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La religión que experimentamos hoy en día fue evolucionando a través de los años. Al
principio los hombres idealizaban a sus dioses creando una cierta distancia entre ellos. No existía
comparación alguna entre hombre y dios, ya que los dioses eran seres sagrados y perfectos,
imposibles de comparar con la imperfección del hombre. A medida que la religión y la sociedad
fue evolucionando se empezó a pensar en Dios como una figura más humana, pero sin perder su
característica divina. Esto se intensificó con la manifestación de Jesús como Dios, con rostro
humano, que vivió en la tierra, que tuvo hambre, sed, que sufrió y tuvo las mismas necesidades
que nosotros.
Este desarrollo está muy marcado por la vida familiar, la que a su vez se va formando y
evolucionando alrededor de los acontecimientos religiosos como el matrimonio, la primera
comunión, la confirmación, etc. Antes de comenzar a describir la evolución de la experiencia
religiosa desde el niño al adolescente, es necesario tener claros dos conceptos muy distintos pero
confundibles: religión y religiosidad. La religión es un fenómeno personal y colectivo que se
manifiesta como un sistema de creencias y prácticas que integran a los creyentes en una comunidad
moral, y que concilian al hombre con el poder o poderes superiores que dirigen o controlan la
naturaleza y la vida humana. Es una realidad objetiva universal. La religiosidad se diferencia de la
religión ya que ésta es la forma subjetiva en que cada ser humano vive lo religioso. Su
característica es la individualidad.
Comprende el grupo de niños entre los cuatro y los seis años de edad. Esta es la edad en
donde la conciencia del niño se va despertando y su personalidad empieza a tomar su primera
orientación. Se despierta un mayor interés por su mundo, en especial en cuanto está relacionado
con ellos (etapa pre operacional en la teoría de desarrollo cognitivo de Piaget 1). Empiezan poco
a poco a despegarse de sus padres al concurrir al jardín de infantes y a relacionarse con otros niños
de su edad, lo que empieza a formar una experiencia de sentido social en ellos. Van aprendiendo
a establecer contactos, jugar, hablar y a tener relaciones interpersonales con sus compañeritos.
Es una edad importante de trascendencia, ya que los niños empiezan a estar más en sí
mismos, a mostrar sus capacidades, sus talentos y también sus defectos. Tienden a la imitación,
tanto de los padres como de los compañeros o los maestros, por eso los padres son una pieza
fundamental en el desarrollo religioso del niño a esta edad. Los padres son las primeras personas
que le cuentan de la existencia de Dios y que le enseñan a rezar. Generalmente la oración que
hace un niño de esta edad es una oración repetitiva de la que le enseñan sus padres, no puede
formular una oración propia ni comunicarse directamente con Dios. A medida que pasa el tiempo,
van aprendiendo a tener una relación un poco más directa con Él, a pedirle perdón y a agradecerle
con alguna oración aprendida. Piden perdón por cosas que ellos consideran malas como: pelear,
desobedecer, no prestar, mentir o criticar. Su conciencia moral esta todavía en formación y por eso
son incapaces de ver por qué un acto es bueno o malo; sin embargo ya captan que ciertos actos son
buenos y merecen aprobación y ciertos actos son malos y merecen una llamada de atención. La
moralidad que poseen a esta edad se basa en el respeto por los adultos. Al niño le preocupen
solamente los mandatos de los adultos, no se interesan por la intencionalidad ni las motivaciones.
A medida que el niño va creciendo es capaz de captar a Dios como el Creador, y por lo
tanto como un ser sabio y poderoso. Lo considera como el que hizo todo, el que es bueno y nos
quiere, el que quiere que seamos buenos, el que nos ve y no quiere que hagamos el mal.
Si comienzan a ir a catequesis, a los de seis años les empieza a interesar las historias de la Biblia.
Disfrutan de compartir ese momento con sus compañeritos y de pintar imágenes y aprender cantos
nuevos. Son realistas y concretos, todavía les cuesta escuchar y entender verdades abstractas, por
eso todavía no cuestionan las verdades que se les enseña. Repiten alegremente que su papá y mama
del cielo son Jesús y María sin detenerse a analizar ese concepto. Tienen una peculiar inquietud
por las cosas y el mundo que los rodea, y hacen preguntas como: ¿Dónde vive Dios? ¿A dónde
vamos cuando nos morimos?
Empiezan a comprender que los templos y capillas son la casa de Dios y que hay que
respetarlos. Por ahora prestan poca atención en las celebraciones pero poco a poco va percibiendo
las acciones de los demás adultos y empiezan a interesarse más en ellas. El interés en las misas
aumenta si se les explica lo que va sucediendo en cada parte de una manera fácil y didáctica. Se
muestran interesados por copiar los signos que se realizan en los templos como la señal de la cruz,
juntar las manos para rezar, arrodillarse en el momento de la consagración. Todo esto por supuesto
es facilitado por los padres que en esta etapa se comportan como modelos de identificación en su
desarrollo de la experiencia de Dios. A estos niños les gusta ir a catequesis por sentir una necesidad
de los adultos y se encuentran a gusto con su catequista por su mayor capacidad de cercanía
afectiva. Los niños pequeños son más fáciles de situar en el plano religioso ya que poseen una
imaginación predominante.
