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Alberto Lettieri

(Director)

Discutir el presente,
imaginar el futuro
La problemática del mundo actual

Autores

Atilio Bleta / Elisa Beltritti / César Bisso / Susana Brauner


Fabián Calle / Débora D´Antonio / Khatchik Der
Ghougassian / Estela Garau / Eduardo Glavich / Marita
González / Alberto Lettieri / Elsa Lauro / Federico Merke
Lía Oviedo / Valeria Pita / María J. Regnasco
José C. Villarruel
Índice
Estudio preliminar / Alberto Lettieri .................................................................... 9
I. ¿Un nuevo orden económico-social, o más de lo mismo?
La dinámica del capitalismo global / María J. Regnasco ..................................... 21
Las transformaciones del mercado de trabajo / Marita González .................. 49
El “Post-consenso”, ¿nuevo paradigma o paradigma aggiornado? /
Estela Garau y Elsa Lauro ................................................................................... 73
Los Tratados de Libre Comercio y los Procesos de Integración
Regional / Marita González ....................................................................... 103
Entre el neoliberalismo y la crisis del marxismo: ¿la ciencia y la
tecnología como fundamento/s de un nuevo orden? / Eduardo Glavich ... 131

II. ¿Cómo se gobier na al mundo?


gobierna
El Pensamiento Neo-Conservador y la Política Exterior de los Estados
Unidos en tiempos de Globalización / Fabián Calle y Federico Merke .......... 159
Medio Oriente, ¿la mecha del polvorín? / Atilio Bleta ................................... 185
La madre de todas las frustraciones: las fuentes del fracaso de la
democratización en el Medio Oriente en tiempos de globalización /
Khatchik Der Ghougassian ................................................................................ 211
El fundamentalismo islámico en el conflicto árabe-israelí /
Susana Brauner ................................................................................................. 231
Indagaciones sobre la destructividad / José C. Villarruel .............................. 247

III. Nuevos temas, nuevas realidades


¿Ignorantes o ignorados? / Lía Oviedo y César Bisso ................................... 263
La era de la globalización y el trastocamiento identitario /
Valeria Pita y Débora D´Antonio ...................................................................... 279
El turismo y su historia. El tánsito del ocio al negocio / Elisa Beltritti.......... 289

Los autores .............................................................................................. 317


La dinámica del capitalismo global

La dinámica del catitalismo global


dinámica

por María J. Regnasco

La globalización
La época actual ha sido definida bajo el concepto de globalización.
Pero no podemos entender qué es la globalización si no la situamos como
la característica final de un proceso económico, social, político y cultural
generado por la dinámica del capitalismo.
En efecto, la llamada «globalización» continúa la lógica expansiva
que ha caracterizado desde sus orígenes al sistema capitalista.
La pregunta que debemos hacernos debe apuntar, entonces, no a una
cronología de hechos, sino a un análisis de la estructura del capitalismo.

¿Qué es el capitalismo?
El capitalismo sigue en principio las leyes que rigen la dinámica del
capital desde sus orígenes.
Es evidente, en primer lugar, que es un orden económico-social en
constante cambio. Pero ese cambio posee una lógica interna desde la cual
se genera un proceso de autoorganización por el que, a partir de sus
propias tensiones y contradicciones, se articula un sistema autoexpansi-
vo que hoy asume una dimensión transnacional.
Este dinamismo proviene de su función intrínseca: la producción de
más capital. Su objetivo prioritario es autorreproducirse.
A diferencia de la simple riqueza, el capital no es tal si no circula
constantemente, si no produce más capital.
El oro de los incas no se convirtió en capital hasta que no fue intro-
ducido en el circuito dinámico de la economía europea. Podría tener un
valor simbólico, ritual, ser símbolo de prestigio, pero eso no es capital.
Por consiguiente, el capital, para ser tal, debe generar ganancia. Una
producción de objetos de uso que no implique ganancia no configura

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María J. Regnasco

una economía capitalista. Un ejemplo podría darse con los sistemas de


trueque.
Debemos distinguir, entonces, entre valor de uso y valor de cambio.
El valor de uso corresponde a la función utilitaria de los productos. El
valor de cambio se refiere al proceso de compra-venta, y convierte los
productos en mercancías.
La tendencia del capitalismo es la conversión universal en mercancía. La
categoría mercancía invade todos los aspectos de la vida: la salud, la edu-
cación, el conocimiento, toman la forma de mercancías.
Pero esta tendencia intrínseca del sistema capitalista a la generación
de más capital entra en conflicto con otra de las características del siste-
ma capitalista: la economía de mercado. La competencia a la que están
expuestos los empresarios obliga a bajar los precios. Cuando el precio de
una mercadería llega a coincidir con el costo de producción, ya no hay
ganancias. Es así que el sistema capitalista se halla enfrentado a una con-
tradicción: el capitalismo no es tal si no tiende a la maximización de las
ganancias; sin embargo, el sistema de mercado y la competencia generan
la disminución constante de la tasa de ganancia. Esta es la “ley de hierro”
del capitalismo.
Esta tensión incesante es lo que impide al sistema capitalista estabili-
zarse. Por ello, el proceso de capitalización exige constantemente romper
el equilibrio.
Esto genera una exigencia de expansión constante. En efecto, para
poder imponerse a la competencia, la empresa capitalista está obligada a
producir cada vez más mercaderías, en menos tiempo, y a un precio más
bajo. Introduce, entonces, maquinarias, automatiza la producción, y, por
un tiempo, puede liderar el mercado. Pero esta ventaja desaparece en el
momento en que la competencia incorpora las mismas innovaciones tec-
nológicas, y vuelve a disminuir la tasa de ganancia.
Las grandes ganancias se realizan con los productos más avanzados, y
solamente al iniciarse una nueva generación de tecnología, despues de lo
cual los precios bajan rápidamente.
Este proceso se reproduce actualmente cada dieciocho meses. La con-
secuencia es una lógica expansiva y acelerada, que a su vez necesita ir
acompañada por una nueva industria: la producción de la demada.

La sociedad de consumo
La producción responde a las exigencias propias del dinamismo del
aparato productivo. Pero, a su vez, esta dinámica provoca el imperativo

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La dinámica del capitalismo global

de generar en la sociedad nuevas necesidades en función del aumento de


producción, valorado como fin en sí mismo. Nace así una nueva indus-
tria: la de producción de necesidades.
Uno de los primeros en llamar la atención sobre este fenómeno fue
John K. Galbraith.1
Galbraith llama “efecto dependencia” al hecho de que en la sociedad
de consumo las necesidades, lejos de ser la motivación originaria de la
producción, son un efecto derivado de ésta. Este fenómeno pone de
manifiesto la ambigüedad del concepto de “necesidad”. En efecto, una
vez satisfechas las necesidades elementales, no hay límites para lo que el
hombre puede llegar a desear.
El concepto de necesidad se convierte en el pretexto para una nueva
forma de manipulación del hombre: el verdadero control se ejerce sobre
el deseo.
Se genera una nueva y sofisticada forma de control social: se nos
persuade a desear individualmente aquello que la dinámica del sistema
productivo exige. De tal manera, el sistema puede disimular su carácter
autoritario bajo la apariencia de las libres decisiones de sus miembros.
Se instaura así, a través del consumo, una nueva forma de ejercicio
del poder. Unido al ritmo acelerado de los avances tecnológicos, que
vuelve obsoletos sus productos a poco de producidos, la multiplicación
constante de las necesidades conduce necesariamente a la frustración,
generando un estado de ánimo contrario al bienestar que se intenta lo-
grar. La producción de insatisfacción, es por lo tanto, funcional al siste-
ma, que se recicla en un torbellino incesante con la promesa nunca lo-
grada de satisfacción y felicidad.
“Muy pronto, los líderes empresariales se dieron cuenta de que, para
lograr que la gente “quisiese” cosas que nunca antes había deseado, de-
bían crear la figura del “consumidor insatisfecho” (Rifkin2 ). El “evange-
lio del consumo” reemplaza rápidamente a la tradicional moral del aho-
rro y la austeridad.
A su vez, el vacío de la falta de sentido de la vida experimentada por
el individuo aislado, cuya vinculación social se ha fracturado, es llenada
por los signos de pertenencia configurados por la publicidad. Por medio
de signos externos, el individuo conseguirá adquirir una provisoria iden-
tidad.

