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Kidder, P. (2013) Gadamer for Architects. Londres: Reino Unido, pp. 84-95. Traducido para AQ-216 Historia crítica y teoría de la
arquitectura IV. Carrera de Arquitectura. Universidad Nacional Autónoma de Honduras
Los casos que involucran la interpretación de textos históricos o la comprensión entre naciones e
idiomas son simplemente los casos más dramáticos del encuentro hermenéutico. Cualquier decisión que se
tome en colaboración con otras personas puede beneficiarse del tipo de comprensión que implica la
conciencia hermenéutica. A menudo, las deliberaciones se centran en decisiones prácticas simples, y en
estos caso puede ser suficiente un uso limitado del sentido común o del pensamiento instrumental, pero
cuando el problema es complicado, involucra a múltiples partes interesadas y muchos tipos de intereses,
entonces los procesos de reflexión, discusión, etc., la deliberación y la decisión manifestarán más
notablemente su dimensión hermenéutica. Porque, estrictamente hablando, nunca nadie está exactamente
en el mismo horizonte. Todo intento de trabajar juntos, tomar decisiones juntos, vivir juntos requiere
esfuerzos de comprensión complejos, a menudo difíciles. Crecer en la consciencia de la necesidad de
comprensión, aprender a tener paciencia y dar sentido de las retribuciones intrínsecas de este esfuerzo,
haber probado los principios en una amplia gama de circunstancias, haberlos cuestionado y haberlos
revisado cuando sea necesario, haber construido confianza y haber formado amistades incluso dentro del
contexto de deliberaciones contenciosas; todos estos son signos de desarrollo en la sabiduría práctica, un
desarrollo que es más determinante del carácter e identidad personal que lo que podría ser cualquier
habilidad o conjunto de convicciones.
Como filosofía práctica, la hermenéutica no proporciona respuestas a los problemas, sino que
indica patrones de indagación que uno puede emprender en el proceso para pensar sobre dichos problemas
y colaborar con otros para resolverlos. Estos patrones entran en juego cada vez que decimos que los
miembros de un grupo deliberante están tratando de "escucharse unos a otros" o de "entender el punto de
vista de los demás". En esos momentos, el propósito no es simplemente enunciar los principios o políticas
en juego, sino tratar de captar las diferentes formas en que los miembros del grupo los interpretan. Estas
interpretaciones aportan ideas, pero más aún, historias: la historia que ha conducido a las circunstancias
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de la toma de decisiones, la historia que da forma a los roles de los miembros del grupo, la historia de sus
interacciones con individuos y organizaciones que determina los niveles de confianza y seguridad que
aportan, las historias de equidad o injusticia que definen los roles de los miembros como defensores o
activistas, y los símbolos y sentimientos que acompañan a todas estas historias. “Escuchar” a otros en tales
circunstancias es abrir la puerta a la relevancia de todas estas historias. Un proceso deliberativo que abre
esta puerta se vuelve más largo y complejo, pero que puede producir una decisión más informada, a menudo
construyendo relaciones de buena voluntad en el camino.
Una mayor comprensión en tales casos es una combinación de reconocer la diferencia y buscar un
acuerdo. Si uno no estuviera interesado en llegar a un acuerdo, no se molestaría; pero si no hubiera
diferencia que reconocer, el esfuerzo sería innecesario. Por supuesto, en cualquier proceso grupal, existe el
peligro de que "averiguar en qué podemos estar todos de acuerdo" reducirá el alcance de la deliberación,
alentará demasiado compromiso de principios o reforzará los prejuicios compartidos del grupo (Warnke
2011 ).
