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FORASTERO

Serie Sassenach 2


Kate L. Morgan
CAPÍTULO 1
Región Strathspey, Tierras Altas, Escocia
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
Mansión Kinnaird, Edimburgo
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 15
CAPÍTULO 16
CAPÍTULO 17
CAPÍTULO 18
CAPÍTULO 19
CAPÍTULO 20
CAPÍTULO 21
CAPÍTULO 22
CAPÍTULO 23
CAPÍTULO 24
CAPÍTULO 25
EPÍLOGO
CAPÍTULO 1

Región Strathspey, Tierras Altas, Escocia

Arwen Mackenzie miró a Donald McDuhl sin creerse su descabellada oferta. El escocés dirigía con
mano de hierro las destilerías que se aglutinaban en Speysidy. Donald ofertaba y compraba el cereal para
la destilación, y pretendía comprar el suyo al precio más bajo.
Se sentía insultada.
—Mi cereal es el mejor de todo Strathspey —le informó la muchacha con ojos entrecerrados.
Donald McDuhl seguía sentado sobre la silla de respaldo alto, y la miraba con un brillo de lascivia que
la incomodó. Tenía el rostro picado de viruela, y rondaba la cincuentena. Era un hombre viudo que se
había granjeado el temor de la mayoría de granjeros. Muchos labriegos seguían creyendo que había
asesinado a su propia esposa poco después de dar a luz. Era tal el miedo que generaba, que nadie osaba
cuestionarle ninguna decisión sobre nada.
—Este invierno acordé con tu padre el precio que le pagaría por su cereal —le espetó el hombre—. Y no
pienso aumentarlo en una sola libra.
Arwen apretó los labios para contener una réplica amarga. Su padre había muerto recientemente
aplastado por un desprendimiento de piedras. Miller, que así se llamaba, había pretendido ampliar sus
terrenos para plantar más cereal, pero la ladera que limitaba sus tierras era demasiado pedregosa. Había
alineado mal el carro lleno de piedras, la pendiente era elevada, y, él, se había colocado de forma
temeraria en la parte más propensa a los desprendimientos. El fatal accidente había sido predecible e
inevitable.
—Mi cereal es el mejor de todo Strathspey —reiteró sus palabras anteriores.
Donald se tomó su tiempo en responder.
—O lo tomas, o lo dejas —le ofreció sabiéndose ganador.
Arwen se lamió el labio inferior. Si aceptaba la miseria que Donald pensaba pagarle por su cereal, no
podría comprar las semillas para la siguiente cosecha porque se había gastado lo ahorrado en pagar el
funeral de su padre, las deudas que tenía, y los recibos médicos por la enfermedad de su hermano
pequeño que se habían acumulado durante meses.
—Se lo venderé a Morgan Craig —afirmó sin un parpadeo.
Donald se echó hacia atrás, y la miró con insolencia. Morgan Craig dirigía la destilería Galloway en las
Lowlands.
—¿Y cómo piensas llevar el cereal a las Tierras Bajas? —preguntó el hombre sosteniéndole la mirada—.
No dispones de los recursos, y nadie se prestará a ayudarte, te lo garantizo —en sus palabras se advertía
una amenaza.
—¿Y por qué debo aceptar un pago inferior al que le has ofrecido a Bowie, Glenn, e incluso a
Fergunson? —quiso saber la muchacha.
Donald entrecerró los ojos porque Arwen Mackenzie era demasiado impertinente y seductora. Él, había
acordado el precio con su padre, y ella no podía negociar lo contrario. Donald quería las tierras de los
Mackenzie desde hacía mucho tiempo, y para conseguirlas se había propuesto asfixiar la maltrecha
economía de ellos. La muerte inesperada de Miller le había venido como anillo al dedo, y no pensaba
desaprovechar la oportunidad de seguir apretando, pero su hija no era la mojigata que él había creído.
—Nadie en toda Escocia te comprará tu cereal si no me lo vendes a mí.
Arwen se mordió el labio inferior impotente.
Donald McDuhl era un hombre implacable. Había logrado con artimañas oscuras comprar la mayoría de
terrenos colindantes al suyo, y las tierras de los Mackenzie eran las más fértiles de todas porque el agua
discurría bajo las mismas nutriéndola. A las tierras Mackenzie no le afectaban las sequías ni las
inundaciones gracias a la irrigación de los terrenos del sur.
—Encontraré a alguien que me lo compre por un precio justo —afirmó ella.
Donald se levantó de la silla y la miró de forma amenazadora.
—Nadie te comprará tu cereal porque si lo hace lo arruinaré sin contemplaciones.
Arwen alzó la barbilla altiva.
—Eres un desagraciado —lo insultó—. Un maldito bastardo.
El escocés sonrió sin humor.
—Y tú una marisabidilla que no ha medido las fuerzas al enfrentarte conmigo.
—Te juro por mi sangre Mackenzie que no me vencerás —le espetó con mirada abrasadora.
Donald volvió a sentarse y la miró otra vez de forma lasciva. Arwen Mackenzie era la moza más
atractiva de todas las mujeres del norte de Escocia, sobre todo con esa cabellera que parecía oro líquido,
y esos ojos rasgados que apuñalaban. Sólo de pensar en tumbarla sobre la mesa y gozarla, se le endureció
la entrepierna, pero era impertinente, sibilina, y una rebelde que ignoraba cual era su lugar en el mundo:
entre las piernas de un macho.
Donald le había propuesto a Miller casarse con ella, pero la arpía rechazó su proposición sin apenas
temblarle la voz. Y todo era debido a que su padre la había malcriado desde siempre, aunque lo disculpó
en parte porque su esposa había muerto en el parto de su hijo Wallace, y ese hecho lo había ablandado
hasta el punto de convertirlo en un mequetrefe. Miller Mackenzie se había vuelto un guiñapo en manos de
la mujer más marimandona de todas las Tierras Altas: su hija, la única hembra a la que él no había
domado todavía.
—Ya te he vencido, Mackenzie, y todavía no te has dado cuenta.
CAPÍTULO 2

Arwen llegó a Stennes rabiosa, y eso que se había demorado más de lo acostumbrado. Desde su
conversación con Donald McDuhl, había intentado vender su cereal a otras destilerías, pero todas lo
habían rechazado, y, las que no, le habían ofertado incluso un precio inferior al de Donald. ¡Maldita fuera!
¡Era el mejor cereal de toda Escocia! Pero gracias al desgraciado se pudriría en los campos hasta la
misma raíz, y ella no podría hacer nada para evitarlo.
Si ella hubiera sido una muchacha dócil, si hubiera obedecido a su padre para aceptar a McDuhl, todo
habría sido diferente. Si hubiera sido tranquila y nada impulsiva, ahora no tendría que enfrentarse a un
destino peor que la muerte: la ruina de su familia. Pero pensar que ese hombre que podría ser su padre le
pusiera las manos encima, le provocaba náuseas.
—¡Ya estás en casa! —su hermano menor Wallace salió al vestíbulo a recibirla.
Al verlo, el alma de Arwen se le cayó a los pies: su hermano estaba demacrado, sudoroso, y respiraba
con dificultad.
—¿Por qué estás fuera de la cama? —le preguntó seca, pero al momento rectificó—. Llevas varios días
con fiebre, y debes guardar reposo.
Sarah Neeson, la mujer que hacía de cocinera, doncella, y ama de llaves, salió de la cocina limpiándose
las manos en el delantal.
—¿Cómo ha ido todo? —le preguntó ansiosa.
Arwen apretó los labios enojada consigo misma.
—Acuesto a Wallace, y te cuento todo.
Tiempo después, y sentada en la cocina frente a una taza de té caliente, Arwen se permitió bajar la
guardia. Apenas podía sostenerle la mirada a Sarah.
—No consigo vender el cereal, nadie lo quiere en las Tierras Altas, y no podré llevarlo a las Lowlands
porque no dispongo de medios para hacerlo.
La sirvienta hizo un gesto de pesar con la cabeza. Ella había comenzado a trabajar para los Mackenzie
desde antes de que Arwen viniera al mundo. Su madre Debby había aportado las tierras al matrimonio con
Miller: unas tierras fértiles que todo terrateniente norteño ansiaba, pero el esposo había resultado un
pésimo gestor que había hipotecado con sus malas decisiones el futuro de sus dos hijos. Arwen trataba de
salvar la precaria economía familiar, pero el malvado Donald no se lo permitía porque deseaba las tierras
fértiles de los Mackenzie, pero sobre todo la deseaba a ella, a Arwen.
—El doctor vendrá esta noche para traer las medicinas —le dijo la sirvienta.
—Ya no me quedan libras para pagarle —susurró la muchacha agobiada por los problemas.
Para liquidar la deuda de la últimas medicinas había vendido las alianzas de matrimonio de sus padres.
En Stennes, su hogar, no quedaba casi nada para vender, y ella vivía angustiada porque no sabía cómo
podrían salir adelante. Le debía a Sarah varios meses de sueldo, pero tampoco podía pagarle, y las deudas
se acumulaban en torno a ella hasta el punto de asfixiarla.
—Si encontrara un comprador para el cereal, podríamos sobrevivir lo que queda de año —murmuró
abatida.
Sarah miró a la muchacha con cariño. Stennes era una buena propiedad que en el pasado había sido la
granja más productiva de todas las Tierras Altas, pero la nefasta gestión de Miller Mackenzie la había
llevado a la ruina.
—¿Por qué no le vendes el cereal al forastero? —le preguntó Sarah de pronto.
La mirada de Arwen se centró en ella.
—¿Qué forastero? —quiso saber con verdadero interés creyendo que Sarah hacía referencia a algún
inglés de la frontera.
Sarah se preguntó cómo podía Arwen no conocer al hombre del que todos hablaban, porque desde su
llegada a las Tierras Altas, no había boca escocesa que no lo mencionara, sobre todo cuando había
trascendido que había llegado desde los confines del mundo conocido para ocuparse en persona de la
destilería que le había comprado al viejo Douglas McBird poco antes de morir. Y supuso que la muchacha
no había oído hablar de él porque Arwen vivía para su hermano menor Wallace que estaba muy enfermo.
La muchacha trabajaba tanto para pagar deudas, que se había convertido en una ermitaña. Era lógico que
no conociera los chismes que circulaban por ahí.
—Birdwhistle ya no pertenece a los McBird —le confió la sirvienta.
Arwen entrecerró los ojos valorando la información que le daba Sarah.
—Creo recordar que el viejo McBird tenía familia —dijo pensativa.
Sarah asintió.
—La única familia que tenía era inglesa —respondió la sirvienta en voz baja—. Creo que ese ha sido el
motivo para venderle la bodega al forastero. Ahora Birdwhistle pertenece al señor Jack FitzRoy.
—¿Es un inglés de la frontera? —le preguntó.
Sarah hizo un gesto negativo con la cabeza.
—Ha venido desde los confines del mundo —dijo la sirvienta con voz muy baja, como si revelara un
secreto fielmente guardado.
—¿Y qué mundo es ese? —quiso saber.
Pero Sarah hizo un gesto de indiferencia con los hombros.
—Sé, que en la cosecha anterior trató de comprar cereal para Birdwhistle, pero nadie quiso vendérselo
—Arwen escuchaba muy atenta, y sin apartar la mirada—. Por eso lo trajo de Francia, pero la barcaza que
llegó al puerto de Edimburgo con las entrañas llenas del cereal francés, terminó ardiendo hasta los
cimientos como si estuviera en el mismo infierno.
Arwen inspiró profundo.
—¿Fue un sabotaje? —preguntó espantada.
Sarah hizo un gesto afirmativo.
—El forastero debió de perder una fortuna porque ya no ha traído más cereal de Francia, ni de ningún
otro lugar.
—¿Y cómo sabes todo eso?
—Nuestra región es muy pequeña —respondió Sarah—. Pero si yo estuviera en tu lugar, no me lo
pensaría, y le vendería toda la cosecha de este año, y, si te da un precio justo, le vendería las próximas.
Arwen se quedó pensativa durante unos momentos.
—¿Dónde puedo encontrar a ese hombre que ha llegado desde los confines del mundo? —le preguntó
directa.
Sarah volvió a llenarle la taza con el té que se había templado.
—Compró la mansión Kinnaird en Edimburgo —le informó Sarah confidente—, y se gastó una fortuna
en reformarla.
Arwen soltó un suspiro largo.
—Pero Birdwhistle no está en Edimburgo —contestó Arwen pensativa.
—Ese forastero posee tantas libras que puede permitirse tener las casas que desee a lo largo y ancho
de Escocia.
Arwen seguía elucubrando formas de llegar hasta Edimburgo para entrevistarse con el inglés.
—No sé si me alcanzará para pagar un billete de tren hasta Edimburgo.
En la voz de Arwen se podía apreciar la decepción, porque aunque pudiera pagarse el billete de ida, no
tendría para pagarse el de vuelta.
—Puedes hablar con el doctor para que no te cobre las medicinas de este mes —le sugirió la sirvienta—.
Si logras venderle el cereal al forastero, podrás pagarle incluso los atrasos.
Arwen miró un punto indeterminado de la estancia.
—¿Y si no consigo vendérselo? —la pregunta era retórica—. Es posible que el forastero haya logrado ya
el cereal que necesite.
Sarah sabía que no. Si algo caracterizaba el carácter escocés, era la forma de ver a los extraños que
trataban de convivir entre ellos. Todos eran forasteros en una tierra donde nunca serían bien recibidos.
—Lo único que debe preocuparte ahora, es conseguir las libras para comprar el billete a Edimburgo.
Arwen resopló.
—Sería capaz de caminar hasta allí si tuviera la certeza de que me comprara el cereal.
Sarah negó con la cabeza.
—El forastero no te tiene que percibir la desesperación que sientes, porque eso le hará bajar el precio
del cereal —le dijo Sarah, y Arwen supo que la mujer tenía razón—. Eres la hija del mayor terrateniente
de las Tierras Altas, y posees el mejor terreno para cultivar el cereal con el que se elabora el mejor whisky
—la mujer tomó aire—. Véndelo caro, Arwen. Negocia, como sólo tú sabes hacer. Si tu padre te hubiera
hecho caso, nada de este padecimiento habría tenido lugar.
—Tienes razón —aceptó Arwen que entendía lo mucho que se jugaba.
Y de pronto todo su ánimo le bajó a los pies porque ella no parecía la hija de un reconocido
terrateniente. Estaba en la ruina, y ese aspecto se reflejaba en la ropa que vestía, y en su propio
comportamiento derrotista.
Sarah supo lo que pasaba por la cabeza de ella.
—Puedo arreglar el vestido de novia de tu madre —le dijo de pronto la sirvienta—. Vestida con las
mejores prendas de Debby, no sólo parecerás una mujer decidida, elegante, también, que eres capaz de
templar el hierro más difícil.
Pero antes de poder decir nada, la campanilla de la puerta sonó varias veces.
—Debe de ser Hunter —dijo Sarah.
James Hunter era el doctor que traía las medicinas para Wallace. Lo trataba desde hacía mucho tiempo.
Sarah se dispuso a abrir la puerta, pero Arwen la detuvo.
—¿Queda en la bodega alguna de las botellas del whisky preferido de mi padre? —le preguntó.
Sarah hizo un gesto afirmativo.
—Queda una botella del mejor whisky de Halfenaked —Arwen sonrió, porque esa destilería era la más
fiel competidora de la bodega Birdwhistle.
—Yo le abriré al doctor Hunter —le dijo Arwen—. Trae un par de vasos, y la botella de whisky de
Halfenaked. Pienso rogar lo que haga falta para que el doctor nos ayude —la sirvienta la miró fijamente—.
Y unos tragos de whisky me ayudarán.
—¿Estás segura, niña?
Arwen hizo un gesto negativo con la cabeza.
—No, pero lo averiguaremos.
CAPÍTULO 3

Mansión Kinnaird, Edimburgo

Jack leyó el contenido del mensaje, y maldijo violentamente. El cereal que había comprado en
Pembrokeshire, en Gales, había desaparecido misteriosamente en la frontera, muy cerca de Jedburgh. Lo
que sentía en ese momento, no podría explicarse con palabras.
Si Alexander Graham estuviera en las Tierras Altas, podría echarle una mano, pero se encontraba en
Estados Unidos para cerrar algunos acuerdos con la destilería Templeton&Bardstown. Como él no
conseguía fabricar whisky porque nadie en las Tierras Altas le vendía cereal, ni podía traerlo de fuera
porque sufría continuos sabotajes, Birdwhistle no había podido cumplir el plazo de entrega, y, por ese
motivo, Templeton&Bardstown estaba pensando en rescindir el sustancioso contrato, y entregárselo a
Halfenaked, su mayor rival.
Jack estaba a punto de rendirse.
Había empleado mucho dinero en mantener la bodega, pero no podía hacerlo cuando sufría boicots a
diario. Cerró los ojos cansado, y apretó los labios con impotencia. Si al menos Heaven estuviera cerca,
podría compartir con ella sus penurias, porque al fin y al cabo también era socia minoritaria de
Birdwhistle.
Hizo una mueca frustrado. Había traído hombres capacitados de Nueva Gales del Sur, pero no tenían
trabajo que realizar, así que se pasaban el día en las tabernas, degustando el whisky que él no podía
producir.
—Tiene visita, milord.
El mayordomo de Kinnaird mantenía la puerta de la biblioteca abierta.
—No espero a nadie —contestó.
—Es una mujer —le informó el sirviente—. E insiste en verlo.
Jack parpadeó sorprendido. ¿Una mujer deseaba verlo? Quizás era Megan la madre de Alexander. ¿Le
traía noticias sobre su hijo y Heaven? De pronto se impacientó.
—Hazla pasar, y prepara un té para nuestra invitada.
El mayordomo hizo un gesto solemne, y salió por la puerta de la biblioteca. Dos minutos después, la
hoja de madera se abrió de nuevo, y una muchacha cruzó por el hueco abierto. Jack esperaba ver a la
anciana madre de su amigo, y no a esa beldad que iba vestida con un traje que le sentaba fatal. La miró
afectado, y momentáneamente mudo. Las prendas viejas no desmerecían su belleza, ni el reto en su
mirada de fuego.
—La señorita Arwen Mackenzie —la presentó el sirviente.
Un segundo después abandonó la estancia tan silencioso como había entrado.
El corazón de Arwen se aceleró, se quedó paralizada al sentir como esa mirada aguda dejaba sus ojos y
recorría su cuerpo de arriba abajo como si fuese mercancía que deseara comprar. Contuvo el aliento ante
la inspección de él, y se sonrojó cuando vio que su mirada se centraba en sus senos. No pudo evitar
estremecerse. ¡La estaba desnudando con la vista! Sentía como el poder que de él emanaba penetraba en
su cuerpo, podía sentir como la desnudaba y escrutaba su mente. ¿Qué diantres le ocurría para que le
afectara tanto?
Jack reaccionó al fin, y ella pudo sobreponerse.
—Disculpe mi sorpresa —confesó—. No suelo recibir visitas femeninas en Kinnaird.
La beldad se adelantó dos pasos, y le tendió la mano.
—Encantada, señor FitzRoy.
Jack se la besó galante, y, por primera vez, Arwen se sintió incómoda en la presencia de un hombre.
Nunca le habían besado la mano, y menos un forastero tan diferente a lo que ella había esperado, como
un inglés barrigón, con una larga barba, bigote y patillas. Pero el forastero no era viejo, todo lo contrario,
era atractivo, alto, también musculoso. Lo podía apreciar bajo la ropa que llevaba. Su acento no era
inglés, y se preguntó si sería de Gales o quizás de Irlanda.
—Vengo de Strathspey —le informó ella, pero en seguida se percató que el hombre desconocía en qué
parte de Escocia se encontraba esa región que había mencionado—. Me gustaría comentarle un asunto
importante para Birdwhistle.
La mención de la bodega despertó completamente su interés.
—Por favor, tome asiento —la invitó.
Una vez que Arwen estuvo sentada, Jack la imitó, y se posicionó en frente para que fuese más cómoda
la conversación. La muchacha se encontró de pronto con la mirada azul más aguda de cuantas había visto
nunca, y que la inquietaba.
—¿Qué interés le despierta Birdwhistle? —le preguntó directo.
Ante la mirada penetrante, Arwen se encontró bajando la suya. Sentía cierta tensión en la espalda, y un
ligero temblor en las rodillas. Ella estaba acostumbrada a tratar con hombres rudos, malhablados, pero
ese hombre elegante y de ademanes finos la desorientaba, sobre todo porque ignoraba de dónde procedía.
—Mis tierras producen el mejor cereal de las Tierras Altas —le soltó de sopetón. Las cejas de Jack se
alzaron con un interrogante—. Y estoy aquí porque deseo hacer tratos con usted.
El hombre se mostró atónito, pero sólo duró un momento.
—Es muy joven para poseer las tierras que producen el mejor cereal de las Tierras Altas —contestó
suave.
Pero Arwen no pudo responder porque el mayordomo ya traía la bandeja con el té. Lo sirvió
ceremonialmente, y eso la puso más nerviosa porque ella no sabía comportarse en un ambiente tan
distinguido. Cuando ella vio el plato con los pastelitos de crema, casi sufre un vahído. ¿Cuánto hacía que
no comía un dulce?
Jack observaba atentamente cada gesto de ella, y por ese motivo fue consciente de la mirada anhelante
al descubrir los pastelitos. Le quedó claro que la mujer padecía necesidad, quizás por eso estaba tan
delgada, ¿o era ese vestido de novia que le sentaba tan mal? La tela había perdido el brillo, y las puntadas
de las costuras no eran muy buenas.
—Por favor, sírvase —le dijo con una sonrisa.
Arwen, al ver la sonrisa el hombre, tuvo que cerrar los ojos.
«Por Dios, ¿pero qué me pasa? », se preguntó alterada. Como no cogía ningún pastelito, Jack lo hizo por
ella. Le puso en un plato pequeño un par de ellos.
—La cocinera de Kinnaird los prepara deliciosos —la animó.
Arwen se encontró haciendo un esfuerzo para llevarse uno a la boca. Le dio un pequeño mordisco, y lo
masticó despacio. El bizcocho era tan suave, que se le deshizo en el interior. «Si pudiera llevarle alguno a
Wallace», se dijo mientras lo disfrutaba, y se sintió culpable.
Su hermano estaba enfermo desde su infancia, y por culpas de las deudas que había acumulado el
padre de ambos, no había podido disfrutar de buenos alimentos, y eso que Sarah hacía lo imposible con
los escasos recursos que tenían.
—Como le decía antes —continuó ella cuando tuvo la boca limpiar de pastel—. Mis tierras producen el
mejor cereal de las Tierras Altas.
—Y yo le he preguntado cómo es posible eso.
Arwen dejó la taza sobre la mesita, y respiró profundo.
—Las tierras de los Mackenzie son las más fértiles porque el agua discurre bajo las mismas —le explicó
ella—, y no nos afecta ni la sequía ni las inundaciones gracias a la propia irrigación del terreno, porque
están en suave pendiente hacia el sur, y los cultivos abocan al río Spey.
Jack ya conocía las diferentes comarcas de las Tierras Altas, y al mencionarle la muchacha el río Spey,
se ubicó perfectamente.
—¿Quieres venderme tu cereal? —le preguntó asombrado, y tuteándola por primera vez.
La muchacha no debía de tener más de veinte años, e incluso parecía más joven, por ese motivo no
podía seguir hablándole con tanta formalidad.
Ella asintió.
—Imagino que te han contado lo difícil que me resulta comprar cereal para elaborar mi propio whisky.
—No le resulta difícil sino imposible —afirmó por él—. Y sólo espero un precio justo por el mío.
—¿De cuánto cereal hablamos? —inquirió.
—He podido plantar este año dos acres y medio.
—No es mucho —respondió Jack pensativo.
—Por ese motivo murió mi padre, porque deseaba incrementar el terreno para aumentar la cosecha.
Arwen pasó a explicarle el terrible accidente que había sufrido Miller Mackenzie meses atrás, y las
deudas que había contraído ella tras su muerte.
—Antes de comprarte el cereal, me gustaría verlo —le dijo sincero.
La decepción resultó muy elocuente en el rostro de la muchacha.
—No me malinterpretes —se excusó él—. Necesito saber cuántos hombres debo contratar para poder
cosechar a tiempo. —Arwen respiró aliviada—. Estamos casi a finales de julio.
—Todavía estamos en fechas —le confirmó ella.
Pero había algo que preocupaba realmente a Jack. ¿Cómo lograría que no le quemaran también el
cereal cosechado de las tierras Mackenzie? Tendría que contratar a más hombres, incluso mercenarios
porque estaba cansado de los contratiempos que sufría desde que se hizo cargo de Birdwhistle. Sus
denuncias al sheriff de Invernes caían en oídos sordos, y él pensaba tomar medidas al respecto. Iba a
lograr que su nombre se respetara, y sin importarle el precio que tuviera que pagar. Escocia no se parecía
en nada a Nueva Gales el Sur, pero él iba a seguir intentado producir el mejor whisky del mundo.
—¿Podremos contratar jornaleros en…? —Jack guardó silencio porque no sabía el nombre del lugar.
—Es la región de Strathspey —respondió rápida—, y, no, no creo que pueda contratar a jornaleros de
las Tierras Altas.
El rostro se le ensombreció, y entonces Arwen comenzó a explicarle los problemas que le provocaba
Donald McDuhl, que ya se había hecho con la mayoría de terrenos fértiles de esa parte de Escocia.
—Dirige con un control absoluto las destilerías que se aglutinan en Speysidy —le explicó seria—.
Marwick, Orkney, e incluso Kirbuster.
Jack se dijo que todo se complicaba, pero tenía la posibilidad de comprar cereal, y no uno cualquiera
sino el mejor según palabras de su propietaria, y se dijo que sería capaz de defenderlo hasta con su propia
vida de ser necesario.
—Quiero ver ese cereal que me ofrece —le informó él.
Arwen lo veía un contratiempo porque tendría que ofrecerle la hospitalidad de Stennes, y había
descubierto que deseaba poner la mayor distancia entre ella y Jack FitzRoy.
—Puedo acompañarla —se ofreció él.
Ella hizo un gesto negativo con la cabeza.
—Prefiero adelantarme, y tenerlo todo listo para cuando lleguen los jornaleros.
Ella hacía cuentas mentales dividiendo el dinero de la cosecha en varias partes.
«Soy una estúpida, si todavía no me ha dicho lo que piensa pagar».
Jack supo lo que pasaba por la mente de ella.
—Si contrato los jornaleros, es justo que sea yo quien les pague su jornada.
Fue escucharlo, y sentir un profundo alivio.
—Ningún patrón contrata a jornaleros, por regla general el cereal lo siega la propia familia.
Jack volvió a sonreír, y ella se encontró desviando la mirada.
—Me ha dejado claro que sólo está usted para la siega, y yo no deseo que el cereal se estropee por no
segarlo a tiempo, sobre todo porque las lluvias llegarán pronto.
Arwen se levantó del sillón.
—Confío que me haga una justa oferta por mi cereal.
Jack mostró la sorpresa que le produjo la pronta marcha de ella.
—¿No se queda más tiempo? Podemos concretar algunos detalles importantes.
La muchacha negó.
—Compré un billete para mi regreso el mismo día de llegada —le explicó en voz baja—. Los detalles los
aclararemos en Stennes.
A continuación le dio una detallada explicación de la ruta que debía seguir para alcanzar la propiedad.
Jack asintió.
—¿Dónde puedo hospedarme en Strathspey?
Ahora venía la parte más difícil.
—No hay posadas cerca de Stennes que es mi hogar, así que le ofrezco la hospitalidad de mi casa.
Jack parpadeó sorprendido. ¿No había posada, ni albergue, en esa región tan al norte?
—Acepto encantado la hospitalidad —le dijo agradecido.
—Ya me marcho.
—Entiendo —le dijo él—. Entonces, buen viaje, señorita Mackenzie.
Ella le sonrió cuando le estrechó la mano, y la tarde se iluminó de repente para Jack.
—Gracias, señor FitzRoy.
La acompañó a la puerta mientras el mayordomo se la abría. La vio alejarse con paso rápido, y sin
mirar atrás.
CAPÍTULO 4

Arwen había necesitado casi un día completo en ir y volver. El tren desde Edimburgo sólo llegaba hasta
Aberdeen, para el resto del camino tuvo que contratar un pasaje compartido en un carruaje de alquiler. Si
ella hubiera viajado sola, no podría haber pagado el billete, pero como las distancias eran tan largas en
Escocia, los pasajeros se reunían en un punto de Aberdeen para tomar el carruaje de alquiler. Cuando
Arwen llegó a Stennes, el reloj del salón marcaba las cuatro de la madrugada.
—Se te ve agotada —le dijo precediéndola a la cocina—. Te he dejado un tazón de caldo, y un poco de
arenque ahumado.
Arwen no había comido nada en todo el día, salvo los dos pastelillos que le había ofrecido el forastero.
Dejó la capa y el bolso de viaje sobre la mesa de madera de la cocina, y tomó asiento frente al fuego
encendido. La estancia estaba cálida, y ella se arrebujó en la silla.
—¿Ha sido provechoso el viaje? —quiso saber la mujer.
Sarah le pasó el tazón con el caldo, y tomó asiento al lado de ella. Arwen tomó un sorbo largo.
—Está decidido a comprar el cereal —le dijo la muchacha sin creérselo todavía—. Pero desea verlo
antes —Sarah la miró perpleja—. Va a traer a los jornaleros para que lo cosechen, y piensa pagarlos él
mismo.
La sirvienta se llevó la mano a la boca para contener una exclamación.
—A eso le llamó yo tener un golpe de suerte —dijo Sarah.
Arwen se quedó ensimismada recordando la opulencia de la mansión Kinnaird. Las paredes estaban
recién enteladas, y la mayoría de los muebles eran nuevos. Jack FitzRoy debía de ser un hombre muy rico,
y por eso se alegraba de hacer tratos con él.
—¿Estás pensando en las represalias de Donald McDuhl? —le preguntó la mujer al verla tan callada.
Arwen sí lo había meditado, pero no pensaba quedarse de brazos cruzados viendo como el trabajo de
todo un año se echaba a perder.
—Pienso impedir que ese desgraciado obtenga las tierras Mackenzie.
Sarah conocía la aversión que sentía Arwen por el individuo, y el interés que tenía el hombre de
hacerse con las productivas tierras. Estaba convencida que si no podía comprarlas, obligaría a Arwen a
aceptarlo como marido para obtenerlas. Sarah lo creía capaz de forzarla físicamente.
—¿Cómo es el forastero? —le preguntó de pronto para desviar la conversación.
La muchacha se había puesto tensa recordando a ese hombre.
—Su inglés tiene un acento extraño —comenzó a decirle—, por eso pienso que debe de proceder de
Gales o quizás de Irlanda.
Sarah se quedó pensativa.
—Pero, ¿habla bien?
La mujer no podía ni imaginárselo.
—Es un distinguido caballero que habla despacio y suave —Sarah alzó las cejas atónita—. Viste tan
elegante como los lores del parlamento.
—Ohhh —fue lo único que pudo decir Sarah al respecto.
—Si vieras la mansión Kinnaird, te quedarías con la boca abierta del asombro —siguió informándole—.
Me ofreció dos pastelitos de crema tan esponjosos y ricos, que se me derritieron en la boca.
—Parece un dechado de virtudes —apuntó Sarah que no se creía que ese hombre pudiera ser la
salvación de los Mackenzie.
—Tendré que hospedarlo en Stennes cuando llegue.
—¿Y cuándo será eso?
Arwen hizo un gesto con los hombros.
—No tardará mucho, porque desea recoger el cereal cuanto antes.
—Todavía estamos a tiempo —contestó la mujer.
La muchacha sonrió agradecida por haber seguido el consejo de Sarah.
—Esas mismas palabras le dije yo sentada en el salón más espectacular que he visto en mi vida.
—Había muchos sirvientes —se interesó Sarah—. Porque cuando una casa tiene muchos sirvientes, es
un claro indicativo de que hay buena herencia.
Arwen se encontró arrugando la nariz.
—La verdad es que sólo he visto a un mayordomo, pero Kinnaird es demasiado grande, debe de tener
más de una docena de sirvientes.
Sarah cerró los ojos imaginando ese desfile de criados.
—¿No te comes el arenque? —le preguntó cuando Arwen ya se levantaba.
—Estoy agotada, y sólo deseo irme a la cama.
Sarah hizo un gesto negativo. Para que le llegara la comida a Wallace, ella se privaba incluso de lo más
básico, y le preocupaba realmente que enfermara porque entonces Stennes no sobreviviría. Arwen
Mackenzie era la muchacha más decidida y trabajadora de toda Escocia, y se merecía encontrar un buen
hombre que la protegiera y la cuidara. Recordó a ese indecente de Donald McDuhl, y sintió deseos de
maldecirlo. Antes de que muriera Miller Mackenzie, el escocés había intentado formalizar un compromiso
entre ambos, pero Arwen se había negado de todas las formas posibles. El padre insistió durante tanto
tiempo, que la hija amenazó con encerrarse en un convento, y esa fue la única forma que tuvo ella de
hacer desistir al padre, pero McDuhl era trigo de otro costal porque tras la negativa reiterativa de la
muchacha, había comenzado a ahogar la economía familiar de los Mackenzie.
Si la obligaba a vender las tierras, Arwen cedería.

