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EL PENSAMIENTO POLITICO EN SUMERIA Y BABILONIA

Creemos preciso señalar que la mayoría de los tratados sobre la historia del pensamiento y del
arte, suelen comenzar su estudio con la llamada antigUedad clásica, es decir, las anti-guas
Grecia y Roma, y la historia del pensamiento político no es una excepción,

A pesar de este criterio casi tradicional, hemos considerado que sería no sólo una falsedad
cronológica, sino también, lo que es más grave, un evidente error de apreciación de los
procesos sociales generadores de las primeras etapas del des-arrollo de esa realidad, que
sirviéndonos de la expresión de un eminente historiador norteamericano "llamamos con
alguna parcialidad, civilización".

Esta es una actitud debida al nacionalismo europeo, al sobrado aprecio a la raza blanca que
constituye, indudable-. mente, un autoelogio de la civlización actual en Occidente, 1 cuyo
origen es la Civilización greco-latina.

"El mundo era ya muy viejo cuando Homero escribía "La Macla". Los primeros fundamentos
de la filosofía, el arte, la ciencia y la religión, encuéntranse, evidentemente, en las antiguas
civilizaciones del Cercano Oriente, tuya preceden-1 'ecto a la Grecia Antigua dista hasta tres
mil anos. ola respecto Cn se ha dicho " q ue los egipcios eran más antiguos Con razó para los
griegos que éstos para nosotros". No hacemos alusión a las sosPec...adas civilizaciones
anteriores arqueól 2 Sumeria ogos apenas ! los pocos datos que han encontrado los . . i _
pueden indicar a los historiadores su legendaria antigüedad, y poco pueden decirnos de su
cultura y de su vida.

Comenzaremos por esta razón con el estudio de las civili-zaciones que florecieron en el
Cercano Oriente, en la Meso-potamia, la Arabia Costera, Egipto y Siria, llamados también "Los
Cinco Países", Y así lo hacemos, no porque considere-mos que esas civilizaciones sean más
antiguas que las del Valle del Indo, y el Río Amarillo, sino porque ya es tradicional.
Respetamos, nó obstante, las ponderadas argumentaciones en favor de la mayor antigüedad
de las civilizaciones del Lejano Oriente, pero queremos pernsanecer ajenos a la disputa y
pensamos que las civilizaciones del antiguo Cercano Oriente, fueron por lo menos tan antiguas
como aquéllas.

Debió pasar mucho tiempo antes de que las primeras sociedades que vivían bajo el mismo
régimen de la comunidad primitiva, sufrieran el proceso de destrucción que las llevó a la
esclavitud, la propiedad privada, la monogamia y el Estado.

De cinco a cuatro mil arios antes de Cristo, aproximada-mente, surgen las primeras
civilizaciones esclavistas. Estas probablemente nacieron por luchas y alianzas para la guerra
entre las tribus, además de que un aumento de la producti-vidad y una mayor división del
trabajo, dieron lugar a la formación de las primeras ciudades. Es lo que se ha llamado "la
revolución urbana".

El creciente comercio y las aludidas necesidades de defensa frente a otros grupos, así como la
necesidad de la organiza-ción de complicados trabajos de construcción de canales de riego,
drenaje de pantanos, etc., llevaron a aceptar la autori-dad de un jefe común a muchos grupos
y tribus, y de esta manera el caudillo militar que, paulatinamente, se había enriquecido
apropiándose de parte de los esclavos y tierras adquiridos en las conquistas de guerra, se
convirtió en el jefe de un grupo cada vez más extenso. En torno suyo, se enrique-cieron, a su
vez, los jefes militares que luchaban bajo sus órdenes y le asistieron en la labor de administrar
el pequeño
Estado recién surgido. El jefe militar, antiguo caudillo caris-mático, en las sociedades
primitivas, cuyos poderes, como sabeMos, eran puramente restringidos a las necesidades de la
guerra, se convirtió en un verdadero monarca que administra-ba el Estado, imponía la
esclavitud, dirigía las conquistas y repartía dádivas entre sus colaboradores. Es así como los
esclavos y las tierras conquistadas como botín de guerra, pasan en gran medida a manos de
sus ayudantes-militares, formándose una clase privilegiada que le asiste en la explota-ción de
los esclavos y en la administración del reino.

