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SEBAP
CURSO DE ECLESIOLOGÍA
DOCENTE: Ps. Víctor Medina
ALUMNA: Tani Giovanna Li Fernández.
14 de Agosto del 2021.
LA IGLESIA EN EL LIBRO DE HECHOS, ALGUNOS ASPECTOS
Ningún otro libro, como el de los Hechos nos suministra tan abundante material y de primera
mano sobre los primeros pasos de la vida de la Iglesia, que nos permite formar una idea más
completa del nacimiento de la misma y de su maravilloso desarrollo.
EMPIEZA LA PERSECUCIÓN
Poco después la cosa va a cambiar. Es el pueblo judío en bloque, como tal, el que declarará la
guerra. Y la razón, es porque esos judíos helenistas convertidos, cuyo portavoz podemos ver en
Esteban, no eran ya, aparentemente, tan celosos de la observancia de la Ley mosaica como lo
eran los de procedencia palestinense; al paso de que, a aquéllos se les acusó de haber proferido
palabras contra el Templo y contra la Ley (6: 11-14), dos cosas que son la base del nacionalismo
judío.
Aunque en las acusaciones haya su parte de exageración a fin de impresionar más a las turbas,
no hay duda que son reveladoras, pues al paso que se lanzan furiosos contra Esteban (7: 54-60)
desencadenan una persecución contra la Iglesia (8: 1), todo hace suponer que esa persecución
fue dirigida contra los judío-cristianos helenistas, que hubieron de dispersarse y salir de la ciudad,
y no contra los judío-cristianos palestinenses, que pudieron permanecer libremente en Jerusalén
(8:1)
EL EVANGELIO SE EXPANDE
Con esta dispersión, la comunidad cristiana, reducida hasta entonces a la zona de Jerusalén, va a
extenderse a otras regiones. Expresamente se dice que los perseguidos «se dispersaron por las
regiones de Judea y Samaría... e iban por todas partes predicando el evangelio» (8: 1-4). Con esto,
lo que parecía ser un mal, resulta ser, en los planes de Dios, un gran bien pues la pequeña
comunidad nacida en Jerusalén comienza a extenderse por el mundo: “Entonces las iglesias
tenían paz por toda Judea, Galilea y Samaria; y eran edificadas, andando en el temor del Señor,
y se acrecentaban fortalecidas por el Espíritu Santo”. (9: 31). En este tiempo y coyuntura fue
cuando tuvo lugar la conversión del eunuco etíope (8: 26- 40) y la de Saulo, el gran perseguidor
(9: 1-30; 22: 4-16; 26: 9-18).
Los miembros de esta comunidad o “iglesia” primitiva se conocen entre sí con el nombre de
“creyentes”, “discípulos”, “hermanos”, “santos”; cuatro nombres que expresan bien la vida
íntima de esta comunidad: creyendo en Cristo, del que son fervientes discípulos, viven vida de
hermandad, separados del mundo para dedicarse al Señor. Difícilmente podríamos compendiar
mejor la vida de esa comunidad. Se les llamaba también “los del camino” (9: 2; 18: 25-26; 19: 9.
23; 22: 4; 23, 14, 22), es decir, los que siguen el nuevo camino de “vida”, que los Apóstoles tienen
que predicar (5: 20; 11: 18; 13, 48) y de la que Cristo es cabeza (3: 15).
Los judíos les designan con el nombre de “secta de los Nazarenos” (24; 5. 14; 28: 22) más como
término de desprecio, derivado del pueblo en que se había criado Jesús (2: 22; 6: 14; 10: 38).
EL NOMBRE DE “CRISTIANOS”
En cuanto a los gentiles, parece que en un principio no distinguían a los cristianos de los judíos,
pero al extenderse también a las gentes “la nueva religión”, no tardó en hacerse común el
nombre de “cristianos”, que tuvo su origen en Antioquía (11: 26), y expresa lo que para los no
judíos era lo más notorio de esta nueva comunidad: su fe en el Cristo, es decir, en Jesús
considerado el Mesías.
