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UNIVERSIDAD MONTRER

Sistema Dinámico Montrer


Licenciatura
Expresión Oral y Escrita l

Semana 2

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Licenciatura expresión Oral y Escrita l · Semana 2

PRESENTACIÓN

Bienvenidos a la primera unidad de la materia Expresión Oral y Escrita I, en donde


encontraremos los elementos necesarios para trabajar en el conocimiento y uso de
los recursos básicos de la oratoria en función de una comunicación oral efectiva,
agradable, rica en conceptos y con nuevas figuras de representación.

CONTENIDO

2.1 Estructura conceptual de la comunicación verbal

2.1.1. El punto (objetivo)

Para empezar, el orador debe responder a la siguiente pregunta: ¿qué?, es decir,


¿qué quiero transmitir?, ¿qué quiero conseguir? Si, inicialmente, tenemos dos o tres
asuntos en estudio, hay que priorizar uno, luego de un saludable ejercicio de reflexión
que tome en cuenta el tipo de auditorio y sus intereses. Si no existe un objetivo central
claro, el discurso se tornará confuso, desenfocado y carente de interés.

2.1.2. La línea (el camino)

El camino, o mejor, el método a emplear debe responder a la pregunta clave:


¿cómo?, o sea, ¿cómo voy a conseguir mi objetivo central? Hay que tratar de que la
vía utilizada sea clara y sencilla y que cada idea lleve a la siguiente sin saltos
(carencias en la argumentación), desviaciones (detalles ajenos al núcleo de la
exposición) y divagaciones (fragmentos sin interés.) Es recomendable que vayamos
de lo conocido a lo desconocido; de lo fácil a lo difícil; de lo concreto (un dato) a lo
abstracto (un juicio). Los ejemplos, anécdotas y descripciones ayudarán en el
cumplimiento de nuestro deseo de CONVENCER Y CAUTIVAR.

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2.1.3. El triángulo (orador, receptor y tema)

Nuestro discurso también debe tener tres lados:

• ¿Quién soy y cuál es mi posición?


• ¿Cuáles son las características de mi receptor?
• ¿Qué quiero decir y cómo voy a organizar el contenido?

2.1.3.1 Tipificación del orador

El orador es la estrella del discurso, por eso, conviene que no se esconda detrás de
las presentaciones en PowerPoint y otros recursos audiovisuales que se verán más
adelante.

En principio, el orador debe hacer gala de la NATURALIDAD. Ello significa que


durante su intervención tiene que hablar de manera parecida a como lo hace con sus
compañeros de estudio o trabajo, familiares o amigos (sin olvidar la seriedad del
discurso). Evitará comportarse de manera artificial y rimbombante y no debe intentar
copiar a políticos, presentadores televisivos, actores de cine y otros “famosos”.

Jamás podrá perder su identidad: debe transmitirse con su mensaje. Por supuesto,
poco a poco, tendrá que encontrar su propio ESTILO, o sea, el sello personal que lo
identificará ante los demás a la hora de seleccionar, ordenar y expresar las palabras.

ESTILO: proviene de la voz griega stylus (punzón de madera que servía para grabar
las letras en ciertas superficies). Cada persona le daba características específicas. El
YO del buen orador irá evolucionando de acuerdo a un plan, aquí nada es fortuito.
Algunos, además de teorizar en la profesión, se graban con cierta periodicidad para
estudiar su forma de hablar y de usar los recursos no verbales. Así, posiblemente,
descubran que deben subir el tono de la voz, o hacer más pausas, o mejorar su

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pronunciación, o buscar un mayor énfasis, o modificar el uso de sus manos, o realizar


más desplazamiento, o mirar más al público.

En este proceso se harán tres preguntas:

• ¿Quién soy?
• ¿Quién quiero ser?
• ¿Qué camino utilizo para convertirme en un buen comunicador?

Además de su autoevaluación, el orador en proceso de crecimiento debe observar a


otros colegas y decidir cuáles características desea incorporar o rechazar. Asimismo,
es recomendable que desarrolle su espíritu crítico acudiendo a conferencias, foros,
debates, entrevistas y eventos de este tipo.

El orador debe también tener un manejo eficaz de la PALABRA, la materia prima


esencial con la cual puede construir sus discursos. Por ello, debe cumplir con un
riguroso plan de lecturas semanales y desarrollar ejercicios con sinónimos y
antónimos, entre otras actividades. Al hablar buscará una doble finalidad: credibilidad
(razón) y atracción (emoción).

CREDIBILIDAD: Un orador creíble es aquél que cuenta con una información correcta
y verdadera. No tiene (o parece no tener) ninguna intención de engañarnos. Su
argumento es, por lo tanto, verosímil.

