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Introducción ........................................................................................................................................... 2
Conclusión ...........................................................................................................................................15
Bibliografía ...........................................................................................................................................16
Introducción
Sucedió, hará unos quince años en una tarde de verano, cuando asistía a uno
de los cursos que mi empresa organizaba periódicamente dentro de su plan de
formación continua.
Estupidez.
(De estúpido y -ez).
1. f. Torpeza notable en comprender las cosas.
2. f. Dicho o hecho propio de un estúpido.
Estúpido, da.
(Del lat. stupĭdus).
1. adj. Necio, falto de inteligencia. U. t. c. s.
2. adj. Dicho de una cosa: Propia de un estúpido.
3. adj. estupefacto.
Necio, cia.
(Del lat. nescĭus).
1. adj. Ignorante y que no sabe lo que podía o debía saber. U. t. c. s.
2. adj. Imprudente o falto de razón. U. t. c. s.
3. adj. Terco y porfiado en lo que hace o dice. U. t. c. s.
4. adj. Dicho de una cosa: Ejecutada con ignorancia, imprudencia o presunción.
Porfiado, da.
(Del part. de porfiar).
1. adj. Dicho de una persona: Terca y obstinada en su dictamen y parecer. U. t.
c. s.
Introducción a las Leyes de la Estupidez Humana
Desde Darwin sabemos que compartimos nuestro origen con las otras especies
del reino animal, y todas las especies desde el gusanillo al elefante tienen que
soportar sus dosis cotidianas de tribulaciones, temores, frustraciones, penas y
adversidades.
Los seres humanos, sin embargo, poseen el privilegio de tener que cargar con
un peso añadido, una dosis extra de tribulaciones cotidianas, provocadas por
un grupo de personas que pertenecen al propio género humano. Este grupo es
mucho más poderoso que la Mafía, o que el complejo industrial-militar o que la
Internacional Comunista.
Cuando las cosas marchan discretamente bien, los humanos nos aburrimos:
entonces empezamos a metemos con los vecinos, o a desear especias raras
que sólo se dan en tierras lejanas y que necesitan para conseguirse afrontar
mil penalidades, o nos inventamos amenazas sobrenaturales para asegurar las
emociones que nos faltan. La gente que se queda en su casa entretenida en
sus cosas rara vez hace daño a nadie: lo trágico de la vida es que en casa la
mayoría de la gente se aburre. Y como se aburren, proclaman que quedarse
tranquilamente en casa es cosa de cobardes, de egoístas y de malos patriotas.
Hasta los poetas colaboran con este descrédito de quienes lo pasan bien sin
meterse en líos: Homero asegura que hacen falta expediciones punitivas como
la de T roya para que los bardos tengan algo que cantar y Tolstoi advierte al
comienzo de Ana Karenina que «las familias felices no tienen historia».
No hace falta recordar que entre esos «bienhechores» que han aliviado el
hastío de los pueblos se cuentan los más célebres carniceros de la humanidad,
santos patronos por elevación de los modestos serial killers particulares en
torno a cuyas escasas fechorías (rara vez llegan al medio centenar de víctimas,
ni siquiera un regimiento) tanta alharaca sensacionalista suele organizarse.
Dice allí el profesor italiano que los evidentes y numerosos males que nos
aquejan tienen por causa la actividad incesante del clan formado por los
máximos conspiradores espontáneos contra la felicidad humana: a saber, los
estúpidos. No hay que confundir a los estúpidos con los tontos, con las
personas de pocas luces intelectuales: pueden también ser estúpidos, pero su
escasa brillantez les quita la mayor parte del peligro.
La opinión de Cipolla es que hay muchos más estúpidos que buenos, malos o
incautos. Y que son encima más peligrosos: primero, porque no consiguen
nada bueno ni siquiera para sí mismos y luego por aquello que dijo hace ya
tanto el sutil Anatole France: el estúpido es peor que el malo, porque el malo
descansa de vez en cuando pero el estúpido jamás. Aún peor, porque lo
característico del estúpido es la pasión de intervenir, de reparar, de corregir, de
ayudar a quien no pide ayuda, de curar a quien disfruta con lo que el estúpido
considera «enfermedad», etc.
Cuanto menos logra arreglar su vida, más empeño pone en enmendar la de los
demás. Lenin dijo que el comunismo eran los soviets más la electricidad; aquí
podríamos establecer que la estupidez es la condición de imbécil sumada a la
pasión por la actividad.
En Europa, no sabe uno qué es peor: si los yugoslavos que se matan por la
bazofia nacionalista o quienes, a pesar de lo que está pasando en Yugoslavia y
otros lugares, siguen predicando en tierras aún pacíficas bazofia nacionalista;
los que aspiran a la paz universal sin dejar por ello de vender armas a los
contendientes o los pacifistas que, tal como están las cosas, pretenden a la vez
que se proteja a los débiles y que se renuncie a toda violencia institucional; los
vociferantes predicadores del odio racial o sus cómplices naturales, los
conspicuos abogados de la diferencia irreductible y la superior dignidad de los
grupos oprimidos... No, ciertamente hay que darle a la estupidez toda su
enorme im-portancia: sin su colaboración entusiasta, la vida humana seria una
aventura más o menos intensa, pero seguro que carecería de sus principales
sobresaltos colectivos.