Pero la amplitud de miras que se expresa en el deseo de comprender no debe tomarse como la
voluntad de renunciar a la propia posición o de dejar de aplicar principios en la discusión. Tampoco es una
apertura que inevitablemente otorga un privilegio especial a los miembros del grupo. La apertura que da
voz a otros en el grupo es la misma apertura que trae a la vista perspectivas externas al grupo. La apertura
de este tipo anticipa una potencialidad indefinida de puntos de vista razonados y sus motivaciones. Es una
voluntad de reconocer en la posición de los demás una serie comprensible de pasos que los ha llevado a
donde se encuentran hoy. La apertura a esta potencialidad no es lo mismo que un acuerdo real. Puede
conducir a un aumento en el acuerdo basado en una mejor comprensión, pero también puede simplemente
cambiar el sentido que tienen los participantes acerca de dónde se encuentran los puntos de desacuerdo.
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LA COLABORACIÓN EN LA CREACIÓN ARQUITECTÓNICA
Steven Holl suele llamar a la arquitectura “la más frágil de las artes” (por ejemplo, 2009, 287). En
esta afirmación tiene muy presente el hecho de que la arquitectura es siempre el producto de un complejo
conjunto de colaboraciones.
En el transcurso de la realización de un proyecto, las voces de todos los colaboradores tendrán eco
y el arquitecto deberá interpretar lo que se diga. Esta interpretación debe tener en cuenta la autoridad de
los diversos contribuyentes, tanto en términos de sus roles formales como en términos de su comprensión
de lo que está involucrado en el proceso. La responsabilidad del arquitecto ante el cliente tiene un lugar de
central importancia porque es la relación contractual primaria. Pero la tarea de entregar “lo que el cliente
quiere” se complica por el grado como el cliente realmente puede comprender el proceso de diseño y de lo
que es posible dentro de los parámetros del proyecto. Una complicación adicional surge del hecho de que
el arquitecto ha sido contratado como profesional y experto, lo que implica que el valor de su trabajo para
el cliente vendrá determinado, en un grado significativo, por los estándares profesionales de los colegas del
arquitecto, que pueden ser completamente desconocidos para el cliente (Schön 1983, 291-2; Sirowy 2010,
197).
Tanto el arquitecto como el cliente tienen responsabilidades con las comunidades en las que se les
permite trabajar. Estas se expresan formalmente en los códigos y procesos regulatorios que brindan un
marco legal para el proyecto, así como por las vías menos formales en las que se invita a brindar sus aportes
a los miembros de la comunidad que se ven afectados por el proyecto. En el caso de cada uno de estos
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actores, el arquitecto interpreta de acuerdo con una hermenéutica que equilibra las responsabilidades con
los distintos agentes mediante la evaluación de sus distintas perspectivas.
Una vez más, aunque en el gran esquema de las cosas estas perspectivas diferentes operan dentro
de una sola cultura, es valioso pensar en ellas como horizontes diferentes, ya que sus raíces en experiencias
formativas y emociones son muy profundas. Por ejemplo, un desarrollador exitoso tiene una gran parte de
su integridad personal en juego cada vez que se toman decisiones que afectarán la viabilidad comercial del
proyecto. Un activista comunitario se ha formado una visión completa de la vida moral en torno a sus
contribuciones como ciudadano público. Para cada una de estas personas hay una gran cantidad de
suposiciones que nunca salen a la superficie. Hay preguntas que parecen importantes y otras que parecen
irrelevantes. Hay emociones poderosas expresadas por algunos participantes que simplemente no
conmueven el corazón de sus compañeros colaboradores. Estas son características de la interacción de
horizontes.
Bill Hubbard Jr. parece tener en mente algo parecido a la noción de horizonte cuando habla, en A
Theory for Practice, de los tres “discursos” diferentes del arquitecto, el cliente y la comunidad (Hubbard
1995). Él los describe, en un momento dado, en términos que recuerdan la hermenéutica de partes y
totalidades de Schleiermacher. El arquitecto, dice Hubbard, llega a un proyecto en términos de las partes y
el todo simultáneamente. El programa y su diseño se desarrollan juntos, desarrollándose de maneras
esclarecedoras e importantes. El cliente, sin embargo, tiende a centrarse en la totalidad del proyecto. Ha
iniciado el proceso como una inversión que requiere un rendimiento aceptable. Así, para el cliente, las
partes del proyecto —los elementos que, para el arquitecto, pertenecen al diseño son todas variables. Lo que
importa, sobre todo, es la viabilidad del conjunto. En contraste con estas dos perspectivas, los miembros de
la comunidad tienden a centrarse en las piezas, porque sus interacciones con el producto terminado se
centrarán en las características particulares que pueden no ser fundamentales ni para el programa del
cliente ni para el diseño del arquitecto. Los asuntos de mayor preocupación serán las externalidades que
tienen impactos en los vecinos y otros miembros de la comunidad (1995, 108–9).
