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—¡Por Dios, Edrick! Se han dormido las dos sobre ti. —Cloe sonrió
con ternura al ver a su marido con sus hijas dormidas una en cada brazo.
—Estaban llorando —se excusó—, no puedo ver llorar a mis
princesas.
—Las estás consintiendo demasiado. —Cloe lo miró arrullar a las
niñas y su corazón se regocijó al verlo feliz. El destino les había ofrecido
una nueva oportunidad después de treinta años de separación y por su parte
ella estaba atesorando cada momento compartido.
Un toque en la puerta la hizo girarse extrañada porque había dado
órdenes estrictas de no ser molestada cuando se retiraba a descansar, esas
horas las dedicaba a su esposo y a sus dos pequeñas hijas.
—Debe ser algo importante, ve, yo velaré por el sueño de las niñas.
—Edrick sonrió besando la cabecita de su hija más pequeña, que solo tenía
un mes de nacida.
—Tienes razón —respondió dirigiéndose al salón. Su hijo Nicholas,
dueño de Syon House, se había ocupado personalmente de la restauración
del ala este del tercer piso, convirtiéndola en un hogar para ella y su nueva
familia.
—¿Qué sucede, Rachel? —preguntó al abrir la puerta y encontrarla
frotándose las manos, nerviosa.
—Perdóneme que la haya venido a buscar, pero lo creí pertinente.
Uno de sus hijos desea hablar con usted, lo llevé a la biblioteca, ya que
estoy trabajando en la oficina.
Cloe cerró la puerta tras ella frunciendo el ceño ante el anuncio de
su ayudante, ¿cuál de sus hijos vendría a visitarla tan tarde?
—¿Cuál es? —preguntó ajustándose su batín de color azul oscuro.
—El señor Bolton —respondió Rachel caminando a su lado.
—¿Cuál de los tres? —preguntó intrigada.
—El mayor, creo —le dijo dudosa—, es el más alto y el más
intimidante —respondió sonrojándose.
—¿Aidan? —Los ojos de Cloe se abrieron por la sorpresa.
Aidan miraba absorto a través de la ventana, todavía se podían
escuchar risas provenientes de alguna parte de la mansión. Las pocas veces
que había visitado Syon House se había sentido incómodo alrededor de
tantos niños, pero entendía lo que Buitre había querido hacer con aquel
lugar; si esa casa hubiera existido cuando ellos peleaban por sobrevivir en
las calles de White Chapel, seguramente, su destino hubiera sido muy
diferente. Sintió el sonido de la puerta al abrirse y se dio vuelta. La mirada
de preocupación en los ojos del único ser humano que se había
compadecido de él de lo abrumó. En el fondo por eso había ido en su
búsqueda, aquella mujer, que desde su adolescencia se había convertido en
su ángel de la guarda, era la única persona en la que él confiaba luego de
Buitre.
—¿Qué sucede, hijo? —preguntó palideciendo al ver su expresión.
Cloe se detuvo insegura de acercarse, Aidan, Buitre y Demonio eran
los únicos de sus hijos a los cuales jamás había podido acercarse
demasiado, siempre habían mantenido un muro infranqueable a su
alrededor.
Aidan esquivó su mirada, inseguro de lo que quería decir, se apartó
de la ventana y caminó hacia la chimenea, se sentó en una butaca dándole la
espalda a Cloe.
—¿Cómo puedo ser un buen esposo? —Su voz se escuchó ansiosa.
Cloe se llevó una mano al corazón, sus ojos se nublaron por
lágrimas que amenazaban con salir. Cerró los ojos dando gracias al cielo
por que su lucha no había sido en vano, él había ido a ella en medio de su
confusión y eso en sí mismo era un hermoso regalo que la vida le otorgaba.
Despacio se acercó buscando en su mente las palabras idóneas que
él necesitaba escuchar, «ayúdame a llegar a él», pidió al Santísimo antes de
responderle.
—Si has venido hasta aquí, es que sientes la necesidad de
convertirte en ese hombre que lady Charlotte precisa.
Sombra asintió con su mirada perdida en las llamas que chipoteaban
de la chimenea.
—Yo quiero aprender a hacerla feliz —le dijo con voz profunda—,
es mía, señora Cloe.
Cloe se acercó y se sentó a su lado, le sostuvo la mirada unos
segundos, no entendía qué quería decir.
—Solo tienes que abrirte a ella, mostrarle ese rostro que nadie más
conoce, —Cloe miraba expectante su cara inexpresiva, era difícil hablar con
una persona que no denotaba ninguna expresión o sentimiento.
Para su sorpresa, una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro.
—Ella me hace reír, señora Cloe.
—Dios mío, Aidan, la amas.