Durante todo el día siguiente, Arwen y Sarah se dedicaron a limpiar y acondicionar la casa para la
llegada del forastero. Jack había enviado un mensaje a primera hora de la mañana donde le anunciaba que
llegaría sobre las cuatro de la tarde. Tuvieron que darse mucha prisa, porque el tiempo se les echaba
encima. Sarah decidió que el forastero se hospedara en la mejor habitación de Stennes, pero Arwen
protestó porque esa era la alcoba de sus padres, pero la cocinera insistió porque era la más soleada, y la
que menos vieja parecía.
Cuando ya quedaba poco para las dos de la tarde, Arwen envió a Sarah a la propiedad de sus vecinos
para que comprara un pollo para la cena. Como ya no disponía de dinero, Arwen decidió entregarles en
prenda uno de los libros que su padre había traído de Alemania. Miller siempre decía que era su pequeño
tesoro, y ella no dudaba que lo recuperaría en el momento que tuviera el dinero de la cosecha.
A las cuatro menos diez minutos llegó Sarah sin aliento, pero traía el pollo muerto y desplumado. La
mujer corrió hacia la cocina para preparar la cena, mientras tanto, Arwen se dedicó a preparar el
comedor, y también a darle los últimos retoques a la estancia de sus padres.

Jack no sabía qué podía esperarse en esa zona apartada, pero en modo alguno lo que se encontró. En lo
profundo de los bosques de las Tierras Altas de Escocia se encontraba la propiedad de Stennes, sin
embargo, y desafortunadamente, lo que alguna vez había sido una granja fructífera de la zona, ahora se
veía reducida a ruinas. Tenía la pintura de la fachada descascarillada, y los escalones de subida a la casa
rotos. Estaba claro que su dueña no disponía de los recursos para mantenerla.
La puerta de la entrada se abrió incluso antes de que él pusiera el pie en el primer escalón de subida.
Tras él iba un hombre vestido de uniforme.
La señorita Mackenzie salió a recibirlo. Por sus gestos supo que estaba nerviosa.
—Bienvenido a Stennes, señor FitzRoy —lo saludó ella.
Jack llevaba el sombrero y los guantes en la mano.
—Señorita Mackenzie —le correspondió él—. Me he tomado la libertad de traer conmigo a Joseph, mi
ayuda de cámara, y también guardaespaldas.
El cochero y el palafrenero ya bajaban el baúl y los diferentes utensilios del señor. Sarah, que había
acudido a dar la bienvenida, les indicó a los hombres que la siguieran. Arwen fue la que sujetó la capa de
viaje, los guantes y el sombrero de Jack, y los colocó en el perchero de la entrada.
—Disculpe, en Stennes no disponemos de personal de servicio, solamente está Sarah que decidió seguir
con mi hermano y conmigo cuando falleció mi padre.
Jack no necesitaba más explicaciones. Le bastó una ojeada rápida a la casa para conocer lo que
sucedía. Si el exterior de la casa estaba en ruinas, el interior no estaba mucho mejor.
—Tuve que vender algunos muebles cuando murió mi padre —le explicó ella un tanto avergonzada.
Con la ropa que vestía el forastero, ellos podrían comer un año, se dijo Arwen.
—Lo acompañare a la estancia que le he asignado, y le esperaremos en el comedor para la cena —Jack
la observó afectado porque la muchacha rehusaba mirarlo a los ojos—. Joseph puede alojarse en la
habitación de invitados, aunque está en el otro extremo del corredor.
—¿Dónde alojará a los segadores? —le preguntó interesado.
Estaba claro que no podría hacerlo en la casa.
—Como la mayoría de las habitaciones están vacías, he pensado alojarlos en la antigua bodega —le
informó—. Está en la parte trasera de la propiedad, pero está bien conservada.
Arwen abrió la puerta de la habitación, y Jack se sorprendió porque de todo lo que había visto hasta el
momento, era la mejor estancia.
—¿Es su habitación? —quiso saber.
Arwen hizo un gesto negativo.
—Era la habitación de mis padres —contestó—. Es la más soleada de la casa.
Jack se introdujo en el interior y miró fascinado los diferentes muebles: una cama pequeña, un
guardarropa, un diván, un tocador pintado, y una bañera de latón.
—Acomódese, le esperamos en el comedor para la cena.
Jack giró sorprendido sobre sí mismo. La ventana debía medir más de nueves pies de altura, pero
estaba plagada de humedad y grietas. Si esa era la habitación más soleada de la casa, no quería ni
imaginar el resto.
—Puedo buscar un alojamiento más apropiado —le dijo Joseph que se había mantenido hasta ese
momento en silencio.
—Esta granja sería magnífica si estuviera acondicionada.
El ayuda de cámara negó con la cabeza de forma efusiva.
—Está demasiado abandonada —replicó—. Hay casas que después de la ruina, ya no tienen
recuperación.
Jack no estaba de acuerdo, pero no lo contradijo.
—Vamos a prepararnos para la cena —le dijo.
Tiempo después, cuando Jack se personó en el comedor, Arwen abrió la boca por la sorpresa. El
forastero vestía de forma impecable, y más elegante que el mismo regente, claro que el rey no tenía la
planta ni la apostura de él. Ella seguía llevando un vestido sencillo de muselina azul. Era el único vestido
decente que le quedaba, y por eso lo reservaba para las ocasiones especiales, también para acudir a misa
los domingos.
En el comedor estaban solo ellos dos. Las sillas enfrentadas, y Arwen sentada en la suya.
—Confío no haber llegado tarde.
Ella negó con la cabeza, pero no dijo nada porque Sarah traía una bandeja con la cena. El pollo
estofado olía bastante bien, pero Jack dudaba de que ese único plato saciara su inmenso apetito. La
cocinara acompañó el pollo con verduras al horno, y tortas de pan sin fermentar.
—Sarah es una excelente cocinera —le dijo Arwen con una sonrisa, pero que no iba dedicada a él sino a
la cocinera.
—No lo pongo en duda —respondió quedo.
Los dos comenzaron a cenar, y Jack se dio perfecta cuenta de que ella apenas comía, y masticaba muy
despacio. No le quedó la menor duda de que se privaba para que a él no le faltara, y se sintió mal porque
nada lo había preparado para lo que se había encontrado en Stennes.
«Tengo que hacer algo al respecto», se dijo pensativo antes de tomar otro bocado de pollo.
CAPÍTULO 5

Jack no había pasado peor noche en su vida. La estrecha y baja cama tenía un colchón horrible, y
menos mal que la habitación todavía disponía de una chimenea de hierro fundido que habían mantenido
encendida. Stennes estaba tan decrépita y abandonada que Jack dudaba de que hiciera menos frío que en
el exterior. «Si estamos en julio y hace este frío en el interior de la casa, no quiero ni imaginar cómo será
en el mes de enero», se dijo pensativo, y sonrió levemente al imaginar la habitación de invitados que
ocupaba Joseph.
No puso un pie en el suelo, cuando la puerta se abrió despacio, y Joseph cruzó el umbral.
—Buenos días —le dijo sin ánimo.
Por el tono dedujo que su noche no habría sido mejor que la suya.
—Me he permitido la licencia de calentar el agua del baño —le dijo muy serio—. Dudo que esa anciana
pueda acarrear una sola cubeta de agua.
Jack se colocó el batín de seda granate.
—Pero lo importante es el cereal —le dijo con humor.
El ayuda de cámara gruñó.
—Confío que merezca la pena —respondió seco—. Porque por primera vez en mi vida, no puedo
desempañar bien mi trabajo.
—Al menos el pollo de la cena estaba rico —le dijo con humor. Joseph alzó las cejas en un interrogante
—. Y he prometido no quejarme.
—Y eso lo dice un hombre que siempre va acompañado de su médico, su cocinero, y su confesor —
respondió Joseph que ya había sacado el traje de montar.
—Nunca llevo a mi confesor conmigo —lo corrigió jocoso.
Joseph entonces medio sonrió.
—¿Y qué soy yo entonces? —bromeó el otro.
El ayuda de cámara tardó una eternidad en traer las cubetas de agua caliente, para cuando trajo la
última, el agua se había templado. Jack decidió calentar el agua en la chimenea apagada para que
resultara más fácil, o bañarse en el río Spey que discurría cerca de la casa.
Pero el desayuno no mejoró las expectativas de él pues consistió en gachas de avena, té, y unas lonchas
de tocino rancio que le desagradó. Con gusto chuparía los huesos de pollo de la cena anterior, se dijo Jack.
—Cuando terminemos de desayunar, visitaremos los campos —le informó Arwen que llevaba puesto un
vestido de sirvienta, al menos lo parecía.
—Estoy deseando ver el cereal —contestó con una sonrisa irónica porque después de la experiencia
compartida, dudaba mucho que fuera tan excepcional como ella había mencionado.
Como sucedió durante la cena, la muchacha apenas probó bocado, y él se preguntó el motivo. Comía lo
mismo que un parajito, fue pensarlo, y sonreír. La verdad es que la muchacha le recordaba a un lindo
pajarito de Nueva Gales del Sur, el mielero, por su plumaje amarillo dorado que adornaba su cabeza.
Sarah llegó al comedor para retirar la vajilla del desayuno, y Arwen aprovechó para levantarse.
—¿Nos vamos? —lo invitó.
Jack terminó el último trago de su taza de té, y se levantó ceremonioso. Le había molestado que ella se
le adelantara porque de ese modo no le permitía comportarse como el caballero que era, pero lo disimuló
muy bien.
La muchacha se colocó una capa gastada sobre los hombros, y prescindió del sombrero. Él, por el
contrario, prescindió de la capa, los guantes, y también del sombrero. La siguió fuera de la casa con paso
rápido.
Para su sorpresa, los acres sembrados estaban muy cerca de la casa: justo en la parte trasera donde
estaba situada la bodega. Al ver ese manto dorado que se mecía al compas de la brisa matutina, supo que
ella no lo había engañado. Jack caminó hacia el campo sembrado, y se paró justo en la línea del borde. Las
altas matas le llegan casi hasta la cadera. Cortó una espiguilla y la removió entre sus dedos expertos. El
grano era de gran tamaño, y de elevada rusticidad. Y lo que más le gustó, su gran resistencia al
descabezado.
—Uno de los mejores cereales que he visto —dijo admirado.
Arwen entrecerró los ojos al escucharlo. ¿Cómo ese caballero distinguido, que llevaba ropas carísimas,
podía entender tanto de grano?
Se giró hacia ella, y observo un brillo extraño en sus bonitos ojos. ¿Era de admiración? ¿De
escepticismo? No podía estar seguro. Pero la mujer era guapa de verdad: largas pestañas bajo unas
perfectas cejas arqueadas que realzaban las brillantes gemas que iluminaban su resuelto rostro
—¿Cuánto quiere por toda la cebada? —le preguntó.
Ella le dijo el precio, y Jack la miró atónito. El cereal que le ofrecía valía tres veces más. Se dijo que
alguien la había estado engañando.
—Es una verdadera lástima que sólo disponga de dos acres y medio sembrados —expresó pensativo.
El rostro de ella se ensombreció. Su padre había muerto precisamente por querer aumentar el terreno.
—¿Hay trato? —quiso saber.
Jack hizo un gesto afirmativo bastante elocuente.
—Hay trato, pero debemos ajustar el precio —los ojos de ella se entrecerraron al escucharlo.
¿Se creerá que lo estoy engañando? Se preguntó.
—Es la mejor cebada de las Tierras Altas —le recordó muy seria.
Jack la miraba intensamente.
—Estoy de acuerdo.
—Y vale el precio que le he dicho.
Jack le sonrió con sarcasmo.
—Esta cebada vale tres veces más —le aclaró él.
Los ojos de Arwen se abrieron de par en par al comprender sus palabras.
—Entonces ajustaremos el precio.
Jack comenzó a caminar hacia ella sin dejar de mirarla. Iba vestida como una mendiga, pero su bello
rostro mostraba que no siempre había sido su vida así de miserable. Arwen se giro, y comenzó a caminar
hacia la casa.
—Antes de que firmemos el acuerdo —le dijo él—. Tenemos que acordar algunos asuntos.
La vio pararse de golpe, girarse otra vez hacía él, y mirarlo con un interrogante.
—¿Qué asuntos?
—Necesito algunas comodidades para mi estancia en Stennes. —Ella no entendía a qué podía estar
refiriéndose—. Además, tenemos que adecuar la bodega para los trabajadores.
—Ya había pensado en ello —respondió cauta.
—Y quiero garantías de que nadie me saboteará la cebada cuando esté cosechada y camino de
Birdwhistle.
Ahora abrió los ojos de par en par. ¿La estaba acusando de tener intenciones oscuras? Y entonces
recordó que la cebada que había comprado el forastero en Francia, la habían quemado en el puerto antes
de descargarla.
—Le garantizo que la cebada no sufrirá el menor daño —le aseguró.
Jack sonrió de oreja a oreja, y todo su rostro se transformó. Arwen se dijo que era demasiado atractivo,
y que los días que pasara en Stennes se le iba a hacer muy largos.
—¿Cuántos segadores traerá? —quiso saber.
—Dos —contestó comenzando a caminar hacia la casa.
Arwen se quedó parada. Con sólo dos segadores iba a tardar más de una semana en cosechar, pero eso
era precisamente lo que pretendía Jack: controlar el traslado de cebada en monturas individuales y no en
carretas, porque ya tenía experiencia en sabotajes.
—Con sólo dos segadores se pasara el tiempo, y el cereal perderá calidad —le informó ella.
Jack negó de forma elocuente.
—¿Dónde puedo adquirir enseres para mi estancia en Stennes? —le preguntó.
Arwen entrecerró los ojos pensativa.
—Depende de los enseres que desee comprar —respondió ella—. La ciudad más grande y más cercana a
Stennes es Inverness.
Jack pensó que eso le bastaría porque conocía Inverness y tenía muy buenos artesanos, y un puerto lo
suficientemente grande para poder transportar lo que comprara.
—Necesito una cama más grande —afirmó mirándola intensamente.
Arwen ladeó la cabeza al escucharlo. El forastero no era un hombre pequeño, pero su padre Miller
había dormido en esa cama hasta el día de su muerte.
—No pienso sustituir la cama de mis padres —contestó seria.
—No he dicho lo contrario —aceptó él—, pero no estoy acostumbrado a dormir en un colchón tan
pésimo.
—Puede regresar a Edimburgo, a su mansión de Kinnaird, yo me ocuparé de la cosecha, ya sabe que no
tengo intención de engañarlo.
Jack medio sonrió, y ella sintió una sacudida en su estómago. ¿Por qué el rostro de él se volvía casi
juvenil con esa forma de sonreír?, se preguntó.
—Pienso controlar personalmente cada espiga que se siegue de las que he comprado —contestó con
humor—. Y pienso dormir en una cama cedente.
Ella optó por guardar silencio durante unos momentos. No pensaba echar a perder la sustanciosa
compra por una maldita cama. Desmontaría la de sus padres, la guardaría en otra estancia, y al diablo el
forastero y sus manías. Arwen se giró hacia el camino, y comenzó a andar sin contestarle. Jack se
encontró admirando la silueta de ella bajo la capa tan ruinosa como la casa en la que vivía.
CAPÍTULO 6

Al día siguiente lo que llegó a Stennes no era sólo una cama: el forastero debía de haber comprado
todos Inverness. ¿Dónde iban a colocar tantos muebles? Pero la calidad era innegable en todos y cada uno
de ellos. El sillón de piel le gustó mucho, y fue colocado frente a la chimenea del salón. El enorme
escritorio fue destinado a la parte contraria de donde estaba situado el sillón. La mullida alfombra
invitaba a recostarse sobre ella. Pero la cama, la enorme cama con dosel le quitó el aliento.
Se pasaron parte de la mañana montando muebles, y cuando llegó la última carreta, Arwen no supo qué
decir porque traía pollos, gallinas, patos. Cuatro ovejas, y una vaca que no le había gustado nada que la
ataran al carro y la hicieran caminar tanto tiempo. También traía sacos de harina molida. Bacon recién
ahumado, mantequilla fresca, y carne, mucha carne.
Arwen, al ver todo ese alimento se sintió humillada. Discutió agriamente con el forastero y le expresó
su malestar porque ella era capaz de proveer para su familia. Jack no la contradijo, pero le dejó muy claro
que él era el responsable de alimentar a los hombres que iban a trabajar, y estaba muy claro que no podía
contar con ella para hacerlo. Los segadores necesitaban buenos alimentos para rendir al máximo, y no le
dio opción a negarse.
La vergüenza tiñó las mejillas de ella de un rojo intenso, y Sarah trató de calmar su dignidad herida. La
graja Stennes había sido en el pasado un lugar lleno de vida, pero las malas decisiones tomadas por Miller
Mackenzie la habían llevado a la ruina, y ellos necesitaban toda la ayuda posible para salir adelante.
Sin embargo, Arwen era una mujer orgullosa, y no le gustaba recibir caridad de nadie, y mucho menos
a ese forastero tan distinguido, y que le desencajaba las ideas. Una marea de sensaciones totalmente
desconocida se estaba instalando en ella sin dejarla razonar, y él estaba provocando esas sensaciones con
sus miradas y sus sonrisas.
Arwen no sabía cómo manejar esos sentimientos desconocidos hasta ese momento para ella, y por eso
se dedicó a observar el contenido de la despensa: una despensa que por primera vez en años rebosaba
alimentos. Sarah lo acondicionó todo muy bien, y los pollos, gallinas y patos ya corrían por el patio trasero
de la casa sin que el vieja hubiera hecho mella en ellos. Con la vaca tendrían leche a diario, huevos
frescos con las gallinas, y abundante carne para elaborar los mejores guisos y asados.
Wallace, el hermano menor, salió de su habitación al escuchar la discusión entre su hermana y el
forastero. El muchacho admiró las ropas que vestía el hombre, pero, sobre todo, la forma en que miraba a
su hermana. Nunca nadie la había observado así: como si mirara hambriento un pastel tras un cristal.
—¡Arwen! —la llamó desde la escalera—. ¿Qué pasa? ¿Por qué gritas?
Jack giró el rostro y miró hacia la voz quebrada.
—Wallace, ¿qué haces fuera de la cama?
Jack pensó que el joven no debía de tener más de quince o dieciséis años, y por su rostro supo que
estaba enfermo de gravedad. La hermana corrió escaleras arriba y lo sostuvo por los hombros.
—No debes andar descalzo —lo regañó con cariño al mismo tiempo que lo acompañaba de nuevo a su
habitación.
No se despidió del forastero ni lo miró una última vez. Toda su energía se había centrado en dejar de
discutir con el señor FitzRoy para ocuparse de su hermano enfermo. Y Jack se dirigió hacia la cocina para
obtener información de la única persona que se la daría voluntariamente: Sarah.
La cocinera le detalló que el joven Wallace había pillado la escarlatina a los dos años, y que le había
afectado seriamente al corazón. Cada cierto tiempo sufría episodios de fiebre alta que lo dejaban en cama
durante semanas. El doctor les había explicado que las consecuencias de la escarlatina lo acompañarían
siempre, y por eso debía tomar medicamentos que costaban una fortuna. Jack supo el motivo para que
Arwen hubiera vendido casi todo el contenido de Stennes.
Pero Jack no se conformó con la información que recibió del joven Wallace y su enfermedad, también
quiso conocer mejor a la enigmática mujer que no permitía que nadie le diera caridad. Sarah fue mucho
menos concisa al revelarle detalles de la personalidad de Arwen, y las pocas perlas que le ofreció al
forastero, fueron únicamente porque el hombre se esforzaba en ayudarlos, aunque lo hacía disfrazando la
verdad para que ellos no se sintieran insultados por su generosidad.
—La cama ya está montada —le informó su ayuda de cámara.
Jack se encontraba sentado cómodamente frente a la larga mesa de la cocina mientras Sarah amasaba
lo que sería una empanada de carne.
—Los trabajadores que has contratado se marchan ya.
Jack se levantó ceremonialmente de la silla, y le mostró una sonrisa a la cocinera.
—Creo que la cena de esta noche será memorable —le dijo con mirada pícara.
Sarah se ruborizó. Con los variados y ricos alimentos que había traído el forastero, se podría cumplir
las expectativas de un rey.
—Mañana llegarán Hobson y Murray a Stennes. —Esos eran los dos mejores jornaleros de todos los que
había traído de Nueva Gales del sur, y eran sus preferidos porque se ocupaban de todo el procedimiento
de la elaboración del whisky, desde la siega de la primera espiga, hasta el embotellamiento—. Y por la
tarde llegarán Henry y Parker —siguió informándole el ayuda de cámara.
—¿Quién se quedará en Birdwhistle? —quiso saber Jack.
Joseph miró hacia Sarah que seguía amasando ajena a la conversación que mantenían los dos hombres.
—Edmund y Barton.
Jack se quedó pensativo. Tras los continuos sabotajes que había sufrido desde su llegada a las Tierras
Altas, había contratado al suficiente personal para que protegieran la bodega. Las gentes de Escocia le
habían mostrado que los forasteros no eran bienvenidos en sus tierras, pero él no se rendía ante nadie,
mucho menos ante los matones de medio pelo con los que se había encontrado.
—¿Merece la pena todo este esfuerzo y dinero que estás gastando por lograr un poco de whisky
escocés? —le preguntó Joseph.
Jack había estado a punto de abandonar, pero él no emprendía un negocio y lo dejaba a medias, sobre
todo cuando su reputación estaba en entredicho.
—Ya sabes que me divierte emprender nuevos retos —le dijo alzando los hombros.
Joseph lo conocía muy bien, y sabía que el verdadero motivo había sido Heaven Woodward, la única
mujer a la que había amado de verdad. Por ella había invertido una fortuna en la bodega Birdwhistle. Por
ella había contratado y llevado de Nueva Gales del Sur a los mejores jornaleros y más especializados. Por
ella había estado dispuesto a dejarlo absolutamente todo, pero Heaven Woodward se había casado con
otro, y Jack se había quedado relegado a un lado, aunque parecía que lo había aceptado, sobre todo
porque estaba dispuesto a lograr el mejor whisky a pesar de los contratiempos.
Joseph no podía entender su obsesión por Escocia, aunque esa tierra inhóspita casi logra su rendición,
pero entonces apareció en Kinnaird una escocesa orgullosa con una oferta, y la partida había comenzado
de nuevo. Si había algo que entusiasmara más a un millonario aburrido como Jack FitzRoy eran los retos,
y Arwen Mackenzie y su cereal se habían convertido en el mejor de todos.
—Hobson traerá mañana un telegrama de Heaven Woodward —le dijo Joseph de pronto.
Su rostro mostraba cierta consternación, como si se le hubiera olvidado mencionárselo y se acordara
ahora.
—Es Graham, Joseph. Heaven Woodward es ahora Heaven Graham.
El tono de Jack había sonado normal pese a que su hombre de confianza había esperado decepción o
aburrimiento.
—No creo que regresen pronto de ese viaje —apuntó Joseph.
Jack también lo creía, sobre todo porque el pequeño Alexandre había adelantado su nacimiento en la
ciudad de Nueva York. ¿Qué mujer embarazada emprendería un viaje de negocios a Estados Unidos? Sólo
la intrépida y osada Heaven.
—Ven, vamos a la bodega para ver cómo han quedado las estancias de los jornaleros. Confío que
resulten tan cómodas como las de Birdwhistle.

CAPÍTULO 7

Jack se enojó mucho cuando recibió el aviso de Joseph de que Arwen estaba segando junto a Hobson y
Murray desde primera hora de la mañana, y que había ignorado los avisos de ellos de que lo estaba
haciendo mal. Él había sido muy claro, pero ella le había desobedecido. Salió en tromba del comedor, y
dirigió sus pasos hacia el campo de siega. La llamó varias veces, pero ella seguía segando sorda a
cualquier proclama. Con los labios apretados cruzó el campo y caminó hacia ella. Arwen lo ignoró de tal
forma que lo ofendió. ¿Qué demonios hacía cortando los tallos tan cerca de la cabeza? ¿Acaso ignoraba
que de esa forma no se podrían formar las gavillas y atarlas? Trató de quitarle la guadaña, pero al hacerlo
y resistirse ella, Arwen lo hirió en el muslo. El corte había sido superficial y limpio. Al ver la sangre, la
mano de ella se detuvo, y alzó la mirada con una disculpa.
—¿Acaso ignora que es falta de sentido común colocarse tan cerca de un segador —lo recriminó ella.
Jack la miró estupefacto. ¡Lo hería y encima lo culpaba!
—He traído especialmente a Hobson y Murray porque son los mejores segadores de…
Ella lo interrumpió.
—Yo también sé segar —se defendió.
Jack estaba realmente enfadado porque la mujer parecía estúpida.
—Segando a ras de la cabeza no se podrán atar las gavillas para transportarlas —le dijo con los dientes
apretados.
Del muslo seguía saliendo sangre, pero Jack parecía no darse cuenta. Arwen se enderezó. Llevaba
apenas unas horas segando, pero la espalda le dolía un montón.
—Siempre se ha segado así en las Tierras Altas.
Jack entrecerró los ojos.
—Pero el cereal segado no tenía que transportarse a Birdwhistle, ¿no es cierto? —le preguntó.
Como ella había aflojado la mano, Jack pudo quitarle la guadaña. Al ver el rostro confuso de ella, el
forastero supo que no había pensado en eso.
—Lo lamento —se disculpó Arwen, que trató de recuperar el instrumento de siega, pero Jack lo alejó de
su mano—. Desde ahora segaré a ras de tierra —concedió.
Aunque ello supondría inclinarse mucho más, con lo que el dolor de riñones aumentaría.
Jack hizo un gesto negativo con la cabeza.
—He traído hombres muy cualificados para este trabajo porque no deseo perder ni un solo grano.
—Con mi ayuda terminaremos antes —le informó ella entre dientes.
Jack pensó en sujetarla y sacarla en volandas del campo de siega, y fue precisamente eso lo que hizo.
Soltó la guadaña y la alzó en brazos. Ella no protestó los primeros segundos porque la había pillado
desprevenida, pero poco después comenzó a moverse de forma enérgica.
—¡Suélteme, maldita sea!
Pero Jack hizo oídos sordos. Caminó con ella en brazos hacia la casa como si no pesara nada, y
efectivamente pesaba menos que una pluma. Pero Jack había cometido un error imperdonable, porque al
tomar en brazos el cuerpo de esa deliciosa muchacha, todos sus sentidos se desbocaron. La voluntad de
tomarla y hacerle el amor allí mismo resultó sobrecogedora. El ansia de alimentarse de la sutil fragancia
de su tentador cuerpo lo reducía a polvo de ceniza. Sería la primera vez que le permitiría a una mujer que
lo dominara a voluntad, aunque se moría por ser él quién la doblegase a ella.
¡Jamás se había sentido así! ¿Qué tenía la hechicera para dominar sus sentidos de ese modo?
Le costó un mundo retomar el control sobre sus lascivos pensamientos, pero lo hizo.
—Será la última vez que me desobedezcas, pajarita —la tuteó.
Arwen ardía por la vergüenza porque se sentía tratada como una niña pequeña. Era cierto que había
segado demasiado cerca de la cabeza de la espiga, pero no había tenido en cuenta que la cebada tendría
que transportarse a caballo y no en carreta, y para ello era mejor cuando estaban sujetas por gavillas.
Jack le pegó una patada a la puerta de entrada porque la había dejado entornada de lo apresurado que
había salido en su busca. Caminó hacia el salón, y la soltó sin ceremonia sobre el sillón de piel junto a la
chimenea.
—Ahora es mi cereal, y yo ordeno cuándo y cómo debe segarse.
Arwen apretó los labios porque su intención no había sido que él creyera que trataba de perjudicarlo.
—Estaba tan ansiosa por ayudar que se me olvidó que el cereal tendría que recorre una larga distancia
hasta Birdwhistle a caballo —se excusó.
Jack seguía mirándola enfadado.
—Precisamente esos dos hombres que siegan son los mejores para cuidar hasta el último grano de la
cabeza de cada espiga —le dijo él, pero en un tono que desmentía la seriedad de su mirada—. Y como no
deseo sufrir más sabotajes, he decidido transportar la cebada de otra forma diferente.
Arwen se removió incómoda en el sillón.
—Segando tan a ras del de la tierra, los lumbares sufren mucho —le explicó ella como si creyera que el
forastero desconocía ese detalle importante.
—¿Piensas que a Hobson y Murray les importa lo inclinados que tengan que segar para no perder un
solo grano mientras forman las deseadas gavillas? —le preguntó estupefacto.
—Aquí importaría —le dijo ella.
Jack la observó atentos.
—Los hombres de Nueva Gales del Sur no le tienen miedo a un poco de molestia en los riñones.
Arwen desvió la mirada, ahora ya sabía de dónde procedía él, pero ignoraba dónde estaba ese lugar.
—Pretendía ayudar —susurró azorada.
Jack soltó un suspiro largo.
—Pues hazlo aquí en Stennes… ayudando a Sarah, por ejemplo.
Fue escucharlo y saltar como un resorte.
—Soy perfectamente capaz de segar mejor que esos dos hombres, y sin una sola queja —protestó ella.
Jack estaba comenzando a cansarse de discutir con ella.
—Ahora es mi cereal, y yo ordeno quién lo siega, ¿entendido? —Sí, se lo había dejado muy claro—. Y
ahora voy a curarme.
Los bonitos ojos de Arwen descendieron hasta el muslo de él que seguía sangrando.
—¡Yo lo haré! —exclamó decidida.
Jack aceptó porque el corte le escocía de verdad.
—Confío que tu intención no sea vengarte…
Arwen se puso roja de ira. Que la acusara de algo tan miserable le pareció ruin y desproporcionado.
—¿Cómo puede pensar tan mal de nosotros? —le preguntó envarada.
Jack se mesó el cabello que se le había despeinado.
—Desde mi llegada a Escocia, solo he recibido insultos, malos tratos, y sabotajes —contestó él.
Arwen volvió a ruborizarse.
—No todos los escoceses somos así —contestó ella pero sin sostenerle la mirada.
Jack profundizó la observación sobre ella, y decidió no decir nada.
—Le pediré a Sarah que me ayude con la herida.
Arwen volvió a resoplar.
—¡He dicho que lo curaría yo! —volvió a exclamar—. Y pienso cumplir mi palabra.
Pero curarlo le supuso un verdadero problema porque tuvo que cortar la tela de los pantalones y tocar
ese muslo musculoso que la llevó por el camino de la amargura porque ya no podía retractarse de
ayudarlo. Arwen trató de tocarlo lo menos posible, y cuando miró de soslayo el rostro de él, comprobó que
estaba disfrutando mucho con su incomodidad. En respuesta le ató el vendaje un poco más fuerte, y logró
borrarle la sonrisa de los labios. Pero en las siguientes horas, Arwen no olvidaría el tacto de sus músculos,
la piel dorada, ni la mirada burlona que la iba a acompañar por el resto de sus días.