Hubbard identifica estas perspectivas como "discursos" porque está tratando de explicar la
tendencia de las personas en el proceso de creación arquitectónica a hablar entre sí. Su descripción de estos
discursos caracteriza algunas cualidades reveladoras de horizontes, porque los discursos reflejan
orientaciones con muchos tipos de raíces, raíces lingüísticas, sin duda, pero también raíces en experiencias
particulares que configuran una orientación a la experiencia en general. La profundidad de estas raíces
puede hacer que la tarea de comprensión dentro de las colaboraciones sea abrumadora, pero el progreso en
el esfuerzo sea muy gratificante.
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el conjunto de la vida. Cuando Holl describe las “experiencias arquetípicas” identifica momentos que
pueden persistir como inspiraciones durante muchos años, momentos que pueden servir una y otra vez
como puntos de referencia para las posibilidades que abre el diseño.
Bill Hubbard tiene estas experiencias a la vista cuando pinta la imagen del mundo del discurso del
arquitecto. Describe una “epifanía del diseño” en una visita a la casa estudio de Eames:
No fue tanto la casa lo que causó impresión, sino la forma en que se vivía allí. Eran los viejos
jarrones de rosas, de fragancia pesada, siempre en una mezcla de colores, cada rosa perfecta y
completamente eclosionada, justo al punto de dejar caer sus pétalos. Y era el té, servido en la
terraza de una antigua tetera de porcelana en delicadas tazas. Y siempre dulces, pero no dulces
cualquiera: con el té habría un gran panettone, o biscotti, o millefeuilles. O bayas, unas pocas,
pero cada una recién recolectada, con crema espesa, que se comen con grandes cucharas de
postre. Y todo esto mientras miraba sobre la hierba hacia una franja del Pacífico, todo el
momento acompañado por el susurro y el olor de los eucaliptos.
(Hubbard 1995, 3)
Una persona que ha hecho una vida en el mundo de la arquitectura es alguien en cuya imaginación
tales experiencias cobran gran importancia. Él o ella se han sentido conmovidos —quizá en una etapa
temprana de la vida— por el poder del diseño para traer orden, paz o fascinación a la vida. En el diseño, el
mundo que normalmente parece tan aleatorio y disperso, tan fugaz y abandonado, se agrupa en una unidad
exacta que realza la vitalidad de su presencia sensual. Tales epifanías han inspirado a esta persona a dar los
pasos necesarios para ser alguien que produce cosas con ese poder, pasos que significan ingresar a
comunidades —primero de compañeros de clase, luego de colegas— formadas en torno a experiencias e
inspiraciones similares (1995, 9).
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hacer avanzar el proceso por caminos que no podrían haberse manifestado por ningún otro medio (2006,
45–8).
Los logros en el arte del diseño y la fluidez en su discurso otorgan a los arquitectos la experiencia
irremplazable que aportan a los proyectos, pero para su frecuente consternación, observa Hubbard, el
discurso del diseño no puede funcionar como moneda común entre los colaboradores (1995, pág. 10).