1
Cfr. Galbraith, J.K., La sociedad opulenta, México, Artemisa, 1968
2
Cfr. Rifkin, El fin del trabajo, Buenos Aires, Paidós, 1996

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María J. Regnasco

Actualmente, puede visualizarse en algunos sectores sociales una ten-


dencia opuesta al consumo excesivo. Se trata de los círculos de “simpli-
cidad voluntaria”, formados por quienes se preocupan por el impacto de
la sociedad de consumo sobre el medio-ambiente, y al mismo tiempo
buscan formas de gratificación en la amistad, la familia, el arte, la lectura,
el deporte, antes que en los artículos de lujo o los símbolos de status.

Capitalismo y tecnociencia
Esta dinámica expansiva no hubiera alcanzado escala planetaria sin la
estrecha vinculación de la lógica capitalista con la racionalidad tecno-
científica.
Las leyes de la competencia determinan que sólo produciendo más
cantidades de mercancías y vendiendo a un precio más barato pueden
algunos capitalistas desplazar a otros y conquistar el mercado. Es la lógi-
ca capitalista la que empuja al empresario a someter a la producción a
una mayor división del trabajo y a la aplicación en gran escala de maqui-
naria y tecnología. Esta dinámica no puede detenerse. La automatización
de la producción permiten al capitalista vender la mercancía más barata,
pero lo obligan a vender más cantidad, a conquistar un mercado cada vez
mayor.
La aceleración, la tecnificacion, la robotización, se convierten en ley
imperativa.
En la economía global la productividad ya no es función del trabajo
sino del saber tecnocientífico. La tecnociencia es la principal fuerza pro-
ductiva, por lo que el compromiso entre el capital y el conocimiento
científico es estructural. Esto supone una reconversión en la naturaleza
del saber. El conocimiento objetivo, desinteresado, neutral, no tiene lu-
gar en este sistema. Lo que interesa es la productividad del saber. Este
conocimiento es el principal potencial productivo y el eje de la compe-
tencia mundial por el poder.
Como ha señalado A. Toffler3 , las guerras de este siglo se librarán por
el acceso y el control del conocimiento tecnocientífico. Esto es ya visible
en la guerra por las patentes, en especial en la nueva esfera de la biotec-
nología.
La producción y distribución del saber es el eje de las industrias que
han ocupado el centro de la economía en los últimos cuarenta años. El

3
Cfr. Toffler, A., El cambio del poder, Barcelona, Plaza & Janés, 1992, cap. II

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La dinámica del capitalismo global

verdadero producto de la industria farmacéutica es el conocimiento. Las


píldoras no son más que su envoltorio.
Al apoyarse en la tecnología, el capitalismo no cesó de acelerar su
ritmo expansivo.

Aceleración
La aceleración es la consecuencia de un sistema cuyo funcionamiento,
como hemos visto, requiere romper constantemente cualquier equilibrio.
Podemos percibir este impulso acelerador si tenemos en cuenta, por
ejemplo, que la mitad de toda la energía consumida por el hombre du-
rante los últimos dos mil años lo fue en el curso del último siglo.
Si lo medimos en términos de consumo, en las sociedades hiperin-
dustrializadas, la producción de artículos de consumo y de servicios se
duplica cada quince años, período que se acorta cada vez más.
La razón de esta aceleración es que la tecnología se alimenta a sí mis-
ma: cada artefacto impulsa a su vez una red de máquinas.
La tecnología, a su vez, no comprende solamente la producción y
ensamblaje de nuevas máquinas: transforma también el medio intelec-
tual del hombre, su manera de pensar, de plantear los problemas y de
buscar soluciones.
Como afirma E. Morin, la lógica de la máquina artificial toma el con-
trol de lo que no es mecánico. Sus criterios de valor: eficiencia, calcula-
bilidad, especialización rígida, cronometrabilidad, surgieron primero en
la industria, pero han invadido todas las esferas de la vida.
En especial, las nociones de economía, de desarrollo, de trabajo, tal como
se han impuesto, obedecen a esta lógica y la expanden por el planeta.
Esta lógica reduce lo real a lo cuantificable y la racionalidad a la
causalidad mecánica.
Pero la aceleración no es un simple ritmo más rápido, sino que tiene
efectos sobre el mismo sistema.
En primer lugar, afecta a la toma de decisiones. Esto vale para los
individuos, las empresas o los gobiernos. No hay tiempo para la reflexión,
ni para el análisis a fondo de las decisiones que se deben tomar. Es así
como las decisiones se toman con criterios coyunturales, perdiendo de
vista la programación de una estrategia, de un proyecto.
Es por eso que las decisiones de los políticos, de los ejecutivos de las
transnacionales, se acomodan al dinamismo de los mercados, pero no
pueden conducir conscientemente los procesos. Por consiguiente, el
impulso globalizador está fuera de control.

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María J. Regnasco

La automatización de la producción condujo al reemplazo de los rit-


mos naturales por los ritmos mecánicos, abstractos y numerables del reloj.
Hasta la época moderna, el concepto de tiempo estaba íntimamente
vinculado a los ritmos de la vida social y de los ecosistemas de la tierra. El
organismo humano se ha adaptado a esos ritmos durante millones de
generaciones. Pero desde el comienzo de la era industrial, el hombre fue
reemplazando los bioritmos por los tecnoritmos de los artefactos mecáni-
cos y los impulsos eléctricos.
Aunque instrumento mecánico, todavía el reloj mide el tiempo con
relación a la percepción humana. Podemos percibir en nuestra concien-
cia un minuto, un segundo, una décima de segundo.
Pero la computadora introduce una nueva perspectiva temporal: su
unidad de medida es el nanosegundo, que representa la mil millonésima
parte de un segundo. Nunca antes el tiempo había sido organizado sobre
la base de una velocidad que superara el nivel de la conciencia.
Los tiempos mecánicos permiten la division del trabajo, la cronome-
trización y segmentación de los movimientos de los obreros hasta la déci-
ma de segundo. A fines del siglo XIX Taylor diseña sobre esas bases la
administración empresaria cuantificada, cronometrizada, según los prin-
cipios de la “eficiencia”. El trabajo se convierte en “trabajo abstracto”,
medido en horas/hombre, y el obrero se reduce a un mero apéndice de la
máquina.
El ritmo frenético de producción y consumo ha agotado los ecosiste-
mas. Recién en la segunda mitad del siglo XX la humanidad comenzó a
tomar conciencia de los problemas ambientales, y de su vinculación con
la contaminación ambiental. Pero también tenemos que tener en cuenta
que la velocidad de nuestro sistema económico no es compatible con los
tiempos naturales. La aceleración productiva no da tiempo a la naturale-
za a renovar las reservas y a reciclar los residuos.
La aceleración se traduce también en una perturbación de nuestro
equilibrio interior, de la interacción social y de nuestra capacidad de
adaptación a situaciones nuevas. En efecto, la experiencia personal ya no
es efectiva ante la velocidad de los cambios.
El estrés deja de ser una experiencia pasajera, para convertirse en un
estado cuasi permanente del hombre contemporáneo.

Concentración de poder
Pero hay otra consecuencia generada por la exigencia implacable de ge-
neración de más capital: la inversión de los postulados del libre mercado.

