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Podemos seguir con el qi de los chinos o con el ik de los mayas y citar la misma asociación entre
los toltecas, mixtecos, otomíes (y básicamente en todas las culturas prehispánicas), pero lo
importante es que en todos lados vemos una correlación entre aire y espíritu, vasos comunicantes
entre la esencia del ser humano –su conciencia, voluntad o espíritu– y la energía misma del
cosmos, la fuerza dadora de vida.
Más allá de que creamos en un principio espiritual que trasciende el mundo material o en un alma
inmortal, o no, hay una enseñanza en esta noción de la continuidad entre el pneuma del mundo y
el aliento vital, o entre el aire y la conciencia. Nos habla de una interdependencia, de un
entendimiento de unidad. Y quizá mientras exista esta separación no habrá sanación o salvación,
individual y colectiva. La auténtica espiritualidad –o al menos la espiritualidad en su sentido más
literal e irreductible– es simplemente este entendimiento de la interdependencia entre los seres
vivos, que está dada fundamentalmente por el aire, por el espíritu. Como dice el filósofo judío
Martin Buber: "el espíritu no está en el yo, sino en tú y yo. No es como la sangre que circula en ti,
sino es como el aire que respiras." Lo espiritual es la circulación de la vida. Más aún, es posible
que una de las cosas más misteriosas y preciosas del cosmos –la conciencia– sea un fenómeno
aéreo (o un éter erótico, según Bruno). Esto es lo que siempre han pensado los hindúes y los
budistas y que quizá no esté alejado de la verdad y de nuevos entendimiento más "científicos",
que actualmente se acercan a nociones panpsíquicas. Como dice el filósofo natural y arquitecto
David Abram: "¿Es la conciencia una posesión especial de nuestra especie? O, más bien, es una
propiedad de toda la biósfera que respira. Una cualidad en la que nosotros, junto con los pájaros
carpinteros y las enredaderas, participamos." Quizá la conciencia no está adentro, ni afuera, sino
en la relación entre nuestro cuerpo y la tierra o entre nuestra mente y el cielo. O el poeta Rilke:
"¿Qué es la interioridad sino cielo intensificado?" El fenómeno (como la etimología de palabra lo
indica), cualquier cosa que aparece en la mente, es luz; y la mente que conoce, ella misma, es
también sólo luz. La conciencia requiere necesariamente de un objeto, de un fenómeno. Sin
objeto no existe el sujeto. Pero sólo es posible determinar la existencia del objeto porque aparece
como fenómeno en la conciencia. Esto lo supieron los budistas y por ello determinaron que la
mente está vacía, no tiene existencia sustancial, solo relativa. Tampoco el mundo existe
sustancialmente. Lo que une al sujeto con el objeto, a la mente con la materia, es el aire, el
espacio, el cielo. Pues están vacíos, y sin embargo, son radiantes, dispersan, como el viento, las
semillas de la experiencia cognitiva.
*Antiguamente se creía que la Tierra y el cosmos mismo eran un alma divina, a veces
llamada anima mundi. El alma humana participaba en la gran alma del mundo. Para Pitágoras y
su escuela, el alma humana era una emanación del alma del mundo, cuyo origen era "el fuego
central del universo". El mismo filósofo de Samos entendió el cosmos como una gran armonía
musical, regida por principios matemáticos. La salud y la sabiduría misma eran estados en los
que el alma entraba en ritmo o consonancia con las armonías de las esferas celestes. En
el Timeo, Platón habla del cosmos como un "gran animal divino". Y su alumno Plotino observa:
"Todos los acontecimientos están coordinados. Todas las cosas dependen de todas las demás.
Tal como se ha dicho: todo respira junto". El filósofo estoico Crisipo de Solos escribió: "La
armonía entre la psicología humana y la psicología del cosmos llega a su compleción: de la
misma manera que el pneuma psíquico anima todo nuestro organismo, también
el pneuma cósmico penetra las regiones más remotas de este gran organismo llamado mundo".
