en el periódico”, “Lo que
escuché en la radio”, “Ayer lo vi en la televisión”, “El periodista fulano dice que…”. Los
medios ocupan un lugar muy importante en la consideración del público. Hoy cuentan con
gran prestigio, más que otras muchas instituciones nacionales. La palabra de los medios
tiene, en consecuencia, un alto grado de credibilidad, y los periodistas, sobre todo aquellos
definidos como “formadores o líderes de opinión”, ejercen una fuerte influencia en la
comunidad. La tentación de juzgar es demasiado grande y demasiado peligrosa, la
tentación de usar el poder para el rédito personal es también muy intensa. Una palabra de
más o de menos puede dañar seriamente a una persona. Ahí está el desafío, no siempre
cubierto con la responsabilidad que se supone debemos tener. O, lo que es también cierto,
no cubierto porque simple y sencillamente el periodista no es un superhombre, y no siempre
acierta en su juicio, por muy honesta y responsable que sea su opinión.

El poder es el instrumento más delicado y peligroso que uno pueda manipular en su vida.
Usarlo bien es un rasgo de sabiduría, y como me comentaba un empresario de televisión,
inteligencia no quiere decir necesariamente sabiduría.

13 de Octubre de 1991

YO APOYO A…

El matutino “La Razón” ha decidido hacer público su apoyo a Ronald Maclean en las
próximas elecciones municipales de diciembre. A partir de allí, se ha abierto una saludable
polémica a propósito de la ética periodística y los alcances que los medios pueden o deben
tener en cuanto a la expresión de sus ideas políticas.

“La Razón” hizo su declaración de fe forzada por la denuncia de parte importante de su


cuerpo de redacción, lo que nos deja la duda de si lo hubiera hecho si esa denuncia no se
hubiese hecho pública, le caso es que un periódico decide abrir su juego y mostrarlo a
todos. Muchos se rasgan las vestiduras y lo consideran inadmisible, otros lo elogian
abiertamente, otros tantos simplemente se callan. Intentemos algunas reflexiones a partir
de ese hecho tan importante.

195
Para nadie es un secreto que los medios son instrumentos de poder, mucho más fuertes
cuanto mayor es la fuerza de la democracia. Los medios son además caros y por tanto de
difícil acceso a la propiedad, en consecuencia la mayoría de ellos pertenecen a persona o
instituciones muy poderosas, que, como no podía ser de otra manera, defienden ideas,
intereses y, en consecuencia partidos y personas. Los grupos de poder tienen periódicos,
canales y radios, y los usan para preservar el orden que les garantiza su supervivencia y
crecimiento, lo que no es necesariamente excluyente de un servicio a la comunidad
desarrollado en diversa gradación, de acuerdo a cada caso.

En otras palabras, no voy a descubrir el agua tibia si digo que los medios no tienen ni
pueden tener neutralidad, no son asépticos en el diseño de su línea editorial, toman posición
y tienen un marco ideológico como referencia. No podemos esperar, por ejemplo, que
“Precencia” vaya contra la doctrina social de la Iglesia Católica, que es su línea maestra de
pensamiento, como no esperaremos que “El Diario” defienda al marxismo.

Sobre esta realidad fundamental, ante la que parece ingenuo poner cara de sorpresa, es
que se debe mirar el alineamiento de “La Razón”, que sin medias aguas dijo al nacer que
defiende la democracia y la economía de mercado, que tiene algunos accionistas que
fueron ministros de estado del gobierno del Dr. Paz Estenssoro y que apoyaron también en
forma militante la candidatura del Lic. Gonzalo Sánchez de Lozada.

Pero voy aún más lejos. Cuando el Dr. Carlos Serrate Reich fundó Vanguardia
Revolucionaria 9 de Abril, usó su periódico el matutino “Hoy”, de un manera abierta para
respaldar su candidatura, y el periódico se alineó de forma más que explícita tras un partido
y tras una persona. Cuando Carlos Palenque Avilés, fundó Conciencia de Patria, su sistema
de radio y televisión (RTP) fue y es usado como un medio al servicio de un partido y de un
candidato de forma clara e inequívoca. Más aún, ni el Dr. Serrate, ni el Sr. Palenque dejaron
su actividad periodística: el Dr. Serrate siguió escribiendo editoriales y Carlos Palenque
continuó en la “Tribuna Libre del Pueblo”, ambos simultáneamente a su actividad como
candidatos de sus partidos. Que yo sepa ni en “Hoy” ni en “RTP” se produjo un rechazo de
los periodistas de esos medios, ni denuncias, ni nadie se rasgó las vestiduras, ni siquiera
se abrió una polémica sobre ética periodística en las organizaciones gremiales y sindicales
del periodismo, y a mi entender en los casos mencionados el compromiso de los medios
fue y es mucho más directo y militante, con el subrayado de que los candidatos son a la vez
propietarios y directores del medio, cosa que no ocurre en el caso de “La Razón”.

En suma, el respaldo al Lic. Maclean no hace sino decir de frente lo que todos sabemos, y
que en diferente medida ocurre en muchos medios, no en todos ciertamente, porque una
de las opciones es mantener independencia en relación a las candidaturas y a los partidos,
y hay quienes han asumido esa postura desde hace muchos años. “Presencia” es un
ejemplo de ello, y en lo personal es la posición que prefiero. La pregunta es ¿Está mal que
alguien diga en un editorial que apoya a un candidato? En mi opinión, y sobre la base de
lo antes mencionado, no. Primero, porque la realidad determina que los medios responden
a intereses; segundo, porque en Bolivia, como en otros muchos países, los medios
respaldan proyectos políticos, partidos y personas desde que surgió el periodismo entre

196
nosotros hace ya un par de siglos; tercero, porque tenemos casos muy concretos en que
ese tipo de respaldo se da desde hace años de forma más o menos subrepticia o abierta.

En un sistema de democracia como la que tenemos, genuinamente plural en lo político,


pero restringido al poder de grupos minoritarios, por razones económicas, no se puede
esperar otro tipo de comportamiento.

Siempre he compartido aquel razonamiento que dice que los medios ejercemos un poder
cada vez mayor sobre una sociedad que no nos ha elegido para ejercerlo. Esa realidad
nos obliga a ser mucho más responsables que aquellos a quienes el voto fiscaliza.
Sabiendo que eso nos permite licencias muy discutibles, me inclino por quienes plantean
de frente sus posiciones mucho más que por aquellos otros que predican independencia y
respalda, a sus intereses, sus partidos y sus candidatos.

En cuanto a los periodistas asalariados, creo que es tiempo de manejar un criterio común
y coherente. Si lo que “La Razón” hace parece una forma de coartar la independencia y la
libertad de pensamiento de los trabajadores de ese periódico, debe decirse exactamente lo
mismo y pedir un cambio de comportamiento a todos los medios que hacen desde hace
años algo similar.

10 de Noviembre de 1991

USTED TIENE ALGO CONTRA MI

Hace un par de días el Director Nacional de Migración renunció irrevocablemente a su


cargo. En la conferencia de prensa que convocó para comunicarlo, dijo que se vía forzado
a dejar su puesto por la campaña sistemática de desprestigio organizada en su contra por
los medios de comunicación de masas. Coincidiendo en fechas, se publicaron en algunos
periódicos cuatro solicitadas en contras de dos prestigiosos periodistas. Hace cuatro meses
un abogado y senador de un partido de la oposición que había cobrado 4.000 dólares para
atender un caso judicial del que luego se desentendió, llegó a mi oficina hecho un basilisco
reclamando por lo que, decía, era una calumnia inadmisible lanzada para desprestigiarlo.
Al día siguiente mostramos en pantalla el cheque por los 4.000 U$. El Dr. En cuestión no
apareció más. No dubitó un segundo para decir que lo calumniábamos pero, claro, no tuvo
la hidalguía de venir a excusarse por su cinismo.

El sistema democrático permite, entre otras muchas cosas, transparentar los hechos,
fiscalizar, denunciar, hacer conocer todo aquello que en las dictaduras se mantenía
herméticamente cerrado e inaccesible. Es probable que la democracia no elimine la
impunidad, pero por lo menos la evidencia, y ese es ya un gran paso, esencial para la
credibilidad en el sistema, aunque obviamente insuficiente. El pago siguiente y definitivo
debe ser labor de nuestro cuestionado sistema judicial.

197
A los periodistas nos toca bailar con la más fea. Si trabajamos responsablemente y
aplicamos al método y la investigación, seremos muy pronto los instrumentos de ese camino
a la transparencia. A través nuestro la sociedad se irá enterando de muchas cosas que se
mantenían tapadas y que, es evidente, afectan al poder y a los poderosos. El recurso fácil
entonces es decir que nos ocupamos del dictador enjuiciado porque lo odiamos, que
recordamos que muchos demócratas de hoy eran dictadores ayer porque somos unos
resentidos, que denunciamos corrupción en un determinado ministerio porque tenemos
intereses creados, o queremos específicamente hundir a ese ministerio, subsecretario o
director nacional o, más fácil aún, porque fulanito es de tal partido y como nosotros
apoyamos a tal otro…

La puerilidad de estos argumentos es tan increíble que casi uno no debiera dedicarte una
línea, sobre todo si la actuación de toda una vida profesional no fuese suficiente prueba de
cuáles son nuestras verdaderas intenciones. Pero es que sistemáticamente los afectados
apelan a lo mismo y afirman, a veces genuinamente compungidos: “Usted tiene algo, contra
mí”. Nada, absolutamente nada. No tengo nada contra Usted, es que simplemente su firma
y su sello aparecen avalando documentos irregulares, o cheques de los que usted se niega,
o loteos de terrenos del Estado que negoció como propios, o aval de cobros indebidos en
reparticiones que están bajo su dirección y un largo etcétera que llenaría varias líneas más.

Pero, además, ahora resulta que un periodista no tiene derecho a opinar enérgica pero
respetuosamente sobre un jefe político, un partido o una región. Por ese “delito”, el de
ejercer un elemental derecho humano y democrático, el de expresarse y opinar, la
respuesta es una serie de solicitadas que pueden calificarse sin temor, de terrorismo verbal,
de una agresión grave contra hombres de prestigio y honestidad de décadas. Todavía me
cuesta creer que alguien pueda escribir en ese tono insultante, denigrante, tan próximo a
las posturas fascistas de nuestras peores dictaduras. No dudo en el derecho de cualquier
ciudadano de discrepar con mis amigos y colegas Jorge Canelas y José Gramunt, pero
exijo que lo hagan guardando respecto para ellos y para los lectores, y me sorprende mucho
más que haya periódicos que acepten esos textos insultantes, no sólo para los aludidos
sino para una comunidad democrática como la nuestra. Quizá el haber aceptado publicar
esos documentos sea aún más grave que el haberlos escrito.

No es saludable entrar en un clima como este. Por un lado, la salida inadmisible de que
denuncias probadas se pretenden olvidar a título de “me odian”, por el otro, el ejercicio de
la amenaza, la declaratoria de “persona non grata” y otros recursos que demuestran simple
y sencillamente que aún no hemos aprendido algunas cosas esenciales.

La primera y más importante, es que el jefe debe asumir la responsabilidad que le toca y
no descargarla en los subalternos, esa responsabilidad implica, si la gravedad del caso lo
amerita, la renuncia, y en oportunidades también la posibilidad de un proceso, un juicio y
una sentencia. Lo contrario es lo más simple e injusto, descargar y diluir responsabilidades,
hasta concluir que el culpable de una acción ilegal es el portero de la oficina.

198
La segunda, es el respeto democrático a las opiniones de los demás. Si éstas se vierten
en el marco de la decencia (es el caso del que nos ocupamos), se debe debatir en el mismo
nivel ideas con ideas y no ideas con insultos.

Debemos terminar de una vez con apelar al papel de víctimas cuando no tenemos otro
recurso para justificar nuestros actos, y terminar también con el terror verbal cuando no
tenemos capacidad de debatir en el mismo plano en el que fuimos criticados.

23 de Febrero de 1992

EL CURUL ELECTRÓNICO

Cuando se concibió el parlamento o su equivalente en la democracia occidental, la idea de


la participación ciudadana estaba basada en la representatividad, el pueblo deposita su
confianza en el elegido para que este a su nombre legisle para todos y fiscalice al otro
poder, el que gobierna. La idea estaba sustentada en una elemental racionalidad, la
imposibilidad de la democracia directa que alguna vez intentó aplicarse. El concepto de
delegación del poder popular convertía a los parlamentarios en hombres poderosos, pero
en esencia depositaba en ellos la voluntad colectiva. Más allá de la evidencia de que ese
concepto se estrellaba y se estrella en su idealismo contra una realidad harto prosaica, no
se puede negar que se trata de la aplicación del sistema que más y mejor se aproxima al
derecho del individuo y de la sociedad a gobernarse a sí misma.

A partir del siglo XIX lo que había sido incipiente se convirtió en consistente, la influencia
de un nuevo factor que sería progresivamente decisivo en las democracias sólidas, la
prensa. Muy pronto, la influencia del periodismo apoyado en esa regla de oro democrática
que es la libertad de expresión, se convirtió en un poder fáctico de tal magnitud que fue
bautizado como el cuarto poder, mencionado al lado del ejecutivo, legislativo y judicial, el
trípode esencial del sistema democrático occidental al que estamos adscritos.

El desarrollo admirable y vertiginoso de la tecnología generó, sin embargo, una


multiplicación alucinante de los medios hasta inundar de una manera imposible de imaginar
hace apenas cincuenta años la faz del planeta. La intrusión de la cajita mágica de la
televisión en millones de hogares en el mundo y en nuestro país, cambió radicalmente las
relaciones entre el pueblo que elige y el parlamentario que lo representa.

Dos factores son los signos de ese cambio que pulveriza la vieja relación entre el pueblo y
el poder, el primero es que el parlamento deja de ser el hemiciclo de las cámaras como el
espacio de debate con una resonancia limitada a sus propias paredes, para multiplicarse
en el contraste cotidiano de las voces y las imágenes de los honorables a través de los
medios electrónicos, o a veces, en virtud de las transmisiones en directo de las reuniones
de las cámaras. De pronto, el espacio del debate del legislador y el fiscalizador se convierte
en una vitrina que se mira y se juzga, el elector accede mucho más que nunca en el pasado

199
a ese círculo hermético y lleno de arcanos en los que era posible una fácil manipulación de
la voluntad popular, forzando a un cambio de comportamiento, cuya lentitud no es óbice
para apreciar un salto cualitativo en la relación entre elector y elegido.

Pero el segundo y más dramático cambio es la transferencia del poder de la palabra, del
curul parlamentario al curul electrónico. La inserción de un estilo que, por lo menos, tiene
pocos precedentes en otras naciones, mediante el cual se transformó al presentador de
noticias de televisión o radio en alguien que opina, y que salta por tanto el estrecho marco
del que cuenta la noticia para convertirse en quien opina sobre el hecho y en algún caso lo
juzga, y en alguno más condena, ha creado un nuevo y poderoso protagonista de la
democracia.

La transferencia del rol es estremecedora. El periodista que aparece todas las noches en
el horario de mayor audiencia tiene un contacto directo e instantáneo con cientos de miles
de ciudadanos, es el sueño del diputado o del senador que, salvo excepciones, dice sus
discursos o expresa sus opiniones solo ante sus colegas. Aún subsiste la diferencia
cualitativa central, las decisiones del parlamento tienen fuerza de ley y deben cumplirse.
Pero tal como están las cosas, los representantes nacionales envidian el curioso privilegio
de esos supremos tótems de la información que cotidianamente expresan ideas cuya
influencia es muy importante en el electorado. La combinación del poder de opinar y el
poder de comunicar masivamente, más la participación del ciudadano en los programas de
audiencia global, puede convertirse en un coctel explosivo, sea en lo positivo o en lo
negativo por la vía de la manipulación o la conducción sesgada de opinión pública,
superando largamente la capacidad o posibilidad persuasiva del parlamento.

A pesar de la imperfección de nuestro sistema electoral que ha roto el lazo esencial del
elector con sus representantes, por la vía de la elección en paquete cerrado de los
parlamentarios, no se puede negar que la elección cuatrienal que hacemos, les confiere un
grado de legitimidad que no es equivalente al del periodista enfrentado a las cámaras todas
las noches. ¿Quién nos eligió? ¿De dónde nace la legitimidad de nuestra voz y de nuestro
poder?, y pero aún, ¿Quién nos fiscaliza? ¿Quién puede evitar que nuestros eventuales
excesos se consumen? ¿Quién recorta ese poder aparentemente omnímodo de los medios
y sus “símbolos”?.

Hemos conquistado por diversos caminos los curules perfectos, aquellos que la magia de
la electrónica transporta a miles y aún millones de hombres y mujeres a los que podemos
capturar con nuestras palabras. El sueño de la democracia directa toma un cuerpo
extraordinario cuanto riesgoso, con el transporte de la imagen de un punto a otro del país y
aún del continente. Conducida a miles de kilómetros en esos mágicos satélites que salpican
el espacio exterior, nuestra imagen bailotea en la pequeña pantalla en los lugares más
recónditos.

Ese nuevo curul conferido por obra y gracia de la tecnología, del poder de los medios de
masas, del dinero y por esa curiosa química que hace que alguien pueda ser creíble antes
los demás, goza de un discutible privilegio, cuya carga de responsabilidad es equivalente a
la fuerza de nuestra influencia.

200
5 de Septiembre de 1993

CAPITULO XII

ESTADOS UNIDOS: EL SINO DE LA DEPENDENCIA

ESTE PAIS TAN SOLO EN SU AGONÍA

“¿De qué crisis me hablan” Preguntó desafiante el Presidente en el balcón de la prefectura


de Potosí. Él lo sabía muy bien. El país entero le hablaba de la crisis de insospechadas
derivaciones que generó el nombramiento del Cnl. Faustino Rico Toro como Jefe de la
Lucha contra el Narcotráfico. Pero, como otras muchas veces, el Primer Mandatario
prefiere encerrarse en un mundo irreal, es del “país de ganadores”, que oculta detrás de
una cortina exitista meramente enunciativa y peligrosamente desprendida de la realidad lo
que ocurre en el mundo cotidiano y tangible.

Para quien haya leído “Requiem para una República” de Sergio Almaraz, los
acontecimientos de los últimos días le sonarán familiares. Debo confesar que cuando leí el
libro hace casi dos décadas, pensé para mis adentros que Almaraz exageraba un poco,
que no podía ser verdad aquello de que una llamada de la Embajada de los Estados Unidos,
o una reunión, o una carta, definieran de modo tan terrible las acciones de nuestros
gobiernos, pero no solamente es así, en realidad es mucho peor.

Los lamentables acontecimientos de los últimos días han desnudado de modo


incontrastable la inermidad de Bolivia, su extrema dependencia y la sobrecogedora frialdad
del Embajador de los Estados Unidos, Robert Gelbard, para, apoyado en el implacable
poder de su país, la nación más poderosa del mundo, dar las ordenes, instrucciones,
directivas o, aún peor, exigencias que considera oportunas y buenas para sus intereses, a
las autoridades bolivianas.

No tenemos posibilidad de decisiones autónomas, sea. Pero mantengamos por los menos
la dignidad. ¿Qué necesidad tenía el Presidente de verse obligado públicamente a remover
al comandante de la policía y al ministro del Interior, por añadidura su amigo entrañable y
personal de muchos años?. No solo eso, desatada la crisis insistió en negarla, afirmó que
se trataba de una sola renuncia. Respaldó primero a Rico Toro, luego a Capobianco, en
ambos casos tuvo que asumir las imposiciones del embajador…

Dados los acontecimientos, es tiempo de olvidar las formas y abandonar los eufemismos.
Si Mr. Gelbard ha decidido abandonarlas, hagamos lo propio. Quede claro que los Estados
Unidos de América tiene un solo principio, la defensa de sus intereses, que define como de
“seguridad nacional”. Como el señor embajador lo ha expresado varias veces en privado,
los temas vinculados a la producción y tráfico ilícito de estupefacientes, son asuntos de

201
“seguridad nacional” y, en consecuencia, la intervención directa en asuntos internos de
Bolivia no solo puede sino que debe hacerse. El principio de no intervención y el respeto a
la democracia son simplemente frases elegantes. El embajador sabe que las informaciones
publicadas en los últimos días en prestigiosos periódicos norteamericanos, se generaron
en La Paz y tiene como fuentes la propia embajada y la DEA, y sabe también que con una
frecuencia inusitada la embajada lanza comentarios y acusaciones veladas o abiertas sobre
decenas de ciudadanos bolivianos, y que muchas veces esas acusaciones contra el
ministro Guillermo Capobianco. Todos sabemos que el Presidente Paz Zamora fue
obligado a pedir la renuncia de Rico Toro, Carvajal y Capobianco sucesivamente, y que en
ello le iban las buenas relaciones con Washington, la ayuda directa de EE.UU. y, lo que es
más grave, el aval estadounidense en organismo tan decisivos como el FMI, el Banco
Mundial y el BID.

La embajada es muy escrupulosa para exigir esos cambios a título de corrupción y


vinculaciones con el narco que sean o no ciertas, marcan de modo humillante nuestra
dependencia, pero no es tan diligente para cuidar la defensa de la democracia, porque el
embajador Gelbard no solo no cuestiona, sino que respalda hasta sus últimas
consecuencias a oficiales estrechamente vinculados al golpismo en el pasado y muy
específicamente a autores intelectuales y materiales de secuestro al Presidente Siles, que
ocupan hoy cargos claves en el actual esquema de lucha antinarcóticos. Eso es una afrenta
a la Bolivia democrática y una prueba de una moral inaceptable. Si vamos a ser honestos,
reconozca la embajada que su único principio es el de la defensa de su seguridad interna.
“Son unos hijos de perra, pero son nuestros hijos de perra”. La frase es cruda y no es
precisamente de mi cosecha, fue dicha en el pasado por un alto funcionario
estadounidense.

No es el mejor espectáculo del mundo ver cómo la nominación de figuras destacadas en el


esquema antidrogas, depende del visto bueno de oficiales de la DEA, y en casos más
importantes, del visto bueno del embajador, antes que de la decisión de nuestros ministros
y nuestro propio Presidente.

Un importante político comentaba que muchos congresistas norteamericanos estaban


preocupados porque la obsesión del departamento de Estado por la lucha contra el
narcotráfico en el área andina, está poniendo en riesgo las democracias de la zona. Lo
ocurrido en estos días, parece confirmar plenamente esa preocupación.

Como boliviano esto me humilla y me duele. Si vale de consuelo, todavía me queda el


derecho de decirlo y protestar por esta constatación que encoge el corazón. Ojalá el
Presidente comparta que su error nos puso en este triste trance, y que eso modifique en el
futuro decisiones apresuradas e irreflexivas. En cuanto a Mr. Gelbard, tuve la oportunidad
otorgada por el azar de decirle con pelos y señales todas estas cosas de frente.

Como escribió Gonzalo Vazquez Méndez en un poema estremecedor “Este país tan solo
en su agonía / tan desnudo en su altura / tan sufrido en un sueño… se lo reparten todos /
sin piedad por su grito / con los oídos secos a su llanto / En este mi país / nacido para el

202
tiempo y la esperanza / hoy le queda tan solo / su huérfana ternura / su mestiza humildad /
su carne desagarrada y dolorida!...”

17 de Marzo de 1991

EL PODER TOTAL CORROMPE TOTALMENTE

Estados Unidos de América es, desde hace muchos años, la primera potencia del mundo y
desde hace algunos, la única superpotencia. Su crecimiento como nación, la construcción
de una sociedad pujante, trabajadora y responsable, apoyada en sólidos principios, hicieron
de ese pedazo de América un lugar de esperanza y de oportunidades.

Para América Latina, sin embargo, ese poder no fue precisamente una bendición. La
diferencia militar entre la gran potencia norteña y las naciones del sur, permitió, sobre todo
en América Central y del Caribe, una sucesión demasiado frecuente de intervenciones
militares desembozadas. A medida que crecía como potencia mundial, Estados Unidos
jugó un papel cada vez más importante en los asuntos de las naciones latinoamericanas,
hasta convertirse en una presencia por momentos asfixiante.

No era difícil percibir, por una historia común más bien traumática, que aquello de la no
intervención en asuntos internos de las naciones, era una buena frase, más que una
realidad, pero no es menos cierto que algún pudor permitía guardar las formas y no poner
demasiado en evidencia la desproporcionada distancia entre la nación más poderosa del
mundo y muchas de las más débiles del hemisferio Occidental.

En ese contexto, una de las tradiciones estadounidense más respetables, siempre por
encima de cualquier consideración ideológica, estaba en la Corte Suprema, cuya
credibilidad era universal. Sus decisiones fueron tomadas como modelo de ecuanimidad,
sus fallos marcaron jurisprudencia y su peso fue siempre y lo es ahora, especialmente
importante.

Por eso, la última decisión de esa Corte ha llenado de estupor al mundo y también a algunos
de sus miembros que se opusieron a avalarla con su voto. Se trata nada más y nada menos
que de legitimar el secuestro como una práctica aceptable, a título del interés supremo de
la sociedad. Así, cualquier ciudadano que sea buscado por la justicia de los Estados Unidos
fuera de sus fronteras, podrá ser apresado donde se encuentre y trasladado a territorio
estadounidense para ser juzgado, lo que es buen romance quiere decir ser secuestrado.
De ese modo, resulta que los norteamericanos gozan de extraterritorialidad para aplicar sus
leyes, prescinden olímpicamente de las leyes del resto de las naciones del globo, y
consagran como válido uno de los delitos más repudiables del mundo moderno: el
secuestro. Sufrido por cientos de seres inocentes que a veces murieron como producto de
esa acción. Por décadas Estados Unidos repudió y condenó el secuestro sin miramientos

203
y lo categorizó como una acción de terrorismo, ahora, porque conviene a sus intereses, lo
permite y lo santifica mediante una ley de su máximo tribunal.

¿Qué explica una decisión tan brutal, más grave moralmente que un hecho de fuerza? La
respuesta parece estar en el exceso de poder. Destruida la única fuerza militar que podía
contrastar el águila americana ésta se erige como la maquinaria bélica más poderosa que
haya conocido nunca la humanidad en su historia. La guerra fría parecía una pesadilla,
basada en el disparate supremo de la disuasión al costo de la fabricación de material cuya
capacidad de contaminación se mide por siglos. Hoy nos da incluso un dejo de nostalgia.
Parece no haber nada peor que el poder total sin contraste alguno. El pecado más grave
del águila es su soberbia, típico de quien está emborrachado por su propia fuerza.

Es muy conocido aquello de que el poder total corrompe totalmente. Algo de eso le está
ocurriendo a los Estados Unidos. Si una Corte de Justicia cree que la extensión factual del
poder militar expande automáticamente las fronteras de una nación hasta donde pueden
llegar sus misiles, sus portaaviones o sus soldados, es que ha comenzado a enajenarse y
hace suyo aquello de que “el interés supremo” lo permite todo. Como sabemos el “interese
supremo” no es otro que el que cada quien, en el mundo de lo subjetivo y lo arbitrario,
entiende por tal. Esa entelequia como aquella otra de la “seguridad nacional”, permite el
doble cero del célebre agente de la ficción que en este mundo loco de hoy es cada vez más
real. La licencia para hacer cualquier cosa, matar incluso, es típica de una cierta fase del
totalitarismo que se disfraza de legalidad corrompiendo hasta la institución más
transparente del sistema. Y no intento ni mucho menos insinuar que la Corte fue sobornada.
Es mucho más grave que eso, seis jueces de esa Corte han entrado en la lógica del poder
total, de los fines supremos de la sociedad que lo justifican todo, de la nación rodeada de
satélites cuya vida está justificada única y exclusivamente en función de los intereses de
una sociedad desarrollada, civilizada y sobre todo muy, pero muy poderosa.

En 1989, para no ir muy lejos, Estados Unidos invadió una nación independiente, su ejército
mató a 3.500 de sus ciudadanos y arrasó partes importantes de su ciudad capital, con un
solo objetivo, secuestrar a un hombre para llevarlo a su territorio y juzgarlo allí. Ese acto
incalificable que mostraba ya los excesos de la hegemonía, no tenía ningún respaldo legal.
Ahora lo tiene. Así, la nación más fuerte, se autojustifica e inventa los mecanismos de su
propia expiación.

Lo grave es que desde hace muchos años, el país que surgió a la vida por una revolución
apoyada en la sabiduría de los principios y las premisas de la democracia, viene perdiendo
crédito entre sus vecinos. Su discurso suena muy gastado. Por sus actos la conocemos,
ahora también por la destrucción de sus principios, y eso es ya un signo de enfermedad
social alarmante. Bien les vendría a los seis jueces de la Corte de los Estados Unidos
escuchar y comprender aquel célebre principio que dice “El respeto al derecho ajeno es la
paz”.

21 de Junio de 1992

204
ENTRE LA VERDAD Y LA DIGNIDAD

En una entrevista concedida al periodista Peter Jennings de la cadena ABC de los Estados
Unidos, el Presidente respondió una pregunta del periodista en términos que ni este mismo
esperaba. A la pregunta de si el embajador de la EE.UU. podía decidir la destitución de un
alto funcionario boliviano civil o uniformado. El primer mandatario respondió lisa y
llanamente que sí podía hacerlo. Jennings contrapreguntó sorprendido, subrayando que
era una respuesta de una gran franqueza y honestidad, si este hecho no era frustrante para
el Presidente de una nación soberana; Jaime Paz volvió a responder de manera inequívoca.
Más allá de si es o no frustrante, en los hechos ocurre así.

Como era de esperar la reacción no tardó en llegar, primero por la vía habitual, que el primer
magistrado había sido sacado de contexto, que se había distorsionado sus respuestas y
otras majaderías parecidas, al punto que hubo un conato de juicio al programa de Jennings,
que estaban dispuestos a iniciar incluso algunos empresarios. Luego, cuanto el fragmento
mencionado fue emitido y se comprobó que no había tergiversación alguna, vino la otra
reacción, la oposición en pleno protestó por lo que consideraba una declaración inadmisible
del Presidente, carente de la más mínima dignidad, no solo para su figura sino para el país.

En general, el Lic. Paz Zamora tiene la tendencia a la espontaneidad, suele expresar lo que
piensa, es impulsivo, no le gustan las cosas preparadas, a diferencia de otros jefes de
estado acepta sin remilgos las entrevistas y las acepta sin cuestionario previo, alguna vez
incluso “en seco”, sin siquiera una conversación previa. Desde el punto de vista periodístico
es ideal, desde el suyo tiene sus ventajas y sus riesgos. Este ejemplo es uno de ellos y no
el único que ha tenido que afrontar en su gobierno.

Lo notable de este caso es que todos sabemos que dijo la verdad, desnuda y descarnada
pero la verdad, no basada en una hipótesis, sino comprobada por toda la nación ante
hechos contundentes. En Abril de 1991 el embajador de los Estados Unidos Robert
Gelbard, obligó a la destitución de sus cargos sucesivamente, del Jefe de la Fuerza Especial
de Lucha contra el Narcotráfico, del Comandante de la Policía y para rematar con broche
de oro, del ministro del Interior, el tercer hombre del MIR, Guillermo Capobianco. Allí, Jaime
Paz se dio cuenta con quien trataba y la marca le quedó a fuego a él y a todos los bolivianos.

Que el gobierno se equivocó entonces, poniendo en evidencia nuestra inermidad y en el


piso nuestra dignidad es evidente, pero que lo más que podía haber hecho era manejar con
elegancia una decisión ya tomada por el embajador y que tenía que cumplirse si o si, no lo
es menos.

Que esto le ha pasado también a otros presidentes, nos parece también muy claro, la
diferencia quizás ha sido la discreción y un manejo más inteligente de presiones que se dan
todos los días, algunas de gravedad tal que afectan a un ministro de estado, y ciertamente
Capobianco no ha sido el único ministro defenestrado por un embajador.

205
Así están las cosas, ese es el grado verdadero de nuestra soberanía, esas las relaciones
de “mutua cooperación”, de “entendimiento” y “amistad” entre la primera potencia del
planeta y el país más pobre de Sudamérica, como se ocupó muy bien de subrayar el
programa de Jennings. Esa la independencia lograda después de la heroica revolución que
durante casi 16 años ensangrentó nuestra tierra en el siglo pasado. El Presidente lo único
que ha hecho es decir la verdad, que en un político no es usual, aunque lo que reclamamos
es siempre que la diga le caemos encima con toda la artillería si no la dice.

Las respuestas de Paz Zamora a Jennings debieran recordarse y quedarán como un


testimonio amargo de la realidad. En lo personal debo agradecer la espontaneidad del
primer mandatario, más allá de su inconveniencia y de la imprudencia que puede
representar dada la investidura del personaje, es el desencanto expresado con honestidad
después de la esperanza y la ilusión de hace más de veinte años, es la constatación de un
hombre que hace un cuarto de silo estuvo dispuesto a montar a Rocinante y enfrentar los
molinos del imperialismo, y que hoy, sentado en el sillón más importante de la nación y a
punto de terminar su mandato, reconoce que somos un país perdido en el mapa mundial,
débil como pocos, y a expensas de la más grande y poderosa potencia que haya
engendrado el mundo a lo largo de su historia.