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La dinámica del capitalismo global

En efecto, desde el siglo XVIII la economía de libre mercado conside-


raba que el mismo mecanismo de la competencia equilibraría las fuerzas
económicas que entran en juego. Se sostenía entonces que el sistema
capitalista no necesitaría de ninguna regulación, ni estatal ni ética: basta-
ba con dejar actuar libremente el juego del libre mercado. Es así como la
ética es gradualmente suprimida de la economía.
Sin embargo, es este libre juego lo que impulsa constantemente al
capitalismo a transgredir sus propios postulados. En efecto, contraria-
mente a lo que pregonan sus ideólogos, los monopolios y oligopolios, las
corporaciones, la protección estatal, los subsidios, la elusión impositiva,
las megafusiones, no son distorsiones del mercado, sino sus formas clási-
cas y permanentes.
Así, mientras los Estados Unidos y los países de la Unión Europea
exigen la apertura económica, protegen su industria agrícola con subsi-
dios por 360.000 millones de dólares.
A su vez, los grandes costos en infraestructura tecnológica impulsan
las megafusiones. En efecto, la fórmula para lograr competitividad está
asociada a grandes economías de escala que permitan enfrentar las incer-
tidumbres del mercado.
Veamos algunas de las fusiones de los últimos años;
- Exxon y Mobil, las dos grandes petroleras de EEUU, por 178.000 millo-
nes de dls.
- Bancos: Citicorp y The Travelers Group: por 80,000 millones de dls.
- National Bank y Bank America: crea el banco más grande de EE.UU.
- Dailmer Mercedes Benz y Chrysler: produce la quinta automotriz del
mundo
- AOL, líder de Internet, con Time Warner, dueño de las cadenas tele-
visivas CNN, HBO y TNT, entre otros activos, fusión por 105.000 mi-
llones de dls.
- Hoechst, de Alemania y la francesa Rhone Poulenc: negocios por 20.000
mill de dls.
En Argentina:
- Pérez Companc compra Molinos
- Exxel Group compra los supermercados Tía y Norte.
- Repsol el paquete mayoritario de YPF
Uno de los objetivos de las megafusiones es bajar costos y reducir
actividades que se superponen, para lograr más competitividad. La fu-
sión del Bank Boston y del Fleet Financial Group significa una baja del
5% en la cantidad de empleados, lo que equivale a 59.000 puestos de
trabajo.

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María J. Regnasco

Esta tendencia significó ya 650.000 desempleados en la economía


norteamericana.
Trescientas cincuenta empresas transnacionales hegemonizan la prác-
tica económica del presente. El 87% de las empresas transnacionales per-
tenece al grupo G-7. Sus ingresos combinados son el 50% mayor que el
PBI estadounidense, y diez veces mayor que el PBI de América Latina.
A su vez, aumenta el volumen del capital financiero. Sólo en EE.UU.
se procesaron en los mercados de acciones cerca de cien billones de
dólares (son doce ceros), esto es, 10 veces más que su PBI. Y en los
mercados de divisas se intercambian diariamente cerca de 2,3 billones de
dólares, más que el PBI de Francia o Inglaterra. Se trata de una “econo-
mía intangible”, pues gran parte de este capital circula por las pantallas
de las computadoras sin tomar nunca una forma concreta, ni en produc-
ción, ni en papel-dinero. O quizás, sería más apropiado hablar de la
fetichización cuasi-total de la economía.
Son las estrategias regulares y constantes de este juego, lo que condu-
ce inexorablemente a la concentración de poder económico-político y no
al equilibrio.
Este fenómeno desequilibra de tal modo las fuerzas económicas que
entran en competencia que ya resulta ingenuo hablar de libre mercado.
Utilizando una metáfora de Georges Soros, en vez de conducirse como
un péndulo regulador de equilibrio, el mercado actúa como una bola de
demolición.4
Esta enorme concentración de capital y tecnología necesita un orden
político mundial que a su vez convierta los Estados nacionales en órga-
nos gerenciales, sin fines y sin política, meros transmisores y ejecutores
de las decisiones de los grandes centros financieros.

Tendencias encontradas: ambición humana y valor es


valores
solidarios
A veces se tiende a explicar esta tendencia a la concentración de po-
der económico considerándola como la consecuencia de la ambición y la
codicia humanas. Se trata, sin embargo, de una explicación psicologista
que no tiene en cuenta el proceso real.
Evidentemente, este proceso moviliza las tendencias y aptitudes hu-
manas que lo favorecen. No hay duda que hay en el mundo tendencias
hacia la ambición de poder y el éxito económico. Pero lo característico

4
Soros, G., La crisis del capitalismo global, Buenos Aires, Sudamericana, 1999

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La dinámica del capitalismo global

del capitalismo, como observa Heilbroner, es que no podría prescindir


de estas tendencias.
Sin embargo, en la actualidad hay claros indicios de una reacción
contra la ambición exesiva, así como un rechazo de los criterios neolibe-
rales sobre la supremacía de la lógica del mercado por sobre los valores
sociales y los principios éticos, como normas regulativas de la sociedad.
En efecto, los seres humanos no sólo son sociables y solidarios por
naturaleza, sino que estas actitudes aumentan su potencialidad humana
y moral.
En la actualidad, los espacios solidarios y las acciones comunitarias se
multiplican. Sin embargo, estas organizaciones de asistencia humanitaria
tienen lugar, por lo general, más allá del marco de la dinámica económi-
ca. Si bien muchas empresas destinan cantidades considerables de dine-
ro a fines altruistas, lo hacen sustrayendo esas sumas de dinero a la lógica
del mercado, mientras se soporta como algo “natural” la deshumaniza-
ción de esa lógica mercadotécnica.

Los orígenes del capitalismo


La caída del Imperio Romano (siglo IV), significó la ruptura de un
sistema fuertemente centralizado, y Europa entra en un proceso de dis-
persión y desintegración. Se configura un sistema fragmentado de feudos
señoriales, un mosaico de ciudades aisladas, sin una administración jurí-
dica unificada.
El feudalismo consistía por sobre todo en un sistema económico de
autosubsistencia. El comercio era esporádico, referente sólo a productos
escasos, como la sal, las especies o lo artículos suntuarios.
Pero a partir del siglo IX, caravanas de mercaderes inician un comer-
cio que, de actividad marginal a la economía feudal, va cobrando ampli-
tud e importancia. A su vez, la circulación de dinero que genera el co-
mercio produce una clase de burgueses enriquecidos, y más tarde ban-
queros, a los que los señores feudales recurrían para solicitar préstamos,
destinados en general a solventar guerras. Al mismo tiempo se va conso-
lidando progresivamente un sistema industrial.
Estos comerciantes e industriales se van asentando en “burgos”, que
generan progresivamente una administración separada del feudo, y que
entra en conflicto con él.
A fines del siglo XVII la clase burguesa afianza su poder político y
para fines del siglo XIX es ya la fuerza dominante en el mundo.