El asado de la cena resultó espectacular. Arwen jamás había probado una carne tan tierna y jugosa.
Sarah se había lucido como nunca. ¿Desde cuándo cocinaba tan bien? El puré de manzanas tenía un punto
picante que le resultó delicioso. Las doradas chalotas con mantequilla se deshacían en el interior de la
boca, y para el pan no tuvo calificativo.
Después de unos minutos, cuando se percató de la sobriedad con la que comía él en comparación con
ella, Arwen tuvo que hacer un alto, enderezarse, y tratar de comer bocaditos pequeños, pero le resultaba
un suplicio porque estaba todo muy bueno, y ella estaba muerta de hambre.
—¿Por qué no cena tu hermano con nosotros? —le preguntó Jack mientras cortaba un trocito pequeño
de asado, lo sujetaba con el tenedor, y se lo llevó a la boca sin mover la cabeza ni una milésima.
Si a ella se le ocurría imitarlo, se le caería todo en el regazo.
—Está muy enfermo —contestó ella que le resultaba muy difícil comer con la cabeza tan erguida.
—Cenar aquí no le puede reportar ningún mal —insistió él.
A Arwen se le quitó el apetito. Ella estaba disfrutando de ricas viandas mientras su hermano se
consumía en vida en su habitación.
—Son instrucciones del doctor —contestó después de unos segundos.
Jack era un hombre instruido, aunque no en medicina salvo lo más esencial, pero no estaba de acuerdo
con el diagnóstico del doctor. ¿A qué joven de esa edad le haría mal reunirse con la familia?
—Me gustaría hablar con él —dijo de pronto.
Arwen lo miró perpleja.
—¿Desea hablar con mi hermano? —le preguntó.
—Deseo hablar con el médico que lo trata?
Ella se quedó pensativa.
—¿Es usted instruido en medicina? —quiso saber.
Jack masticó despacio el trozo de chalota que se había llevado a la boca.
—Como el médico sepa de medicina como tú de segar cereal, temo por la salud de tu hermano, y me
atrevería a decir que de toda la región de Strathspey.
Jack creyó que la preciosa mujer que cenaba con él en Stennes se iba a enfadar por su comentario, pero
contrariamente a lo que creía, rompió a reír, y todo su rostro se iluminó como si la hubiera alcanzado un
rayo de sol.
—¿Todos los hombres de Nueva Gales del Sur son así de arrogantes?
Jack ni se inmutó por sus pregunta.
—Arrogantes, inteligentes, valientes…
Ella rio más fuerte, y Jack se encontró imitándola.
—La verdad es que le debo una disculpa —le ofreció ella de pronto.
Jack alzó las cejas en un arco perfecto al oírla.
—¡Ya lo creo que me la debes! —bufó.
—Debo respetar sus decisiones porque ha comprado el cereal y le pertenece.
Jack soltó un suspiro.
—El mejor cereal de las Tierras Altas —la aduló él.
—Este gran acuerdo se merece un buen trago de whisky —apuntó ella que ya se levantaba del sillón.
—¿Whisky propio? —quiso saber él.
—El mejor —afirmó ella—. Es de Halfenaked.
Jack terminó por resignarse. Esa era la bodega de Alexander antes de casarse con Heaven y pasar a
formar parte de Birdwhistle. Pero como quería seguir disfrutando del ambiente relajado que se había
creado en torno a ellos dos, decidió guardarse cualquier crítica. Cuando Arwen trajo la botella con dos
vasos, y sirvió dos generosos tragos, la miró con un interrogante. Estaba claro que la muchacha estaba
acostumbrada a beber whisky porque se bebió el suyo de un trago. Él, hizo lo propio, y al paladearlo
apreció que era en verdad un whisky excelente. Ella entonces lo miró como animándolo a que admitiera
precisamente eso.
—Este whisky siempre se ha elaborado con mi cereal.
Jack se quedó pensativo.
—¿Se transportaba el grano hasta Halfenaked? —estaba interesado en conocer ese detalle porque la
distancia era la misma que la de Birdwhistle.
Pero Arwen hizo un gesto negativo.
—La bodega Halfenaked posee otra más pequeña en la región Strathspey —le explicó ella—. Una vez
destilado se llevan los toneles a Elgin para su maduración.
Fue escucharla, y sufrir una revelación. Él podría hacer lo mismo, y obtendría mucha ventaja.
—¿Un trago más? —le ofreció ella.
Pero esta vez fue Jack quien le sirvió. Y durante las dos siguientes horas charlaron, bromearon, y
conocieron detalles el uno del otro. Arwen ya no se sentía tan cohibida ni violenta en la presencia del
forastero, y Jack comenzó a admirarla de una forma interesada. Esa muchacha deslenguada, pobre y
orgullosa, le interesaba muchísimo. A cada minuto que pasaba con ella, mucho más.
CAPÍTULO 8

Lo despertó el sonido de un disparo. Jack abrió los ojos y se levantó de un salto. Sus movimientos no
eran tan ágiles como de costumbre porque se había bebido media botella de whisky de Halfenaked,
aunque la dueña de Stennes no se había quedado atrás. Se colocó deprisa el batín de terciopelo, y salió al
pasillo tratando de averiguar qué sucedía. Escuchó gritos fuera de la casa, y salió en tromba. Joseph lo
siguió de cerca, y también Sarah que sostenía en las mano el hierro de remover las ascuas de la
chimenea.
Una vez en el exterior el humo le llegó a las fosas nasales. Había un incendio en la parte este del
sembrado.
—¡Rápido, Joseph, mantas! —le ordenó al ayuda de cámara.
Jack corrió como nunca en su vida, y se topó de bruces con Arwen que sostenía el arma y la volvía
amartillar.
—¡Desgraciado! —le gritó al aire—. ¡Juro que te mataré!
Hobson y Murray ya corrían hacia el sembrado con cubos llenos de agua. Arwen comenzó una carrera
con el arma en alto, y él se encontró siguiéndola para detenerla. Cuando la alcanzó, le quitó el arma, y
comprobó que ella lloraba de pura rabia. Como ella no atendía a razones hizo lo único que se le ocurrió en
ese momento: abrazarla. Durante unos minutos estuvieron así, pero entonces ocurrió algo inesperado: él
acercó el rostro al de ella y se apoderó de sus labios. Al principio se limitó a mover su boca sobre los
dulces y carnosos labios de la joven, despacio, lentamente, y, poco a poco, se abrió pasó entre ellos con la
ayuda de su lengua. Cuando ambas se rozaron, la joven se estremeció, y, sin saber cómo, lo agarró de la
camisa y le hizo acercarse a ella para sentir su calor junto a su cuerpo.
Arwen tragó con fuerza.
Por unos momentos se había sentido extrañamente impotente y a la vez viva entre los fuertes brazos
que la sujetaban, y fue entonces cuando notó el cambio de actitud de él pues ya no la sujetaba, sino que
había liberado su brazo y ahora el suyo era como una pesada cadena alrededor de su frágil cintura que la
atrapaba en un torbellino. Sus labios se movían sobre los suyos en una caricia tan íntima que ella dejó de
pensar y se entregó a las nuevas sensaciones que se estaban despertando en su interior. Sin saber qué
debía hacer entreabrió los labios permitiendo que la cálida lengua masculina penetrara en el interior de
su boca. Cuando sintió aquel contacto, se estremeció de la cabeza a los pies. Era la primera vez que
alguien la besaba así, y en ese momento todas las barreras de años que ella había construido se vinieron
abajo. En ese instante se dio cuenta que deseaba a ese hombre, y todo lo demás no importaba.
Pero a Jack regresó el sentido común, y como ella iba vestida con un camisón viejo que apenas la
cubría. Jack decidido se quitó su batín y se lo puso a ella sobre los hombros.
—Arwen, no hemos perdido el grano.
Gracias a la velocidad de Joseph, y al buen hacer de Hobson y Murray, el fuego fue controlado en
cuestión de minutos. Dio gracias a que el pirómano no había pensado prender en dos zonas diferentes del
sembrado, porque de haberlo hecho, lo habrían perdido todo.
—¿Sabes quién ha sido? —le preguntó directo.
Arwen asintió con la cabeza en un gesto apenas perceptible.
—Uno de los hombres de McDuhl.
La mujer rechinó los dientes al mencionar el nombre.
—¿Pudiste verlo? —quiso saber.
Arwen lo miró como si fuera estúpido.
—He conseguido herirlo —afirmó—. Le he dado en el hombro aunque le he apuntado a la cabeza. —Jack
seguía sosteniendo el arma vieja de ella. le había sorprendido que fuera capaz de disparar—. El maldito
whisky me ha hecho temblar el pulso —se defendió.
—Hablaré con el sheriff —anunció Jack—, y contrataré a hombres para que cuiden lo que queda de
cereal hasta que lo seguemos.
Arwen seguía farfullando en una lengua que él no entendía.
Hobson y Murray ya habían terminado de apagarlo todo. Joseph traía las mantas que había utilizado.
Sarah comenzó a discutir con Arwen que le replicó en un tono molesto, y en esa lengua del norte.
—Sarah les preparará un poco de té —les dijo a los jornaleros.
Cuando Arwen y Jack se giraron hacia la casa, Wallace estaba plantado en la puerta y temblando.
—¡Wallace! ¿Qué demonios haces levantado?
—Escuché disparos y sentí miedo —respondió el chico.
—No le grites —le aconsejó Jack—. Lo asustarás todavía más.
Jack la adelantó para alcanzar al chico que tenía el rostro cetrino.
—Vamos Wallace, tomaremos un poco de té, nos reanimará.
El chico seguía temblando, y Arwen maldijo su temperamento. Gracias al insomnio que padecía, y a su
costumbre de dormir con las ventanas abiertas, había escuchado los pasos que merodeaban por la
propiedad. Ella estaba preparada porque sabía que algo así iba a ocurrir tarde o temprano. El maldito
McDuhl no pensaba conformarse con la pérdida del cereal de Stennes, y por eso había enviado a uno de
sus hombres a quemarlo. Ella pensaba echar al fuego su negro corazón.
Cuando entró en la casa, Sarah ya había preparado dos teteras, una para los hombres, y otra para ellos.
Wallace estaba sentado y miraba al forastero que impartía órdenes a los hombres.
Arwen seguía llevando el batín de él que arrastraba por el suelo más de un palmo, pero tomó asiento
porque lo necesitaba. Había corrido tras el bandido con todas sus fuerzas, sobre todo cuando vio que el
fuego prendía en el cereal, pero estaba demasiado lejos. Si hubiera estado más cerca, por San Andrés que
le habría pegado un tiro directamente al corazón.
—Mañana iré a hablar con Donald McDuhl —dijo la muchacha que rechazaba la taza de té que le servía
Sarah.
—Seré yo quien hable con él —la contradijo Jack.
Viendo que comenzaba una discusión, Sarah decidió llevarles a los jornaleros el té con un poco de
whisky. Habían actuado tan rápido, que el fuego apenas había alcanzado una pequeña parte del sembrado.
—Voy a llevarles a los hombres un poco de té, se lo merecen.
Ni Arwen ni Jack la habían escuchado.
—Es mi propiedad a la que han prendido fuego —le recordó la mujer.
Jack terminó resoplando con suavidad.
—No voy a discutir eso, pero está claro que ese individuo necesita una lección que solamente un
hombre puede darle
Ella lo miró con interés, y lo evaluó. El forastero era alto, fuerte, pero dudaba que pudiera ganarle a
McDuhl en una pelea cuerpo a cuerpo. Jack se sintió inspeccionado por ella, y un escalofrío lo recorrió de
pies a cabeza. ¿Cómo lograba alterarlo? Nunca en presencia de una mujer se había sentido tan inquieto,
pero esa escocesa de ojos llameantes lograba lo imposible.
—Tienes mi palabra que ese sujeto jamás volverá a atentar contra tu propiedad.
Arwen entrecerró los ojos.
—¿Y cómo lo lograrás? —quiso saber.
Jack sonrió de forma arrogante.
—Metiéndolo maniatado en un barco con destino a Nueva Gales del Sur. Allí sabemos tratar a hombres
de su calaña.
Ella lo miró espantada, pero no supo discernir si él bromeaba o no.
—¿Tan horrible sería para un hombre como McDuhl ese lugar del que proviene usted? —le preguntó.
Jack sonrió de medio lado.
—Todo aquello que puede matarte, se encuentra en Nueva Gales del Sur. —Arwen parpadeó sin creerse
sus palabras—. Podrías elegir entre un cocodrilo gigante, una araña atrax, una víbora taipán, un tiburón
blanco, una serpiente tigre…
Ella lo miraba entre el horror y la burla.
—Si alguna vez me pierdo, seguro que no me encuentran en ese lugar que lo tiene todo para matarme
—bromeó.
Jack la miró tan intensamente que logró ruborizarla. A él sí le gustaría verla en Nueva Gales del Sur
porque podría enseñarle infinidad de lugares hermosos. Sin saber cómo, se le aceleró el corazón, y
entonces su mirada se dulcificó.
—Te gustaría mucho mi hogar —le dijo de pronto.
Ella alzó la barbilla en un gesto interesado.
—¿Se parece a Escocia? —le preguntó directa.
Jack hizo un chasquido con la lengua.
—Nada se parece a Nueva Gales del Sur, sobre todo porque hace un calor de mil demonios.
Arwen se quedó pensativa. Ahora entendía por qué motivo el forastero era tan friolero.
—A mí me gusta el calor —mencionó Wallace que hasta ese momento se había mantenido callado.
Los dos giraron la cabeza hacia él porque se habían olvidado que estaba con ellos.
—Vamos a la cama, Wallace —le dijo ella levantándose y tomándolo de la mano.
El chico seguía mirando al forastero con verdadero interés.
—Quiero seguir escuchando cosas tan interesantes sobre ese lugar lejano —le dijo tímido.
Jack dejó su taza sobre la mesa, y se levantó para seguirlos. Entre una cosas y otras eran ya las tres de
la madrugada. Pronto llegaría la mañana, y había mucho trabajo por hacer: como visitar a un indeseable y
al sheriff, aunque dudaba mucho de que sirviera para algo porque el hombre de la ley no había podido dar
con los hombres que saboteaban sus barcos, su propiedad, y sus pertenencias.

Como Jack había temido, la visita al sheriff no logró lo que esperaba. El hombre se mostraba tan
desconfiado como el resto de escoceses, y, aunque tomó buena nota, supo que no movería un sólo dedo
para aplicar la justicia que él demandaba.
Pero si Jack poseía algo más que su valor y tozudez, era una inmensa fortuna con la que podría
equilibrar la balanza. Se fue a la oficina de postas, y envió un mensaje urgente precisamente al hombre
que jamás le había fallado: Claud Dalton.
El cazador de cocodrilos vivía actualmente en Port Jackson con sus dos hermanos. En el pasado, Claud
había tenido problemas con la justicia por unos terrenos que le habían confiscado para construir un penal.
Jack lo había conocido cuando ambos viajaban en una diligencia con destino a La Tierra de Van Diemen
que se había separado de Inglaterra en el año 1825. Por aquel entonces Claud buscaba un profesor para
los familiares de los encarcelados, porque eran muchos los que llegaban sin saber leer ni escribir.
Inglaterra enviaba a un gran número de convictos cada año porque las prisiones británicas estaban
saturadas, y era necesario aliviar la presión. Una vez en Nueva Gales del Sur, los presos eran
transportados a las diversas colonias penales.
Aquel día en la diligencia fueron asaltados por tres convictos fugados de la isla de Norfolk. Entre los
dos lograron ahuyentar a los forajidos, y desde aquel momento una amistad fuerte y duradera comenzó a
gestarse entre ambos. Jack había vivido unos años en Hobartown, y cada vez que le resultaba posible,
visitaba a Claud en Port Jackson. Tan buena era la amistad y tanta la confianza entre los dos, que Jack
pudo salvarle la vida hasta en tres ocasiones, provocando entre ambos una cuenta pendiente que el otro
estaba siempre dispuesto a pagar.
Jack pensó que había llegado el momento de cobrarse el favor.
Que Claud Dalton y sus hermanos llegaran hasta Escocia iba a suponer varias semanas de viaje en
barco, pero él estaba decidido a terminar con las bandas escocesas que lo saboteaban, y con el tal McDuhl
que tanto perjuicio le procuraba a Arwen. De repente, se le ocurrió enviar otro mensaje, pero en esta
ocasión a Robert Emmet: el mejor cirujano que él había conocido. Robert había sido el doctor que le salvó
la vida a Claud cuando fue atacado por uno de esos cocodrilos que tanto le gustaba cazar, y como confiaba
mucho en él, se dijo que sería bueno verlo también en Escocia.
Con mejor ánimo se dirigió hacia Stennes, porque pensaba cambiar muchas cosas, y no le importaba las
libras que tuviera que emplear para lograrlo.
CAPÍTULO 9

La vida de Arwen había cambiado desde el beso. El primero que recibía de un hombre, y el único que le
había provocado un terremoto emocional. Trató de engañarse pensando que el incendio, el enfado, y la
impotencia, habían convergido en su interior provocándole un desequilibrio impresionable, pero no era
cierto. Desde que había puesto su mirada en el atractivo forastero, no pegaba ojo por las noches, y esa
falta de sueño no era provocada por su insomnio.
Le había gustado que la besara, esperaba cada mirada suya como si fuera un majar de los dioses… pero
era un forastero que había llegado desde los confines del mundo.
Arwen soltó una maldición. De todos los hombres posibles, tenía que interesarse por el menos indicado.
«Podría servirme para espantar a McDuhl», se dijo nada convencida. Arwen estaba cansada del acoso
al que la sometía McDuhl, incluso en una ocasión trató de forzarla, pero ella se resistió con todas sus
fuerzas. Ese ataque había sucedido el año anterior, y mucho se temía que el escocés volvería a intentarlo
de nuevo, sobre todo porque ella había desechado su propuesta de matrimonio como si fuera
intranscendente, y era consciente de que lo había herido en su orgullo, y un hombre como McDuhl llevaba
muy mal que lo humillaran.
«Si no fuera tan atractivo no me pasaría el día pensando en él», se amonestó. Pero debía ser sincera y
admitir que no solo era atractivo: era considerado, paciente, conversador, tierno… «¡Maldita sea que
estoy desvariando!».
Sin sospecharlo, el forastero se había ganado un hueco en su corazón porque desde su llegada a
Stennes, su hermano menor, nunca se había mostrado tan feliz e interesado. El señor FitzRoy mostraba
con él una paciencia infinita. Atendía y respondía todas y cada una de sus preguntas por ridículas que
parecieran. Además, había insistido desde el mismo día que llegó a la casa para que Wallace desayunara y
almorzara con ellos.
Arwen sonrió porque el color había vuelto a las mejillas de Wallace, y ella cuestionó, por primera vez, el
diagnóstico y recomendaciones del doctor escocés que lo atendía.
Si hubiera sido una muchacha obediente, si no hubiera discutido con su padre todo lo relacionado con
la siembra y siega, quizás las cosas no les habría ido tan mal. La muchacha miró las aves que ya estaban
desplumadas sobre la mesa. Ella se había propuesto ayudar a Sarah con la cena porque Jack no le
permitía asistir a los segadores en el campo. Fue pensar en el forastero, y sentir unas deliciosas cosquillas
en el vientre. Se enroscaban, crecían, y le teñían las mejillas de un rubor del que no era consciente.
—Te ha cundido bastante con las aves —le dijo la cocinera que acababa de dejar una cubeta de
verduras sobre la mesa.
—Si quieres, puedo pelar los puerros —se ofreció ella.
Sarah hizo un gesto con los hombros de indiferencia.
—Tanto interés a mi ofrecimiento me aturde —respondió Arwen sarcástica.
Sarah comenzó a tararear una canción gaélica bastante absurda.
—No soy necesaria en los campos, ni en la cocina… —se quejó ella.
—Serías necesaria entreteniendo al forastero que anda de aquí para allá con más brío que un semental
desbocado.
Ese comentario de la cocinera atrapó la atención de ella.
—¿A qué te refieres con entretener al forastero? —preguntó ofendida.
—Está claro el interés que le despiertas.
Arwen apretó la boca en un gesto tenso.
—Es mi cebada lo que despierta su interés —la corrigió.
La muchacha optó por comenzar a pelar los puerros mientras Sarah se dispuso a pelar las zanahorias.
—Cada vez que te mira, Stennes se convulsiona —contestó Sarah.
La otra dejó de pelar el puerro que sostenía en la mano.
—¿De verdad piensas que le despierto interés a ese hombre tan distinguido y educado? —quiso saber
pensativa.
—No hay más ojos que los suyos siguiéndote a todas partes.
A Arwen le divertía las conclusiones de la cocinera.
—Ello es debido a que no desea que me acerque al cereal.
La muchacha tenía muy fresco cada discusión que se había creado entre ambos.
—Al menos el forastero no es un viejo decrépito… —Arwen la cortó.
—Tampoco es escocés —le recordó.
—Lo dices como si ser escocés fuera un delito.
Arwen ya se había cansado de la conversación que mantenían.
—Estoy teniendo la impresión de que te gusta el forastero —le dijo de pronto.
Sarah ahora sonrió de una forma premeditada.
—¡Ya lo creo que sí! Pero no es a mí a quien debería gustar —contestó con sorna.
Arwen optó por guardar silencio.
—Cuando termine con las verduras he pensado visitar a los Penn —dijo Sarah, esa familia era muy
pobre—. Anoche quedaron restos de la cena, y he pensado en los pequeños.
Arwen asintió.
—¿Y dónde se encuentra el señor FitzRoy? —preguntó porque no lo había visto desde el desayuno.
—Creo que se fue a Invernes a recoger una mercancía que venía en un barco.
Arwen parpadeó atónita. En Stennes no cabía una compra más.
—Te acompañaría yo misma hasta la granja de los Penn, pero seré de más ayuda quedándome aquí.
Sarah la miró entendiendo. Desde que uno de los hombres de McDuhl había tratado de incendiar el
cereal, Arwen no se fiaba, y por eso pretendía estar en la propiedad atenta a todo.
—Creo que el señor FitzRoy va a traer a más hombres para que vigilen la cosecha —apuntó la cocinera.
—No sé dónde vamos a meterlos —respondió pensativa.
—Según le escuché decir, piensa hacer dos turnos: uno de día y otro de noche —contestó terminando de
pelar el último tubérculo—. Imagino que no hará falta que duerman en Stennes.
—Ya terminó yo las verduras —se ofreció Arwen.
Sarah comenzó a introducir en una cesta de mimbre los restos de la cena. La muchacha la miraba con
atención.
—Quién nos iba a decir que tendríamos alimentos de más —susurró mirando el trozo de pastel de pollo
que acababa de introducir Sarah en el cesto.
La cocinera alzó la mirada muy seria.
—Tus abuelos eran personas pudientes —comenzó a decirle con voz aguda—. Dejaron a tu madre con
una buena herencia, pero tu padre no supo administrarla.
—Soportamos cosechas muy difíciles —lo defendió molesta.
—Todavía me pregunto qué vio Debby en él —Arwen entendió que Sarah no esperaba una respuesta por
su parte, pero se la dio.
—Mi madre estaba enamorada —le aclaró firme.
Sarah soltó un suspiro largo.
—Cuando el dinero sale por la puerta, el amor salta por la ventana —le dijo la cocinera sosteniéndole la
mirada.
Arwen tragó con fuerza porque su madre se había enamorado del hombre menos indicado. Miller
Mackenzie había sido un hombre muy atractivo, pero pusilánime. Un hombre que nunca había ganado una
discusión ni a su propia hija.
—¿Con tus palabras me aconsejas que me case sin amor? —quiso molestarla.
Sarah ni lo dudó.
—Tu madre aportó esta casa y estas tierras al matrimonio, ¿qué aportó tu padre?
—No has respondido a mi pregunta —insistió la muchacha.
—Donald McDuhl posee mucho dinero —la tentó.
—McDuhl es un hombre despreciable al que detesto con toda mi alma.
Sarah lo sabía, también el interés que tenía el escocés para conseguir las mejores tierras del norte de
Escocia.
—Si yo fuera tú, muchacha —comenzó Sarah—, seduciría a ese forastero tan guapo y tan rico.
Fue escucharlo y abrir la boca estupefacta, pero la sorpresa solo le duró unos segundos.
—El señor FitzRoy no me interesa lo más mínimo —mintió con descaro.
Sarah hizo un gesto de indiferencia con los hombros.
—¿Ni su dinero? —le dijo provocándola—. ¿Ni su caballerosidad?
—Es un forastero que podría ser mi padre.
Sarah soltó una carcajada sonora. Arwen era una muchacha fuerte, decidida y descarada, pero en
ocasiones demasiado inocente.
—El señor FitzRoy no tiene edad para ser tu padre —respondió jocosa.
Arwen apretó los labios porque entendía que se burlaba de ella.
—Y desde luego no te mira como tal…
—Deja de decir eso —le pidió de pronto—, porque me incomodas.
La cocinera ya se colocaba el sombrero y lo sujetó con una horquilla.
—Es que veo tu futuro tan negro, que me gustaría ayudarte a cambiarlo.
—Es posible que le venda las próximas cosechas —aventuró contenta.
—¿Y piensas que Donald McDuhl se conformará? —le preguntó inquisidora—. Ya ha intentado
perjudicarte la venta del cereal, ¿piensas que no lo intentará de nuevo, y quizás con más suerte?
—Pienso estar muy atenta.
Sarah volvió a suspirar.
—Si tuvieras un esposo, McDuhl tendría que dejarte en paz de una vez por todas.
Arwen apretó los labios porque Sarah había puesto palabras a sus pensamientos. Sabía que McDuhl no
se iba a conformar, y que trataría de perjudicarla de una forma u otra. Recordó vívidamente cuando trató
de forzarla en el establo, pero ella se había resistido, y gracias a la llegada de su hermano Wallace, el
hombre había desistido no sin antes volver a amenazarla. Poco le importaba que Miller estuviera en la
casa, ese hombre no respetaba a nadie. Sin embargo, las palabras de Sarah la habían molestado porque
tenía razón.
—Los escoceses se casan con escoceses —le recordó sería.
La cocinera se colocó la cesta en el brazo, y comenzó a salir por la puerta de la cocina.
—Y las libras también…

CAPÍTULO 10

La conversación que había mantenido con Sarah le había dejado un mal sabor de boca. Arwen se pasó
la siguiente hora pensando en las palabras de ella. En la opinión tan nefasta que tenía sobre su padre,
aunque era cierto que había tomado malas decisiones hasta llevarlos a la ruina. Todo lo que sus abuelos
habían construido para su hija, su yerno lo había dilapidado. Pero su padre no era un mal hombre, sino
débil de carácter. Nunca se había opuesto a los deseos de Donald McDuhl que le había comprado la
cebada tirada de precio. La primera vez que su padre no quiso venderle el cereal, el escocés se encargó
de que nadie se lo comprara, y la cebada terminó pudriéndose sobre su tallo cuando vinieron las lluvias.
En la siguiente cosecha, Miller no le discutió el precio, y McDuhl había obtenido el cereal a un precio
irrisorio. Incluso a ella había pretendido vendérsela muy por debajo del precio porque necesitaba las
libras.
¡Maldito dinero! ¡Maldito McDuhl!
Sarah tenía razón. Ella tenía que buscar otro medio para salir adelante y no depender de un ser
despreciable que disfrutaba viéndola arruinada, y un segundo después se entristeció. Una muchacha sola,
con un familiar enfermo a su cargo, era demasiada responsabilidad, aunque no lo había hecho del todo
mal porque su hermano podía tomarse los medicamentos caros que necesitaba. Pero ya no quedaba nada
por vender en Stennes, ella podía sembrar para la próxima cosecha gracias al forastero, e incluso podía
vendérsela por un precio mucho más alto.
—Pero si estás aquí escondida, gatita.
Esa voz era inconfundible.
Arwen se giró sobre sí misma, y vio plantado frente a ella al hombre despreciable.
—¿Qué haces en Stennes? —le preguntó airada.
Como los jornaleros Hobson y Murray estaban en la parte más baja del terreno que colindaba con el
río, no lo habían visto llegar a la casa.
—¡Largo! —lo echó sin contemplaciones.
Los dos estaban separados por el ancho de la mesa de trabajo de la cocina.
—No podía creer que le habías vendido tu cebada a un sassenach.
—Nada te importa lo que hago con mi cereal —le respondió con acritud.
Donald McDuhl miró a la muchacha con verdadera lascivia. Como había estado trabajando en la cocina,
llevaba parte del vestido desabrochado, así que podía verle el nacimiento de sus cremosos pechos.
—El año que viene me lo venderás por la mitad —la amenazó.
Arwen respiró profundo varias veces.
—Antes dejaría que se pudriera que vendértela a ti —le espetó mirándolo fijamente.
Donald McDuhl la miró con rabia, pero ella no le tenía miedo, y por eso no se mostró precavida ni en
los gestos ni en las palabras.
—Mejor —respondió ufano—. Así me quedaré con tus tierras a precio de saldo.
Arwen no podía creerse su prepotencia.
—Puedes seguir soñando —contestó seria—. Pero antes se las vendería al mismo diablo que a ti.
McDuhl sonrió bravucón.
—Para ti soy el diablo —afirmó henchido de orgullo.
—Dices bien, porque solo un diablo enviaría a un sicario para que incendiara mi cosecha.
El brillo en los ojos del escocés le confirmó su peor sospecha.
—Esta cosecha me pertenecía, como las anteriores.
Arwen estaba alcanzando un punto peligroso de ira. Una cosa era sospechar que un hombre de McDuhl
había incendiado su cosecha, y otra muy distinta que al maldito lo confirmara.
—¡Juro que me pagarás todo este daño cometido contra mi familia y mis tierras! —bramó enfadada.
—No cuentes con el sheriff para que te ayude —se vanaglorió el escocés.
Ella ya lo sabía, y todos los propietarios de las Tierras Altas, por ese motivo ninguno podía plantarle
cara y le permitían los abusos continuados.
—¡Largo! —volvió a echarlo de Stennes, pero el hombre hizo oídos sordos.
—¿Quién me lo va a impedir? —le preguntó—. ¿Ese enfermo e inútil hermano que tienes?
Cuando Arwen vio que trataba de sujetarla por la muñeca, dio un paso hacia atrás, pero quedó trabada
entre la bancada y la mesa.
—No te acerques o gritaré —lo amenazó.
Pero a McDuhl le traía sin cuidado su amenaza.
—Nadie puede escucharte, ni ese forastero que te ha comprado el cereal.
—Wallace me escuchará —afirmó ella.
El escocés hizo un gesto con la cabeza mientras avanzaba hacia ella. Arwen pensó seriamente en
correr, pero McDuhl se interponía, y si daba el primer paso, se pondría a su alcance.
—Desde el camino he visto a tu hermano caminar hacia el prado norte, seguro que pretendía mantener
una charla con los jornaleros.
Sí, Wallace solía visitarlos antes del almuerzo. Como hacía sol se animaba a salir de la casa. Ella había
protestado el primer día, pero Hobson y Murray le habían asegurado que no molestaba, que los entretenía
su charla curiosa.
—El único que podría venir en tu ayuda sería ese sassenach que te ha comprado la cosecha, pero tengo
entendido que se encuentra en Invernes.
Arwen ya no quiso esperar más. Se lanzó a la carrera para tratar de salir de la cocina hacia el exterior.
Pero McDuhl la sujetó por los cabellos, y la detuvo en seco.
—Te di la oportunidad de convertirte en una mujer respetable —le recordó—. Cuando le ofrecí a tu
padre casarme contigo.
El tirón de cabello la lastimaba, pero no iba a mostrárselo.
—Como tu mujer jamás lo sería —respondió vengativa.
El escocés mostró en la mirada lo mucho que despreciaba su valor, y lo mucho que deseaba su juvenil
cuerpo. McDuhl hizo un barrido con el brazo sobre los utensilios que había sobre la mesa, y con un
movimiento brusco la colocó encima.
—Cuando termine contigo valdrás menos que esas mondaduras de tubérculos en la cubeta —la
amenazo.
Arwen trataba de soltarse, pero el escocés era demasiado fuerte y la tenía bien sujeta. Cuando sintió la
recia mano que subía entre sus muslos sin delicadeza alguna, gritó, pero entonces él le tapó la boca y
aplastó el juvenil cuerpo con el suyo propio impidiéndole respirar. McDuhl introdujo los dedos por la ropa
interior de ella y la acarició con impudicia. La muchacha se debatía, pero él pesaba demasiado y la
aplastaba. Logró soltarse de una mano y le arañó el rostro, pero el escocés ni se inmutó. Entonces
rebuscó a ciegas sobre la mesa por si podía alcanzar algo para poder golpearlo, pero él lo había tirado
todo al suelo. Con brusquedad y rapidez, McDuhl la posicionó con las caderas justo en el borde para poder
penetrarla con facilidad. Ya se había apartado el kilt y dirigido el miembro hacia el interior de ella que
trató de cerrar las piernas mientras se debatía como una loca bajo el pesado cuerpo. El escocés ya había
llevado la punta de su grueso pene hacia la abertura, y, Arwen, viéndose perdida, cerró los ojos porque ya
no pudo contener las lágrimas. De repente, sintió vacío sobre ella y un fuerte golpe seguido de gritos
masculinos. Abrió los ojos y vio al forastero inclinado sobre el cuerpo del escocés mientras le propinaba
un puñetazo tras otro. Como lo había pillado desprevenido, McDuhl no tuvo tiempo de prepararse, así que
fue derribado al suelo, y estaba recibiendo la paliza que se merecía. Arwen tiró de su vestido hacia abajo,
y se bajó de la mesa. Deseaba que lo matara, pero entonces el forastero sería encarcelado, ajusticiado, y
su medio de sustento se esfumaría.
No podía permitirlo.
—¡Yo me encargaré de él! —gritó furiosa.
Arwen sujetó un cuchillo de caza, y se lanzó hacia el rostro seriamente magullado, le hizo una marca
con un corte limpio en la mejilla, y le susurró unas palabras en gaélico en el oído que Jack no entendió. El
forastero tenía los nudillos ensangrentados, pero había estado dispuesto a cobrarse la vida del infame.
Jack tenía clavada en la retina la imagen del escocés sobre el cuerpo de ella que se debatía, también,
cómo la tocaba sin miramientos, y todo convergió dentro de él para impulsarlo a querer matarlo con sus
propias manos. Si Jack hubiese tardado un poco más en llegar a Stennes, el escocés la habría violado.
Hobson y Murray acababan de llegar a la casa alertados por Wallace que había escuchado gritar a su
hermana. El chico era joven, enfermo, pero no estúpido, así que en vez de tratar de auxiliar a su hermana,
porque era consciente de que no podría impedirle al escocés el ataque, había optado por correr como
nunca en su vida para pedir ayuda a los jornaleros. El tiempo que tardó en recorrer los campos hasta
llegar a ellos, fue el mismo que necesitó Jack para llegar a la casa. El forastero había escuchado desde
fuera gritos, golpes, y desmontó del caballo con rapidez.
—¡Maniatadlo! —le ordenó a los hombres.
Él, se limitó a sujetar a Arwen por la cintura, y le quitó el cuchillo afilado con el que lo había marcado.
El escocés seguía tirado en el suelo, ensangrentado, pero consciente.
—Hay que llamar al sheriff —le dijo Jack para calmarla.
Y Arwen regresó de la locura que la había poseído.
—Ese desgraciado no volverá a atacarme —respondió casi ahogada por la cólera—. Ahora ya no.
Como el escocés tenía la mejilla ensangrentada, Jack no pudo saber que Arwen le había tatuado el
símbolo de los Mackenzie: una marca que llevaría el resto de su vida. Todo aquel que la viera, sabría lo el
escocés había intentado, pero sin conseguirlo.
Jack la veía agitada, furiosa, pero en modo alguno asustada. Otra muchacha de su edad estaría en
estado de shock, pero Arwen, no, y diseccionaba al escocés de una forma que provocaba escalofríos.
—Esto no puede quedar así —insistió Jack que había dejado de mirarla pero no de sostenerla—.
Llevadlo a la bodega —le ordenó a los jornaleros—, y avisad uno de vosotros al sheriff.
Los dos hombres se llevaron consigo al joven Wallace porque estaba muy pálido. Ambos sabían lo que
tenían que hacer, y no necesitaron más instrucciones. Hobson optó por ir hasta Invernes, y Murray se
quedó para vigilar al canalla. Ni Arwen ni Jack fueron conscientes de que se habían quedado solos.
—No voy a ceder en esto, Arwen —afirmó Jack que seguía sujetándola con ternura por los brazos.
—Esto es Escocia —respondió ella—. Aquí se hace todo diferente.
Jack soltó un suspiro largo porque a tozuda no le ganaba nadie.
—El delito es delito en cualquier lugar, y ese hombre se ha buscado que lo metan en la cárcel por
agresor e incitador.
Los dos tenían muy claro que casi logra quemar el cereal.
—Lleva toda la vida haciendo el mal —le confió ella.
Al escucharla, Jack se preocupó porque la muchacha se había puesto de repente blanca como la cera.
—¡No pude detenerlo! —exclamó ahogada—. Donald McDuhl lleva años tratando de destruirnos. Es él
quién nos ha llevado a la ruina y que…
Jack la cortó.
—Ya no podrá hacerte daño nunca más.
Arwen se tambaleó, y Jack la sujetó presto. Ella cerró los ojos, como si ya no pudiera soportar el peso
sobre sus hombros. El forastero optó por cogerla en brazos y llevarla hasta su alcoba. Una vez dentro del
dormitorio, la dejó de forma suave sobre la cama, pero ella había agarrado la tela de su camisa, y la
encerró en un puño.
—Siempre he mostrado que no tenía miedo, pero no es cierto porque sí lo tengo —confesó de pronto.
Jack sólo conocía un medio para apaciguarla, y era no permitirle que pensara en lo sucedido.
—Hoy me he dado cuenta de todo lo que has debido de sufrir durante años —le dijo sincero—, pero todo
eso se terminó.
Ella no quería separarse de él. Era como si necesitara su contacto para sentirse segura.
—Esta es la segunda vez que lo intenta —susurró en un tono angustioso—, y temí que lo lograra.
—Te juro que será la última —afirmó él.
Ella lo necesitaba, y él se rindió a lo inevitable: besarla para que olvidara el amargo trago.
La besó con ternura, buscando y encontrando. La respuesta de ella lo sorprendió porque pegó su
cuerpo al de él, e inclinó hacia atrás la cabeza permitiendo que el beso fuese más íntimo, más profundo.
Jack la instó con la lengua para que entreabriera los labios, y deslizó esa parte de él dentro de ella,
entonces al miedo se transformó en fuego. Y la besó más profundamente abriendo sus labios con su
avasalladora lengua y reclamando una respuesta que ella no le negó. Las manos masculinas ascendieron
por el torso femenino y acarició los pechos de ella sobre la línea del escote hasta llegar al cuello para
luego recorrer el camino en el sentido contrario. Ella abrió su mano, y, asiéndole del pelo, lo acercó más a
sus labios con un gemido de triunfo. Una sensación cálida se instaló en su vientre, y una extraña humedad
amenazó con salir de su interior.
Apretó las piernas y volvió a gemir.
«¡Dios mío, qué me sucede!», se dijo sin querer que el beso terminara.
Pero Jack lo hizo.
—No podemos seguir, Arwen —le susurró al oído.
Pero ella estaba sorda y ciega a todo salvo a lo que él le hacía sentir y sobre todo olvidar. Sobre su
cuerpo no estaban las sucias manos de McDuhl, sino otras mucho más suaves y respetuosas.
—No estás bien, estás en shock, y yo no debo aprovecharme.
Y entonces hizo algo fuera de lo común. Se recostó tras ella y pegó la espalda femenina a su torso. La
escuchó suspirar de forma entrecortada durante un tiempo. Tiempo después supo que se había dormido.
Jack tardó mucho tiempo en marcharse de la habitación de ella porque tenía que tomar muchas
decisiones.
CAPÍTULO 11

