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Lettieri Discutirelpresente Regnasco Páginas 5,7,21 47
Lettieri Discutirelpresente Regnasco Páginas 5,7,21 47
(Director)
Discutir el presente,
imaginar el futuro
La problemática del mundo actual
Autores
La globalización
La época actual ha sido definida bajo el concepto de globalización.
Pero no podemos entender qué es la globalización si no la situamos como
la característica final de un proceso económico, social, político y cultural
generado por la dinámica del capitalismo.
En efecto, la llamada «globalización» continúa la lógica expansiva
que ha caracterizado desde sus orígenes al sistema capitalista.
La pregunta que debemos hacernos debe apuntar, entonces, no a una
cronología de hechos, sino a un análisis de la estructura del capitalismo.
¿Qué es el capitalismo?
El capitalismo sigue en principio las leyes que rigen la dinámica del
capital desde sus orígenes.
Es evidente, en primer lugar, que es un orden económico-social en
constante cambio. Pero ese cambio posee una lógica interna desde la cual
se genera un proceso de autoorganización por el que, a partir de sus
propias tensiones y contradicciones, se articula un sistema autoexpansi-
vo que hoy asume una dimensión transnacional.
Este dinamismo proviene de su función intrínseca: la producción de
más capital. Su objetivo prioritario es autorreproducirse.
A diferencia de la simple riqueza, el capital no es tal si no circula
constantemente, si no produce más capital.
El oro de los incas no se convirtió en capital hasta que no fue intro-
ducido en el circuito dinámico de la economía europea. Podría tener un
valor simbólico, ritual, ser símbolo de prestigio, pero eso no es capital.
Por consiguiente, el capital, para ser tal, debe generar ganancia. Una
producción de objetos de uso que no implique ganancia no configura
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La sociedad de consumo
La producción responde a las exigencias propias del dinamismo del
aparato productivo. Pero, a su vez, esta dinámica provoca el imperativo
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1
Cfr. Galbraith, J.K., La sociedad opulenta, México, Artemisa, 1968
2
Cfr. Rifkin, El fin del trabajo, Buenos Aires, Paidós, 1996
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Capitalismo y tecnociencia
Esta dinámica expansiva no hubiera alcanzado escala planetaria sin la
estrecha vinculación de la lógica capitalista con la racionalidad tecno-
científica.
Las leyes de la competencia determinan que sólo produciendo más
cantidades de mercancías y vendiendo a un precio más barato pueden
algunos capitalistas desplazar a otros y conquistar el mercado. Es la lógi-
ca capitalista la que empuja al empresario a someter a la producción a
una mayor división del trabajo y a la aplicación en gran escala de maqui-
naria y tecnología. Esta dinámica no puede detenerse. La automatización
de la producción permiten al capitalista vender la mercancía más barata,
pero lo obligan a vender más cantidad, a conquistar un mercado cada vez
mayor.
La aceleración, la tecnificacion, la robotización, se convierten en ley
imperativa.
En la economía global la productividad ya no es función del trabajo
sino del saber tecnocientífico. La tecnociencia es la principal fuerza pro-
ductiva, por lo que el compromiso entre el capital y el conocimiento
científico es estructural. Esto supone una reconversión en la naturaleza
del saber. El conocimiento objetivo, desinteresado, neutral, no tiene lu-
gar en este sistema. Lo que interesa es la productividad del saber. Este
conocimiento es el principal potencial productivo y el eje de la compe-
tencia mundial por el poder.
Como ha señalado A. Toffler3 , las guerras de este siglo se librarán por
el acceso y el control del conocimiento tecnocientífico. Esto es ya visible
en la guerra por las patentes, en especial en la nueva esfera de la biotec-
nología.
La producción y distribución del saber es el eje de las industrias que
han ocupado el centro de la economía en los últimos cuarenta años. El
3
Cfr. Toffler, A., El cambio del poder, Barcelona, Plaza & Janés, 1992, cap. II
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La dinámica del capitalismo global
Aceleración
La aceleración es la consecuencia de un sistema cuyo funcionamiento,
como hemos visto, requiere romper constantemente cualquier equilibrio.
Podemos percibir este impulso acelerador si tenemos en cuenta, por
ejemplo, que la mitad de toda la energía consumida por el hombre du-
rante los últimos dos mil años lo fue en el curso del último siglo.