Entre la verdad y la dignidad el Presidente escogió la verdad, no sé si hizo lo correcto desde


el punto de vista político, si lo hizo desde el punto de vista de su conciencia y eso no es
poco.

10 de Enero de 1993

¿SOCIOS O SERVIDORES?

¿Es posible desarrollar una relación razonable y de mutuo respeto entre los Estados Unidos
y Bolivia?. Todo parece indicar que no. ¿Porqué?

La primera y más elemental de las razones es porque Estados Unidos es la nación más
poderosa de la tierra, y Bolivia una de las naciones más débiles. La segunda, porque
Estados Unidos no confía en Bolivia, o para ponerlo más precisamente, el gobierno de los
Estados Unidos desconfía de las autoridades bolivianas, de su honestidad y de su
capacidad de llevar adelante sus compromisos. La tercera, porque más allá de las razones
para esa desconfianza, la mentalidad global de los estadounidenses en relación a Bolivia
es, en el mejor de los casos, de condescendencia, cuando no de cierto tono despectivo. La
cuarta, es el enfoque de los problemas. Como todo poder omnímodo es egocéntrico, mira
los problemas desde su perspectiva. El mundo según Washington no es el mundo real,
porque los intereses, los problemas y la visión de mundo norteamericano no son
necesariamente los nuestros.

206
Una relación basada en la monstruosa desproporción de fuerzas que existe y en la
desconfianza, no puede desarrollarse bien. Pero a la vez, un mínimo de sentido común nos
indica que debemos hacer algo por mejorarlas porque no solo son inevitables sino
necesarias.

La dignidad nacional y la soberanía tienen que conjugarse con la evidencia de que Bolivia
no puede prescindir del apoyo de los Estados Unidos. Su cooperación es vital para nuestra
economía; más aún, el visto bueno de los norteamericanos es indispensable para una
relación fluida con organismos internacionales claves como el FMI, el Banco Mundial y el
BID. En otras palabras, tienen la sartén por el mango, el mango y la hornilla para cocinarnos
si es menester.

No se puede dudar tampoco que en la lucha contra el narcotráfico (cuya existencia, poder
y nefasta influencia en nuestra sociedad está fuera de toda duda), la ayuda estadounidense
es esencial, por lo que significa en dinero, tecnología, cualificación y conocimientos
especializados. Sin ese apoyo, es poco probable que nuestras propias fuerzas pudiesen
enfrentar con mínimas posibilidades de éxito esa lucha. Pero una cosa es reconocer la
necesidad de ese apoyo y otra muy diferente es aceptarla en cualquier condición y a
cualquier precio. Desde el punto de vista de resultados la lucha global contra el narco es
un fracaso, aquí, en Colombia, en Perú, en Estados Unidos y en Europa. Las mafias
prosperan, el lavado de dólares es una práctica que comienzan por hacer los grandes
bancos transnacionales desde Nueva York hasta Buenos Aires, el consumo no disminuye
significativamente, la violencia aumenta y el negocio es floreciente. La testarudez en
mantener estas políticas es parte del drama. En Bolivia trae como consecuencia convulsión
social permanente y una injerencia que raya en la caricatura. La lucha contra el narcotráfico
en el país la condujo (¿y la conduce?) la DEA. El documental de la BBC que mostraba a
Ferrarone el jefe de la DEA en Bolivia y sus colaboradores indicándole cómo se iba a
realizar un operativo clave en el Beni al Gral. Añez, jefe de la FELCN, es altamente
ilustrativo. Las decisiones venían desde Washington, pasando por el comando Sur de
Panamá, hasta Bolivia, donde nuestras autoridades eran simplemente informadas. Los
agentes de la DEA (solo asesores, reza la coartada) participaron activamente en el
operativo, desde patear puertas, recibir parte de los oficiales bolivianos, hasta manejar todo
en el idioma de Shakespeare. Y por confesión propia el Presidente y su ministro del Interior,
afirman que en el tema (uno de los fundamentales de nuestra política exterior) no sabían
nada, no eran informados de casi nada y ¡no se sienten responsables de nada!.

El embajador Robert Gelbard decidió la renuncia del Ministro del Interior Guillermo
Capobianco, del Comandante de la Policía Felipe Carvajal y del Jefe de la FELCN Faustino
Rico Toro, contra la voluntad del Presidente. El embajador Charles Bowers, le envió una
carta al jefe del MIR Oscar Eid, prohibiéndole (el tenor de la carta es muy claro) la
participación de Guillermo Capobianco como diputado nacional.

El Presidente Jaime Paz Zamora le respondió al periodista norteamericano Peter Jennings


que si el embajador de Estados Unidos estaba en desacuerdo con algún nombramiento en
el gobierno podía forzarle a cambiarlo (como en efecto hizo). El Presidente Gonzalo
Sánchez de Lozada dijo el 9 de Abril pasado que “nuestra dependencia es terrible” y

207
mencionó que ésta se expresa en las presiones, entre otras, del gobierno de los Estados
Unidos. Son solo ejemplos de una realidad lacerante y humillante a la vez, provocada
frecuentemente por la falta de dignidad de muchos de los funcionarios que ocuparon y
ocupan puestos de responsabilidad en el gobierno nacional.

Pero veamos la otra cara de la medalla. En general, los bolivianos somos dados a echar el
fardo de las responsabilidades al otro. ¿La falta de confianza de Estados Unidos por Bolivia
es gratuita, o se debe a las probadas muestras de corrupción, ineficiencia e incumplimiento
de compromisos (muchas veces firmados bajo presión, hay que reconocerlo) de nuestra
parte? ¿Vistos los acontecimientos, la injerencia de Gelbard (brutal y descarnada, por otra
parte) en las tres renuncias mencionadas era gratuita? ¿No se debió haber evitado trance
tan humillante dejando de nombrar a un personaje como Rico Toro?.

La actitud soberbia de la embajada, su postura poco flexible y su conciencia imperial ya


mencionada, se combinan con la falta de decoro de muchos bolivianos que han contribuido
a que las cosas hayan llegado donde están. Como boliviano creo que debemos luchar con
dignidad por el respeto a nuestra vapuleada soberanía, pero a la vez tomo la palabra del
actual Presidente. Para que los demás nos respeten debemos comenzar por respetarnos
a nosotros mismo.

17 de Abril de 1994

MR. DLOUHY Y EL ESPÍRITU IMPERIAL

Me imagino que en la Roma de los Césares, los confines del imperio eran mirados desde
la magnífica capital con una mezcla de condescendencia y desconfianza. Quizás, sin
embargo, en aquellos tiempos más de un emperador tuvo que llegar hasta esas tierras
distantes que el mapa decía eran romanas, para consolidar la presencia del águila imperial
y eso les permitió conocer mejor a los “bárbaros” que combatían y derrotaban. Hoy, el
nuevo César tiene más facilidades para moverse de un lado a otro del mundo, pero América
Latina no es precisamente una de sus escalas preferidas, y muchas veces parece que la
distancia le impide comprender a unos vecinos que sufren el peso incontrastable del águila
imperial del siglo XX.

La nueva Roma (que frecuentemente aparece como bastante menos sofisticada que la
antigua) ejerce un dominio parecido, aunque (solo aparentemente) no a través de una
sujeción explícita de colonias, en las que hay una presencia militar sobre territorios
dependientes con gobernadores, jefes, tributos y leyes impuestos por la metrópoli.

¿Puede ese cuadro de situación tener una analogía en los días que corren?.
Elegantemente adobado con elementos formales como escudo y bandera propios,
Constitución y leyes, además de gobernantes elegidos libremente por el pueblo, el
panorama es menos distante del mundo antiguo de lo que nos gustaría.

208
El poder de la primera potencia del mundo es tal que no existe equilibrio posible con
naciones tan minúsculas como Bolivia (no lo hay siquiera cuando Estados Unidos se
relaciona con el Japón o la Comunidad Europea), ni aun suponiendo que los
estadounidenses pusieran su mejor voluntad para lograrlo (y no la ponen).

En la óptica de Washington la seguridad nacional es un término tan ancho que en él cabe


el mundo entero, igual que cabe un doble standard ético probado históricamente en el apoyo
incondicional a sangrientas dictaduras en América Latina, además de un largo número de
invasiones en nuestro continente sin el menor escrúpulo por el derecho internacional que
tantas veces invoca Estados Unidos.

A todo esto debe sumarse la evidencia de que los funcionarios de una nación que juega un
rol tan definitivo en la historia contemporánea, se contagian inevitablemente de un aire de
grandeza y superioridad tales, que cuando llega a un país pobre y débil del hemisferio sur,
adoptan una actitud de superioridad (no necesariamente coherente con su propio nivel
individual) y de poco disimulado desprecio por el funcionamiento de las instituciones y
personas que las manejan en el país. De allí a la prepotencia hay un paso, y Mr. Dlouhy,
agregado político de la embajada de EE.UU. en Bolivia, lo ha dado más de una vez en
meses recientes.

La embajada de los Estados Unidos ha puesto tantas veces en claro en los últimos años su
descarada injerencia en asuntos de política interna de Bolivia, que la herida infligida es muy
difícil de cerrar. Simple y sencillamente todos sabemos que el embajador de ese país, y lo
que es pero sus subalternos, hacen y dicen lo que les da la gana, y cada vez que las cosas
no salen como a ellos les gusta, acusan, advierten y amenazan directa o indirectamente a
la sociedad boliviana en su conjunto y santas pascuas.

Un país con una combinación de dignidad y un mínimo de autonomía (que Bolivia no tiene),
le hubiese pedido a Mr. Dlouhy que tenga la gentileza de dejar Bolivia y volar a los Estados
Unidos a ver si la Corte Suprema de esa gran nación requiere de algún asesor versado en
tratados de extradición. Pero el gobierno no se lo ha pedido ni se lo va a pedir. No sé si
en el pasado Bolivia le importaba menos a Estados Unidos, si nuestros gobernantes tenían
más sentido del decoro nacional, si nuestro pueblo era más combativo (por la mitad del ex-
abrupto comentado, el edificio de la embajada no se libraba de una “k’aleadura” y la bandera
de las barras y las estrellas de un baño de fuego), o si nuestra sensibilidad general estaba
menos encallecida, pero el caso es que nuestra actual relación bilateral, en estos términos,
es simplemente lamentable.

No se me escapa el hecho de que nuestras instituciones y funcionarios dejan con


demasiada frecuencia mucho que desear en su transparencia, honestidad e idoneidad
profesional. No se me escapa la alarmante corrupción, la ineficiencia y la poca credibilidad
de determinados estamentos, pero tampoco se me escapa el esfuerzo genuino de muchos
bolivianos desde el poder y desde el llano para modificar este estado de cosas. No es el
señor Dlouhy, ni por su carácter de extranjero ni por su carácter de diplomático, el más
indicado para venir a darnos clases de derecho, lecciones de moral y advertencias más o

209
menos veladas si no actuamos como la embajada desea que lo haga nuestra Corte
Suprema.

Una vez más me he visto obligado a escribir sobre un tema doloroso, que hiere mi dignidad
de boliviano, más que por el hecho en sí tan y tan repetido, por la amarga evidencia de que
vivimos igual o peor que en tiempos de la Roma Imperial, quizás con la única ventaja del
derecho al pataleo, que a estas alturas me sabe a muy poco.

8 de Enero de 1995

NARCOTRÁFICO, ¿TENEMOS LAS IDEAS CLARAS?

De vez en vez nos sacude una noticia que vincula al narcotráfico con la sangre o también
con la producción de la hoja de coca. Entonces, sale a flor de piel el terrible conflicto que
tiene la sociedad boliviana con el problema.

Por esas particularidades intrincadas que tiene nuestra estructura social, nos hemos librado
Los ejemplos del Perú y de Colombia están muy próximos como para tentar a la
comparación y el alivio de que, a pesar de la gravedad de nuestra situación social y de la
penetración profunda del narco en el tejido de la comunidad, los índices que se miden en
el sacrificio de vidas humanas son real y afortunadamente insignificantes. Pero en
ocasiones la sangre se nos enfrenta cara a cara.

Surgen entonces las razones. La presencia de la DEA y las presiones norteamericanas. El


grado de corrupción inocultable en determinados niveles de UMOPAR, los salarios
insuficientes frente a la capacidad económica de la mafia. Los abusos de UMOPAR sobre
la población civil aprovechando el poder ilimitado de sus cargos. Esa es una línea de
razonamiento.

La contradicción entre el valor cultural y sagrado de la coca con siglos de práctica y la


evidencia de que un altísimo porcentaje de la coca que se produce se usa para la
elaboración de droga. La erradicación forzosa sin opciones expectables económicamente
con productos sustitutivos. La dependencia cada vez mayor de vastos sectores
campesinos de esta producción. La importancia que tiene el dinero que produce esta
actividad ilícita en el funcionamiento de nuestra economía. La evidencia de que los países
productores cargan la responsabilidad moral del flagelo sobre las naciones productoras,
olvidándose de su propia y gran responsabilidad en la otra punta del ovillo. Esa es otra
línea de razonamiento.

Los últimos sucesos de Santa Ana de Yacuma * nos impulsa a insertar un tercer camino de
análisis (que no es del todo novedoso), que se relaciona con nuestra actitud como

*
Intervalos de la FELNC en el pueblo para capturar narcotraficantes, y acción de los vecinos que impidieron
el operativo.

210
colectividad y nuestra responsabilidad directa o indirecta en la existencia de un problema
cuya complejidad se revela muy nítidamente en las consideraciones hechas líneas arriba.

Como ya dijimos, todos sabemos que del 100% de la producción de coca, por lo menos un
80% se destina a la elaboración de cocaína en sus diversas formas. Los campesinos
productores de coca, en consecuencia, lo saben. Los narcotraficantes que saben a su vez
el grado de dependencia económica de miles de bolivianos de esta actividad coinciden (por
razones muy diferentes, claro) con los movimientos campesinos de defensa de la hoja de
la coca. Esa coincidencia ha vinculado más de una vez a dirigentes campesinos con
narcotraficantes lo que, con frecuencia, ha mezclado los intereses comprensibles y vitales
de los productores con los de la mafia en los enfrentamientos con las decisiones del
Ejecutivo, presionado a su vez por la urgencia de EE.UU. en acciones radicales, sin mayor
consideración en lo que de complicado tiene el tema. Este es un rasgo que debemos asumir
como real y tomar en cuenta cuando se plantean posiciones intransigentes de cualquiera
de las partes.

En el ámbito social, además, sobre todo en pequeñas poblaciones del oriente


(particularmente en el Beni), muchos narcotraficantes importantes y de los otros están
vinculados por familia con grupos influyentes de su región, o simplemente, están integrados
a la vida cotidiana de su pueblo, lo que a medida que las redes de la mafia crecen, ha
insertado en la vida diaria esta actividad como parte integrante de la comunidad. Dado el
poder económico de estos grupos y la influencia que ejercen a nivel local, la permisividad
es mayor y la flexibilización moral también.

Esto ha generado si no complicidad, tolerancia y una suerte de protección colectiva implícita


que se puede evidenciar incluso colectivamente cuando se produce una intervención directa
de las fuerzas de represión del narcotráfico. En las poblaciones pequeñas esta situación
colectiva se ve con mucha más claridad que cuando sucede algo similar en las ciudades
grandes del país.

No se trata aquí de hacer juicios de valor alegres y pontificaciones morales fáciles, menos
aún de generalizar el razonamiento a x ó y lugar de la nación. Es algo más. Es la honda
preocupación por constatar que el volumen económico y los intereses en juego son de tal
magnitud que las reservas colectivas de autodefensa están severamente minadas, más aún
en una sociedad tan pobre como la nuestra. En ese contexto es difícil tener las ideas claras
y mantener los valores morales sobre la cuestión de la droga incólumes. Es, sin embargo,
tiempo de aceptar la magnitud y la gravedad del efecto, no sólo en el tráfico y el consumo,
sino sobre todo en los mecanismos morales más íntimos de nuestra comunidad.

25 de Junio de 1989

COCA Y COCAINA

211
El Presidente ha tenido el valor de propiciar una campaña internacional para enseñarle al
mundo algo que a nosotros nos parece obvio, pero que fuera de nuestras fronteras no se
comprende. Que la hoja de coca no es sinónimo de cocaína, que en sí misma no es nociva
y que su vinculación gratuita con la cocaína, es profundamente dañina para la imagen de
Bolivia.

Lo notable del asunto es que, a pesar de que la legislación internacional incluye desde 1961
a la coca como un producto penalizable, lo que en los hechos la coloca en la misma
categoría que la cocaína, los bolivianos no habíamos tomado conciencia de esa
identificación que en el mundo es cosa normal. Para un extranjero una bolsita de coca no
es muy diferente de una de clorhidrato, es tan ilegal y clandestina como el tristemente
célebre polvillo, y tomarse una taza de mate es tan pecaminoso como “jalar” una línea nívea.

El asunto tiene sus bemoles, pues en la percepción externa, los productores de coca son a
priori tan delincuentes como los traficantes del producto elaborado, y no se considera la
tradición del consumo de la hoja por la vía del acullico o por la del mate. De ahí a mirar a
los bolivianos como una sociedad dedicada en pleno a la ilegalidad, hay un solo paso, y
además, se comprende porqué el concepto de desarrollo alternativo, se hace muy difícil de
dirigir.

La ofensiva presidencial ha sido respondida rápida y eficientemente por los Estados Unidos.
A la embajada en La Paz y a Washington, la iniciativa no les gustó, y les gustó menos aún
que el príncipe, la reina y el presidente del gobierno español tomaron mate sin complejos,
y apoyaran la posición boliviana internacionalmente. Como suele ocurrir en estos casos, la
embajada deja filtrar ciertos datos y diligentemente la poderosa, prestigiosa e intocable gran
prensa norteamericana, los hace suyos. Así, el Washington Post, publicó un artículo
lapidario en el que se afirma que el mate de coca tiene residuos de cocaína y que un análisis
en una persona que lo consume da positivo. El objetivo claro es desbaratar de raíz la
campaña presidencial.

No deja de ser una terrible ironía que el producto de los Estados Unidos más conocido en
el mundo se llame “Coca Cola”. Ese glamoroso símbolo del “American way of life” se llama
así porque la coca es un ingrediente importante de su famosa fórmula archisecreta. Primero
fue la coca con todos sus ingredientes, luego, a principios de siglo se “descocainizo”,
aunque miles de toneladas de la hoja sagrada de los incas han alimentado y alimentan la
planta de New Jersey que procesa el producto para distribuirlo en billones de botellas en
155 países del planeta. Usar la famosa “coke” (que es exactamente como se llama a la
cocaían en la jerga popular en EE.UU.) como emblema nacional no está mal, pero cuando
se refiere al ingrediente que dio origen a uno de los éxitos comerciales más fascinantes de
la historia, la benevolencia desaparece como por arte de magia.

Nuestro gobierno sabe que nada es gratuito y que el coloso cobra las facturas, ahora se la
quieren cobrar al Lic. Paz Zamora y al país. Pues bien, es tiempo de no equivocarse. El
primer apresuramiento fue darnos a todos la idea de que la publicación del “Post” era
incorrecta, y que decir que la coca tiene residuos de cocaína es una gran infamia. Parece,
sin embargo, que la tal infamia tenía una buena base científica y que en efecto en “mínimas

212
cantidades”, junto a otros muchos productos proteínicos y de otra índole, la hoja contiene
cocaína. Actualmente el Ejecutivo está a la espera de un informe oficial de la OMS que
confirme o no esa evidencia, pero ya la negativa oficial confundió a todos. Algunos
industriales bolivianos que trabajan en la industrialización de productos derivados de la
coca, confirman lo de la cocaína, lo que no quiere decir en absoluto avalar el sinónimo entre
ambos productos. Quiere decir que debe orientarse la campaña a destacar la cantidad de
los mencionados residuos y su efecto sobre el organismo, la experiencia milenaria de los
consumidores de mate, los efectos benéficos para las funciones estomacales y para los
trastornos provocados por la altura, el carácter estimulantes de bebidas legales como el té
y el café, que contienen ingredientes básicos como la cafeína y la teína, etc.

Lo fundamental parece, sobre todo, la determinación de una diferencia que solo podrá
lograrse demostrando que el mate de coca no produce ningún trastorno de comportamiento,
ni altera negativamente las funciones del organismo humano.

La batalla por la coca debiera terminar en la despenalización de la hoja en la Convención


de Viena. No es fácil lograrlo frente a una sensibilidad trabajada por décadas en las
naciones industrializadas, que han satanizado lo que fue un eje ritual de una gigantesca e
importante cultura mundial en el pasado prehispánico que, como bien dijo el Presidente en
Madrid, fue desnaturalizada por Occidente a través de la creación de un producto que ha
destruido a millones de personas a lo largo de este siglo.

No es justo endilgarle a la coca ese resultado, no es justo achacarle a dos o tres países, la
responsabilidad del daño de hoy. No es justo que los Estados Unidos bloqueen una
iniciativa que no pretende otra cosa que dejar las cosas en su lugar, sin que eso quiera
decir que se avale la producción excedentaria ni la certeza de que muchos productores
saben a dónde van sus cultivos o intervienen directamente en el proceso hacia la pasta
base o el clorhidrato. La campaña presidencial debe hacerse con la verdad en la mano y
con la fuerza de argumentos científicamente respaldados.

29 de Noviembre de 1992

“DIOS, PATRIA Y COCA – COLA”

Con este título, el norteamericano Mark Pendergrast ha escrito un brillante y erudito libro
sobre el producto más famoso del mundo (Vergara, Buenos Aires 1994, 535 pp.), que me
ha permitido hacer más de un fascinante descubrimiento sobre la bebida de la que, me
temo, soy adicto.

La historia de la Coca Cola está íntimamente ligada a la milenaria hoja de coca. ¿Qué le
debe Coca Cola a la hoja de coca?. Mucho más de lo que le gustaría reconocer. Uno de
sus dos ingredientes fundamentes y la parte más importante de su nombre. Con el tiempo,
el genérico de bebidas “colas” vale para todos o casi todos los refrescos gaseosos

213
existentes, pero el término Coca (Coke en inglés, con la sugestiva doble acepción para la
bebida y para la cocaína) es exclusivo e incuestionablemente identificatorio.

A la compañía Coca Cola de Atlanta esa evidencia no la hace muy feliz en estos tiempos
en que el gobierno de los Estados Unidos ha declarado guerra sin cuartel a la hoja de coca,
y por ello ninguna historia oficial del refresco menciona ni de pasada la relación de éste con
la hoja de coca, y afirma además que el nombre surgió de la combinación agradable de dos
términos que “sonaban bien”.

La historia real es muy distinta a la oficial, adecuadamente edulcorada por razones obvias.
Pendergrast relata que el inventor de la Coca Cola, el Dr. John Pemberton, conocido
farmacéutico de Atlanta y morfinómano para más señas, leyó en 1876 un artículo de Robert
Crhistison, Presidente del Asociación Médica Británica que, vigorizado por la masticación
de la coca, refería sus hazañas de escalador de montañas cuando bordeaba los ochenta
años. Pemberton se enamoró de la coca, coincidiendo con Sigmund Freud que terminó
adicto a la cocaína por vía intravenosa, y ¡el Papa León XII! bebedor empedernido del “elixir
de coca” comercializado por un corso.

El verdadero antecedente de la Coca Cola fue el “Vin Mariani” vendida por Angelo Mariani
desde 1863, que contenía una importante ración de hojas de coca. Su éxito fue
desbordante en Francia, Europa y Estados Unidos y se recomendaba en la publicidad como
bueno tanto para los niños como para los ancianos. Tres copas diarias del vino Mariani
contenían 2,16 granos de cocaína (un grano equivale a 48 miligramos), suficientes para
que alguien se sienta verdaderamente muy estimulado. El Papa León XIII que consumía
este vino en sus comidas le entregó a Mariani una medalla de oro por la contribución
benéfica de su “tónico”. Pemberton creó en 1884 el “French Wine Coca” que era claramente
una copia del líquido de Mariani. El Wine Coca fue su producto más exitoso hasta fines de
esa década.

El 29 de Mayo de 1886 se publicó el primer aviso de Coca Cola en un periódico, que la


anunciaba como “Refrescante, estimulante y vigorizante”, a salto de mata entre el remedio
y el refresco. ¿Pero qué contenía realmente la coca Cola inspirada en el “French Wine
Coca”?. Sus dos ingredientes básicos fueron los que la bautizaron; las hojas de coca
consideradas por Pemberton como una panacea y cuyo alcaloide derivado más importante
es la cocaína, y la nuez de cola africana originaria de Ghana y usada por los nativos de una
manera similar a la coca; se masticaba para obtener energía adicional y se consumía
también como afrodisiaco. El derivado fundamental de la nuez de cola es la cafeína (que
a diferencia de la cocaína se mantiene hasta hoy como parte de la fórmula).

La primera conclusión documentada de Pendergrast es que la Coca Cola tuvo cocaína en


su fórmula entre 1886, año de creación del producto, y 1903 (durante 17 años) cuando Asa
Candler, propietario de la firma, presionado por la imagen negativa de la cocaína (que en
pocos años se desprestigió hasta considerarse un flagelo) y las persistentes acusaciones
de que el refresco causaba adicción, pidió al laboratorio Schaefer de Nueva Jersey que
extrajera la cocaína a las hojas de coca antes de mezclarlas con su jarabe secreto. De
acuerdo al biznieto de Frank Robinson, inventor del nombre de la gaseosa, hasta 1903,

214
1.365 litros de jarabe contenían 4,5 kilos de hojas de coca, lo que dejaba 3,30 miligramos
de cocaína por vaso. Después de 1903, el propio Candler que defendió a muerte la cocaína
dada la importancia que tenía en su fórmula, negó incluso bajo juramente que su gaseosa
hubiese tenido alguna vez cocaína entre sus ingredientes.

Pero la coca sigue siendo fundamental. Sin hojas de coca descocainizadas simple y
sencillamente no hay Coca Cola. En 1943 en pleno desarrollo de la segunda guerra
mundial, la compañía usaba anualmente 453.000 kilos de hojas de coca (es el último dato
que Pendergrast revela en su libro sobre el particular). Podrá el lector hacerse una idea de
la cantidad de kilos de coca (según el autor comprada de plantaciones propiedad del
gobierno peruano, aunque en 1993 Bolivia exportó legalmente 181.440 kilos de coca por
valor de 540.000 dólares a la Coca Cola en Estados Unidos) que requiere hoy para fabricar
el jarabe de una bebida que según a E.J. Kahn autor del libro “The big drink”, tenía en 1993
un ritmo de consumo de ¡40.000 coca colas por segundo en el mundo!, cuando en 1960 en
Estados Unidos se bebían solo 40.000 cocas por minuto. El crecimiento de 1943 a hoy,
además de alucinante ha sido geométrico. Como puede verse la exportación de coca
descocainizada es legal. En Bolivia una sola empresa tiene esa autorización y, hoy por
hoy, hay un solo comprador interesado en ese producto en el mundo, la Coca Cola. Nunca
un producto penalizado mundialmente (suavizado o “light”, al eliminar el alcaloide “maldito”)
ha sido y es consumido por tantos miles de millones de seres humanos.

De acuerdo a Pendergrast análisis recientes del refresco detectan un residuo de ecgonina


son los dos principales alcaloides que contiene la hoja, de entre más de 14 sustancias).

A fines de los años setenta Roberto Goizueta (actual Presidente de la Compañía) como
responsable del departamento técnico, alentó las investigaciones del Dr. Andrew Weil que
quería lanzar un chicle medicinal sobre la base de la coca, y estuvo además a punto de
aportar 100.000 dólares para una conferencia internacional sobre la coca que finalmente
no se realizó. La idea era legitimar las hojas de coca para eliminar los prejuicios que Coca
Cola soportaba por su polémico ingrediente clave (conocido en la Compañía como el
producto No. 5). Pendergrast dice adicionalmente que una de las razones no explicitas
nunca que condujo a la New Coke, el fallido intento de cambiar el sabor de la Coca Cola en
1985, tenía que ver con una nueva fórmula que pudiera librar a la empresa de la hoja de
coca. El histórico fracaso de la nueva bebida obligó a mantener la vieja y exitosa fórmula
de Pemberton que hoy da la vuelta al planeta entero.

El error monumental de Coca Cola con la New Cole enseñó una lección básica a la
compañía. Algunas cartas de consumidores horrorizados por el cambio decías cosas como
estas: “Modificar la Coca Cola es como si Dios hiciera cambiar el color de los pastos”. “No
creo que me pudiera sorprender más el hecho de que ustedes quemaran la bandera de
nuestra nación”. El problema, descubrieron los expertos en marketing, no era el sabor. El
problema no residía en los estudios de mercado o en determinados grupos de personas.
La Coca Cola más que una bebida era un símbolo, una imagen. “El punto en cuestión”
concluye Pendergrast, “era Dios, La Nación y Coca Cola”.

215
El máximo símbolo universal de los Estados Unidos, el producto que ha extendido de
manera más definitiva al estilo americano de vida en el mundo entero, es paradójicamente
hijo de la hoja sagrada de los incas, que hoy Estados Unidos combate con el mismo
denuedo que inefectividad en los contrafuertes de la cordillera de los Andes. Esa es una
de las tantas ironías de esta vida que la Coca Cola no puede endulzar.

25 de Septiembre de 1994

CHAPARE: LA SIERPE SE MUERDE LA COLA

Hemos llegado a un punto en el que las buenas y las malas razones se entrecruzan, en el
que la producción mayoritaria de coca para hacer droga y las actividades ilícitas del
narcotráfico, se confunden con las condiciones sociales dramáticas y las reivindicaciones
de una comunidad acosada en su último refugio de supervivencia.

La historia del chapare es en esencia la historia de una sociedad pobre que busca métodos
para mejorar una condición de vida deprimente y deprimida. El problema del chapare, en
consecuencia, no es el de una región “ilegal” dedicada a la producción de drogas, sino la
de un país entero, cuya economía se encuentra en tal estado que esa zona será siempre
receptora de miles y miles de personas que buscarán allí no el paraíso imposible, sino el
refugio para una vida con alguna expectativa.

No nos engañemos, todos sabemos que juego se juega allí. Todos sabemos que la mayor
parte de la producción es excedentaria y que ese excedente se convierte en pasta y en
clorhidrato. Todos sabemos que una mafia floreciente se enriquece traficando esa droga
en los países más desarrollados del mundo y también, aunque en mucha menor medida,
en los menos desarrollados. La complicidad es una palabra inexcusable en esa marmita
gigantesca de más de 250.000 almas. ¿Pero es simplemente eso?.

Todos sabemos también que hasta ahora el método para evitarlo no funcional. Hay dos
puntas imposibles de doblegar en este combate perdido de antemano contra el narcotráfico.
La fundamental es la demanda. No es que sea posible la analogía con la economía abierta,
es que este negocio es esencialmente un ejemplo de economía abierta, en el que los polos
de la demanda y de la oferta, hacen posible un extraordinario negocio, y el viejo axioma de
que mientras haya alguien en alguna parte del mundo dispuesto a pagar buen dinero por
unos gramos de cocaína, habrá alguien en alguna parte del mundo dispuesto a fabricar
esos gramos, se cumple religiosamente, con lo que le circuito está completo y es perfecto
económicamente hablando. El otro ingrediente es casi tan terriblemente simple. Es un país
donde la pobreza extrema es real, donde hay áreas del país en las que el ingreso per capita
anual no llega a los trescientos dólares, habrá siempre mano de obra disponible para
engrosar las legiones que buscan la sobrevivencia en el Chapare, por la simple y sencilla
razón de que cultivar coca es un buen negocio, mejor que el que tenían en su lugar de

216
origen quienes están hoy en el Chapare. No olvidemos que la región rural de Bolivia está
entre las más deprimidas del planeta.

En este mar de pobreza, las dos soluciones empleadas no funcionan. Una de ellas es el
desarrollo alternativo. Nadie duda de los esfuerzos hechos, pero la relación existente entre
los dólares invertidos y los resultados obtenidos, es simplemente desalentadora. Los
proyectos que funcionan son pequeños y están aislados, y en la gran mayoría de los casos,
por una lógica incontrastable de economía liberal, el campesino preferirá la segura y fácil
coca, que el incierto producto alternativo, por sistema de cultivo, retorno rápido, precio
interesante y mercado seguro.