Otro filósofo estoico, el esclavo romano Epicteto, señala que es necesario tener
un pneuma limpio, bruñido, puesto a punto para que las imágenes se reflejen claramente en el
espejo de la mente y así podamos alcanzar el conocimiento de la realidad y la virtud. Lo que
sugiere que nuestra capacidad de integrar el Logos (la inteligencia, el conocimiento) depende
del pneuma (el espíritu, la energía).
Esta teoría del pneuma reaparece en Giordano Bruno, quien combina la teoría pneumática de
Aristóteles –para quien el pneuma está presente en el semen como un "espíritu análogo a las
estrellas"– y su propia doctrina erótico-mágica hermética. Según Bruno el pneuma no sólo
establece una continuidad psíquica entre el ser humano y el cosmos, sino que es una especie de
éter erótico, la fuerza aglutinante y conectiva del cosmos. Para Bruno y otros filósofos
neoplatónicos, el amor es esencialmente aquello que une, el vínculo de vínculos: "vinculum
quippe vinculorum amore est". Más aún, esta energía erótica puede captarse y manipularse de tal
manera que sea empleada con fines mágicos. Se podría decir incluso que es la sustancia misma
del poder mágico. La definición de la magia de Bruno, en palabras del historiador rumano Ioan P.
Couliano, es "el proceso fantasmático que hace uso de la continuidad del pneuma individual y
el pneuma universal". El pneuma, como había sido entendido en la antigüedad, se transforma en
"fantasmas" (phantasmatos), es decir, imágenes, deseos, fantasías, iluminaciones de la
conciencia. El pneuma es la sustancia activa de la imaginación: el pensamiento es el viento en
forma de idea. Lo invisible se hace visible. Ciertos vientos, se creía, eran afortunados e incluso
divinos. Y podían inspirar ciertos pensamientos también divinos. Los vientos no solamente
traían tormentas y cambios de estación –el Bóreas trae el invierno, el Céfiro, la primavera–
también traían ideas, los cielos azules de la inspiración poética. Los vientos no sólo
traían recuerdos, a veces también eran los mensajeros del amor o de la muerte: Céfiro, el viento
favorito de los poetas, el Favonius romano (el que concede el favor y hace florecer), es el
sirviente de Eros y transporta a Psique (al alma), sobre lo que Apuleyo llama "la brisa más suave",
a la morada del dios en el valle, a su jardín de deleite en medio de flores y fuentes. Por otra parte,
el Céfiro también puede ser el instrumento de la muerte, como lo fue según el mito para
Jacinto, amante de Apolo. Asimismo, la imagen misma de las divinidades del mar, del cielo y del
clima, en Grecia y en Roma podía distinguirse porque su epifanía era siempre acompañada de un
viento, de una ondulación celeste o marina. Algo que podemos ver en la representaciones del arte
clásico, en el llamado velificatio, "movimiento vigoroso" , la "bóveda celeste" que se hace patente
en la ondulación de la vestimenta de una diosa o un dios, y por la cual suele descubrirse una
parte íntima del cuerpo.
"En cuanto a los lugares, no debemos caer en el error de pensar en que no haya algunos más
propicios para volver a los humanos mejores o peores.” [Platón, Leyes] ¿Por qué? Obviamente
por razones climáticas, por la abundancia o la escasez del agua, por la exposición a los vientos?
Pero no solo eso. Determinados lugares, dice el ateniense, tienen un ‘aliento divino’
‘theía epípnoia’ y esto los distingue de todos los demás… Lo prueba el hecho de que, a lo largo
de los siglos, las construcciones han sido incendiadas, demolidas, devastadas. El ‘soplo divino’ de
los lugares, sin embargo ha permanecido”.
Cuidar y cultivar ese theía epípnoia, el divino pneuma del cuerpo y de la tierra, esa es la más
grande labor.