Por otra parte, en este complejo proceso se han producido palpables cambios en las creencias
de los hombres. En las sociedades primitivas el hombre apenas temía a lo desconoci-do. En
una palabra, no tenía la menor idea de lo divino. Más tarde, comenzó a ver espíritus que
relaciona con las activida-des humanas y pronto aparecen los tótems. Cada tribu, cada clan,
tiene su ídolo que lo protege en la paz y en la guerra. Al advenir el descubrimiento de la
agricultura y la domestica-; ción de animales que lleva a la ganadería, las ideas de lo
sobrenatural se relacionan a la productividad y a las acciones humanas, en una palabra, se
configura el pensamiento religio-so propiamente dicho.

El hombre primitivo piensa que son los dioses los que dominan las actividades de los animales,
las plantas y los hombres. Son ellos los que recompensan y casti-gan por medio de buenas o
malas cosechas y de victorias o derrotas militares. De esta amenra, en el momento en que se
da el gran paso de los clanes a los imperios, el pensamiento religioso constituye ya una parte
muy importante de la vida del hombre. El caudillo erigido en monarca se ve precisado a
expresar y justificar su desmedido poder. Los hombres antiguamente libres y ahora sometidos
a la esclavitud, no comprendían su nueva situación y estaban prestos a rebelarse. No es sólo la
fuerza de las armas el medio de someterlos;
se trata, explican los conquistadores, de la voluntad de los dioses que han favorecido al pueblo
conquistador. El rey mismo es un favorecido de los dioses y, más tarde, llega a identificarse con
ellos. En Sumeria, por ejemplo, el mismo nombre del rey lo indica, le llamaban Pathesi, en len-
gua sumerja, y en semítica Ishakku, que quiere decir en am-bas lenguas, "locatario del Dios de
la Ciudad". En otro casos, es sólo el feliz mortal que ha recibido la revelación de la ley divina y
en esa virtud la impone, o en fin, como en Egipto, es el mismo Dios encarnado en la tierra.

De esta manera, surgen los primeros grandes imperios de la antigüedad.

Ahora debemos preguntarnos, cuáles fueron los caracteres comunes a las organizaciones
políticas de las civilizaciones del antiguo Cercano Oriente.

En resumen, podemos decir que fueron monarquías perso-nalistas, teocráticas, absolutistas,


de amplia extensión territo-rial y con una notable centralización administrativa (10): ¿Qué
entendemos por ésto? Ante todo, se nos presentan cua-tro caracteres: 9 que se trata de un
régimen surgido de la evolución de los organismos de gobierno de carácter ejecutivo de las
antiguas sociedades primitivas, y que llevó a la desapari-ción de los organismos deliberativos
de la misma: la asamblea del pueblo y el Consejo de los Ancianos. El jefe militar se ha
convertido en el único órgano de poder y decide por sí mis-mo todos los asuntos del Estado.

Sus ayudantes militares le representaban en la administra-ción de las provincias, como si


fueran el mismo rey, actuando a semejanza de dl, y éste asume todas las funciones del gobier-
no, administra, legisla y.juzga. Estos apenas ejercen un poder delegado del monarca, en los
límites de los territorios a ellos confiados en administración.

Es sin duda, una monarquía personalista. Se llega hasta el extremo de que el tesoro público y
la fortuna del monarca se confunden.
LoS cambios de gobierno se hacen por'sucesión hereditaria o por golpes de Estado. El rey es un
favorecido de los Dioses, o él Dios mismo, como en el caso de los faraones del Antiguo Egipto.
Aunque puede no tratarse de una teocracia propiamente dicha (go-bierno de los sacerdotes
directamente), o restringirse simple-mente, a una gran influendia de éstos. Pero, sobre todo,
lo que configura el régimen es el carácter divino del monarca y el gran poder y la influencia
consecuencial de los sacerdotes en todas las acitividades del Estado. En algunos casos, el rey y
sus funcionarios administrativos también juzgan y, natu-ralmente, legislan, en otros son los
sacerdotes los encargados de administrar el reino. Pero siempre, todas las actividades del
Estado se realizan bajo los auspicios de la divinidad que se relaciona o identifica, según los
casos, con el Rey.