Comprende el grupo de niños entre siete y doce años de edad (etapa de operaciones
concretas en la teoría del desarrollo cognitivo de Piaget). A los siete años se marca el principio de
una nueva etapa, donde los niños aprenden en serio. Comienzan a ir al colegio, a tener diferentes
materias y se vuelven más capaces de mantener la atención, de captar, atender y de aprender.
El proceso de maduración lleva a los niños a centrarse en su Yo2. Todo lo ven en función
del Yo y sus intereses, así el Yo se convierte en el centro de su psiquismo. Por ejemplo le gusta
ganar, sentirse el primero, que lo feliciten, le gusta que lo quieran y fácilmente se pone celoso.
Tienen una gran necesidad de sentirse queridos y dicha búsqueda constante de amor y aprecio los
hace captar a Dios como el creador poderoso que los ama muchísimo y hace todo pensando en
ellos. Poco a poco se va produciendo una transición en el pensamiento y ya no se piensa en Dios
sólo como el personaje bueno que vela por el niño. El primer signo de descentralización es el
descubrimiento de que Dios cuida de todos, si bien este "todos" sólo incluye al principio a los
conocidos más próximos.
A medida que crecen van adquiriendo esa capacidad de mirarse a sí mismos como personas
para amar; Dios ya no es sólo el que nos ama y nos da, sino el que nos invita a darle y amarlo.
Encuentran más importante saber qué piensa Dios de mi, que qué pienso yo de Él. Los niños más
pequeños, entre siete y ocho años, ya asumen la responsabilidad de decir sus oraciones y junto con
el desarrollo de su sentido social empiezan a rezar por los pobres, los enfermos, los niños huérfanos
y por todas aquellas personas que ellos piensan que sufren. Así ya quieren ser buenos y comienzan
a pensar más en los demás. Poco a poco van apreciando más la justicia y la verdad y disfrutan de
los actos colectivos y solidarios.
A partir de los diez años los niños comienzan a llegar a una mayor estabilidad afectiva, a
un mejor equilibrio entre relaciones, pensamientos y sentimientos. Tienen más en cuenta lo que se
ve bien o mal, y el cuándo, cómo y cuánto, aunque sin perder la espontaneidad infantil. Ahora ya
pueden ver el bien o mal moral de una acción por la buena o mala intención, ya no confunden lo
bueno y lo malo con lo que le gustaba a los papás o les causaba represiones. Empieza a formarse
lo que más adelante será la libertad y la responsabilidad y se consolida el sentimiento de culpa
cuando son reprendidos por los padres o maestros. A estos niños parece llamarle más a atención
la vida de Jesús, con sus milagros, su amor y sacrificio. Ponen especial interés a las historias de la
Biblia, narrándolas como cuentos y dibujándolas. También disfrutan de participar en las liturgias
con sus compañeros (leer alguna lectura, ayudar al sacerdote, pasar la canasta de las limosnas, etc)
En la edad entre los diez y los doce años se inicia un tiempo de cambios. Los chicos dejan
de ser niños para entrar en una etapa especialmente desarmonizada, conflictiva y generadora de
sufrimientos. Cambia su modo de ser y comportarse, se sienten extraños a sí mismos, medio
rebeldes. Existe un nuevo interés por su persona, más capacidad de pensar, contestar
cuestionamientos, valorar virtudes; tienen deseo de encontrarse, de afirmarse. Muchos de los
chicos están en un primer proceso de separación de los padres, necesitan cortar cuerdas. El proceso
de des idealización de las figuras parenterales los lleva a veces a aumentar la necesidad de Dios.
Con respecto a Dios y al prójimo son muy compasivos, sienten compasión por los pobres
y por los que sufren. Empiezan a relacionar la religiosidad con la caridad y el ayudar a los demás.
La idea que tienen y que van a consolidar de Dios depende de la idea que tienen de sus padres, del
tipo de religión que viven y de la imagen de Dios que reciban de sus maestros. Por ejemplo si sus
padres son con ellos jueces y castigadores, lo más probable es que el niño vea a Dios de la misma
forma. Hace algunos años atrás era más común que se asociara a Dios como un juez que castigaba
o premiaba nuestras acciones, y esta forma de pensar inculcaba miedo a los niños, que en
consecuencia, trataban de comportarse adecuadamente.