La otra solución, la represión puede también medirse en la relación inversión versus


resultados. La rueda del narcotráfico gira sin detenerse, un pez gordo sustituye al apresado,
una mafia lleva el vacío de la desbaratada, miles y miles de personas están dispuestas a
arriesgar el pellejo pisando coca o “bolleando”. No lo harían si el negocio no fuera rentable
para ellos. La precariedad de las viviendas, la cantidad de población flotante, demuestran
simplemente que muchos de quienes viven del circuito de la producción de la hoja invierten
su plata fuera del Chapare y no se arriesgan a construir en un lugar en el que su seguridad
y su futuro son un albur. Ellos están dispuestos a un riesgo rentable. Adicionalmente, la
represión, lo estamos viendo, genera un costo social de tal magnitud que no vale el
esfuerzo. El desgaste político del gobierno, el zarandeo de la estabilidad, la sensación
nacional de incertidumbre, la violencia latente y real, no valen el magro resultado obtenido.
Creer que la caída del precio de la coca producida por un operativo se puede mantener
indefinidamente es una ingenuidad. El miedo congela el precio por unas semanas, quizás
unos meses, pero la gente es ágil e ingeniosa y puede reacomodarse en cualquier
estructura y funcionar bajo nuevas reglas.

La movilización permanente no es inocente, porque el narcotráfico tiene sus redes en ella,


porque los grupos radicales en contra no del gobierno, sino del sistema, están dispuestos
a pelear en cualquier escenario, y el Chapare es, qué duda cabe, el escenario ideal. La
ceguera norteamericana que le ajusta las clavijas de modo insoportable al gobierno, o los
errores de este que no tiene las ideas claras, ayudan a la desorientación general. ¿Qué se
puede esperar de un gobierno que tiene tres ministerios y por lo menos el doble de
secretarías o direcciones vinculadas al problema?: Solo confusión. Nadie sabe de quién es
la responsabilidad, nadie sabe con quién se debe hablar, ni quien decide. El resultado está
a la vista.

Este es un peligroso círculo vicioso, en el que el bien y el mal no se distinguen ya, y lo que
es peor, en el que una estrategia probadamente ineficiente se aplica con un rigor
contraproducente que no ayuda a nadie.

Es tiempo de repensarlo todo, sin miedo. Es tiempo de que Estados Unidos deje la tozudez
y acepte rediscutir las cosas sin prejuicios y sin prepotencia.

4 de Septiembre de 1994

217
NARCOAVIÓN: PENETRADOS HASTA LOS TUÉTANOS

El árbol puede impedirnos ver el bosque: Ese es el peligro mayor cuando se politiza de una
manera tan obvia un caso como el del avión detenido en Lima con 4.173 kilos de cocaína.

Y aquí no se trata de plantear coartadas pueriles a las obvias responsabilidades que tienen
las autoridades de la FELCN ante el almacenamiento, carga y despegue libre de un avión
con el más importante alijo de cocaína de la historia del país. Se trata de ir al fondo del
problema que tiene, ciertamente, una de sus vertientes ligada estrechamente a la palabra
corrupción, pero que tiene también otras connotaciones no menos importantes.

Si los Estados Unidos hubiese deseado un argumento para demostrar de manera


inobjetable el cambio de carácter de Bolivia en lo que se refiere al circuito coca – cocaína,
ninguno sería mejor y más contundente que el que le ha otorgado el ya inolvidable vuelo
del viejo DC-6 de La Paz a Lima. Todo parece indicar que la vinculación boliviana con la
trama del narcotráfico internacional tiene ya un antes y después del llamado “narco avión”.
Ni a pedido se pudo escoger un caso más importante y más lleno de puntos oscuros que
este.

La conclusión elemental es que a partir de ahora será muy difícil sino imposible para el
gobierno de Bolivia (este o cualquier otro), insistir en que Bolivia es un país productor de
hoja de coca que está solamente en un punta del ovillo, ni siquiera vale decir que dada la
producción de coca cuya mayor parte se transforma en droga, que algunos o muchos de
los productores de hoja están ligados a narcotraficantes o de hecho lo son ellos mismos.
Ese cuadro es ahora insuficiente para explicar un solo envío de más de cuatro toneladas
de cocaína pura con destino a México.

Bolivia pasa en consecuencia a otra categoría, la de un país que produce la materia prima,
la elabora y refina, le da el terrible valor agregado que la convierte en cristal y la distribuye
al mundo. Eso implica dos cosas, la existencia de importantes laboratorios de refinamiento
en gran escala, lo que no es novedad si nos remitimos solamente a Huanchaca, y la
existencia de mafias de narcotraficantes bolivianos que sin intermediación se convierten en
distribuidores de la droga a países puente como México. El ministro de gobierno no ha
dudado en decir que en Bolivia hay un importante carte al que ha bautizado como “Cartel
de La Paz”. Sería ingenuo suponer que las mafias mexicanas y colombianas no operan en
Bolivia, detenciones e investigaciones del pasado confirman su presencia en el país, pero
está claro que en el caso del narcoavión el control de la operación lo tenían ciudadanos
bolivianos que manejaron esta acción delictiva – parte de una red bien organizada – con
una infraestructura notable y antecedentes que hablan por su frecuencia y dimensión de
una mafia poderosa y con ramificaciones insospechadas. Más aún, las características de
los protagonistas, de acuerdo a la información oficial, no responden a las ideas
preconcebidas sobre el tema. El cabecilla de apellido Pacheco es un hombre de algo más
de cuarenta años (exactamente de nuestra generación), de clase media acomodada, muy
bien vinculado socialmente (era líder de una sonada comparsa de caporales de la burguesía

218
sureña de La Paz) y con destacada formación académica fuera de Bolivia. Buena parte de
los detenidos responde a ese retrato robot.

Esta realidad corta todo el espectro de la sociedad boliviana, desde su base social más
popular hasta sus estratos más altos, demostrando algo que nos cuesta mucho aceptar
pero que los hechos confirman de manera terrible. Estamos penetrados muy profunda y
peligrosamente por el narcotráfico. Esto obliga a una nueva revisión de conceptos, como
lo que Santa Cruz tuvo que hacer tras el asesinato del profesor Kempff. La sociedad
boliviana no ha sido capaz de afrontar con rigor esta realidad, en parte porque no asumió
el problema como propio, en parte porque sus mecanismos de defensa son todavía muy
débiles.

No se trata de hacerles el juego a nadie, ni hacerse eco de las machaconas peroratas de


los Estados Unidos (país penetrado por el narcotráfico si los hay), se trata simplemente de
que hay que terminar con las justificaciones, las conmiseraciones y las buenas razones
ideológicas, tomar el toro por las astas y atacar con justicia en todos el frentes, los
productores de coca es uno de ellos, pero está lejos de ser el único. No vale hacerse a los
distraídos y seguir esquivando el bulto de una burguesía y una clase media corrompidas
por el consumo de drogas y el espejismo de la plata dulce, que permite aviones como el
que terminó malamente en Lima.

Y no olvidemos que para llevar adelante operaciones como la comentada es indispensable


la complicidad de los organismos de lucha contra el narcotráfico. Allí también hay algo que
huele a podrido y es prioritario, antes que en cualquiera de los niveles de la sociedad, hacer
una operación implacable de limpieza con sanciones que sean realmente ejemplarizadoras.

En este contexto es indispensable no enredarse en el juego de réditos políticos que


terminen por desnaturalizar el eje del problema. Que el gobierno asuma y pague las
consecuencias, pero que el país asuma su responsabilidad colectiva. Estamos en el borde
de un abismo de violencia y descontrol moral que todavía podemos evitar. Para hacerlo
comencemos por reconocer que estamos penetrados hasta los tuétanos por el narcotráfico.

24 de Septiembre de 1995

LA DEA, SIEMPRE LA DEA

Si usted hubiese nacido en esa extraordinaria nación que es los Estados Unidos y desde
chiquito hubiese alimentado su mente, su imaginación y su ego viendo películas hechas en
Hollywood con una lista interminable de héroes, interpretados por actores que van desde
John Wayne hasta Silvester Statllone, por los guapos de moda, y los hubiese visto salir
siempre triunfantes, poseer un alma transparente, ser generosos a pesar de su exterior
dureza, y si por añadidura fueran capaces de poseer una conciencia transparente y
honesta, probablemente hubiese terminado por creer en esos héroes producidos por el país

219
más poderoso y – no podía ser de otra manera - más justo del mundo, y creer también en
los valores que portaban. Casi siempre sus enemigos eran aliens (en 1979 los Aliens era
extraterrestres), es decir extraños, gente de otro mundo, podían ser sioux, nazis o
comunistas, con una característica común, eran malos e imbéciles por añadidura. Los
“jovencitos” salían siempre de los EE.UU., ganaban siempre y siempre tenían razón.

Estados Unidos se miraba a sí mismo como el paladín de la libertad y consideró siempre


que sus actos se justificaban en tanto llevaban la bandera de la libertad y detrás de ella la
Coca Cola y las Mcdonalds, el estilo “americano” (porque terminaron apropiadamente hasta
de un gentilicio que nos pertenece a todos quienes hemos nacido en este continente).

La estrella intachable del buen americano se fue apagando rápidamente en tanto EE.UU.
comenzaba a ser como todas las grandes naciones del mundo en el pasado, un estado
imperialista. Su vertiginosa y exitosa expansión, sobre todo a partir de 1945, culminó en
una política sistemática de injerencia en asuntos de otros estados a título de preservación
de un orden mundial y enfrentamiento al “peligro comunista” que era prácticamente la
encarnación de Satanás. América Latina sufrió esa acción desde mucho antes del 45 como
parte del “hinterland” norteamericano.

Pero las ilusiones se quebraron tras la desastrosa derrota en Vietnam y el costo interno que
el país tuvo que pagar. La inocencia se quedó en el sudeste asiático, pero la prepotencia
de los mecanismos de poder sobre el mundo arreciaron. Departamento de estado,
Pentágono, CIA, lo que fuera necesario se usó para seguir definiendo el destino mundial.
Caído el muro de Berlín, el demonio cambio de nombre, dejó de ser el comunismo y pasó
a ser el narcotráfico. Es que los estadounidenses no entienden nada sin competencia,
cuando no tienen contra quien pelear se inventan un enemigo, y evidentemente al
narcotráfico y las drogas son un enemigo muy serio que, mal que les pese, está mucho más
en sus propias entrañas que fuera de ellas.

La CIA dejó de ser importante (aunque, claro, no dejó de ser) y apareció la DEA.
Simultáneamente Bolivia pasó de ser un país miserable sin importancia a un país miserable
que produce materia prima para la droga y también droga ya elaborada. Y ¡oremos a Dios!
Llegó la DEA con sus agentes y sus ideas. Pasamos de dependientes a ultradependientes
(si cabe). Póngase Usted en el pellejo de esos agentes bien alimentados, bien entrenados,
mascando chicle y hablando un inglés con fuerte acento (incluso latino), con un salario que
multiplica por diez por cien el de su contraparte boliviana, cuya misión es ganar puntos en
Washington a cualquier costo y a cualquier costa, luchando en una verdadera misión
imposible contra el narcotráfico.

A estas alturas importa muy poco hablar de resultados, porque los resultados son malos.
Tan malos como que el negocio de la droga sigue creciendo boyante, ha penetrado las
estructuras morales de todos los países del mundo y especialmente las de Estados Unidos,
los consumidores en Estados Unidos son cada día más y punto.

Los agentes de la DEA no creen en la FELCN, no creen en los políticos bolivianos, no creen
en que Bolivia esté a la altura de su desafío y para decirlo claro, nos miran por encima del

220
hombro. Están convencidos de que somos un país corrupto y un país ineficiente y actúan
en consecuencia. No confían en las autoridades bolivianas y no solo eso, las escogen, les
ordenan y les indican como debe ser el trabajo. Si la embajada de los Estados Unidos veta
al ministro de Gobierno, este se tiene que ir, ni que decir del comandante de la FELCN y
sus subordinados. Dejémonos de vueltas, es así de simple. Lo sabe el Presidente de la
República y lo sabe todo el mundo. La represión contra el narcotráfico para por la DEA y
sus decisiones. Ellos nos desprecian (los más ilustrados nos compadecen) y actúan en
consecuencia. A Estados Unidos le importa Estados Unidos y desde su óptica quizás hace
bien, pero en lo que toca a Bolivia el asunto es desolador. ¿Y sabe porqué?. Porque en
Bolivia hay corrupción y hay ineficiencia. La desventaja es que corromper a un boliviano
sale más barato que corromper a un gringo y el hilo, como todos sabemos se corta por lo
más débil, y la ineficiencia tiene que ver con una cultura, una economía y una tecnología
que hacen las distancias insalvables.

Este gobierno y los anteriores y los que vendrán saben todo esto y asumen la humillación
como mejor pueden. Dan la cara hasta donde les da el cuero (en el pasado incluso más
allá del cuero que tenían) y aceptan estas terribles e indignantes reglas del juego, porque
a nosotros nos tocó pasar el sombrero y a ellos poner las monedas. Y salga el valiente -
desde el gobierno, porque desde el llano gritar es gratis – y póngale el cascabel al gato.

¿Quieren una hipótesis sobre el narcoavión?. La DEA quería que el avión llegue a México
para agarrar las dos puntas del ovillo. Alguien desde La Paz alertó a los mexicanos y la
DEA decidió, mientras el avión volaba que ya no tenía sentido y que se debía detener el
DC-6 en Lima. ¿Y la opinión de los bolivianos? ¿Who cares?

A usted le gusta este rol?. A mí me revienta. Pero ¿Who cares?

1 de Octubre de 1995

CAPITULO XIII

¿JUSTICIA PARA TODOS?

ETICA, MORAL Y POLÍTICA

El Dr. Wálter Guevara, hombre lúcido por donde se lo mire, me hizo una reflexión
extraordinariamente esclarecedora en un tema que, en este periodo democrático que vive
el país, nos parece crucial a todos los ciudadanos, la conjugación entre política y ética. ¿Es
la política el arte de ética? El expresidente me respondió categóricamente que no, pero no
precisamente porque crea en la piedra libre y en el transfugio como medio de supervivencia
política.

221
Hay que diferenciar, me decía, entre la ética como el sustento y la razón de ser de un
gobierno y la moral como actitud del político en el ejercicio de éste. La primera implica la
vocación y el deber de hacer buenos a los ciudadanos, conducirlos al ejercicio del bien,
ejercitar y obligar a ejercitar un código ético (religioso o no) como norte de la acción política.
Un gobierno o un político que piense así, conduce a experiencias terribles, el caso más
próximo es el del Ayatola Jomeini, que apoyo toda su fuerza como político en la ética (en
este caso el fundamentalismo islámico). En nuestra historia un hombre que creyó en esa
conjugación fue el severo dictador José María Linares, un fundamentalista a su modo que
entendió la política como una cruzada de moral y terminó amargamente, derrocado por tres
de sus ministros, entre ellos el argentino Ruperto Fernández.

En general, la ética en política conduce a gobiernos inflexibles y más de una vez


sangrientos. Los hombres de la ética en política suelen ser hombres puros y, en
consecuencia, implacables, Robespierre fue uno de ellos; muchas cabezas sucumbieron a
nombre de la pureza revolucionaria, hasta acabar él mismo debajo de la guillotina.

Hecha la precisión, es evidente que la naciente democracia boliviana está sedienta de


políticos honestos, moralmente inobjetables y capaces de hacer una obra decente y
coherente. Este es el otro tema. El político debe respetar las reglas morales que el sistema
impone. Unas son las de la Constitución, las otras, las del comportamiento personal en
base a la propia conciencia apoyada en las normas morales de la sociedad.

¿Es posible conjugar totalmente esos principios con los requerimientos de la lucha política?
Si somos realistas, no de un modo absoluto e incontrovertible. Más de una vez hemos oído
decir de los políticos más honestos (casi siempre los que están más lejos del poder) que
más les hubiera valido ensayar su futuro en la orden de los carmelitas descalzos que en el
tráfago azaroso de la política.

En la prueba de la negociación, del cálculo hacia el futuro, de las exigencias electorales, de


la medida entre el camino al poder (el objetivo de cualquier militante y partido político) y los
principios que a veces (quizás demasiadas) se interponen en esa ruta, es difícil suponer
que el personaje llegue incólume a la meta. Ni grandes demócratas que ejercieron el poder
como Roosevelt o Churchil, ni grandes revolucionarios como Lenin o Fidel, pudieron pasar
la prueba de la concesión, la manipulación, la maniobra, y en los dos últimos casos, la
sangre (culpable o inocente).

En la historia de Bolivia grandes políticos como Arce, Montes, Saavedra o Paz Estenssoro,
usaron en su vida instrumentos discutibles, violentos o abiertamente antidemocráticos para
la toma y el ejercicio del poder. La Política, actividad humana esencial, está teñida de eso
que Malraux denominaba la condición humana.

En este tiempo intenso cargado de aires de política que vive la Bolivia del 21060 y del
llamado “Acuerdo Patriótico”, la cuestión surge con toda fuerza. El fin no puede justificar
los medios. El transfugio descarado, el salto ágil de tienda a tienda de acuerdo al
oportunismo más obvio, las afirmaciones del patriotismo y vocación de servicio encubriendo
la mezquindad de la política como arte menor de supervivencia, la corrupción como norma

222
de comportamiento, son algunos de los elementos que nos llaman a exigir a nuestros
hombres públicos mayor honestidad y actitud moral, pero no pueden hacernos perder de
vista que no es ni posible ni necesariamente deseable exigir una pléyade de hombres puros
en el negocio público. La razón debe ser la medida de nuestra tolerancia, y sobre todo la
medida de nuestro juicio, para poder diferenciar a aquel que bebe de la democracia igual
que bebió de la dictadura, o que usa la democracia para beneficio propio, de éste que en el
camino al poder, para usarlo con un sentido de vocación de servicio, asume alguna actitud
o alguna acción no muy santa.

21 de Octubre de 1990

EN EL MAR DE LA CORRUPCION

Con la edad se aprenden muchas cosas, se madura, se mira la realidad de una manera
diferente a los años de la adolescencia, y también se pierden muchos sentimientos que con
el paso del tiempo se echan a faltar con nostalgia y un dejo de íntima tristeza. Se pierde la
inocencia y la ingenuidad, se pierde la capacidad de sorpresa y se pasan por alto cosas
que antes, se pensaba, eran inadmisibles.

A la sociedad boliviana le ha pasado mucho de eso a fuerza de mentiras, de falta de


escrúpulos, de cinismo, de impunidad, le han hecho perder casi por completo la capacidad
de creer y confiar. Desde muy jóvenes, una vez pasada la retórica cívica del colegio en la
que se nos repite insistentemente que debemos amar a Bolivia por encima de cualquier
consideración, nos damos cuenta de que nada funciona como debe funcionar. La
maquinaria del Estado (y también la privada) necesita “aceite”, y no vale la pena repetir aquí
lo que todos sabemos de memoria. Desde el trámite más nimio a la licitación más
millonaria, la coima juega un papel estelar, integrada ya al paquete de nuestra vida
cotidiana.

Constatada esa realidad incontrastable, comienzan las coartadas. Las individuales y las
colectivas. El ciudadano común piensa para sí que no tiene sentido intentar la honestidad,
porque hacerlo es apostar a perdedor. De vez en cuando, en una reunión social se atribuye
las virtudes de la honestidad que no practica y continúa luego aplicando el mecanismo de
pagar o recibir coimas, evadir impuestos (si puede y en general los poderosos pueden),
hacer doble contabilidad y, de acuerdo a su propio código, sobrevivir. El argumento
defensivo es bien sencillo: Todos lo hacen. Socialmente también hay razones
justificatorias. La corrupción no es patrimonio exclusivo de Bolivia, también hay corrupción
en Estados Unidos, Japón o Alemania. En este país roba todo el mundo desde hace
muchos años. Si se está en el gobierno, basta con recordar que desde 1952 la corrupción
se multiplicó y que los movimientistas son los maestros de la corrupción nacional y santas
pascuas. Atrás quedaron esos slogans desafiantes que se prefiere olvidar piadosamente
(“No robar ni dejar robar”).

223
Con esos magníficos argumentos todo el mundo se protege y, más aún, los unos hablan en
privado y se escandalizan, se rasgan las vestiduras y exigen probidad, los otros, de vez en
vez, declaran su decisión inquebrantable de luchar contra el flagelo y, lo que es más
notable, sin ruborizarse en lo más mínimo, protagonistas de un pasado nada santo y de un
presente más bien turbio, son los primeros en dar lecciones de moral y en lanzar amenazas
de decapitación masiva de ladrones.

La realidad, claro, es implacable. Como decía José Luis Tejada Sorzano ya en la década
de los treinta: “Donde pones el dedo salta la pus”. Inmigrantes chinos, negociados de
pasaportes, bolsas también chinas, pleito por la telefonía celular con posterior matrimonio
de los enemigos aparentemente irreconciliables, escándalo de las verificadora
internacionales con su consiguiente impugnación, administración al libre albedrío de los
bienes de COTEL, con intervención incluida, tan oscura como los antecesores investigados,
defensa a muerte del exquisito botín de la séptima ampliación, y más y más cosas que se
amontonan sobre el escritorio de las acusaciones, para no hablar del narcotráfico y sus
cañonazos millonarios de corrupción que tocan a casi todos, en la estructura de los
organismos de combate, en la justicia de modo más que dramático, en el seno de los
propios campesinos productores y un largo etcétera que involucra a la sociedad entera y
sus valores, y estremece.

Si a este menú le sumamos el ingrediente esencial de la impunidad, el resultado es


definitivo. Nadie cree nada en este país. Los medios de comunicación se cansan de hacer
conocer denuncias, impugnaciones, acusaciones que, salvando la tendencia irresponsable
que no se puede negar de los rumores y las acusaciones sin fundamento, quedan en la
más absoluta impunidad. A los protagonistas de los desaguisados les basta con tener
paciencia, mucha sangre fría y una piel gruesa y bien protegida de ataques de moralidad;
con suerte en un par de días las cosas se han olvidado o archivado, con mala suerte el
vendaval dura un par de semanas. Pero ¿alguien paga? A veces, muy de vez en vez, algún
desprevenido, en ocasiones funcionarios intermedios, de tarde en tarde algún responsable
de los grandes que casi siempre es liberado antes de sentir siquiera que estaba preso.

Quién puede creer en este país, sobre la base de estas terribles certezas que nos
acompañan día a día. La ley del sálvese quien pueda es la única que funciona. Entre la
pobreza real de muchos y la sinvergüenzura de otros, aquí vale todo (lo que no quita que
nos escandalicemos pudibundos de la trama “exagerada” de la telenovela de ese nombre).

La corrupción es hoy mayor que ayer y probablemente menor que mañana, y nadie hace
nada, o quizás sí, se contribuye, desde el gobierno y fuera de él, a que cada día seamos
más escépticos.

En ese contexto, las frases de efecto no son suficientes. A la corrupción no se la puede


combatir con un buen discurso. Y por ahora la impunidad es la norma. Preguntará algún
avezado: ¿Es que hay alguien libre de culpa para tirar la primera piedra? Es, ciertamente,
una buena pregunta.

2 de Septiembre de 1990

224
CORRUPCIÓN: LA TERMITA SOCIAL

La naturaleza humana es, como el origen de la especie, común y universal. Determinados


rasgos esenciales están presentes más allá de las culturas, las diferencias de desarrollo, el
uso de tecnología, e incluso la madurez alcanzada por cada sociedad. La posibilidad de un
comportamiento criminal o delictivo es la misma en cualquier medio y en cualquier lugar.
La corrupción, en consecuencia, es un fenómeno común en Estados Unidos, Suecia, Japón,
Alemania, Unión Soviética, Cuba, Argentina, Chile o Bolivia. En todas las sociedades del
mundo hay corrupción, corruptores y corruptibles.

La diferencia entre unas sociedades y otras, es la eficiencia de los mecanismos de control


y de castigo real sobre quienes actúan contra las leyes y la moral. Esa eficiencia reduce el
número y limita la generalización del mal en el conjunto de la estructura social, y con
frecuencia presenta evidencias tangibles de castigo. Tanto los humildes como los
poderosos (aunque mucho menos) son susceptibles del juicio, la condena y la cárcel. Si
delinquen o protegen a delincuentes, los presidentes son destituidos, los primeros ministros
renuncian, los ministros entran en prisión y la nobleza cae en desgracia. Eso ocurre, y
aunque sepamos que no es suficiente, también sabemos que la impunidad no siempre tiene
carta de ciudadanía.

Esa es la diferencia sustancial entre las sociedades organizadas y maduras y las que no lo
somos. En las naciones pobres, con sistemas democráticos muy jóvenes y, sobre todo,
con sistemas judiciales dependientes del ejecutivo y profundamente penetrados por la
corrupción, lo que no camina es precisamente el mecanismo de control, prevención y
castigo. La impunidad es total o casi total. Los poderosos (y no tanto) tienen casi la certeza
de que pueden actuar sin límites morales ni legales de ningún tipo.

Si a esa debilidad intrínseca (que es el desafío mayor para consolidar de verdad un sistema
democrático efectivo) le sumamos, como ocurre en Bolivia, el flujo monumental de dinero
del narcotráfico, tendremos el coctel perfecto para romper todos los diques de prevención
y de valores morales que una sociedad construye con tanta paciencia y dificultad. Si
aceptamos como ciertas las cifras que asignan entre 600 y 1500 millones de dólares el
dinero que el narcotráfico maneja en Bolivia, y recordamos que el país en su conjunto
exporta 940 millones de dólares (en ambos casos hablamos de cifras anuales), no
tendremos que hacer muchos esfuerzos para explicarnos el porqué de un proceso
geométrico de crecimiento de la corrupción en nuestra sociedad.

Y no se trata solamente de los hechos cotidianos de tráfico de drogas, de influencias, de


coimas millonarias y de enriquecimiento ilícito, además de la certeza de un aparato de
administración estatal profundamente penetrado por el mal; se trata de algo más grave, la
disolución de los valores morales que conformaban el código ético de nuestra sociedad.
Cuando uno se da cuenta de que es cada vez más difícil explicarles a nuestros hijos porqué
ocurre lo que ocurre, porqué los poderosos siempre están protegidos, porqué la brecha se

225
ahonda cada día, porqué los culpables no están en la cárcel y porqué lo único válido parece
afincarse en la parafernalia material de casas, automóviles, joyas, moda y adornos que nos
hace aparecer como mejores; nos damos cuenta también de que estamos en una crisis de
muy difícil solución.

La alteración del código tiene pues que ver con aspectos vinculados a nuestra propia
naturaleza, a la debilidad e inmadurez de nuestras instituciones básicas, a la presencia
aterradora de intereses multimillonarios ligados a una actividad ilícita, y finalmente, a una
visión de mundo carente de un sustrato espiritual compensador. Me refiero desde luego a
la filosofía de la economía de mercado, sus implacables reglas que no son compatibles ni
con la equidad ni con la justicia social. El secreto de un buen capitalista está en la falta de
escrúpulos y su escaso o nulo espíritu de samaritano. Para ganar el juego (y el lector sabe
lo que es jugar al Monopolio en el tablero de que refleja con mucha precisión esta filosofía
en la realidad) está claro que hay que trepar encima de los hombros primero y de la cabeza
después, de todos y cada uno de los competidores. Aplastar al prójimo es la única opción
del éxito.

La mezcla es explosiva. Aunque la solución neoliberal tiene que ver con la implacable
realidad del ineficiente estatismo, de sus también reales y terribles secuelas de corrupción,
de años y años de populismo demagógico que estuvo a punto de ponernos en el abismo,
no podemos menos que estremecernos por la lección amoral que está visión del mundo,
más la debilidad del sistema, más el drama del narcotráfico, está cimentando a nuestra
generación e incubando en la generación de nuestros hijos.

16 de Junio de 1991

¿MÁS CORRUPTOS HOY QUE AYER?

No es extraño que en el horizonte de la desesperanza en el que se mueve una sociedad


duramente castigada por una situación económica que no mejora, se alce descomunal el
dominio de la corrupción y de la inexistencia flagrante de la justicia.

La percepción general es que nos hundimos en un pantano de corrupción. Si a esto se


suma la idea, la mayor parte de las veces probada en los hechos, de que además los
grandes corruptos no están en la cárcel sino paseando por las calles o, lo que es más grave,
ocupando muy orondos altos cargos públicos y privados, el panorama es completo.

Se piensa por añadidura, que la corrupción crece cada día y que hoy hay mucha más
corrupción que ayer, que este gobierno es más corrupto que el anterior y que este país es
el ejemplo más vergonzoso de la corrupción y la impunidad en el mundo.

Sin que sirva de consuelo, en este como en muchos otros temas, no tenemos el dudoso
privilegio ni de la exclusividad ni de la superlatividad. El problema es universal y de él no

226
se escapa nadie, tampoco las ejemplares naciones civilizadas del planeta, ni siquiera los
experimentados y “respetables” políticos que dirigen los destinos del mundo desarrollado.
Negociados, coimas y sobornos, pasan de una frontera a otra, igual el Holanda que en
Japón, o en España que en Estados Unidos. Eso sí, los grados son distintos (aquí son
pigricias allí sumas realmente millonarias), la difusión del mal también (aquí es
generalizado, del portero hasta las más altas autoridades, allí en determinados estratos), la
sanción tiene otra dimensión (allí los primeros ministros renuncian y eventualmente van a
la cárcel, y los altos funcionarios están presos aunque tampoco en la proporción correcta,
aquí, en relación superior al 98%, la impunidad es reina indiscutida).

Tampoco creo ni que este gobierno sea el más corrupto de la historia, ni que hoy las cosas
estén peor que ayer. El robo, la estafa, la tendencia el delito, son parte inherente a la
naturaleza humana, y en tanto la sociedad tenga menos tradición de orden y legalidad, en
tanto sea más pobre, el problema se agudizará, es lo que nos ocurre.

La razón por la que da la impresión de que la inmoralidad rece se debe a mi entender a dos
razones, la primera está vinculada a un momento histórico en el que el individualismo, el
materialismo desenfrenado, la filosofía del consumo por el consumo, la necesidad casi
salvaje del éxito, conducen a posturas deshumanizadoras y esencialmente egoístas. Si el
éxito es material, es decir comprable, la avidez puede convertirse fácilmente en sinónimo
de corrupción.

La segunda razón es una virtud de la democracia, por paradójico que parezca. Hoy la
corrupción se percibe de modo más palpable porque el sistema que permite el
funcionamiento libre de los medios de comunicación, ha hecho pedazos la pared que
separaba al ciudadano de quien administraba el poder. Aquello que ayer se hacía detrás
de un grueso muro construido por la dictadura, el uso atrabiliario de la fuerza, la censura de
prensa, etc., hoy se tiene que hacer, mal que les pese a muchos, de cara al país, con la
fiscalización del Parlamento y sobre todo de medios de comunicación que están
cotidianamente detrás de las irregularidades que se cometen y que se cometieron. La
democracia ha dado lugar a la redacción y aprobación de leyes que, como la Safco, buscan
disminuir las oportunidades para la corrupción. Por todo ello, lo que ayer se escondía bajo
siete llaves, hoy está al alcance del conocimiento de todos, y esa es la razón por la que las
denuncias se multiplican y se conoce casi a diario algún escándalo.

Pero no será a través de una postura voluntarista que el panorama cambie. Solo una
profunda reforma del sistema judicial y de la propia Constitución permitirán lograr más
justicia y menos impunidad. Mientras tanto, no parece el procedimiento más sabio el
prejuzgar a propósito de lo que es más conveniente para condenar más rápidamente a
quien creemos culpable.

En las últimas semanas, al impulso de una fiebre purificadora que ha contagiado al país
entero, diputados, senadores, jueces militares y civiles, se enzarzan en una disputa insólita
que busca resolver algo notable, cual es el mejor camino para juzgar y sentenciar a algún
presunto delincuente. De ese modo, se prescinde de la razón central, el cumplimiento de
la ley, y se pasa a discutir si el cumplimiento de ésta beneficiará al supuesto culpable o no.

227
Así, por ejemplo, se impulsa el juicio ordinario, o el militar y se descalifica el juicio de
responsabilidades. Los argumentos transitan todo el espectro, desde las razones jurídicas
sobre la falta de tipicidad, hasta las más directas que apelan a que el juicio de
responsabilidades es muy largo o que arrastra no sólo a los ex – ministros sino a todos los
encausados, o que es imposible lograr los dos tercios para iniciarlo. Y eso es precisamente
lo que no se debe hacer. Si la ley nos gusta o no, está fuera de discusión, si está mal hecha
o es confusa, ese es precisamente el tema que debe conducir (y hasta hora no conduce) a
una inmediata reforma o cambio por la vida parlamentaria, pero mientras tanto, no nos
asiste el derecho de desechar las leyes que no nos gustan y aceptar las que nos parecen
más eficientes. Ese es un camino peligroso, ilegal y antidemocrático.

No sólo es grave ver la crisis moral, cuando se constatan delitos en todos los ámbitos, sino
cuando el título de buscar justicia, quienes tiene la mayor responsabilidad de cumplir y
respetar la ley suprema, son capaces, amparados en la mayoría, de respaldar la
transgresión de la Constitución. Cuando eso ocurre es que el sistema pierde pie en sus
mecanismos esenciales.

