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sumisión, se aplica a la persona que tiene la capacidad de restar importancia a los propios
logros y virtudes y de reconocer sus defectos y errores.
Mateo: 11:29
Filipenses 2:3-
Gálatas 3:20
Entender quienes somos en Dios, y desde ahí amar a los demás y a Dios.
Reconocer quienes somos en Dios, y eso te hace estar seguro de quien sos..
La humildad
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La humildad es una característica del alma que nos prepara para tener fe.
Muchas personas alaban la virtud de la humildad y la consideran una joya
hermosa; pero ellas mismas no la quieren poseer, pues ella termina con su ego y
su orgullo.
El orgullo y la humildad
La Biblia muchas veces contrasta el orgullo con la humildad. Notemos algunos de
sus contrastes:
Evidencias de la humildad
1. Ser como niño
Según nos dice Mateo 18.1, los discípulos querían saber quién era el mayor en el
reino de los cielos. Jesús puso a un niño en medio de ellos, diciendo: “Así que,
cualquiera que se humille como este niño, ése es el mayor en el reino de los
cielos” (Mateo 18.4). Jesús es nuestro ejemplo perfecto de uno que siempre
andaba con el espíritu de humildad. Filipenses 2.6–7 dice esto acerca de Jesús:
“El cual (...) no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se
despojó a sí mismo”. Jesús no buscó la grandeza, pero después de humillarse
“Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo
nombre” (Filipenses 2.9). Los que, como Cristo, manifiestan un espíritu manso,
sumiso y humilde pertenecen a Dios y serán exaltados a su debido tiempo. La
sencillez semejante a la de un niño, la inocencia y no guardar rencor son
evidencias de la verdadera humildad.
2. La mansedumbre
Efesios 4.2 dice que “con toda humildad y mansedumbre” debemos soportarnos
con paciencia los unos a los otros en amor. Los humildes nunca caen desde muy
alto porque no se exaltan a sí mismos. Pero los que se exaltan a sí mismos caen y
sufren. Sería bueno notar aquí que hay una diferencia entre la humildad y la
humillación: la humillación, por lo general, es nada más que el orgullo herido.
3. La modestia
Dios manda que los santos se humillen “bajo la poderosa mano de Dios” (1 Pedro
5.6), que se vistan de humildad (Colosenses 3.12), que se revistan de humildad (1
Pedro 5.5) y que anden con toda humildad (Efesios 4.1–2).
(Lea Proverbios 16.19; Mateo 5.3, 5.) Dios da gracia a los que son humildes
(Santiago 4.6). Los que poseen la humildad son los mayores en el reino de Dios.
“Riquezas, honra y vida son la remuneración de la humildad” (Proverbios 22.4).
¿Ha notado usted que la Biblia con frecuencia habla de la exaltación junto con la
humildad? Sin embargo, no debemos tratar de humillarnos con la esperanza de
ser exaltados. Es importante saber que la senda del orgullo siempre lleva al
desastre, mientras que la senda de la humildad siempre lleva a la exaltación.
Pero no debemos preocuparnos de cuándo y cómo seremos exaltados. Dios se
encargará de todo eso. Lo que nos toca a nosotros es seguir en la humildad,
confiar en Dios, obedecer su palabra, mantenernos al pie de la cruz y recordar
que las promesas de Dios a los humildes son seguras.
“No se olvidó del clamor de los afligidos” (Salmo 9.12). Los ninivitas se vistieron
de cilicio y ceniza ante Dios. Ezequías se humilló ante Dios y oró que fuera
librado del poder de Senaquerib. El publicano rogó a Dios por misericordia. Todos
estos acudieron a Dios en humildad, y él oyó sus oraciones. A nuestro Dios
Todopoderoso le place contestar las oraciones de los mansos y humildes que
vienen a él con súplicas y oraciones.
La humildad fingida
Como Pablo menciona en Colosenses 2.18 hay algo que parece ser la humildad,
pero en verdad no lo es. Esta es la humildad fingida y la debemos evitar.
Algunos, al darse cuenta de los méritos de la humildad, la codician por su
excelencia o por la exaltación que buscan. Buscar la humildad por razones
egoístas trae como resultado la humildad fingida. Los que se sienten orgullosos
por su humildad algún día se darán cuenta de que era una humildad fingida la
que tenían.