Algunos ya empiezan a tener dudas en la fe, ya que su capacidad crítica es cada vez mayor
y al enfrentarse con concepciones de Dios y misterios de la fe, no entienden y dudan. En este
marco de inestabilidad se destaca la búsqueda de la causalidad de todo lo conocido y la resistencia
a la aceptación pasiva de Dios de los adultos. La pérdida de seres queridos, o el pensamiento de
otras personas les influyen mucho porque aprenden a identificarse con personas fuera del núcleo
familiar. Ya disciernen sobre lo que se les cuenta y lo que ellos experimentan directamente.
Les gusta rezar pero brevemente, siguen prefiriendo las oraciones en grupo repetidas que
la oración personal. Pierden rápidamente la concentración al rezar. Se sienten más atraídos por lo
institucional y lo estético y se vuelcan por las tareas apostólicas y la participación en la liturgia.
Esta etapa con mprende entre las edades entre los trece y los diecisiete años (etapa de
operaciones concretas en la teoría del desarrollo cognitivo de Piaget). Su evolución del
pensamiento los lleva a tener una visión más abstracta y lógica del mundo que los rodea. Ya son
capaces de aplicar la reversibilidad y el concepto de causa y efecto. Entre los trece y los quince
años el niño atraviesa una etapa de turbulencia que se caracteriza por impulsos, desconciertos,
entusiasmos, depresiones, faltas de respeto y de control. Cambia su cuerpo, sus reacciones
fisiológicas y psicológicas, cambia su visión de sí mismos y la visión y actitudes de los demás para
con ellos. Su manera de ver a Dios, al otro sexo y a la sociedad es diferente. De allí sale el concepto
de adolescente que viene de la palabra adolecer que significa caer enfermo.
Se caracterizan por un Yo centrado en lo que les está pasando. Esto los hace encerrarse, ser
desconsiderados y poco realistas y, a raíz de esto, su relación con los progenitores se ve cada vez
más afectada. El deseo de ser y valerse por ellos mismos lleva a muchos jóvenes a sentir muy
pesada la dependencia de los padres. Algunos se molestan si se les pregunta sobre sus asuntos y
problemas, y hasta mantienen una actitud agresiva. Por el otro lado, hay otros que dicen que
prefieren ser amigos de sus padres, que necesitan sus opiniones pero en un diálogo entre amigos
iguales. Se podría decir que, en estos casos, se entra en una etapa de transición en la que los padres
dejan de ser la autoridad para convertirse en “amigos” o compinches de sus hijos.
Su relación con Dios si no se fomenta se va viendo desplazada por otras experiencias más
seductoras que el joven va experimentando. El problema principal que atraviesa la religión en la
adolescencia es que el adolescente se ve seducido por prácticas que a los ojos de la religión no
serían correctas. Los bienes materiales se vuelven más inmediatos, más deslumbrantes, sus
llamados se escuchan por todos lados y los jóvenes se ven atraídos por ellos. Esto lleva al
adolescente a ver al catolicismo como un gran “no”, como leyes de una vida “aburrida” que se le
impone y el adolescente por su naturaleza tiende a rebelarse contra las reglas o llevarlas al límite.
Se ve a la religión y a Dios como jueces y prohibitivos. Estas dudas, se proyectan en
disconformidades y actitudes de protesta y de rebeldía. La clave estaría en mostrarle que existe un
equilibrio entre vivir la vida de acuerdo con la religión y la vida cotidiana.
Entre los quince y los diecisiete años se produce un notable cambio, un salir de ser chicos
y empezar a ser jóvenes. Hay un interés pleno por el Yo en cinco aspectos: comprenderse,
realizarse, relacionarse con los demás, relacionarse con Dios y avanzar en llegar a ser libre. En los
niños entre trece y quince años el interés por el yo era más revuelto, había más niebla y agitación
y sobre todo más necesidad de comprensión. Ahora se intensifica la capacidad del trabajo personal.
Este nuevo interés por el Yo los lleva a implementar una nueva capacidad crítica y ser autocríticos,
lo que va a formar su autoestima.
El punto de corte estaría en la adolescencia, donde el joven siente una gran atracción por
el pensamiento moral y religioso pero en un contexto de inestabilidad emocional que caracteriza a
esta etapa de la vida. El adolescente posee una necesidad de independencia y de afirmación de su
propio Yo. Algunos adquieren una concepción distinta de Dios, como un amigo, alguien más
cercano; otros con pensamiento más crítico se alejan de la religión intentando buscarle un sentido
racional. Su pensamiento es abstracto y mucho más profundo, llegando a una estabilidad espiritual
más equilibrada con más poder de autocontrol. Se adquiere una gran preocupación por la
problemática social y sienten la necesidad de ayudar cambiar lo que esté a su alcance.
Para profundizar
1. ¿Cuáles son las características específicas del desarrollo religioso del niño en cada una de
las etapas de la vida?
2. Confronta tu vida. elabora un cuadro donde sintetices las principales experiencias
religiosas en las primeras etapas de tu vida.
3. ¿De qué manera la familia, la sociedad, la cultura, influyen en el desarrollo religioso del
ser humano?
4. Escribe cuatro conclusiones del tema visto.