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María J. Regnasco

La burguesía desarrolla también un nuevo orden jurídico y transfor-


ma sustancialmente las relaciones en el mundo del trabajo.
El feudo era un sistema económico agrario, basado en una red de
servicios. El señor feudal, en rigor, no es el propietario del territorio,
sino un “feudatario”, un administrador que, a cambio del servicio de
defensa, obtiene el privilegio del usufructo de la producción de la tierra,
pero quienes la trabajan son los siervos. Los siervos, a su vez, están liga-
dos a la tierra. Esta situación significa para los siervos simultáneamente
limitación de su autonomía, (no pueden abandonar el feudo libremen-
te), pero al mismo tiempo protección, pues no pueden ser expulsados de
la tierra si ésta llega a ser conquistada por otro señor. No se les paga, sino
que entregan al señor una gran parte de sus cosechas, y se quedan con
una mínima parte para su subsistencia.
Es decir, el señor feudal se queda con una parte de la producción,
otra parte (un diezmo), corresponderá a la Iglesia, y una pequeña parte a
los siervos.
Este modelo dará lugar , bajo el capitalismo, a un sistema en que un
capitalista, dueño de los medios de producción, contrata obreros, a los
que les paga un salario por su tiempo de trabajo, y mantiene la propie-
dad de la totalidad de la producción que los obreros generan. El obrero,
por consiguiente, no debe estar, como el siervo, atado a la tierra, debe ser
jurídicamente “libre” para vender su fuerza de trabajo en el mercado,
aunque, en rigor, al no tener bienes ni posesiones con que subsistir, se ve
forzado al trabajo asalariado por la necesidad de sobrevivir.
El trabajo, a su vez, se transforma en “trabajo abstracto” medido en
horas/hombre, y sujeto a las leyes del mercado.
Los cambios en las relaciones entre el trabajo y el capital explican una
de las características definitorias del proceso de capitalización: el capital
es trabajo acumulado, pero en un proceso que consiste en trabajo social
y acumulación privada.
Para que estas transformaciones económico-jurídicas tengan lugar, debió
también cambiar la apreciación del trabajo mismo en la sociedad.
A su vez, en las grandes ciudades, el lucro pasó de ocupar un lugar
sospechoso y negativamente valorado a convertirse en objeto de estima y
motor de la actividad económica.
El nuevo orden jurídico, administrativo y político que se va gestando
entra en franca contradicción con el orden feudal. El choque entre estos
dos sistemas dará lugar a la serie de revoluciones burguesas que conmo-
cionan Europa durante los siglos XVII y XVIII. La revolución francesa de
1789 se convirtió en la manifestación más divulgada de los alcances de
este conflicto.

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La dinámica del capitalismo global

El surgimiento del capitalismo y de los Estados


Nacionales
El surgimiento del capitalismo fue correlativo al nacimiento de las
naciones europeas. La producción capitalista en expansión necesitaba
una base administrativa de promoción y protección, una base jurídica
que garantizara los derechos de propiedad y una política exterior para
extender sus mercados. Esto no lo podía hacer dentro de una estructura
feudal.
Por ello, el capitalismo necesitó revolucionar la estructura social, po-
lítica y cultural, lo que implicó la creación de los Estados nacionales
modernos.
El Estado creó un sistema jurídico, que proveyó de un marco legal a
las transacciones capitalistas. A esto se agrega el desarrollo de centrales
de energía, vías de comunicación, ferrocarriles, líneas de navegación,
correos, etc.
Nada de esto se hubiera logrado sin la acción de los poderes públicos.
El Estado crea a su vez para el capitalismo un nuevo mercado: el ejérci-
to y sus demandas dan un poderoso impulso a la economía capitalista.
Sin la infraestructura que le proporcionó el Estado, el capitalismo no
hubiera podido funcionar.
Estos factores enlazaron profundamente el capitalismo con las formas
jurídicas del Estado moderno.
Pero aún cuando el capitalismo sigue demandando la protección del
Estado, la expansión de las actuales empresas transnacionales entra en
conflicto con los límites territoriales. Los actuales mecanismos de deci-
sión de estas empresas rebasan el control de los Estados naciones.
Pero este rebasamiento del marco de la nación no ha creado aún las
instituciones a nivel internacional que puedan ejercer un efectivo marco
regulador de la economía global. La globalización de la economía refleja
meramente la lógica del capitalismo actual y la necesidad de facilitar la
circulación de capital y la maximización de los beneficios.
Existen aún ciertamente extensos sectores de la actividad económica
no liberados de los condicionamientos territoriales. Pero tan pronto como
pretende controlar las nuevas formas de creación de riqueza, el Estado
nacional encuentra severas restricciones a su soberanía.
La actual fase de la globalización no es sino la consecuencia de la
lógica expansiva del capital.
Desde sus orígenes, este movimiento desboró los límites políticos y
geográficos. En menos de doscientos años, desde 1700 a 1900, tomó el

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María J. Regnasco

poder en toda Europa, y en los cincuenta años siguientes extendió su


dominio en el resto del mundo. El sistema colonial arrasó con las cultu-
ras nativas, e impuso el poder del capital hasta en las regiones más apar-
tadas.
El capitalismo de base mercantil se transformó en otro de base indus-
trial y nacional, y actualmente informático y multinacional, en el que la
ocupación territorial importa menos que la sujeción a un orden econó-
mico-político que replantea las modalidades de producción y distribu-
ción en todo el planeta.
A su vez, el conocimiento científico y técnico aplicado a la produc-
ción industrial creó una demanda de capital muy por encima de la que
podía proporcionar el artesano. Este proceso generó al mismo tiempo la
concentración de la producción y la exigencia de obtención de una fuente
de energía en gran escala.

El factor energético - La era del petróleo


La vertiginosa dinámica del tecnocapitalismo exige el aumento masivo
del consumo de energía.
Durante la Edad Media, la madera era la principal fuente de energía.
A partir del siglo XVI, con el surgimiento de la industria se sustituye
paulatinamente la energía animal y humana por las máquinas. La auto-
matización de la producción, al acelerar los ritmos y los volúmenes de la
producción, genera rápidamente una exigencia energética, primero el
carbón, y desde fines del siglo XIX, el petróleo.
En 1890 se consumen 9 millones de toneladas de petróleo en el mun-
do, lo que representa menos del 4% de la energía mundial. Pero sólo 70
años más tarde, el consumo pasa a 2.270 millones de toneladas por año
(200 veces más). Y para el año 2000, el petróleo representa el 40% de la
energía gastada en el mundo (23% gas natural, 22 % el carbón, 1% ener-
gía solar, 7% energía nuclear e hidráulica).
A diario se producen en el mundo 77 millones de barriles de petró-
leo. EE.UU. gasta 20 millones de barriles diarios y produce sólo 10 mi-
llones. Con sólo el 5% de la población mundial, EE.UU. consume el
26% del petróleo mundial.
El petróleo es más difícil de encontrar, extraer, procesar y transportar
que el carbón y la madera.
Por consiguiente, las infraestructuras tecnológicas, económicas y las
superestructuras sociales y políticas necesarias para controlar este proce-
so se hacen necesariamente más complejas, jerarquizadas y centralizadas.

32
La dinámica del capitalismo global

La civilización del petróleo es así la organización social más compleja


y centralizada de la historia. Estas características que definen su poderío
hacen simultáneamente al organismo social cada vez más vulnerable.
Para tener una idea de esta enorme concentración de poder tecnoeco-
nómico, podemos observar que en 1930 ya se habían creado las principa-
les empresas petroleras: 26 compañías controlaban 2/3 partes de la es-
tructura del capital de la industria, el 60 % de las perforaciones y el 80 %
de las actividades de marketing.
Cincuenta años más tarde, se habían reducido a ocho corporaciones
que últimamente se fusionaron, reduciéndose a cuatro: Exxon se fusionó
con Mobil, Chevron con Texaco, Royal Duch con Shell y British Petroeum
con Amoco y Arco. Hay algunas otras grandes empresas de capital fran-
cés, que también se fusionaron: Total Fina con Elf.
La industria del petróleo, con ganancias de 2 a 5 billones de dólares
anuales, es la más poderosa del mundo. Con dimensiones colosales, com-
prende no sólo los yacimientos, oleoductos, barcos petroleros, refinerías,
estaciones de servicio, sino también productos petroquímicos, plásicos y
fibras sintéticas, lubricantes, fertilizantes y medicinas.
Por los enormes costos de capital, la estructura industrial y comercial
que depende del petróleo tiende a configurar economías de escala, con
tendencia a la concentración de poder.
Las grandes corporaciones transnacionales que hegemonizan el esce-
nario económico no pasan de 350. Las megafusiones entre ellas reducen
este número continuamente. La llamada “globalización” no es sino la
manifestación más visible de la era del petróleo.
En 1990, el valor de las fusiones y adquisiciones alcanzó 3,4 billones
de dólares, superando el PNB de 182 países, y en 2000, llegó a 15 billo-
nes de dólares.
A su vez, esta enorme concentración de poder genera enormes tensio-
nes económicas, políticas, sociales y ambientales.
La guerra de Irak es una de las manifestaciones de los conflictos ge-
nerados por la exigencia de los EE.UU. de controlar una zona estratégica
por sus reservas en petróleo, en un momento en que el sistema económico
no puede prescindir de esta fuente de energía, al mismo tiempo que se ha
tomado conciencia de que las reservas de petróleo no son ilimitadas.
A pesar de que las razones que se alegaron para desencadenar esta
guerra estuvieron centradas en el objetivo de garantizar la democracia y
la seguridad, sus consecuencias visibles son el de un mundo cada vez
más vulnerable e inseguro, al mismo tiempo que la democracia retrocede
ante la necesidad de extender los dispositivos de control.