Si lo medimos en términos de consumo, en las sociedades hiperin-
dustrializadas, la producción de artículos de consumo y de servicios se
duplica cada quince años, período que se acorta cada vez más.
La razón de esta aceleración es que la tecnología se alimenta a sí mis-
ma: cada artefacto impulsa a su vez una red de máquinas.
La tecnología, a su vez, no comprende solamente la producción y
ensamblaje de nuevas máquinas: transforma también el medio intelec-
tual del hombre, su manera de pensar, de plantear los problemas y de
buscar soluciones.
Como afirma E. Morin, la lógica de la máquina artificial toma el con-
trol de lo que no es mecánico. Sus criterios de valor: eficiencia, calcula-
bilidad, especialización rígida, cronometrabilidad, surgieron primero en
la industria, pero han invadido todas las esferas de la vida.
En especial, las nociones de economía, de desarrollo, de trabajo, tal como
se han impuesto, obedecen a esta lógica y la expanden por el planeta.
Esta lógica reduce lo real a lo cuantificable y la racionalidad a la
causalidad mecánica.
Pero la aceleración no es un simple ritmo más rápido, sino que tiene
efectos sobre el mismo sistema.
En primer lugar, afecta a la toma de decisiones. Esto vale para los
individuos, las empresas o los gobiernos. No hay tiempo para la reflexión,
ni para el análisis a fondo de las decisiones que se deben tomar. Es así
como las decisiones se toman con criterios coyunturales, perdiendo de
vista la programación de una estrategia, de un proyecto.
Es por eso que las decisiones de los políticos, de los ejecutivos de las
transnacionales, se acomodan al dinamismo de los mercados, pero no
pueden conducir conscientemente los procesos. Por consiguiente, el
impulso globalizador está fuera de control.
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Concentración de poder
Pero hay otra consecuencia generada por la exigencia implacable de ge-
neración de más capital: la inversión de los postulados del libre mercado.
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Soros, G., La crisis del capitalismo global, Buenos Aires, Sudamericana, 1999
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Energías renovables
La utilización de flujos de energía no-renovable ha generado una muy
alta concentración de capital y de infraestructura industrial, sin prever
su agotamiento. Se trata entonces de buscar alternativas.
La gente, incluso los ecologistas, creen que la era solar será igual que
la actual, sólo que más limpia. Nada más alejado de la realidad.
El fin de la era de la energía no-renovable implicará cambios muy
profundos en la economía, en la vida cotidiana y las instituciones.
La transición a la era solar significará una tarea monumental de re-
planteos para toda la civilización.
En primer lugar, hay que tomar conciencia de que, si bien es necesa-
rio el reemplazo de la energía no renovable por energías renovables, el
gasto energético que implica la actual sociedad de consumo no podrá ser
suministrado por la energía solar o eólica, que son energías no-concen-
tradas, y que implicarán una descentralización de la infraestructura eco-
nómica, industrial y urbana.
La energía solar que se utiliza actualmente es aún parasitaria de las
energías no-renovables.
Otras formas de energía, como la hidráulica o la nuclear, generan
problemas ecológicos y sociales de difícil resolución.
La sociedad, la economía y el estilo de vida de la era solar deberá ser
austero y descentralizado. Se debe comenzar a cuestionar el modelo de
progreso y desarrollo sobre el que hemos edificado nuestra civilización.
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Cfr. La Nación, 9/ll/03, Jorge Castro: Artículo: “Estados Unidos y China, el nuevo G-2”
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bélica, (la venta de armas es hoy el negocio más rentable: mueve 900.000
millones de dls) y los préstamos internacionales a altas tasas de interés.
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6
Cfr. ‘Rifkin, J., Howard, T., Entropía - Hacia el mundo invernadero, Barcelona, Ed.
Urano, 1990.
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7
Morin, E., Kern, A., Tierra Patria, Buenos Aires, Nueva Visión, 1993, pg. 72
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Crisis de la ética
Bajo el actual modelo económico, la función de la ética ha quedado
reducida a establecer algunas regulaciones legales. Sus facultades se ejer-
cen a posteriori de estos resultados, cuando los hechos consumados, los
intereses en juego, la promesa de enormes ganancias, no pueden admitir
8
Morin, E., “El desarrollo en la crisis del desarrollo”, En AA.VV., El mito del desarrollo,
Barcelona, Kairós, 1977
9
Cfr. Heilbroner, R., El capitalismo del siglo XXI, Barcelona, Península, 1996
10
Entrevista a Ch. Comelian, Clarín, 30/11/2003.
