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La organización política maya

La organización política maya del periodo Clásico (250-900) tuvo sus


antecedentes en los asentamientos con arquitectura pública y espacios
dedicados al ritual que aparecen desde el período Formativo. Hacia el año
199 de nuestra era, el poder se hallaba ya centralizado en el x'ul ahaw o
"sagrado señor" de un territorio, quien ostentaba determinados ornamentos
representativos del poder sobrenatural, tales como el sak hunal o "banda
blanca" compuesta por piedras o conchas talladas, que con posterioridad
sería sustituida por cabezas talladas que reproducían al llamado Dios
Bufón.
El territorio gobernado por un x'ul ahaw se denominaba ahawlel, que
equivaldría a "señorío". Uno de los mejores indicadores de que se dispone
para abordar el estudio de la dinámica política de los centros clásicos es el
denominado glifo emblema, unos signos concretos y diferenciados que
aparecen en los textos jeroglíficos y cuya lectura en conjunto sería
"sagrado señor de...", seguido del topónimo de una ciudad o de un
territorio. Hasta el momento se han localizado entre sesenta y setenta
glifos emblemas, que identifican otras tantas entidades políticas
independientes con un rango político teóricamente similar, aunque de
tamaño, potencial e influencia muy variables.
En un segundo nivel jerárquico, el sahal era el gobernador de una región
subsidiaria dentro un territorio mayor o ahawlel, aunque no estaba asociado
a un topónimo. Su importancia no era siempre la misma, ya que en algunos
sitios el sahal no mencionaba a su señor en sus registros iconográficos y
epigráficos, mientras que en otros era sólo el señor quien aparecía en los
textos. Este hecho indicaría profundas diferencias en los patrones de
control regional y de autonomía de los sitios. También se debe tener en
cuenta que, al estar muchos de estos nobles emparentados con el poder
real, a menudo podían alcanzar el grado máximo en la jerarquía.
Si bien no es fácil entresacar los rasgos más característicos de estas
formaciones estatales, los expertos parecen concordar en la importancia
personal de la máxima autoridad política, el ahaw, personaje carismático
que establecía con sus sahalob subordinados unas relaciones de clientelismo
político que no estaban exentas de tensiones. El crecimiento de la
organización estatal, al depender de la influencia personal del gobernante,
podía sufrir grandes fluctuaciones durante un mismo reinado, hecho al que
se unía la práctica ausencia de una burocracia fuerte, capaz de trascender
los individuos y fortalecer el Estado.
Pirámide del Adivino (Uxmal)

Las labores de gobierno eran ejercidas por un pequeño grupo elitista, que
durante el período Clásico llegó a desarrollar los importantes avances que
experimentó la ciencia maya. El derecho divino sirvió para legitimar la
autoridad sobre la población y la posición de privilegio de los gobernantes,
como intermediarios entre hombres y dioses. La minoría aristocrática
aseguró su poder transmitiendo al resto de la población una ideología que
identificaba el orden cósmico con su propio gobierno. Su esfuerzo, que se
tradujo en una creciente complicación de la religión maya, se manifestó en las
más variadas facetas artísticas: desde la arquitectura hasta la cerámica, el
arte maya parece rendir culto a sus gobernantes y proclama su asociación con
las divinidades; los cultos religiosos, el calendario y la escritura jeroglífica
maya contribuyeron a construir un sistema de creencias que sostenía y
difundía tal identificación.

Por otro lado, el parentesco jugaba un papel determinante en la


transmisión de cargos de gobierno; en el caso de los gobernantes, la
sucesión era de tipo patrilineal, de padre a hijo mayor. El panorama político
del territorio maya clásico fue un mosaico cambiante debido a la intensa
competencia entre las distintas entidades. Así, varias ciudades-estado
adquirían, y luego perdían, su control sobre los centros secundarios, que
pasaban a otras manos.

La administración territorial
En términos generales, una unidad política maya característica del período
Clásico estaba constituida al menos por una ciudad que ejercía como capital
y en la que vivía la dinastía gobernante, los nobles y un número
indeterminado de linajes subordinados con ocupaciones intelectuales y
especializaciones artesanales. En el caso de un territorio muy pequeño, es
posible que existiera únicamente un centro de integración política, pero un
estado de extensión media incluía otros focos de población con su propias
administraciones locales, que imitaban las pautas de la capital y
reproducían, aunque a tamaño reducido, los edificios civiles y religiosos.

El control efectivo del territorio fue muy precario; la autoridad se


difuminaba a medida que se alejaba de la capital, al tiempo que sus
estructuras administrativas se solapaban en los centros provinciales
dependientes. A raíz de esta debilidad estructural, responsable de la
inestabilidad de las entidades políticas, las fronteras fueron muy sensibles a
la disminución o el aumento del poder de la capital y, en consecuencia,
notablemente fluidas. Se estima que la extensión media de las diferentes
unidades políticas abarcaba un radio de unos 25 kilómetros alrededor de la
capital; por lo general, las guerras se dirimieron entre ciudades vecinas;
tampoco hay indicios de que en los matrimonios de las élites participasen
miembros de ciudades muy alejadas.

La ausencia de centralización política y la tendencia a la atomización de los


estados mayas hizo necesaria una tupida y dinámica red de alianzas. La
existencia de múltiples rasgos culturales comunes (como elementos
arquitectónicos y estilísticos y tipos de cerámica) y la presencia de objetos
procedentes de otras regiones en los ajuares funerarios de las élites
atestiguan la realidad de estas alianzas en toda el área de la cultura maya.
Tales objetos posiblemente fueron obtenidos en calidad de regalos o
intercambios durante visitas o aportados por los pactos matrimoniales, que
tanta importancia tuvieron.
La guerra
A pesar del peso que tuvo el sistema de alianzas, sería un error pensar que
esa estrategia fue siempre exitosa. La visión interesada que, durante
muchas décadas, se quiso dar de la sociedad maya como eminentemente
pacífica, controlada por sabios dedicados en exclusiva al estudio de la
astronomía, las artes y la escritura, ha sido desmitificada por los
investigadores, que destacan el papel que tuvo la guerra como estrategia
de primer orden, sobre todo en el período Clásico.

Existe una polémica en cuanto a la naturaleza de la guerra: a los


estudiosos que sostienen que se reducía a simples enfrentamientos de
pequeña escala, cuyo fin último sería obtener víctimas para el sacrificio y
esclavos, se oponen otros que afirman que, hacia finales del período
Clásico, la función primordial de la guerra era la conquista, e incluía la
captura de cautivos, la imposición de obligaciones tributarias y, con
frecuencia, la ocupación del territorio.

No es fácil explicar la razón de ser de esta necesidad, pero todos los


indicios apuntan a que la sociedad maya de las Tierras Bajas, en especial
en importantes áreas del sur, vivió su período de mayor desarrollo bajo
fuertes presiones internas y externas, que llegaron a su punto culminante a
finales del siglo VIII. Por esta época la población había crecido a un ritmo
excesivo y existían graves problemas de abastecimiento, cuya mayor
incidencia se dio en las zonas rurales. Al mismo tiempo, la clase dirigente
se hizo más numerosa y se fundaron nuevos centros, se remodelaron con
grandes construcciones los ya existentes y aumentó de forma desmesurada
la demanda de productos básicos y de costosos bienes de prestigio y de
tributos. Estas necesidades incrementaron la competencia entre ciudades,
de manera que, en determinadas regiones, la guerra se hizo endémica
durante el período Clásico Tardío.

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