33
María J. Regnasco

En esta guerra ya se llevan gastados más de 170.000 millones de dóla-


res, además del costo mensual de mantener un ejército permanente.
Estados Unidos aumentó su presupuesto militar en 460.000 millones
de dólares adicionales en los últimos dos años. La política de defensa es
la política industrial más importante en Estados Unidos, y constituye el
núcleo de la investigación en alta tecnología, con fuertes conexiones con
universidades y laboratorios de grandes empresas.

Energías renovables
La utilización de flujos de energía no-renovable ha generado una muy
alta concentración de capital y de infraestructura industrial, sin prever
su agotamiento. Se trata entonces de buscar alternativas.
La gente, incluso los ecologistas, creen que la era solar será igual que
la actual, sólo que más limpia. Nada más alejado de la realidad.
El fin de la era de la energía no-renovable implicará cambios muy
profundos en la economía, en la vida cotidiana y las instituciones.
La transición a la era solar significará una tarea monumental de re-
planteos para toda la civilización.
En primer lugar, hay que tomar conciencia de que, si bien es necesa-
rio el reemplazo de la energía no renovable por energías renovables, el
gasto energético que implica la actual sociedad de consumo no podrá ser
suministrado por la energía solar o eólica, que son energías no-concen-
tradas, y que implicarán una descentralización de la infraestructura eco-
nómica, industrial y urbana.
La energía solar que se utiliza actualmente es aún parasitaria de las
energías no-renovables.
Otras formas de energía, como la hidráulica o la nuclear, generan
problemas ecológicos y sociales de difícil resolución.
La sociedad, la economía y el estilo de vida de la era solar deberá ser
austero y descentralizado. Se debe comenzar a cuestionar el modelo de
progreso y desarrollo sobre el que hemos edificado nuestra civilización.

La etapa de las “ganancias marginales”


El mantenimiento de la infraestructura tecnológica y energética de la
actual etapa del capitalismo global, además de la exigencia de hacer fren-
te a los desórdenes ambientales y sociales generados, implican gastos cada
vez más altos.

34
La dinámica del capitalismo global

Comienza entonces la etapa de las “ganancias marginales”, en que los


efectos negativos de una economía que excede cualquier límite ya no
pueden ser disimulados.
La etapa de las “ganancias marginales” se manifiesta igualmente en el
crecimiento de la deuda mundial. Según el economista Frederic F. Clair-
mont, entre 1980 y 2003 la deuda pública mundial pasó de 3,6 billones
de dls. a 30 billones de dls., en tanto la deuda financiera interna de las
empresas pasa de 53.000 millones de dólares a 7,6 billones de dólares.
EE.UU. pasó de un superávit fiscal de 127.000 millones de dólares en
2001 a un déficit fiscal de 159.000 millones de dólares (una caída de
alrededor de 300.000 millones de dls. en un año).
También aumentó la deuda en los hogares: el consumidor estadouni-
dense vive a crédito. En 1985 la deuda privada representaba el 26% del
ingreso individual, en 2002, el 40%.
Estados Unidos no es sólo la principal economía del mundo: también
es el principal deudor. Incluso su poderío militar está apuntalado por
capital extranjero. La deuda pública de EE.UU. alcanza a 7,4 billones de
dólares, lo que representa el 67,% de su PBI, de 11 billones de dólares.
La necesidad de EE.UU. de financiar su déficit se acopla de forma
inédita con el desarrollo sin precedentes de China. La mitad de las ex-
portaciones de China se origina en fábricas extranjeras instaladas en el
país, debido a que los costos laborales son la décima parte de los estado-
unidenses. De allí las paradojas de la nueva economía China; más de la
mitad del total de sus exportaciones corresponde a empresas transnacio-
nales que reexportan su producción al resto del mundo, en primer lugar,
al mercado norteamericano. Esta situación es la consecuencia de que
EE.UU. modificó radicalmente su modo de producir y acumular, tras
convertirse en una “nueva economía” de la información.
Japón, China, Corea del Sur y Taiwán financian gran parte del déficit
norteamericano mediante la compra de títulos del Tesoro norteamerica-
no. En verdad, financian sus propias exportaciones industriales.5
También sucede que la disminución de la tasa de beneficio - que no
necesariamente supone reducción de los volúmenes absolutos - se tradu-
jo, además, en el desplazamiento de capitales hacia áreas temporalmente
más rentables, especialmente hacia espacios ajenos a la producción de
bienes, por ejemplo, el tráfico de drogas (que representa un volumen de
aproximadamente 500.000 millones de dls), la inversión en la industria

5
Cfr. La Nación, 9/ll/03, Jorge Castro: Artículo: “Estados Unidos y China, el nuevo G-2”

35
María J. Regnasco

bélica, (la venta de armas es hoy el negocio más rentable: mueve 900.000
millones de dls) y los préstamos internacionales a altas tasas de interés.

Necesidad de re-definir el concepto de productividad


No sólo el transporte o la electricidad dependen del petróleo. La pro-
ducción alimentaria depende casi exclusivamente de esta fuente de ener-
gía: tractores, petroquímicos, fertilizantes, insecticidas, herbicidas, trans-
porte, distribución en el mercado, además de envases, publicidad, etc.
La mayor productividad de las cosechas requiere un constante au-
mento de la cantidad de petróleo consumida en el proceso. pero sin
embargo el resultado no es tan positivo como parece a simple vista.
En 1910 había 25.000 tractores de gasolina en EE.UU. , en 1960: ya
hay 4,7 millones.
El uso de fertilizantes aumentó de 13 millones en 1950 a 130 millones
de toneladas en 1989. El uso de pesticidas, pasó de 90.000 kilos a 2.900
millones de kg. en el mismo período.
Puede causar sorpresa advertir que, desde la perspectiva energética, la
agricultura moderna es la menos productiva de la historia.
Rifkin da el ejemplo de una lata de cereales de 270 calorías, cuya
producción requiere el consumo de 2.790 calorías gastadas en maquina-
ria, fertilizantes, pesticidas, sin considerar el transporte y la distribución.
Haciendo una comparación: un campesino tradicional produce 10
calorías por cada caloría gastada. La agricultura actual, produce 1 caloría
por cada 10 cal. gastadas en el proceso: consume más energía por unidad
de energía producida.
Podría argumentarse que este modelo productivo responde a la exi-
gencia de abastecer a una población mundial que ya sobrepasó los 6.000
millones de habitantes. Sin embargo, este aumento de población es una
necesidad de una economía estructuralmente expansiva que requiere
mercados masivos para sus productos. Leemos en el diario Clarín (12-1-
01) (Fuente: Financial Times): “La población crece poco y complica a la
economía”: En efecto, los países más ricos están preocupados por las
bajas tasas de crecimiento demográfico, lo que reduce el consumo para
una economía cuya infraestructura implica la generación de grandes can-
tidades de mercancías. Por otra parte, la baja natalidad pone en riesgo los
sistemas de jubilaciones y de seguridad social.
Estas observaciones nos lleva a analizar otro concepto clave del capi-
talismo: el concepto de productividad.