3 de Mayo de 1992

EL ESPERPENTO DE LA JUSTICIA BOLIVIANA

Ver a un ex – ministro de la Corte Suprema de Justicia de Bolivia recibiendo un soborno,


tras una explícita conversación a propósito de cómo torcer el fallo de la “justicia” para
favorecer a quien pagaba una suma determinada, nos estremeció a todos. Porque ocurre
que más allá de cualquier consideración posterior, no podemos olvidar que lo que mostró
la cámara de video oculta en la casa de José Antonio Ibarra, fue un acto de corrupción,
protagonizado por un abogado que había sido honrado durante más de un lustro con una
de las mayores responsabilidades que en la vida puede tener un jurisconsulto, un puesto
en la Suprema Corte de Justicia del país. La dimensión del hecho no puede perderse en el
enredo tópico de acusaciones y contracusaciones que se deriva de un caso como este. Lo
que el país entero sabe y practica en un sistema judicial totalmente podrido, salió a la luz
de un modo inequívoco. La experiencia cotidiana en pequeña, mediana y gran escala de
los estrados judiciales, se mostró descarnadamente, en su miseria, en su mezquindad, en
su crudeza, en su inenarrable inmoralidad. La tranquilidad con la que el diálogo transitaba,
mostró la devaluación absoluta del concepto del ejercicio de la justicia y del trato que un
tema cualquiera debiera tener cuando en él está involucrada nada menos que la Corte
Suprema.

Hace un par de años un juicio de responsabilidades a ocho magistrados de la Corte (uno


de ellos el mismo que estuvo sentado frente a Ibarra ejercitando la extorsión y recibiendo
el soborno), determinó un paso muy importante, la decisión de elegir por dos tercios de
votos del parlamento a los jueces de la Suprema, y eso llevó a la renovación de la mitad de
la Corte con personalidades de límpida trayectoria. Pero los hechos probaron que el cáncer

228
es muy profundo y que, o se renueva el poder judicial en su integridad o nada cambia. El
video Ibarra- Galindo así lo prueba. Porque más allá de lo que se diga post – factum, en
esa conversación el Dr. Galindo (sin sospechar siquiera lo que le vendría encima pocos
minutos después), hablaba inequívocamente de que el dinero recibido garantizaba un fallo
favorable a Ibarra.

¿Descubrimos algo nuevo?. No, lo confirmamos. El país entero funciona en ese mar de
corrupción, a nadie que va iniciar un proceso judicial se le ocurre ni remotamente que el
proceso irá adelante sin una adecuada “aceitada”. A nadie se le pasa por la cabeza que el
proceso será justo y rápido, salvo que se lo convierta en “justo” a través de un buen fajo de
billetes. Todo el mundo desde dentro de los juzgados y desde fuera de ellos, sabe que el
“precio” se tiene que pagar y se paga. Esa es la bazofia en la que se ha convertido el
sistema judicial boliviano.

Bolivia no será un país verdaderamente democrático hasta que se cumpla ese principio de
oro que dice que todos somos iguales ante la Ley. En consecuencia, no están en juego
una, dos o varias cabezas de magistrados, está en juego la democracia y su supervivencia.
Los acuerdos del 5 de febrero y del 9 de Julio no fueron suficientes, es más, no cambiaron
nada, incluso hombres de intachable conducta como por ejemplo el ex – presidente Siles
Salinas, se ven inmerecidamente mezclados en una Corte sobre la que, cuando menos,
hay grandes sombras de duda.

Cuántas veces hemos escuchado de personas e instituciones, comentarios amargados de


que tuvieron que ir a Sucre a “convencer” a uno o más jueces, el Fiscal, o que fueron
descaradamente extorsionados por altas autoridades de la Corte, cuántas veces hemos
escuchado hablar de danzas de miles de dólares para comprar nuestra justicia. Pero nadie
se atreve a hacer la denuncia públicamente (esa es la ironía). Tuvo que llegar un ciudadano
nicaragüense – estadounidense, de muy dudoso y cuestionable pasado y, quizás bajo
compromiso de protección de su embajada, prestarse a un operativo con participación
“técnica” de la embajada de Estados Unidos (¿cuándo no?), para desenmascarar un hecho
concreto que sirviera como punto de partida para un juicio que puede ser definitivo.

No quiero en esta oportunidad entrar en consideraciones a propósito del enredo que se


viene encima, y acepto un principio también esencial como concepto constitucional en
Bolivia, toda persona es inocente mientras no se demuestre su culpabilidad. Mal haría, en
consecuencia, en prejuzgar a las personas acusadas, salvo el caso del Dr. Galindo al que
el video mencionado lapida irremisiblemente. Lo que creo básico es no perder el elemento
esencial de esta trama, la puesta en evidencia de una lepra que nos está comiendo y a la
que hay que ponerle fin.

Decenas de casos actuales permiten cuando menos la sospecha (el descarado retraso del
fallo en el caso de los casinos es un simple pero también escandaloso botón de muestra).
Lo que hizo el Dr. Galindo no es una excepción sino una lacerante regla. De este
vergonzoso episodio debe por fuerza sacarse algo en limpio, la renovación indispensable y
vital del Poder Judicial desde la cabeza. Es imperativo que la Corte Suprema esté integrada
por un cuerpo de jueces absolutamente renovado, cuya probidad esté comprobada y que

229
sean por definición personalidades libres de toda sospecha, pero no solo eso, que estén
también dispuestos a jugarse por un cambio estructural de este edificio podrido que
amenaza desmoronarse sobre las cab4ezas de todos los bolivianos y de su democracia.

Este es el desafío central de hoy. Ojalá que los entuertos políticos, los intereses personales,
las vendettas y las imprudentes presencias de quienes siempre meten la cuchara más de
lo que deben, no desvirtúen esta oportunidad de oro para el país, un cambio de piel y de
columna vertebral de una justicia que es hoy un esperpento imposible de soportar.

24 de Octubre de 1993

EL SISTEMA FINANCIERO EN LA HORA DE LA VERDAD

La sociedad boliviana quedó estremecida con las imágenes de Marita Siles de Mazzi
entrando al edificio de la Corte Suprema de Justicia con el rostro cubierto y la cabeza gacha.
Pero las razones para ese estremecimiento fueron diversas; los unos porque asumieron
como un ultraje de clase el que una cosa así pudiese ocurrir. Sonaba a abuso, a
prepotencia, a ilegalidad, a inverosímil en suma. Los otros porque no parecía coherente
con la lógica de un país acostumbrado a que en la PTJ y en la Corte están normalmente
los Mamani o los Choque por cuantías relativamente menores, pero nadie que se recuerde
por un problema de veinte millones de dólares. ¿Puede ser cierto que se inicia un juicio a
la ex – presidenta de uno de los bancos más poderosos e importantes del país, a la
representante de una familia destacada de la alta sociedad local y heredera de un personaje
llorado por más de 3.000 personas el día de su entierro?. La sorprendente respuesta que
recibieron en los hechos fue que sí, puede.

Como siempre ocurre, el impacto por la dimensión de todo el entorno, por el contexto social,
fue brutal. La dimensión de las cosas vividas por miles y miles de personas encerradas en
la cárcel, por una par de gallinas, un cheque sin fondos, una estafa más o menos
importante, cambió. La indiferencia, la rutina implacable, poco proclive al llanto por esos
pequeños grandes dramas, se alteró por unos días. El país entero siguió por los medios
de comunicación las peripecias comprensiblemente dolorosas de una persona y una familia
ante un trance no soñado ni en la peor de las pesadillas.

El mensaje fue demoledor cuando, ante el lógico razonamiento de que la señora Siles se
convertía en cabeza de turco de procedimientos y hechos con antecedentes muy evidentes
en los que no se hizo sino tímidos saludos a la bandera, la justicia comenzó a funcionar en
otra punta. En menos de 24 horas teníamos, además cuatro prominentes detenidos
vinculados a los bancos Cochabamba y Sur, y una lista de más de una veintena de prófugos
que de ser habidos deben seguir el mismo camino, la prisión.

Una circunstancia determinada comenzó a revelar algo fundamental, caía, o por lo menos
comienza a caer, el mito de que si tocas un banquero tocas el sistema y eventualmente lo

230
hieres de muerte. Un razonamiento que concluía que proteger el sistema implica comerse
las irresponsabilidades o el funcionamiento ilegal, o el mal manejo, o los créditos
incestuosos, o la mala administración en determinados bancos (que no todos, por
supuesto). El desvanecimiento de ese mito hace temblar los cimientos de una lógica terrible
pero muy socorrida en nuestra sociedad.

Ni casa de brujas ni impunidad, reza un editorial de este matutino. Esa es la medida exacta
del desafío que plantea la catástrofe del BBA – IBC.

La tentación inmediata de un determinado sector es, equivocadamente, cerrar filas ante un


hecho tan incomprensible en cierta mentalidad como estas horas de detenciones insólitas
y manoseo de apellidos. No, la lección es apostar por el funcionamiento de un sistema
judicial que administre justicia y que demuestre que la coartada de la protección del sistema
tiene que ser sustituida por la realidad de que la mejor protección es saber que no hay más
impunidad, siempre y cuando se compruebe que en efecto se actuó impunemente. Así,
cuando usted decida mañana integrarse como accionista de un banco debe saber que la
inversión es un riesgo, que la buena administración es una obligación y que la legalidad es
un imperativo. Los síndicos deberán serlo realmente, los informes contables deberán
reflejar la verdadera situación de la entidad y la danza de los millones deberá respaldarse
con bases sólidas y no con juegos y malabares peligrosos que terminan por estallar.

Esta es una ocasión de oro para dejar al descubierto que la solidez del sistema puede haber
ganado infinitamente más con este sinceramiento que con el apaño sistemático. Será
bueno también debatir si la lógica de que el Banco Central salga al frente asumiendo los
huecos que dejan determinados bancos, es saludable y legítima o no, porque no parece
muy justo que mis impuestos sirvan para salvar la irresponsabilidad de quienes no supieron
o no quisieron manejar bien el dinero de sus depositantes. Habrá también, no se me escapa
el tema, que evaluar de veras (no en función de una complicidad más o menos consciente)
en qué medida el sistema puede o no ser afectado si no hay un respaldo del estado a los
ciudadanos que confiaron en uno u otro banco.

Será bueno finalmente, aprender la lección de que la famosa ronda de los créditos
“incestuosos” termina por ahogar en su compleja maraña a quienes los practicaron y los
practican basados en que este es un círculo sin fin en el que siempre hay una salida de
salvación por poco ortodoxa que esta sea. Ahora, parece, la salida puede ser la cárcel y
esa es una historia de color distinto que, gracias a Dios, comienza a preocupar a tirios y
troyanos. ¿Será por fin cierto aquello de que en Bolivia ya no se puede ser por siempre
impunemente poderoso?

6 de Agosto de 1995

CAPITULO XIV

231
¿NO HABRÁN MÁS PENAS NI OLVIDO?

17 DE JULIO: ¿NO HABRÁN MÁS PENAS NI OLVIDO?

Han pasado diez años. Recuerdo el estómago apretado y el miedo en un jueves por la
mañana saliendo precipitadamente de Radio Cristal, en el edificio contiguo a la sede de la
COB. El sonido lejano de los disparos y otra vez el miedo. No olvido el silencio de las
calles un día después, no olvido la sonrisa cínica del jefe de prensa del canal 7 presentando
la terrible entrevista entre Luis Arce Gómez y Juan Lechín, ni los titulares sombríos de los
periódicos el 16 de julio.

Pero no olvido, sobre todo, la lectura dos o tres días después en un quiosco de aquel 17 de
julio en plena plaza Pérez Velasco, de un escueto recuadro de El Diario en el que se daba
cuenta de la muerte de Marcelo Quiroga Santa Cruz, en “combate”. El estómago apretado,
hecho un nudo y una terrible sensación de vació quedaba como única respuesta a esa
breve nota contundente y brutal. No olvido la vergüenza y la ignominia.

Han pasado diez años de un día en el que se mezclaron muchas cosas de nuestra historia
para no olvidar nunca. Hoy, si miramos atrás, podemos sentirnos impulsados al optimismo.
Vivimos en libertad plena, sin restricciones, podemos hablar, podemos pensar y decir lo que
pensamos, podemos oponernos al sistema, podemos denunciar las cosas que están mal y
trabajar libremente por el proyecto político que nos parezca mejor para el país. Eso,
considerando nuestro pasado, es mucho y nadie nos lo regaló. Cientos de miles de
bolivianos, sobre todo aquellos que conforman lo genuinamente popular, pelearon por
conquistar ese espacio del que disfrutamos todos. Esta democracia imperfecta, criticable,
insuficiente, agobiante en sus fallas por momentos, es un paso gigantesco que hemos dado
como colectividad, tras los traumas y la sangre que arrastramos casi desde siempre. Es
algo que no podemos menos que agradecer. Definitivamente, a pesar de la crisis, la
pobreza, la corrupción y el narcotráfico, estamos mejor que en la mañana de ese 17 de
julio.

Sin embargo, muchas inocencias se perdieron en el camino, muchas de las cosas en las
que creíamos entonces se hicieron pedazos. La más importante, la capacidad sin límite de
tener fe. La envoltura y el corazón de la utopía se trizaron en el camino. Por eso, quizás,
el asesinato anunciado de Marcelo sea tan terrible, por eso el crimen cometido por García
Meza y Arce Gómez, colectivo por la usurpación de un país para sí, e individual por haber
cortado de un guadañazo despiadado la vida de un hombre como Quiroga Santa Cruz, es
más y más terrible cada día.

Marcelo Quiroga encarnaba la utopía, la fe, la posibilidad de creer en alguien, creer en su


transparencia y su honestidad. Estoy convencido de que miles y miles de esos votos que
en dos años se multiplicaron como en el milagro de los panes y los peces, eran una
afirmación de fe en el futuro, de certeza de que ese hombre era de una pieza y que estaba,
como lo estuvo, dispuesto a todo en función de sus ideas. Y eso, en Bolivia es mucho decir.

232
Más allá del marxismo, de las nacionalizaciones de todo y de todos, del mundo blanco y
negro que implicaba una visión como la que encarnó el líder del PS-1 en esos años
triunfales y triunfantes de la izquierda, estaba el hombre en su totalidad, íntegro, definitivo
en su palabra y admirable en su valentía, por él votaron. Ese paradigma quedó trunco como
cuando el rayo parte el cielo en dos y tras él llega la noche en pleno amanecer.

Han pasado diez años, estamos más encallecidos, creemos menos y esperamos menos.
Los hombres prácticos han sustituido sino derrotado a los hombres utópicos, barridos por
una ola neoliberal en la que, como dice la Iglesia, no anidan los valores, ni la ética, ni la
esperanza. Tan abierto como el mercado de dinero, está el de los espíritus que se subastan
antes siquiera de que uno se haya detenido a pensarlo.

El precio de la democracia que pagaron los presos, torturados, muertos y exiliados en estos
últimos cuarenta años, ha sido muy alto. Nadie ha llegado a donde hoy estamos con el
cuerpo intacto, muchos girones se han quedado en el camino. Uno de ellos, de los más
dolorosos, quedó en el mañana del 17 de julio, cuando una vez más, la última hasta hoy, la
sinrazón y el disparate se hicieron del poder, confiados en un reinado atrabiliario de por lo
menos veinte años, que terminó hecho pedazos apenas dos años después.

Tenemos la democracia y hay que congratularse por ello. Pero, ciertamente, tenemos una
sociedad tan injusta como hace diez años y las almas tocadas por el cinismo. Ese es el
combate de hoy. Afrontarlo así, sin hombres como Marcelo Quiroga Santa Cruz, es mucho
más difícil.

Me pregunto diez años después, si seremos capaces de demostrar que ese hombre y otros
muchos murieron realmente por algo que valía un precio tan alto como la vida y la libertad.

15 de Julio de 1990

USTED NO TIENE DERECHO

Hace un par de días recibí un llamado telefónico de la hermana del Gral. Luis García Meza
que en tono respetuoso pero enérgico me dijo que yo no tenía derecho a ensañarme con
su hermano y manchar reiteradamente el apellido García Meza, que no sólo lo llevaba su
hermano sino una familia muy grande y diversa. Quién era yo – me preguntó – para
pontificar y juzgar a alguien que como el expresidente es todavía enjuiciado por la Corte
(paradójicamente puesta en el banquillo de los acusados a su vez por el Senado Nacional),
y en consecuencia, aún no sentenciado.

La conversación sacó a flote una serie de reflexiones que siempre me hago a propósito del
papel que juega un comunicador que opina, hace juicios de valor e influye en un
determinado número de ciudadanos que siguen su trabajo. Y la respuesta al clamor de la
señora García Meza no es fácil, porque implica varias consideraciones de tipo ético.

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La primera de ellas, es que es muy difícil que los directa o indirectamente involucrados y
afectados por un comentario o una opinión, acepten que una determinada crítica está
absolutamente desvinculada de cuestiones personales. No he conocido personalmente al
Gral. García Meza y, por tanto, no tengo ninguna opinión sobre él como individuo. No es
rencor, ni cuentas pendientes, ni sentimientos íntimos de mezquindad los que me mueven,
es simple y sencillamente la obligación como boliviano de que a partir de un caso específico,
el de una dictadura que usurpó el poder, que cortó radicalmente las libertades ciudadanas
y muy especialmente la libertad de expresión de los medios de comunicación de masas y
que finalmente es responsable de la pérdida de varias vidas, entre ellas las de destacados
líderes políticos, se debe buscar un juicio y una condena en el marco de la más estricta
justicia para que estos hechos no se repitan. Cuando el juicio se prolonga, el acusado se
fuga y la sentencia no llega, es un deber promover que su desarrollo comprometa la
voluntad de quienes pueden ayudar a que las cosas se lleven rectamente para culminar un
proceso de importancia capital para nuestro sistema.

La segunda, que a pesar de los riesgos, es inevitable el juzgar determinados actos y


condenarlos, porque el compromiso real con la democracia y con la lucha por un destino
mejor para nuestra comunidad, pasa por una toma de posición, en la que no se pueden
hacer concesiones, siempre y cuando uno trate por todos los medios de ser consecuente
en sus actos con todo lo que dice.

La tercera, porque aún antes de la llamada telefónica me he preguntado sobre las


consecuencias que esa repetición inexcusable del tema y del personaje que, por añadidura
es prófugo de la justicia, tiene sobre la familia, particularmente los hijos y los hermanos.
Incluso es cierto que uno mismo se forma un prejuicio en torno al tema y tiende a globalizar
la opinión sobre el personaje y hacerla injustamente extensiva a la familia, que puede o no
compartir el desempeño del padre y el hermano en la vida pública.

Todos estos aspectos están presentes en mi ánimo, no sólo en el caso al que me refiero en
esta columna, sino a otros muchos. Pero en última instancia y a pesar de los riesgos, creo
que el camino escogido es el más pertinente. Como periodista creo tener una obligación
en primerísima instancia con la comunidad para la que trabajo, y si debo consideraciones
humanas a Luis García Meza, mucho más se la debo a un país que sufrió su dictadura, a
centenares de presos que sufrieron vejación y torturas, a decenas de mineros que murieron
combatiendo la dictadura, a Marcelo y a los mártires miristas asesinados por las fuerzas
paramilitares y del Ministerio del Interior de entonces… Ellos también tienen familias que
han sufrido y sufren, no sólo por la mención insistente de un apellido ligada a acciones
reprobables, sino por dolores y vía crucis sin cuento y, en muchos casos, por la pérdida
irreversible de la vida de sus seres más queridos.

A pesar de todo, debo confesar que me pregunto si tengo derecho a decir lo que digo, y a
opinar lo que opino con el privilegio de la tribuna y el espacio que me conceden medios de
comunicación masiva como la televisión y el periódico. Sólo puedo apelar a mi conciencia
y tratar de actuar siempre en consecuencia con ella.

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Desde luego, debo agradeceré el llamado de la señora García Meza, que me ha obligado
a detenerme en el camino y reflexionar sobre una cuestión tan importante en lo que toca a
mi responsabilidad moral como periodista.

23 de Diciembre de 1990

UN FALLO PARA LA ESPERANZA

El 10 de Octubre de 1982 el pueblo boliviano conquistó la democracia con su sangre y su


fe. Fue un día extraordinario cuya dimensión crece y crece a medida que el sistema se
consolida y madura. Pero entonces quedó un cabo suelto, una espada de Damócles sobre
la cabeza de la nación. La sombra de la dictadura seguía presente en el subconsciente
colectivo, prendida en nuestras almas a fuerza de repetirse, a fuerza de ser una constante
encarnada en la historia. El 15 de Abril de 1928, cuando una bala estuvo a punto de costarle
la vida al Mariscal de Ayacucho y en los hechos le costó la presidencia, fue el comienzo de
un drama rutinario de cuartelazos, cuya última página se escribió el 17 de Julio de 1980.

El país necesitaba el exorcismo y la expiación, necesitaba demostrarse a sí mismo que era


capaz de cumplir y hacer cumplir la ley. Había que romper el círculo vicioso del
escepticismo y la consagración de la impunidad como algo inherente a nuestra
idiosincrasia. Por eso el Juicio de Responsabilidades instaurado oficialmente por el
Congreso en Febrero de 1986 contra el ex – dictador Luis García Meza y sus colaboradores,
tuvo una trascendencia que superaba incluso la especificidad de los nombres de los
acusados y los detalles de las acusaciones. Se puso en juego la supervivencia de la
democracia. Se buscó demostrar que la democracia era capaz de protegerse sin usar los
mismos métodos atrabiliarios típicos del terrorismo de estado a los que se habían
acostumbrado los dictadores apoyados en la fuerza de las armas. Nunca nuestra justicia
había podido salir airosa a la hora de los grandes juicios, que pusieron en el banquillo del
acusado a dignatarios de estado por una u otra razón. Ningún Presidente por graves que
fueran los atropellos cometidos había respondido de sus actos ante Bolivia. La sedición y
la usurpación del poder, por el contrario, se consagraron como una forma corriente de
acceder al mando.

Paradójicamente para los violentos y prepotentes, la misma voz que acusó sin éxito, el
General Hugo Banzer Suarez y su gobierno de siete años, fue un aliento permanente a la
hora de juzgar y sentenciar a quienes la habían acallado brutalmente. Doce años, nueve
meses y cuatro días después, los responsables del asesinato de Marcelo Quiroga Santa
Cruz, recibieron la pena máxima que contemplan nuestras leyes, treinta años sin derecho
a indulto.

Para que ese fallo que queda para siempre en la historia brillante y esperanzada de Bolivia
fuese posible, tuvieron que ocurrir muchas cosas. La primera, que la sociedad necesitaba
desesperadamente creer en su sistema judicial. La segunda, que era tiempo de que la

235
impunidad desaparezca, que se obligue a las personas a asumir ante el país la
responsabilidad de lo que han hecho. La tercera, que se rompa esa falacia tras la que los
culpables han pretendido siempre escudarse, aquello de que lo que se hace es por
revanchismo, venganza y resentimiento. La cuarta, saber que fue la voluntad de todos y
no el capricho de algunos la fuerza motriz de un proceso lento pero que llegó seguro a su
fin. La última, contar con hombres y mujeres con el valor, la entereza y la entrega
suficientes como para no permitir, a pesar de los escollos, las trabas y los intentos
permanentes de dilación, que la llama de la justicia se apagara.

No parece casual que la Corte Suprema de Justicia que dictó y firmo la sentencia, estuviera
compuesta en su mayoría por magistrados elegidos por dos tercios del Parlamento, en una
demostración de que se terminó aquello de que el Poder Judicial es un apéndice del
Ejecutivo. Este fallo nos devuelve la fe, nos permite abrigar la ilusión de que a partir de
ahora la administración del máximo tribunal de la nación esté en manos de gente honesta
y valiente, que cumpla su deber y a la vez el compromiso que en 1986 contrajo con el país.

Algo muy importante está cambiando, negarlo sería miope y peligroso. No existe
democracia si no existe justicia. Y el primer paso para saber que la justicia comienza a
funcionar es el fallo del pasado 21. Es recién el principio de un largo y difícil camino, pero
qué mejor comienzo que este.

Son muchos quienes lucharon día a día para que el juicio culminara, patriotas de diferente
condición, familiares de las víctimas de esta y otras dictaduras, organizaciones de defensa
de los derechos humanos, sindicatos, universidades y un largo etcétera de personas e
instituciones. Pero en esta hora trascendente quiero recordar dos nombres. Juan del
Granado, uno de los abogados de la parte civil. Hombre íntegro, valiente y
profesionalmente brillante. Amenazado una y cien veces, quizás desalentado por las trabas
permanentes que se pusieron a lo largo del proceso, no claudicó nunca. Quedará como un
ejemplo de consecuencia y como el más vehemente y coherente abogado que haya
representado la causa de todos en un juicio que nos importaba a todos. Cristina Trigo de
Quiroga Santa Cruz, la viuda del líder socialista que simboliza a los miles de hombres y
mujeres golpeados por la represión, la intolerancia y la falta de humanidad de sistemas de
terror que sembraron nuestro pasado de sangre innecesaria. Cristina de Quiroga estuvo
allí desde el primer día, tragándose las lágrimas en la sala plena de la Corte, escuchando
las declaraciones de aquellos que fueron responsables de la muerte de Marcelo, trabajando
codo a codo en lo que fuera necesario en el Comité impulsor del Juicio, para poder por fin
estrechar a sus hijos en un largo y elocuente abrazo el 21 de Abril, está vez si con las
lágrimas en los ojos. Allí estaba Marcelo vivo, y estaban vivos los ocho jóvenes miristas, y
Carlos Flores y Gualberto Vega, y los muertos, desaparecidos y torturados del pasado. La
nación podía levantar la cabeza con orgullo, porque fue capaz de demostrar que la justicia
es posible.

El ex – dictador está prófugo aún. Es la última puntada que hace falta para cerrar una
página de la historia. Pero más allá de eso, ese cabo que quedó suelto el 10 de Octubre
se ató hace unos pocos días. Por eso los bolivianos tenemos un compromiso de gratitud

236
con todos quienes con valor e integridad fueron capaces de demostrar que Bolivia construye
una democracia seria y con futuro.

25 de Abril de 1993

GARCÍA MEZA: ALEA JACTA EST

La impunidad parecía imposible de superar. Es una maldición, pensábamos, que


demostraba que aquí no había cambiado nada. ¿Cuándo veremos a alguien poderoso
preso por los delitos cometidos?. Pero aún, cómo es posible que cuando, por una vez, se
juzga y condena a alguien por la responsabilidad de subvertir de orden constitucional, por
delitos de robo, por crímenes y conculcación de libertades fundamentales, ese condenado
esté prófugo, tranquilo, viviendo en libertad y aparentemente protegido.

Pues bien, de pronto, como una bomba que nos impresiona a todos, llega desde San Pablo
la noticia de que Luis García Meza Tejada, ex – presidente de facto, condenado por la Corte
Suprema de Justicia de Bolivia a 30 años de prisión sin derecho a indulto, ha sido detenido
por la policía federal brasileña.

No ha sido una casualidad; un vasto operativo internacional y en este caso una acción
conjunta entre Bolivia y el Brasil, cerró el cerco al ex – presidente hasta detenerlo, apelando
a un argumento menor (considerando la dimensión de su condena en Bolivia) pero
incontrastable, falsedad de documentos. Y así, en un minuto, un 11 de Marzo de 1994, el
prófugo más buscado del país es detenido y queda a disposición de la justicia.

El camino tiene todavía sus escollos, pero puramente procedimentales; la solicitud oficial
de extradición, la aceptación del gobierno del Brasil, el traslado del reo a La Paz y su ingreso
a la cárcel de Chonchocoro.

Pero, más allá de esto, y sobre el supuesto de que Luis García Meza no tiene sino un
destino que cumplir, podemos decir que se cierra un momento fundamental y terrible de
nuestra historia, que estamos a punto de volcar una página que tiene una tremenda carga,
porque representó todo aquello que nunca debimos transitar, que rompió el sentido más
elemental de respeto por el prójimo y que marcó una norma por muchos años; que el poder
de las armas era el argumento principal para hacerse del gobierno y para decidir a título de
“salvar a la patria” sobre las vidas y haciendas de los bolivianos.

En una sociedad acostumbrada a la injusticia, a la arbitrariedad, a la violencia desde el


poder, y con una tendencia paradójica de compasión comprensible por el caído, a veces es
difícil lograr el discernimiento entre el deseo de justicia y el de venganza, entre el juicio de
valor sobre un hecho independientemente de quien lo protagonice y la individualización;
ese de “tomar la cosa por lo personal”. Y es tiempo de terminar con ese juego intencionado
de equívocos.

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Respiramos aliviados cuando se detiene ¡Por fin! A García Meza, por la simple y sencilla
razón de que no estamos presuponiendo nada, de que no estamos conducidos por nuestras
pasiones subjetivas, sino por algo tan contundente como una sentencia del tribunal
supremo de Bolivia que ha considerado al acusado culpable y lo ha sentenciado en
consecuencia con la máxima pena que contemplan nuestros códigos.

Respiramos aliviados porque ¡Por fin! alguien que usurpó el poder, derrocó a un gobierno
constitucional y decidió el destino de todos los bolivianos de manera injusta, recibe el
castigo que una acción como esa merece. Es un precedente que debió aplicarse hace
muchos, muchísimos años, cuando por primera vez un motín desplazó del gobierno a quien
fue legítimamente elegido para ejercerlo, pero no ocurrió sino hasta más de siglo y medio
de nuestro nacimiento como nación. Tenía que hacerse alguna vez, y fue esta. El
sentenciado tiene un nombre y apellido concreto y simboliza toda una saga de hombres
que confundieron la nación con su patrimonio.

No puede pensarse que se puede ser impune por siempre, sobre el peligroso argumento
de que siempre ha sido así, o del más peligroso todavía de porqué yo y no los demás. Y
parece ser esta ¡Por fín! la oportunidad en que Bolivia conocerá que un hombre que fue
todopoderoso durante años y que mantuvo vínculos de influencia en virtud de quien sabe
qué lazos y en virtud del siempre terrible poder del dinero, tendrá que pagar sus
responsabilidades en su propio país.

Por eso se cierra una página, pero se abre otra, en la que el sistema penal boliviano tendrá
que demostrar que es capaz de hacerse responsable de un preso como Luis García Meza,
tratarlo con equidad y el respeto que merece como ser humano, pero garantizando también
que no tendrá ni privilegios sobre otros presos, ni posibilidades de salir de la cárcel como
decenas y decenas de reos de mucho menor peso.

El destino, insondable, depara sorpresas a los hombres. Esta es una de ellas. 12 años y
7 meses después de haber abandonado el Palacio de Gobierno ante la presión irresistible
de las propias Fuerzas Armadas y el país en su conjunto, Luis García Meza se enfrenta a
la hora de la verdad. Pudo evadirla por cinco años, pero le llegó el momento de mirar cara
a cara a su sentencia, a sus responsabilidades y a su propia conciencia. Alea jacta est.

13 de Marzo de 1994

GARCÍA MEZA: LA AMNESIA COLECTIVA

¡Cuidado, que el ex – dictador va hablar!. ¡No hagan olas!. Muchos ciudadanos asimilados
a la democracia, conversos o simplemente oportunistas, se ponen nerviosos, de mal humor,
incómodos, en estos días en que el otrora todopoderoso y atrabiliario general ha decidido,
perdido por perdido, recordar a sus viejos amigos y colaboradores en los días de vino y
rosas.

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El diputado Ferrufino recordaba hace algunos días algo elemental, pero que en estas
circunstancias se hace indispensable tomar en cuenta, que García Meza no gobernó solo.
Claro que no, gobernó con una estructura en la que estaban involucrados importantísimos
sectores de las Fuerzas Armadas, núcleos significativos y muy representativos de la
empresa privada, partidos políticos y políticos individualmente, profesionales
independientes y un submundo de personajes que fungieron de paramilitares, algunos de
ellos respetables ciudadanos de hoy.

El pasado dictatorial de Bolivia se cerró en 1982, pero más de una generación no vivió otra
experiencia en el país que la de los gobiernos militares o civiles acostumbrados al
verticalismo, a la política de la exclusión del contrario, a una práctica de intolerancia y
ejercicio sistemático de la violencia como método. Desde el punto de partida histórico de
la contemporaneidad que es la revolución del 52, Bolivia vivió apenas fogonazos
democráticos en los treinta años que median entre el 9 de Abril y el 10 de Octubre, que
obligaron a todos los bolivianos a adecuarse a una forma de vida política. Es en
consecuencia lógico, que quienes fueron protagonistas políticos, empresariales, militares y
sindicales (que detentaron más o menos el poder en el país) desarrollaran su acción en ese
marco, y es razonable que seamos capaces de matizar las obras de unos y otros en ese
contexto, pero lo que no se puede justificar es que quienes ejercitaron conscientemente la
violencia y coartaron los derechos humanos fundamentales, no solo circulen muy sueltos
de cuerpo en democracia, sino que pontifiquen en ella, nieguen lo que hicieron, renieguen
del viejo amigo y protector y esperen además que lo que hicieron se entierre en el fango
del olvido.

Las declaraciones de Luis García Meza, reo rematado y prófugo por añadidura, deben
tomarse en ese carácter, pero su derecho a la palabra está intacto, y si escuchamos a un
reo rematado como Carmelo Domínguez y a un acusado de graves delitos de narcotráfico
como Isaac Chavarría, y sus voces pusieron en la picota a un partido y sus máximos líderes,
no veo porqué debamos desechar a fardo cerrado todo lo que García Meza dijo en una
entrevista concedida al periodista Jorge Gonzáles Cordero en su prisión de Brasilia.