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Crisis de la política
Asistimos a una profunda crisis de la política.
Los políticos van siendo reemplazados por los grupos de presión, por
los lobbies, que movilizan influencias y juegos de fuerzas, informaciones y
presiones en apoyo de sus intereses.
A este juego se le sigue asignando el término de “democracia”.
Pero, ¿se trata todavía de política? El malentendido consiste en creer
que el interés nacional puede aparecer a través de la lucha entre intereses
privados. En ausencia de un proyecto común, de principios comparti-
dos y reconocidos como superiores a los intereses sectoriales, la tenden-
cia es, para cualquier grupo, llegar al extremo de su poder. El poder
aparece entonces como el único objetivo de la política. No es de extrañar
que la corrupción se instale en este espacio desfigurado.
Pero la política no existe como simple resultante de los intereses pri-
vados. Supone proyectos compartidos, principios e ideales comunes que
sobrepasen las mezquinas perspectivas particulares. Si se abandona esta
dimensión y se reduce la política a una función de mercado, el espacio
político queda seriamente amenazado, pues no hay “mercado” que pueda
fijar el valor del interés nacional y delimitar el espacio de la solidaridad.
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Pero una visión del mundo no sólo da una explicación de cómo fun-
cionan las cosas. También legitima espacios de poder. Ningún poder puede
imponerse sólo por la represión y la violencia; necesita presentar el espa-
cio de poder como espacio de derecho, ya sea natural o racional.
Ahora bien: aún vivimos bajo la influencia del paradigma mecanicista
del siglo XVII. Sus categorías rectoras son la cuantificación, la linealidad,
la cronometrabilidad, la búsqueda de partículas últimas.
Estas categorías se aplican simultáneamente a la concepción tempo-
ral: tiempo lineal, divisible, cuantificable, medible, al espacio, a la mate-
ria, y aún se extiende el modelo para interpretar la sociedad humana: la
sociedad formada por una suma de átomos aislados: los individuos, cu-
yas interacciones estarían regidas también por leyes: la competitividad
del mercado y la “mano invisible” de Adam Smith.
El hombre se concibe como un átomo aislado, cuyas interacciones, a
semejanza de los átomos de la física, produce los fenómenos sociales.
Este átomo individual es concebido como naturalmente egoísta e impul-
sado por el afán de maximizar su interés personal. La única limitación
estaría dada por el choque con la ambición de los restantes individuos.
Los pensadores de los siglos XVII y XVIII no dudaban en considerar al
hombre egoísta por naturaleza y motivado exclusivamente por sus ambi-
ciones personales. Ignorando la vinculación del carácter social del hom-
bre moderno con la dinámica capitalista, no sólo universalizaron estos
rasgos como pertenecientes a la humanidad, sino que juzgaron atrasa-
dos, salvajes y negligentes a los integrantes de las culturas no occidenta-
les por no encontrar en ellos la ambición desmedida o el afán incesante
de lucro.
Esta idea de hombre, obviamente falsa, es sin embargo la que subyace
a la economía de mercado. He escuchado a un economista afirmar muy
seriamente: ”el capitalismo de mercado es el sistema que mejor responde
a la naturaleza humana”. Por supuesto, a los economistas se les escapa
que su teoría económica descansa en un concepto tan distorsionado de
humanidad.
Al suponer que el bienestar material y el progreso serían la conse-
cuencia de la competencia entre individuos naturalmente ambiciosos, la
ética fue gradualmente surpimida de la economía, bajo la creencia de
que las leyes del mercado bastaban para asegurar la prosperidad.
A su vez, los conceptos mecanicistas: calculabilidad, búsqueda de
partículas últimas, linealida, conducen a la hiperespecialización y la frag-
mentación, e impiden ubicar los problemas en su contexto y establecer
las articulaciones entre fenómenos de distintas áreas.
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Cfr. Soros, G., La crisis del capitalismo global, Buenos Aires, Sudamericana, 1999
12
Cfr. Gore, A., La tierra en juego, Buenos Aires, EMECE,. 1993
13
Cfr. Rifkin, J., Howard, T., Entropía, - hacia el mundo invernadero, Buenos Aires,
Barcelona, Ed. Urano, 1990
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Nación, 9/ll/03, “Estados Unidos y China, el nuevo
G-2”
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Comelian, Ch, Entrevista en Clarín, 30/11/2003.
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