Arwen no bajó para el almuerzo, tampoco para la cena, pero lo hizo a primera hora del día siguiente.
Jack la encontró discutiendo con su hermano sobre él, y ese detalle despertó su interés. El muchacho le
recriminaba que no le hiciera caso, pero ella lo ignoraba.
Jack fue consciente de que el color había regresado al rostro femenino, también su determinación.
—Deja el asunto en manos del señor FitzRoy —insistió el hermano pequeño.
—El señor FitzRoy es un forastero, y las leyes de Escocia son muy claras para ellos.
Jack la miró interesado por sus últimas palabras, pero Arwen no le explicó nada más a Wallace.
Cuando se giró, lo vio plantado mirándola. Jack pudo apreciar que se le ruborizó el rostro.
—Ayer no terminamos de hablar —le recordó Jack.
Arwen bajó la mirada.
—Yo me ocuparé personalmente de McDuhl.
Jack puso las manos en jarras y la miró estupefacto.
—¿Acaso le hablo a un muro? —le preguntó enojado.
Arwen apretó los labios porque no quería seguir discutiendo con el forastero delante de su hermano.
—No tardo nada —insistió—. Prepare un té.
Jack se quedó mirando la partida de ella. ¿Le había ordenado que preparara el té? No podía creérselo, y
contra todo pronóstico, se encontró haciendo precisamente eso cuando los perdió de vista.


Arwen tardó poco en bajar y dirigirse a la cocina. Cuando lo hizo, Jack la estaba esperando sentado, y
con una taza de té caliente sobre la mesa. Para ella había preparado también una taza. La muchacha tomó
una silla y la colocó frente a él.
—Es la primera vez que hago de criado —le dijo molesto—, si bien será la última.
Arwen se lamió ligeramente el labio inferior. Había olvidado por completo el encuentro con McDuhl,
pero, no, el mantenido poco después con el forastero. Tenía muy presente sus manos sobre su cuerpo. Su
boca sobre la propia…
—Como no estoy acostumbrada a tratar con hombres adinerados —se excusó—, no he sido consciente
de que le he pedido que preparara el té.
Jack se dijo que esa observación le decía mucho sobre ella.
—El dinero no hace al caballero —respondió él—, pero a la vista está de que no soy un inútil.
La muchacha entrecerró los ojos para observarlo mejor. Las ropas que vestía eran tan elegantes y
caras, que Wallace y ella podrían vivir varios meses con lo que debían de costar las capas que no se ponía.
Un solo par de sus botas valían una pequeña fortuna. Ella lo sabía muy bien porque solo los hombres muy
ricos podían tener más de un par de botas, y el señor FitzRoy tenía media docena.
—Créame si le digo que el dinero lo hace todo —lo contradijo.
Jack siguió tomándose su té que le había salido bastante bueno y equilibrado. Consideró una lástima
que la cocinera se encontrara fuera porque así no podría presumir delante de ella.
—¿Por qué le has mencionado antes a tu hermano que las leyes de Escocia son muy claras para los
forasteros? —le preguntó mirándola fijamente.
Arwen de nuevo se puso nerviosa. No terminaba de habituarse a la mirada de él.
—Porque lo son —contestó ella.
Jack inhaló aire y luego lo soltó.
—Conozco la historia de Escocia —le dijo Jack—, como que los diferentes clanes escoceses se
reconocen por el estampado de la tela de sus kilts. —Ella lo miró atenta—. Que un porcentaje muy
importante de los escoceses tienen el cabello rojo. También, que algunos escoceses seguían viviendo en
cuevas hace apenas cien años —cuando escuchó ese detalle, Arwen sonrió—. Y que hay tanta gente con
herencia escocesa viviendo en los Nueva Gales del Sur como en Escocia —concluyó.
Esa última afirmación no la conocía.
—Yo también conozco algo sobre usted, señor FitzRoy —le dijo ella.
Jack la miró atento.
—Estoy deseando que me ilustres —contestó serio.
Ella hizo un gesto afirmativo con la cabeza.
—Cuando fui a visitarlo por primera vez a Kinnaird, me pregunté cómo un hombre como usted podía
comprarse la mansión más cara de toda Escocia, y como sentía gran curiosidad, le pregunté al párroco de
Moray.
Jack la escuchaba atento.
—¿Sentías curiosidad por mí? —indagó él.
—Su padre es el gobernador de Nueva Gales del Sur. Un hombre muy importante para el reino de
Inglaterra.
—Estoy asombrado —le dijo, y era cierto.
—El párroco me contó el atentado que sufrió en Bath hace algunos años, y que la prensa divulgó como
un ataque anarquista contrario a las ideas de su padre el Gobernador de Nueva Gales del Sur, pero no era
cierto.
—Sí, lo era —afirmó rotundo—. El atentado que sufrí nada tuvo que ver con mis exiguas relaciones con
la política.
Ella hizo como si no lo hubiera escuchado.
—Por eso no puedo permitir que entregue a las autoridades a Donald McDuhl, porque la integridad de
su familia quedaría comprometida.
Jack la alzó las cejas atónito.
—Así que tratas de protegerme —se burló al mismo tiempo que se bebía el último trago de té.
—¡Por supuesto! —afirmó orgullosa—. Así podrá comprarme el cereal de la próxima cosecha a un precio
mucho más elevado.
Jack se dijo que tenía que haberlo imaginado.
—Voy a ocuparme de McDuhl —afirmó sosteniéndole la mirada.
Arwen se encrespó porque la idea de ella era mucho mejor.
—Ese hombre ya no creará ningún problema más.
—Y no lo hará porque pienso asegurarme de que termine en el penal de Port Jackson —aseguró sin un
parpadeo.
—Las leyes de Escocia protegen a los escoceses —le dijo ella—, sobre todo de falsas acusaciones
ofrecidas por forasteros metidos en políticas inglesas.
Jack terminó entendiendo.
—Yo no soy cualquier forastero —afirmó recordándole sus palabras anteriores—. Y no estoy metido en
política como mi padre.
Quizás no lo era, pero había un detalle muy importante, no era escocés.
—Donald McDuhl podrá presentar decenas de testigos que lo situarán en cien lugares diferentes de
Stennes —contestó la mujer—. Y eso sin contar que el sheriff es su hermano, y un ser aborrecible como él.
Jack parpadeó asombrado.
—¿Hermanos? —preguntó—. No comparten el mismo apellido.
—McDuhl era el apellido de soltera de la madre —contestó rápida.
—No importa quién sea su hermano, ni cuantas leyes haya en Escocia para proteger a un hombre de su
calaña —respondió sin dudar—. Donald McDuhl recibirá su merecido, y no pienso hablar más sobre este
tema contigo —sentenció.
Jack había dado la conversación por terminada, pero Arwen tenía todavía mucho que decir.
—Si no deja el asunto como está —comenzó ella—, los problemas no harán más que comenzar.
El hombre la observó atento.
—¿Fue por eso que no lo denunciaste a las autoridades cuando ordenó incendiar tus campos? —le
preguntó directo.
La mirada de Arwen brilló.
—Sí —contestó franca—. Soy mujer, huérfana, tengo todas las de perder si me enfrento a un hombre
como McDuhl.
Esa franca admisión le supuso a él una hecatombe porque deseaba que no se sintiera sola y
desamparada nunca más.
—No estás sola —la corrigió—. Estoy yo, y los hombres que siegan tus campos, todos somos testigos
presenciales de los hechos.
—Ustedes los forasteros no tienen valor como testigos —le dijo sincera.
Jack se tomó unos segundos antes de responder.
—Porque no somos escoceses —concluyó.
—Así es.
Jack se quedó pensativo. Arwen lo miraba muy atenta.
—Pienso demostrarte que estás equivocada —afirmó de pronto.
Arwen comenzó a maldecir en gaélico, y él se ofendió porque no la entendía, y si acaso lo insultaba,
deseaba saberlo.
—El sheriff no hará nada que perjudique a su hermano —le recordó ella—. No lo ha hecho nunca.
—Entonces iré a sus superiores porque no pienso quedarme de brazos cruzados.
La muchacha apretó los labios visiblemente enfadada.
—¿Por qué, maldita sea, no puede hacerme caso? —le preguntó con voz aguda.
—Porque eres mujer, huérfana, y tienes todas las de perder si te enfrentas a un hombre como ese
cretino —acababa de lanzarle sus palabras anteriores al rostro.
—Debería escuchar mi consejo —insistió ella.
Jack se levantó de la silla, y comenzó a caminar hacia la puerta.
—Y lo he escuchado, pero no tengo ni la más mínima intención de dejarte actuar a tu antojo.
—Pero yo sé lo que hay que hacer —casi grito.
Jack soltó un suspiro cansado. Discutir con la escocesa equivalía a hacerlo con un muro de piedra.
—Aunque te cueste creerlo, señorita Mackenzie, yo, también…
CAPÍTULO 12

Como Arwen había vaticinado, el sheriff de Invernes no atendió ni una sola de las demandas de Jack
FitzRoy, por el contrario, aceptó que Donald McDuhl lo denunciara por agresión e intento de asesinato.
Para un hombre acostumbrado a ordenar y ser obedecido, encontrarse con un agente de la ley tan
corrupto, y con un sistema judicial tan cerrado y protector como el escocés, le resultó cuanto menos
preocupante. Y no ayudó nada que otro sheriff, el de Edimburgo, se posicionara también a favor del
escocés, sobre todo porque el cretino de McDuhl había logrado ingente cantidad de testigos que estaban
dispuestos a afirmar que el forastero había intentado matarlo. Para Jack quedó claro que tendría que
acudir a Inglaterra y a Scotland Yard si quería resolver y zanjar el asunto de una vez por todas. Pero
Donald McDuhl era un terrateniente del norte bien posicionado, y con demasiados corruptos comprados
como para mostrarse confiado.
Cuando John McPherson, el sheriff de Edimburgo, lo cito para que declarar en calidad de investigado,
Jack no podía creérselo. Y se preguntó si habría en toda Escocia un solo agente de la ley honesto. Cuando
Arwen supo que tenía que regresar a Edimburgo para prestar declaración, se asustó de verdad. Sarah
estuvo durante una hora persignándose y rezando. Al menos Hobson y Murray habían terminado de segar
toda la cebada, la misma ya se encontraba camino de Elgin custodiada por varios hombres armados hasta
los dientes. Sin saberlo, Jack había incumplido varias leyes escocesas, y de las que tenía que rendir
cuentas.
Cuando llegó a Edimburgo, y para sorpresa de sus hombres, lo arrestaron. El motivo que el sheriff de
Edimburgo alegó, era que se había saltado varias leyes importantes de Escocia. Y por primera vez en todo
ese tiempo que llevaba en las Tierras Altas, Jack lamentó que Alexander Graham siguiera en Estados
Unidos porque dudaba seriamente que pudiera salir indemne de toda esa situación. Estaba
cuestionándose mover algunos hilos que juró no hacerlo, pero estaba claro que esas gentes se regían por
sus propias normas y reglas no escritas, y de las que un forastero como él no se podía beneficiar.
Dentro de la celda oscura y húmeda, Jack sintió deseos de soltar una carcajada. Al menos la cebada
estaba a buen recaudo y vigilada en Birdwhistle por Hobson y Murray.
Las primeras horas entre rejas las pasó pensativo valorando cada opción. Tenía muy claro que no
podría obtener ayuda de ningún escoces, salvo de ella. Y se preguntó cómo un hombre como Donald
McDuhl podía tener tanta influencia sobre otros. Por Arwen conocía que se había hecho con la mayor
parte de las tierras de la región de Strathspey, y ahora que se encontraba encerrado por su culpa, sabía
que no las había adquirido de forma honrada. Jack se había hecho el propósito de localizar y hablar con
cada propietario, porque estaba seguro que McDuhl escondía muchos trapos sucios, y él pensaba sacarlos
uno a uno.
Cuando la noche cayó por completo, Jack pensó en la hermosa muchacha de Stennes. En la decidida,
terca, y valiente mujer escocesa que no temía a nada ni a nadie. Pensar en ella le aceleró el corazón, le
desbocó el pulso, y le palpitaron los testículos. Era tan apetecible a la vista, al tacto, al gusto… Admitió
que se sentía atormentado por el rostro de la hechicera, necesitaba verla cada día, a todas horas. Volver a
ver aquel brillo tan intenso que se desprendía de sus ojos a la luz de la llama de una vela cuando su
cuerpo ardiera en deseo. Ansiaba sentir de nuevo sus cabellos entre sus dedos, y la suave piel de su
cuerpo bajo sus manos. Beber del néctar de la miel de sus labios.
La deseaba con tanta intensidad, que la oscura y fría celda no lograba apaciguar su anhelo por ella. Se
preguntó cuándo había ocurrido. En qué momento se le había metido en la sangre y calentarla hasta el
punto de la ebullición. Nunca había conocido a una mujer como ella. Estaba fascinado.
¿Qué le estaba sucediendo? Porque una marea de sensaciones totalmente desconocida se había
instalando en su pecho. No lo dejaba razonar. A pesar de la oscuridad de la celda, visualizó la largura de
sus pestañas bajo unas perfectas cejas que realzaban todavía más el brillo osado de sus ojos. Esa
muchacha había vuelto su mundo del revés.
Habría podido matar con sus propias manos al canalla McDuhl si le hubiera hecho daño alguno.
Resignado y paciente, continuó pensando en la mujer escocesa que le quitaba el sueño junto con la
tranquilidad.


—No puedo creer que hayas ido hasta Moray —le dijo la cocinera.
—Hasta el mismo infierno habría ido de ser necesario —respondió seca.
—¿Estás segura, Arwen?
La pregunta de Sarah estaba de más.
—Le dije que no podría hacer nada, y no me creyó —en la voz de ella había enojo y frustración en el
mismo porcentaje—. Le advertí que si insistía con el asunto de McDuhl, los problemas crecerían hasta
asfixiarlo.
—Es forastero —lo defendió Sarah—. Desconoce la mayoría de nuestras leyes y costumbres.
Arwen se giró de golpe hacia la cocinera.
—¡Yo se lo advertí! —repitió con voz dura—. Pero me ignoró.
Sarah podía imaginar la frustración que sentía la muchacha. El forastero era un hombre acostumbrado
a salirse con la suya. Jack FitzRoy era de los que ordenaban y mandaban, pero en Escocia se había
encontrado con costumbres y reglas que ignoraba, y por eso ahora estaba en serios problemas. Por la
urgencia y la preocupación de Arwen, Sarah supo que ella estaba dispuesta a todo con tal de ayudarlo.
—No puedo creer que Murdoch se haya prestado a ayudarte. ¿Cómo lo has convencido? —quiso saber
la mujer.
Ian Murdoch era el párroco de Moray. Arwen lanzó un suspiro cansado.
—Quien debería preocuparte es el forastero cuando conozca lo que he tenido que idear para ayudarlo.
Sarah volvió a santiguarse.
—Rezo para que acepte lo has hecho para hacerlo —se dijo la mujer como para encontrar consuelo en
sus palabras.
Arwen ya había cerrado el pequeño bolso de viaje en el que había metido lo imprescindible.
—Necesito que cuides a Wallace —le pidió seria—, pues ignoro el tiempo que me llevara este asunto en
Edimburgo.
Sarah asintió con una trémula sonrisa.
—Sabes que lo haré —respondió la mujer.
Arwen salió de Stennes seguida de Sarah. Echó el bolso de viaje en el interior de la calesa, y subió al
pescante decidida. Sujetó las riendas con firmeza, y azuzó los dos caballos. Había sido un golpe de suerte
que la calesa de Jack FitzRoy siguiera en la cuadra de Stennes, porque de otro modo ella no habría podido
viajar hasta Moray para hablar con el párroco, ni de ir hasta Edimburgo para liberarlo.
Confiaba de todo corazón que todo saliera bien. Por ese motivo se encontraba camino a Edimburgo
para tratar de ayuda al forastero. Arwen se dijo que había tenido un día muy ajetreado pues después de
conseguir la ayuda del religioso, marchó a Lennox convencida de que podría conseguir más ayuda, porque
si había una persona que odiara a Donald McDuhl mas que Arwen Mackenzie, era la misma Annie
McDuhl, su hija.

CAPÍTULO 13

Jack había pasado la noche más horrible de su vida. El jergón de la celda debía de estar infestado de
chinches porque le picaba todo el cuerpo. Apenas había podido pegar ojo, y eso que lo intentó, pero el
rostro de Arwen se le aparecía incluso con los ojos cerrados.
Trató de hacer unas flexiones para desentumecer los músculos, y en ello estaba cuando el ayudante del
sheriff llegó hasta la puerta de su celda tintineando el juego de llaves.
—Has tenido una suerte de mil demonios, forastero.
Jack se irguió en toda su altura un tanto sorprendido por sus palabras.
—A la vista está la suerte que tengo —ironizó, pero el ayudante era tan corto de sesera que ni lo
entendió.
—Su familia lo espera fuera —le informó.
Jack alzó las cejas en un arco perfecto. Él tenía un padre, una madre, y un montón de primos, pero
dudaba mucho que cualquiera de ellos hubiera llegado a Escocia desde Nueva Gales del Sur, pero no dijo
nada. Se limitó a recoger su levita del jergón, la había utilizado como almohada, y siguió al ayudante en
silencio.
La sala principal de la cárcel estaba muy cerca de las celdas, y hacia allí se dirigieron ambos. Cuando el
ayudante abrió la puerta para permitirle el paso, una persona lo esperaba en el interior de la estancia: era
Arwen, pero no estaba sola. La acompañaba un cura, y una mujer que debía de estar en la treintena, y que
tenía en los ojos un brillo de indiferencia.
—Querido, ¿estás bien? —le preguntó Arwen avanzando con paso decidido hacia él, y tuteándolo.
Para sorpresa de Jack, la muchacha le acarició el rostro con una gran sonrisa, y un segundo después lo
besó tiernamente en los labios. Él estaba tan sorprendido que no pudo decir nada, pero su cuerpo
reaccionó al contacto poniéndose duro como una piedra.
—Ya lo hemos aclarado todo —le dijo ella, y cuando Jack iba a decir algo, Arwen le hizo una presión en
la mano con la suya propia—. Ian Murdoch aceptó venir para explicarle al sheriff el terrible malentendido
que ha sucedido —continuó.
El sheriff de Edimburgo seguía analizando un documento eclesiástico, sobre todo la fecha.
El párroco miró a Jack como si lo conociera de toda la vida.
—Arwen me explicó todo, y créeme que no podía creerlo —le dijo el cura—. Menos mal que he podido
venir para aclararlo todo.
Jack era un hombre inteligente, y con las palabras de Arwen y del religioso le había quedado muy claro
que los dos habían ideado algo para sacarlo de prisión. Tenía que mantener silencio, o seguirles la
corriente. Optó por lo segundo.
—Sí, ha sido todo un terrible malentendido —apostilló Jack.
—Deben admitir que todo este asunto es cuanto menos confuso —dijo el sheriff de Edimburgo al
párroco al mismo tiempo que le devolvía el documento religioso—. No es costumbre en las Tierras Altas
que haya un solo testigo cuando el novio es forastero porque puede dar lugar a dudas o manipulaciones.
Arwen se mordió ligeramente el labio inferior.
—Yo no tuve ninguno —apostillo Annie McDuhl—. ¿Hemos terminado ya? —estaba claro que la mujer no
veía el momento de marcharse.
Pero el sheriff no estaba convencido del todo.
—Para evitar confusiones futuras he decido figurar como testigo de este enlace —dijo de pronto—. Para
que no vuelva a existir ninguna duda al respecto ni en las Highlands, ni en las Lowlans.
Arwen sufrió un sobresalto.
—No deseamos hacerte perder más tiempo —apostilló el párroco que veía como todo se complicaba.
Jack no entendía gaélico, y estaba claro que a ninguno de los tres escoceses parecía importarle
mantenerlo al margen de la conversación que sostenían. No comprendía, pero se dio perfecta cuenta del
inesperado nerviosismo que atacó a Arwen.
Ella se giró hacia él, y le sonrió trémula.
—Imagino que el forastero no tendrá inconveniente en repetir los votos en mi presencia —insistió el
sheriff—. Así podré colocar mi firma junto a la de Annie McDuhl y borrar cualquier duda futura.
Annie ni se alteró. Miró al agente de la ley con las misma impaciencia de siempre.
—¿Qué sucede? —quiso saber Jack.
Arwen carraspeó porque había perdido la voz. El párroco acudió en su ayuda.
—El sheriff desea figurar como testigo en el documento —comenzó a explicarle como si él supiera qué
contenía el papel.
Arwen decidió que debía hablar para que la situación no empeorase.
—Le hemos explicado al sheriff que nos unimos en matrimonio el mismo día que atacaron a Donald
McDuhl —los ojos de Jack se empequeñecieron al escucharla—. Su hija Annie fue testigo de nuestros
votos, y por eso ha decidido venir hasta Edimburgo para corroborarlo.
Jack estaba estupefacto, pero entendió la maniobra de Arwen. ¿Había involucrado en la mentira a un
hombre de Dios y a la misma hija del diablo? Le parecía inaudito. Pero el forastero ignoraba que el precio
que había acordado pagarles equivalía a la totalidad de la cosecha.
—Sería un verdadero honor que un hombre de la ley en Escocia desee figurar como nuestro testigo —
dijo por fin.
El párroco soltó un suspiro abrupto que llamó la atención del sheriff. Estaba claro que el hombre
dudaba de la versión que le habían dado, pero el documento era legal. Y por supuesto, que la hija de
Donald fuese testigo del matrimonio, daba firmeza al matrimonio. Sin embargo, el matrimonio celebrado
le seguía pareciendo sospechoso, pero la iglesia estaba de por medio, y él quería quitarse un futuro
problema de encima. Detestaba a los forasteros, todavía más que una mujer escocesa se casara con ellos,
pero si la hija de Miller lo había decidido, poco podía hacer ya al respecto.
—Entonces, ¿no le importaría ofrecer de nuevo los votos? —esa era su forma de asegurarse un
problema menos con McDuhl.
Jack sintió ganas de maldecir. Arwen había ideado una mentira para librarlo de la cárcel, y por una
jugada del destino, tenían que ofrecer los votos para que el sheriff de Edimburgo se quedara tranquilo.
Valoró no continuar con la mentira, pero entonces tendría que volver a la celda en espera del juicio, y
como no era estúpido, sabía que lo tenía muy difícil para desmontar la telaraña de mentiras que había
tejido Donald McDuhl en su contra. Jack necesitaba tiempo para desenmascararlo, y Arwen se lo había
ofrecido con su idea descabellada.
Finalmente se decidió.
—No tengo inconveniente en repetir los votos —afirmó sin una duda en la voz.
Arwen parpadeó porque nada había salido como lo había planeado. Involucrar al primo de su madre en
una mentira, aunque fuera un hombre de Dios, no era comparable a hacerlo con el mismo sheriff de
Edimburgo.
—Entonces, comencemos —dijo el sheriff apresurado deseando terminar con el tema.
Y sin poder hacer lo contrario, Arwen se encontró frente a frente con el forastero, y escuchando las
palabras que los unía en matrimonio delante de un hombre de la ley. Jack ofreció la aceptación sin un
titubeo, ella, por el contrario, tuvo que aclararse la voz varias veces, por ese motivo su aceptación sonó
temblorosa.
La ceremonia duró apenas cinco minutos, y entonces el sheriff rubricó su firma junto a la de Annie
McDuhl que estaba deseando salir por la puerta. Los dos recibieron sendas felicitaciones, y una cita para
concluir el papeleo para la total liberación del forastero. El sheriff le tendió el documento eclesiástico a
Jack que lo sujetó firme en su mano.
Cuando salieron por la puerta, Jack se mantenía en silencio. El párroco Ian Murdoch meneaba la cabeza
con pesar. Arwen se sentía paralizada por sus acciones que la habían llevado por un derrotero muy
distinto al planeado.
—No podemos ir todos en la calesa —argumentó Annie McDuhl.
Jack había tomado de nuevo el control.
—Les pagaré un carruaje de alquiler hasta Strathspey —les ofreció al párroco y a la mujer—. Pero antes
deseo darles las gracias por esto. —Les dijo señalando el falso documento que el sheriff había convertido
en legal.
Arwen seguía sin decir palabra porque estaba temblorosa, y llena de incertidumbre.
Juntos caminaron hasta la zona donde se estacionaban los diversos carruajes. La calle era arbolada y
amplia. Jack habló con un cochero, el hombre le hizo un gesto afirmativo, y bajó del pescante para ayudar
al párroco y a la mujer a subir al carruaje.
—No tienes libras —le recordó Arwen a Jack.
—Por ese motivo le he dado indicaciones de que llegue primero a Kinnaird —respondió buscando su
propio carruaje.
Por alguna razón supo que Arwen había llevado su carruaje desde Stennes hasta Edimburgo.
—La calesa no está en esta calle —le informó ella.
Jack la miró atento. Arwen no supo discernir si estaba enfadado, aliviado, o incluso hastiado. Su rostro
no mostraba indicio alguno sobre lo que sentía.
—Sígueme —le ordenó ella.
—¿Por qué no habéis estacionado la calesa aquí? —preguntó siguiéndola a buen ritmo.
Arwen no caminaba como una señorita, daba grandes zancadas, como las que daría cruzando un
sembrado.
—Llegamos más tarde de lo que había planeado, y cuando lo hicimos, los estacionamientos estaban
completos —le dijo rápida—, pero está cerca.
Doblaron una calle, cruzaron otra, y bajo una extensa arboleda se encontraba la calesa custodiada por
un mozo que mordía una brizna de hierba.
—¿Tendré que pagarle también a ese mozuelo? —le preguntó tomando la delantera.
—Le he pagado yo —contestó algo desabrida porque había esperado un poco de gratitud.
Arwen no tenía dinero, pero podía pagar con libros que se podían vender a buen precio, y en Stennes
quedaban todavía algunos.
—No te arrimes mucho a mí —le aconsejó él.
Ella lo miró curiosa por su comentario.
—Hiedo —le explicó—. La celda estaba muy sucia, y creo que el colchón de paja tenía chinches.
Fue escucharlo, y dar un paso hacia atrás.
Jack sonrió por su precaución. Estaba sucio, cansado, olía como si lo hubieran echado a un estercolero,
pero tenía de nuevo todo bajo control.
Arwen no le permitió que la ayudara a subir al pescante, y se apartó todo lo que pudo de él. Lo vio
conducir la calesa con maestría, y fueron cruzando las diversas calles hasta llegar a la mansión Kinnaird.
El cochero del carruaje de alquiler los esperaba.
Jack no necesitó llamar a la puerta. El mayordomo acudió presto para atenderlo. Caminó derecho hacia
su despacho, abrió un cajón de su enorme escritorio, y sacó una pequeña caja que contenía libras. Contó
varias, y salió con ellas. Se las dio al cochero que las tomó presto. Eran más de lo que valía el viaje, pero
no protesto, todo lo contrario, sonrió satisfecho.
Arwen seguía en el vestíbulo.
—Creo que el cochero me puede dejar primero en Stennes —le dijo en voz baja.
Jack la miró durante un minuto largo.
—Tú y yo tenemos que mantener una larga conversación.
A ella se le cerró la garganta.
—La podemos mantener en Stennes —insistió ella.
Jack sonrió, pero sin humor.
—¿Sabías que podías visitarme en la cárcel? —le preguntó.
Ella tensó los hombros.
—¿Y para qué iba a querer visitarte en la cárcel? —respondió preguntando.
—Para hacerme partícipe de la grandiosa idea que se te había ocurrido.
Las mejillas de Arwen su incendiaron.
—Esto es Escocia, FitzRoy —le informó—. Aquí primero se golpea y después se pregunta —remató.
Jack soltó un suspiro largo, un segundo después dio órdenes al mayordomo para que le preparara un
baño caliente, y un té para ella.
—No tardaré —le dijo con una sonrisa.
Ella asintió, y caminó hacia el salón para esperarlo.
CAPÍTULO 14

Jack fue muy rápido.