Es obvio que el ex – dictador mezcló verdades con medias verdades, incluso con mentiras.
Pretendió involucrar, por ejemplo, a la ex – presidenta Gueiler en un supuesto conocimiento
y aquiescencia del golpe de Estado, a Juan del Granado y Antonio Aranibar en supuestas
acciones terroristas para eliminarlo, a las viudas de quienes su gobierno asesinó en actos
de agitación y otros aspectos del misma jaez, a Juan Lechín y los líderes de la COB en un
supuesto acuerdo vinculado al golpe, que los hechos y la trayectoria de los involucrados
desmiente sobradamente. Pero también es evidente que mencionó a grupos y personas
que sí estuvieron vinculados al golpe y que hoy preferirían que se los trague la tierra, antes
que aceptarlo. Pero es tiempo de terminar sino con la impunidad, por lo menos con la
desvergüenza. Es de esperar que quienes estuvieron de acuerdo con el golpe, lo apoyaron
y participaron del gobierno de Luis García Meza, tengan el pudor de callar. No sé si es lo
ideal en momentos como este en que es más útil para el país mirar al futuro antes que
remover un turbio pasado, pero no se requiere demasiado arte de investigación para sacar
a luz listas de ministros de estado, miembros del Consejo Nacional de Asesoramiento y

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Legislación y recortes de periódicos que reflejan las opiniones y los hechos de connotados
personajes políticos y empresariales de hoy que en ese momento, quizás bajo la idea de
que era verdad aquello de que la dictadura había llegado para quedarse por lo menos veinte
años, apostaron a ese gobierno como antes había apostado a otros y luego estuvieron
dispuestos a mimetizarse en la democracia y hacer protestas de fe constitucional
admirables.

Más aún, muchos acontecimientos anteriores al 17 de Julio tuvieron que ver con ese trágico
desenlace, y muchos que efectivamente no participaron de ese golpe, sí fueron gestores
de otros movimientos de armas con el del 1º. de Noviembre de 1979, que amén de su
sangriento costo inmediato, está estrechamente ligado a los acontecimientos que
precipitaron el golpe de 1980.

Bolivia empieza a vivir una práctica saludable, ejercitar la memoria histórica. Ya no es tan
fácil el piadoso o el cínico olvido. Lo del 80, por otra parte, no está tan lejos, apenas a la
vuelta de catorce años. Allí están los testimonios de los medios de comunicación del
momento, en blanco y negro y en imágenes, y lo que es más importante, allí están para
recordarlo verdugos (amnésicos) y las víctimas de esos días que disfrutaron o padecieron
ese bienio terrible. Las palabras del dictador de ayer, han vuelto a traer a la palestra una
película desagradable, pero que ocurrió.

Mientras García Meza recobra la memoria, aunque solamente en lo que le interesa y con
los aditamentos que la tergiversan (su solo reconocimiento de que el 17 de Julio de 1980
fue acto de un golpe de estado que avala la justeza de uno de los cargos por los que se lo
ha condenado a 30 años de prisión, vale toda la entrevista), otros acaban de entrar en un
proceso fulminante de amnesia, entendible pero nunca justificable.

29 de Mayo de 1994

PÁGINA CERRADA

Este es un tema que se abrió hace catorce años y ocho meses y que se cerró de un modo
que absolutamente nadie en este país hubiese soñado como posible: y son muchas las
razones para tener esa percepción. La primera y más importante de ellas, porque en lo
más profundo de nuestra psicología estamos convencidos de que aquí no funciona nada, y
claro, lo que menos funciona es la justicia. La segunda, porque los hechos habían
demostrado hasta no hace mucho tiempo que los poderosos jamás están en la cárcel como
no sea de visita. La tercera, porque en el caso excepcional de que se abra un resquicio
para acusar y juzgar a alguien, y aún condenarlo, la cosa no pasa de ser un simple saludo
a la bandera.

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El caso de Luis García Meza Tejada es aleccionador para la historia, porque el largo
proceso iniciado en su contra en febrero de 1986 en el Congreso de la Nación dio pie para
que todos dijeran que jamás se vería lo que se vio el pasado miércoles 15 de marzo.

Cuando un grupo de diputados planteó la acusación para abrir un juicio de


responsabilidades contra el ex – presidente, se pensó que ocurriría lo que en 1979 ocurrió
con el juicio planteado por Marcelo Quiroga Santa Cruz contra Hugo Bánzer Suárez, archivo
del expediente hasta el día de hoy. Pero no, resulta que en febrero de 1986 se produjo una
votación en las cámaras que por mayoría consideraron que habían elementos de juicio
suficientes como para abrir el juicio en la Corte Suprema.

Cuando en abril de 1986 comenzó el juicio de responsabilidades en Sucre, todos, incluidos


los abogados de la defensa y el propio tribunal, barruntaron para sí que aquello iba a
prolongarse hasta las calendas griegas y su disolución por la vía de las trabas
procedimentales. Además, se pensó también que Luis García Meza no se iba presentar.
Pero se presentó y declaró en la Corte. Lo siguiente fue pensar y decir que el hecho de
que el Gral. García Meza estuviera libre mientras daba las confesorias era una muestra
clara de su poder y de que nunca entraría en la cárcel.

Cuando en 1989 el Congreso abrió una segunda acusación contra él, esta vez por el robo
del diario de Ernesto Che Guevara y en consecuencia inmediata se liberó una orden de
detención en su contra, Luis García Meza desapareció y se convirtió en prófugo. Ahí está
la prueba dijo la mayoría. Todo esto es una pantomima que sirve simplemente para guardar
las apariencias, aquí se termina el juicio. Pero a pesar de estar ausente el acusado, el juicio
continuó con lentitud pero sin detenerse un instante. Pasaron los años y el proceso avanzó
hasta llegar a instancias que el momento inicial eran simplemente quiméricas.

Cuando, en abril de 1993 la Corte Suprema de Bolivia dictó sentencia pública condenando
al ex – gobernante a 30 años de cárcel sin derecho a indulto, la ciudadanía reconoció que
el país y su sistema democrático y jurídico habían llegado a cotas inéditas en el pasado,
pero también asumió que era una forma simbólica de condena que no culminaba a plenitud
dado que el condenado estaba ausente, y entonces se suponía que sería inencontrable de
por vida.

Cuando el 11 de marzo de 1994 llegó desde San Pablo la noticia de que Luis García Meza
había sido detenido en un barrio residencial de esa ciudad a la incredulidad empezó a ceder.
Se había llegado a puntos simplemente sorprendentes. La famosa “falta de voluntad
política” que fue bastante evidente en muchos episodios de esta saga en democracia era
desmentida por los hechos. El señor García Meza estaba inequívocamente preso en el
Brasil.

Pero, siempre los peros, el pedido de extradición y el agobiante paso de días, semanas y
meses sin que pasara nada llevaron otra vez a la opinión pública al escepticismo. Se dijo
que el Brasil no lo entregaría nunca, que habían muchas posibilidades legales de evitar la
llegada del detenido. La famosa cláusula de “seguranza” que permitió frenar un fallo del
tribunal supremo brasileño parecía confirmar esa presunción. Pero el gobierno de Bolivia

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continuó el trámite con la misma paciencia que tuvieron muchos a lo largo de estos años.
En el ínterin se pensó y se dijo que las cosas que Luis García Meza tenía para decir eran
de tal modo comprometedoras para muchas figuras del actual régimen que era preferible
mantenerlo alejado.

Este pequeño país, inerme muchas veces a la presión internacional, inmaduro aún, con
tantos problemas en su sistema de justicia y con tantos desafíos para su democracia,
demostraba que es posible comenzar a creer en una adecuada administración de justicia,
en un principio de respeto a la Constitución Política del Estado, en un progresivo fin de
impunidad y en la constatación extraordinariamente saludable para el conjunto de la
sociedad, de que los poderosos tienen no solo las mismas sino más responsabilidades que
los ciudadanos de a pie a la hora de asumir acciones que dañen seriamente a Bolivia, lo
que los coloca en la obligación de responder por los daños que le han inferido al país.

Esa es la lección mayor de los hechos vividos en los últimos días. No una alegría que no
cabe en un momento con este, ni la satisfacción de ver a alguien preso, sino simple y
sencillamente sentir que esta nación es hoy más democrática, más creíble y más justa que
ayer.

19 de Marzo de 1995

CAPITULO XV

LAS MORTAJAS DEL MIEDO

JORGE LONSDALE VIVO O MUERTO

“Apreciado Carlos, abuso de nuestra amistar para escribirte, con el deseo de que por tu
intermedio se aclare mi liberación, después de estos largos cinco meses y medio de
cautiverio… Mis captores están convencidos de que el Min. Interior, con su actual campaña,
está decidido a exterminarlos sea como fuera, e incluyendo la probabilidad de matarme en
sus operaciones”

La carta que recibí de Jorge Lonsdale estaba fechada el 25 de noviembre. Exactamente


diez días después, sólo quedaba de él un cuerpo acribillado por tres balas disparadas a
quemarropa.

El destino humano, insondable como es, deja hondas lecciones y estremecimientos. Al final
siempre nos encuentra la muerte, pero ¿por qué así?. He pensado mucho en este hombre
al que el destino le había reservado un final tan terrible y despiadado, lo he hecho más,
mucho más que en otras ocasiones, por ese difícil papel que me ha tocado en la tragedia.
Tengo su carta en las manos, la he leído decenas de veces. Es una ventada a la libertad,

242
es el testimonio de una esperanza, y es a la vez el mecanismo que comienza a precipitar
los acontecimientos de modo inexorable. Esa carta fue, paradójicamente, su propia
sentencia.

Pienso en su miedo, en su soledad, en esos largos cinco meses y medio (prácticamente


seis) de cautiverio, y me imagino el tiempo, larguísimo, inacabable, que tuvo para pensar
sobre sí mismo, sobre sus seres queridos, sobre la fatuidad que parece tener todo cuando
uno está cara a cara con la muerte. Y pienso sobre todo en esos últimos y alucinante diez
días, en los que todos junto a él comenzamos a vivir en tensión y ansiedad la posibilidad
de un final de liberación.

Tras los espantosos minutos desencadenados en la mañana del miércoles 5, me percato


de que ese ser humano estaba solo, absolutamente solo, enfrentado a una realidad
inaprensible, sin posibilidad alguna, más allá de mirar la cercanía de su propia muerte. En
el escenario podía sentir, sin respirar, las tribulaciones de su familia, la obligación moral y
social del Ministerio del Interior y sus decisiones temerarias, la voluntad y los deseos de
quienes aparecimos como intermediarios, la angustia del país entero, y desde luego, en el
origen violento y terrible de su situación, la decisión implacable de sus captores. Igual que
Aldo Moro, percibió minuto a minuto y con impotencia, que no era otra cosa que un objeto
inerme de las decisiones de otros. Más que eso, probablemente la sangre llegó envolviendo
a todos en un camino sin retorno en el que la razón quedó abandonada en algún lugar, en
algún momento que nadie puede explicar hoy.

Es la condición humana, compleja, inextricable. Jorge fue una víctima de esa condición
que nos acompaña y nos acompañará por siempre. Allí está, con toda su terrible fuerza la
cita de Shakespeare, que cuadno uno de sus personajes se refiere al otro por sus
execrables actos calificándolo de bestia, escribe esta respuesta: “Soy peor que una bestia,
soy un ser humano”. Y es que el hombre es capaz de las cosas más maravillosas y de las
peores atrocidades, mucho peores desde luego que las que se atribuyen a los animales,
movidos solamente por sus instintos esenciales, sin posibilidad de llevar la violencia hasta
sus grados más horrorosos.

Imagino al secuestrado viendo la televisión, leyendo los periódicos, sus fotografías en las
aperturas de los noticieros, en las primeras páginas. El compromiso de una tregua, la
reiniciación dificultosa de las negociaciones de sus captores con la familia, la fe una y otra
vez, la febril apuesta por la vida, el miedo, siempre el miedo. Quizás como ocurre
inevitablemente en los largos meses de la prisión tuvo una relación humana con esos
jóvenes lanzados a la aventura suicida del terror, apoyados en una determinada ideología.
Una convivencia forzada en la que siempre, pendiendo de un hilo, se agazapa la muerte, a
manos de aquellos que le preparan la comida, que le conversan, que le preguntan, que
seguramente también le intimidan y le amenazan.

Pienso, por fin, en los minutos últimos, cuando supo que la policía estaba allí, cuando se
dio cuenta, tras todas las penurias y las esperanzas y los desesperados intentos por la
libertad, que su suerte estaba echada, que nada había por hacer, casi ni siquiera prepararse

243
en la reflexión para morir. Distante de sus secuestradores, que eligieron voluntariamente
el camino de la violencia, murió con ellos. Murió de tras balazos.

“Te agradezco por el interés que has puesto a mi problema, recibe un cordial abrazo de tu
amigo, Jorge E. Lonsdale”.

Estoy conmovido. Pienso en su terrible destino, en nuestra condición, en nuestra fragilidad,


en el miedo y la esperanza. Pienso en Jorge vivo o muerto y me quiebro.

9 de Diciembre de 1990

LA DEMOCRACIA Y LA VIDA

Las acciones del comando terrorista del ELN “Néstor Paz Zamora”, han dejado un saldo de
siete vidas perdidas, desde que en una noche de octubre uno de sus miembros asesinara
a un policía que defendía la residencia de los marines en Miraflores. El resultado trágico y
oscuro de los acontecimientos precipitados en la mañana del miércoles 5 de diciembre,
cobró a su vez seis vidas más, comenzando por la del secuestrado Jorge Lonsdale.

Es indispensable ahora sacar algunas conclusiones de lo ocurrido. Primero, que la CNPZ


era un grupo terrorista, y lo era pro la simple razón de que aún con el estandarte de los más
hermosos y respetables ideales en busca de una sociedad mejor para Bolivia, usó métodos
de terror, como atentados con bombas desde la clandestinidad, asesinato y secuestro con
explícita amenaza de muerte. La caracterización de un grupo que usa la violencia abierta
con los detalles mencionados, no puede ser otra que la de terrorista.

Segundo, que el gobierno de la nación ha respondido la violencia de modo contundente,


sin consideración alguna. Sus funcionarios no han dudado en usar métodos de terror como
los golpes y los vejámenes graves en varios casos, y la ejecución de uno de los presos tras
severas torturas. Se ha producido la muerte de un inocente (el jardinero de un industrial
minero), tras un allanamiento violento de una casa equivocada (error que ha se había
producido en el caso Zárate Willca, con el saldo de un muerto, hermano de uno de los
presuntos miembros de ese otro grupo terrorista). Finalmente, el operativo de la Abdón
Saavedra no logró rescatar con vida al Ing. Lonsdale, y sumó la muerte en circunstancias
no aclaradas de dos de los tres terroristas. Seguimos creyendo que preservar la vida de
Jorge Losndale no fue la primera prioridad de quienes decidieron llevar adelante el
operativo.

El argumento central de quienes defienden el procedimiento usado por el gobierno en este


caso es que no se puede tratar a terroristas como monjitas de clausura, que ésta es una
guerra y que en ella no se puede andar con miramientos, que una acción ejemplificadora
como esta es una lección a todos aquellos que quieran usar el secuestro y la muerte como
vía para alterar el orden democrático.

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Es muy difícil diferenciar un procedimiento de otro, y los hechos lo prueban. Cuando se
abren las compuertas de la violencia desde el poder, esta se desarrolla con facilidad porque
los mecanismos para aplicarla cuentan con la cobertura justificatoria de la necesidad de
“proteger la sociedad”. De la presión sicológica se pasa a la física, y de ella a la tortura, y
de allí al crimen. Si quienes combaten a los terroristas creen que estos no merecen nada,
concluyen por utilizar sus mismos métodos, con la diferencia de que como parte del Estado,
sus mecanismo para aplicar la violencia son terrible y demoledoramente superiores.

Asusta saber, además, que en la primera oportunidad en que la democracia es puesta a


prueba por la violencia, la reacción automática sea muy parecida a la que siempre tuvo el
Estado dictatorial. Eso quiere decir que la estructura última de los organismos de seguridad
no ha cambiado un milímetro en relación al pasado que creímos aniquilado desde el 10 de
octubre de 1982, o por lo menos superado por los ocho años de práctica democrática.

Es un grave argumento insistir en que a los terroristas hay que darles a probar de su propia
medicina, porque es aceptar que nosotros somos iguales que ellos. Al Estado democrático
no sólo que se le puede sino que se le debe exigir ser mejor y distinto a los terroristas. Este
es un asunto fundamental que debe ser comprendido por todos. El Estado democrático
debe demostrar que es mejor que los terroristas a quienes combate y que es mejor que el
Estado dictatorial cuando es puesto a prueba, para que su propia existencia se justifique.
Porque sólo así el ciudadano común, y sobre todo aquel tentado a las nostalgias del pasado
o escéptico por la grave crisis económica y social en que vivimos, podrá apreciar la esencial
deferencia cualitativa entre uno y otro. La democracia, que difícilmente puede superar la
injusta realidad salarial, la dependencia y sus consecuencias, el desaliento por un futuro
incierto, sí debe garantizar en cualquier trance el escrupuloso respeto a los derechos
fundamentales, el derecho a la vida de modo básico. Y aquí no cabe distinción alguna, ni
atenuante de ninguna clase. Salvo que la muerte se haya producido en enfrentamiento
armado directo, toda otra acción que quite la vida a un ser humano es inadmisible e
injustificable.

Es absolutamente increíble escuchar a funcionarios del Estado que tras el valor inicial de
reconocer que se ha torturado y asesinado a un preso, hablan de malestar en una institución
y de investigaciones sin plazo. Después de lo ocurrido es fundamental demostrar que el
resorte último del gobierno es mostrar su capacidad de recuperar la credibilidad básica para
cualquier Estado democrático, la del respeto a la vida y la del fin del imperio de la impunidad.

16 de Diciembre de 1990

TERRORISMO: LA VIDA NO VALE NADA

Están ya lejos los días del comandante de mirada transparente, frente alto, boina calada y
estrella roja. Está ya lejos la ilusión y la utopía del “hombre nuevo” que ciertamente Ernesto
Guevara simboliza y encarnaba. El creía que había cosas en este mundo por las que se

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debía vivir, luchar y morir. El idealismo fue capaz de sublimar la violencia y la lucha armada
y justificar las “muertes necesarias”. Eran los años en que una generación entera se
dispuso a cambiarlo rodo de diferente manera según el lugar. En nuestras naciones la
revolución cubana inflamó la llama de las ilusiones y las esperanzas revolucionarias. El
hombre heroico era aquel capaz de entregar su vida por la causa de la revolución. Lanzarse
a la selva, fusil en ristre, uniforme verde olivo, melena y luenga barba, era un acto supremo
de entrega que fue mitificado por cientos de miles de jóvenes del continente.

En esos años la lucha armada tenía una justificación histórica, era producto de una corriente
coherente del pensamiento, tenía una lógica y una razón y también un objetivo tangible.
Cuba lo había podido hacer. Pero, ahora lo sabemos, el círculo se cerró con el ¿triunfo?
Sandinista en 1979.

Este mundo de hoy ya no es el mismo, la utopía ha sido cruelmente enterrada. El hombre


nuevo es una imagen nostálgica del “Ché”. Naciones que sacrificaron setenta o cincuenta
años de su última historia, ven cómo todo aquello no sirvió para nada o casi nada y se
abrazan desesperadas al capitalismo occidental, o se disuelven. Los revolucionarios de
ayer, o murieron en el intento, o cambiaron de acera, o miran anonadados esta realidad
intentando resguardar algo de lo que acuñaron en los años setenta.

Este mundo de inconmensurables cultos materiales, del consumo enloquecido, de ídolos


tecnológicos, de la transnacionalización de la imagen y sus terribles e incontrastables
mensajes, del florecimiento del individualismo más rabioso, no es apto para los idealistas
como Ernesto “Ché” Guevara.

A la medida de este terrible tiempo nuevo, el guerrillero ilusionado que era capaz de curar
a los prisioneros y de tomarse su tiempo para aleccionarlos en la metáfora de la nueva
sociedad que vendría, el héroe que combatía por la liberación, impregnado de un íntimo
sentimiento (consciente o no) de visión jesucristiana, ha sido sustituido por el terrorismo
sanguinario cuya arma definitiva y letal es la sinrazón, la locura hecha doctrina.

Para construir a los terroristas de hoy no se necesita mucho esfuerzo. Basta con encontrar
hombres y mujeres que no tengan nada que perder. Y en realidad que nos ha tocado vivir
hay casi dos mil millones de seres humanos que no tienen absolutamente nada que perder.
Los marginales han descubierto que pueden ser marginales de la marginalidad. “No
nacimos para semilla” decía un adolescente colombiano; es verdad, no para la buena.
Millones y millones de niños y jóvenes latinoamericanos son hoy el lumpen de gigantescas
y horrorosas ciudades o de perdidos y miserables pueblecitos de los Andes.

El primer valor que no conocen ni conocerán hasta su muerte, es el valor de la vida. Cuando
la vida es siempre uno de los círculos del infierno, vivir no significa nada y matar tampoco.
Cuando el terror recluta a jóvenes y ahora a niños semianalfabetos, y les otorga la
fascinante posibilidad de ejercer el poder total sobre la vida ajena, arma mediante, es
posible fabricar muy rápidamente y muy barato máquinas de matar con cuatro recetas en
la cabeza, con la excusa de una “causa”, cuya lógica es la destrucción total.
Paradójicamente esa locura tiene sentido para miles de personas que nacieron en un

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mundo dislocado, en el que la estructuración social es tan loca como las cuatro ideas que
les impulsan al terror absoluto.

Marginales reclutados en villas más que miserables o en pueblos a los que jamás llegó
nada más que el desastre, adoctrinados breve pero eficientemente para el fanatismo, son
capaces de levantar como lo han hecho en el Perú, un ejército que sitia a toda una nación
desde hace una década.

El comandante Gonzalo es impermeable, y eso es ciertamente terrible, porque el lenguaje


de la razón, las apelaciones a la vida, al uso aunque sea mínimo del buen sentido, no
significan nada en ese universo de valores alterados hasta la perversión. Plantar la otra
semilla, la de la desesperación y llevarla hasta la locura, es un trabajo aparentemente fácil.
¿Por qué prende una semilla como esa, o por qué no? Es un misterio. En Bolivia tenemos
muchas posibilidades de explicar que aquí otro Sendero sería posible, empezando por el
repetido argumento de que aquí tuvimos una revolución que cambió las cosas en serio…
pero cuando uno mira la torre de alta tensión convertida en hierro retorcido y mira los
cadáveres de dos jóvenes indios horriblemente mutilados por el propio artefacto que
manipularon mal, no está tan seguro de que sea muy difícil que esa terrible semilla no
prenda.

El argumento de la liberación de la nación indígena oprimida, la hora de hacer justicia (léase


ajusticiar) a mestizos y blancos que usufructuaron de la nación y explotaron y explotan a la
mayoría sin misericordia, o cualquier otra justificación con un pequeño pivote en la razón,
es simplemente eso, un argumento que queda pulverizado en la misma fracción de segundo
en que se corta la luz de media ciudad.

El terrorismo, acorde con estos días grises de la sociedad moderna, ha encontrado el poder
total: La locura, la sinrazón. Ha descubierto que puede ejercer la violencia más despiadada
con absoluta frialdad, puede literalmente bañarnos en sangre sin que se mueva un músculo
de su ejército de asesinos entrenados para destruir por sistema. Y eso es terrible, porque
contra la locura es muy difícil pelear, sobre todo cuando se comprueba con un
estremecimiento que para casi media humanidad, la vida no vale nada…

22 de Septiembre de 1991

NO QUIERO QUE MI HIJA SEA SU EMPLEADA

Cuando Amalia Pando le preguntó por qué escogió el camino del terrorismo, Felipe Quispe
Huanca, líder ideológico del Ejército Guerrillero Tupac Katari, contestó: “Porque no quiero
que mi hija sea su empleada”. La respuesta fue terrible y contundente, resumía mejor que
mil explicaciones teóricas la realidad de una sociedad todavía quebrada por el racismo, la
discriminación y la exclusión de una parte muy importante del país que mira la espalda del

247
sistema democrático, y comienza a pensar que sólo por el camino del desastre podrá
encontrar una salida.

Ante esa frase hay que establecer un par de precisiones esenciales. La primera, es que
Quispe refleja una realidad difícilmente contrastable y que es sobre esa constatación que
se pueden apreciar las mayores debilidades de este sistema, que puede ir al suicidio si no
cambia su actitud en relación con el país de verdad.

La segunda, es que quien propugna el terror, lo instiga, lo defiende desde el punto de vista
conceptual y lo aplica, ha perdido absolutamente toda autoridad moral para interpelar a
nadie.

La construcción de un mundo nuevo no nace de ninguna espiral de sangre. El terrorismo


como método sólo conduce al dislocamiento del cuerpo social. O se pierde en el callejón
sin salida de la soledad como lo ocurre a ETA en España, peleando contra nada,
asesinando sin sentido, acorralada en la evidencia de su propia locura; o conduce a una
nación al holocausto como en Camboya, donde Pol Pot tomó el poder para asesinar a dos
millones de personas, destruir su base económica y aplicar un esquema de ingeniería social
que vació ciudades enteras y desestructuró la raíz y la identidad de toda la nación; o se
traduce en el jaque permanente al Estado como en el Perú, donde Sendero tiene control
real de una parte significativa del territorio y cerca y ataca en cualquier momento a Lima.
El mecanismo es tan simple como aterrador: es el miedo. Dominar por el miedo porque no
se puede convencer por las ideas. Asesinar sin discriminación, destruir todo hasta dejar
sólo los escombros. Golpear al poder establecido, al ejército, a la policía, a las autoridades
de gobierno, a organizaciones no gubernamentales, a periodistas, a religiosos, a
destacados líderes populares que trabajan en los lugares donde la marginalidad es
pavorosa, y finalmente, para que no quepan dudas, a niños de escuela. Así, el círculo
abierto con la ligazón entre senderismo y narcotráfico queda cerrado. Que nadie se
equivoque ni matice. En esta guerra de terror no hay matices, el único principio cierto es
que la vida no vale nada. El andamiaje ético se derrumba, la construcción del estado
revolucionario a imagen y semejanza del “Presidente Gonzalo” se hará sobre las ruinas del
actual edificio. El costo humano es irrelevante, la prueba está en casi 30.000 víctimas del
estado del miedo que Sendero ha impuesto en el Perú.

Al comenzar los años ochenta el discurso no era el mismo. Los senderistas despertaron
conciencias y propugnaron la solidaridad, enjuiciaron a terratenientes que explotaban a los
campesinos y los asesinaron en la plaza de los pueblos a los que llegaban, devolvieron la
tierra a los comunarios recordando así a los “Condottieros” de la guerrilla de los sesenta en
América Latina. Su cruzada parecía tener fuerza ética, la izquierda apoyó la causa, o
cuando menos aceptó su presencia con discreción, el periodismo reflejó su nacimiento con
cierta benevolencia, el poder intentó minimizar su presencia hasta que fue tarde. Había
sido una ilusión, muy pronto Sendero comenzó a masacrar comunidades campesinas
enteras. Tres periodistas peruanos nos lo contaron con sobrecogedor sentido testimonial
hace pocos días, en un seminario sobre violencia terrorismo y periodismo.

248
No importa si los elementos ideológicos del EGTK, o de Zárate Willka o del CNPZ tienen
mucho, poco o nada que ver con Sendero, lo que importa es que la propuesta parte del
mismo principio central, la destrucción del Estado y el sistema a través del terror, de las
bombas, el sabotaje y el asesinato indiscriminado.

En Bolivia dos de los tres grupos guerrilleros tiene más bien una base culturalista y étnica
que reivindica, en función de un nuevo Estado, invirtiendo los papeles la exclusión y el
racismo al revés. Pero más allá de las buenas razones, aceptar que el reino del horror es
el que debe instaurarse en sustitución de éste, en el que el banquete tiene unos pocos
invitados, insensibles y miopes, sería aceptar nuestro fracaso como seres humanos.

Esta constatación no debe llevarnos al error, Felipe Quispe no puede interpelarnos, nos
interpelan millones de bolivianos, nos interpela el desprecio de la clase dominante por las
etnias, su cultura y sus valores, nos interpela la marginalidad creciente y estremecedora de
nuestras grandes ciudades, los indicadores sociales, la educación vergonzosa que se les
da a nuestros niños, y sobre todo una élite política que se niega a corregir una democracia
que no ha podido ni querido abrir las puertas a la participación de la mayorías, para que
represente de verdad a la base de la pirámide y no solo a la cúpula, que sea capaz de
demostrar que es un sistema mejor porque nos pertenece a todos y porque todos podemos
aportar en su construcción.

Por eso Felipe Quispe es ideólogo del EGTK y no de un partido convencional, por eso el
terrorismo puede desarrollarse en Bolivia. Condenar a los terroristas por la vía de la justicia
es una obligación democrática para defender el sistema, pero quedarse allí es una peligrosa
coartada que puede terminar en lo peor, darle a Felipe Quispe, terrorista, un argumento
apoyado a la dolorosa verdad que le dijo a Amalia Pando.

23 de Agosto de 1992

ABIMAEL Y LAS MORTAJAS

Mirada penetrante, algo extraviada, cuerpo grueso, más bien bajo de estatura, barba tupida
y bien cuidada. Una indefinible mueca, como una media sonrisa. Se señala la cabeza con
un dedo y le espeta al policía una serie de frases ya clásicas, a propósito de que se puede
apresar, torturar o matar, pero no se pueden aniquilar las ideas. Lo dice con vehemencia,
con un nerviosismo en el borde del descontrol, aunque el cuerpo apenas se mueve. A su
lado una mujer de edad indefinible, con el pelo muy corto, protege con el cuerpo todos los
movimientos del detenido, lleva una banderita roja en la mano que no suelta para nada, sus
ojos odian, está espiritualmente capturada; está claro que está dispuesta a morir para salvar
al hombre de la barba. “¡No lo toque, el puede hacerlo solo, no lo toque!”, casi le grita a
uno de los guardias que quiere cachear al preso. El color dominante es el negro, todos los
reunidos en esa casa de Surco, en el corazón de Lima, visten de negro o de colores muy

249
oscuros. Ese fue el escenario y los personajes que mostró la televisión al mundo en el
momento del apresamiento del “Presidente Gonzalo”.

Doce años esperó un país entero ese momento increíble que muchos intuían imposible, la
captura de Abimael Guzmán, un hombre como todos nosotros de carne y hueso, pero
distinto. Un iluminado, un terrible poseedor de una verdad por la que fue capaz de organizar
la maquina más mortífera de destrucción que haya conocido América Latina.

¿Qué extraño mecanismo puede hacer que se recite una frase idealista sobre el valor de
las ideas a pesar de lo que se le pueda hacer a quien las posee, tras más de una década
de ordenar el asesinato masivo de compatriotas que dejaron sus huesos en olvidadas fosas
comunes o en exclusivos cementerios? ¿Cómo puede una idea de cambio desatar el
infierno? La respuesta está en el poder de la mente humana. La convicción ideológica
llevada hasta el paroxismo tiene más fuerza que el huracán más devastador. La ideología
ha conducido a los experimentados más horrorosos de ingeniería social. Stalin asesinó en
el silencio de su poder absoluto a más de diez millones de seres humanos. Hitler lo hizo
de la manera más horrorosa y humillante con seis millones de personas y condujo al
holocausto a más de 40 millones. Mao organizó implacables y masivas purgas genocidas,
sobre todo en los años desbordados de la revolución cultural. Pol Pot, la aplicación más
próxima de la macabra utopía senderista, aniquiló en Camboya a más de dos millones de
hombres y mujeres en algo menos de un año y medio.

Todos protagonizaron a su modo causas superiores, todos asesinaron sin piedad a nombre
del bien común, de la verdad. La verdad es una palabra que estremece, porque convertida
en ideología tiene el efecto de una explosión nuclear, domina a los hombres y puede
lanzarlos enceguecidos a matar y morir.

Abimael Guzmán estudió y enseño filosofía durante muchos años, Cuando tenía 44, ya
maduro, decidió hacer la revolución. Quizás ni él mismo sospecho el poder que llegaría a
desatar. Le bastaron las ideas.

A su lado, ya preso, aparecían en pantalla hombres y mujeres – máquinas que repetían su


breve discurso sin parar, puño en alto, rostro atrapado por el odio y palabras a torrentes
para sembrar consignas que jaquearon a un país hasta la desesperación.