El poder del rey es absoluto, lo que vale decir, que no se encuentra limitado por la ley o ningún
organismo de gobierno.

Siendo el rey, Dios mismo o favorecido de éste, nada ni nadie puede oponérsele. Administra,
juzga, legisla, impone impuestos, distribuye la tierra a su guisa y parecer. En conclu-sión, es
dueño y señor de las tierras y sus frutos y del gobier-no; dicho de otra manera, es Dios en la
tierra. Su autoridad asume un carácter despótico. Bajo esta ima-gen han pasado los antiguos
imperios de Oriente a la poste-ridad,

La monarquía oriental es un organismo extenso, tanto demográfica corno territorialmente. En


sus dominios están comprendidas grandes regiones y numerosos pueblos. El monarca divide
los territorios en departamentos que confía a los nobles colaboradores en la administración y
en la guerra y, en algunos casos, nombra gobernadores supervisados por inspectores.

Los regímenes esclavistas del Antiguo Cercano Oriente, alcanzaron una vasta y complicada
administración pública,
en la que se entremezclan los ministros nombrados por el monarca y sus administradores
militares. A todo esto se añadeauna creciente influencia de un clero cada vez más podé-roso e
interventor.Este último no solamente colaboraba con la administración de la monarquía,sino
también, explicaba al pueblo el origen sobrenatural del monarca, y, en consecuen-cia, el
carácter de su autoridad. Ella debía ser obedecida sin argumentación alguna. En ciertos casos,
como en Egipto, el poder de los sacerdotes llega a ser tan grande, que práctica-mente mina la
autoridad del faraón y, en los últimos tiempos, le reemplazan en la dirección del Estado, siendo
ésta una de las causas de la decadencia y desaparición de esa civilización,

Los Sumerios fueron un pueblo cuyo origen es desconoci-do. De ellos sólo sabemos con
precisión que no eran semitas y que su historia fue, como la de la tierra en que vivieron
(mesopotamia), la crónica de la guerra entre pueblos semitas y no semitas (11).

A esta civilización y a esa otra llamada de Elam que le precedió, debe el hombre el torno del
alfarero, la rueda del carro, la escritura cuneiforme, el calendario sexagesimal, la división del
día en horas y minutos, etc. Sabemos que antes de sumeria, en Elam se fabricaron utensilios
de bronce y la historia ha recogido en la tradición sumeria leyendas tan importantes para
nosotros como la del diluvio.

Indudablemente, los sumerios fueron invasores, no impor-ta de donde vinieran,


probablemente del Norte, de las llanu-ras del Asia Central, hecho que hace suponer algunas
voces mongólicas de su lengua. Puede ser que desembarcaran por el golfo persa, como cuenta
la leyenda sumeria, pero lo cierto es que se establecieron en las fértiles llanuras comprendidas
entre el Tigris y el Eufrates, y allí organizaron una sociedad esclavista agudamente
estratificada,

En la cabeza de la sociedad se encontraba el rey, llamado Pathesi o Ishakku que, como todos
sabemos, quiere decir en
lengua semítica y no semítica, "locatario del Dios de la Citi-dad". Los nobles, eran
terratenientes de corte feudal a quie-nes el rey repartía tierras y esclavos en pago de su ayuda
en las conquistas.

En el seno de la ciudad prosperaron, en fin, hombres libres dedicados a la artesanía y al


comercio. Por último, los agricul-tores libres y los siervos (12), y en el sótano del edificio social,
los pueblos conquistados sometidos a la esclavitud. Las leyes fueron una expresión fiel de este
orden social creado por las conquistas. La jerarquía de las clases sociales se revela en los
estatutos de Ur, codificados por un legislador llamado Ur Engur y Dungui 2150-2050 (a. de n.
e.). Este código es la fuente del Código de Hammurabi.

Sus disposiciones, aunque más simples y menos elaboradas que las del Código de Hammurabi
son, sin embargo, menos draconianas que éstas. Nos dicen los historiadores, por ejem-plo, que
el código semita establecía la pena de muerte por adulterio, mientras que el código sumerio
permitía únicamen-te al marido tomar otra esposa y reducir a la primera a una posición
subordinada (13—A).