Cuando bajó de nuevo al salón, ella estaba ojeando un libro sobre plantas medicinales. Cuando lo
escuchó, alzó la mirada y lo recorrió de pies a cabeza. Llevaba el cabello húmedo, se había puesto una
camisa blanca y unos pantalones negros ajustados bajo un batín de brocado azul.
Era un hombre que quitaba la respiración, y la ropa de calidad ayudaba.
—Confío que no te hayas aburrido en mi ausencia.
Arwen se levantó y dejó el libro sobre el sillón.
—Estoy un poco impaciente por regresar a Stennes —le reveló.
Pero Jack no pudo responderle porque el mayordomo entró en ese momento con una bandeja. Él, le
había dado instrucciones antes de comenzar su baño. El sirviente dejó la bandeja sobre la mesa.
—Ya he tomado té —le dijo la muchacha.
—No es té —la corrigió él.
—Milord…
—Yo lo serviré —le dijo al mayordomo.
El hombre asintió y se marchó. Arwen se fijó en la botella de whisky y en las dos copas de fino cristal
que había traído el sirviente.
—La última vez que bebí whisky me afecto tanto que no pude dispararle a la cabeza al sicario de
McDuhl —le recordó ella.
Jack ya había vertido el oscuro líquido en las copas.
—Tenemos que celebrar mi liberación —respondió él llevando ambas copas, y mirándola de forma
enigmática.
Arwen optó por tomar la copa que le ofrecía, y se la tomó de un trago.
Jack soltó un suspiro de impotencia. No había esperado a que él dijera un brindis, ni que le ofreciera las
gracias.
—Imagino que este whisky es de la bodega Birdwhistle —apuntó ella mientras se lamía los labios para
barrer cualquier rastro de licor.
—Dices bien —corroboró él.
—Está mucho mejor y más equilibrado el que guardaba mi padre de la bodega de Halfenaked —afirmó,
pero sin ánimo de ofenderlo.
Jack no pudo sino reír por su comentario tan fuera de lugar.
—¿En qué te basas para afirmar que es mejor? —le preguntó.
Ella se quedó pensativa durante unos momentos.
—Un whisky con un exagerado olor a alcohol indica baja calidad, y que no ha tenido una
buena integración alcohólica —le explicó ella—. Por eso el trago me ha irritado el paladar —siguió ella
impertérrita.
—¿Cómo sabes tanto de whisky? —le preguntó él.
—He tenido el mejor maestro —contestó ella, y viendo que él no sabía a quién se refería, se lo aclaró—.
Mi padre me dio muy buenos consejos, sobre todo cómo se debe probar un buen whisky.
Jack se sentía muy interesado mientras movía el contenido de su copa.
—Te escuchó —la animó.
Arwen no sabía sí él se lo decía en serio, por eso dudó, pero, tras unos segundos, hizo un leve gesto con
los hombros y comenzó su explicación.
—Mi padre decía que al tomar el primer sorbo, uno debía dejarlo reposar en la lengua, bañar los
costados del interior de la boca, moverlos para notar la dulzura en la punta de la lengua, la salinidad en
los lados, y la sequedad y el amargor en la parte posterior.
Jack parpadeó atónito.
—Eres una caja de sorpresas.
—Me he criado con whisky, es lógico que sepa tanto sobre el.
Jack volvió a llenarse la copa, tomó asiento frente a ella, y le indicó con la otra mano que se sentará.
Ella lo hizo sin protestar.
—Por eso he comprado la mejor cebada de todas las Tierras Altas, y lograré el mejor whisky de toda
Escocia —afirmó con orgullo.
Arwen sonrió al escucharlo.
—Estoy convencida de que lo lograrás.
Los dos se quedaron durante un momento en silencio, y mirándose mutuamente. A ella le había
calentado el whisky no sólo el estómago, también la lengua, por ese motivo no se mostraba cohibida en su
presencia. Jack tenía que ordenar sus pensamientos porque los tenía hechos un lío. Lo más preocupante,
no sabía cómo abordar el tema de los votos compartidos.
—¿Cómo se te ocurrió, Arwen? —le preguntó después de unos instantes de silencio.
La muchacha optó por revelarle la verdad.
—La otra opción que barajé fue situarte el mismo día y a la misma hora en el burdel de Tanner´s Close,
pero lo descarté de inmediato porque uno de sus clientes murió allí de la enfermedad del costado —le
confesó ella sosteniéndole la mirada—. Estos días es el lugar más visitado de toda Escocia por el morbo
que provocó el incidente.
—Me alegra que mi coartada no dependiera de la visita a un burdel de mala muerte —respondió jocoso.
Arwen le sostenía la mirada.
—Donald McDuhl se ha tomado a pecho la paliza que recibió —le recordó muy seria.
—Se la merecía.
Ella aceptó con la cabeza.
—Por eso no podía permitir que urdiera en tu contra un relato que lo dejaría encerrado mucho tiempo
—siguió informándole.
Jack se quedó pensativo durante un momento.
—Pero la intervención del sheriff dio al traste con tu plan —le dijo de pronto muy serio—, y nos ha
metido en un buen lío.
Arwen ladeó la cabeza y lo miró intensamente. El alcohol del whisky seguía circulando por sus venas y
le calentaba el cuerpo.
—Es cierto, pero ese detalle no cambia el rumbo de los planes que tracé de buena fe.
Jack se levantó y dejó la copa sobre la bandeja. Regresó al sillón con paso calmado.
—Nos dimos los votos frente a un hombre de Dios, y fueron confirmados por dos testigos —le recordó—.
Uno de ellos el sheriff de Edimburgo.
Arwen soltó un suspiro largo y pausado.
—No hace falta que me lo recuerdes, porque estuve allí.
—¿Sabes lo que eso significa, Arwen? —ella no hizo ningún gesto salvo mirarlo atentamente—. Que
estamos casados legalmente.
Ahora se lamió el labio inferior al mismo tiempo que cerraba los ojos, y hacía un gesto negativo.
—No podía retractarme delante del sheriff de Edimburgo —se justificó.
Jack lo sabía. Todo podía haberse quedado en una farsa, pero al querer figurar el sheriff como testigo
del enlace, lo había enmarañado todo.
—Tendrías que haberme avisado.
Ahora lo miró atónita.
—¿Y cómo podía hacerlo sin delatarnos?
Jack quería saber cómo había convencido a la hija de McDuhl de que cooperara en el engaño, pero
mantuvo silencio, un silencio que ella se tomó de forma muy distinta.
—El párroco Ian Murdoch nos ayudará con la anulación.
Pero Jack no quería dar ese paso todavía, sobre todo porque tenía que resolver muchas cuestiones, la
primera, su inocencia. El infame escocés no se iba a salir con la suya de forma tan fácil. Y una vez que
había digerido que se había casado de verdad, supo que le gustaba.
—Tendremos que esperar un tiempo —le dijo porque se estaba haciendo a la idea de estar casado con
esa preciosidad de cabellos de oro.
—¿Cuánto tiempo?
—¿Tienes prisa? —inquirió curioso.
—No quiero acostumbrarme —respondió rápida.
—¿A qué? —le preguntó.
—A que me llamen señora…
Jack terminó por soltar una carcajada, y ella se enfureció.
—No tiene gracia —le espetó ofendida por su estallido humorístico.
—Sí, la tiene, señora FitzRoy.
A ella le chirrió su nuevo apellido de casada. Casada de verdad por el capricho de un agente de la ley.
—Es un contrato temporal, hasta que podamos solicitar la anulación del mismo —volvió a recordarle
ella.
—Eres católica, Arwen, y nos hemos casado bajo el amparo de un hombre de Dios.
Ella se lamió el labio inferior en un gesto nervioso. ¡Tenía que recordarle precisamente eso!
—La iglesia católica contempla la anulación si no hay consumación.
Fue decir las palabras, y sentir que ardía de la cabeza a los pies como si fuera una tea. Se sentía
sofocada, y desde luego que la mirada de él no ayudaba mucho.
Pero Arwen era una muchacha práctica, decidida, y por eso decidió no dejarse afectar por las
siguientes palabras de Jack.
—Así que me he convertido en el dueño de Stennes —se burló él.
Ella se plantó frente a él con una gran sonrisa.
—Y yo me he convertido en la señora de Kinnaird —contrarrestó.
—Pero yo he obtenido a cambio las mejores tierras de Escocia.
—Y yo podría comprar, gracias a tus libras, hasta la misma Nueva Gales del Sur, ¿no es cierto?
El hombre guardó silencio, y se dedicó a observarla fijamente. El whisky le había coloreado las mejillas,
¿o ese rubor se lo provocaba él con sus miradas? Le gustaba mucho hacerlo, sobre todo sabiendo que
ahora tenía todo el poder sobre ella. ¿Podría seducirla? ¿Se lo permitiría? En ese momento Jack supo que
nada de sus conocimientos en el manejo de mujeres le iba a servir de nada. Ninguna de las enseñanzas
adquiridas sobre como defenderse de una seductora como Arwen le valdrían para algo, porque ahora, su
verdadero enemigo, era él mismo y su deseo ferviente por ella. Decidió ser sincero consigo mismo y
admitir que deseaba llevársela a la cama desde el mismo instante que apareció en su vida.
—¿Por qué me miras así? —le preguntó ella.
Jack inspiró hondo.
—¿Cómo te miro?
—Como si fuera la espiga de cebada más gorda que ha visto en tu vida.
Jack la escuchó, y estalló de nuevo en carcajadas, pero no pudo responderle porque el mayordomo los
interrumpió para anunciarles la cena. La cara que puso Arwen resultó cómica porque se sentía
desubicada del todo, y él no pensaba ponérselo fácil.
—Yo pensaba que después de la conversación regresaríamos a Stennes.
Jack la animó a que lo precediera al comedor, ella así lo hizo.
—Tenemos muchas decisiones que tomar —le anunció él.
—¿Qué decisiones? —quiso saber ella al mismo tiempo que tomaba asiento frente a él.
—Que nos interesa seguir casados…
Se le había cerrado el estómago al escuchar esas palabras. ¿Qué había querido decir él? Para nada les
interesaba legalizar una situación que se había creado para salvarlo de la cárcel. El mayordomo fue
sirviendo los primeros platos, pero ella ni se enteró de lo que comía tan absorta como estaba pensando en
todo lo sucedido.
Para Jack resultó un deleite contemplarla.
Los enormes ojos azules resplandecían en una cara de ángel, y su cabello, del que se habían
desprendido un par de mechones, caían sobre un rostro que tenía una extraña característica de belleza
salvaje, y que era capaz de dejar al hombre más mundano sin palabras. Deslizó la mirada sobre sus bien
formados senos se dejaban notar bajo la tela del vestido.
—Si sigues mirándome así te voy a lanzar el cuchillo —lo amenazó ella.
Jack sonrió abiertamente.
—No te he dado las gracias por rescatarme —le dijo en respuesta.
Arwen alzó la barbilla, y lo miró con interés.
—Cuido muy bien lo que me hace ganar dinero.
Él sintió que su ego se desinflaba. Así que ella lo veía como un ingreso constante de libras, por eso
decidió tentarla con una oferta.
—Si aceptas seguir casada conmigo, te adjudicaré una renta anual de tres mil libras para tus gastos.
Arwen lo miró estupefacta.
—¿Es eso lo que vale una esposa allí de donde vienes? —preguntó quisquillosa.
Jack se lo tomó con humor.
—No, una esposa cualquiera —respondió—, sino la más apropiada.
Y entonces Jack pasó al ataque, y comenzó a explicarle las ventajas que supondría para ambos seguir
casados, sobre todo hasta que pudiera desenmascarar al tal McDuhl y darle su merecido. Arwen quiso
interrumpirlo, pero él no se lo permitió. Comenzó a mostrarle los inconvenientes de anular el matrimonio
inesperado, y lo mucho que podían ganar los dos si lo mantenían. Jack fue persuasivo, tolerante, y muy
insistente. Como Arwen no era estúpida, supo que de esa forma se resolvían la mayoría de sus problemas,
sobre todo porque él le había dejado claro que ahora sus tierras le pertenecía legalmente, e incluso
después de la anulación. Ese era un detalle transcendental, y que no había valorado. La muchacha no
había pensado en ello, y se llamó estúpida un montón de veces. Le preguntó directa si pensaba robarle lo
que le pertenecía a su hermano por derecho de nacimiento, y Jack se ofendió de que pensara así de mal
sobre él, pero con sus palabras había sembrado la duda en su corazón.
—Bien —aceptó ella—. Si decido continuar con este inusual matrimonio, ¿qué esperas de mí?
Jack sólo tenía una palabra en mente: consumación, pero no podía decírselo así de brusco.
—Para que ambos nos beneficiemos de este acuerdo, el matrimonio debe consumarse —ella iba a
protestar, pero él no se lo permitió—. Ya te he explicado todas las ventajas —continuó—, sobre todo para
tu hermano Wallace y su futuro inmediato.
Esa parte era la que más le había hecho mella. Si seguía casada con él, Wallace dispondría del
suficiente dinero para curarse y poder estudiar. Jack se ocuparía de que las tierras de Stennes mejoraran
y fueran las más productivas de toda Escocia. ¿Qué mujer podría rechazar todo eso?
—Me has dejado muy claro todo lo que puedo ganar —Arwen lo miró directa—. ¿Y perder?
Jack se tomó su tiempo en contestarle.
Cuando decidió dejar Nueva Gales del Sur para instalarse durante un tiempo en Escocia y hacerse
cargo de una bodega, lo había hecho por Heaven, sólo por ella. Sin embargo, cuando contempló con sus
ojos lo enamorada que estaba de Alexander, supo que ella jamás sería para él. Le costó días, semanas,
incluso meses aceptarlo, pero lo hizo, y entonces se dio cuenta de que disfrutaba realmente con el reto
que suponía tratar de elaborar el mejor whisky del mundo. Y una cosa llevó a la otra. Sentía reticencia a
regresar allí de donde había venido, y, aunque el clima escocés no era el mejor aliado, se adaptó con
facilidad.
Delante tenía a una mujer hermosa, decidida, y que le había robado el sueño por las noches. Eso no le
había sucedido con Heaven, y se dijo que Arwen Mackenzie había marcado un antes y un después en su
vida. La miró embobado, y con la piel de gallina porque se jugaba mucho.
—No vas a perder nada sólo ganar, porque gracias a ti he ganado un tiempo precioso, y me gusta pagar
mis deudas —le confesó en voz baja.
Arwen creyó entender que se refería a Donald McDuhl.
—¿Todavía deseas darle su merecido a McDuhl? —le preguntó.
¡Claro que lo deseaba! Pero sobre todo, quería explorar los límites carnales con ella. Saciarse con su
sabor…
—Alguien debe de pararle los pies, y yo he jurado que lo haré.
Ella se quedó un momento pensativa.
—Aquí en Escocia… —comenzó, pero él la interrumpió.
—Las malas personas son malas personas sin importar el lugar donde estén o residan. —Ella tuvo que
admitir que Jack tenía razón—. Y las buenas personas debemos de pararles los pies.
Esa era una conclusión irrefutable, se dijo ella.
—Donald McDuhl lleva años amargándole la existencia a mi familia.
Y Arwen pasó a relatarle la presión que ejercía sobre los Mackenzie para lograr hacerse con sus tierras.
Jack la escuchaba muy atento y sin interrumpirla. Tiempo después, y cuando Arwen se calló por fin, él se
atrevió a hacerle una promesa.
—Ese hombre jamás volverá a molestarle.
Y ella lo creyó. La muchacha respiró hondo y se rindió a lo inevitable: seguir casada con el forastero y
consumar el matrimonio.

CAPÍTULO 15

«Presumo que va a ser la peor noche de mi vida», se dijo apesadumbrada mientras lo seguía.
Jack se giró hacia ella, y la sonrisa más pícara se dibujó en su rostro. Le abrió la puerta de su alcoba, y
la invitó con una mano a que entrase. Mientras Arwen se afanaba por no mirarlo, Jack no dejaba de
imaginar que sobre la mullida superficie de la cama, iba a convertirse en su mujer, porque estaba
convencido de que de esa noche no pasaría sin hacerla suya.
Arwen no era una mujer cobarde, ni una pusilánime. Había aceptado consumar el matrimonio, y no
pensaba echarse atrás. Levantó los brazos y comenzó a desabrocharse el vestido. Cuando lo tuvo
totalmente suelto, se lo quitó y lo dejó sobre el armazón de la cama. Se había quedado en camisola; una
prenda que no dejaba nada a la imaginación. Sobre su escote se podía ver el nacimiento de sus jóvenes y
vibrantes senos que casi se escapaban de lo llenos que los tenía. Seguidamente se quitó las enaguas.
Cuando Jack se giró y miró lo que estaba haciendo con tanto silencio se le contrajo el rostro.
«Definitivamente va terminar conmigo», sentenció mentalmente. Dentro de sus pantalones notó como su
miembro levantaba la cabeza y presionaba contra la fina tela. La miraba embobado, y con todo el deseo
acumulado en esas semanas.
Ella se desvistió rápidamente y se metió entre las sábanas. Estaba temblando y no precisamente de frío.
Los temblores se debían a una genuina excitación de la que si bien era consciente, no podía relegar a un
segundo plano.
Una traviesa sonrisa se dibujó en los labios de Jack cuando vio la maniobra de ella. Pero una extraña
sensación se instaló entre su entrepierna. Era deseo: deseo simple y puro. Se desabrochó la camisa y la
arrojó al suelo junto a los pantalones y la ropa interior. Y desnudo, tal y como su madre lo había traído al
mundo, se deslizó bajo las sábanas y se acercó al cuerpo de su esposa que se apartó por instinto de él.
Pero le había quedado muy claro, que su inesperada esposa no era una mujer cobarde, todo lo
contrario, porque no cerró los ojos cuando él apartó la sábana y miró su desnudez.
El cuerpo masculino se endureció aún más cuando ella pasó una de sus esbeltas piernas sobre su
cintura y la rodilla se apoyó en su cadera. Jack pensó que la actitud de ella no era en absoluto inocente. El
maldito cabrón que tenía entre las piernas se había puesto duro como una piedra de mármol, y la misma
tensión lo estaba matando. Sintió el roce de su mano y se sobresaltó. ¿Era la mano de ella la que
descansaba ahí? De repente se vio tendido sobre sus espaldas y a ella enteramente a horcajadas sobre su
vientre. Su virilidad se erguía imperiosa tras el trasero de su mujer. Los ojos de ella se clavaron en los
suyos como dos ascuas ardientes. Refulgían de duda, pero él estaba más que dispuesto a hundirse en ese
mar de fuego, ardor y pasión que le prometían los dos lagos que le miraban desafiante. Arwen tenía el
cabello suelto, y le caía sobre la espalda hasta los mismos muslos de él. Entonces soltó un suspiro largo y
pesado pues no sabía qué más podía hacer. Él vio la promesa en sus ojos, y tomó el control. Enterró las
manos en la dorada melena de rizos rubios, y, con un ansia del que no se creía capaz, le bajó la cabeza y
tomó posesión de sus labios. En el beso volcó todas las ansias reprimidas, pero ella no se quedó atrás.
Apretó los labios contra los de él, y los mordió con un ansia feroz.
Jack se mostró atónito. ¡Lo deseaba! Y ese conocimiento actuó en su interior provocándole un ahogo
físico. Sintió deseos de reír cuando comprobó que ella le respondía con tantas ansias como él sentía.
Percibió. un calor húmedo que brotaba del cuerpo de ella y empapaba su vientre terso y musculoso que no
hizo otra cosa sino presionar más contra la boca de su mujer. La abrazó con ímpetu, y la hizo rodar hasta
tenerla tendida de espaldas en el colchón.
La pasión tanto tiempo retenida hizo su aparición en él.
—Abrázame la cintura —le pidió.
Las piernas de la joven rodearon completamente el tronco de su marido, y el leve roce del fino vello
masculino contra sus senos hizo que éstos se endurecieran. Jack quería enterrarse en ella, ya,
profundamente. Separó su cuerpo unos centímetros, lo justo para deslizar la mano entre ellos y alcanzar
el mismo centro femenino que se abría para él. Deslizó un dedo dentro de la apretada vagina de la joven.
Arwen sintió la invasión pero no hizo nada por frenarla porque le pareció el paraíso. Al ver que ella no
impedía sus avances sino que le alentaba a continuar con su insinuante movimiento de caderas, él,
enterró un segundo dedo en ella. Los notó empapados de su calidez en el mismo instante en que avanzó
dentro de su vientre.
Las oleadas subían en espiral desde el mismo centro de su ser. Le recorría la columna vertebral y
vibraba en sus pechos, en las mismas puntas que lo coronaban creando una tensión que le impedía
respirar. La boca de Jack abandonó los labios de ella con una protesta que se silenció cuando encontraron
una de las cimas rosadas. Aferró entre sus dientes el maduro pezón y lo mordió con una delicadeza
absoluta. Lo único que quería era devorar: devorar ese joven cuerpo que se retorcía bajo él y que tantas
noches había deseado. La piel de su miembro estaba tan tensa que suplicaba liberación: una liberación
que él no quería ni pretendía retrasar. Ella estaba más que lista para él. Sus dedos estaban tan
empapados que casi parecía tenerlos metidos en miel templada. Los retiró de ella, pero, no, sin escuchar
la súplica de sus dulces labios de que no parara la tortura. Jack equilibró su peso en los codos y
antebrazos, uno a cada lado de ella, y la miró detenidamente. Tanteó por su cuerpo con una mano, y buscó
su pesado miembro con ella, lo sujetó entre sus dedos, y lo llevó hasta la entrada en la que se moría por
entrar.
La cabeza púrpura encontró la entrada y se deslizó suavemente dentro de ella, y se quedó un momento
tan quieto que ella abrió lentamente los ojos.
—Eso es, Arwen —le dijo con voz estrangulada cuando su pesado mástil rozó la fina barrera de su
virginidad escondida entre sus tersos muslos—, mírame mientras te convierto en parte de mí.
Con decisión se deslizó dentro de ella, pero suavemente. En los ojos de Arwen no había miedo, y Jack
sintió que el vientre de ella se ajustaba a su miembro como la vaina a una espada. Se sintió arder, le
abrasaba y le quemaba. Retiró sus caderas un poco haciendo que su virilidad casi saliera de ese canal
líquido, y de una fuerte estocada se hundió firmemente en ella. De pronto, las uñas de Arwen se le
clavaron en los hombros, y la escuchó emitir un quejido. El cuerpo de ella se tensó por unos segundos
ante la invasión, pero al momento se onduló bajo él como una marea mecida por la corriente.
Jack tuvo que contenerse para no derramarse allí mismo porque estaba teniendo el mejor sexo que
jamás había experimentado. El pensamiento le estremeció el cuerpo y le acicateó a hundirse en el juvenil
cuerpo una vez, y otra, hasta que no pudo aguantar más.
Se sintió un jovenzuelo ante su primera experiencia amorosa, pero se esforzó por mantener el control
mientras seguía empujando.
Arwen sentía un ligero escozor, pero también un calor abrasador. Todo eso se concentraba en su bajo
vientre mientras sentía como el cuerpo de él le enseñaba a mostrarse desinhibida. Buscó con sus manos el
cuerpo firme, e intentó decirle en una muda súplica de caricias lo que no se atrevía a decirle con palabras.
Sus dedos recorrieron la ancha espalda hasta la misma base de la columna, y un poco más abajo, hasta el
mismo trasero, e intentó impulsar el cuerpo de él hacia su interior. Aquello fue la perdición para los dos.
Con un gemido entre el dolor y el éxtasis, ella se dejó llevar, y, como si de una bala de cañón se tratase, su
cuerpo explotó en mil pedazos.
Cuando Jack sintió las convulsiones interiores de ella, su cuerpo fuerte y masculino se lanzó también en
busca de la liberación. Lanzó un ahogado grito que reverberó en la estancia en el mismo momento que su
cálido fluido de vida inundó de lleno la matriz de ella.
Miró hacia abajo y vio que los brazos de Arwen quedaban laxos y caían de la sujeción de su cuerpo
hacia el colchón. Una sonrisa de satisfacción genuinamente masculina se instaló en su boca y se reflejó en
su mirada. Lo había logrado, pese al dolor irremediable por la pérdida de su virginidad, le había dado
placer. Con suavidad se retiró de ella y contempló ambos cuerpos. La sangre manchaba su miembro
fláccido y salpicaba los muslos de los dos. Los senos de ella atrajeron su mirada, y sintió deseos de
besárselos nuevamente. Salió del colchón y recogió su camisola. La rompió e hizo jirones, y utilizó uno
para empaparlo en el agua de la jofaina. Lo estrujó levemente, y limpió los restos de sangre y semen que
tenía en el cuerpo. Enjuagó nuevamente el trapo, lo volvió a empapar y entonces la limpió a ella. Cuando
acercó el fresco y húmedo trapo a su entrepierna, ella suspiró aliviada y abrió los ojos.
—¿Qué me haces?
—Tranquila, solo te estoy lavando.
—Me escuece ahora, pero antes ha sido agradable.
La sonrisa de él era de inmenso orgullo.
—Lo sé.
La lavó dulcemente, y, cuando terminó, arrojó el paño al suelo. Se acostó junto a ella y la abrazó con
fuerza.
—¿Ha sido muy decepcionante para ti? —preguntó Arwen con verdadero interés.
—Ha sido maravilloso.
Arwen se acurrucó hacia el cuerpo firme.
—Algo se ha roto dentro de mí —trató de explicarle—, y luego también algo me ha hecho precipitarme
hacia el vacío. Daría cualquier cosa por volver a experimentar esa sensación tan placentera.
Sus palabras sinceras e inocentes le pillaron desprevenido.
—Es demasiado pronto para repetirlo —le dijo—. Pero voy a darte placer de una forma en la que no vas
a sentir dolor, te lo prometo.
La besó en los labios dulcemente. Bajó por el costado de su mejilla y el cuello hasta llegar a sus senos.
Pasó la lengua áspera por las aureolas de sus pezones entre suspiros y gemidos femeninos, y siguió su
recorrido hasta el vientre terso de la joven. Siguió bajando hasta su monte de venus, y un poco más, hasta
que sus labios encontraron el punto de máxima excitación de ella. Allí posó sus labios mientras trataba de
contener las convulsiones de ella cuando su boca llegó a la perla rosada. La chupó con lascivia, y un
segundo después deslizó la lengua en círculos, como si tratara de deshuesare una cereza. La hizo gozar
tanto, que lleno de dicha absorbió el cálido líquido que de ella emanó. Jack nunca había probado uno tan
dulce, era como miel templada.
La espalda de Arwen se separó del colchón. Instintivamente abrió más las piernas cuando sintió que los
dedos masculinos se enterraban en el interior de ella, y, con infinita suavidad, comenzaron a moverse muy
cerca de un punto que volvió a convulsionarla por entero. Un grito gutural salió de sus labios mientras él
seguía atormentando su cuerpo hasta que ya no pudo más.
—Eres dulce, apasionada, maravillosa —le dijo—. Vuela otra vez.
El estallido de su nuevo orgasmo fue devastador, y, cuando una cálida humedad se derramó en los
labios del hombre, la saboreó como un manjar exquisito. Se tendió junto a ella, y con una erección que le
iba a impedir dormir.
Arwen se giró hacia él y clavó la mirada en esa parte de su anatomía.
—¿Qué deseas que haga? —le preguntó a él con dificultad.
La tensión que sentía en su miembro era casi dolorosa.
Jack la miró a los ojos, y vio que su interés no era fingido sino auténtico.
—¿Te gustaría besarme ahí? —le preguntó con una sonrisa.
—¿Cómo me has besado tú? —inquirió con duda.
Acercó su cuerpo al suyo, y, tímidamente al principio, pero con valentía, acarició el pecho recio y bajó
por su cuerpo hasta que sus dedos se cerraron sobre el mástil erguido. Lo sujetó con delicadeza, y lo
acarició con vacilación. Lo recorrió lentamente desde su base hasta la punta purpúrea. Él gemía bajo sus
caricias. Las nalgas se separaban del colchón ante cada leve contacto que recibía intentando una
liberación. Se incorporó y lo lamió. Notó la sensación que produjo la caricia de su lengua sobre su
miembro, y, eso, más que otra cosa, la impulsó a continuar con las caricias de su lengua y de sus manos.
Introdujo la punta entre sus labios, y lo acarició con los dientes y con la lengua lentamente, muy
lentamente.
—¡Dios mío Arwen! Es la más dulce agonía que un hombre puede soportar —farfulló él.
Ella deslizó sus labios sobre él, su lengua, sus dientes, hasta que él ya no pudo soportar más la tortura.
Sabía que iba derramarse si antes no lo evitaba, pero no quería hacerlo. Sin previo aviso, se incorporó un
poco, la aferró del cabello y la apartó de su miembro justo a tiempo. El líquido caliente salió disparado de
su cuerpo. Instantes después la arropó entre sus brazos y ella se fundió con él. Tiró de las mantas y cubrió
los cuerpos temblorosos de ambos mientras la acunaba a ella con la pasión que le embargaba el corazón.
CAPÍTULO 16

Cuando Arwen despertó, estaba sola en el lecho. Al recordar todo lo que había vivido la noche anterior
junto a Jack, sintió que ardía de la cabeza a los pies. ¿Cómo podía haberle hecho esas cosas maravillosas?
¿Cómo podía responder su cuerpo de esa forma tan viva? Sentía hormigueo en los pechos, y un ardor
entre sus piernas, allí donde él la había tocado y después lavado.
Respiró profundamente porque recordar todos esos detalles le provocaban inquietud. Jack FitzRoy era
un amante muy experimentado, la había hecho gozar de una forma que no podía ni imaginar, y ella sintió
de pronto miedo.
Arwen Mackenzie nunca le había temido a nada, pero ahora sentía desasosiego por lo que el futuro al
lado de él le deparaba.
—Ya tiene listo el baño —dijo una voz de mujer sobresaltándola porque ella se había creído sola en la
habitación.
Giró el rostro y la vio.
—Mi nombre es Gilda, y seré su doncella personal a partir de hoy.
Arwen hizo un gesto afirmativo.
—No tengo ropa en Kinnaird —le dijo a la doncella mientras se levantaba de la cama.
La mujer de mediana edad le sonrió.
—Su esposo ya se ha ocupado de ello —le informó de pronto—. A primera hora me mandó a casa de
Brigitte Larsen, que es la mejor modista de Edimburgo, para seleccionar algunas prendas que estoy
convencida de que le sentarán muy bien.
Arwen parpadeó confundida. Si apenas eran las ocho de la mañana, ¿a qué hora habría enviado Jack a
la doncella? Pero no dijo nada. Cuando se introdujo dentro de la tina, el agua caliente le templó los
músculos, y soltó un gemido de placer. Se sentía como si le hubieran dado una paliza.
La doncella comenzó a lavarle el largo cabello con suavidad, y ella se dedicó a pensar en todo lo que
había sucedido desde que ofrecieron los votos delante del sheriff de Edimburgo. Entre sus planes no
estaba comprometer a Jack sin liberarlo, pero era cierto que estar casada con él le suponía grandes
ventajas: como disponer de libras para las medicinas de su hermano menor. No tener que preocuparse por
las siembras y cosechas, y, sobre todo, dejar de temer los malditos enfrentamientos con Donald McDuhl.
Ese había sido el mayor incentivo para aceptar su propuesta, y también las tres mil libras anuales que le
había prometido.
Jack quería restaurar Stennes, adquirir más tierras para sembrar, y lograr que la bodega Birdwhistle
fuera la más famosa de todas. ¿Qué mujer podría rechazar todo eso? Ella desde luego que no.
—¿Qué desea que haga con la sábana? —escuchó que le preguntaba la doncella.
Arwen giró el rostro para mirarla. Ni se había percatado que había dejado de enjuagarle el cabello de
tan absorta que estaba en sus propios pensamientos. Se reincorporó en la bañera, y tomó un lienzo
grande para secarse y envolverse.
—La ropa de cama se lava con frecuencia —respondió sin mirarla.
El cabello le goteaba agua, y ella se lo envolvió en la toalla.
—¿No desea guardar la sábana, señora? —le preguntó la sirvienta sorprendida.
Arwen la miró entonces atenta.
—¿Por qué motivo querría guardarla?
La doncella le mostró la mancha de sangre que mostraba la pérdida de su virginidad. El rubor la cubrió
por completo al percatarse de lo que eso significaba.
—Es mi deseo que se lave la ropa de cama —le ordenó a la doncella.
La mujer hizo un gesto afirmativo, y se dedicó durante los siguientes minutos a cambiar las sábanas del
lecho. Arwen aprovechó para secarse el cabello, y vestirse con la ropa interior que Jack le había comprado
a primera hora de la mañana. Escogió un sencillo vestido azul, pero que tenía un corte muy bueno.
Cuando se lo puso, sonrió porque la Arwen que le mostraba el reflejo del espejo, se parecía a la de hace
años, a la Arwen que no padecía necesidad, ni aprietos económicos. La doncella le recogió el cabello en
un moño alto muy elaborado, pero como ella se encontraba admirando la suavidad y finura de la tela de su
vestido, no se percató.
—Está muy guapa.
Arwen alzó el rostro y se miró. Tenía las mejillas sonrosadas por el calor del baño, y los ojos brillantes
porque había pasado la noche más sensual de su vida.
—Puedo acostumbrarme a esto… —susurró en voz baja, tanto, que la doncella no la entendió.
—Es usted una mujer muy hermosa —la elogió la doncella.
Arwen, sonrió cohibida porque no estaba acostumbrada a los piropos.
—Su esposo estará encantado.
Arwen se levantó de la silla, y se giró hacia la puerta. La verdad era que estaba famélica, y por eso no
respondió a la doncella sino que se dirigió hacia la puerta de salida del dormitorio. Cuando bajó por las
escaleras hacia el vestíbulo principal, su corazón comenzó a latir apresuradamente. Sentía un vacío en el
estómago, y cierta aprensión. Tendría que mirar cara a cara al que se había convertido en su esposo, y
actuar de la forma más natural posible con él.
En el último escalón de bajada se encontró con el mayordomo que le hizo un gesto con la cabeza para
que lo siguiera al comedor. Ella se preguntó si la habría estado esperando. Caminó tras él despreocupada,
y cuando hizo su entrada en la estancia, vio que Jack la esperaba de pie. Al verla sonrió de oreja a oreja, y
ella se ruborizó todavía más.
—Estás preciosa…
Su doncella le había dicho lo mismo, pero esas palabras en la boca de él la emocionaron. Jack le apartó
la silla para que tomara asiento, y se colocó justo al lado de ella.
—La mesa es demasiado grande —le explicó.
Ella se limitó a tomar su servilleta mientras el mayordomo iba colocando bandejas sobre la mesa. Cada
una contenía un manjar, y Arwen suspiró profundamente. Ella había ganado mucho aceptándolo a él, y se
preguntó si lo que Jack había ganado con el enlace entre ambos sería suficiente.
—Estoy deseando llegar a Stennes —le dijo al mismo tiempo que mordía un bollo caliente.
El dulce se le deshizo en la boca.
—Imagino que tienes muchas ganas de ver a tu hermano, y de contarle los últimos acontecimientos.
Ella asintió pero sin dejar de comer.
Jack bebía de su taza de café sin perderse el atracón que ella se estaba dando.
—Me alegra comprobar que eres mujer de grandes apetitos —bromeó.
A Arwen le pareció que las palabras de Jack guardaban una segunda intención, pero el desayuno estaba
tan rico, que no se molestó en analizarlas.
—Gracias por la ropa que me has comprado —le agradeció—. Como ves me queda perfecta.
Sí, Jack se había dado perfecta cuenta de lo bien que le sentaba ese tejido ligero de escote
pronunciado. Quería vestirla de sedas, y ese vestido era el comienzo.
—He ordenado que preparen la calesa —le informó—. Podremos salir después del desayuno.
Ella lo observó atenta.
—¿No tienes asuntos que arreglar en Edimburgo? —le preguntó.
Jack se terminó su café, y alzó la taza para que el mayordomo se la volviera a llenar.
—Lo hice a primera hora de la mañana.
Ella volvió a sorprenderse.
—Pero ya se ha segado el cereal —le dijo—, hay poco que hacer en Stennes.
Jack alzó las cejas en un perfecto arco.
—¿Deseas deshacerte de mí? —le preguntó incrédulo.
Ella se apresuró a desmentirlo.
—No sé por qué, pero tenía la impresión de que te llevaría mucho más tiempo resolver todos tus
asuntos aquí —le expuso sincera.
Jack tomó un bollo que ya se había templado, y lo mordió con delicadeza. Arwen se encontró siguiendo
su gesto con la mirada.
—Me gustaría que me hicieras una lista de los propietarios y granjeros que sus tierras colindan con las
de Stennes —le dijo.
Arwen se quedó pensativa durante unos minutos.
—La mayor parte de ellas las compró Donald McDuhl hace tiempo.
Jack dejó su taza sobre el platillo.
—¿Todas? —le preguntó curioso.
Ella torció la boca.
—Las únicas que no ha podido comprar McDuhl son las del viejo Brad McFeath.
—¿Son muchos acre? —inquirió pensativo.
Arwen entrecerró los ojos.
—Cinco acres —respondió.
Jack sonrió al escucharla.
—¿Por qué no le vendió las tierras a McDuhl? —quiso saber.
Arwen sopló sobre su taza de té.
—Porque su nieta Annie se lo prohibió expresamente.
Jack la miró asombrado. La hija de McDuhl era la nieta de Brad McFeath?
Y entonces Arwen comenzó a explicarle todo sobre la hija de Brad, y su matrimonio con el hombre más
despreciable de las Tierras Altas. Ella no se dejó ningún detalle por revelar, sino que le mostró lo
desgraciada que había sido la mujer, y los rumores que corrían por la comarca sobre el esposo de ella y la
convicción que tenían todos de que Donald la había asesinado.
—Esas tierras eran la herencia de Annie, pero ella no las quiere porque sabe que su padre las desea, y
ella juró que haría todo lo posible para que no las tuviera —Arwen calló un momento antes de continuar—.
Annie es la única que sabe lo que le ocurrió realmente a su madre, aunque el odio que siente hacia su
padre lo conocemos todos —siguió diciéndole.
Jack la escuchaba atentamente.
—Si le hago una generosa oferta a Brad McFeath por sus tierras, ¿la considerará?
—Podemos preguntárselo —respondió ella—. Pero McDuhl no se conformará porque las considera la
herencia de su hija, y está convencido que de que serán suyas pronto.
—Una hija que lo detesta, según lo has contado —le recordó Jack.
Arwen se tomó el té con sorbos suaves mientras pensaba en todo lo que tenía que hacer en Stennes.
Jack le preguntó sobre el sheriff de Invernes que era el hermano de Donald McDuhl, y Arwen le relató
lo indefenso que se habían sentido muchos granjeros cuando Donald los presionaba para comprarles las
cosechas tiradas de precio.
—Aquí van a cambiar muchas cosas —susurró Jack con la mirada perdida en un punto indeterminado de
la estancia.
Arwen sonrió sincera porque realmente necesitaban que cambiasen.
CAPÍTULO 17

