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El gesto comienza donde acaba la palabra

Por Charles Spencer Chaplin (Texto publicado en el Motion Picture Herald Magazine de Nueva York en
el año 1928)

¿Los talkies ? (término peyorativo que refiere a los primeros films hablados) ¡Detesto a los talkies! Se
disponen a estropear el arte más antiguo del mundo, el arte de la pantomima. Están aniquilando la gran
belleza del silencio.

Derriban la pantalla, la corriente que ha creado a las estrellas, los cinéfilos, la misma popularidad del
cine, la atracción de la belleza.

Porque la belleza es lo más importante del cine. La pantalla es pictórica. Imágenes. Chicas y chicos
encantadores en escenas adecuadas. ¿Qué no saben interpretar? Está claro que no tienen talento ¿Y
qué? ¿A quién le importa?

Es evidente que prefiero ver a Dolores Costello (conocida como “La diosa del cine mudo”) con cualquier
argumento, que a una madura actriz de teatro recitando su diálogo con unos repulsivos primeros planos.

Belleza y sex-appeal. Ahí están los dos elementos que han hecho del cine lo que es hoy en día. Ahí
están los dos elementos que han llevado al público a frecuentar los cines, eso es lo que desean, y lo que
les interesa ver.

En mi nueva película “Luces de la ciudad” no utilizaré palabra alguna. No lo haré jamás. Sería fatal para
mí. Y no alcanzo a entender porqué las utilizan quienes podrían prescindir de ellas, como Harold Lloyd
por ejemplo.

En cambio, sí utilizaré un acompañamiento musical sincrónico y grabado. Es algo muy distinto, y de una
importancia y un interés inestimable para nosotros. Muchas personas que jamás han podido escuchar
música de verdad, ahora lo podrán hacer en el cine.

El film hablado ataca las tradiciones de la pantomima que nos ha costado tanto esfuerzo introducir en la
pantalla, y a partir de las cuales debe ser juzgado el arte cinematográfico.

Una película con diálogo destruye toda la técnica que hemos adquirido. Historia y movimiento se
someten a la palabra para permitir una reproducción exacta de sonidos que la imaginación del
espectador puede percibir. Nuestro juguete se ha convertido en una forma de arte reconocida. Los
actores saben que la cámara no graba palabras, sino pensamientos. Pensamientos y emociones. Han
aprendido el alfabeto del movimiento, la poesía del gesto.

Ahora el gesto comienza donde acaba la palabra.

Las emociones extremas del alma son mudas, animales, grotescas o de una belleza inefable. Imaginen
al asesino que se desgarra a sí mismo cuando contempla al jurado. Imaginen la madre que besa las
manitos del niño que sostiene en sus brazos. En ambos casos el objetivo nos saca del apuro.

El cine no tiene ninguna relación con el teatro, quienes creen lo contrario se equivocan. Es totalmente
original. En “La quimera del oro” muestro un almohadón, sus plumas blancas bailan sobre la pantalla
negra. En el teatro es imposible lograr este efecto. Por otra parte, ¿qué podrían añadir las palabras a la
vivacidad de la escena?

El arte cinematográfico se parece a la música más que a cualquier otro arte. Cuanto más trabajo, más
me sorprenden sus posibilidades y más seguro estoy de que actualmente sabemos muy poco de ellas.
Los productores afirman que el público está cansado de las películas mudas, que piden films hablados,
en colores, estereoscópicos. Es una tontería y lo saben. El público quiere la diversión de una tarde.

No puedo soportar las canciones filmadas o los grabados de colores. Con el teatro ya tenemos una
perfecta forma de arte tridimensional. Al trasladar las obras teatrales a la pantalla, el film hablado se
convierte en un sucedáneo del teatro. Peor todavía, en un sustituto del arte teatral en lugar del propio
arte. La falsificación de un arte más antiguo y más importante, sólo posee el valor de una copia de un
viejo maestro. No es más que un hábil facsímil facilitado por la perfección de un sistema mecánico.

Los ingresos del film hablado “El loco cantor” desequilibran provisionalmente a la industria del cine. Los
productores y los exhibidores creen que es posible recomenzar indefinidamente.

Se transforman totalmente los estudios, se preparan nuevos decorados, se instalan aparatos de


grabación de sonido para explotar la locura del momento. Sin embargo, mi confianza en el film mudo
permanece intacta.

Estoy seguro de que debo mi éxito a mis dotes de mimo. No he llegado al cine procedente del drama
como algunas vedettes actuales. A excepción de una aparición en un escenario londinense y en la
compañía de teatro Karno, que respeta todas las tradiciones de la pantomima. Acrobacias, payasos, risa
trágica, risa compasiva, melancolía, danzas y juegos malabares sobriamente mezclados. Con personajes
como ladrones de bicicletas, jugadores de billar, borrachos que vuelven a casa, clases de boxeo en los
bastidores de un music-hall, ilusionistas que fallan trucos, cantantes que se disponen a cantar y no lo
consiguen. Cada número se realizaba con esa impasibilidad que provoca indefectiblemente la risa.
Todos los efectos hacían blanco con la seguridad de un puño de un boxeador. Todas las estratagemas
sacudían al público como cañonazos.

Es imposible imaginar una mejor escuela para un mimo de la pantalla, pues la esencia del cine es el
silencio. En mis películas no hablo. No creo que mi voz pueda añadir nada a ninguna de mis comedias.
Al contrario, destruiría la ilusión que quiero crear, la de una pequeña silueta que simboliza la
extravagancia de un ilusionista, no un personaje real, sino una idea humorística, una abstracción cómica.

Si mis comedias mudas siguen divirtiendo por una tarde al público, me sentiré totalmente satisfecho.

Charles Spencer Chaplin

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