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SOBRE EL PNEUMA: EL SOPLO

QUE PERMEA EL CUERPO Y EL


COSMOS
FILOSOFÍA
POR: ALEJANDRO MARTÍNEZ GALLARDO - 05/22/2021
EL PROBLEMA DE LA SEPARACIÓN ENTRE LA
NATURALEZA Y EL ESPÍRITU
Una de las cualidades más sobresalientes que se encuentran en la mayoría de las religiones
antiguas, es la de una relación entre el aire (o el viento) y el ser, el sí mismo, el alma, la
conciencia o  el espíritu. Existía la  noción de que lo que los seres humanos somos en nuestra
forma más esencial tenía que ver con algo que existía en el mundo, en la atmósfera, en el cielo.
Había una continuidad y una transparencia de energía y de conciencia entre la naturaleza y el ser
humano. 

En la mayoría de las tradiciones religiosas –en el  hinduismo, en el budismo, en el taoísmo,


en el judaísmo, en el cristianismo, en el islam, en las religiones chamánicas y prehispánicas–, se
equipara  el espíritu o el alma con el viento o el aire. Y el  lenguaje lo recoge en todas partes:
"respiración" y "espíritu"  son obviamente cognados: respirar es inhalar y exhalar aire, espíritu.
Anima (alma en latín) proviene del griego ánemos, "viento", cognado también del sánscrito anila.
La voz griega  psyché,  que significaba "alma" y en nuestra época refiere a todo lo mental, es
también originalmente una palabra asociada con la vida y con el soplo vital. Lo mismo ocurre
con pneuma, que significa tanto aire como espíritu.

En el cristianismo, todo lo que compete al Espíritu Santo es "pneumatología", el discurso  del


espíritu, su descenso al mundo y su permanencia como deleite, amor e inspiración. En la fiesta
del Pentecostés el Espíritu desciende como "un vendaval" y como "lenguas de fuego", inspirando
a los apóstoles con el poder del Verbo. Y cuando Pablo habla del cuerpo espiritual que tendrán
todos los seres humanos en la resurrección universal, habla de un sōma pneumatikos. El término
hebreo ruach, que aparece en el Génesis como el espíritu creativo de Dios que se mueve sobre
las aguas, es también otra palabra para "aire", que puede igualmente traducirse como "espíritu". 

En sánscrito ātman es tanto el pronombre reflexivo, el sí mismo y el alma, la cual es identificada


con el brahman, con Dios, con el Espíritu Universal. Pero el uso más antiguo de esta palabra es
"aire", "cuerpo" o "vida". Incluso el budismo, que niega la existencia de algo como un alma eterna
o un dios creador, mantiene esta misma noción bajo el entendido de que el continuum mental es
un viento sutil que transmigra  y se condensa como los  diferentes cuerpos, y que la creación
cíclica del mundo es el resultado de los "vientos del karma". Incluso la iluminación es descrita por
el budismo tántrico, siguiendo al hinduismo y sus nociones del prāṇa (que desde las Upaniṣad es
considerado la divinidad misma),  como el resultado de una praxis contemplativa y un yoga
pneumático, con lo cual  se logra la  manipulación  de los alientos vitales, que  penetran el canal
central, suben por la columna hasta la corona y derraman una sustancia ambrosíaca, una especie
de elixir alquímico que permite que el individuo despierte a una realidad luminosa, en la que ya no
percibe la separación entre su propia subjetividad y un mundo de objetos externos. 

Podemos seguir con el qi de los chinos o con el ik de los mayas y citar la misma asociación entre
los toltecas,  mixtecos, otomíes  (y básicamente en todas las culturas prehispánicas),  pero lo
importante es que en todos lados vemos una correlación entre aire y espíritu, vasos comunicantes
entre la esencia del ser humano –su conciencia, voluntad o espíritu– y la energía misma del
cosmos, la fuerza dadora de vida.