Schön y Hubbard recomiendan que los arquitectos se apropien de este hecho; que reflexionen sobre
los poderes y limitaciones del mundo del discurso al centro de su formación. Para Schön, esto implica
desmitificar la experiencia del profesional y tratar de comprender cómo los no profesionales escuchan el
discurso profesional (Sirowy 2010, 196-201). Para Hubbard, de manera similar, se trata de llevar la
totalidad de los valores propios al proyecto, de modo que uno se relacione con otros participantes no solo
desde la perspectiva del profesional sino a través de todas las otras formas en que las personas se relacionan
con el proyecto (Hubbard 1995, 14-16, 166). Tales recomendaciones comienzan a aproximarse a la idea
gadameriana de la fusión de horizontes dentro del contexto del esfuerzo práctico compartido. La "fusión"
no debe interpretarse como un compromiso de las posibilidades del diseño o una rendición del arte a
consideraciones pragmáticas. por el contrario, el entrelazamiento de perspectivas y la exploración de
supuestos pueden crear el tipo de confianza y aprecio que otorga al arquitecto más permiso en lugar de
menos. El enfoque hermenéutico no debe pensarse como una forma de evitar las luchas de negociación, los
momentos acalorados y las votaciones cerradas que son típicas de las empresas colaborativas en
arquitectura. Pero estos pueden ser más productivos para todos si ocurren dentro del esfuerzo por
entenderse unos a otros en lugar de hacer lo contrario.
Para lograr este objetivo, Mockbee concibió un proceso orgánico en el que conocer a los miembros
de la comunidad crearía una conversación que daría forma al diseño. En el juego de los esfuerzos continuos
para entenderse unos a otros —los clientes aprendiendo a respetar la dedicación de los estudiantes, los
estudiantes aprendiendo a reconocer los horizontes en los que los clientes encuentran significado y
propósito— las posibilidades del diseño emergen orgánicamente. Estos elementos se basan en los estilos
tradicionales de los edificios ordinarios de la región y responden a la fuerte luz y a la precipitación pluvial,
características del clima del sitio. Pero los diseñadores no se resistieron a la innovación, y muchos de los
edificios presentan elementos inusuales; lo más obvio, el uso frecuente de techos “exagerados” que crean
lugares donde los residentes pueden reunirse al aire libre bajo aleros sombreados. Las innovaciones
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también resultaron de las posibilidades creadas por el uso intensivo de materiales económicos, donados y
reutilizados. La imaginación del diseño de estudiantes y profesionales se puso a trabajar descubriendo
nuevas formas de extraer las posibilidades estéticas de los materiales creados para fines a veces muy
diferentes. Muchos diseños elaborados por los estudiantes en el estudio son evaluados, seleccionados,
reelaborados y luego llevados a los clientes para obtener retroalimentación. Por lo tanto, los clientes
participan continuamente en el proceso (Sirowy 2010, 239–49).
El ejemplo del primer edificio creado por Rural Studio, la casa Bryant “Hay Bale”, ilustra bien estas
cualidades. Alberta y Shepard Bryant tenían más de setenta años y estaban criando a tres nietos. De la
conversación sobre cómo vivían y qué tipo de espacios serían deseables, surgieron elementos como la
necesidad de protegerse de la lluvia, el deseo de que cada niño tenga una habitación con cama y escritorio,
y el valor de un porche donde la gente podría reunirse y pasar el tiempo. El uso de fardos de heno cubiertos
con estuco fue una estrategia inusual, pero resultó muy adecuada para brindar protección a bajo costo
contra la intemperie. Se crearon tres pequeñas habitaciones en la parte trasera de la casa, que son visibles
como tres formas semicirculares en la elevación posterior. Un techo sobresaliente sorprendentemente
grande hecho de plexiglás corrugado translúcido y sostenido por vigas recicladas y columnas de aspecto
tradicional crea un gran espacio social que recuerda las lujosas terrazas de las mansiones anteriores a la
guerra. La casa combina características de gran sencillez con elementos de extravagancia imaginativa. Al
articular cómo sus residentes usan su espacio vital, expresa su relación con un paisaje y un clima distintivos.
Al recordar las formas tradicionales de la región y al mismo tiempo incorporar materiales innovadores, los
arquitectos llevan adelante la tradición de manera modesta, respetuosa y, a veces, elocuente (Sirowy 2010,
252–6).
