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La humildad es una característica del alma que nos prepara para tener fe. Muchas
personas alaban la virtud de la humildad y la consideran una joya hermosa; pero ellas
mismas no la quieren poseer, pues ella termina con su ego y su orgullo.
El orgullo y la humildad
La Biblia muchas veces contrasta el orgullo con la humildad. Notemos algunos de sus
contrastes:
Otro contraste entre el orgullo (considerarse uno superior a los demás) y la humildad
(reconocer uno que es indigno) se presenta en Lucas 18.9–14. El fariseo que se exaltó a
sí mismo no logró favor de Dios, mientras que el publicano quien confesó ser pecador
alcanzó misericordia.
Evidencias de la humildad
Según nos dice Mateo 18.1, los discípulos querían saber quién era el mayor en el reino
de los cielos. Jesús puso a un niño en medio de ellos, diciendo: “Así que, cualquiera que
se humille como este niño, ése es el mayor en el reino de los cielos” (Mateo 18.4). Jesús
es nuestro ejemplo perfecto de uno que siempre andaba con el espíritu de humildad.
Filipenses 2.6–7 dice esto acerca de Jesús: “El cual (...) no estimó el ser igual a Dios como
cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo”. Jesús no buscó la grandeza, pero
después de humillarse “Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es
sobre todo nombre” (Filipenses 2.9). Los que, como Cristo, manifiestan un espíritu
manso, sumiso y humilde pertenecen a Dios y serán exaltados a su debido tiempo. La
sencillez semejante a la de un niño, la inocencia y no guardar rencor son evidencias de la
verdadera humildad.
2. La mansedumbre
Efesios 4.2 dice que “con toda humildad y mansedumbre” debemos soportarnos con
paciencia los unos a los otros en amor. Los humildes nunca caen desde muy alto porque
no se exaltan a sí mismos. Pero los que se exaltan a sí mismos caen y sufren. Sería bueno
notar aquí que hay una diferencia entre la humildad y la humillación: la humillación, por
lo general, es nada más que el orgullo herido.
3. La modestia
Dios manda que los santos se humillen “bajo la poderosa mano de Dios” (1 Pedro 5.6),
que se vistan de humildad (Colosenses 3.12), que se revistan de humildad (1 Pedro 5.5) y
que anden con toda humildad (Efesios 4.1–2).
¿Ha notado usted que la Biblia con frecuencia habla de la exaltación junto con la
humildad? Sin embargo, no debemos tratar de humillarnos con la esperanza de ser
exaltados. Es importante saber que la senda del orgullo siempre lleva al desastre,
mientras que la senda de la humildad siempre lleva a la exaltación. Pero no debemos
preocuparnos de cuándo y cómo seremos exaltados. Dios se encargará de todo eso. Lo
que nos toca a nosotros es seguir en la humildad, confiar en Dios, obedecer su palabra,
mantenernos al pie de la cruz y recordar que las promesas de Dios a los humildes son
seguras.
“No se olvidó del clamor de los afligidos” (Salmo 9.12). Los ninivitas se vistieron de cilicio
y ceniza ante Dios. Ezequías se humilló ante Dios y oró que fuera librado del poder de
Senaquerib. El publicano rogó a Dios por misericordia. Todos estos acudieron a Dios en
humildad, y él oyó sus oraciones. A nuestro Dios Todopoderoso le place contestar las
oraciones de los mansos y humildes que vienen a él con súplicas y oraciones.
La humildad fingida
Como Pablo menciona en Colosenses 2.18 hay algo que parece ser la humildad, pero en
verdad no lo es. Esta es la humildad fingida y la debemos evitar. Algunos, al darse cuenta
de los méritos de la humildad, la codician por su excelencia o por la exaltación que
buscan. Buscar la humildad por razones egoístas trae como resultado la humildad
fingida. Los que se sienten orgullosos por su humildad algún día se darán cuenta de que
era una humildad fingida la que tenían.