Él asintió sabiendo que eso era realidad, la amaba.
—Ella me recuerda a un ángel, usted siempre los describía rubios y
muy blancos, cuando la vi frente a mí en aquella oscuridad donde solo
había muerte, lo único que pude pensar era que el arcángel del que usted
siempre hablaba la había dejado caer del cielo por equivocación.
—¡Oh, hijo! —exclamó, mientras una lágrima se deslizaba por su
mejilla.
—El arcángel igual nunca dejaría caer a un ángel por equivocación.
Es el arcángel más poderoso, incluso más poderoso que su hermano menor,
Lucifer.
—¿Entonces?
—Entonces él te la envió para que velaras por ella. —Ella meditó—.
El arcángel quiso que la joven viera tu verdadera naturaleza.
—Yo nunca he tenido nada —le dijo con la mirada nuevamente
perdida entre las llamas de la chimenea—, ni siquiera una frazada para
cubrirme del frío, por eso, a pesar de todo el dinero acumulado, seguía
durmiendo en las calles. No me siento bien entre la gente. ¿Cómo se puede
hablar con una dama? ¿De qué podría yo hablar? —preguntó mirándose las
manos.
A cada palabra pronunciada, el corazón de Cloe se encogía más
dentro de su pecho, la pena la embargó, porque sabía las cicatrices
profundas que cada uno de ellos llevaba en el alma.
—Nosotras, hijo, somos educadas para llevar un hogar, tu esposa, al
igual que yo, sabe cómo dirigir su casa, déjala que sea ella quien te guíe.
Permite que sea lady Charlotte quien te muestre el camino para construir
ese hogar que tanto anhelas, una esposa e hijos que estén atados a ti. Al
igual que lo está haciendo Nicholas, tú también puedes lograrlo, solo deja
de levantar muros delante de tu esposa.
—En su mundo es aceptable la infidelidad. —Su rostro se conturbó
—. No soy bueno, señora Cloe. Mataría si me enterara de su traición.
—Eso no pasará si le entregas tu corazón para que ella sea quien lo
cuide. Entrégate a ella, Aidan, confía tu hogar en sus manos, es la única
manera en que podrás alcanzar la felicidad a su lado. Si has venido hasta
aquí, es que deseas hacerlo, es que estás dispuesto a intentarlo. ¡La amas,
hijo! Ella ha logrado lo que nadie más. Déjala entrar y rezaré cada día para
que tu hogar te brinde la paz que necesitas.
—Ella es mi luz —aceptó—, cuando está en mi presencia todo brilla
a su alrededor.
—Es la luz que debes seguir.
—Me alegra que se haya quedado con nosotros.
Cloe sonrió, un poco insegura, extendió su mano y alcanzó la suya,
la apretó con fuerza.
—¿Me permite abrazarla?
Asintió con la cabeza, incapaz de pronunciar alguna palabra, se
apretó a él cerrando los ojos, disfrutando de aquella cercanía. Eran sus
hijos, ella los había elegido, la maternidad está en el corazón, no en el
cuerpo. Ser una buena madre es una decisión del alma, y ella había decidido
ser la madre de aquellos hombres.
—No dejes que se te escape tu ángel —le pidió todavía abrazándolo
—, no permitas que la oscuridad devore por completo tu alma.
—No lo haré —respondió alejándose un poco, llevándose la mano
de ella hasta los labios, haciéndola sollozar ante la inesperada caricia.
Charlotte se quedó laxa entre sus brazos, abrió lentamente los ojos.
La respiración agitada de su esposo le indicaba que él también había
quedado exhausto.
Sombra la abrazó más a su cuerpo e impulsó ambos cuerpos hacia
atrás. Ganando profundidad, la sumergió con él disfrutando en la tibieza del
agua en sus cuerpos saciados.
—Me gustaría quedarme aquí contigo para siempre —le confesó
Charlotte cuando se sentaron en la orilla del estanque.
Sombra se recostó sobre una piedra, su musculoso cuerpo chorreaba
agua. La miró con agudeza, con su mano le apartó un rizo del hombro.
—A mí también —murmuró acariciando el mechón de cabello entre
sus dedos.
—Háblame de ti —le pidió Charlotte—, dime cómo te convertiste
en el rey de la pólvora, mi amiga Phillipa te conoce porque ella lee la
columna de negocios del Morning Post.
Sombra se apartó el cabello del rostro, su mirada se elevó a las
piedras que se veían en lo alto de aquella caverna.
—Fue por casualidad, Buitre y yo comenzamos a invertir, tuvimos
que aprender a sobrevivir con muy poco. Ambos éramos los mayores, y
nuestros hermanos dependían de nosotros.
