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En una lluviosa mañana de septiembre de 1860, cuando don Margarito salió de su casa,
pasó por su hermano Néstor, iban a toda prisa porque se les hacía tarde.
La esposa de don Néstor estaba preocupada, porque su hijita estaba muy enferma y
según el médico dijo, sólo un milagro podría salvarla. -de casualidad, se llamaba como tú,
Lupita-
El grupo caminaba de prisa pero al dar vuelta en una esquina, a unos cuantos pasos de la
Catedral, se apareció un individuo demasiado alto, enfundado en un traje negro y con un
sombrero de ala “monumental”.
Al domingo siguiente y al siguiente y así durante un mes se volvieron a reunir todos los
amigos con sus familias y juntos atravesaron la plaza de San Marcos para tomar la vereda
y en el mismo lugar, volvió a salir aquella extraña figura, que dejó sin respiración a los
presentes.
Un día, en el mes de noviembre de ese año, cuando el grupo conducido por don
Margarito, se dirigían a misa, de pronto, el aparecido no sólo pasó cerca de ellos, sino que
se detuvo y con una voz de ultratumba, dirigiéndose a don Néstor dijo:
Sin decir una palabra más desapareció ante ellos y se le apareció a la mamá que estaba
junto a la niña. Pronunció un rezo muy largo y extraño, colocó una mano en la cara de
Lupita, la cual quedó estampada para siempre en ella. Poco a poco la hija de don Néstor
abrió los ojos, se sentó en la cama y pidió de comer.
A los cuantos días Lupita estaba jugando en el Jardín de San Marcos con sus amiguitas
como si nada hubiera ocurrido. Desde aquel día el hombre del chambergo desapareció
para siempre.
...
Abuelo y nieta sólo acertaron a mirarse fijamente con ojos sorprendidos mientras las
campanas de la Catedral repicaban.
Bibliografía