En todas partes, por diferentes razones, en algunos lugares con mayor intensidad, en otros
en menor medida, hay siempre buenos argumentos para justificar la necesidad de destruir
el orden establecido y construir otro nuevo. La razón moral que teóricamente legitima la
violencia, oculta debajo de la manga también las pesadillas infernales. ¿Cuándo se da el
salto de la causa justa al delirio criminal? Nadie lo sabe, es una misteriosa vuelta de tuerca
en lo más recóndito del alma humana, es un chispazo que prende un barril cargado de
pólvora. Abimael Guzmán tiene razón en una cosa, la semilla de las ideas que conducen
a la pulverización absoluta de todo lo construido hasta hoy por la sociedad peruana, ha
tomado miles de mentes enajenadas por algunas frases potentes y letales, en las que no
hay espacio para la elaboración, ni posibilidades tampoco, porque son mentes que nunca
tuvieron la oportunidad de aprender ni comprender, o lo que es peor, que fueron

250
subyugadas irreversiblemente y hasta la muerte por la fuerza de algunos conceptos,
posibles en un mundo desesperanzado y sin horizontes.

La aniquilación del valor de la vida individual como prenda suprema del hombre, es uno de
los elementos esenciales, que marcan el camino sin retorno a la locura. Una locura lúcida,
fría y calculada, una locura capaz de accionar tan eficientemente que puede paralizar a una
sociedad por el miedo. “Salvo el poder, todo es ilusión”. Con esa frase espeluznante
avanzó Guzmán sobre 26.000 cadáveres por más de una década. Ese hombre oscuro,
aparentemente irrelevante si uno no sabe quién es, estaba tendiendo una gigantesca
mortaja sobre el Perú. Hoy está preso. Ese solo hecho ha devuelto la fe a una nación
acorralada. La paz está todavía lejos, pero los peruanos han vuelto a creer que es posible
salir del túnel. Eso sólo era indispensable y el gobierno del presidente Fujimori lo ha
conseguido.

El foso del horror, sin embargo, está abierto como una gran herida. Las consignas
masticadas hasta doler, se han infiltrado en miles de mentes dispuestas a seguir
amortajando a su nación, a nombre de una verdad inaprensible y de una revolución que,
como siempre, nace en los recónditos mecanismos de esa máquina admirable y terrible a
la vez, que es el cerebro humano. No debemos olvidarlo.

20 de Septiembre de 1992

251
QUINTA PARTE

El arte de discrepar

252
CAPITULO XVI

SUSPIROS FRENTE AL ESPEJO

NUNCA DIGAS NUNCA OTRA VEZ

Cuando un hombre ha transitado por los largos vericuetos de la política, suele encontrarse
ante sí mismo incapaz de responder y justificarse después de ciertos actos. Y ese camino
dificultoso y terriblemente paradójico, no quiere decir necesariamente que ese hombre
hipotético del que hablamos sea un cínico. Es algo más grave, es que aprendió que las
cosas no son tan simples como parecen y, lo que es peor, que el poder tiene (entre otros)
un precio, el de la pureza y el de los principios innegociables.

La política es un arte, que duda cabe, un arte cuya belleza y perfección se construye sobre
concesiones. El arte de la negación, el arte de lo posible, el arte, en suma, de tragarse
sapos con elegancia. Una de las películas del agente 007 se titula “Nunca digas nunca otra
vez” y es probablemente una frase que viene muy a cuento en los días que vivimos, tanto
para quienes ejercen el gobierno como para quienes están en la oposición.

Los unos porque hace algunos años se enfrentaron al trance de los gases en las calles, los
palos en la espalda, las detenciones y el exilio, los otros porque no hace mucho
establecieron medidas excepcionales, detuvieron y confinaron. Todos, porque en este río
revuelto de nuestra historia estuvieron a un lado u otro del escritorio. Esa “clase” política
que detenta el poder y se alterna en él con muy pocas excepciones desde 1952 (y aún
antes), no abrió todavía esas puertas a la gran base de la pirámide, que no conoce de la
agridulce miel de detentarlo, y que igual que esta cúpula privilegiada, tendrá, cuando le
toque, su tránsito de carrusel del jacobinismo más recalcitrante hasta el pragmatismo más
hiriente.

Los jóvenes que hoy, desde el Ministerio del Interior se ven en el trance que aplicar la
medida de excepción, encuentran razones más que suficientes para hacerlo e intentan
aplicarlo con justicia pero con severidad. Ahora descubren que es un recurso constitucional
y además inevitable. Ayer vivieron del otro lado de la vereda, la otra experiencia. Hoy
parecen tranquilos, aunque difícilmente podrán comprender en su compleja totalidad los
dos lugares que les ha tocado ocupar en la vida política.

En tanto, los avezados políticos, ayer en el gobierno y hoy en la oposición, tuvieron siempre
la figura clara. No hay conflicto, lo que ayer era un recurso democrático indispensable para
garantizar la preservación del modelo implantado, hoy es el primer atisbo de la dictadura,
la medida constitucional se transforma en un mecanismo neofascista y aquí no ha pasado
nada. Es el poder, o más que eso, son las inevitables reglas del juego. Si quieres jugar te
tienes que manchar y si no te manchas, dedícate a la filosofía que te irá mejor.

253
Todo esto ocurre aquí, y en la Inglaterra de la señora Thatcher y en la Cuba de Fidel. Para
llegar hay que hacerlo, y si se logró llegar transparente, para quedarse hay que hacerlo. Es
el poder.

Si esto es así (y parece que lo es), lo es doblemente en los años que corren, separados ya
muchas lunas de los días heroicos de los guerrilleros poetas, de la Revolución como palabra
mágica capaz de destruir murallas y aplastar el pasado podrido. Hoy vivimos otra historia,
en la que Gorbachov es la vanguardia y Fidel la contrarrevolución, en la que Felipe y Jaime,
además de mostrar rostros refrescantes, se han descargado del lastre de la ideología para
montar (igual que Collor de Melo, Vargas Llosa, Buchi y también Alwyn) el potro triunfante
de esa nueva derecha que no para mientes en consideraciones éticas, y que aplastó el
marxismo con sus cascos.

Todos pasamos el mismo puente. Los hijos de la Revolución del 52 despertamos a la vida
política con la estrella del Ché y el delirante populismo de Barrientos, nos sedujo (o quizás
no tanto) el ultraísmo de los años de Torres, nos estremecimos solidarios con el diario de
“Francisco” en Teoponte, repudiamos la dictadura del Cnl. Banzer, soñamos con la
democracia y nos encandiló la UDP. Comenzamos a sospechar que la cosa no era tan
clara cuando el empantanamiento del 79. Nos volvimos a inflamar con Natusch y García
Meza. Estuvimos en San Francisco el 10 de octubre, y se nos desmoronaron los sueños a
partir de entonces. Los otros (para hacer el todo) llegaron por el otro vértice, y nos
encontramos todos el 85, y muchos nos cruzamos, o simplemente nos encontramos.

¿Fue todo una gran sainete? Ciertamente no. Fue simplemente la realidad tan implacable
como de costumbre. Es el destino que prefiere pasar por Washington, París y Moscú, antes
que por el Cairo y La Paz, que viene luego, como quien no quiere la cosa, arrastrando
consigo el verdadero poder que como el planeta grande atrae a su satélite.

Es así cómo, más allá de la base de la pirámide, hoy se levanta algún hombre, se mira al
espejo y prefiere no preguntarse nada. Es que en algún recodo del camino nos mezclaron
a todos y nos volvieron a echar sobre el tablero. Me di cuenta de ello (otra vez) en este
Estado de Sitio.

19 de Noviembre de 1989

SUSPIROS FRENTE AL ESPEJO

SILVIA RIVERA CUSICANQUI

“Está enfermo de asco” dijo Marlene, refiriéndose a Mauricio, protagonista del video “Sonia
Lima, te quiero”, ganador del reciente concurso “La Paz en democracia”, auspiciado por la
Alcaldía. Los cuatro mediometrajes finalistas del concurso revelaban, con matices más o
menos explícitos, esta sensación de desencanto, de profunda decepción y rabia frente al

254
cinismo de la mal llamada “clase política” del país. No se trata, creo, de opiniones
marginales, sino de un sentir más bien generalizado, que comparte muchísima gente de
diversas edades, procedencias y ocupaciones. La indignación no es pues, como quiere
creer el columnista Carlos D. Mesa Gisbert, gesto de gente dedicada a la filosofía, a falta
de ocupación mejor. Estas notas han sido escritas a propósito de Mesa y de muchos que,
como él han optado por acomodarse, y ahora arguyen que “tragar sapos” es una actividad
no sólo aceptable sino hasta dotada de cierto elegante “spleen”.

Con un suspiro frente al espejo – lamentarse demasiado estaría fuera de tono -, Mesa nos
quiere inducir a aceptar un supuesto destino colectivo (cf. Columna “Nunca digas nunca
otra vez”, PRESENCIA 19-IX-89) por el que tendríamos que conformarnos con observar
resignados cómo se trafica con las esperanzas de la colectividad; cómo se degradan las
palabras hasta convertirlas en meras máscaras: cómo, acto tras acto, se despoja a la
democracia boliviana – conseguida a costa de sangre, no está demás recordarlo – de sus
últimas reservas de legitimidad. Y ¿a nombre de qué se realizan estas volteretas y giros
hasta hace poco impensables? A nombre de la sensatez, del pragmatismo, de la supuesta
sabiduría de situarse a tono con los tiempos y admitir que “el destino prefiere pasar por
Washington, París y Moscú, antes que por el Cairo y La Paz”. Además – añade Mesa –
todo ello se explica por las maquinaciones de una entidad abstracta e impersonal, superior
a nuestras pequeñas voluntades: el Poder. Dotado, por lo demás, de una lógica insondable
(como en las películas de terror). De esta manera, si él no logra convencernos con su
columna, los hechos implacables, se encargarán de hacerlo.

Más bien que en El Salvador, que forma parte de estos mismos aciagos tiempos, esta
mentalidad parece tener pocos adeptos. Ahí también se juega una parcela del destino
humano, se combate de frente contra los poderosos y vendepatrias, y se sabe cuántas
bombas al día le cuestan a quién. Lo mismo que en Cuba y Nicaragua. Decir que Cuba –
por el mero hecho de no haber sido uncida al carro de la poco entendida Perestroika –
representa la contrarrevolución, es pedirles a los cubanos que, para estar a tono con los
tiempos, abandonen la intransigente posición que mantienen desde hace 30 años, de
colocar la dignidad de su país por encima de la prepotencia yanki. Con lo cual – y así sea
sólo por eso – nos lavan la cara a los latinoamericanos de la vergüenza que nos causan
nuestros gobernantes, dispuestos a todas las concesiones, a todas las trapacerías, que
justifican con bonitos discursos, antes de seguir haciendo genuflexiones porque no han
aprendido – o han olvidado muy pronto - a ponerse de pie y decir no.

Desear no ser colonia, desear que acabe la injusticia, desear que millones de personas no
sufran cotidianamente el genocidio lento del hambre, el etnocidio cultural, el devastamiento
y el saqueo de sus energías y las del país, resulta que había sido sueño de filósofos e
ilusos, pobres marginales “puros” que sueñan imposibles.

¿Será así maestros y maestras, agricultores, obreros, estudiantes, vendedoras


ambulantes? ¿Será – como dice Carlos Mesa – que “en algún recodo del camino nos
mezclaron a todos y nos volvieron a echar sobre el tablero”? Compañera lavandera, florista,
¿a usted también la revolvieron en el carrusel de la historia y ahora ha dejado de soñar, ha
dejado de ansiar un futuro mejor para su prole, y se ha vuelto una más de las que suspiran

255
frente al espejo mientras se venden a los poderosos? Y usted, compañero carpintero, ¿será
que lo han transformado en otro iluso, que lo han inscrito al MIR ofreciéndole pega y que,
encima de todo, usted se ha tragado la yuca? Y a vos, Silvia. ¿te han metido al cambalache,
te han quitado la esperanza y te han convertido en otra realista a la moda, que calcula antes
de opinar y que estudia el mejor modo de transar adoptando un aire circunspecto,
aparentando un alto sentido de responsabilidad para la patria? Estas preguntas me las
hago en el espejo de la gente que pasa y que tiene que soportar este estado de sitio…
Entre otras cosas.

PRESENCIA, 24 de Noviembre de 1989

ELOGIO DE LA UTOPIA

“Los hijos de la Revolución del 52 despertamos a la vida política con la estrella del “Ché” y
el delirante populismo de Barrientos, nos sedujo (o quizás no tanto) el ultrismo de los años
de Torres, nos estremecimos solidarios con el diario de “Francisco” en Teoponte,
repudiamos la dictadura del Cnl. Banzer, soñamos con la democracia y nos encandiló la
UDP. Comenzamos a sospechar que la cosa no era tan clara cuando el empantanamiento
del 79. Nos volvimos a inflamar con Natush y García Meza. Estuvimos en San Francisco
el 10 de octubre, y se nos desmoronaron los sueños a partir de entonces”. (Columna
Vertebral 19. 11. 89).

La constatación de la realidad no se traduce en complacencia, es simplemente eso (a pesar


de la profunda carga dramática que ello implica), una necesidad fundamental para
comprender mejor el tiempo que nos toca vivir. Las cosas no dejan de ocurrir porque yo
exprese deseos de que cambien, la naturaleza humana no se trastoca por la voluntad
reflejada en las líneas de una columna periodística.

La política es un arte cuya perfección se construye sobre concesiones, aquí y en Cuba. Y


eso nos enferma de asco ¡por supuesto que si!. Pero los jóvenes que dictaron el estado de
sitio, están allí, los viejos políticos que hoy lo execran y ayer lo practicaron, están allí,
Gorbachov existe y el Muro de Berlín se derrumbó. También están allí los muchachos de
la revolución salvadoreña con la utopía en la punta de los fusiles. Mi columna no podrá
cambiarlos (afortunadamente en algunos casos).

Se que Silvia (no Rivera a secas) (“Suspiros frente al espejo”, Presencia 24. 11. 89) apostó
siempre y apuesta hoy a la utopía y la admiro por ello. Ella, como yo, es hija de la
Revolución del 52 y de ella bebió, como bebimos muchos, en el aprendizaje cotidiano del
compromiso. No sé si la construcción del futuro es cuestión de fe, sólo sé que, como
siempre, se salvan de la tormenta del realismo y del pragmatismo unos pocos que llevarán
hasta el último día de su vida una concepción del mundo y de la verdad que no tiene cabida
para las concesiones, que exigirán y lucharán “por no ser colonia, porque acabe la injusticia,
porque millones de personas no sufran cotidianamente el genocidio lento del hambre, el

256
etnocidio cultural, el devastamiento y el saqueo de sus energías y las del país”, y no harán
concesiones, a pesar de la realidad. Sin ellos probablemente estaríamos perdidos. La
llama de la utopía, sin duda, ha movido a la humanidad a las más extraordinarias aventuras
políticas, sociales, culturales y tecnológicas.

Pero, muy a pesar mío, y por supuesto de Silvia, me parece más que claro que el país por
el que ella luchó, el partido en el que ella militó (el MIR) y por el que perdió la libertad, el
proyecto, en suma, en el que creyeron muchos bolivianos hace una década, no sólo que no
pudieron cristalizarse, sino que están terriblemente lejos hoy, mucho más lejos que
entonces. En el camino han quedado promesas, amistades, compromisos y, como ella
dice, mucha sangre. Por eso no cabe preguntar al pueblo si nos mezclaron a todos en el
camino o no. Nos mezclaron y nos echaron al tablero, esos son los hechos terribles.
Tragarse sapos con elegancia no es algo que deba aplaudirse, ni siquiera tolerarse, pero
en este país (y en toros muchos) se tragan sapos con elegancia (y sin ella) todos los días.
La corrupción, la confusión y la desorientación se respira no sólo en el gobierno, sino en los
sindicatos en la COB, en los partidos de izquierda y en la CSUTCB. El Acuerdo Patriótico
es una realidad. El que los haya mencionado con ironía amarga hace siete días no buscaba
la condescendencia sino la reflexión, porque ésta no es la democracia que yo quiero, ni
este el país con el que sueño, aunque probablemente entre la utopía de Silvia y mis
esperanzas más profundas hay diferencias que van bastante más allá del matiz.

No voy a olvidar la conversación que sostuve con Silvia en el espacio “De Cerca” en 1984,
en pleno descalabro de la UDP. Fue una de las entrevistas más importantes en los seis
años que lleva el programa, en el aire, porque allí había compromiso “a muerte” con Bolivia,
porque había valentía, imaginación e inteligencia, rasgos más bien infrecuentes en la mal
llamada “clase política” boliviana. Sé que Silvia cree en la utopía a pesar de todo este
cuatro de escepticismo que nace después de 1985, contando las diferencias, eso es algo
que tengo presente cuando juzgo su actual posición.

Puedo decirle, eso sí, que no he optado por acomodarme. Creo en lo que digo y creo en
este país y su futuro por encima de cualquier otra cosa. En eso Silvia se equivoca. Espero
que en la utopía, la suya y cualquier otra, quede siempre un espacio para el respeto, la
generosidad y la aptitud para comprender que no siempre los que piensan distinto a uno se
acomodan. El valor y la honestidad, no hay que olvidarlo, no son patrimonio exclusivo ni
de una clase, ni de una ideología.

26 de Noviembre de 1989

PAZ ZAMORA ORO PARA QUE NO HAYA OPOSICION A POLITICA ECONOMICA

En asamblea de unas 60 iglesias y sectas religiosas, el Presidente “perdonó” al Obispo de


La Paz y a un periodista que formularon críticas.

257
En una inédita faceta de su actuación pública, el Presidente Jaime Paz Zamora oró hoy
para que no haya oposición a su política económica neoliberal y delante de representantes
de unas 60 iglesias y sectas cristianas “perdonó” a un obispo de la iglesia católica y a un
periodista que lo habían criticado.

Paz Zamora, estuvo unas dos horas participando del desayuno oración anual de la unión
de iglesias evangélicas de Bolivia que agrupa a unas 60 versiones de iglesias y sectas
cristianas. Este tipo de oración es practicado tradicionalmente en Estados Unidos, donde
la mayoría de la población no profesa la religión católica.

Monseñor Luis Sainz, arzobispo de La Paz, había observado que el Jefe de Estado, como
primer ciudadano católico del país tenía libertad para practicar cualquier tipo de oración con
otros hermanos pero que ello podría desorientar a la mayoría de católicos de Bolivia. Ese
comentario fue apoyado en una televisora de La Paz por un periodista.

El Presidente de la República dijo en el desayuno – oración que asistía como Presidente


Constitucional no sólo para cumplir con un acto de fe cristiana, sino para cumplir con el
artículo tercero de la Constitución que garantiza el ejercicio de otros cultos distintos al
católico.

Afirmó que sintió tristeza por la reflexión del obispo de La Paz y el comentario del periodista
televisivo “Los perdono a los dos”, dijo solemne el Jefe de Estado para recibir aplausos y
gritos de “Aleluya” que le tributaron de pie los asistentes.

El Presidente en su larga oración, demostró tener conocimiento de la Biblia en su Antiguo


y Nuevo testamento (en su juventud Paz Zamora fue seminarista católico) y con destreza
oratoria comparó las bienaventuranzas bíblicas y los anuncios de salvación con el gobierno
que ahora preside junto al general Hugo Banzer Suárez.

Recordó, por ejemplo, que Jesucristo ordenaba que dejaran acercarse a los niños, y él (Paz
Zamora), daba la misma instrucción durante su campaña electoral el año pasado.

Recordó que la Biblia dice que son bienaventurados los que lloran porque tendrán consuelo,
y ahora en Bolivia, todos los ciudadanos estamos con sed de justicia.

OPINION, 1 de Febrero de 1990

EL PERDÓN PRESIDENCIAL

El 31 de enero pasado el Presidente de la República, Jaime Paz Zamora, asistió al


Desayuno Oración convocado por la Asociación Nacional de Evangélicos de Bolivia
(ANDEB), convirtiéndose en la personalidad central de un acto que él mismo cerró con un
Mensaje – Oración dirigido a todo el pueblo boliviano.

258
De acuerdo al texto del folleto de divulgación de la entidad, ANDEB es “una organización
cristiana evangélica interdenominacional, que está al servicio del pueblo de Dios en Bolivia”.
En el mencionado texto no se especifica a las agrupaciones religiosas (iglesias y/o sectas)
que conforman ANDEB. Es importante, sin embargo, mencionar que en ella no están dos
iglesias protestantes históricas como la metodista y la Luterana Alemana. En términos
generales, además de iglesias históricas como la Bautista, Luterana (en su otra vertiente)
y Anglicana, son parte de la organización mencionada grupos pentecostales, carismáticos,
nazarenos y presbiterianos (estos últimos ligados al Rvdo. Moon, de no muy prístina historia
personal y financiera), además de los seguidores de nuevas iglesias (si los ortodoxos
aceptan el denominativo de iglesia en estos casos), surgidas en este siglo y proyectadas al
éxito en la última década, como las de Billy Graham, James Baker o Jimmy Swagart, cuyas
características de divulgación se apoyan estelarmente en la televisión. También están en
este conjunto predicadores latinoamericanos como Yiye Avila o el boliviano Julio César
Ruibal (en los últimos años alejado de la presencia pública en el país).

Una característica central de estas denominaciones es un evidente fundamentalismo en su


visión y práctica de la fe, basado en una interpretación literal y ahistórica de las Sagradas
Escrituras, que prescinde de una contextualización de la difusión evangélica en una
determinada circunstancia, realidad social, geográfica e histórica del medio en el que se
mueven. Dos principios de fe de los evangélicos pueden ilustrar su visión religiosa: “La
depravación total del hombre como resultado de la caída de Adán” y “La obra actual del
Espíritu Santo en el creyente hace posible que éste viva una vida santa”. En esta
perspectiva el ser humano carece de otro papel que no sea el de receptor de la gracia a
partir de la obra divina.

El tema de la libertad de cultos y el respeto a la elección conciencial de los bolivianos del


mejor camino en lo que hace a sus convicciones religiosas, ha sido puesto en el tapete a
propósito de la presencia presidencial en el ya tan mentado desayuno. A nuestro entender
la cuestión es más compleja, pues se trata de la confrontación de visiones de mundo
contrapuestas, en la medida en que la realidad religiosa de una nación no está en absoluto
separada de la identidad social, la pervivencia cultural y el sentido histórico de su
comunidad. La lengua y el catolicismo son dos rasgos esenciales de esa compleja realidad
que es Bolivia, asumiendo que precisamente por la flexibilización del catolicismo, sobre
todo a partir del último Concilio, pero en los hechos desde hace centurias, ha sido posible
una convivencia entre lo católico y lo indio (en lo que hace a la pervivencia de valores
religiosos prehispánicos) que explican en gran parte la vigencia y fortaleza de pueblos de
cuya trascendencia para Bolivia huelga hablar, como el aymara y el quechua.

Por otra parte, está más que claro que la Iglesia Católica, gracias al Vaticano II, ha asumido
un papel que trasciende el alma, sin por ello negar el valor central de la espiritualidad
humana, al preocuparse (por su interpretación vinculada a la historia de los pueblos en los
que realiza su labor pastoral) por una gran mayoría nacional en aras de una concepción
más justa de sus condiciones esenciales de subsistencia material. No es éste precisamente
el enfoque de las denominaciones agrupadas en ANDEB, sumado a una proliferación
preocupante de mensajes (sobre todo televisivos) que han generado una verdadera torre

259
de Babel religiosa en un pueblo que, como el nuestro, carece de elementos (analfabetismo
mediante) para discernir el grano de la paja. No nos parece casual que dos célebres
televangelistas (líderes de sus agrupaciones religiosas) hayan terminado envueltos en
espectaculares escándalos sexuales y de evasión masiva de impuestos en los Estados
Unidos y uno de ellos esté en la cárcel por ello.

No es un azar tampoco que nuestra Constitución reconozca y sostenga la religión Católica


Apostólica y Romana. Ocurre que democráticamente la mayoría aplastante del país, a
través de sus representantes legislativos, optó por consenso en oficializar la religión de la
inmensa mayoría de la nación. Un derecho inobjetable.

Pues bien, el señor Presidente, ministros de Estado, el señor Vicepresidente, el poder


legislativo, el señor prefecto, representantes militares y policiales; prácticamente la totalidad
del gobierno de “unidad nacional” estuvo en el desayuno, el Presidente oró y los aplausos
masivos de adhesión a todo lo que se dijo en la jornada, le dieron un inesperado (aun para
los organizadores) espaldarazo a ANDEB.

El primer mandatario lo es de todos los bolivianos, y tiene todo el derecho del mundo a
asistir a los actos que él crea conveniente. Aunque si de ecumenismo se trata, habrá que
recordar que no estuvo presente ninguna autoridad de la Iglesia Católica, lo que hubiese
dado ciertamente otro giro al encuentro y a la presencia del Primer Mandatario.

Respetamos la libertad de cultos, pero también hacemos culto del derecho de libre opinión.
No compartimos esa visión del mundo (la de ANDEB) y estimamos que no le hace bien al
país un tipo de interpretación religiosa que encierra elementos culturales, políticos y
sociológicos que debilitan nuestra identidad y apoyan una mirada resignada y pasiva del
hombre hacia lo terrenal.

Es por eso que apelamos en un comentario pasado al carácter de católico del Lic. Paz
Zamora y a la necesaria reflexión sobre lo que significaba su presencia en el mencionado
desayuno.

El Presidente estimó que la crítica del Arzobispo Luis Sainz y nuestro comentario
ameritaban su perdón público en medio de su Mensaje – Oración. Dado el tono respetuoso
que usamos y las razones que nos movieron a la reflexión, no entendemos el perdón
presidencial.

4 de Febrero de 1990

TRADICION VS. MODERNIDAD

No parece hacer ninguna razón que, si somos sensatos, nos impida conjugar el respeto por
nuestro pasado y nuestra tradición, con la evidencia del avance de la modernidad que nos

260
anuda al futuro. Pero, más allá de las razones, escuchamos cada vez en voz más fuerte a
quienes se empeñan en confrontar ambos conceptos como irreconciliables.

Dos fiestas, muy próximas la una de la otra, han puesto en el tapete de la discusión esa
compleja relación: El Gran Poder y la noche de San Juan.

Los defensores de la modernidad han arremetido impetuosos y cargados de argumentos.


Es una barbaridad (una vergüenza dicen, si se los apura) que a estas alturas del siglo XX
se siga tolerando que el Gran Poder pase por el Prado. No puede ser, son una vándalos;
después de cada entrada el paseo queda hecho una miseria. Hay que ver las toneladas de
basura, los destrozos; a este paso no nos van a dejar ni la única avenida decente en pie.
Es el colmo, todo el sábado se arma una “trancadera bárbara”, como s no tuviéramos
suficientes problemas con el tráfico normal, cortan el centro un día entero… y las protestas
suman, suben de tono y se tornan airadas.

El horror por 24 horas de un centro “tomado” por sus habitantes puede más que la
significación de la fiesta, que no es otra cosa que la celebración con el juego, el baile, el
amor, la sensualidad. La curiosa amalgama, en suma (repetida en la mayor parte de las
fiestas religiosas) entre la devoción, la fe, el amor cristiano y la entrega humana y carnal a
la disipación de cuerpo y espíritu. La fiesta tiene su código, su lenguaje interior y su
simbología. Es una construcción humana para el disfrute y para la estética, y es además
en este caso, un toque único, un punto de encuentro entre la ciudad aymara y mestiza con
la ciudad criolla. En el momento en que los primeros bailarines pasan por San Francisco y
descienden por el viejo lecho del río, hoy avenida, hacia el sur (marcado por el deseo de lo
europeo – norteamericano), se vuelven a unir las venas de sangres mezcladas, y las
comparsas, los diablos, los morenos, las cullahuas y los llameros, son de todos.

La fuerza del mito encarnado en la fiesta va creciendo y se despoja de propiedades y


dependencia, fluye sola y se apodera de las calles. Entonces, algunos descubren con
desagrados que la calle es parte de la comunidad, y que alguna vez al año, la ciudad quiere
disfrutar la fiesta y hacer de sus calles el escenario de la celebración. Después, en el
silencio de la madrugada queda el testimonio de hombres y mujeres que, devotos y
sensuales, bailaron por el Señor del Gran Poder. Dos días más tarde El Prado es el mismo,
con Colón pintado por vándalos (no precisamente bailarines, y no en la tarde del Gran
Poder), el pasto no ha desaparecido, los árboles están completos y el asfalto es tomado
por sus dueños habituales, cientos de miles de automóviles que nos destrozan los nervios
y el hígado sin que nadie proteste por ello.

Los defensores de la modernidad han arremetido también, con el justo estandarte de la


nueva cruzada: la preservación del medio ambiente contra San Juan. Influidos fuertemente
por los países industrializados del norte que después de haber arrasado sus territorios y los
ajenos, se dan cuenta (algo tarde, hay que decirlo) que la tierra se agota. Los del sur (este
sur del Amazonas) tenemos el oxígeno y ellos nos piden protegerlo. Bien. Aunque hubiese
sido mejor que lo pensaran antes, cuando la cultura depredadora de Occidente nos enseñó
los sofisticados métodos para dar fin con todo sin mayores escrúpulos.

261
Y San Juan, una inocente noche de fuego mágico, de viejos espíritus que se queman y de
ponches esperanzados que nos unen con un calor interior que traemos por centurias,
resulta la cabecita de turco de un gigantesco iceberg de destrucción. Toda la madera que
se quema en San Juan, cuyo valor de conmemoración, de tradición vital que nos une al
pasado y nos reserva la cada vez más apabullada identidad, no es más que una brizna en
comparación a la depredación masiva de los bosques, los chaqueos anuales y sistemáticos
de miles y miles de hectáreas, la contaminación industrial de las aguas y la basura que
amenaza enterrarnos. El fuego nos redime y nos fascina, nos reencuentra en el frío de la
noche y desentierra el fondo de las raíces que se mezclan. Lo indio y lo español, en medio
de las piedras que revientan, quedan anclados en nuestros pies para que no olvidemos
quienes somos. Así es como calentamos las manos y, todavía niños, desafiamos las
lenguas de fuego en saltos que nos permiten muchas veces sin saberlo, el ayer que todos
tenemos oculto en un rincón del pecho.

El salto a la modernidad, las cruzadas de salvación ecológica, los requerimientos de


nuestras aldeas que se hacen ciudades, no pueden ni deben avasallar nuestro pasado y
nuestro presente. En nombre del nuevo dios ecológico no podemos sacrificarlo todo, hasta
quedar limpios de pulmones y de piel, pero desnudos de aquello que nos ha cubierto
siempre y nos ha hecho saber quiénes somos y quiénes son nuestros hermanos. Yo por lo
menos me niego a aceptar en silencio que sea así, sin más.

24 de Junio de 1990

TRADICION VS. EXISTENCIA

POR MÓNICA BELLER E.

Si por el título de un artículo se puede inferir la idea central del mismo, el de esta nota
expresa una discrepancia con el contenido del artículo “TRADICION VS. MODERNIDAD”,
publicado el día domingo 24 de este mes.

Y es que considero que mientras más importante sea el ascendiente de un comunicador


sobre sus lectores, tanto mayor ha de ser su responsabilidad de emitir juicios sobre temas
vitales. Esos juicios deben ser producto de un detenido análisis.

Hay conceptos que no se pueden prestar a conclusión. No se puede confundir la tradición


de un pueblo con el ecosistema. Ambos son parte de nuestra vida. La primera constituye
una base importante para la evolución de los pueblos, como sustento de su cultura, la
existencia de la vida misma en el planeta, que es base de absolutamente todo nuestro
acontecer (también folclórico y cultural). Es necesario, entonces, dimensionar prioridades
entre estos dos conceptos.

262
Las tradiciones de los pueblos son sagradas en la medida en que transmiten las raíces
culturales de los mismos. Nacen por la conjunción de vivencias y creencias en
determinadas épocas y circunstancias, y se mantienen mediante hábitos y costumbres que
se convierten en tradiciones. Transmiten el sentir cultural de los pueblos. En la medida en
que esto sucede, es deseable que todo pueblo conserve sus tradiciones. Pero si éstas van
a significar una gradual extinción de esos mismos pueblos la cosa cambia.

Las fiestas del Gran Poder y San Juan son expresiones muy diferentes entre si, aunque
ambas estén enraizadas en nuestras tradiciones. La fiesta del Gran Poder, básicamente
folclórica, si bien deja una secuela de basura en las calles, bloquea el tráfico y condiciona
todo el quehacer de la ciudad a la fiesta, no daña el sistema ecológico. No ocurre lo mismo
con la fogata de San Juan. Esta implica una agresión masiva a nuestro medio ambiente,
de lamentables consecuencias.

Es cierto que la contaminación producida por la combustión de madera no general


necesariamente daños irreversibles como la polución producida por contaminantes
sintéticos, ya que esta contaminación, si no sobrepasa determinados índices de
concentración, es biodegradable y existe la posibilidad de una paulatina recuperación de
los daños producidos; pero la concentración de gases en la atmósfera de todo el país y las
modificaciones que éstos producen, se traducen en una alteración del microclima. Esta
alteración, aun siendo ocasional (una vez al año), implica negativas repercusiones sobre
actividades productivas como la agricultura y ganadería.