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Al recordar las formas tradicionales de la región y al mismo tiempo incorporar materiales
innovadores, los arquitectos llevan adelante la tradición de manera modesta, respetuosa y, a veces,
elocuente.
Sirowy nota muchos corolarios de las ideas gadamerianas en el enfoque inspirado por Mockbee
hacia una arquitectura socialmente comprometida. El enfoque está en sintonía con las cualidades de la vida
local y el espíritu de los lugares. Se basa en las tradiciones presentándolas e interpretándolas en términos
contemporáneos. Está comprometido con el tipo de diálogo que saca a relucir las preguntas, suposiciones,
hábitos, experiencias e historias que dan forma a los horizontes individuales y comunitarios. Pero al mismo
tiempo, respeta los conocimientos y las técnicas que la teoría puede introducir en la conversación. El
proceso manifiesta un entendimiento de que no existe tal cosa como una fusión general de horizontes
(Sirowy 2010, 257–60). En la medida en que se produce la fusión, lo hace en relaciones únicas que deben
ser forjadas por los participantes reales en el proyecto. En el desarrollo del proceso muchos de los principios
que entran en juego pueden considerarse universales —justicia, dignidad humana, sustentabilidad,
integridad profesional, honestidad— pero en el entendimiento de que estos principios sólo pueden
realizarse en lo concreto como cualidades de las relaciones que se inician con el trabajo compartido en el
proyecto. Lo universal no puede darse por sentado; debe volver a hablar en las circunstancias únicas del
aquí y ahora.
ENCONTRAR LA MEDIDA
El caso de Rural Studio ilustra una convicción que ha sido expresada por varios escritores acerca
del proceso de creación arquitectónica: que el desafío de abrirse a las experiencias y puntos de vista de los
no arquitectos puede ser un medio para liberar creatividad arquitectónica en lugar de limitarla (Sirowy
2010, 258–61; Till 2009). Bruce Lindsey, un colega de Sam Mockbee a quien Sirowy cita, expresa la idea
con estas palabras:
El Rural Studio enfatizó el hecho de que cuando defiendes algo fuera de tu disciplina, como las
personas y las comunidades, se abren las posibilidades de tu propia disciplina. En otras
palabras, cuando defiendes más allá de los estrechos intereses técnicos, estéticos o profesionales,
las oportunidades para cada aspecto de lo que haces se abren. Los aspectos innovadores,
expresivos y espirituales de la arquitectura ya no están confinados.
Aprovechar estas oportunidades requiere encontrar la medida: aprender cuándo escuchar y cuándo
reflexionar, cuándo presentar la propia experiencia y experimentar, cuándo ser crítico o plantear preguntas
difíciles, cuándo impulsar el proceso, establecer fechas límite y simplemente lograr que se hagan las cosas.
En definitiva, las posibilidades que se abren no son meras posibilidades para el trabajo profesional, sino
también para integrar el trabajo profesional en el conjunto de la vida y el carácter personal.
Las cuestiones relativas a este tipo de medida —de equilibrio y proporción, de ocasiones para pensar
y ocasiones para actuar— se encuentran entre las más antiguas para la humanidad. En los estudios de
Gadamer sobre los pensadores griegos presocráticos, los encontramos aprendiendo del equilibrio entre las
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fuerzas de la naturaleza como un modelo para el orden de la psique humana. Una frase griega que nos ha
llegado —metronariston, "la moderación es lo mejor" - se puede interpretar fácilmente en el sentido de que
requiere que evitemos los excesos de pasión y arrogancia, pero también tiene en vista una forma de agregar
experiencias y conocimientos a la vida que cultive la pasión y humille el ego que se engrandece a sí mismo
con una apreciación de la grandeza del mundo. Desarrollarse en este tipo de moderación es desarrollar una
sabiduría práctica, y no hay actividad de la persona humana que no pueda beneficiarse de ese tipo de
crecimiento espíritual.
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