Ya para mediados del siglo primero, los seguidores de “la nueva religión” fundada por Cristo son
ya conocidos ante el mundo como una sociedad particular distinta del judaísmo, pues desde los
primeros días la nueva comunidad se atribuye una misión santa, independiente de la jerarquía
mosaica y por lo que hubo de sufrir graves persecuciones (2: 38-40; 3: 17-26; 4: 8-21; 5: 27-33;
6: 9-14; 8: 1-3).
Mientras el judaísmo seguía esperando al Mesías, la nueva comunidad bajo la dirección de los
apóstoles, afirma que ya ha venido, y es Jesús de Nazaret, a quien ellos crucificaron; el cual, como
dirá San Pedro, aplicándole una cita del Salmo 117, es la piedra rechazada, que se hace piedra
angular del nuevo edificio. Sin embargo, en un principio estas diferencias, aunque
fundamentales, podían bien ser ignoradas y tenidas por insignificantes ante el mundo gentil (18:
15; 23: 29; 25: 19), dado que “la nueva religión” se predicaba sólo a los judíos, y para los que se
convertían la Ley y el Templo seguían conservando aún todo su prestigio (2: 46; 3: 1; 15: 5; 21:
20). Poco a poco, a partir de su expansión entre los gentiles, las cosas se irán aclarando. El mismo
apóstol Pedro dirá públicamente en su discurso del Concilio de Jerusalén, sobre judíos y paganos:
“antes creemos que por la gracia del Señor Jesús seremos salvos, de igual modo que ellos (15:
11). Con esto la distinción con el judaísmo se hace visible y clara, sin posible lugar a confusión.
Jamás el judaísmo, aun en tiempos de su mayor expansión proselitista, pensó en una sociedad
religiosa universal, derribado el muro de separación con los gentiles y en igualdad de derechos
con ellos.
LA VIDA INTIMA O INTERNA DE LA COMUNIDAD
Refiriéndose a los tiempos mesiánicos, dice Jeremías que Dios hará una “alianza nueva” con la
casa de Israel, distinta de la antigua, y que “escribirá su Ley en el corazón de los fieles..., sin que
éstos tengan que enseñarse ni exhortarse unos a otros, pues todos le conocerán desde los
pequeños a los grandes” (Jer. 31, 31-34). Y Juan, comparando también ambos Testamentos, dice
que “la Ley fue dada por Moisés, pero la gracia y la verdad vinieron por Jesucristo» (Jn. 1: 17).
Se alude en estos textos a la naturaleza íntima del reino mesiánico, que será un reino de luz, de
amor, de posesión de Dios por la gracia, un reino esencialmente espiritual. El mismo Jesucristo
nos dirá que su venida al mundo ha sido para “salvar a los hombres de sus pecados” (Mt. 1: 21;
Lc. 19: 10), y “para que tengan vida y vida abundante” (Jn. 10: 10, 8: 12). En el sermón del Monte,
recalca este aspecto interno y espiritual de su reino (Mt. 5, 3-7, 29).
Pues bien, en conformidad con lo profetizado y anunciado es la realidad. La Iglesia, de que nos
hablan los Hechos, tiene un carácter esencialmente interno y espiritual. Este carácter interno lo
hace resaltar ya claramente Pedro en los comienzos mismos de la historia de la Iglesia, al
responder a los que compungidos por su discurso del día de Pentecostés le preguntaban sobre
qué debían hacer. La respuesta de Pedro es tajante: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de
vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu
Santo” (2, 38).
Una presencia tan manifiesta del Espíritu, junto con la fe en Cristo y la esperanza en su segunda
venida, ligaba fuertemente a todos los cristianos entre sí con esa unión de espíritus y de
corazones de que con tan encantadora sencillez nos habla el autor de Hechos, refiriéndose a la
primitiva comunidad cristiana de Jerusalén:
“Y la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma; y ninguno decía ser suyo
propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común… Y perseverando
unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y
sencillez de corazón, alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía
cada día a la iglesia los que habían de ser salvos” (4: 32; 2:46,47)