36
La dinámica del capitalismo global

La exter nalización de gastos


externalización
Para la economía clásica, la mayor tasa de ganancia es función de la
mayor productividad, y ésta, a su vez, se define a partir de la mayor
velocidad de producción, con menor capital invertido por unidad.
Sin embargo, Rifkin6 señala que se llega a muy distintas apreciaciones
cuando se enfoca el concepto de productividad teniendo en cuenta la
energía consumida en el proceso de producción, y la energía disipada en
el proceso de transformación. El trabajo, la tecnología, las instituciones,
que son transformadores de energía, se vuelven cada vez más complejos,
más concentrados, más especializados, y por consiguiente, menos esta-
bles, generando desórdenes ambientales, sanitarios y sociales.
Reparar estos desórdenes implica altos costos. Pero el sistema económi-
co los enmascara. ¿Cómo lo hace? No contabilizándolos como un gasto. ¿Y
cómo lo logra? Externalizándolos hacia otros espacios de la sociedad.
Por ejemplo, los gastos en salud causados por la contaminación am-
biental, y que no son contabilizados como “gastos” por las empresas, son
“externalizados” a los ciudadanos o al sistema de salud estatal.
El Consejo Presidencial sobre Calidad del Medio Ambiente de EE.
UU calculó en 361.000 millones de dólares el costo del control de la
contaminación de 1980 a 1990, lo que implica mayores impuestos para
los contribuyentes.
La sociedad también termina solventando los desórdenes económicos
y sociales de este proceso. Para dar un ejemplo, en Estados Unidos, el
presupuesto carcelario es mayor que el presupuesto universitario.
Al mismo tiempo, deben crearse instituciones para administrar la con-
tención de los cada vez mayores desórdenes sociales y económicos. Estos
organismos de gobierno acaban consumiendo entre un 70 a 80 % del
presupuesto asignado sólo para su propio mantenimiento.
Se crea entonces un círculo vicioso, en que las respuestas para resol-
ver los problemas, los desórdenes sociales o ambientales, generan a su
vez más problemas y desórdenes.
Ocurre que si tratamos de incidir meramente sobre las consecuencias
de los problemas en vez de actuar sobre las causas, generamos más des-
órdenes en lugar de resolverlos.
Los economistas descontextualizan el proceso económico de la socie-
dad y de la naturaleza. Toman en cuenta solamente los índices contables,

6
Cfr. ‘Rifkin, J., Howard, T., Entropía - Hacia el mundo invernadero, Barcelona, Ed.
Urano, 1990.

37
María J. Regnasco

pero deja de lado las variables energéticas, ecológicas, sociales y sanita-


rias. Enmascaran estos gastos externalizándolos lejos de su área.
Esto significa que el criterio de productividad debe ser revisado y re-
definido. Debe ser contextualizado, tomando en cuenta el entorno social
y ambiental, y considerando la interacción de todas las instancias que
intervienen en el proceso económico.
Como ha observado Edgar Morin, es la relación con lo no-económico lo que
le falta a la ciencia económica.7

Inviabilidad del modelo económico


Estos datos revelan que las dificultades del actual modelo de acumu-
lación de capital son estructurales, y están ancladas en deficiencias de la
teoría económica clásica, muchos de cuyos conceptos es necesario re-
plantear.
Estamos frente a un modelo económico incompatible con el equili-
brio ecológico y con los límites del planeta. La lógica del proceso condu-
ce a una enorme concentración de poder, rodeada de espacios cada vez
más amplios de marginación y pobreza.
El concepto de “desarrollo sustentable”, desde el cual se intenta dé-
bilmente establecer nuevos parámetros, no ha sido convenientemente
definido ni precisado, para poder enmarcar desde él las políticas econó-
micas.
El modelo de desarrollo económico de EE.UU. y del grupo de los 8,
esto es, el modelo capitalista de mercado, se impone como el único mo-
delo para los países en vías de desarrollo. Pero se pasa por alto la inviabi-
lidad de este modelo a escala mundial.
Primero, porque el planeta no podría soportar la presión energética y
ecológica de dos países que tuvieran las características de EE.UU.
Con el 6 % de población mundial, EE.UU. gasta 1/3, o 33% de la
energía mundial.
Aunque EEUU cuenta con 225 millones de habitantes, sus necesida-
des energéticas equivalen a las de 22.000 millones de individuos.
Los países ricos poseen la cuarta parte de la población del planeta,
pero consumen el 70% de la energía mundial, el 75 por ciento de los
metales, el 85 % de la madera y el 60% de los alimentos. Estos países
producen el 75% de la contaminación mundial.

7
Morin, E., Kern, A., Tierra Patria, Buenos Aires, Nueva Visión, 1993, pg. 72

38
La dinámica del capitalismo global

Sólo se podría extender este nivel de vida a un 18 % de la población


mundial sin dejar nada en absoluto al 82% restante.
Estos países pueden mantener este ritmo desmesurado a condición
de que los demás países mantengan en un índice muy bajo su nivel
energético y su nivel de contaminación.

Crisis del modelo de desarrollo


Lo que vemos, en primer lugar, es que este modelo no es generaliza-
ble. Sin embargo, se quiere imponer por organismos tales como el FMI
como el único posible.
E. Morin advierte lúcidamente lo que los políticos y economistas se
niegan a admitir: el subdesarrollo no es sólo la sombra del pasado, que el
crecimiento industrial y tecnológico pronto dejaría atrás, sino un subpro-
ducto inevitable de ese mismo crecimiento.8
Por lo tanto, es la misma idea de desarrollo la que está en crisis.
Porque el capitalismo, como afirma Heilbroner, crea simultáneamente
riqueza y miseria como caras de un mismo proceso.9 Su efecto más visi-
ble es la sociedad dual: un núcleo amurallado de opulencia rodeado de
población marginal, “superflua”.
A su vez, Christian Comelian, profesor del instituto Universitario de
Estudios del Desarrollo (Ginebra), y de la Escuela de Altos Estudios So-
ciales (París), afirma:
Es necesario reconocer definitivamente la imposibilidad de un crite-
rio único de gestión del desarrollo. Pero es precisamente un criterio úni-
co, el de la maximización del lucro y del poder, el que impone el sistema
de la modernidad neoliberal.
Y este analista se pregunta: ¿desarrollar qué y para quién?10

Crisis de la ética
Bajo el actual modelo económico, la función de la ética ha quedado
reducida a establecer algunas regulaciones legales. Sus facultades se ejer-
cen a posteriori de estos resultados, cuando los hechos consumados, los
intereses en juego, la promesa de enormes ganancias, no pueden admitir

8
Morin, E., “El desarrollo en la crisis del desarrollo”, En AA.VV., El mito del desarrollo,
Barcelona, Kairós, 1977
9
Cfr. Heilbroner, R., El capitalismo del siglo XXI, Barcelona, Península, 1996
10
Entrevista a Ch. Comelian, Clarín, 30/11/2003.

39
María J. Regnasco

ningún tipo de limitación. Se confunde peligrosamente el especio de la


ética con el espacio jurídico.
En lugar de establecer principios éticos a partir de los cuales se pro-
yecten los procesos, se han identificando sus criterios con el éxito, la
eficacia o las leyes del mercado.

Crisis de la política
Asistimos a una profunda crisis de la política.
Los políticos van siendo reemplazados por los grupos de presión, por
los lobbies, que movilizan influencias y juegos de fuerzas, informaciones y
presiones en apoyo de sus intereses.
A este juego se le sigue asignando el término de “democracia”.
Pero, ¿se trata todavía de política? El malentendido consiste en creer
que el interés nacional puede aparecer a través de la lucha entre intereses
privados. En ausencia de un proyecto común, de principios comparti-
dos y reconocidos como superiores a los intereses sectoriales, la tenden-
cia es, para cualquier grupo, llegar al extremo de su poder. El poder
aparece entonces como el único objetivo de la política. No es de extrañar
que la corrupción se instale en este espacio desfigurado.
Pero la política no existe como simple resultante de los intereses pri-
vados. Supone proyectos compartidos, principios e ideales comunes que
sobrepasen las mezquinas perspectivas particulares. Si se abandona esta
dimensión y se reduce la política a una función de mercado, el espacio
político queda seriamente amenazado, pues no hay “mercado” que pueda
fijar el valor del interés nacional y delimitar el espacio de la solidaridad.