Más allá de que creamos en un principio espiritual que trasciende el mundo material o en un alma
inmortal, o no, hay una enseñanza en esta noción de la continuidad entre el pneuma del mundo y
el aliento vital, o entre el aire y la conciencia. Nos habla de una interdependencia, de un
entendimiento de unidad. Y quizá mientras exista esta separación no habrá sanación o salvación,
individual y colectiva. La auténtica espiritualidad –o al menos la espiritualidad en su sentido más
literal e irreductible– es simplemente este entendimiento de la interdependencia entre los seres
vivos, que está dada fundamentalmente por el aire, por el espíritu. Como dice el filósofo judío
Martin Buber: "el espíritu no está en el yo, sino en tú y yo. No es como la sangre que circula en ti,
sino es como el aire que respiras." Lo espiritual es la circulación de la vida. Más aún, es posible
que una de las cosas más misteriosas y preciosas del cosmos –la conciencia– sea un fenómeno
aéreo (o un éter erótico, según Bruno). Esto es lo que siempre han pensado  los hindúes y los
budistas y que quizá no esté alejado de la verdad y de nuevos entendimiento más "científicos",
que actualmente se acercan a nociones panpsíquicas. Como dice el filósofo natural y arquitecto
David Abram: "¿Es la conciencia una posesión especial de nuestra especie? O, más bien, es una
propiedad de toda la biósfera que respira. Una cualidad en la que nosotros, junto con los pájaros
carpinteros y las enredaderas, participamos." Quizá la conciencia no está adentro, ni afuera, sino
en la relación entre nuestro cuerpo y la tierra o entre nuestra mente y el cielo. O el poeta Rilke:
"¿Qué es la interioridad sino cielo intensificado?" El fenómeno (como la etimología de palabra lo
indica), cualquier cosa que aparece en la mente, es luz; y la mente que conoce, ella misma, es
también sólo luz.  La conciencia requiere necesariamente de un objeto, de un fenómeno. Sin
objeto no existe el sujeto. Pero sólo es posible determinar la existencia del objeto porque aparece
como fenómeno en la conciencia. Esto lo supieron los budistas y por ello  determinaron que la
mente está vacía, no tiene existencia sustancial, solo relativa. Tampoco el mundo existe
sustancialmente. Lo que une al sujeto con el objeto, a la mente con la materia, es el aire, el
espacio, el cielo. Pues están vacíos, y sin embargo, son radiantes, dispersan, como el viento, las
semillas de la experiencia cognitiva.

*Antiguamente se creía que la Tierra y  el cosmos mismo eran un alma divina, a veces
llamada anima mundi. El alma humana participaba en la gran alma del mundo. Para Pitágoras y
su escuela, el alma humana era una emanación del alma  del mundo, cuyo origen era  "el fuego
central del universo". El mismo filósofo  de Samos entendió el cosmos como una gran armonía
musical, regida por principios  matemáticos. La salud y la sabiduría misma  eran estados en los
que el alma entraba en ritmo o consonancia  con las armonías de las esferas celestes. En
el  Timeo,  Platón habla del cosmos como un "gran animal divino". Y su alumno Plotino  observa:
"Todos  los acontecimientos están coordinados. Todas las cosas dependen de todas las demás.
Tal como se ha dicho:  todo respira junto". El filósofo estoico Crisipo de Solos escribió: "La
armonía entre la psicología humana y la psicología del cosmos llega a su compleción: de la
misma manera que el  pneuma  psíquico anima todo nuestro organismo, también
el pneuma cósmico penetra las regiones más remotas de este gran organismo llamado mundo".
Otro  filósofo estoico, el esclavo romano  Epicteto, señala que es necesario tener
un  pneuma  limpio, bruñido, puesto a punto  para que las imágenes  se  reflejen claramente  en el
espejo de la mente y así podamos alcanzar el conocimiento de la realidad y  la virtud. Lo que
sugiere que nuestra capacidad de integrar el Logos (la inteligencia, el conocimiento)  depende
del pneuma (el espíritu, la energía). 

Esta teoría del  pneuma  reaparece en Giordano Bruno,  quien combina la teoría pneumática de
Aristóteles –para quien el  pneuma  está presente en el semen como un "espíritu análogo a las
estrellas"– y su propia doctrina erótico-mágica hermética. Según  Bruno  el  pneuma  no sólo
establece una continuidad psíquica entre el ser humano y el cosmos, sino que es una especie de
éter erótico,  la fuerza  aglutinante y  conectiva  del cosmos.  Para Bruno y otros filósofos
neoplatónicos,  el  amor  es esencialmente aquello que  une, el vínculo de vínculos: "vinculum
quippe vinculorum amore est". Más aún, esta energía erótica puede captarse y manipularse de tal
manera que sea empleada con fines mágicos. Se podría decir incluso que es la sustancia misma
del poder mágico. La definición de la magia de Bruno, en palabras del historiador rumano Ioan P.
Couliano, es "el proceso fantasmático que hace uso de la continuidad del  pneuma  individual y
el pneuma universal". El pneuma, como había sido entendido en la antigüedad, se transforma en
"fantasmas" (phantasmatos), es decir, imágenes, deseos,  fantasías, iluminaciones de la
conciencia. El  pneuma  es  la sustancia activa de la imaginación: el pensamiento es el viento en
forma de idea. Lo invisible se hace visible. Ciertos vientos, se creía, eran afortunados e incluso
divinos. Y podían inspirar  ciertos pensamientos también divinos. Los vientos no solamente
traían  tormentas y cambios de estación –el Bóreas trae el invierno, el Céfiro,  la primavera–
también traían  ideas, los cielos azules  de la inspiración poética.  Los vientos no sólo
traían recuerdos, a veces también eran los mensajeros del amor o de la muerte: Céfiro, el viento
favorito de los poetas,  el Favonius romano (el que concede el favor y hace florecer), es el
sirviente de Eros y transporta a Psique (al alma), sobre lo que Apuleyo llama "la brisa más suave",
a la morada del dios en el valle, a su jardín de deleite en medio de flores y fuentes. Por otra parte,
el Céfiro también puede ser el instrumento de la muerte, como lo fue según el mito  para
Jacinto, amante de Apolo. Asimismo, la imagen misma de las divinidades del mar, del cielo y del
clima, en Grecia y en Roma podía distinguirse porque su epifanía era siempre acompañada de un
viento, de una ondulación celeste o marina. Algo que podemos ver en la representaciones del arte
clásico, en el llamado velificatio, "movimiento vigoroso" , la "bóveda celeste" que se hace patente
en la ondulación de la vestimenta de una diosa o un dios, y por la cual suele descubrirse una
parte íntima del cuerpo. 