Sabemos que la explotación indiscriminada de árboles es un mal endémico en nuestro país,


debido a la falta de legislación adecuada – responsabilidad que recae sobre los gobiernos
y tema que debería ser tratado prioritariamente en el Congreso-. Pero la tala de árboles
para la fiesta de San Juan, debido a la gran demanda de leña, se convierte en una actividad
ejercitada en gran proporción y a lo largo de todo el país. Ello implica una agresión al medio,
que continúa y aumenta la sistemática erosión de nuestros suelos, olvidándonos de la
urgente reforestación.

Es muy cierto que la ecología no es un dios por el que se tenga que sacrificar todo, incluidas
las tradiciones. Pero, sin ser un dios, constituye el equilibrio que determina la vida presente
y futura de toda existencia en este planeta. Es parte determinante de los elementos que
origina y mantienen toda forma de existencia. El proceso ecológico relaciona unos con
otros los factores generadores de vida, como la energía solar, la fotosíntesis, el agua, el
dióxido de carbono, los nutrientes inorgánicos del medio físico, los compuestos orgánicos,
etc., etc. Cada uno de estos elementos no lograría crear y mantener la vida en nuestro
universo viviente mediante un trabajo aislado, de no existir el ecosistema que interrelaciona
todo, creando un efecto en cadena en el cual, romper un eslabón no equivale a la
detonación de una bomba atómica, no destruye ipso facto el universo viviente, pero si va
dañando el sistema, y originando reacciones anormales que crean otras situaciones
anormales en cadena, alterando y destruyendo implacablemente la vida.

Es por esto que se debe considerar la imperiosa necesidad de crear ya una conciencia
respecto al problema, para que cada uno de nosotros, habitantes del mundo, tomemos en

263
cuenta cada ende en nuestros actos que ponen en riesgo la preservación de las especies,
incluida la nuestra.

Aun reconociendo en las tradiciones nuestra propia identidad, no podemos olvidar que la
misma es una resultante de nuestra existencia, lo que nos obliga a respetar los procesos
ecológicos, aunque sólo sea por consideración a la vida e identidad de nuestros
descendientes.

Siendo las formas de expresión de las tradiciones susceptibles a cambios, es más factible
alentar en ellas una transformación, tomando en cuenta que, aunque nuestro medio
ambiente no está todavía tan desgastado como el de los países industrializados, ya está
enfermo y no es inmortal.

28 de Junio de 1990

DE SAN JUAN A LA FIESTA DE LA SALCHICHA (UN REQUIEM)

Desde hace algo más de un lustro, algunos sectores de la sociedad decidieron iniciar una
guerra a muerte contra la fiesta de San Juan a nombre de la sacrosanta causa de la defensa
del medio ambiente. Los combatientes desempolvaron las adargas, se pusieron la montura
y comenzaron un ataque inclemente y radical que ha terminado por imponer sus
condiciones y derrotar a siglos de tradición que se remonta (por si alguno cree que todos
los daños antiecologistas fueron importados de Europa) por lo menos al incario, sino antes.

Los argumentos ambientales están a la vista. Por lo menos un par de millones de bolivianos
se reúnen junto al fuego y queman sus tristezas alrededor de la fogata, pero en ella se
consumen desde los muebles en desuso, pasando por trozos de árboles jóvenes y
eventualmente desechos que incluyen llantas de automóviles o bolsas plásticas. Al
amanecer del 24 el país está envuelto en espesa bruma que tarda un par de días en
desaparecer totalmente.

La tradición es, otra vez, acusada de bárbara, en estos tiempos de transparencia de ideas
y de ideales (?), entre los que la ecología ha cobrado carácter de verdad sagrada. Si
tenemos un mínimo de honestidad intelectual debemos reconocer que las fogatas de San
Juan en los tiempos que corren, en aglomeraciones urbanas que superan o bordean el
millón de habitantes, no generan precisamente el aire más puro del mundo e implican un
consumo de leña y otros combustibles que hacen un determinado daño ambiental. En la
ecuación del debe y el haber, la permanencia de esta hermosa tradición no ha tenido suerte.
Perdamos pues en el ara del dios ambiental el rito del solsticio, homenaje al dios sol,
mezclado como otros tantos ritos con la tradición católica de San Juan, los malos recuerdos
quemados, el pasado hecho chispa y ceniza que se volatiliza en el negro de la noche y
sobre todo, la leyenda maravillosa de las piedras del altiplano reventando por el violento
cambio de temperatura en la noche más fría del año, combatida por el fuego purificador.

264
Son tonterías dicen hoy quienes defienden la trascendencia de un mundo que se nos cae
en pedazos por la irresponsabilidad colectiva de milenios.

Pero también, si hemos de tener un mínimo de honestidad intelectual en el otro extremo,


reconozcamos que ésta es una vulgar competencia de popularidad de autoridades
nacionales y locales que pretenden cubrir sus malas conciencias, convirtiéndose en
gladiadores ambientales de la hora nona, emprendiendo la agresión impiadosa contra una
fiesta relativamente inocente, acusada como la quintaesencia del antiecologismo, en vez
de encarar con valentía lo realmente importante en el tema.

Exorcizar en una noche helada el “fuego destructor” mientras durante 365 días del año este
país es depredado sin misericordia es sus bosques, contaminado sin rubor a través de los
residuos mineros en sus ríos, atosigado por los desechos tóxicos de los escapes de casi
200.000 vehículos en sus principales ciudades y carreteras, gracias al espeso y
nauseabundo diésel y a la gasolina cargada de plomo hasta lo indecible, enterrado en
toneladas de basura que se queda en las calles y con el paso de los días se mezcla con el
aire, hasta lograr el milagro de que en determinados lugares del país respiremos
literalmente caca; es todo un simple acto de demagogia mal disimulado.

Si de fuego hablamos, precisamente entre Junio y Septiembre miles y miles de hectáreas


son arrasadas cada año por el fuego de los chaqueos, llenando de bruma azul no 48 o 72
horas, sino semanas enteras los cielos de Bolivia y en consecuencia los de nuestras
principales ciudades. Si esto no fuera suficiente podemos recordar por ejemplo ríos como
el Choqueyapu o el Rocha que son inmundas cloacas (sobre todo el río paceño) que riegan
los verdes valles donde crecen verduras que luego comemos con gran felicidad. Eso, todo
en un solo paquete, pasa día tras día sin que se encaren las cosas con un mínimo de
seriedad y sin que nuestras autoridades tomen la adarga, el escudo y la coraza para luchar.
Es que eso no da réditos, ni popularidad, es un trabajo lento de largo plazo y de resultados
difíciles de prever.

Por si fuera poco, estamos llegando a la sofisticación empresarial de inventar una noche de
San Juan sin fogatas, con “verbenas populares” (porque el consumo de alcohol en
cantidades navegables, no solo no es mal visto sino que se fomenta con gran entusiasmo)
y una especie de festival de la salchicha adornado con dragones importados de la tradición
nórdica (por si nos faltaran los halloweens, los papa noels, san valentines y otras figuras
del consumismo internacional que arrasan con todo pasado, identidad y tradición propias)
que terminarán por convertir esta hermosa fiesta en una vulgar jornada de embutidos y
ponche (que conste que no tengo nada contra la empresa que ha logrado en La Paz sacar
partido del “ecologismo” de última hora y del marketing, es su negocio y lo hace bien).

No me queda más que recordar con nostalgia la noche de San Juan, envuelta del calor de
la familia, del naranja de las lenguas de fuego y del sentido de una historia que se está
haciendo cenizas. Pero definitivamente no me alineo en el grupo de los hacedores de
fuegos artificiales cargados de demagogia y oportunismo, ni en el de los comerciantes que
siempre saben sacar una buena tajada, con fiesta sin ella. ¡San Juan: Q.E.P.D.!

265
25 de Junio de 1995

¿QUO VADIS GONI?

Gonzalo Sánchez de Lozada es, sin duda, una de las figuras más importantes de la política
boliviana de los últimos años. Su intachable trayectoria democrática (iniciada en la política
activa en el parlamento de 1979), su historia partidaria de más de tres décadas y su
fulgurante ascenso a través de su gestión como ministro de Planeamiento del Presidente
Paz Estenssoro, marcaron el surgimiento de un nuevo estilo político, un aire fresco, distinto
del viejo esquema de los políticos criollos, llenos de circunloquios, solemnidad y solapada
agresividad.

Sánchez de Lozada comenzó por imponer su apodo como tarjeta de presentación ante el
electorado, usó su mayor debilidad personal, el pésimo uso del castellano y su acento
gringo, como un rasgo simpático que al final se convirtió en ventaja, apeló al humor, algo
tan extraño a nuestros políticos y, lo que es más importante, basó su éxito en el lenguaje
directo, sencillo de entender, con el uso de la verdad. Asumió de frente el duro trance de
la “relocalización” y se negó a concesiones salariales, aún en el último año de gobierno
netamente preelectoral. Afirmó varias veces (entonces con razón) que no le gustaba la
demagogia a pesar del costo político de decir NO cuantas veces fuera necesario a los
pedidos imposibles. Estos rasgos lo llevaron al estrecho triunfo electoral de 1989.

Pero el 27 de Mayo de ese año (día en que la Corte Electoral hizo conocer el resultado de
los comicios) fue fatal. Algún hado se posó en el hombro del candidato y comenzó a
transformarlo. El humor se volvió cáustico, el NO se convirtió en la palabra para descalificar
casi todo lo que hace el gobierno, hacer oposición se tornó en pesadilla obsesiva, y si antes
del 6 de Agosto del 89 el hoy Presidente y el General se descomponían con solo oír su
nombre, ahora el Jefe del MNR parece atragantarse cada vez que oye los apellidos de
ambos. Los adjetivos, que solo usaba para sus chistes, se han convertido en el lenguaje
común de sus discursos. La mesura ha sido sustituida por un tono apocalíptico y sin
concesiones. La pasión traiciona a la razón, y si el barco de la nación vive la tormenta, él
y su partido parecen empeñarse en derribar a hachazos el palo mayor.

Este no es, en definitiva, el sereno y cerebral co-gestor del 21060, ni el excepcional


diputado, ni el mesurado Presidente del Senado, ni menos el ministro de Planeamiento que
administró con mano firme la política económica del Dr. Paz Estenssoro. Hay un vierto tono
de rabia amarga en sus palabras, una suerte de voluntaria pérdida de perspectiva a la que
contribuyen con gran entusiasmo sus más estrechos colaboradores.

A nadie le cale la menor duda de que vivimos una etapa muy grave, a la que nos ha
conducido una errática política gubernamental, sectaria e irracional. Todos somos
perfectamente conscientes de que el ejecutivo y la mayoría oficialista nos han precipitado
a una crisis institucional que puede tener graves consecuencias. Nos damos cuenta de que

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la bipartidaria que gobierna no ha honrado su palabra en la integridad del documento
firmado en 1989 en la Nunciatura, y que el Acuerdo del 5 de Febrero corre serios riesgos.
Tampoco se nos escapa que la estabilidad no apunta al crecimiento. Son hechos
preocupantes, que ponen en riesgo innecesario el sistema.

Pero, ¿Cree realmente Gonzalo Sánchez de Lozada que la mejor forma de ayudar es el
NO por sistema?. ¿Cree que entrabando instrumentos legales que apoyan el modelo
neoliberal que sustenta, es crecer en credibilidad?. ¿Cree que es honesto asistir como
partido a una manifestación de la COB pidiendo aumentos salariales que sabe que el
gobierno no puede otorgar, y que él no hubiera otorgado de ser su gobierno?. ¿Estima que
es adecuado cuestionar cualquier diálogo con el gobierno y aún negarlo, después de
haberse ufanado de haber realizado 105 reuniones con la COB (lo dijo el 30 de Abril de
1989), la mayoría sin lograr soluciones?. ¿Le parece que contribuye a consolidar el proceso
con discursos incendiarios como los que pronunció en el Hotel La Paz en Diciembre y en el
reciente aniversario de la Revolución?.

El mejor homenaje al país que le puede hacer el líder movimientista es ser fiel a sí mismo,
al uso de la transparencia, la racionalidad y el equilibrio, aunque eso implique perder réditos
políticos inmediatos. Un político de su nivel no puede permitirse la ligereza de dejarse
traicionar por las hormonas y el malestar que le producen actitudes ciertamente enervantes
del gobierno, porque su electorado y en este caso Bolivia, esperan serenidad y coherencia
de la cabeza del principal partido de oposición de la nación. El país no espera acusaciones
todos los días, bromas demoledoras y amargura. No quiere promesas de lo que hará en
1993, sino hechos de lo que debe hacer ahora en la oposición. Para viejos esquemas le
basta con el gobierno, no es necesario repetir la experiencia, áspera y exasperante, de una
oposición por el desastre que ya vivió en demasía.

A lo único que contribuye la actual postura de Gonzalo Sánchez de Lozada es a la falta de


fe, a que se crea realmente que en este país, en momentos de crisis, el populismo es la
única salida, pues quienes ofrecen un pensamiento realista padecen del virus del encono y
la miopía. Es en trances graves y críticos donde se prueba la grandeza y la talla de quienes
aspiran a ser estadistas de largo alcance.

Su obligación, además es mucho mayor, por el lugar que ocupa, porque se debe a los
hechos de su pasado y al discurso que lo llevó donde está. Hoy por hoy es otro Goni, el de
los idus de Mayo de 1989, el de la desesperanza.

14 de Abril de 1991

¿QUO VADIS BOLIVIA?

IRVING ALCARAZ

267
Señora Directora:

El periodista Carlos Mesa, en su columna dominical ha criticado duramente al jefe del MNR
por la presunta irracionalidad de sus ataques al gobierno ADN – MIR y se pregunta ¿Quo
vadis Goni?

La pregunta que debería haberse hecho, en este momento, es a dónde va Bolivia. El mismo
enumera algunos elementos de la crisis: “errática política gubernamental, sectaria e
irracional”. Todos estamos perfectamente conscientes de que el ejecutivo y la mayoría
oficialista nos han precipitado a una crisis institucional que puede tener graves
consecuencias; “nos damos cuenta de que la bipartidaria que gobierna no ha honrado su
palabra”; “tampoco se nos escapa que la estabilidad no apunta al crecimiento”.

Pero hay otros elementos que Carlos no señala: el nacimiento de este gobierno fue posible
únicamente por la acción delictiva de una Corte Electoral descalificada; el incumplimiento
de compromisos asumidos es tan flagrante que, como dijo Goni, ha hecho del acuerdo ADN
– MIR un interlocutor no válido; el Gobierno ha vulnerado una y otra vez la Constitución, las
leyes y los reglamentos de debates de las cámaras legislativas en la aprobación de leyes
que todos las sabemos necesarias, pero que por la incompetencia de sus autores y su
trámite irregular carecen de credibilidad y viabilidad en el mediano plazo: la corrupción bien
gracias, etc.

“Nos damos cuenta” de la gravedad de la situación, dice Mesa; pero a continuación da


muestras de que no tanto. El asunto es serio y no está para los chistes festivos que él
reclama. “La crisis institucional que puede tener graves consecuencias”, según Mesa, en
realidad ya las tuvo: se trata, ni más ni menos, de un golpe de Estado propinado contra el
Poder Judicial por los otros dos poderes del Estado controlados por el oficialismo.

En este caso se ha acortado el periodo constitucional de los magistrados y todos critican


esto, pero hasta por ahí no más, no vaya a ser que pongamos en peligro la democracia. Al
no haber Corte Suprema no ha estado de derecho, como lo anotaba no hace mucho el
padre José Gramunt, pero la democracia está ahí, con su mejor ropaje, para deleite de los
bolivianos.

Se aprueban leyes atropellando la Constitución y los procedimientos parlamentario pero,


lógico, todos callados, porque un estornudo puede echar abajo la “institucionalidad”
democrática tan trabajosamente ganada.

Piedra libre a la corrupción, pero como es un problema estructural de la sociedad boliviana,


mejor es no hablar del tema.

Entonces, como decía Jaime Paz Zamora. ¿Qué más nos pueden pedir?. Están sembrando
no sólo nabos, sino estacas sobre las espaldas de los bolivianos pero, por favor, a no hacer
bulla, cualquier grito puede hacer fallar al artista.

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Así que la pregunta, mi estimado Carlos, la pregunta correcta quiero decir, es ¿A dónde va
Bolivia y hasta dónde, primero como bolivianos y luego como periodistas podemos callar?
¿Cuál es el límite? ¿No lo hay? ¿Es correcto éticamente justificarlo todo, a nombre de la
democracia?

PRESENCIA, 16 de Abril de 1991

CUMBRE POLÍTICA: “¡CHAPEAU!

EN 1989 Gonzalo Sánchez de Lozada abrió una brecha al “desatar” unilateralmente el


Pacto por la Democracia, criticó además duramente a sus adversarios durante la campaña
presidencial. Hugo Banzer y Jaime Paz no trepidaron en responder con la misma rapidez.
El debate de la Asociación de Periodistas terminó por acrecentar distancias. Hastat agosto
Banzer y Paz Z. aislaron sin reparos a Sánchez de L. Entre 1971 y 1978, Banzer fue
enemigo irreconciliable de Jaime Paz, su gobierno fue perseguidor y muchas veces verdugo
del MIR. En 1984 la brecha entre Paz Zamora y Antonio Araníbar rompió una amistad de
años y una dura lucha compartida, a partir de entonces un sordo encono separó a ambos
líderes. Carlos Palenque nación a la política como consecuencia de la clausura del sistema
RTP ordenada por el gobierno del MNR, se alió con el Acuerdo Patriótico y rompió luego
ostensiblemente con éste en ocasión del juicio a los magistrados de la suprema. Max
Fernández fue amenazado por Hugo Bánzer, quien revólver en mano estuvo a punto de
cortar abruptamente la vertiginosa carrera política del empresario cervecero. La alianza
UCS – MNR en las alcaldías no prosperó y culminó en rápido divorcio. Todo esto para no
mencionar las grandes distancias ideológicas que separan a muchos de estos
protagonistas.

Valgan estos apuntes a vuelapluma para poner en su exacta dimensión el Acuerdo logrado
el pasado 9 de julio en el salón principal del Palacio de Gobierno. Los mismos hombres
que se enfrentaron con crudeza durante muchos años, tanto en dictadura como en
democracia, fueron capaces de encontrarse en el camino y, olvidando intereses inmediatos,
se acordaron de los intereses de la nación en su conjunto. No es algo fácil, no ocurre todos
los días y no son muchos los países del mundo, ni grandes ni pequeños, ni muy
desarrollados ni muy pobres, que puedan darse el lujo de concertar sobre cuestiones
esenciales prescindiendo de ideologías y enfrentamientos coyunturales que suelen
envenenar con frecuencia las relaciones interpartidarias.

El país comienza a encontrarse con un panorama de desarrollo democrático que debe


obligarnos a replantear nuestros juicios, a veces excesivamente duros para con una “clase
política”, que muestra mayor madurez de la que queremos reconocerle.

La mezquindad de algunos sigue aferrada a la crítica ácida por todo y por nada. Poco
acostumbrados a reconocer el éxito ajeno, marginados en posiciones radicales, sin
respaldo popular alguno, insisten en la cantinela de la “partidocracia”, de documentos sin

269
valor alguno, de promesas repetidas que no añaden nada a la mejora del sistema y otros
criterios similares, para disfrazar la frustración ante una democracia que, próxima a cumplir
diez años, es capaz de superar debilidades y abrir opciones para la esperanza.

Mérito del Presidente Paz Zamora que insistió en un diálogo con todas las fuerzas políticas,
grandes, medianas y pequeñas, que fue anfitrión flexible, universal y no partidista en el
debate de las ideas que escuchó y recogió los aportes de todos. Mérito del Acuerdo
Patriótico que subordinó su mayoría a la idea de sacar un buen documento aun cediendo.
Mérito de la oposición que aceptó arriar banderas de combate, pudiendo escudarse en el
argumento de que a quien le toca gobernar es al gobierno, que fue capaz de aportar
propuestas y escuchar las ideas gubernamentales con amplitud. Mérito, en consecuencia,
del MNR, UCS, CONDEPA y MBL, que con “una de cal y dos de arena” contribuyeron a la
suscripción de un documento concreto y amplio en sus perspectivas.

Alguien dijo que lo que se firmo fue una carta de intenciones. Lo del 9 de julio es mucho
más que eso. Se establecen fechas cerradas para tener aprobadas leyes tan importantes
como la reforma judicial (incluyendo la elección de los magistrados por dos tercios de votos),
la nueva ley electoral, la ley de descentralización y la ley de necesidad de reforma de la
Constitución; todo en un tiempo de cinco meses, lo que obligará al parlamento a trabajar de
forma maratónica. Habrán problemas, qué duda cabe, se generarán tensiones, se
afrontaran dificultades para llegar a buen puerto. Es parte del juego democrático, más aún,
es necesario, para enriquecer esas leyes, pero sabemos que los plazos deberán
respetarse, y que para el 30 de noviembre de 1992 podremos contar con una estructura
que nos permita hablar realmente de un estado con bases modernas.

Por si fuera poco, en el mismo texto que comento, se hacen comentarios en relación al RUN
y al registro civil (cediendo la responsabilidad sobre ambos mecanismos a la Corte
Electoral, con mucho tino), se menciona la necesidad de una reforma educativa (el desafío
principal del próximo gobierno), se garantiza la elección del nuevo contralor por dos tercios
de votos y se postergan las elecciones para el 6 de junio de 1993, evitando un innecesario
vació de tres meses entre elección nacional y elección congresal de Presidente y
Vicepresidente de la República.

Se trata del compromiso más ambicioso que haya hecho la totalidad del mundo político
boliviano (los firmantes representan a más del 95% del electorado) en nuestra historia. En
el pasado, los avances de la nación no fueron producto del consenso, fueron el resultado
del enfrentamiento y la polarización, la más de las veces mediante el uso de la violencia.
Se trata por ello de un momento histórico único.

El Presidente dijo en su discurso que este acuerdo no es producto de ninguna crisis, no se


hace bajo presión y es absolutamente excepcional en el convulsionado mundo de hoy. Las
tres cosas son absolutamente ciertas, y por ello es justo decir esa palabra tan expresiva de
los franceses cuando se inclinan ante algo que despierta su admiración y su respeto:
“¡CHAPEAU!”

12 de Julio de 1992

270
PARTIDOCRACIA “SANA CHAPEAU”

ROBERTO JORDAN PANDO

Un buen periodista y columnista de prestigio como Carlos D. Mesa, sin antecedentes con
los que escribimos en esta casa periodística es decir, gratuitamente, arremete contra los
que conceptualmente y bajo principios de sociología política diferenciamos “clase política”
porque no la es, de élites políticas, que en cada momento histórico político aparecen y
desaparecen, como en todo transcurso social. Sólo los tránsfugas, que los hay, están en
el gobierno desde los años 40 hasta la fecha, habiendo pasado también por las estructuras
y coyunturas de la Revolución Nacional y hoy siguen de personajes políticos activos. El
otro ataque, usando además improperios calificativos, denostaciones, es sobre la
“partidocracia” que no es una frase periodística, sino un concepto empleado en el análisis
de ciencia política y obedece a una caracterización que se da no sólo en Bolivia, sino en
Venezuela, Perú, Argentina, Brasil y en otros países donde claramente se puede diferenciar
lo que es o debería ser la democracia política de la mera “partidocracia” que pretende
reemplazarla.

Precisamente el primer párrafo, del artículo de Mesa, en PRESENCIA del día domingo 12
del presente, bajo el título “Cumbre política ¡Chapeau!” hace un relato de lo que hace la
“partidocracia” y muestra la crisis de la democracia. Que no es sólo boliviana, en el
continente hay brotes de ella, incluso en EE.UU., con la crisis del bipartidismo, en México
que acaba de confirmarse en las elecciones distritales, en los países citados anteriormente,
porque la crisis política es entre las sociedades civiles y sus Estados; en sus sistemas
democráticos; hay crisis de representación porque las sociedades civiles en su conjunto,
no sólo en sus élites o capas altas no se sienten representadas en sus gobiernos, ni en los
Partidos y la crisis de los partidos también viene de la falta de representación que tienen de
su sociedad global.

Las críticas pueden ser ácidas, pero no mezquinas. Como también las alabanzas
frecuentes y dulces, no son mezquinas pero se constituyen en una especie de incensarios
útiles y de turno para mantenerse vigentes en el ambiente gazmoñero propio del momento
elitista que vivimos.

¿”Posiciones radicales” que es decir ultristas? No, Intransigentes si, en favor de la nación y
latinoamérica. Si la “modernidad” significa desideologizarla, no la aceptamos. La política
significa ideas, ideología, programas, consecuencia, lucha. No hemos cambiado esa
concepción. Hoy para sus actores es frivolidad, negocios, intereses, acumulación. Por
comodidad, hasta la dependencia la han archivado junto con otras banderas revolucionarias
en las “cajas de seguridad bancaria” ¿Hay algún partido o gobierno neoliberal que tenga
respaldo popular? Lo nacional y popular están en los gobiernos de esa posición y no
pueden estar allí, pero eso no quiere decir que los pensamientos o luchas instintivas
populares no tengan razón. ¿Documentos sin valor? ¿Quién es el iluminado para calificar

271
qué cosas tienen valor y cuáles no? ¿Algún comentarista de moda? ¿Algún “magister dixit”?
¿Quiénes le designaron o qué soplo “divino” recibió para asumir esas delicadas funciones
arbitrarias?

¿Frustración ante una “democracia” que lleva diez años? Lo que menos tenemos es
frustración política, porque hemos adoptado ideología lanzando ideas, luchando por ellas,
recibiendo torturas, exilios, persecuciones casi por dos décadas, y hemos gobernado no
para cumplir mandatos foráneos sino para realizar mal o bien nuestras ideas y lo que
requería la nación. Las conquistas logradas son en parte nuestras, hemos trabajado en
ellas. Incluso nuestras obras sirvieron para tallar caudillos y darles más estatura de la que
por sí mismos tenían. Eso no puede ser frustración sino realización plena. Frustración
sería darse la vuelta y afiliarse a la frivolidad mercantil del presente.

Bien haría Carlos Mesa en advertir a los dueños de la “democracia de diez años” que se
apuren, porque “su democracia” está “haciendo aguas” en todas partes. La “partidocracia”
no representa el momento histórico. Se ocupa en cuestiones de trámite institucional y no
hay intérprete real de las posiciones encontradas que plantee la sociedad global. Eso es
crisis. Si es difícil para los políticos, mucho más para los periodistas y comentaristas.

Ocurre que “en las sociedades modernas el poder se ha diluido y se ha desplazado hacia
los grupos de intereses”. Por eso la política y la democracia son electoralista y elitistas. La
mecánica política no es la lucha, sino el dinero, los medios masivos y la “industria electoral”
mixtifica más que reemplaza el voto popular que no puede ingresar a esa mecánica
mercantilizada. “En los países industrializados se ha ido desarrollando el pluralismo, en
medio de un solo centro de poder organizado que es el gobierno” como dice Peter Drucker.
De ahí que no se pueden equivocar en aquello de a quiénes hay que hacer venias.

“Diálogo”, si, definitivamente. ¡Lo hay en el gobierno, en la “partidocracia”? ¿Cuándo lo hay


no es de sordos? ¿No hay arrogancia, soberbia y el gobierno y sus Partidos, que jamás
fueron ni serán mayoritarios, no se creen los dueños de la verdad e imponen? ¿Se discuten
razonamientos en lo del litio o se imponen rodillos? ¿Y la vergüenza del querer derrocar a
la Corte Suprema y el aplazamiento de sus protagonistas? ¿Dónde va la descentralización?
Empero ha hay calendario para aprobar lo que la “partidocracia” quiere, pero eso no es el
pensar de la sociedad civil. Igual en cuanto a las reformas constitucionales. ¿Hay que
aplaudir y “sacarse el sombrero” ante el calendario aprobado en la cumbre de tres horas
donde no se debatió, sino fue el encuentro de “los jefes” para firmar una circular “de
consenso” a espaldas de sus mandantes?

“Arriar banderas de combate”, no. Ese es el método de comodidad para demostrar y


justificar que desideologizarse es lo moderno, frente a lo anticuado, pero con respaldo
popular.

Nada más por el momento. Son asuntos tan importantes y de fondo que no caben cuartillas,
ni columnas. Podría hacerse un debate a fondo, en cualquier tribuna, sería mejor y más
útil.

272
Cuando la política era lucha y sacrificio, nos habría gustado tener columnistas que
defiendan esas posiciones, como ahora a la frívola “partidocracia” cuyos protagonistas
estaban casi todos silenciosos entonces o pertenecían al bando represivo. La democracia
ganó terrenos y avanzó en mucho, inclusive con estos últimos. También nos gustaría que
el periodista que desee en lugar de dar cátedra de política salte a la palestra y se juegue
políticamente. Comentar la política es fácil, hacerla y practicarla es difícil. Pocos han sido
los periodistas que ejercieron de políticos. Ante la “clase política” la “partidocracia” y ante
la “cumbre política” Carlos Mesa se “saca el sombrero” y exclama: “Chapeau”, nosotros nos
reiteramos “sans chapeau” y sin venias ni reverencias.

HOY, 14 de Julio de 1992

A PROPÓSITO DE UN SOMBRERO

Don Roberto Jordán Pando, ex - militante del MNR, ex – ministro de Estado y ex –


funcionario internacional, fue, sin duda, un político importante para nuestro país. Alineado
en el nacionalismo revolucionario cumplió un papel muy destacado en la fase de
institucionalización del proceso revolucionarios del 52, como primer ministro de
Planeamiento de Bolivia y gestor del plan decenal en el gobierno del Dr. Victor Paz
Estenssoro. Hombre intachable y honesto en su vida, merece consideración por su aporte
a la sociedad y mi respeto personal.

Esto no quita, sin embargo, el derecho a la discrepancia y a la crítica, expresada en relación


al enfoque que el matutino que el Dr. Jordán co – dirige, le dio a la cumbre política del 9 de
Julio. En el editorial de “Hoy” del 14 de julio de 1992, con el título “Partidocracia: “Sana
chapeau”, Roberto Jordán se refiere a mi columna del 12 de julio pasado bajo el nombre de
“Cumbre política: ¡Chapeau!”. No hice entonces una arremetida gratuita, fue una opinión
que mantengo, porque no me parece una contribución a la democracia descalificar los
esfuerzos de los partidos políticos más importantes del país con titulares despectivos que,
además, meten en el mismo saco a todos los firmantes, cuando, para poner un ejemplo,
todos sabemos que las diferencias entre Gonzalo Sánchez de Lozada y Antonio Araníbar
son esenciales, y lo son desde el punto de vista ideológico en el que tanto énfasis hace el
editorialista. Si, a pesar de ello, se firma un documento de consenso en el que se busca
consolidar un proceso de modernización esencial para el futuro, no podemos menos que
reconocer que el sistema democrático madura, negarlo es simplemente mezquino, por eso
usé el término.

“Marginados en posiciones radicales” escribí, no quise decir ultristas, quise decir radicales.
Don Roberto prefiere “intransigentes”, sea. La marginalidad está a la vista, es precisamente
esa evidencia la que condujo al político a una actividad que no le es próxima y en la que
todavía no se mueve con soltura. Mientras los partidos neoliberales obtuvieron en 1980 el
37% de los votos, en 1985 el 63.85% y en 1989 el 65.41%; el Dr. Jordán obtenía en 1980
el 1,31% de los votos y en 1985, como candidato del oficialismo, el 4,77%. De modo que

273
es incorrecto afirmar que ningún partido o gobierno neoliberal tiene respaldo popular, que
eso le disguste es otro tema.

Se ha vuelto frecuente descalificar una opinión porque se expresa con convicción ante
cientos de miles de televidentes. La moda no dura trece años (comencé este trabajo que
desde entonces desarrollo sin interrupción, en abril de 1979), no soy iluminado, ni
“magister”, ni recibí soplo divino alguno, ni asumo ninguna función arbitraria. Opino con el
mismo derecho constitucional con el que lo hace el Dr. Roberto Jordán Pando, y los mismos
adjetivos que él me dedica podrían adjudicársele en referencia a cualquiera de sus
opiniones expresada en editoriales, suplementos políticos o titularse del periódico en el que
trabaja. En consecuencia, parece excesivo usar argumentos descalificadores cuando quien
lo hace “cojea” del mismo pie, con la salvedad de que esa posibilidad no hace otra cosa
que demostrar que esta democracia imperfecta funciona permitiendo que él y yo opinemos
libremente.

El Dr. Jordán tiene razón, a pesar de la inmodestia, cuando dice que las conquistas logradas
por el país son en parte suyas, aunque quizás debiera dejarle a la historia definir si los
caudillos a los que sus obras contribuyeron a tallar, tenían tal o cual estatura y si ésta era
mérito individual o colectivo.