Crisis de la concepción del mundo


A lo largo de la historia, los seres humanos han tenido la necesidad
de construir un marco de referencia para organizar las actividades de la
vida. El aspecto más interesante de la visión del mundo de una sociedad
determinada consiste en que sus integrantes individuales no son cons-
cientes, en su mayoría, de cómo esa visión del mundo afecta su forma de
actuar y de percibir la realidad que los rodea.
Una visión del mundo tiene éxito en la medida en que se halla tan
internalizada desde la infancia, que no es puesta en tela de juicio. En
efecto, se consideran sus conceptos y presupuestos como naturales, lógi-
cos y racionales. Por ello, ni siquiera podemos imaginar que exista otra
forma legítima de percibir el mundo.

40
La dinámica del capitalismo global

Pero una visión del mundo no sólo da una explicación de cómo fun-
cionan las cosas. También legitima espacios de poder. Ningún poder puede
imponerse sólo por la represión y la violencia; necesita presentar el espa-
cio de poder como espacio de derecho, ya sea natural o racional.
Ahora bien: aún vivimos bajo la influencia del paradigma mecanicista
del siglo XVII. Sus categorías rectoras son la cuantificación, la linealidad,
la cronometrabilidad, la búsqueda de partículas últimas.
Estas categorías se aplican simultáneamente a la concepción tempo-
ral: tiempo lineal, divisible, cuantificable, medible, al espacio, a la mate-
ria, y aún se extiende el modelo para interpretar la sociedad humana: la
sociedad formada por una suma de átomos aislados: los individuos, cu-
yas interacciones estarían regidas también por leyes: la competitividad
del mercado y la “mano invisible” de Adam Smith.
El hombre se concibe como un átomo aislado, cuyas interacciones, a
semejanza de los átomos de la física, produce los fenómenos sociales.
Este átomo individual es concebido como naturalmente egoísta e impul-
sado por el afán de maximizar su interés personal. La única limitación
estaría dada por el choque con la ambición de los restantes individuos.
Los pensadores de los siglos XVII y XVIII no dudaban en considerar al
hombre egoísta por naturaleza y motivado exclusivamente por sus ambi-
ciones personales. Ignorando la vinculación del carácter social del hom-
bre moderno con la dinámica capitalista, no sólo universalizaron estos
rasgos como pertenecientes a la humanidad, sino que juzgaron atrasa-
dos, salvajes y negligentes a los integrantes de las culturas no occidenta-
les por no encontrar en ellos la ambición desmedida o el afán incesante
de lucro.
Esta idea de hombre, obviamente falsa, es sin embargo la que subyace
a la economía de mercado. He escuchado a un economista afirmar muy
seriamente: ”el capitalismo de mercado es el sistema que mejor responde
a la naturaleza humana”. Por supuesto, a los economistas se les escapa
que su teoría económica descansa en un concepto tan distorsionado de
humanidad.
Al suponer que el bienestar material y el progreso serían la conse-
cuencia de la competencia entre individuos naturalmente ambiciosos, la
ética fue gradualmente surpimida de la economía, bajo la creencia de
que las leyes del mercado bastaban para asegurar la prosperidad.
A su vez, los conceptos mecanicistas: calculabilidad, búsqueda de
partículas últimas, linealida, conducen a la hiperespecialización y la frag-
mentación, e impiden ubicar los problemas en su contexto y establecer
las articulaciones entre fenómenos de distintas áreas.

41
María J. Regnasco

Esta visión del mundo redujo la visión de los decisores políticos y


económicos, de los científicos y los educadores, impidiéndoles configu-
rar diagnósticos correctos de los problemas y diseñar vías de acción ade-
cuadas para su solución.

Idea de hombre, dominio, naturaleza y progreso


Hemos visto que la lógica interna de la mecánica del mercado es la
exigencia de expansión y concentración ilimitada, que en este momento
tiene alcances globales.
Para los ideólogos del liberalismo de los siglos XVII y XVIII esta ex-
pansión se interpretó bajo el concepto de progreso, confiando en que el
crecimiento económico, industrial y tecnológico sería el motor del au-
mento de libertad, moralidad y democracia.
Pero sobre todo, el eje inspirador de esta filosofía del progreso estaba
en la idea de dominio y control sobre la naturaleza y el universo.
El hombre deja de experimentarse como formando parte del tejido de
la vida. Como afirmará Bacon, la ambición superior de la humanidad
será la de “dominar el universo”. El concepto de dominio reemplaza
rápidamente a la idea de armonía e integración con el cosmos, propia de
la antigüedad griega.
En el siglo XVII Descartes confirma claramente la vocación de conver-
tir a los seres humanos en “dueños y señores de la naturaleza”.
Por consiguiente, no interesa el mundo real como mundo sensible, ni
la naturaleza como mundo de la vida. La naturaleza es reducida a lo que
se puede medir, calcular, y por lo tanto controlar y dominar por medio
de las matemáticas y el método experimental, que es esencialmente un
método de mediciones.
La naturaleza se reduce a sus aspectos medibles, calculables y controla-
bles. a una simple “suma de recursos”, una “gigantesca estación de servicio”.
La racionalidad se transforma en razón de dominio. Se reemplaza la
búsqueda de la verdad por la búsqueda de la eficiencia, el comprender
por el dominar.

Alter nativas futuras


Alternativas
Las alternativas de superación de la crisis global se orientan en dos
direcciones:

42
La dinámica del capitalismo global

En primer lugar, se encuentran la de quienes proponen fuertes regu-


laciones internacionales, buscando en el espacio de las instituciones
mundiales algún freno a la desmesura de los mercados.
En esta dirección se encuadra, por ejemplo, el análisis de George
Soros, que conoce desde adentro el mundo de las finanzas. Aunque So-
ros pronostica “la desintagración inminente del sistema capitalista glo-
bal”, y advierte que prosiguiendo en el delirio del “fundamentalismo del
mercado” nos dirigimos literalmente hacia el abismo, aún confía en que
pueden establecerse correcciones y fuertes regulaciones para que el siste-
ma continúe funcionando.11
La segunda alternativa abarca a quienes señalan el agotamiento del
paradigma civilizatorio de la sociedad tecno-capitalista, y buscan articu-
lar un nuevo marco de referencias desde otras coordenadas. El análisis
de Al Gore se orienta en esta dirección.
En La tierra en juego12 , Al Gore refiere los problemas medioambientales a la
crisis civilizatoria. Esto significa que la crisis afecta profundamente los supuestos
subyacentes, los ejes estructurales que sostienen el paradigma civilizatorio desde los
comienzos del capitalismo tecnoindustrial.
En este sentido, considera Al Gore, “para responder enérgicamente a
una crisis se requiere un profundo replanteo de las ideas”.
En efecto, resulta sorprendente que sigamos anclados en ideas surgi-
das hace más de trescientos años. Como comenta J. Rifkin: “cada vez que
un hombre de negocios, un político o un científico habla en público
sobre alguna cuestión importante, es como si su discurso lo hubieran
escrito los pensadores del siglo XVII”.13
El modelo tecnoeconómico surgido en la modernidad ha tenido éxi-
tos sorprendentes, pero, como hemos analizado, su carácter expansivo y
su objetivo de hiperproductividad no son generalizables.
a - Por consiguiente, será necesario re-definir los criterios de progreso
y desarrollo. Como observa Edgar Morin, la noción de desarrollo, tal
como se ha impuesto, obedece a la lógica de la máquina artificial y la
expande por el planeta, produciendo un pensamiento mecanicista y par-
celario, que reduce lo real a lo cuantificable. Un concepto meramente
cuantitativo del desarrollo lo reduce a índices de crecimiento industrial
y curvas económicas. Para E. Morin, esta noción de desarrollo ha entrado
en crisis, que revela a su vez una crisis de civilización.

