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La organización política maya del periodo Clásico (250-900) tuvo sus antecedentes en
los asentamientos con arquitectura pública y espacios dedicados al ritual que aparecen
desde el período Formativo. Hacia el año 199 de nuestra era, el poder se hallaba ya
centralizado en el x'ul ahaw o "sagrado señor" de un territorio, quien ostentaba
determinados ornamentos representativos del poder sobrenatural, tales como el sak
hunal o "banda blanca" compuesta por piedras o conchas talladas, que con posterioridad
sería sustituida por cabezas talladas que reproducían al llamado Dios Bufón.
Las labores de gobierno eran ejercidas por un pequeño grupo elitista, que durante el
período Clásico llegó a desarrollar los importantes avances que experimentó la ciencia
maya. El derecho divino sirvió para legitimar la autoridad sobre la población y la
posición de privilegio de los gobernantes, como intermediarios entre hombres y dioses.
La minoría aristocrática aseguró su poder transmitiendo al resto de la población una
ideología que identificaba el orden cósmico con su propio gobierno. Su esfuerzo, que se
tradujo en una creciente complicación de la religión maya, se manifestó en las más
variadas facetas artísticas: desde la arquitectura hasta la cerámica, el arte maya parece
rendir culto a sus gobernantes y proclama su asociación con las divinidades; los cultos
religiosos, el calendario y la escritura jeroglífica maya contribuyeron a construir un
sistema de creencias que sostenía y difundía tal identificación.
La administración territorial
En términos generales, una unidad política maya característica del período Clásico
estaba constituida al menos por una ciudad que ejercía como capital y en la que vivía la
dinastía gobernante, los nobles y un número indeterminado de linajes subordinados con
ocupaciones intelectuales y especializaciones artesanales. En el caso de un territorio
muy pequeño, es posible que existiera únicamente un centro de integración política,
pero un estado de extensión media incluía otros focos de población con su propias
administraciones locales, que imitaban las pautas de la capital y reproducían, aunque a
tamaño reducido, los edificios civiles y religiosos.
El control efectivo del territorio fue muy precario; la autoridad se difuminaba a medida
que se alejaba de la capital, al tiempo que sus estructuras administrativas se solapaban
en los centros provinciales dependientes. A raíz de esta debilidad estructural,
responsable de la inestabilidad de las entidades políticas, las fronteras fueron muy
sensibles a la disminución o el aumento del poder de la capital y, en consecuencia,
notablemente fluidas. Se estima que la extensión media de las diferentes unidades
políticas abarcaba un radio de unos 25 kilómetros alrededor de la capital; por lo general,
las guerras se dirimieron entre ciudades vecinas; tampoco hay indicios de que en los
matrimonios de las élites participasen miembros de ciudades muy alejadas.
La guerra
A pesar del peso que tuvo el sistema de alianzas, sería un error pensar que esa estrategia
fue siempre exitosa. La visión interesada que, durante muchas décadas, se quiso dar de
la sociedad maya como eminentemente pacífica, controlada por sabios dedicados en
exclusiva al estudio de la astronomía, las artes y la escritura, ha sido desmitificada por
los investigadores, que destacan el papel que tuvo la guerra como estrategia de primer
orden, sobre todo en el período Clásico.
No es fácil explicar la razón de ser de esta necesidad, pero todos los indicios apuntan a
que la sociedad maya de las Tierras Bajas, en especial en importantes áreas del sur,
vivió su período de mayor desarrollo bajo fuertes presiones internas y externas, que
llegaron a su punto culminante a finales del siglo VIII. Por esta época la población había
crecido a un ritmo excesivo y existían graves problemas de abastecimiento, cuya mayor
incidencia se dio en las zonas rurales. Al mismo tiempo, la clase dirigente se hizo más
numerosa y se fundaron nuevos centros, se remodelaron con grandes construcciones los
ya existentes y aumentó de forma desmesurada la demanda de productos básicos y de
costosos bienes de prestigio y de tributos. Estas necesidades incrementaron la
competencia entre ciudades, de manera que, en determinadas regiones, la guerra se hizo
endémica durante el período Clásico Tardío.
Es preciso tener en cuenta que, si bien en las Tierras Bajas mayas existieron algunas
ciudades bien defendidas, la mayoría se emplazó desde su fundación en espacios
abiertos, quedando expuestas a ataques. Ello conduce a suponer que, durante la mayor
parte de su historia, los mayas no se sintieron amenazados por acciones intimidatorias o
invasoras. Quizá tuvo mayor importancia, tal como demuestran diversos monumentos
tallados, el combate singular entre jefes, donde el fracaso suponía la cautividad del
derrotado, sin que el evento tuviera una incidencia devastadora para la ciudad y el
territorio que regía.
Con todo, se sabe que hubo enfrentamientos de mayor magnitud, que pudieron terminar
en conquista (como en el caso de las guerras de Caracol contra Naranjo y Tikal) o en la
devastación de ciudades e incluso de territorios (como sucedió en las guerras entre Dos
Pilas y Aguateca en la región del Petexbatún). Esta dinámica bélica condujo a una clara
desestructuración política y ha sido señalada como posible causa del colapso de la
civilización maya en las Tierras Bajas del Sur.
Por lo que respecta a la organización política de los mayas en la etapa Posclásica (900-
1500), la península de Yucatán y el altiplano guatemalteco son las áreas sobre las que se
dispone de mayor información, gracias a los documentos de la época posterior al
descubrimiento de América (a partir del siglo XV).