El código reglamentaba las relaciones comerciales y regu-laba los préstamos, los contratos, la
adopción y los legados (13—B).

Los tribunales de justicia estaban constituidos por los sacerdotes que fungían de jueces y
funcionaban en los tem-plos. Sin embargo, la mejor disposición de este código era que
organizaba el arbitraje obligatorio de todos los litigios, con la evidente finalidad de evitar los
pleitos. No es necesario puntualizar que la utilidad de esta disposición es tal, que la
codificación napoleónica recogio su espíritu cuando exigía la conciliación previa al litigio.

I. N. Kramer, en un erudito y ameno libro titulado "La Historia Empieza en Sumer", nos relata
que en 1951 se logró reconstruir un himno a la diosa sumeria Nanshe, en el que no
solo se expresa el ideal moral, sino que si creemos en la traducción, se expone por primera vez
la idea de la justicia social; la traducción del himno dice así:

"La que no conoce al huérfano,

la que no conoce a la viuda,

la que no conoce la opresión del hombre por el hombre,

la que es madre del huérfano,

Nanshe cuida de la viuda,

hace que se administre la justicia al más pobre.

Ella es la reina que atrae a su regazo

y la que encuentra un refugio para el más débil".

El dominio sumerjo (14), fue desplazado por los acadios, allá por el año 2400 antes de Cristo;
éstos, bajo el liderazgo de Sargón I y sus descendientes, extendieron la hegemonía acadia por
casi. toda la Mesopotamia. La unión de los acadios y sumerios produjo el pueblo que
conocemos como los Babi-lonios.

En el siglo XVIII antes de nuestra era, Hammurabi unificó la Mesopotamia bajo el poder
babilónico e impulsó un avan-zado código que revela claramente, la organización social de los
despotismos orientales (15).

Al decir de Ralph Turner fueron los sumerios y los babilo-nios los primeros en definir el
derecho de propiedad. Este Código de Hammurabi estaba basado en las precedentes leyes
sumerias, pero organzaba los tribunales con jueces nombrados por el rey de la clase militar
terrateniente. Era, en ciertos aspectos, menos riguroso que los estatutos de Ur. Los juicios
se efectuaban aún en los templos, pero los sacerdotes sólo les tomaban juramento a las partes
y testigos.

El Código regía las siguientes materias: la propiedad, los honorarios y los sueldos, la esclavitud,
las relaciones domésticas y el crimen.

Aplicaba la ley del Talión (ecuación culpa-castigo), pero ésta no se imponía rígidamente sino
que se adaptaba a las diferencias de clases, por ejemplo, si un hombre robaba un buey y una
oveja, un asno, un cerdo, o una embarcación, y lo robado pertenecía a un Dios (sacerdote) o a
un palacio (Príncipe), el ladrón devolverá treinta tantos, si perteneciera a un hombre libre, el
ladrón devolverá el decuplo (16).

Admitía este código dos clases de propiedad inmobiliaria: las tierras concedidas a un señor por
el rey a título de pago de servicios militares y las tierras adquiridas por la compra-venta,
donación, legado o hipoteca.

El noble que recibía tierra del rey no podía desposeerse de ella a voluntad. Se reglamentaba la
esclavitud, teniendo los esclavos que vestir con ropa especial y distinta. Se les marca-ba con
fuego y se les castigaba rudamente si huian pero, el esclavo como contrapartida tenía algunas
prerrogativas: podía gozár de tres días de descanso al mes y podía adquirir propiedad y
comprar su libertad. El derecho de vida o muerte no le pertenecía al amo, como ocurría en
otras sociedades esclavistas de tiempos más avanzados.

Por último, en lo que al derecho penal se refiere, el código era particularmente severo; por
cualquier cosa se imponía la pena de muerte: robo con escalamiento, a mano armada, estupro,
adulterio, etc. No debemos, sin embargo, asombrar-nos de ello. Recordemos que en la Europa
de la Inquisición, las penas eran igualmente severas y habían pasado varios milenios.

La población sometida, no dejó de manifestar su descon-tento. Un célebre diálogo que ha


recogido la tradición, entre un señor y su esclavo, éste se lamenta la situación de sumi-

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