—Buitre es el señor Nicholas. —Charlotte subió las piernas y se
abrazó a ellas.
—Sí.
—¿Por qué usan esos nombres? Averno te llama Sombra. ¿Por qué?
—Dame tiempo, ángel. —Sus ojos se clavaron en ella.
—Solo dime cuando no desees continuar. —Le sostuvo la mirada—.
¿Crees que es fácil para mí tomar la iniciativa? ¿Crees que no me siento
atemorizada de decir algo que pueda volver a alejarte de mí? Mírate. —Su
elegante mano lo señaló de abajo hacia arriba—. Eres el hombre más
atemorizante de toda Inglaterra, siempre habrá una parte de mí que te tema,
Aidan, pero mis sentimientos hacia ti son mayores que mi miedo.
Preguntaré porque sé que nunca me dirás nada por propia voluntad.
—Habrá veces en que me maldecirás —le dijo acariciando su
mejilla—, me odiarás por restringir tus movimientos. —Su mano cayó—.
En esos momentos, solo recuerda que nunca ha habido nadie más que tú,
que eres el único respiro que me ha dado la vida, no he conocido más que
violencia y, por más que intente suavizar mi manera de ser para poder llegar
a ti, sé que muchas veces mi lado implacable ganará la batalla.
Charlotte se abalanzó sobre él y se sentó de tal manera que Sombra
estaba aprisionado entre sus piernas. Ella tomó su rostro entre sus manos y
le dio un sonoro beso en los labios.
—Estoy segura de que habrá muchas veces en que pierdas la
paciencia conmigo. Te pido que en esos momentos recuerdes el amor
inmenso que siento por ti. Te amo, Aidan —le repitió volviéndolo a besar
—, es tan grande lo que me haces sentir que me duele.
Sombra tomó en un puño su cabello y la besó con fiereza, odiándose
por no poder gritarle que sentía lo mismo. Su lado oscuro detestaba esa
debilidad que ella causaba en él. Reconoció para sí mismo que ahora sí
temía morir, ahora no deseaba arriesgar su vida, porque aquella mujer de
ojos violáceos parecida a un ángel se había convertido en su mundo.
Capítulo 21
El viaje duró casi dos horas, Charlotte sonrió al ver por la ventanilla
su hogar. Su esposo la había llevado sentada en sus piernas todo el viaje,
cuidando que el movimiento del carruaje no le infligiera más dolor. Su lobo
se mantenía echado en el otro asiento, Charlotte había pegado un grito al
verlo subir al carruaje y lamer su mano.
—Hemos llegado.
—No permitiré que te levantes de la cama —le advirtió.
—No creo que pueda, tengo mucho sueño —le dijo antes de cerrar
sus ojos sobre su pecho.
Averno abrió la puerta del carruaje.
—Permíteme cargarla —le ofreció.
—No. —Sombra salió con ella abrazada a su pecho.
Georgina se llevó una mano a los labios sollozando.
—¿Va a estar bien? —le preguntó a Averno a su lado.
—Sí.
—Quiero disculparme con usted, no debí decirle lo que le dije, he
sido terrible, me avergüenzo. —Georgina lo miró seria—. No me asustan
sus tatuajes.
—¿Entonces por qué me huye? ¿Por qué se esconde en su
habitación? —le preguntó acercándose, con unas ganas locas de besar a
aquella niña y despertarla a la pasión. Deseaba hacerla suya.
—Me escondo porque sé que si usted me pidiera mi honra, se la
daría sin reproches y eso, señor Averno, me hace sentir mucha vergüenza,
porque soy una dama, no debería sentir eso por usted. —Georgina salió
corriendo, temerosa de escuchar su risa burlona.
—No vayas por ese camino, amigo. —Lobo se recostó en la puerta
del carruaje y le dio una fuerte calada a su pitillo—. Es una niña, y nosotros
vivimos en la oscuridad, pero con honor. Al jefe no le gustará que
deshonres a su cuñada y a Buitre menos, somos familia, Averno, y la
familia se respeta.
FIN
Epílogo
Cloe sonrió feliz al ver a su hijo entrar del brazo de su nuera, había
temido que no se presentara; después del nacimiento de la niña, Charlotte
solo había ido a presentaciones musicales y a reuniones familiares, no era
un secreto para nadie que el vizconde no deseaba hacer vida pública.
—Estás guapísimo —le dijo mirándolo encantada.
—El señor Durand es un artista.
—Precisamente, acaba de llegar acompañado por los duques de
Chester. El señor Durand es un amigo personal del duque.
—Adelante, ya el baile ha comenzado. —Cloe les señaló a las
parejas en la pista de baile, Phillipa bailaba con su hermano.