Sarah estuvo llorando durante una hora al conocer la noticia, pero el joven Wallace se mostró
encantado. Él sí se había dado cuenta del enorme interés que su hermana le despertaba al forastero. Era
un adolescente, pero no tonto. Y estaba feliz por ella, pero también por Stennes, porque ahora podría
prosperar y ser la granja que fue en el pasado, aunque él nunca la había conocido así.
Cuando Sarah pudo controlar la emoción que la embargaba, decidió preparar una cena especial para
celebrar el momento. Jack y Arwen se marcharon toda la tarde para hacer visitas puntuales. Cuando horas
después regresaron a la casa, ambos traían una mirada satisfecha en el rostro. La visita al viejo Brad
McFeath había resultado muy provechosa, sobre todo porque su nieta Annie insistió para que le vendiera
las tierras a Jack FitzRoy. El hombre aceptó pensarlo, y Jack se sintió satisfecho.
Jack no podía llegar a imaginar, que si lograba comprar algo en esas tierras del norte, era gracias al
apellido Mackenzie. Él siempre sería un forastero entre escoceses, pero Arwen era muy querida entre los
vecinos. Cuando volvían a casa, Jack le confió a Arwen las reformas que pretendía hacer en Stennes, y le
preguntó dónde podría construir una pequeña bodega donde destilar la cebada para luego llevarla a
Birdwhistle que era mucho más grande. Jack pretendía copiar la idea de la bodega Halfenaked, porque
era mucho menos complicado transportar los toneles ya llenos que la cebada en gavillas. Y Arwen lo llevó
al molino viejo de Lochside porque el edificio estaba en buenas condiciones, y su propietario tenía
urgencia por venderlo. El hombre pedía un precio excesivo porque Jack era forastero, pero entonces
Arwen intervino, y el anciano lo rebajó a la mitad. Jack FitzRoy se convirtió en el flamante propietario de
un molino en ruinas, pero que sería muy importante para la bodega Birdwhistle.
Cuando Arwen subió a la alcoba que ahora compartiría con su esposo, vio la cantidad de ropa que su
doncella Gilda había desplegado por la cama para que ella escogiera el vestido que más le gustara.
Vestido con uno de ellos estaría igualada a Jack. Eligió uno de seda azul oscuro que resaltaba el oro de sus
cabellos. Por primera vez en años, Arwen disfrutó del baño, y de todas las atenciones que le dispensaba su
doncella, sobre todo de los dulces que había encargado Jack de la mejor pastelería de Edimburgo.
—Puedo acostumbrarme a esto… —dijo melancólica.
La doncella le recogió el largo cabello en un moño elaborado, y le prendió algunas perlas que ella
ignoraba que fueran auténticas.
—Mañana llegara de Invernes un sastre para su hermano —le dijo Gilda.
Arwen parpadeó sorprendida porque no había pensado en ello, y se sintió culpable. Su reciente esposo
estaba en todo.
Cuando estuvo lista y abrió la puerta para bajar, Jack la esperaba en el corredor. Estaba apoyado en la
pared, y vio un brillo de admiración en sus ojos.
—Estás preciosa —la aduló.
Arwen bajó la mirada hacia el vuelo de la falda de su vestido, y sonrió.
—Me siento una princesa con estas ropas.
Jack no quiso decirle que eran prendas sencillas, aunque tenía pensado encargar para ella un completo
vestuario de la mejor modista de París.
—Creo que Sarah se ha lucido con la cena de esta noche —le susurró cómplice al oído.
Juntos bajaron las escaleras, y, por unos instantes, Arwen pudo imaginar cómo podría quedar Stennes
bajo las reformas que quería emprender Jack. Su pecho se llenó de alivio porque descargar la
responsabilidad sobre los hombros de su esposo, la liberaba a ella de una carga muy pesada.
Cuando entraron al comedor, Wallace lucía sus mejores prendas: las que se ponía para asistir a misa y
en ocasiones especiales.
—Esta vajilla no pertenece a Stennes —comentó Arwen al ver los finos platos de porcelana con dibujos
florales.
—Me he tomado la libertad de traerlos de Kinnaird hasta que puedas elegir una que te guste.
Arwen sabía que no encontraría ninguna vajilla tan fina como esa en toda Escocia. Y como había
imaginado, Sarah se lució con la cena pues preparó unos platos dignos de un banquete real. Cuando
Wallace se retiró, y Jack tomaba café, Arwen le ofreció compartir un trago de whisky. El forastero sonrió, y
negó porque deseaba tener todos sus sentidos al máximo para disfrutar de una noche juntos. Ella ardió de
la cabeza a los pies al escucharlo, y a él le pareció muy romántico que ella se sonrojara de esa forma por
sus palabras.
Cuando una mujer que no conocía entró al comedor para retirar los cubiertos, Arwen la miró
sorprendida. Ignoraba que era la ayudante de Sarah, y que se encargaría de la limpieza. ¿Cuándo había
tomado Jack todas esas decisiones si no se había apartado de su lado durante todo el día? Entonces pensó
en Joseph, su ayuda de cámara. El hombre que siempre estaba atento a todas sus peticiones.
Finalmente se disculpó con Jack, y le pidió permiso para retirarse. Él le hizo un gesto con la cabeza
muy significativo. Cuando Arwen cruzó la puerta de su alcoba, Gilda la estaba esperando con un atuendo
de dormir que le provocó un estremecimiento. La tela era tan fina que no ocultaría nada de su cuerpo a la
vista de él. Sin embargo, no protestó cuando la doncella comenzó a desnudarla, a deshacerle el recogido
del cabello, y a vestirla con el finísimo camisón de encaja, que cubrió con una bata de seda.
Jack no llamó a la puerta, y como Arwen no estaba acostumbrada, se sobresaltó. El hombre despidió a
la doncella, y caminó hacia su esposa con paso firme. La tomó en brazos, y la llevó al lecho. Arwen no
pudo emitir ni una protesta porque la boca de él se apoderó de la suya inmediatamente. Ante la primera
caricia, Arwen abrió los ojos y lo miró. Deslizó un poco el brazo con que la tenía anclada a él, y colocó su
fuerte mano sobre la de su esposo que acariciaba su vientre de forma suave, lenta. La idea de hacerla
suya nuevamente lo excitó, y su miembro viril reaccionó con toda su potencia. Bajó un poco más la mano y
acarició el triangulo ente las piernas de ella con la yema de los dedos pero de forma muy dulce. El gemido
de placer de Arwen lo volvía loco. Se acercó más a ella.
Con un leve movimiento podría enterrarse en ese vientre aterciopelado.
—¿Me dolerá? —se atrevió a preguntarle.
Jack hizo un gesto negativo con la cabeza.
—Eres una escocesa fuerte —le susurró al oído.
Le acarició la pierna y la elevó un tanto para facilitarse la entrada, y, de un certero empujón, se enterró
profundamente en el interior cálido y que tanto le gustaba. Ella gritó, no pudo evitarlo, pero más por la
sorpresa que por la leve molestia que sintió en sus entrañas. Se movió un tanto para acomodarse a él,
pero lo único que consiguió fue que los dedos de él se enterrasen entre sus pliegues, y el miembro se
hundiese más en ella.
Su humedad empapaba su miembro, y la apretada funda en la que estaba enterrado, se cernía a su
alrededor como una vaina a su espada. Movió sus caderas hacia atrás, y casi salió por completo de su
cuerpo, un segundo después, se lanzó de nuevo al interior cálido que lo reclamaba.
Jack rodó con ella en brazos, y la dejó encima de él.
La mujer volvió a emitir un pequeño gritito cuando él se enterró nueva y profundamente en ella. La
aferró por la cintura, y, sin salir de su interior, le ordenó que apoyase las rodillas sobre el colchón. Arwen
así lo hizo. Sintió como él con su propia rodilla la hacía separar más sus muslos. La acarició y subió la
mano hasta la curva de su cintura. Le acarició la espalda, y, cuando llegó a su nuca, la empujó levemente
hacia el él de forma que la cabeza casi tocaba su propia frente.
La devoró en un beso largo, profundo, erótico.
Jack estaba totalmente fuera de control.
Lo único que quería era un sexo dulce y lento, y lo que conseguía era la mejor batalla sexual de la que
había disfrutado en su vida. Incrementó el ritmo. Salía totalmente de ella para luego lanzarse sin ningún
tipo de pudor en su interior con fuertes embestidas. Sus dedos estaban húmedos en el sexo de su mujer.
Acariciaba sin ningún tipo de pudor la perla rosada mientras seguía entrando y saliendo de su cuerpo con
toda la pasión que jamás pensó que podría tener, y lo que más le impulsaba era que ella no protestaba. Lo
seguía en el ritmo, en el deseo, ¿qué hombre podría pedir más?
Sus jadeos y gritos le indicaban que disfrutaba tanto o más que él.
Arwen pensó que no podría aguantar mucho más. La estaba destrozando, pero por alguna razón que no
entendía, quería más. Cerró los puños sobre las mantas, y, cuando una oleada de calor líquido la inundó,
gritó con lascivia. La firmeza del miembro de su marido la taladraba. Alzó levemente un poco más las
caderas, y sintió como la llenaba.
Estalló en miles de pedazos cuando él se derramó en su interior.
Y él lo sintió. Las paredes de aquella funda se cerraron fuertemente a su alrededor y lo exprimieron en
suaves oleadas que ya no pudo soportar. Se hundió por última vez en ese vientre que ya era suyo, y se
derramó en su interior con un gemido ahogado. Momentos después salió de ella, y, cuando se apartó,
Arwen cayó laxa sobre el mullido colchón. Él se posicionó tras ella, y la abrazó muy fuerte, como si
temiera que se fugara.
—Ha sido maravilloso —rezongó ella con los ojos cerrados.
Jack sonrió al escucharla.
—Mañana, más…
CAPÍTULO 18

No se podía vivir en Stennes debido a las reformas, y por eso Jack decidió mudarse a Kinnaird durante
el tiempo que durasen. Sarah había declinado marcharse con ellos pues creía que era más necesaria en la
granja para controlarlo todo. Sin embargo, Wallace aceptó encantado porque nunca había estado en
Edimburgo. Su enfermedad había reducido sus movimientos salvo Stennes y alrededores. Era un
muchacho que se moría por ver y conocer el mundo.
Durante el viaje, lo observó todo con gran entusiasmo, y no paró de hablar y preguntar. Arwen creía
que Jack se molestaría, pero el forastero tenía una infinita paciencia, y mostraba que le gustaba compartir
los conocimientos que poseía. Kinnaird le pareció a Wallace un palacio, y las estancias privadas que
habían sido destinadas a él, le encantaron. Todo destilaba lujo y elegancia. Admiró la librea del
mayordomo, y la de los sirvientes. Suspiró por los finos y caros muebles, así como el entelado de seda las
paredes, y las arañas del techo.
Arwen se sintió sofocada porque viendo el entusiasmo de su hermano, supo cuánta había sido su
necesidad. Pero una vez que llegaron a Kinnaird, apenas tuvieron tiempo para nada. Un sastre llegó por la
mañana para tomar las medidas de Wallace, y para ella llegaron ingente cantidad de vestuario y todo lujo
de acompañamientos. Ella no era una mujer presumida, pero admitía que las sedas y brocados eran
excepcionales. Ahora sí podría estar a la altura de la elegancia de Jack.
La primera noche de estancia en Kinnaird, Jack los llevó al mejor restaurante de Edimburgo donde
degustaron los mejores haggis de toda Escocia. Y ya de regreso en la casa, y encerrados en la alcoba que
compartían, Jack volvió a amarla de forma completa y absoluta. A ella no le importaba dejarse querer
porque le gustaba todo lo que él le proponía. Juntos llegaron a la cúspide del placer varias veces durante
esa larga noche. Arwen se sentía la mujer más tranquila de las Tierras Altas. Atrás habían quedado las
penurias, los desvelos, ahora pensaba dedicarse a disfrutar la vida junto a Jack, el hombre que había
logrado el milagro.

Visitar la bodega fue lo más increíble que había hecho Arwen en los últimos años, sobre todo porque
nunca había estado en el interior de una bodega tan prestigiosa como Birdwhistle, y ver el proceso de
elaboración del whisky le aceleró el pulso pues era un evento totalmente masculino. Pocas mujeres
lograban entrar en esos dominios, y ella se consideró afortunada.
El cereal ya había sido malteado. El encargado había tratado de obtener de la cebada la mayor cantidad
de almidón posible para que se transformara en azúcar que era lo que producía el alcohol.
Arwen escuchó la explicación paciente del encargado a pesar de que ella ya conocía todos esos
detalles. El hombre, que se sentía orgulloso de conocer tanto sobre la elaboración del whisky, seguía
explicándole que el grano de cebada había sido sumergido en agua durante tres días para lograr que
absorbiera un 45% de humedad, de esa forma se había activado la germinación. Jack mencionó que lo
habían dejado sumergido un total de 5 días, hasta que el grano se había abierto. Si el grano no fuera tan
bueno, habría necesitado más tiempo, remarcó el forastero.
Ella le dedicó una sonrisa tierna, y se sintió orgullosa porque era un reconocimiento a sus tierras que
producían el mejor cereal del mundo. Como al encargado no le gustaba que lo interrumpiesen, ni aunque
fuera el propio dueño de la bodega, carraspeó varias veces, y, cuando obtuvo la atención deseada,
continúo con su explicación.
El grano germinado se había secado en unos hornos conocidos como Kiln, en los que se había utilizado
aire caliente quemando madera. El tiempo de secado había durado un día completo. Ella le preguntó al
encargado por qué motivo no habían utilizado carbón o turba, y Jack había sonreído. Habían utilizado una
madera determinada con la intención de crear un humo específico. Estaba claro para ella que de esa
forma lograban el grado de ahumado anhelado. El encargado continuó, pero en esta ocasión un poco más
impaciente.
Al final del proceso de secado el grano conservaba una humedad final que oscilaba entre el 4% y el 6%,
y finalmente se había almacenado en contenedores hasta que la malta estuviera fría. En ese momento se
estaba procediendo a la molienda.
El grist, que era como se llamaba en la bodega a la cebada malteada y molida, se empastaba en
los mash tun, donde una parte del grist se mezclaba con cuatro partes de agua para obtener el wort.
Entonces la mezcla se calentaba hasta alcanzar los 65º durante unos 20 minutos. Después se separaba el
líquido de los restos sólidos.
Arwen se inclinó sobre el mash tun para escuchar mejor el movimiento.
Jack la tomó por la cintura y la separó un poco. Ella parpadeó porque no creía que hubiese peligro
alguno. El encargado, ignorante de las miradas y carantoñas que se hacían ambos esposos, continuó su
explicación almibarada. Se había realizado el proceso hasta tres veces. El mosto obtenido fue enviado a
los tanques de fermentación donde se le añadió la levadura para transformar los azúcares en alcohol.
—¿Cuánto lo destilaréis? —le preguntó al encargado aunque ella conocía la respuesta.
Se sentía en ese momento como una turista, quizás francesa o italiana donde se conocía tan poco sobre
el whisky.
—Lo haremos cuando haya alcanzado la suficiente concentración de alcohol —respondió Jack por el
encargado.
Una vez que llegaron a la sala de los alambiques, Arwen pestañeó curiosa.
—Nunca había visto tantos alambiques —casi susurró.
—Las diferentes formas de los alambiques determinarán gran parte de los aromas y sabores propios de
Birdwhistle —explicó Jack.
El encargado hizo un gesto afirmativo con la cabeza.
—¿Sabías que El líquido obtenido en la última destilación es separado en tres partes? —le preguntó
Jack creyendo que ella lo desconocía.
Arwen se mostraba en verdad interesada por el proceso de elaboración, y era un verdadero deleite
contemplarla cómo lo observaba todo.
—Sí —respondió sin mirarlo—. Un parte es la cabeza, que es el que contiene el alcohol más volátil.
Segundo el corazón, que contiene el alcohol que se va a añejar, y por último la cola, que contiene los
restos que pueden arruinar el whisky.
Jack terminó por aplaudirla. Arwen no solo disfrutaba la visita, sino que entendía todo el proceso
mucho mejor que la mayoría de hombres que él conocía.
—En Halfenaked la cabeza y la cola se mezclan con el próximo low wines a destilar —le informó ella.
Jack parpadeó incrédulo. ¿Cómo conocía ella ese detalle secreto? De repente, Arwen se fijó en los
toneles.
—Han sido traídos desde España —le explicó Jack sin que ella le preguntara.
—Pero no son nuevas —afirmó ella mientras pasaba la mano por una barrica vacía, y de un tamaño
medio.
—Es cierto, pero añejarán el mejor whisky de Escocia —concluyó él.
El encargado dio la visita por concluida porque tenía claro que la mujer estaba más pendiente del
esposo, que de sus explicaciones. Los vio alejarse entre risas, y soltó un suspiro impaciente.
Esa añada iba a ser de las mejores de la bodega porque el grano era excepcional. Que la cosecha
Stennes hubiese terminado en Birdwhistle iba a marcar un antes y un después en la región. Halfenaked lo
iba a tener más complicado porque había tenido que recurrir a cereal de las Lowlands debido a que Donal
McDuhl había acaparado casi la totalidad de la cebada de las Tierras Altas. Competir con sus mezclas no
les iba a suponer ningún esfuerzo porque Birdwhistle elaboraba el mejor whisky de Escocia.

CAPÍTULO 19

Arwen llegó a creer que el asunto McDuhl había concluido con la boda de ella con el forastero, pero se
había equivocado. El sheriff de Invernes y hermano del susodicho, seguía removiendo la suciedad en las
altas esferas para lograr la detención de Jack, o como mínimo que lo deportaran a Nueva Gales del Sur.
Habían pasado varias semanas desde la boda de ambos, pero Donald era muy vengativo, y tenía planes
que ejecutar. Si McDuhl lograba que echaran de Escocia al forastero, el siguiente paso sería lograr que el
matrimonio de ella fuese declarado nulo, y entonces la partida volvería a empezar.
—Estás muy callada —le dijo Jack mientras la ayudaba a cruzar la calle hacia Princes Street Gardens,
el parque más importante del centro de Edimburgo. Los jardines tenían unas dimensiones considerables, y
estaban divididos en dos partes.
—Estaba pensando en lo feliz que está Wallace desde que llegamos a Edimburgo.
Jack evitó que un carruaje salpicara de barro la capa de ella, que se lo agradeció con un gesto.
—Es un muchacho joven y fuerte —le dijo Jack—. Y el aire de esta ciudad parece que le ha sentado bien.
El aire, los buenos alimentos, la compañía… se dijo ella.
—Wallace no parece el mismo —afirmó sin un pestañeo.
—Le hacía falta un poco de distracción para no pensar continuamente en su enfermedad.
Arwen se quedó pensativa. Su hermano seguía tomando los medicamentos que le había recetado el
doctor, y aunque no había mejora, tampoco empeoraban los síntomas. Sin embargo, el color parecía que
había vuelto al rostro del joven, también, que pronto ingresaría en internado más importante y selecto de
Inglaterra para prepararse. Ella había protestado porque no deseaba que estudiara tan lejos, pero Jack la
había convencido. Cuando mencionó el internado, ella se había opuesto, pero Wallace necesitaba ponerse
a la altura del resto de estudiantes, y no lo haría en el mismo colegio. Todas y cada una de las razones que
había esgrimido Jack para convencerla, eran ciertas, y ella se rindió a la lógica.
—Lo voy a echar de menos.
Jack detuvo los pasos, se giró un tercio hacia ella y la miró con un brillo en sus ojos.
—Podrás ir a verlo cada vez que lo desees —le dijo muy serio.
Ella soltó un suspiro largo.
—Inglaterra está tan lejos.
Jack soltó un risotada, y reanudó la marcha. Habían dejado la vía principal, y se habían internado en un
camino secundario.
—Nueva Gales del Sur está lejos, querida —respondió él—. Inglaterra en comparación es como ir a la
esquina de al lado.
Arwen le dio un pequeño codazo porque se estaba riendo de ella.
—¿Te gustaría regresar a Stennes? —le preguntó dudosa.
Jack seguía con la mirada al frente. Querían llegar a la fuente Ross pues era el lugar más emblemático
del parque.
—¿Te has cansado ya de Edimburgo?
No, Arwen no se había cansado, pero Jack pasaba mucho tiempo en la bodega. Que no estuviera cerca
de Edimburgo lo consideró un inconveniente, porque a ella le gustaría mucho acompañarlo.
—Hay que prepara las tierras para la próxima siembra —le dijo en voz baja.
—He contratado hombres cualificados para que se ocupen de todo —contestó él un poco preocupado
por el tono de ella.
Arwen soltó un pequeño suspiro.
—Es que deseo ver cómo ha quedado Stennes —confesó sincera.
Jack la detuvo muy cerca de la fuente. Como el día había amanecido nublado, no había mucha gente
paseando como ellos. Habían dejado la calesa y se habían decidido a caminar.
—Ya falta muy poco —respondió Jack que se quedó mirando un pájaro que sobrevolaba la cabeza de
ellos.
De repente sonó un disparo que los sobresalto a ambos. En el parque no se podía cazar. Arwen giró
sobre sí misma para determinar de dónde había salido el ruido, pero Jack se apoyó en ella de forma tan
brusca que casi la derriba.
—¡Arwen! —lo oyó exclamar.
Ella se giró hacia él, y entonces vio la mancha carmesí en su camisa blanca. El disparo lo había
alcanzado. Jack dobló las piernas y cayó sobre sus rodillas, unos segundos después se desvaneció. Arwen
se encontró gritando como una loca para obtener ayuda, y hasta que una pareja se detuvo junto a ellos,
pasó los momentos más duros y difíciles de su vida. Jack parecía muerto, Jack debía de estar muerto
porque la mancha roja de sangre cubría la parte derecha de su pecho, justo a la altura del corazón.

Arwen nunca había pasado tanto miedo. Ni cuando intentó forzarla por segunda vez Donald McDuhl.
Temía por la vida de Jack. Rezaba para que no muriese. Con él había alcanzado la felicidad, y con su
muerte podía perderla. Hasta ese momento, ella no se había percatado de cuánto lo amaba. Era el hombre
de su vida.
Mientras esperaba a que el doctor terminase de atender a Jack, ella iba muriendo poco a poco.
Sentía un dolor en el vientre que la dejaba paralizada. Se levantó del sillón dando tumbos. Sentía que
su corazón quería salir de su cuerpo a través de la boca. Estaba a punto de desmayarse, y no podía evitar
aferrarse a la mínima esperanza que todavía albergaba.
Dios, se moría.
Un grito la sobresaltó. Provenía de arriba. Se giró lo más rápido que pudo y emprendió la subida a la
planta alta a la velocidad del rayo.
¿Por qué demonios el doctor la había dejado fuera de la alcoba de ambos? No había sido el doctor sino
Joseph, el ayuda de cámara de Jack. Su corazón saltó dentro de su pecho y voló hacia la alcoba. Con
ímpetu abrió la puerta, y vio a su esposo con los ojos abiertos. No pudo contener el llanto ni dejar de
mirarlo con el alma en vilo. Había creído que estaba muerto, y el dolor había sido lo más horrendo que
había pasado en su vida. A través de una espesa nube, Arwen llegó a la cama, y allí se desmoronó sobre el
colchón. Enterró la cabeza en la almohada, cerró los ojos, y lloró. Y lloró tanto que se quedó rendida y sin
fuerzas.
—Pensé que te había perdido —susurró entre lágrimas.
Arwen sintió la mano de él sobre su cabeza.
—Ni la muerte podría separarme de ti —lo escuchó decir.
Ella alzó entonces la cabeza, y miró esos ojos amados con los suyos cuajados en lágrimas.
—Pues casi lo consigue —apuntó el doctor que ya se bajaba las mangas de la camisa.
Jack suspiró agotado.
—¿Cómo está Wallace? —le preguntó el esposo.
Arwen lloró más fuerte. Jack casi pierde la vida, y se preocupaba por el estado de ánimo de su
hermano.
—Muy asustado —respondió queda—. Tardé una eternidad en encontrar ayuda para traerte a casa, y
otra eternidad para que viniera el doctor —le confesó tragando con fuerza—. En estas horas he perdido
años de vida.
Jack le acarició el rostro. Ella pudo ver su gesto de dolor, y el corazón amenazó con salirse del pecho.
—Lady FitzRoy —le dijo el doctor—. Debe dejar que su esposo se recupere.
A ella se le había pasado por alto el título que el doctor le había dado. No apartaba la mirada del cuerpo
tendido en la cama. Jack estaba pálido, pero respiraba.
—¿De verdad piensa que voy a apartarme de aquí? —respondió tomando el control de la situación.
Mientras ignoraba si él vivía o estaba muerto, se había quedado paralizada, por eso Joseph la había
podido sacar de la alcoba, pero, ya, no. Su esposo vivía, y ella se aseguraría de que lo hiciera. Se
reincorporó del lecho, y se giró hacia el ayuda de cámara de su esposo.
—Deseo que localices al hombre que disparó, porque me importa poco que haya sido accidental, pienso
hacer que pague su negligencia.
Jack cerró los ojos.
—Ya me he ocupado de ello —aseguró Joseph.
Arwen se quedó sorprendida. ¿Cuándo se había ocupado del asunto si no se había movido de la alcoba
de su marido? Lo miró atentamente, y entonces comprendió. ¡No había sido un accidente! La inmensidad
de lo que pensaba le aceleró el pulso de miedo, y le contrajo el estómago hasta reducirlo a un nudo.
Alguien quería ver a su esposo muerto, y no tuvo que sumar mucho.
—¡Maldito Donald McDuhl! ¡Yo misma lo mataré!
Arwen giró sobre sí misma y comenzó a salir de la estancia. Para todos quedó clara su intención.
La mirada de Jack sobre su hombre de confianza fue demasiado elocuente. Apenas podía hablar ni
moverse, pero no le hacía falta para que el otro lo entendiera. Joseph alcanzó a la señora antes de que
tomara el picaporte de la puerta, la sujetó por los brazos, y ella lo miró espantada.
—¿Qué demonios haces?
—Evitar un desastre.
Ella se revolvió con fuerza.
—¡Que me sueltes, joder! —le gritó.
Jack soltó un risotada seguida de una exclamación de dolor. Si se movía, agonizaba.
—Doctor, ayúdela a tranquilizarse —le pidió apenas con un hilo de voz.
Lo siguiente que sintió Arwen fue un pañuelo impregnado en algo que le desagradó por completo.
Apenas podía respirar porque Joseph la tenía bien sujeta, y el doctor le impedía que moviera la cabeza
hacia un lado o hacia otro para tomar aire. Se le fueron cerrando los ojos, y finalmente quedó laxa en los
brazos del hombre de confianza de su marido.
CAPÍTULO 20