Sé que al Dr. Jordán le gustaría ver a los actuales partidos y a este sistema naufragar sin
remedio, para poder construir otro que lo sustituya en el camino de la utopía (uso la palabra
ironía y en su dimensión más honda), pero creo que debiera reflexionar sobre ello. El sabe
mejor que yo lo difícil que es gobernar, lo fácil que es, en la oposición en democracia (los
méritos de la otra los ha escrito con lujo de detalles en el editorial al que me refiero), criticar
sistemáticamente al gobierno y, en este caso, al sistema en su conjunto, mezclando
intencionada e injustamente a todos, cuando se sabe muy bien que no son lo mismo, ni
quieren lo mismo, ni todos apuestan al neoliberalismo. Don Roberto fue ministro de
Planeamiento en el gobierno de la UDP, en un momento crítico. Sería fácil ahora decir que
fue responsable, igual que cuando dice haber tallado al líder, de buena parte del desastre
económico que llevó a Bolivia a la ruina y obligó a aplicar este modelo neoliberal que tanto
le desagrada, pero sé los problemas que tuvo que afrontar, el cerco mirista que lo rodeó y
la imposibilidad de hacer práctica la voluntad política del Dr. Siles para con él. Por ello, él
debiera, más que yo, ser más flexible y menos lapidario en sus juicios sobre los otros
políticos.

Si se ha tomado la molestia de leer esta columna con frecuencia, sabe muy bien que no
soy complaciente con este modelo ni me sumo al carro ganador, como da a entender de
modo parcial, insumiéndome en las loas a la “partidocracia” como le gusta llamar a los
partidos de nuestra sociedad. Simplemente creo que elogiar lo bueno no me quita ni
dignidad ni independencia de criterio.

Su párrafo final es imprudente. A quien los resultados políticos obligan a refugiarse en el


periodismo, no le viene bien exigir al periodista que hizo sus primeras armas en esta tarea
hace 23 años y lleva más de trece en el ejercicio de la profesión, que en vez de hacer
análisis político se dedique a ella. Yo me dedico a mi profesión y no tengo por qué

274
dedicarme a la política, tengo todo el derecho de hablar, analizar, comentar y escribir sobre
política y nadie puede, menos con ese argumento, intentar descalificar mi trabajo o el de
otros colegas. Menos aun cuando quien escribe ha hecho exactamente el camino inverso
y ejerce un trabajo que le es ajeno.

19 de Julio de 1992

SOMBRERO DILIGENTE Y ENTREVISTA TELEVISIVA

ROBERTO JORDAN PANDO

En su columna dominical de PRESENCIA, el domingo pasado Carlos D. Mesa, escribe “A


PROPOSITO DE UN SOMBRERO”, dando respuesta a una publicación mía en nota
editorial del periódico HOY del 14 de julio. A algún comunicador intencionado le ha parecido
extraño que se conteste en editorial, nada raro porque el primer ataque escrito luego de
uno anterior televisivo, lo hizo Mesa al periódico HOY, no a mi persona. El editorial es la
posición del periódico y de ahí la respuesta editorial. Además, es evidente que por Carlos
Mesa se siente una consideración especial en comparación a otros comunicadores.

Paralelamente, Mesa ha sido presentado en una entrevista televisiva en el programa


“VAMOS HABLAR”. Lo que dice en su columna por escrito se complementa y contrapone
a lo que sostuvo verbalmente. En la televisión fue más sincero sobre lo que es y piensa
ser.

Expreso mis agradecimientos a Carlos por sus primeras palabras de reconocer “mi aporte
a la sociedad bajo una conducta intachable y de honestidad”. Significan mucho para mis
46 años de lucha política, en la misma trinchera, en realizaciones no sólo en el campo
económico y social, sino agrario y sindical, de ahí que cuando mencioné que los políticos
se avalúan también por sus realizaciones, no era por vanidad como sostiene Carlos, sino
como orgullo, por haber sido las de más profundidad y alcance de la historia de la República
y al servicio de la nación. De ahí que uno no puede ser un “frustrado” por no estar en todos
los gobiernos de turno. En igual forma, nadie ha querido disminuir el mérito de Mesa como
comunicador que ya lleva veintitrés años, como nos anoticia.

Que Carlos tiene “derecho a la discrepancia y a la crítica” ni duda cabe. Pero también HOY
tiene esos derechos, independientemente que agrade o no a Mesa, al gobierno, a la
partidocracia y a los neoliberales “fundamentalistas” o no. Ahora si, luego de ver el
programa televisivo puedo afirmar que el ataque que Carlos nos hizo “no fue gratuito”. Es
político. Se ha declarado “neoliberal heterodoxo” sin tener un modelo substitutivo al actual,
porque según é no hay modelo alternativo. Eso es dogma. El “talón de Aquiles” del modelo
neoliberal anglosajón al que encarrilaron a Bolivia en 1985 es lo social. Es un modelo
concentrador, elitista, donde lo social no existe, establece injusticias y desigualdades e
incrementa la pobreza. Es un neoliberalismo de Estado para acumulación privada. Mesa

275
no es un criptoneoliberal, como algunos decían sino que ha reconocido que es un neoliberal
revisionista del modelo MNR – ADN – MIR que lo explicó muy bien. Nosotros podemos ser
partidarios de una economía de mercado, social y mixta de mercado, pero jamás ser
neoliberales, Mesa es un “analista político” como se ha definido, haciendo política desde la
comunicación y “el destino le puede conducir a la acción política”, como lo manifestó. Por
tanto, las diferencias con Carlos han sido, son y serán políticas.

Si a nuestro atacante le parece que “la cumbre” de Jefes de Partido, es fundamental y algo
grandioso, respetamos su opinión pero lo menos que pedimos es el respeto para la nuestra
que está fundamentada doctrinal y prácticamente. Por ejemplo fue lamentable en el último
programa de “Vamos a Hablar” que a excepción de Ferrufino desconocían las nuevas
corrientes de sociología política sobre la cual ya hay mucho escrito. Confundían “clase
política” con “partidocracia” que es otra cosa. “Los Partidos son los intermediarios de la
democracia”, si pero no siempre están en ese papel, en el neoliberalismo son “clubes de
poder” frente a la sociedad civil, generan electoralismo no democracia política y no les
preocupa la dependencia, igual al “yuppismo”. Elecciones no son democracia, pueden ser
una parte de ella, con o sin “tercer empate”. Igual para el neoliberalismo, “marginales”
somos los que confiamos en la nación, el interés nacional, reconocemos la existencia de
sectores estratégicos y que debe hacer la participación del Estado, con un nuevo rol que
debe redistribuir y evitar la concentración y pobreza, además los países deben ser una
síntesis de lo privado, público y social. No creemos en la hegemonía del sector público ni
del sector privado. Si en el pasado se practicó más estatismo, no fue por razones
ideológicas sino porque no existía, ni existe aún, una burguesía nacional con compromiso
histórico a quien le hubiese interesado la explotación del litoral o la integración con Santa
Cruz; a falta de esa burguesía como agente del desarrollo nacional, tuvo que hacerlo el
Estado, que estaba demás dentro de la coyuntura internacional de 1930, luego de la crisis
del liberalismo e individualismo absolutista. La actual “clase política” registra lo “marginal”
como votos, concepto simplista y electoralista. Dice Carlos que “me gustaría ver al actual
sistema naufragar”. No Carlos, no es un deseo es una predicción, las perversidades del
modelo y el no querer comprender las realidades nacionales, sociales e identidades de
nuestros países lo llevarían al fracaso y ahí saldrá recién la nueva síntesis que será
nacionalista. ¿Neoliberalismo anglosajón en un país de 80% de pobreza? Dudo su éxito,
la pobreza distorsiona los modelos de desarrollo.

Sobre la UDP, no pertenecía a ella. Acepté el ministerio por amistad con Siles. Censuré y
lo sigo haciendo la famosa desdolarización mirista que le abrió un boquete a la economía
que dura hasta ahora. Tenía un plan de estabilización algo ortodoxo pero no neoliberal y
las conversaciones con el FMI estaban adelantadas. Como dice Mesa, es que a eso
sobrevino “el cerco mirista”, añadiré aliado con el PC y con una fracción del MNRI que
plantearon “o sale Jordán o tendremos que irnos nosotros”. Un cerco al Presidente y se
quedaron con la desdolarización y pasaron a la hiperinflación. Eso es historia y los
documentos están en mi poder.

Ahora si que yo puedo decir que el párrafo final de Mesa es imprudente. Dice que “no tiene
por qué dedicarse a la política”. En el programa televisivo aceptó y “agradeció que le

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hubiesen considerado un político” como que es, además de comunicador. Tendrá que
admitir que la política sociológica, doctrinal y activa le es ajena y se nota. Faltó ciencia
política en la radiografía televisiva. Que “me estoy refugiando en el periodismo”, NO. No
es un refugio Carlos, es una trinchera al servicio de la nación no del neoliberalismo ni del
elitismo. Eso lo reconocen todos. No habría por qué negarlo. ¿De qué tendría que
refugiarme? A Mesa como hombre de prensa le faltó conocer que desde estudiante de
secundaria y dirigente universitario practiqué el periodismo. También en “la resistencia”.
Inclusive en Radio Libertad de Sucre. REBELDÍAS de Potosí como colaborar. En
REBELION de la COB, LA TARDE Y LA NACIÓN del MNR. Empero, no soy un periodista
profesional. Soy crítico del mecanicismo dependiente cuyas técnicas nos pretenden
estandarizar como generadores de opinión internacional. Estoy de acuerdo con Guido
Grooscors que “es más fácil hacer de una académico un periodista que de un periodista un
académico”.

Otro imprudencia que no se puede aceptar es indicar que HOY hace “terrorismo verbal”, no
por el error ya que se trata de un medio escrito, sino aquello de “terrorismo”. Tampoco
podemos calificar así o de “agresión” comunicadora la que hace Mesa, que sea que
transmita una notica deportiva, constitucional, de asuntos jurídicos, políticos, económicos y
sociales, “pontifica”, dicta sentencia, irrevisable y es como “cosa juzgada”.

Eso lo hace todos los días no sólo transmite sino sentencia. Se lo manifestó el Diputado
Ferrufino muy claramente y él lo admitió “hay un cierto abuso de la comunicación, del
escenario y del entrevistado” le dijo.

Bien, como políticos activos aunque no en función de gobierno sigamos adelante, cada uno
en su posición. Como escritores, periodistas, comunicadores con ortodoxia, sin ella, con o
sin mecanicismos también. Tal vez yo tenga una manera muy política o académica de
examinar la comunicación y al periodismo, y Carlos tenga una manera más periodística de
examinar la política. Empero, reitero que las diferencias con políticas; en lo personal, sigue
adelante una amistad con gran respeto.

HOY, 26 de Julio de 1992

ENRIQUE TORO TEJADA Y UN PLAGIO POCO ELEGANTE

Pocas veces me han sorprendido en mi buena fe, al grado que lo ha hecho Enrique Toro
Tejada, Director de FUNDEMOS y el de la revista “Opiniones y análisis”, dependiente de la
propia FUNDEMOS y de la Fundación Hans Seidel.

El 17 de Marzo de 1993 me envió una carta en la que me comunicaba que su entidad estaba
interesada en publicar un folleto sobre las elecciones en Bolivia para su distribución gratuita.
Decía en la misiva textualmente: “quiero informarte que hemos tomado como base el libro
Presidentes de Bolivia: entre urnas y fusiles de tu tutoría, por ser la fuente más confiable

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y seria sobre el particular. En resumen, solicito tu autorización para que dicha publicación
contenga los textos de tu trabajo que consideremos necesarios. Lógicamente citaremos la
fuente”.

Naturalmente le respondí que aceptaba, porque me parecía útil y positivo que se divulgue
en tiempo de elecciones una investigación que me demandó varios años de trabajo, y que
es la primera (no la única exhaustiva que se ha publicado sobre la historia electoral del país.

Pues bien. Un buen día recibo el No. 17 de “Opiniones y análisis” bajo el título Síntesis de
las elecciones generales en Bolivia, en el que aparece como autor en la tapa Enrique
Toro Tejada. La lectura detenida de las 113 páginas de este trabajo me permite constatar
que, salvo la presentación (una página), el prólogo y la primera página introductoria,
algunas sustituciones de palabras, algunas líneas (una veintena si sumamos el total de sus
aportes), subtítulos cambiados y párrafos reordenados en algunos parágrafos, el señor Toro
HA COPIADO CASI EN SU INTEGRIDAD EL CAPITULO 7 DE MI LIBRO, DE LA PAGINA
133 HASTA LA PAGINA 160, CUADROS ESTADÍSTICOS INCLUIDOS.

No contento con aparecer como autor, hace que en la presentación, el señor Hartwig Meyer
– Norbisrath, representante de la Fundación Seidel escriba: “Por ello, el presidente y el
suscrito director de “Opiniones y Análisis” han considerado la necesidad de publicar y
difundir el contenido de este trabajo, cuyo autor es Enrique Toro Tejada, esperando que el
mismo contribuya de alguna manera a una interpretación histórica de las elecciones
generales en nuestro país” (pag 3).

Pero hay más todavía, el señor Toro solicitó un prólogo del prestigioso jurista y Presidente
de la Corte Nacional Electoral don Huascar Cajías quien, sorprendido también en su buena
fe como me lo confirmó personalmente, escribe: “Es en tal sentido como tiene que verse
positivamente la información que ofrece la obra “Síntesis de las elecciones generales de
Bolivia” escrita por Enrique Toro Tejada, un político militante que incursiona por primera vez
en este campo científico”. Y viene luego la consagración del señor Toro como investigador
histórico a costa de mi trabajo: “Es evidente que, fuera de esos números, el autor incluye
sus comentarios y conclusiones” (es decir mis comentarios y conclusiones). Y sigue el
prólogo. “Podrá el lector estar o no de acuerdo con ellos. Pero por lo menos se habrá
lanzado un desafío para que otros investigadores intenten, de acuerdo con su propio
criterio, enjuiciar lo que han sido las elecciones en nuestra historia… Quedamos a la espera
de que movidos por el ejemplo y por los mismos objetivos de Enrique Toro Tejada,
haya muchos otros que contribuyan a dar luz a un campo que siempre será controvertido…”
(pp. 5 a 7).

Demás está decir que no hay una sola mención a la fuente, ni siquiera una alusión a mi
nombre ni nada que se le parezca, salvo la “gentileza” del señor Toro de ¡Citarme en la
bibliografía! (pp.113), junto a otros cuatro libros, dos de Raúl Rivadeneira, uno de Marcelo
Céspedes y otro de la H. Corte Nacional Electoral, con lo que supongo buscaba descargar
su conciencia del plagio flagrante que hizo de mi trabajo.

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El “autor” asume que enviar una carta pidiendo autorización para usar un libro como base
de información, da piedra libre para hacer una copia textual, y asume que eso le autoriza a
colocar su nombre en la tapa del folleto y cree además, que le otorga carta blanca para la
doble audacia de hacer ratificar su autoría con el representante de la Fundación Seidel y lo
que es más grave, entregar mi texto al Dr. Cajías para ser bautizado como investigador
histórico por un prologuista de tal categoría. Me parece francamente demasiado. Aunque
da la impresión de que en el país la palabra demasiado no existe en ningún ámbito de
actividad, ni siquiera en el de la propiedad intelectual consagrada en el parlamento, del que
el señor Toro forma parte, por una Ley expresa.

La verificación de lo que digo es tan sencilla como comparar página por página el capítulo
7 del libro Presidente de Bolivia: entre urnas y fusiles (La Paz 1990, editorial Gisbert,
segunda edición, 495 pp, con il.) con el folleto mencionado.

Espero que un resto de pudor le permita a don Enrique Toro, con quien pasamos animadas
veladas futbolísticas en el estadio Hernando Siles esperando la clasificación de Bolivar a la
tercera fase de la Copa Libertadores de América (que nunca llegó), dar una explicación
sobre este acto de piratería intelectual.

23 de Mayo de 1993

RESPUESTA DE ENRIQUE TORO TEJADA

Sucre, 25 de Mayo de 1993

Señor

Carlos D. Mesa Gisbert

Presente.-

Estimado Señor Mesa:

Remito a Ud. la presente por vía de fax (por su rapidez), para aclarar algunos puntos que
con mucha razón expresa Ud. en su columna del periódico Presencia, del día Domingo 23
de Mayo de 1993.

Como le exprese ayer por teléfono, se trata de una lamentable serie de errores.

En el folleto de “Opiniones y Análisis” No. 17 aparezco como autor de un trabajo informativo.


En esa publicación se omite la primera parte de introducción donde se esbozan los objetivos
del trabajo y se hacía referencia de las fuentes que consultamos, donde el trabajo suyo es

279
sin lugar a dudas el más importante. (en esa parte se debió publicar, asimismo las cartas
a que Ud. hace referencia).

Quiero hoy, pasado el primer momento de ofuscación, que la presente sirva para pedirle
sinceramente disculpas y aclararle que jamás me faltó pudro, por ello, me declaro el UNICO
responsable de tan lamentable serie de malentendidos que en este caso han pasado de
simples “errores” a “delitos”, que jamás hubiera deseado sucedan.

Concordará Ud. conmigo que debe ser la primera vez, que alguien para realizar un plagio
poco elegante, avisa oficialmente a quien plagiará, y más aún, le remite (aunque en este
caso no estaba en La Paz) el primer ejemplar de la publicación plagiaria.

Espero sinceramente tenga la suerte, de que ni Ud. ni quienes trabajan a su lado, comentan
jamás un error como el que motiva la presente, pues como investigador acucioso podrá
comprobar que ni nombre jamás ha estado vinculado a ningún tipo de escándalo, rumor o
duda, a pesar de hacer desempeñado algunas labores públicas y políticas. Hasta la
aparición de su artículo el día 23, mi nombre fue siempre digno. Veo hoy cuán frágil puede
ser este concepto.

No debe haber nada más difícil que justifica los errores, pues ellos son accidentes, por ello
quisiera quede claro ante Ud. que jamás he sido persona que ante sorprendiendo en su
buena fe a nadie.

Dirigir FUNDEMOS es para mí un honor, pero por los duros conceptos que Ud. expresa,
parece que no estoy al nivel adecuado para el cargo. Pasada la Campaña Electoral a la
que me encuentro dedicado, pediré al Directorio de la Fundación una evaluación de mi
trabajo al frente de la misma, y dependiendo de la misma continuaré o me alejaré de esta
Organización, siempre con la frente alta.

Sucedidos los acontecimientos en la lamentable forma en que pasaron, lo único que está a
mi alcance es ofrecer a Ud. mis más sinceras disculpas y poner en su conocimiento que el
folleto motivo de este desagradable momento ha sido retirado de circulación.

Con este particular motivo me es grato saludarlo con toda atención.

Enrique Toro Tejada.

23 de Mayo de 1993

280
SEXTA PARTE

“No sólo de pan…

281
CAPITULO XVII

EL FUTBOL, UN EMBLEMA

BOLIVIA: UN ESTREMECIMIENTO NOS HA TOCADO EL ALMA

Nací en una generación de iconoclastas, contraria a los ritos, a las formas, a la veneración
de nada que no fuera la abstracta libertad, o la utopía, en la que todos seríamos iguales,
más humanos, más justos, mejores. Fueron años turbulentos, locos y esperanzados, tanto
como las locuras que tuvimos que ver en un mundo desquiciado. A pesar de nosotros
mismos, conocimos y amamos mitos, porque nadie, por iconoclasta que sea puede
sustraerse a los emblemas. Por eso estuvimos junto a la boina del Ché, las guitarras de
los Beatles, las flores de los hippies y el rojo intenso de las banderas revolucionarias que
proponían y pregonaban el cambio venidero que nunca llegó.

Con el paso de los años, sin embargo, tomé cada vez más conciencia de la necesidad casi
vital que tenemos los hombres y las sociedades de ritos y formas. No se puede ser
iconoclasta hasta el punto de quedar desnudo en el centro de nada. No se puede estar
siempre mirando en lontananza el éxito de los demás, no se puede (y Bolivia lo sabe mejor
que nadie) nacer derrotado, educarse en una historia de derrotas y creer que el destino que
nos espera al infinito es el del fracaso. Tampoco se puede convertir a la nación en un país
de ganadores por arte de un slogan o un decreto de optimismo. Se necesitan puntos de
referencia, evidencias, elementos que nos permitan pensar que es posible.

Cuando Bolivia ganó el campeonato Sudamericano de fútbol en 1963, yo apenas tenía diez
años. Recuerdo entre brumas el triunfo frente a los argentinos, el cabezazo nacido en las
entrañas de Wilfredo Camacho y el júbilo de un país, pero no lo suficiente como para la
comparación. Hecha la salvedad, siento que como nunca, Bolivia entera está electrizada,
hipnotizada por el fútbol, deslumbrada por su propio éxito. Si el 25 de Julio creí morir de
emoción futbolera en las graderías del querido Hernando Siles después del segundo gol al
Brasil, ahora, junto a seis millones y medio de bolivianos, estaré sin respirar mientras se
disputa un partido en el que parece que se jugara el pasaporte a la gloria o al desastre,
cuando no se juega otra cosa que un partido. Como nunca, el mundo entero (no es una
figura es casi cierto), estará pendiente de ese modesto David enfrentando en su casa al
viejo Goliat otrora invencible, y en el corazón de millones de pequeños davides, Bolivia será
un símbolo y una esperanza de saber algo tan sencillo pero tan terriblemente importante:
¡Que se puede!.

Es curioso e irónico, incluso los adustos intelectuales que despreciaron siempre el fútbol,
se han rendido subyugados por esta magia, transportados por las gambetas de arte del
Diablo, los toques perfectos de Melgar, los pulmones interminables de Borja, la fuerza
goleadora y clara de Sánchez, el sentido de oportunidades de Ramallo, el drama superado
de Rimba y el buen humor perpetuo de Trucco. Ahí están, como todos, sin poder dormir

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ante la interrogante de un vulgar y prosaico partido de fútbol. Ahí están los niños
encandilados, los jóvenes blandiendo estándares, los viejos preguntando qué chance
tenemos realmente. Ahí están un país entero detrás de un sentimiento tan natural pero tan
infrecuente entre nosotros como el ansia de ganar.

Sin perder ni la perspectiva ni el equilibrio, Azkargorta y sus muchachos le regalan a esta


comunidad tan golpeada, tan acostumbrada a la resignación, tan poco generosa consigo
misma a la hora de su propia valoración, un tiempo de triunfo, de optimismo, de esperanza,
de autorespeto, de confianza.

Así, el fútbol deja de ser ese maravillosos deporte – espectáculo patrimonio de los hinchas
de todos los domingos, para convertirse en una terapia, en un respirar una larga y
vivificadora bocanada de aire puro y fresco. Una catarsis que el país necesitaba
desesperadamente. Y de verdad, como hace mucho que no sentíamos, nos pusimos todos,
absolutamente todos detrás de esta selección que hizo lo que nunca creímos posible que
ni ellos ni ningún boliviano podía hacer, ganar y ganar, arrasar al contrario, superar las
expectativas más optimistas para encaramarse en el cielo y mirar desde el podio de los
ganadores, sabiendo qué se siente cuando se está arriba.

Y entonces la bandera boliviana cobró más sentido, porque bajó del mástil y se hizo viva
en los orgullosos brazos que la hacen flamear, la estrujan, la muestran, se pintan la cara
con sus tres colores, y gritan una y otra vez el nombre de Bolivia a pleno pulmón. Para
estar orgulloso de ser boliviano es un buen ejercicio de vez en vez este de cantar el himno
sin timidez y a plena voz en medio de cincuenta mil gargantas en una tarde soleada de
domingo en un capo de fútbol, es bueno mirar el escenario salpicado de banderas, incluso
con el bello multicolor de las whipalas que acompañan a la enseña nacional, es bueno mirar
a mis hijos pletóricos porque Bolivia gana y gana, después de tantos años de caras amargas
y broncas contenidas y derrotas acumuladas sin compasión.

El fútbol es un símbolo, ni más ni menos que eso. Un símbolo que necesitábamos con
urgencia. Y más allá de lo que puede suceder después de este último partido en La Paz
frente a Venezuela con un 7 a 0 que ahí quedó para siempre, el país ha vivido una
experiencia absolutamente nueva. Ha comenzado a reconocer una parte de sus
sentimientos que estaba enterrados desde hace ya nadie sabe cuánto; los de la
celebración, el éxito y la fe. No es poco lo que tenemos que agradecer a este vasco de
bigotes que nos dio la vuelta el alma y junto a sus jugadores logró que nos recorriera un
profundo estremecimiento, el de creer en nosotros mismos.

29 de Agosto de 1993

BOLIVIA – ALEMANIA: ¡EN ESTA ESQUINA…!

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Es tradición cuando comienza una pelea de box que el maestro de ceremonias presente a
los dos contendientes indicando sus nombres y trayectoria previa, y además, en la pantalla
de televisión se ve el peso, la estatura, el número de peleas, los triunfos por K.O., los
empates, las derrotas y los títulos obtenidos. Si la información ex exquisita, se menciona
también la envergadura de brazos.

Hagamos un ensayo equivalente entre los equipos que abren la Copa del Mundo de 1994,
nuestro país y Alemania.

BOLIVIA ALEMANIA

SUPERFICIE 1.098.581 KM2 357.046 KM2

POBLACION 7.200.000 HAB. 80.334.000 HAB.

RANKING DE

DESARROLLO

HUMANO (ONU 1993) 122 12

PIB (MILLONES U$) 4.480,00 1.488.210,00

INGRESO PER CAPITA 850 U$ 18.213 U$

EXPORTACIONES (MU$) 870 378.000

IMPORTACIONES (MU$) 1,200 354.500

RESERVAS INT. (MU$) 270 85.536

ESPERANZA DE VIDA 54,5 75,2

ANALFABETISMO 20% 1%

MORTALIDAD INFANTIL

(MENORES DE UN AÑO) 75 7

OFERTA CALÓRICA 84% 113%

ACCESO A:

AGUA POTABLE 46% 96%

SANEAMIENTO 34% 93%

GASTO EN:

EDUCACIÓN (%PIB) 2, 6,2

SALUD (%PIB) 2,2 8,6

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TITULOS

FUTBOLÍSTICOS CAMPEON SUDAMERICANO CAMPEON MUNDIAL

1963 1954, 1974, 1990

Como puede apreciarse por simple inspección de la figura, el deporte y en este caso
particular el fútbol pone en “igualdad de condiciones” a dos naciones que están distanciadas
abismalmente en el mundo real, el de la vida cotidiana, en el de las relaciones
internacionales. Alemania es una de las siete potencias económicas del mundo, la tercera
detrás de Estados Unidos y Japón, con uno de los indicadores sociales más altos del
planeta. Mientras Bolivia es el penúltimo país de América, y uno de los 50 más pobres del
planeta, con una población diez veces más pequeña que la alemana y con niveles de salud,
nutrición, mortalidad y esperanza de vida al nacer, que son simplemente sombras de la
realidad alemana. Sin embargo, once muchachos con ese pequeño, subdesarrollado y
desnutrido país, se enfrentarán de igual a igual en una cancha, con otros once cuyos
antecedentes de alimentación, salud y bienestar, están entre los más privilegiados de la
tierra.

Por si fuera poco, el Presidente de ese pequeño país se sentará en el mismo palco junto al
Presidente Bill Clinton de Estados Unidos, la primera potencia del mundo y el Canciller
Helmut Kohl de la tercera potencia, y departirá durante por lo menos dos horas con ambos
hombres, que en condiciones normales y en relación a la dimensión de sus respectivos
países con suerte le dedicarían quince minutos, salvo para hablar de narcotráfico en cuyo
caso quizás sobrepasaran con las justas la media hora.

No deja de ser mágico e increíble, y no deja de ser una hazaña si Bolivia logra un resultado
notable. Porque más allá del fútbol como tal y la capacidad específicamente deportiva de
ambas naciones, la lógica más elemental explica porque un país es además de una
potencia en todos los órdenes, también una potencia futbolística, y el otro un modesto
aspirante al protagonismo por primera vez en su historia deportiva.

Solo queda agradecer al fútbol y lo que representa como espectáculo, que el viernes 17
más de 2.000 millones de seres humanos vean a los once jugadores bolivianos desarrollar
su juego en el Soldier field de Chicago frente a los alemanes.

Pero valía la pena, a guisa de un encuentro de box, dejar claramente establecidas las
medidas y antecedentes de los dos contendientes. ¡EN ESTA ESQUINA…!

12 de Junio de 1994

NO SOLO DE FÚTBOL

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Como en las ancestrales tribus del pasado remoto, miles y miles de bolivianos nos
acercamos al majestuoso Soldier Field de Chicago con la necesidad de una señal que nos
identificara, con el indispensable sentido de pertenencia, con los emblemas que nos hacían
parte de algo, con el explícito orgullo de estar allí. Cuando el estadio estuvo totalmente
lleno (63.117 almas), el rojo, amarillo y verde dominaba a los colores del rival en una ventaja
de por lo menos dos a uno. Pensé entonces en una conversación que sostuvimos hace
unos días con el entrañable Cachín Antezana, en la que él sostenía que era peligroso ir
demasiado lejos con el fútbol y las cuestiones de identidad nacional y un largo etcétera.
Probablemente tenga razón, pero era curioso ver como una comunidad nacional se unía
llegando desde los más diversos puntos de Bolivia y de los Estados Unidos en torno a un
mismo acontecimiento y construía durante ilusionados noventa minutos una unidad cuya
identificación eran los tres colores de la bandera y el himno cantado al comenzar el partido.
“El orgullo de ser boliviano”, sueña a frase hecha, más aún, a cursilería, pero es imposible
sustraerse a ese (¿banal?) sentimiento, es imposible no emocionarse cuando allí, ante los
ojos de dos mil quinientos millones de seres humanos, tú bandera, tú equipo, juega frente
al seleccionado más poderoso del mundo. ¿Estamos aquí?, ¿somos realmente nosotros?.
Y mientras los jugadores evolucionan en el campo y sudas entre el calor infernal y los
nervios no menos infernales, es inevitable preguntarte, ¿No son acaso indispensables esos
emblemas? ¿No es fundamental acaso este juego de equilibrios entre lo trascendente y
este tiempo en el que todo lo demás se congela para entregar el alma entera y aún el “honor
nacional” a un juego del que dependen nuestros corazones por más de unos momentos?.

Y es entonces que reflexiono a propósito de la capacidad de movilización del fútbol, el


principal de los deportes espectáculo de Bolivia y de la mayoría de las naciones del mundo.
Para quienes como nosotros somos absolutamente novatos en esta experiencia, llegar al
mundial e inaugurar por añadidura el campeonato, fue como me decía un amigo lado a lado
en la tribuna del estadio de Chicago, más que sacarse el premio mayor. Si esos once
muchachos fueron capaces de detener al país entero y mantenerlo en vilo, y reconfortarlo
y sacar arriba “El orgullo de ser boliviano”, es que está cuestión tiene algún sentido mucho
más profundo que el desarrollo del juego en sí mismo. Parece a estas alturas una verdad
de Perogrullo, pero está más allá de la mera consideración sociológica. La pequeña tribu
no solo hizo flamear miles de banderas en el campo, no solo se reunió alrededor de su
música en una multitudinaria fiesta en la víspera del encuentro, no solo vistió de diablo su
riqueza cultural por las avenidas de la gran ciudad estadounidense, no solo se congregó en
una misa impresionante en la catedral de Chicago, sino que enloqueció al país entero desde
semanas antes, obligó al máximo esfuerzo de promoción de nuestra imagen, y se convirtió
en una cuestión de prioridad nacional.

No veníamos del mismo lugar, ni teníamos el mismo poder, ni la misma tradición que los
miles de alemanes apostados en la tribuna “norte” pero nuestra pequeña tribu levantaba su
aliento con tanta o más fuerza que los hinchas germanos acostumbrados al sabor del
triunfo, al éxito como una constante y a una vida muy distinta a la de esos miles de cobrizos
compatriotas venidos de los más lejanos puntos de los Estados Unidos, la mayoría de ellos
en medio de una vida harto sacrificada y con relativamente pocos réditos, que después de

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muchos años gritaron a todo pulmón el nombre de su país asociado al buen juego y al éxito
porque lo del Viernes fue un términos futbolísticos un verdadero éxito.

Reflexioné mucho sobre el sentido de pertenencia y sobre la extraña combinación entre


conceptos como “honor nacional”, “patria” y otras palabras que reflejan ese permanente
esfuerzo por ser, por tener un nombre, un espacio propio, un sentido de identidad que los
símbolos reflejan inmediatamente, mezclado todo con ese vertiginoso espacio comercial y
utilitario que es hoy el fútbol. Un extraordinario mercado de consumo alimentado por los
sentimientos más íntimos de cualquier ser humano, anclado en la desesperada obsesión
nacional de ser alguien, de llamarse algo y de competir y celebrar con un nombre y un
estandarte.

No es gratuito entonces que millones y millones detengamos nuestras vidas para seguir al
equipo nacional con el sentimiento íntimo de que nos jugamos la vida y recobremos los
viejos y atávicos móviles que algún gene transmite por generaciones, el de la pertenencia
sin la que simplemente no podemos concebir nuestra vida en la tierra.

19 de Junio de 1994

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