11
Cfr. Soros, G., La crisis del capitalismo global, Buenos Aires, Sudamericana, 1999
12
Cfr. Gore, A., La tierra en juego, Buenos Aires, EMECE,. 1993
13
Cfr. Rifkin, J., Howard, T., Entropía, - hacia el mundo invernadero, Buenos Aires,
Barcelona, Ed. Urano, 1990

43
María J. Regnasco

El concepto de progreso debe medir no sólo los parámetros tecnoeco-


nómicos, sino también los índices de salud, educación, armonía social,
equidad y justicia.
El ideal de progreso ilimitado deberá ser reemplazado por una con-
ciencia de la necesidad de límites, tanto en las proyecciones tecno-eco-
nómicas como en las metas humanas. No todo lo técnicamente posible es
humanamente deseable. Los límites se refieren no sólo a las reservas na-
turales, sino también al consumo desmedido, el cultivo de las necesida-
des y el despilfarro de recursos.
b - Es necesaria una re-formulación de la ética. Como hemos visto,
hay una grave confusión de la ética con las regulaciones meramente lega-
les, que conduce a una banalización de los principios éticos.
Podemos distinguier tres dimensiones en la formulación de los crite-
rios de eticidad:
- La ética de la intención, nos hace responsables por nuestras acciones
conscientes y deliberadas. Este encuadre está impícito en nuestro sis-
tema jurídico.
- La ética de la responsabilidad nos pide hacernos cargo de las consecuen-
cias negativas de nuestros actos, aún si no tuvimos la intención de
que se produzcan.
Ambas éticas vinculan nuestra responsabilidad primordialmente con
referencia a acciones ya realizadas.
- A estos encuadres podemos agregar la ética de la precaución, que nos
pide prudencia con respecto a avances tecnológicos cuyas consecuencias
son inciertas, y cuyos efectos a largo plazo son difíciles de evaluar.
El principio de precaución admite la complejidad de la realidad, de
los efectos de la praxis tecno-científica sobre el tejido social y ambiental
y de las bifurcaciones de las acciones humanas. Implica un llamado a
nuestra prudencia, a la responsabilidad sobre el futuro.
Se trata de tomar conciencia de los límites de nuestra condición humana.
c - Tambien es necesario recuperar el verdadero significado de la ac-
tividad política.
El primer paso será retomar la política en su dimensión filosófica.
Politeia, de donde deriva la palabra política, configuraba para los anti-
guos griegos una dimensión de la vida humana. Para Aristóteles, la polí-
tica es el ámbito que permite al hombre lograr la plenitud de su realiza-
ción. La política es, entonces, la culminación de la ética.
Involucra una concepción del hombre de la plenitud y de la felicidad
opuesta al mero ejercicio del poder como espacio de las ambiciones per-
sonales.

44
La dinámica del capitalismo global

En este sentido, el ejercicio de la política está ligado a la concepción del hombre


como autarkés, aquél que actúa desde sí mismo de acuerdo a principios, y que no se
deja arrastrar por las circunstancias.
La autarquía define entonces a la verdadera libertad, libertad de deci-
sión deliberada, comprometida y responsable, muy distinta a la mera
libertad de opinión o a la actualmente tan divulgada libertad del consu-
midor.
Porque no es libre quien meramente opina, sino quien realmente de-
cide.
La democracia, por lo tanto, y según su etimología como poder del pueblo, es
aquella forma de gobierno en la que los ciudadanos ejercen consciente y responsa-
blemente el poder de toma de decisiones. La verdadera democracia es entonces el
ejercicio de la auténtica libertad.
Pero la democracia implica un espacio de decisión a través de la reflexión, el
diálogo y el consenso entre iguales. En una democracia, por lo tanto, no puede haber
privilegios, ni grupos de presión, ni lobbies.
El espacio de la democracia hay que construirlo. Esto implica un
proceso largo y dificultoso.
d - El espacio de la política no es equivalente a la suma de intereses
privados. Habrá que construir un proyecto de Nación.
Este proyecto debe implicar:
Volver a entender el poder como servicio, y no como habilidad prag-
mática para la acumulación de prebendas y privilegios.
Establecer objetivos comunes hacia los que se canalice la acción
Crear las organizaciones intermedias y los canales de comunicación
que garanticen la verdadera participación
- Descentralizar los enormes conglomerados urbanos y las megalópo-
lis, que implican una burocratización y una concentración de poder in-
compatibles con la auténtica democracia
e - Es también urgente superar la racionalidad reduccionista y lineal
por una razón que abarque la complejidad, capaz de cambiar los análisis
hipersimplificantes que aíslan los fenómenos, por una mirada abarcado-
ra de los procesos y las redes, y la interrelación de todos los sectores del
universo.
f - También debe cambiar nuestras expectativas de que los avances
científico-tecnológicos resolverán todos los problemas. El desarrollo tec-
nológico deberá estar supeditado a la ética de la precaución y la concien-
cia de la complejidad de lo real. Esto significa tomar conciencia de que
las tecnologías no son neutras, y no se agotan en su función específica, y
que sus efectos en el contexto social, ambiental, económico, político, se

45
María J. Regnasco

expanden rápidamente, quedando fuera de control. Debemos advertir


que los artefactos y tecnologías constituyen una red, que actualmente nos
rodea y nos impone sus exigencias de mantenimietno y expansión.
g - Será necesario elaborar una nueva antropología, en que el hombre
no se considere dueño, sino parte de la naturaleza, superar el individua-
lismo extremo por una conciencia del “nosotros” y del destino común de
la humanidad. A su vez, debemos superar la estecha vision que reduce la
naturaleza a una suma de recursos de utilidad meramente económica. El
hombre debe volver a expermientarse como formando parte del tejido de
la vida.
h - Todas estas re-formulaciones deberían canalizar en un re-planteo
de la educación, que deberá estar enfocada con más énfasis en la forma-
ción que en la información. Si el proyecto educativo se encuadra en una
racionalidad sin crítica, reduccionista y lineal, y en criterios meramente
productivistas, formará profesionales altamente especializados, pero in-
capaces de elaborar un diagnóstico correcto de los problemas, y por con-
siguientes, sin la capacidad de configurar una solución.
Estos criterios no configuran un programa ni son exaustivos. Pero
muestran que para superar la crisis actual no basta con meras soluciones
parciales y circunstanciales de problemas aislados. Superar esta crisis
implica cambios muy profundos, que modificarán totalmente nuestra
manera de percibir el mundo, la sociedad, la economía y la política.
Significa una tarea monuemental de re-planteos para toda la civiliza-
ción. Esta tarea no será fácil. Los sistemas civilizatorios configuran ten-
dencias que poseen una gran inercia, lo que significa que se tiende a
plantear y resolver los problemas según los criterios y valores en vigencia.
Recién estamos en el comienzo de una toma de conciencia de los
problemas. Hará falta una profunda reflexión, no individual, sino colec-
tiva, espacios de discusión. Es necesario cambiar los planteos, y no mera-
mente multiplicar las respuestas a preguntas mal formuladas.
Se trata de una tarea urgente, una tarea planetaria. Se trata de tomar
conciencia de la comunidad de destino terrestre.

Bibliografía
Castro, J., artículo en diario La Nación
Nación, 9/ll/03, “Estados Unidos y China, el nuevo
G-2”
Clairmont, F., artículo en Le monde diplomatique, 4/2003, “Una deuda que amenaza
al imperio”
Comelian, Ch, Entrevista en Clarín, 30/11/2003.

46
La dinámica del capitalismo global

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