Cuando abrió los ojos, se encontró con otros que no conocía. Arwen parpadeó confusa y también
desorientada.
—No se mueva —le ordenó el desconocido—. Le han administrado demasiado cloroformo y por eso está
mareada.
La mujer cerró los ojos y soltó un suspiro. Quería hablar, pero tenía la boca pastosa. El hombre la tomó
de la muñeca, y comprobó su pulso que lo tenía acelerado.
—¿Quién te iba a decir, Robert, que nada más desembarcar ya estarías ejerciendo de matasanos? —se
burló otro hombre con un acento igual que el de Jack.
Arwen abrió los ojos y los clavó en la alta figura que estaba situada junto a la ventana. Ella se
encontraba recostada en el sofá del gran salón. Sin escuchar la recomendación del hombre bien vestido,
se reincorporó y quedó sentada.
—¿Se encuentra bien? —le preguntó el extraño hombre vestido de una forma que nunca había visto.
Los pantalones eran de piel marrón, la camisa roja, y el chaleco, que lo llevaba abierto, también era de
piel, pero de una piel muy rara. Llevaba un sombrero de ala ancha, y un cuchillo enfundado ajustado al
muslo.
—¿Quiénes son? —pudo preguntarles al fin.
—Mi nombre es Robert Emmet —respondió el que iba vestido de forma impecable.
—Y el mío es Claud Dalton, somos viejos amigos de Jack.
¿Decían la verdad? Se preguntó Arwen. ¿Por qué motivo Jack no le había dicho que tenía amigos tan
extraños? Estaba claro que ninguno de los dos era escocés porque tenían el mismo acento que su esposo.
—Acabamos de llegar desde Nueva Gales del Sur —le explicó Emmet paciente—. Desembarcamos hace
unos días en Dover, y allí volvimos a embarcar en el Clearances que nos ha traído hasta Edimburgo.
Ese era el barco de línea de Inglaterra a Escocia.
—¿Desde Nueva Gales del Sur? —preguntó todavía sorprendida.
La puerta del salón se abrió, y Joseph entró con una media sonrisa: la primera que Arwen le veía en el
rostro desde que lo conocía.
—Jack os espera —les informó a los dos hombres.
Arwen se levantó un poco titubeante, y comenzó a caminar hacia Joseph con intenciones poco claras.
Cuando llegó hasta él le soltó un bofetón que sonó como disparo.
—¡Desgraciado! —lo insultó.
Recordaba perfectamente que la había sujetado para que el doctor la drogara. Todavía sufría las
consecuencias del cloroformo que había inhalado.
—Vuelve a sujetarme otra vez sin mi permiso, y te arrancaré los testículos —lo amenazó.
Tanto Robert como Claud miraron a la mujer con sorpresa por su estallido, pero se mantuvieron en
silencio.
—Señores —les dijo a ambos—. Hablaré primero con mi esposo, y después decidiré si puede recibir
visitas.
Salió del salón con paso firme, y sin mirar atrás. Los dejó a los tres con la boca abierta.
Jack estaba despierto, pero estaba claro que la herida de bala le dolía porque tenía el ceño contraído.
—Ha llegado visita a Kinnaird —le informó sentándose con cuidado en la orilla del lecho—. Dicen que
son viejos amigos tuyos.
—Lo sé —respondió él con cierta dificultad—. Los esperaba hace días.
Arwen entrecerró los ojos.
—¿Por qué no me dijiste nada sobre su llegada? —le preguntó con cierta duda.
Jack la miró directo. Tenía los ojos brillantes, y el rostro enrojecido. Estaba claro que comenzaba a
tener fiebre.
—Porque necesito la ayuda de ellos para resolver un asunto inconcluso y que no pienso demorar más
tiempo —el hombre se tocó la herida vendada del pecho.
—Tu herida la ha provocado McDuhl —respondió sintiéndose culpable.
Jack la sujetó de la mano y se la apretó con ternura.
—Está claro que un hombre sin escrúpulos como él, no iba a conformarse con la pérdida de las tierras
Mackenzie, pero alguien debe pararle los pies, y yo voy a ser ese hombre.
Lo oía hablar y su corazón se aceleraba. Cuando lo había visto caer en el parque, sintió un miedo real.
—Me asusté mucho cuando creía que habías muerto. —Jack cerró los ojos durante un instante—. Y
debemos acusarlo ante la justicia para que lo apresen.
Jack no lo veía factible. Él había acudido al sheriff de Edimburgo, al de Invernes, e incluso había
acudido a Inglaterra para solventar el tema de Donald McDuhl, pero la justicia británica no actuaba con la
celeridad que él reclama, y ya se había cansado de esperar.
—Nadie en estas tierras moverá un dedo para ayudarme —confesó resignado—. Esas fueron tus
palabras.
Arwen ya lo sabía. En todos esos meses en los que había sufrido robos y sabotajes, ni el sheriff ni el
gobernador habían hecho nada.
—Me preocupa que te saltes la ley por un hombre que no vale ni la tierra que adhiere a tus botas —
confesó ella en voz baja.
Jack sintió deseos de reír. A su esposa le preocupaba que él se saltara la ley, ¿y qué pensaba de que se
la saltara Donald McDuhl?
—Me gustaría hablar con Robert y Claud —le dijo girando el rostro hacia la puerta.
Arwen lo veía al punto de la extenuación.
—Deberías descansar —le aconsejó.
—Es lo que haré los próximos días, pero ahora tengo asuntos importantes que tratar con ellos, y deseo
verlos ahora.
Arwen se mordió ligeramente el labio inferior, aunque terminó aceptando.
—No te excedas, por favor.
Jack le sonrió de medio lado. Estaba claro que la herida le dolía bastante porque se había esfumado de
su cuerpo el sentido del humor.
—Gracias por tu preocupación, Arwen —le dijo sincero.
Ella suspiró profundamente, y se encaminó hacia la puerta. Salió en silencio, y Jack cerró los ojos
cuando se quedó a solas.
Arwen ni se imaginaba el momento delicado que pasaba él, pues la bala no le había atravesado el
corazón de puro milagro. Estaba decidido a llegar al fondo del asunto, y lo más primordial, a terminar con
todo. Donald McDuhl no podía seguir haciendo y deshaciendo a su antojo. Había cruzado varias líneas que
un hombre decente no podía rebasar, y él se había cansado de mostrarse razonable, incluso estúpido,
porque tenía que haber puesto remedio a la situación mucho tiempo atrás.
La entrada de Robert y Claud en la alcoba, lo trajo de nuevo al presente. Miró a sus dos mejores
amigos, y un sentimiento de afecto y quietud se instaló en su pecho. Durante varios minutos soportó las
bromas cínicas de Claud, después la preocupación excesiva de Robert, pero tenerlos cerca significaba
ayuda y apoyo. ¿Cuánto tiempo hacia que no se sentía así de relajado? Mas de un año. Desde que había
puesto un pie en la maldita Escocia.
—¡¿Casado!? —exclamó Robert que no podía dejar de mirarlo—. ¿De verdad te has puesto la soga al
cuello de forma voluntaria?
—Podría ser más fea —replicó Claud que tomó asiento en el sillón de piel junto a la ventana—, pero se
ve voluntariosa.
A Claud siempre le gustaba posicionarse cerca de una vía de escape, y una ventana lo era.
—Es lo que tiene vivir en las Tierras Altas de Escocia, que te atrapa por completo —respondió sincero.
Los dos amigos alzaron sendas cejas y lo miraron con burla.
—Pues la exuberante pelirroja a la que te empeñaste en perseguir, ha cambiado considerablemente —
se burló Robert que optó por sentarse en el borde del colchón.
Jack terminó por soltar una risotada, aunque maldijo un segundo después: le dolía el pecho a rabiar.
—Y no se llama Heaven sino Arwen —ironizó Claud que había cruzado una pierna sobre la otra en
actitud despreocupada.
—Parece mentira que tenga que soportar vuestras pullas —replicó de forma amarga.
Robert le palmeó el muslo con una mueca sarcástica.
—Para eso nos has llamado, ¿no es cierto?, para que te recordemos todas las insensateces que cometes
a diario cuando estás lejos de nosotros —apuntó el doctor con chanza.
—A ti te he llamado para que medies en un asunto —le dijo al cazador de cocodrilos—. Y a ti para que
atiendas a un joven enfermo.
Los dos amigos rechinaron a la vez.
—¿Y me has hecho venir desde Nueva Gales del Sur para auscultar a un paciente? —le preguntó Robert
con cara de guasa—. ¿No hay médicos en Escocia?
Jack terminó resoplando. Esos dos lo volvían loco con sus comentarios, sobre todo cuando lo hacían
fuera de lugar.
—Casi me matan —les recordó a ambos.
Claud silbó de esa forma aguda como solo él sabía hacer.
—Seguramente te lo merecerías —contestó con humor.
—Apuesto a que sí —remató el otro—, pero nadie tiene permiso para liquidarte salvo nosotros —
terminó Robert con una sonrisa de oreja a oreja.
Jack guardó varios minutos de silencio, y los dos amigos entendieron que el asunto era muy serio a
pesar de las bromas que compartían.
—¿Cuándo deseas que parta hacia Stennes? —le preguntó el cazador que se había levantado del sillón.
Jack soltó un suspiro pesado. Ya les había explicado a ambos por mensaje lo que pretendía de ellos.
—McDuhl es un hombre peligroso.
Claud hizo un gesto afirmativo.
—Un cobarde —lo rectificó el amigo—. ¿Qué hombre se esconde entre los arbustos para cometer una
fechoría? —le preguntó aunque sin esperar una respuesta.
—Deberías regresar a Nueva Gales del Sur —sugirió Robert serio—. Esto no es territorio para nosotros.
A Jack le costaba responder porque cada inspiración le suponía un suplicio. La herida del pecho la
sentía como si le hubieran volcado en el interior un brasero de ascuas ardientes.
—Deseo que hagas algunas averiguaciones sobre McDuhl, sus hombres, y cómo ha conseguido las
tierras colindantes con Stennes —le pidió a Claud sin un parpadeo—. Y tú —le dijo entonces a Robert—,
tienes que examinar al hermano menor de mi esposa, porque creo que su enfermedad es demasiado
conveniente para alguien, y, si mis sospechas son ciertas, deseo saber quién se beneficia.
—¿Dónde puedo obtener una montura? —le pidió el cazador a Jack.
—En las cuadras de Kinnaird hay muy buenos sementales —respondió tratando de reincorporarse un
poco. Robert lo ayudó—. Escoge el que mejor te guste —le ofreció—. Joseph puede acompañarte en tus
pesquisas —le sugirió.
Claud negó con la cabeza una sola vez.
—Me desenvuelvo mejor solo.
—No conoces el territorio —afirmó el herido sin un parpadeo.
—¿Desde cuándo necesito conocer el territorio? —preguntó el otro ofendido.
Jack ladeó la cabeza hacia la derecha.
—Esto no es Nueva Gales del Sur —le indicó certero.
El cazador terminó por sonreír de oreja a oreja.
—¿Tratas de decirme que no encontraré cocodrilos para cazar? —le preguntó con humor.
Jack soltó un suspiro frustrado. Robert y Claud eran los mejores amigos del mundo, pero también los
más irreverentes, porfiados, y buenas personas que conocía.
—¡Dios mío, cuánto os he echado de menos! —exclamó al fin.
CAPÍTULO 21

Había pasado una semana desde que Jack había sufrido el disparo en el parque. Arwen se deshacía en
atenciones para que estuviera cómodo. Apenas abría la boca, ella se apresuraba a complacerlo. Y como
Jack no podía visitar la bodega ni controlar la elaboración del whisky, ella se encargó de hacerlo. Al
encargado no le gustó mucho que ella curioseara por las estancias, ni que le hiciera preguntas, y mucho
menos que le ofreciera sugerencias. Pero Arwen le dejó bien claro que también era dueña de Birdwhistle
a raíz de su matrimonio con Jack FitzRoy, y pensaba hacer todo lo que estuviera en su mano para que todo
funcionara mejor. A la segunda discusión que mantuvo con el encargado, Arwen lo amenazó con
despedirlo.
Cuando regresó a Kinnaird, era la hora del almuerzo. Junto a Jack estaba el doctor educado. Ambos
solían mantener largas conversaciones sobre los temas más variados. Cuando al tercer día de la llegada
de Robert, Jack le preguntó si le permitiría examinar a Wallace, ella lo miró sorprendida, pero no se
opuso. La parecía una buena idea obtener una segunda opinión, porque quizás en Nueva Gales del Sur
existían remedios que no habían llegado todavía a Escocia.
Quizás su hermano podría beneficiarse de ellos.
Cuando saludó a su esposo de forma afectuosa. Recibió una sonrisa de las que derretían el corazón.
Jack estaba más serio que nunca, pero más comunicativo. Les dijo a ambos hombres que subía para
refrescarse un poco, pero que bajaría tan rápido que apenas les daría tiempo a pestañear. Robert se
levantó del sillón, pero no le permitió a Jack que se levantara de la silla de ruedas. Arwen lo escucho
maldecir y soltarle que no era un inválido. Cuando Jack quiso levantarse del lecho, Robert le había dado a
elegir: o silla de ruedas hasta que se recuperara lo suficiente, o cama de forma indefinida.
Pero Arwen ya no escuchó la discusión de ambos hombres porque corría escaleras arriba para tardar lo
mínimo imprescindible.
Jack y Robert observaron la partida de ella en silencio.
—Tienes que decírselo —le dijo Robert sin apartar la mirada de la puerta abierta.
Jack soltó un suspiro largo.
—Cuando lo sepa, querrá hacer algo drástico —contestó Jack—, y yo no estoy en posición de
impedírselo.
Robert se giró hacia él, y caminó de nuevo hacia el sillón.
—Estaría en su derecho —afirmó el amigo.
Jack temía mucho la reacción de Arwen cuando supiera que el médico que había estado tratando a su
hermano, lo había estado envenenando con arsénico. Además de su elevadísima toxicidad, era insípido y
presentaba un cierto olor a almendras, cualidad que permitía mezclarlo con medicamentos, e ingerirlo sin
levantar la más leve sospecha en la víctima.
—¿Te he contado que cuando el tal McDuhl envió a uno de sus secuaces a incendiar el cereal, Arwen se
armó con una escopeta y le disparó al hombre? No lo mató porque los dos estuvimos tomando whisky
hasta muy tarde, y le tembló el pulso.
Los ojos de Robert brillaron al conocer esos detalles. Estaba claro que la esposa de Jack era una mujer
de armas tomar, aunque todavía no se había formado una opinión completa sobre ella.
—¿Cómo no lo sospechó nadie? —preguntó Jack en voz baja, pero Robert lo había oído—. Ni el padre, ni
la madre…
—El envenenamiento por arsénico es de difícil diagnóstico ya que no resultaba difícil camuflarlo —le
informó el doctor.
—Tengo que hablar con el médico que lo ha tratado desde niño —apuntó Jack tratando de mover las
ruedas de la silla para posicionarse frente a la ventana.
—Tienes que sacarle las vísceras a ese asesino de niños —lo corrigió el doctor.
Jack apretó los labios hasta reducirlos a una línea blanca.
—Lo haré cuando descubra por qué motivo ha estado envenenando a un inocente que no ha hecho nada
malo —susurró con ira—. Tengo que descubrir quién se benéfica de su muerte…
—¿El cretino McDuhl?
Sí, Jack estaba convencido de que el escocés estaba detrás de todo, pero tenía que asegurarse, aunque
no pudo responder porque Arwen hizo su entrada en ese momento.
Se había cambiado de vestido y retocado el cabello. Estaba hermosa, pletórica, y él deseaba hacerle el
amor como un loco. Llevaba más de una semana sin tocarla, sin saciarse de ella, y le estaba pasando
factura.
—¿Puedes creerte que he vuelto a discutir con el encargado? —le dijo ella.
A Jack no le sorprendía conocer esa noticia. Los escoceses eran tan cerrados en sus costumbres y
normas, que parecía que seguían anclados en el pasado. Escocia no avanzaba por culpa de los propios
escoceses.
—Imagino que le habrás dejado claro que desobedecer una orden tuya equivale a desobedecer una mía
—le dijo Jack admirándola.
Arwen se movía con gracia, con innata sensualidad, y Jack fue consciente cuando vio que Robert
también la admiraba.
—Sé más sobre whisky que muchos hombres de aquí —confesó ella—, y soy la primera en querer que el
whisky de este año sea excepcional.
El mayordomo trajo una bandeja con champán, y les informó que el almuerzo estaba listo. Arwen miró
con sorpresa el descorche, ¿celebraban algo y ella no lo sabía?
—Tengo algo interesante que contarte —le dijo Jack de pronto.
Ella lo miró parpadeando con interés.
—Estoy escuchando.
Jack se tomó su tiempo en tenderle una copa de champán. Robert tomó la suya.
—He descubierto que la compraventa de las tierras de Duff, Bowie, y Ruadh, no se han hecho de forma
legal. Los documentos son falsos, y los pagos irrisorios.
Arwen sintió deseos de llevarse la mano a la boca. Las tierras de Duff, Bowie y Ruadh colindaban con
las suyas, y McDuhl las había adquirido el invierno pasado.
—¿Qué vamos a hacer? —preguntó interesada.
Jack estaba tramitando con el banco que fueran devueltas a sus respectivos dueños. Los pagares eran
ilegales porque la documentación aportada por McDuhl había sido falsa. Si él no hubiera indagado, nada
se habría descubierto.
—También compró con falsos ardides y trampas las tierras de Dow y Bain —continuó informándole.
A Arwen ya no le sorprendía nada. Desde que sabía de lo que era capaz el escocés, nada de lo que
hiciera la pasmaba.
—¿Cómo has descubierto todo eso? —le preguntó.
—Claud Dalton no solo es el mejor cazador de Nueva Gales del Sur.
Ella entendía muy bien. El hombres se encontraba haciendo pesquisas, y había encontrado un hilo de
donde tirar.
—El sheriff de Invernes no hará nada a pesar de las evidencias, si las hay, claro —afirmó queda.
Era inmoral que un hombre de la ley fuera tan corrupto como su hermano, que se había convertido en
un delincuente.
—Y todavía hay más —pero Jack no le reveló que su hermano pequeño había sido envenenado
paulatinamente desde la niñez. Almorzaron tranquilos, gastaron bromas, y cuando Arwen ordenó al
mayordomo que subieran a Jack a la estancia que ya no compartían desde que había sido herido para que
descansara, Robert le hizo un gesto casi imperceptible que su esposo aceptó. Había llegado el momento
de revelarle a Arwen la verdad, y cuando lo hizo, no se pudo imaginar la reacción de ella. Si McDuhl
nunca le había mostrado miedo, debería comenzar a tenérselo porque Arwen había jurado que lo mataría.
Y Jack la creyó capaz de hacerlo.

CAPÍTULO 22

Por primera vez desde que se conocían, Arwen y Jack mantuvieron una fuerte discusión sobre el asunto
del envenenamiento de Wallace. Ella estaba segura de que había sido McDuhl y deseaba enfrentarlo, pero
Jack quería tener la certeza antes de tomar cartas en el asunto, pero Arwen no se tomó bien esa decisión
que consideró arbitraria y ofensiva.
Arwen sintió rabia, dolor, pena, y una profunda desolación. ¿Quién podía odiarlos de tal forma para
tratar de asesinar al inocente Wallace? ¡Su hermano jamás había hecho daño a nadie! Y ella solo tenía un
nombre en mente: McDuhl.
Conocer la noticia la sumió en un estado caótico que preocupó de verdad a Jack porque la vio
deambular por Kinnaird como alma en pena. La escuchó discutir con la cocinera, darle órdenes sin
sentido al mayordomo, y le prohibió a Wallace que saliera de la casa. Él podía comprender los
sentimientos que sentía ella tras descubrirlo todo: miedo, ira, impotencia, pero su hermano no tenía la
culpa de lo que sucedía a su alrededor, sobre todo porque no entendía el cambio de actitud en ella. Viendo
el caos en el que se había convertido la convivencia en Kinnaird, Jack decidió hablar con Arwen. La
encontró en el jardín trasero de la mansión. Ella estaba plantada frente al alto muro de piedra y de
espaldas a él. Se mantenía completamente quieta. Tenía el rostro inclinado hacia el suelo, y le temblaban
levemente los hombros. Jack había decidido prescindir de la silla de ruedas, y por eso la dejó en el salón
cuando decidió ir a buscarla. Caminó directo hacia ella, y creyó que lloraba. A Jack se le partió el alma en
dos.
Era la primera vez que la veía llorar.
Su Arwen era fuerte, valiente, testaruda, pero en ese momento se veía vencida, y él se juró que haría lo
imposible para que jamás volviera a sentirse así. Debió de pisar una rama porque se escuchó un crujido,
ella se giró hacia él, y lo miró con ojos llameantes, pero Jack no vio lágrimas en sus pupilas sino una
férrea decisión de cambiar el rumbo de su existencia.
—Me gustaría hablar contigo —le dijo sondeando el bello rostro.
Arwen colocó las manos en jarras y entrecerró los ojos.
—No tengo la cabeza para conversaciones —respondió algo nerviosa.
Jack la conocía lo suficiente como para imaginar lo que elucubraba esa cabecita.
—Tienes que confiar en mí —le dijo de pronto.
Arwen se lamió el labio inferior.
—Y confío en ti —respondió rápida—, pero debo actuar pronto —continuó diciéndole—, porque es la
única forma de proteger a mi hermano.
Jack se acertó a ella y la sujetó por las manos.
—Yo protegeré a tu hermano —contestó decidido.
Los ojos de Arwen se clavaron en su pecho. Como iba vestido con todas las prendas no podía ver la
venda que cubría su herida, pero el gesto fue demasiado elocuente para él.
—Casi te matan, Jack —le recordó seria—. Y el mismo destino le habían reservado a mi hermano. No
puedo quedarme de brazos cruzados porque me volvería loca. ¡Necesito hacer justicia! —exclamó.
Jack se llevó las manos de ella al pecho, y allí las dejó. Arwen podía sentir los latidos de su corazón
golpeándole entre las palmas.
—Te he dado mi palabra de que no voy a permitir que os hagan daño a tu hermano o a ti. Ahora sois mi
familia.
Sí, se lo había prometido, e incluso había contratado a más hombres para que vigilaran Kinnaird de día
y de noche.
—Permíteme al menos que enfrente a James Hunter —le suplicó—. Tiene que confirmarme que ha sido
McDuhl quién ordenó el envenenamiento de mi hermano.
Jack no quería decirle que de eso se había encargado Claud Dalton, y que él estaba esperando en
Kinnaird su regreso para que le explicara todo.
—Mi único propósito al no permitirte que tomes partido, es que no deseo que ese mal nacido se libre
del castigo que merece —le confió—. Y lo estoy atando todo muy bien para que no quede ningún cabo
suelto y se haga justicia —le explicó paciente.
Arwen apretó los labios y se soltó de la sujeción que ejercían las manos de él sobre las de ella.
—Me siento dolida con Hunter porque confiaba en él, mi padre confiaba en él, todos confiábamos, y nos
ha traicionado —admitió con pesar.
—Conozco muy bien ese sentimiento —respondió Jack.
La mujer alzó la barbilla y lo miró a los ojos.
—Quiero ser yo quien lo mate —le pidió de pronto.
—¿Deseas matar al doctor Hunter? —le preguntó.
Arwen negó con la cabeza.
—A McDuhl —respondió seca.
Pero Jack no se lo prometió porque deseaba protegerla incluso de sí misma. Lo último que deseaba era
verla en prisión por asesinato.
—Vamos dentro, puedes enfriarte.
Ella había salido al jardín sin chal, y el vestido que llevaba puesto tenía la tela muy fina.
—Wallace nos está esperando en el comedor para la cena —le dijo él.
Arwen aceptó el brazo que le ofrecía el esposo, y caminó a su lado de regreso a la casa. El día había
sido terriblemente largo, e ignoraba cómo podría actuar para que su hermano no se preocupara. Sentía
un nudo en el estómago, y la ira bullendo en su sangre. Debía disimular lo afectada que estaba, y confiaba
que Jack la ayudase a lograrlo.


Después de la cena, Arwen se retiró a dormir, pero habían pasado varias horas y el sueño se le resistía,
aunque le llegó un ligero adormecimiento justo en el momento en el que su esposo llegaba hasta ella. No
abrió los ojos, sabía muy bien quien era. Abrió las sábanas para que Jack entrara en su lecho. Arwen era el
tipo de mujer que se metía en la piel de uno... las respuestas que le daba sexualmente lo excitaban tanto o
más que verla en su plena desnudez, e impaciente por disfrutarla desnuda, le quitó el ligero camisón casi
sin esfuerzo. Él no llevaba nada bajo la bata de seda. Jack se moría por enterrarse en ella. Por hundir su
plena masculinidad en esa vagina que tan bien le calzaba. Era la mejor vaina donde jamás se había
enfundado. Se acostó junto al cuerpo tibio. Cuando estuvo tendido de espaldas junto a ella, Arwen se
incorporó. Anhelaba su cuerpo, tanto, que dolía. Le besó dulcemente en los labios y le susurró al oído:
—Deseo hacerte disfrutar… —Él asintió por toda respuesta, e intentó anticiparse a la propuesta de su
mujer.
No obstante, Jack no estaba preparado para lo que Arwen tenía en mente. Ella comenzó a besarle la
nariz y los labios suavemente para luego seguir por su cuello, sus hombros, el pecho, el vientre, y ¡oh,
Dios!, no podía hacer eso… pero lo hizo. Comenzó a besarle el miembro y a pasarle la lengua por cada uno
de los pliegues rugosos. Sin pensarlo dos veces se lo metió en la boca e intentó abarcar toda la longitud.
Estaba excitada y necesitaba alivio. Jack lo supo, así que le deslizó dos dedos por su vientre y los enterró
entre el triángulo de vellos húmedos que cubrían su feminidad. El placer fue tan inesperado para ella que
mordió el miembro flagrante de su marido, él, soltó un gemido entre excitado y dolorido.
—Para, o me derramaré ahora mismo —ella no tenía ninguna intención de obedecerle—. Ahora te daré
placer yo.
Acercó su boca a la entrada del cuerpo de ella y comenzó a lamerla suavemente. Era lo mejor que había
probado. La boca de él en su cuerpo le estaba causando estragos. Sus caderas comenzaron a moverse
sobre esa boca invasora. Casi perdió el equilibrio cuando él le separó aún más las piernas. A la lengua se
le unieron los dedos, y, cuando notó esos largos dedos en su interior, ya no pudo más y estalló en la boca
de él, esa cálida humedad que él recibió en sus labios fue más de lo que esperaba.
Arwen se desplomó sobre las sábanas.
Ella lo miró con una sonrisa maliciosa cuando vio que el miembro de él se endurecía todavía más. Jack
la hizo girarse y apoyar la espalda contra su pecho. La acomodó sobre él, y la bajó hasta que su
endurecido y rígido mástil quedó instalado entre las piernas de ella. Le acarició los pechos, el estómago,
el vientre, y siguió bajando hasta que pudo palpar que el centro femenino estaba justo en el lugar donde
debía estar. Entonces la acarició allí y le separó los pliegues para que el mármol en el que estaba
convertido su pene rozara donde debía. La arrastró un poco hacia abajo. Comenzó a frotarse contra ella
mientras notaba como los dedos de él la mantenían abierta para que el roce fuese aún mayor. La fricción
de esa rigidez contra su cálido centro aumentaba el placer de ambos. Cuando él notó que estaba próximo
a su fin, hizo que ambos se incorporaran sobre el colchón, y, sin previo aviso, la cogió de la cintura y la
empaló de un certero movimiento. De la misma sorpresa Arwen perdió el equilibrio y cayó hacia adelante
en el colchón haciendo que el miembro se enterrara aún más en su cuerpo. Jack suspiró y comenzó a
moverse contra ella de tal forma que podía ver como su mástil entraba y salía del cuerpo de su esposa
mientras ella trataba de ahogar los sonidos que salían de su garganta. Se agarraba a las sábanas mientras
él seguía embistiéndola de una forma abrasadora, separó aún más las piernas y él se enterró todavía más,
y entonces por fin el glorioso culminar los alcanzó a ambos al mismo tiempo. En una última embestida,
Jack la penetró hasta el centro mismo de su ser y descargó el cálido chorro de vida en su interior.
Era lo que Arwen necesitaba para alcanzar la paz y el sueño, y Jack se lo había dado.
CAPÍTULO 23

Cuando Jack abrió los ojos, Arwen no estaba acostada en el lecho a su lado. Había pasado la mejor
noche de su vida con ella, y le extrañó no verla por la mañana. Se levantó y se enfundó el batín de seda
sobre el cuerpo desnudo. Salió al corredor, pero solo vio a criados que acondicionaban la casa como cada
día. Le preguntó al mayordomo, pero no recibió la respuesta que esperaba. Buscó a su esposa en el jardín
trasero, en las cuadras, en el huerto, pero parecía que Arwen se había esfumado.
De repente tuvo una idea, aunque no quería considerarla. Si Arwen no estaba en la casa, era porque se
había marchado a la región de Strathspey. Él le había ordenado que no interviniera en el asunto del doctor
James Hunter, pero estaba claro que ella no pretendía mantenerse al margen. Con ese pálpito en su
corazón regreso al interior de Kinnaird y ordenó que prepararan su montura. Imaginaba que Arwen le
llevaba varias horas de ventaja, pero él era muy bueno galopando. En mitad de la escalera se tropezó con
Robert Emmet que lo sujetó del codo para detener su subida hacia la planta superior.
—No me gusta ese gesto de preocupación que observo en tu rostro.
Jack se preguntó cómo podía conocerlo tan bien.
—Arwen no está en la casa —le reveló al mismo tiempo que comenzaba a subir el resto de escalones.
—¿Y dónde puede estar?
—Creo que se ha marchado a la región de Strathspey.
—¿Y cómo lo sabes?
—Porque se ha llevado la calesa, y se ha marchado sin decir nada a nadie.
Robert se mostró sorprendido.
—¿No le pediste que se mantuviera al margen de tus acciones?
Jack se paró de pronto, se giró un tercio, y clavó la mirada en su amigo.
—¿Lo harías tú si alguien hubiera ocasionado daño intencionado a tu familia?
Robert hizo un gesto negativo.
—Como mínimo le volaría la tapa de los sesos al culpable —admitió sincero.
—Ahí tienes la respuesta para la reacción de mi esposa.
Robert entró con Jack en su alcoba, y lo miró mientras se vestía.
—Creía que tenías una ayuda de cámara para eso —le señaló con el dedo la ropa que se había puesto
mal y deprisa.
Jack cayó en la cuenta de que no había visto a Joseph por ningún lado. Y era de lo más inusual que no lo
hubiera despertado a primera hora de la mañana.
—¿Has visto a Joseph? —le preguntó a Robert.
El otro hizo un gesto con los hombros.
—No lo he visto desde la cena de anoche —respondió el doctor.
¿Sería posible que se hubiera marchado con Arwen? Era lo más probable, porqué su ayuda de cámara y
guardaespaldas jamás había dejado de cumplir con sus funciones cada mañana. Jack tenía una
premonición, y se dejó llevar por ella.
Cuando el doctor vio que se dirigía hacia las cuadras de Kinnaird, se preocupó de veras.
—No debes cabalgar —le aconsejó el doctor—. Se te puede abrir la herida.
Jack dejó de abotonarse la chaqueta del traje de montar, y lo miró con las cejas alzadas.
—Tengo que ir a buscarla —respondió franco.
—Puedo hacerlo yo.
—¿Y sabrías dónde encontrarla?
Robert sonrió de medio lado.
—Creo que la encontraría cortándole los huevos al tal McDuhl.
Jack terminó por hace una mueca con la boca.
—Debo evitar que haga una locura —le confesó al amigo.
—Es justo que trate de hacer justicia —contestó el otro.
Jack podía entenderlo y aceptarlo, pero no por ello iba a dejar de impedirle que cometiera un disparate.
Él tenía el asunto bien atado de tal forma que McDuhl ya no se iba a salir jamás con la suya, e iba a pagar
por todas sus fechorías. Había pedido ayuda, y se la habían concedido, salvo que Arwen no tenía modo de
saberlo porque él no le había revelado nada. Ahora lo lamentaba, porque pedirle que confiara en él no
había dado resultado.
Jack dejó todo en orden en Kinnaird, y ordenó que le enviará a la granja cualquier mensaje que llegara
a la casa. Acompañado por su amigo Robert, emprendieron la marcha hacia Stennes. Confiaba que Joseph
no le permitiría a ella actuar a lo loco. Si su ayuda de cámara y guardaespaldas había decido
acompañarla, debía tener un motivo poderoso, como la de protegerla incluso de sí misma.
Les llevó casi todo el día llegar hasta la granja, y eso que no habían parado para descansar en una de
las muchas posadas que se encontraron durante el camino. Llegaron a Stennes a primera hora de la tarde,
y la sorpresa de Jack fue enorme cuando se encontró que su esposa la mantenían encerrada en la alcoba
principal. Sarah había ayudado a Joseph cuando éste le había explicado las intenciones de Arwen.
Cocinera y guardaespaldas se encontraban en ese momento tomando una taza de té como si tal cosa en
la cocina ya restaurada de Stennes. La casa había quedado espectacular. Se había ampliado la bodega,
restaurado la cocina, y todas las ventanas. Se habían entelado las paredes todas las alcobas, y reparado
las chimeneas. Se habían conservado algunos muebles, y se habían sustituidos otros. Stennes
resplandecía como en el pasado, y Jack lo apreció de veras.
—Me temo que la señora FitzRoy está bastante enojada —le reveló Joseph que acababa de levantarse
de la silla en señal de respeto.
Sarah colocó dos tazas más, y las llenó con el líquido caliente. Robert tomó asiento y aceptó la taza.
Estaba destemplado y famélico pues ni él ni Jack habían comido nada durante el camino. Sarah, que
interpretó bien la mirada del doctor, sacó de la alacena varios dulces que había cocinado para el desayuno
del día siguiente. Les quitaría el hambre hasta la hora de la cena.
—¿Cómo aceptó Arwen que la acompañaras? —le preguntó Jack a su ayuda de cámara.
El hombre volvió a tomar asiento.
—No le dejé más opción —confesó sin un titubeo.
Sarah se sacó la llave del bolsillo de su delantal y se lo ofreció al esposo.
—Se ha pasado la mitad del día gritando —informó la cocinera—. Hace apenas unos minutos que se ha
callado.
Jack se mesó el cabello, y se lo apartó de la frente.
—Hablaré con ella —aceptó de pronto.
Sarah carraspeó.
—Si se ha quedado dormida, no la despierte —le aconsejó—. Podrá hablar con ella antes de la cena y
estará más calmada.
Jack respiró de forma profunda, y aceptó la taza de té que la cocinera le ofrecía.
—Iré por un poco de whisky para que atemperen el té —les dijo a los tres hombres que se quedaron en
silencio cuando ella salió de la cocina.
Pero el silencio duró solo unos minutos.
—Esa mujer es increíble —admitió Robert que seguía admirando la estela de perfume que había dejado
Sarah a su paso.
—Esa mujer huele como un bizcocho de manzana —apuntó Joseph también.
Jack cayó en la cuenta de que era cierto. Sarah transmitía una serenidad que iba acompañada de un
olor dulce.
—Es una excelente cocinera —les informó a los dos amigos—. Y se pasa el día cocinando pasteles y
dulces, es normal que huela tan bien.
Sarah regresó con una botella de whisky llena de polvo. Jack supo que su contenido debía de estar
buenísimo. La mujer limpió la botella, y se la dio a él para que la descorchara.
—Necesitará el valor que le dará el whisky para enfrentarse a Arwen.
Las palabras de la cocinera arrancaron sendas carcajadas en Robert y Joseph.
Cuando Jack descorchó la botella, el aroma de whisky bien elaborado le llenó las fosas nasales.
—Es un desperdicio compartirla con vosotros —les dijo a los dos.
—Y dice bien porque es la mejor botella de whisky que queda en Stennes —afirmó Sarah—, y la última.
Y pasaron una hora en completo silencio compartiendo té, whisky, y bollos que se deshacían en la boca.
Una hora después llegó un telegrama a Stennes, era el mensaje que Jack había estado esperando. Soltó un
enorme suspiro de alivio, y se levantó de la silla.
—Ha llegado la hora.