Los tontos llegan a veces muy lejos, sobre todo cuando el fanatismo se une a
la inepcia y la inepcia al espíritu de venganza.» El dictamen es importante
porque proviene -del intelectual antiestúpido por excelencia, quizá el hombre de
letras al que menos opiniones desastrosas pueden reprochársele, aquél en
cuyo nombre o con la inspiración de cuyas doctrinas es más difícil cometer
crímenes. Pero de la estupidez nadie está descartado: los intelectuales la
llevamos dentro como una enfermedad profesional, es para nosotros como la
silicosis para los mineros.
Por eso toda vigilancia es poca y cada cual debe hacerse chequeos periódicos
a sí mismo para descubrir a tiempo la incubación de la estupidez. Los síntomas
más frecuentes: espíritu de seriedad, sentirse poseído por una alta misión,
miedo a los otros acompañado de loco afán de gustar a todos, impaciencia
ante la realidad (cuyas deficiencias son vistas como ofensas personales o parte
de una conspiración contra nosotros), mayor respeto a los títulos académicos
que a la sensatez o fuerza racional de los argumentos expuestos, olvido de los
límites (de la acción, de la razón, de la discusión) y tendencia al vértigo
intoxicador, etcétera.
El poder de la estupidez humana
Otra cosa que me sorprende (¿o no?) es el escaso material dedicado al estudio
de un tema tan importante. Existen departamentos universitarios para analizar
las complejidades matemáticas de los movimientos de las hormigas del
Amazonas, o la historia medieval de la isla de Perima; pero nunca he sabido de
una cátedra de estupidología.
He encontrado muy pocos libros buenos sobre el tema. Entre ellos tres que
merecen, en particular ser citados.
Uno que leí cuando era adolescente, y que nunca olvidé, se llama A Short
Intrduction tothe History of Human Stupidity de Walter B. Pitkin de la
Universidad de Columbia, publicado en 1934. Lo encontré por accidente hace
muchos años en un estante de viejos libros y, por fortuna, todavía tengo.
Así de antiguo como es, todavía es un muy buen libro. Algunas de las
observaciones del Profesor Pitkin aparecen extraordinariamente correctas
setenta años después.
Pero... ¿por qué llamaría el autor “una breve introducción” a un libro de 300
páginas?
Al final del libro, dice: «Epílogo: ahora estamos listos para empezar a estudiar
la Historia de la Estupidez». Nada sigue.
El Profesor Pitkin fué un hombre muy sensato. Sabía que toda una vida era
muy poco tiempo para cubrir aún un fragmento de tan vasto tema. Así que
publicó la Introducción, y eso fué todo.
El observó que uno de los problemas de la estupidez es que nadie tiene una
definición realmente buena de lo que es. De hecho los genios son a menudo
considerados estúpidos por una mayoría estúpida (aunque nadie tiene tampoco
una buena definición de genio). Pero la estupidez definitivamente se encuentra
allí, y hay mucho más de lo que nuestras pesadillas mas desbordadas pudieran
sugerir. De hecho domina al mundo – lo cual es muy claramente comprobado
por la forma en que se gobierna al mundo.
Pero alguien, cincuenta años después, llegó con una definición bastante
interesante. Su nombre es Carlo M. Cipolla, Profesor Emérito de Historia
Económica en Berkeley.
Sus libros están en inglés – y sólo algunos en italiano y otros idiomas. Uno de
estos, Allegro ma non troppo, fue publicado por Il Mulino en Bolonia en 1988
(traducción de Anna Parish). Hay también una edición castellana publicada por
Crítica en Barcelona en 2001 (traducción de María Pons).
Cada uno de nosotros puede comprobarlo cada día: por conscientes que
podemos ser del poder de la estupidez, somos a menudo sorprendidos por su
manifestarse donde y cuando menos nos lo esperamos.
Para finalizar puedo decir que este tema por más extraño que suene fue muy
nutritivo el cual puede conocer informaciones el cual carecía y algo que mas
me gusto es cuando dice A veces uno necesita trabajar o estudiar o reflexionar
durante meses o años para producir un cambio fundamental en su vida. Sin
embargo a veces el cambio llega de manera inmediata y mágica.
Bibliografía
http://www.buenastareas.com/ensayos/Estupidez-
Humana/1035885.html
http://la-estupidez.blogspot.com/2009/02/introduccion-las-
leyes-de-la-estupidez.html
http://foros.monografias.com/showthread.php/30077-La-
Estupidez-Humana