Céfiro en El nacimiento de Venus, de Sandro Botticelli (c. 1482-1485; detalle)


Esta  noción de la continuidad pneumática, de  que existe una continuidad entre nuestra vida
mental y la naturaleza, entre la calidad de nuestro pensamiento y el aire que respiramos o entre
nuestra conciencia y el cosmos, es esencial para resolver el particular predicamento en el que se
encuentra nuestra civilización: agotada de ideas, casi abortada, abdicando su espíritu en favor de
las máquinas. Como dice Nietzsche el "genio está en las fosas nasales." Y, por lo tanto:
"¡respiremos aire fresco! ¡aire fresco! ¡Y mantengámonos alejados de los manicomios y hospitales
de nuestra cultura!" La "gran salud", que es la salvación, no en en un sentido trascendente, sino
inmanente, de la continuidad y el crecimiento de la vida, depende del aire, del pneuma, del
espíritu. Pues si hemos llegado a un impasse de la imaginación y no podemos liberarnos de una
visión pesimista, poco poética y probablemente funesta, de lo que es el mundo y lo que podemos
ser los humanos, esto se debe a que no somos capaces de concentrar el pneuma y crear nuevas
formas de ver e mundo y relacionarnos. El espíritu es lo que circula entre los seres vivos, y
necesitamos espacios abiertos, ritmos y ritos de conexión, espacios para la resonancia y la
comunión para pensar y reimaginar. Como escribe anteriormente en un artículo relacionado a
este:

la pandemia es una enfermedad respiratoria  y, por lo tanto,  necesariamente, un problema del


espíritu. La respiración es también la conexión que tenemos con el mundo, aquello que recibimos
y aquello que transmitimos de regreso: una corriente de información viva.  Vivimos también
un problema de resonancia, de no saber respirar juntos, de no saber circular la vida, la energía de
la tierra y el cielo.

El problema fundamental de nuestra civilización es esta disociación entre la mente y la naturaleza


o entre lo que Descartes llamaba res cogitans y res extensa. Una de las maneras de acabar con
esta desconexión, es entendiendo la conexión que tenemos con toda la vida a través de la
respiración. Todo respira junto, como dice Plotino y en ese respirar está la posibilidad de entender
e imaginarse juntos. Como dice uno de los textos fundacionales del āyurveda, el Caraka-samhita,
"En verdad,  el aire es divino." Esta es la conciencia sagrada necesaria para poder sustentar la
vida y el proyecto humano: ver a la vida como la divinidad misma y a la tierra como la madre de la
divinidad. Roberto Calasso, quien se ha dedicado a entender y mostrar las irrupciones de lo divino
en la civilización, comenta un pasaje de las Leyes de Platón en El cazador celeste:

"En cuanto a los lugares, no debemos caer en el error de pensar en que no haya algunos más
propicios para volver a los humanos mejores o peores.” [Platón, Leyes]  ¿Por qué? Obviamente
por razones climáticas, por la abundancia o la escasez del agua, por la exposición a los vientos?
Pero no solo eso. Determinados lugares, dice el ateniense, tienen un ‘aliento divino’
‘theía epípnoia’ y esto los distingue de todos los demás… Lo prueba el hecho de que, a lo largo
de los siglos, las construcciones han sido incendiadas, demolidas, devastadas. El ‘soplo divino’ de
los lugares, sin embargo ha permanecido”. 

Cuidar y cultivar ese  theía  epípnoia, el divino pneuma del cuerpo y de la tierra, esa es la más
grande labor.

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