CAPÍTULO 24

No había nada tan bonito como su esposa durmiendo en el centro del lecho. Tenía el rostro arrebolado,
señal del enfado que había mostrado. El largo cabello rubio lo tenía desgreñado, y el vestido estaba
arrugado. Se sentó en al orilla de la cama, y se dedicó a contemplarla.
Arwen había cambiado su vida por completo. Y lo había hecho desde aquel día que fue a buscarlo a
Kinnaird para ofrecerle un trato increíble. Jack recordó todos y cada uno de las situaciones que se habían
creado entre ambos hasta terminar casados. Él había esperado que el día de su boda fuera diferente, pero
ella no lo era.
Ese pequeño mielero se le había metido en la sangre, se había adueñado de su corazón. Jack mataría
por ella, daría su vida por ella, y aceptó que estaba perdidamente enamorado de su esposa.
Con infinita paciencia puso su mano en la cadera de ella, y la acarició. Arwen abrió los ojos, y parpadeó.
Unos segundos después se giró hacia su esposo, y lo taladró con la mirada.
—¿Qué haces en Stennes? —le preguntó antes de darle la bienvenida.
—He venido a buscarte —le dijo con una sonrisa.
—Voy a matar a ese desgraciado de Joseph, y pienso despedir a la traidora de Sarah —afirmó justo
antes de bajarse del colchón.
Jack se reincorporó también.
—Me preocupé mucho cuando no te vi en Kinnaird —le reveló de pronto.
Arwen se estaba alisando el vestido mientras lo escuchaba.
—Tenía asuntos que resolver en Stennes —respondió sin mirarlo.
La mujer caminó hacia el espejo del dormitorio, y miró la imagen que le devolvía. Estaba hecha un
desastre.
—Te pedí que confiaras en mí —le recordó él.
Arwen se mordió ligeramente el labio inferior.
—Y lo hice —contestó rápida—. La primeras cuatro horas.
Jack no pudo ocultar una sonrisa.
—¿Qué pensabas hacer? —quiso saber.
Arwen respiró de forma pregunta antes de responder.
—Conocer los motivos.
Jack cruzó las manos en le espalda, y caminó hacia la puerta. Había tenido la precaución de cerrarla
con llave.
—Te pedí que confiaras en mí —volvió a recordarle.
Arwen se encontró entrecerrando la mirada.
—¿Por qué mantienes esa actitud? —le preguntó directa.
—¿Qué actitud?
—La de un hombre que habla con una niña —respondió seca—, porque te recuerdo que no lo soy.
—Admito que estoy un poco decepcionado —confesó de pronto.
—¿Por qué? ¿Por buscar justicia para mi familia? —le increpó.
—Tu familia es mi familia —le recordó él.
Arwen caminó hacia la puerta de la alcoba.
—Pues no lo parece cuando te has quedado de brazos cruzados.
Esa acusación le dolió de verdad, pero Jack sabía que ella estaba superada en emociones, y no se lo
tuvo en cuenta.
—No me he quedado de brazos cruzados, pero necesitaba una ayuda especial que ha tardado un poco
en responder a mi petición.
Esas palabras habían despertado su curiosidad.
—¿A qué ayuda te refieres?
—A la corona. —Arwen parpadeó confusa—. Quería tenerlo todo bien atado antes de formular las
acusaciones para recibir el respaldo completo.
Ella lo miró sorprendida.
—¿La corona? —preguntó incrédula.
—Tengo que contarte algunos detalles que he obviado a propósito.
Ella había puesto sus manos en jarras.
—¿Qué detalles? —inquirió.
—Que estaba reuniendo pruebas contra el doctor Hunter y contra McDuhl, pero necesitaba tiempo, y
sobre todo no alertarlos, aunque los tenía bien vigilados.
A ella se le escapaba las decisiones de Jack.
—Cuando alguien intenta matar a tu familia, lo mínimo que se hace es pegarle un tiro al causante.
Y entonces Jack pasó a explicarle el motivo porque el que él se había mantenido quieto, y no la había
dejado actuar, porque la quería en su vida y no en prisión. Le recordó todas esas leyes y normas que
regían las vidas de los escoceses a las que se aferraban, y que tanto la hubieran perjudicado de no haber
intervenido él. Jack le tendió el mensaje que había recibido, Arwen lo leyó, y el color fue desapareciendo
de su rostro.
Después le tendió otro que tenía el sello real.
—¡No puedo creerlo! —exclamó todavía asombrada.
Arwen se quedó durante unos minutos en silencio, sin moverse, y con la mirada puesta en un punto
indeterminado de la alcoba.
Jack aprovechó para dirigirse a la puerta, y abrirla. Lo hizo tan silencioso que la mujer no se percató de
que anteriormente la había cerrado con llave.
—Imagino que tendrás hambre —le dijo mientas sostenía la puerta.
Arwen negó con la cabeza.
—Quiero hablar con Hunter —dijo convencida.
Jack hizo un gesto negativo con la cabeza.
—No creo que nos lo permitan.
—Quiero hablar con Hunter —repitió.
El esposo comprendió que nada la detendría en su misión de hablar con el médico.
—Ha sido llevado a la Cárcel de Inveraray —le dijo serio.
—¿Por qué? —preguntó ella.
Jack terminó soltando un suspiro largo.
—Porque no confío en el sheriff de Invernes ni tampoco en el de Edimburgo, y por eso solicité a la
corona que fuera llevado a un lugar seguro.
La cárcel de Inveraray era la principal cárcel del condado de Argyll and Bute. Tenía ocho pequeñas
celdas que alojaban a hombres, mujeres, e incluso niños y locos. Allí vivían hacinados por completo. Era
un viejo edificio que tenía muy poca ventilación. Los delincuentes de poca monta convivían con los
asesinos y los que aún no habían sido juzgados.
—Te prometo que tendrás tu oportunidad de preguntarle los motivos para lo que hizo —le aseguró él.
Arwen apretó los labios nada convencida.
—¿Y McDuhl? —quiso saber.
—Ha sido llevado a Bodmin en Cornualles —respondió sin dejar de mirarla—. Una vez juzgado, será
llevado a la colonia penal de Moreton Bay en Queensland.
Ella lo miró muy atenta.
—¿Colonia penal? —susurró.
—No se merece menos —le indicó—. Son demasiados delitos cometidos contra sus propios vecinos. Allí
purgará todos y cada uno de sus pecados, créeme. Jamás podrá regresar a Escocia.
—Pero no podremos asistir al juicio en Cornualles —respondió en voz baja—. Está muy lejos.
—Lo único que te interesa saber es que no cometerá ninguna fechoría más. Estáis a salvo.
—¿Y su hermano el sheriff? —se atrevió a preguntar.
—Será conducido a Londres, a las dependencias de Scotland Yard. Allí será investigado y juzgado.
El rostro de Arwen se dulcificó.
—¿Cómo lo has logrado? —él, la miró sin comprender.
Pero no pudo responder porque Sarah anunció que la cena estaba servida. Los dos bajaron en silencio,
y Jack le desplazó la silla para que se tomara asiento. Robert y Joseph los acompañaban en el restaurado
comedor. Arwen le dedicó una mirada vengativa al ayuda de cámara, que desvió la mirada avergonzado.
Sarah había elaborado una cena digna de un rey, pero ella apenas probó bocado. Tenía mucho en lo que
pensar, sobre todo, en cómo se habían desarrollado los acontecimientos.
—¿Cómo lo has logrado? —volvió a preguntarle a Jack dejando el tenedor sobre el plato.
Arwen lo miraba directa. Su esposo tenía muchas cosas que contarle, lo intuía, y se había cansado de
esperar.
—Eres un forastero en Escocia, ¿cómo te has hecho oír por la corona de Inglaterra?
Jack medio sonrió, aunque sin humor, y finalmente respondió.
—Haciendo uso de mi apellido.
Ella parpadeó porque no había entendido su respuesta.
—Su ilustre apellido que está relacionado con los más altos escalones de la aristocracia británica —
respondió Robert en su lugar.
—Su abuelo, el general Charles FitzRoy, era hijo del tercer duque de Grafton, bisnieto del rey Carlos II
de Inglaterra —apuntó Joseph que estaba dando buena cuenta del asado.
Jack miró a sus dos amigos, y les hizo una mueca sarcástica, pero Arwen no la vio porque tenía la vista
clavada en el ayuda de cámara. Era pobre, era iletrada, pero conocía lo que significaba estar emparentado
con la familia real inglesa.
—No… no puede ser —casi balbuceó.
—¿Qué pertenezca a la rama bastarda de Carlos? —preguntó Jack incómodo.
A Jack no le gustaba hablar de su abuelo y sus lazos de sangre con el tercer duque de Grafton.
—Por eso conoce tan bien la historia de Escocia y de Inglaterra. De ahí su empeño en comprar una de
las mejores bodegas de Elgin… —terminó Robert con una sonrisa.
Arwen se levantó de la mesa, dejó la servilleta al lado del plato y se disculpó con los tres hombres.
Quería estar sola, en silencio. Tenía mucho en qué pensar, y decisiones que tomar.

Jack le concedió un tiempo para que ella asimilara toda la información. Tiempo después acudió a su
encuentro en la alcoba que compartían en Stennes. Arwen estaba sentada frente al tocador y se peinaba
la larga cabellera rubia. Estaba tan seria que se preocupó de verdad. Se digirió con paso suave hacia ella,
y tomó asiento junto al sillón. Ella dejó la mano a medio camino de la cabeza y lo miró de frente.
—Acabo de darme cuenta de que no te conozco en absoluto —le dijo con tono emotivo.
—Claro que me conoces —respondió molesto.
Arwen parpadeó y se quedó en silencioso observándolo alerta. Jack era un hombre muy atractivo, culto,
elegante. ¿Cómo no iba a serlo teniendo esa ascendencia?
—¿Sabes que los escoceses odiamos a los ingleses con todas nuestras fuerzas? —le preguntó de pronto.
Jack hizo una mueca con la boca.
—Pero yo no soy inglés —respondió en un tono bajo—. Soy de Nueva Gales del Sur.
Ella pestañeó antes de dejar el cepillo sobre el tocador.
—Tienes familia inglesa —le espetó sin dejar de mirarlo.
Jack se estaba poniendo un poco nervioso ante su escrutinio descarado.
—Ahora, tú también —contestó con humor.
Arwen se lamió el labio inferior.
—Podría ser peor —admitió finalmente—, pero me ha costado aceptar que no me dijeras la verdad.
—No te he mentido —reveló serio.
Ella hizo un gesto afirmativo con la cabeza.
—Omitir es una forma de mentira —susurró trenzándose el cabello.
Jack sentía la urgente necesidad de enterrar los dedos en los suaves cabellos y deshacer lo que ella
trenzaba.
—Ambos seguimos siendo las mismas personas que se casaron hace meses… —ella lo cortó.
—Por interés…
Jack negó con la cabeza.
—Yo no me casé contigo por interés —confesó sincero.
Ella sonrió ampliamente lo que le provocó a él un vuelco en el estómago.
—Pues yo me casé contigo por las dos mil libras anuales que me prometiste.
—¡Mentirosa! —la corrigió él—. Te casaste conmigo para tener acceso a la mejor bodega de las Tierras
Altas —la espoleó porque el color del rostro de Arwen había vuelto a la normalidad.
—¿Acaso no te casaste conmigo para controlar el mejor cereal de toda Escocia? —lo provocó con su
pregunta.
El rostro de Jack se mostró burlón.
—Ahhh, mielero, creo que me conoces demasiado bien —bromeó con ella—. Pero te amo, y me siento el
hombre más afortunado del mundo por tenerte a mi lado.
A ella esas palabras le sonaron sinceras, y se emocionó.
—¿Me amas? —le preguntó con la voz entrecortada.
—Con toda mi alma —le confesó con el corazón en la mano.
Ella soltó un suspiro ligero y anhelado porque había esperado mucho tiempo para escuchar esas
palabras. Arwen lo amaba desde el mismo momento que puso un pie en Kinnaird. Al principio no sabía
que era un amor profundo y verdadero, pero tras el ataque sufrido por McDuhl pudo ponerle nombre a
ese sentimiento profundo que sentía por el forastero.
—Te amo, Jack FitzRoy, descendiente de malvados ingleses —respondió con una sonrisa de oreja a
oreja.
Jack hizo algo inesperado. Se levantó del sillón y la sujetó a ella por los suyos. La alzó, y, acto seguido,
la abrazó con fuerza.
—¿Me amas? —le preguntó junto al oído.
Ella se estremeció al sentirlo
—Con toda mi alma —respondió franca.
—¿A pesar de mis malvados antepasados ingleses?
Ella pegó la mejilla al recio pecho, y cerró los ojos. Era maravilloso sentirse abrazada por su esposo.
—A pesar de tu malvada ascendencia inglesa, y futura descendencia inglesa. —Jack no la había
entendido, pero la abrazó más fuerte—. Estoy encinta…
Cuando la neblina espesa se dispersó en su mente, Jack pudo entender esas palabras. La separó de su
pecho, y la taladró con la mirada. Ella seguía sonriendo, pero en esta ocasión de forma tímida.
—¿Estás encinta? —preguntó con voz ronca de lo maravillado que estaba.
—Me lo confirmó Emmet hace unas semanas.
Jack entrecerró los ojos.
—¿Ese desgraciado lo sabía antes que yo? —preguntó incrédulo.
—Los médicos suelen saberlo antes que los esposos —contestó sabia.
Jack volvió a abrazarla, pero en esta ocasión con mucha ternura.
—La omisión es una forma de mentira —le recordó sus mismas palabras.
—Quería que te repusieras por completo antes de darte la espléndida noticia.
—Me habría repuesto mucho mejor conociendo la espléndida noticia.
Ella terminó por soltar un suspiro exasperado.
—Eres demasiado quisquilloso, sassenach…
Él conocía esa palabra que solían utilizar los escoceses para referirse a los de fuera, sobre todo
ingleses.
—¿Eres consciente de que albergas en tu vientre un sassenach?
—Pero amo mucho a este sassenach que todavía no ha nacido porque es parte de ti —le reveló sincera.
Jack no podía quererla más, y lo había hecho el hombre más feliz del mundo.
—¿Bajamos a darles la buena nueva? ¡Me muero de ganas de verles la cara cuando lo sepan!
Ella lo miró cándida.
—Oh, pero si ya lo saben —le informó de pronto.
El rostro de Jack se demudó.
—¿Cómo es eso de que ya lo saben?
—Robert lo sabía porque fue él quien me lo anunció —Jack iba entrecerrando los ojos—. Joseph lo sabe
porque me pasé todo el viaje de regreso a Stennes vomitando, y a Sarah soy incapaz de ocultarle nada.
Fue verme, y lo supo al instante.
Arwen lo escuchó suspirar contrariado.
—Pues vamos a bajar para anunciarlo, y si alguno no se hace el sorprendido, juro que le pego un tiro en
la cabeza…
CAPÍTULO 25

Arwen tuvo la oportunidad de encararse con el doctor, y preguntarle a James Hunter por qué motivo
había envenenado a su hermano Wallace. Ella conocía la respuesta porque Claud Dalton lo había
descubierto, pero necesitaba oírselo decir. Que la mirara directamente a los ojos, y lo confesara. Lo había
creído un amigo, había confiado en él, y necesitaba escuchárselo decir.
No fue fácil, ni rápido, pero Hunter terminó confesando que Annie McDuhl era hija suya y no de
Donald. Que cuando el escocés lo descubrió, se dedicó a extorsionarlo. Tenía tanto poder sobre él, y
conocía tantos pecados suyos escondidos, que finalmente terminó cediendo al chantaje. Arwen le
preguntó qué ganaba Donald McDuhl asesinando a su hermano Wallace, y el doctor le confesó que de ese
modo las tierras Mackenzie pasarían a ella, y con el matrimonio de ambos, él las controlaría, pero todo se
había torcido con la aparición del forastero.
Arwen se quedó horrorizada al conocer todos los detalles.
James Hunter le confesó también que el arsénico que le administraba a su hermano menor no era una
dosis letal, pero que lo mantenía constantemente enfermo. Ella quiso abofetearlo, escupirle, pero no hizo
nada de eso. El doctor iba a pasar una larga temporada en prisión, y se alegró de verdad.
Arwen salió de la cárcel de Inveraray agarrada al brazo de Jack FitzRoy. No volvió la vista hacia atrás.
No comentó nada, y Jack respetó su silencio. Juntos pasearon por las estrechas calles porque ella se lo
había pedido. Arwen necesitaba que le diera el aire. Después de un par de horas, decidieron regresar. Una
vez en la calesa, y sentada frente a él, levantó la mirada, y el esposo vio que tenía los ojos anegados en
lágrimas.
—Lo quería y lo respetaba —confesó dolida.
Jack le sujetó las manos, y se las apretó con afecto.
—Olvídalo, Arwen, no permitas que interfiera en nuestra vida.
Ella aceptó. Ahora que sabía que Donald McDuhl iba rumbo al penal de Moreton Bay en Queensland,
pudo respirar tranquila. Había sido juzgado, condenado, y le esperaba años duros de confinamiento.
—La más beneficiada de todo este asunto es Annie —dijo pensativa.
—Sobre todo su abuelo Brad McFeath.
—Y no te olvides de los granjeros que han recuperado sus tierras gracias a ti —le dijo admirada.
Jack sonrió. Arwen estaba preciosa. Quizás fuera el embarazo, quizás la tranquilidad de saber que todo
había terminado bien.
—¿Qué vamos a hacer con tanto cereal?
Los granjeros le habían prometido a Jack la próxima cosecha.
—Reformar y agrandar Birdwhistle —respondió orgulloso.
Durante el trayecto de regreso a la granja, Jack le hizo partícipe de todos sus planes, y ella asintió
admirada.
—¿Estás de acuerdo? —le preguntó.
Pero Arwen no pudo responder porque la calesa se había detenido en Stennes. Jack la ayudó a bajar, y
la sujetó del brazo. Entraron a la casa entre risas y bromas. Sarah salió corriendo a recibirlos y a
prevenirles.
—Ha llegado visita —dijo atropellada.
Arwen la miró atenta, y Jack con sorpresa. De pronto sonrió feliz porque creyó que Alexander y Heaven
habían regresado de su largo viaje. Caminó directo al salón seguido de cerca por Arwen, pero la persona
que lo esperaba en la estancia no era su amiga y su esposo.
—¡Padre! —exclamó en verdad sorprendido.
El hombre distinguido se giró hacia la voz. Arwen se detuvo de golpe.
—Está claro que si Mahoma no va a la montaña… —la grave voz no terminó la frase.
Jack no podía articular palabra. Su padre era un hombre muy ocupado, que estuviera en Stennes solo
quería indicar problemas para él.
—¡Querido! —escuchó la voz de su madre tras él.
Jack se giró atribulado porque no esperaba la visita de ninguno de los dos.
—Esta preciosidad debe de ser lady FitzRoy —le dijo la mujer fijándose en Arwen—. Bienvenida a la
familia, querida.
Arwen enrojeció hasta la raíz del cabello.
—Madre —la saludó Jack que todavía no se encontraba la voz.
—Tienes mucho que explicar, jovencito —le dijo el padre.
Jack carraspeó porque su padre tenía esa virtud: la de transformarlo en un jovenzuelo sin experiencia.
—¿Qué hacéis aquí? —preguntó al fin.
Arwen le hizo un gesto desaprobado con la cabeza.
—Bienvenidos a Stennes —les dijo a los dos.
La mujer le sonrió sincera, pero el hombre tenía en el rostro un rictus severo que le provocó
desconfianza.
—¿Les apetece tomar algo?
El padre de Jack entrecerró los ojos.
—¿Quizás un poco de ese whisky tan famoso, y que ha logrado que mi hijo abandone todo para
instalarse aquí?
La recriminación era merecida, pero había resultado menos dura de lo esperado. Arwen se preguntó
dónde estarían Robert y Joseph porque no aparecían por ningún lado.
Jack reaccionó al fin.
—Arwen, permíteme que te presente a mis padres —le dijo carraspeando, y visiblemente nervioso—.
John Adrien FitzRoy, y Helen Sidney FitzRoy.
Arwen no sabía si tenía que hacerles una reverencia, o simplemente estrecharles la mano. Se decidió
por esto último.
—Es un placer —les dijo a ambos—. Yo soy Arwen, del clan Mackenzie.
Sarah aprovechó ese momento para traer una bandeja que Jack le quitó de las manos. El padre lo
observaba todo muy atento. Cuando estuvieron sentados, y con sendas tazas de té en la mano, el padre
decidió no irse por las ramas.
—Resultó toda una sorpresa conocer que te habías casado con una muchacha de aquí, y que no te
dignaste informarnos, mucho menos invitarnos a la boda.
Jack sintió deseos de maldecir. Había olvidado que Robert Emmet era también amigo de su padre, y
debía de haberle informado de todo.
Arwen, con su habitual desparpajo y sin pensar en nada, comenzó a relatarles cómo habían llegado al
matrimonio. Jack quería que se contuviera, pero ella hizo caso omiso. Cuando creyó que no se había
dejado nada, les soltó que iban a ser abuelos. El padre se atragantó con el trago de té y la madre tuvo que
buscar un pañuelo para enjugarse el llanto. Jack sabía que le esperaba una buena.
—Bienvenidos a la familia Mackenzie —soltó ella con una sonrisa de oreja a oreja.
—¡Oh, querida! —la madre se levantó y caminó hacia ella para abrazarla.
Arwen se quedó parada porque no se lo esperaba. Helen, de forma disimulada se la fue llevando del
salón para dejar que padre e hijo hablaran en intimidad. Le pidió que la acompañara a la cocina porque
deseaba probar lo que Sarah estuviera cocinando. A Arwen le gustó que se acordara del nombre de la
cocinera, y cuando vio que la madre de Jack se colgaba de su brazo, y que inclinaba la cabeza hacia su
hombro, no podía creérselo. Como su madre había muerto siendo ella una niña, no había recibido muchos
abrazos maternales, y por eso le extrañaba la actitud de la madre de Jack, pero agradeció las atenciones
recibidas, y se dispuso a mostrarle la grandiosidad de Stennes. La cocina y Sarah podían esperar.

—Nos merecíamos saberlo —le dijo el padre cuando se quedaron a solas.


—No fue planeado, pero fue inevitable —respondió conciso.
—Me consta, pero ha sido toda una sorpresa —le reprochó.
—Pensaba escribiros —confesó turbado—, pero comenzaron a ocurrir cosas, y me vi desbordado.
El padre no se lo creyó en absoluto. Su hijo siempre había dispuesto sobre su vida haciendo y
deshaciendo a su antojo. Cuando lo creyó enamorado de Heaven, se había preocupado de veras porque lo
había dejado todo para ir tras ella. Un año después se casa con una completa desconocida, y la antítesis
de la mujer de la que creía estar enamorado.
—Dime la verdad —le pidió franco.
Jack inspiró profundo y soltó el aire lentamente.
—La amo —confesó sincero.
John Adrien FitzRoy lo miró con una ceja alzada.
—¿Cómo amabas a Heaven Woodward? —lo acusó directo.
Jack hizo un encogimiento de hombros.
—Realmente nunca estuve enamorado de Heaven —admitió al fin, y al hacerlo sintió un inmenso alivio.
Y durante la siguiente hora Jack se abrió a su padre y le reveló todo lo que sentía por Arwen y lo feliz
que era en Escocia. Le explicó los planes que había trazado, y lo que esperaba del futuro. Su padre lo
escuchó atento, y convencido de que ya no podía tratar de convencerlo para que regresara a Nueva Gales
del Sur y lo sustituyera como nuevo gobernador. Siguió escuchándolo con un nudo en el estómago porque
ello significaba que tendría a su único hijo y nieto lejos de él.
Sarah anunció la cena, y de repente aparecieron Robert y Joseph en el salón. Jack se había preguntado
varias veces por qué habían desaparecido convenientemente esa tarde que había llegado la inesperada
visita. Pero sus sorpresas no terminaron con la llegada de sus padres. Mientras él había estado
explicándole a John todo lo sucedido, Arwen había invitado de forma indefinida a John y Helen a quedarse
en Stennes. Sobre todo ahora que iban a ser abuelos. Jack supo que tenía la partida perdida, y que solo le
quedaba resignarse.
Durante la cena, Arwen comenzó a tentarlos con la visita a la bodega, con los planes que tenía Jack de
ampliarla. También les habló de la siembra, la cosecha, y lo bonitas que eran las Tierras Altas.
Jack se mantuvo en silencio igual que su padre, pero su madre Helen se mostró encantada, sobre todo
porque admiraba una propiedad tan auténtica como Stennes.
Robert y Joseph intercambiaban miradas y compartían silencios. John miraba a su hijo y a su reciente
esposa. Estaba claro que la muchacha no era consciente de lo que significaba estar casada con un FitzRoy,
pero él iba a estar encantado de mostrárselo. Contempló a su esposa que parecía encantada con ella,
sobre todo con la noticia del futuro nieto, y supo que tendría que elegir entre quedarse en Stennes
aceptando la invitación de su nuera, o enfrentarse a una pelea monumental con su esposa.
—La ocasión merece un brindis —dijo de pronto Jack que se había cansado de los silencios de todos—. Y
tengo el mejor whisky para celebrarlo.
Como por arte de magia Sarah llegó con la mencionada botella y varias copas vacías.
—Stennes necesita personal —apuntó la madre que le sonreía a la cocinera, criada, mayordomo.
Era una locura que una mujer de la edad de Sarah se ocupara de una propiedad tan grande y
productiva.
Antes de que Jack pudiera decir nada, el padre soltó un suspiro largo, y se levantó. Tomó la copa de
whisky que su hijo le había llenado, y la alzó.
Arwen estaba emocionada de que probaran el mejor whisky de Escocia.
—Permíteme que sea yo quién ofrezca el brindis —le pidió al hijo.
Jack aceptó. El resto de comensales alzaron sus copas, y la mantuvieron en alto.
—Por la boda de mi único hijo —el brindis parecía una queja—. Por mi hermosa nuera, y mi deseado
nieto.
Todos brindaron emocionados, sobre todo Arwen que no se esperaba un brindis así de bonito.
—Tú no deberías beber whisky —la regañó Jack que le quitó la copa de la mano antes de que se la
llevara a la boca.
—Yo también deseo brindar —le espetó ella seria.
—Las mujeres encinta no beben whisky —le dijo en voz baja.
Arwen no se esperaba esa regañina.
—No beberán las mujeres de Nueva Gales del Sur, pero yo soy escocesa, y créeme si te digo que me
bautizaron con whisky antes que con agua bendita —le informó molesta.
—Puede mojarse los labios —apunto la madre que deseaba mediar entre los dos esposos.
La mujer veía en Arwen lo que su hijo veía, y se alegró de veras. A ella nunca le había gustado Heaven,
a pesar de que su hijo recorrió medio mundo para estar con ella. Que se hubiera casado con una
muchacha tan auténtica le alegraba el corazón, pero sobre todo que la iba hacer abuela.
—Puedes mojarte los labios —le concedió Jack.
Arwen no estaba acostumbrada a que le ordenaran cosas sin sentido de forma tan tajante. Que
estuviera encinta no la convertía en un ser desvalido ni enfermo. Levantó su copa, se la acercó a los
labios, y se tomó más de la mitad del contenido.
—Está jodidamente bueno…
EPÍLOGO

Había pasado más de un año desde que Arwen y Jack se habían casado. La preciosa Sindney Ayla
FitzRoy Mackenzie había llegado al mundo cuatro meses atrás. No había abuelos más consentidores que
John y Helen, sobre todo porque Arwen había insistido en ponerle a la pequeña el segundo nombre de su
suegra porque le gustaba mucho.
Mucho habían cambiado las cosas en las Tierras Altas del norte donde Jack se había hecho un hueco
entre las diversas bodegas de whisky. Birdwhistle estaba siendo conocida como la bodega que elaboraba
el mejor whisky, y Jack estaba encantado. Había podido comprar las tierras colindantes con Stennes, y la
cebada que producía era la mejor de toda Escocia. Ahora tenía un pequeño escollo que salvar porque
quería la totalidad de la propiedad de la bodega que compartía con Heaven. Aunque era el socio
mayoritario, quería la totalidad.
—¿Estás nervioso? —le preguntó Arwen.
Los dos esperaban la llegada de Heaven y Alexander que habían llegado por fin de su largo viaje.
—Estoy deseando de que se marchen mis padres —le confesó sincero.
Lidiar a diario con su padre y madre le había agotado las fuerzas. Stennes era una propiedad grande,
tanto como para no verse las caras durante días, pero John FitzRoy estaba acostumbrado a mandar, y se lo
había puesto muy difícil.
Helen, por el contrario, disfrutaba como nunca encargándose de la propiedad que ya tenía mayordomo,
cochero oficial, e ingente cantidad de criados. Como Arwen estaba tan ocupada ocupándose de la pequeña
Sindney, no le había importado cederle el control de la granja a su suegra. Además, estaba aprendido
mucho porque sabía que pronto tendrían que hacer un viaje a Nueva Gales del Sur, donde Jack tenía a
todos sus familiares.
—¡Ya están aquí! —exclamó Arwen con júbilo.
Se había pasado la mitad de la mañana mirando por la ventana del salón. Pocos minutos después, una
resplandeciente Heaven entró en la estancia acompañada de su hijo pequeño, y de su esposo Alexander.
Viéndola después de tanto tiempo, Jack se preguntó cómo había podido creer que estaba enamorado de
ella, porque siendo una mujer tan hermosa, palidecía al lado de Arwen.
—¡No podía creerlo cuando lo leí en la carta que me escribiste! —Heaven despreció la etiqueta, y se
abrazó al cuello de Jack con verdadero afecto.
Estaba claro que la mujer lo veía como a un hermano al que se respeta y admira.
—Hola, soy Alexander Graham —se presentó el esposo—. Y este pequeño tan travieso es el joven
Alexander.
Arwen se encontró sonriendo de oreja a oreja.
—Bienvenidos a Stennes —los saludó sincera.
El niño era un querubín: ojos inmensamente azules, y cabellos rubios.
—¿Dónde está la pequeña Sindney? —quiso saber Heaven que se moría por conocerla.
—La traerán mis padres —le explicó Jack—. No hay niña más consentida y mimada que ella.
Durante la siguiente hora, se pusieron al día de todos los acontecimientos, y Arwen le dio un pequeño
codazo a su esposo como recordatorio. Le explicó a Heaven los cambios que había hecho en la bodega, y
lo que tenía en mente para que continuara aumentando en éxitos. La mujer intuía lo que Jack quería
decirle, y lo lamentó mucho porque ella no pensaba deshacerse de la bodega de su familiar.
La llegada de los padres de Jack evitó el momento incómodo.
—¡Madre mía que cosita más preciosa! —exclamó Heaven cuando Arwen le presentó a Sindney.
—No se parece a ninguno de los dos —expresó Alexander certero.
El cabello negro y los ojos verdes de la niña eran rasgos muy distintivos de los FitzRoy, aunque la
pequeña no se parecía a su padre Jack ni a sus abuelos. El tiempo voló deprisa, y se encontraron de
pronto disfrutando del almuerzo. Sarah seguía impresionándolos a todos con sus dotes de cocinera.
Tiempo después, cuando disfrutaban de los licores en la biblioteca, Jack le expresó al fin a Heaven su
intención de comprarle su parte de Birdwhistle, pero la mujer le enfrió el ánimo al explicarle que no podía
vender la propiedad que había heredado.
Jack terminó aceptando su decisión, aunque no la compartía. Él quería modernizar Birdwhistle, pero
Heaven pretendía que siguiera siendo una bodega familiar y tradicional. La visita se marchó, y Jack seguía
muy serio. John Adrien, el padre, sabía la decepción que sentía su hijo, y aunque debería alegrarse porque
ello significaría quizás su regreso a Nueva Gales del Sur, supo que no sería así porque su hijo había
encajado muy bien en Stennes. Había formado su propia familia lejos de él, y debía aceptarlo.
—Véndele tu parte —le dijo de pronto el padre mientras bebía un largo trago del mejor whisky de las
Tierras Altas.
Jack desvió la mirada porque no podía ocultar su decepción.
—De verdad que tenía grandes proyectos para Birdwhistle.
Jack soltó un suspiro largo.
—Véndele tu parte —insistió el padre—, y funda tu propia bodega.
Jack sonrió sin humor. Había sido aceptado por las gentes de la región de Strathspey, pero era
consciente de lo que pensaban los escoceses de los forasteros.
—De verdad que está bueno este whisky —afirmó el padre mientras movía el contenido de su vaso y lo
examinaba atento.
Jack sintió deseos de soltar una carcajada.
—Ese whisky pertenece a la bodega Halfenaked, pero se elabora con el cereal de Stennes —le reveló el
hijo pensativo.
Por ese motivo no se percató de la media sonrisa del padre.
—¿Y Birdwhistle puede producir un whisky tan excepcional como este? —preguntó el padre muy
interesado.
—Podría si Heaven me dejara modernizar la bodega.
Entre padre e hijo ocurrió un silencio largo.
—Pues me alegro de que no pueda producir este excelente whisky.
Jack miró a su padre con los ojos entrecerrados.
—Por supuesto, alegrándote como siempre de mis fracasos —le reprochó el hijo.
—Véndele tu parte, y ocúpate de tu propia bodega —insistió el hombre.
—Si le vendo mi parte no tendré bodega de la que ocuparme —lo corrigió molesto.
John Adrien FitzRoy sonrió sapiente.
—Tienes Halfenaked, la he comprado como regalo para mi nieta.
Jack miró a su padre estupefacto.
—¡Halfenaked no estaba en venta! —exclamó todavía sorprendido.
—Hijo mío, todo está en venta cuando se tiene dinero…




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