En el análisis de la credibilidad se pueden tomar en cuenta varios elementos:

Ø Conocimiento y experiencia: debe evidenciarse que se domina el tema y/o se


tiene experiencia en el área que abarca la disertación. Como el público casi
nunca tiene la información curricular del orador en la mano, él puede contar
alguna anécdota en primera persona que resalte su trayectoria laboral o
durante la conferencia deslizar comentarios sugerentes como este: “Hace

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varios años que investigo el asunto y he escrito varios ensayos, algunos, aún
inéditos”. Sólo debe hablarse sobre aquello que se conoce a fondo. El secreto
está en convencernos de que los argumentos a exponer son conocidos por
nosotros mejor que por cualquier otra persona.
Ø Honradez: el orador debe mostrarse como una persona honesta, objetiva,
sensata y no influida por intereses ocultos. Tiene que despertar confianza a
toda costa. No debe mostrar una intención demasiado marcada de convencer,
porque el público se pondrá en alerta y podría desconfiar. Igualmente, si se le
hace una pregunta cuya respuesta no conoce con exactitud debe tener la
valentía de confesar esta carencia y no decir algo carente de fundamento.
Ø Humildad: mostrar una actitud de conocimiento es bueno, pero hay que
hacerlo de manera modesta, con un bajo perfil. Es imprescindible que huyamos
de la prepotencia, el distanciamiento, la indiferencia o la superioridad. Estas
actitudes corrosivas no son perdonadas por los oyentes. Debemos respetar
todas las opiniones y admitir puntos de vista distintos a los nuestros.
Ø Prestigio: el reconocimiento alcanzado por el orador en determinadas
actividades puede resultarle muy favorable. Adolfo Lucas en el Poder de la
palabra reseña un estudio comparativo que parece interesante: una
especialista impartió dos conferencias iguales en dos grupos similares. En una
se presentó como una catedrática y en la otra como ama de casa. Al final, se
detectó que en la primera intervención logró un grado de credibilidad mucho
mayor que en la segunda.

ATRACCIÓN: La atracción no opera en el plano racional, sino en el emocional. Como


hemos visto, la credibilidad necesita argumentos; la atracción no los necesita, le basta
con el sentimiento. El orador debe, por todos los medios posibles, lograr el siguiente
razonamiento por parte del oyente:

“Me gusta esta persona. Me gustaría ser como él. Por tanto, hago lo que él hace y
hago lo que él me dice que haga”.

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Para ello tiene que “vivir” lo que está diciendo para que el público haga lo mismo y
comparta su mundo interior. Debemos usar todas nuestras “armas”: los cambios en la
intensidad de la voz, la postura, expresión del rostro, la mirada, los gestos, los
movimientos corporales en general, el dominio del espacio y otros.

Hay algunos elementos que hacen al orador más atractivo:

Ø Similitud entre el orador y la audiencia: el orador debe buscar algunos


puntos de coincidencia con los receptores del mensaje en su estilo de hablar,
vestuario, conducta y otros factores. Si vemos a alguien parecido a nosotros
nos encontraremos más cómodos y satisfechos. Por ejemplo, no parece
prudente que un hablante se presente ante un grupo de jóvenes de un
reclusorio para impartir un taller de autoayuda vestido de manera formal. Sin
proponérselo, establecería una barrera invisible.

Ø Familiaridad: cuando una persona percibe algo que conoce más o menos a
fondo y le resulta familiar, se inclina a favor de ese objeto. Lo mismo pasa en
oratoria. Por eso, el emisor debe partir en su discurso de las cosas que ya
maneja el auditorio y, luego, intentar abordar aspectos que necesiten mayores
aclaraciones.

Ø La simpatía: el público tiende a evaluar el mensaje del orador de acuerdo a la


simpatía despertada. En consecuencia, los buenos expositores tratan de
conseguir sonrisas atractivas y afectuosas y ensayan ciertas bromas que
ayudan a crear un buen relax. En más de una ocasión el orador romano
Cicerón alabó el valor de la risa. En realidad, quienes ríen juntos crean vínculos
difíciles de romper; con este recurso pueden saltarse muchas barreras.

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Ø Atractivo físico: un buen orador, masculino o femenino, no tiene que ser


necesariamente bello, en el sentido convencional de la palabra, para triunfar en
esta profesión. Sin embargo, lo hermoso se percibe como bueno, aunque no lo
sea. El expositor debe cuidar su apariencia física (peinado, vestuario, calzado).
El más mínimo desaliño puede conducirnos al fracaso.

2.1.3.2 El auditorio

El orador, a la hora de preparar un discurso, debe centrarse, en PRIMERA


INSTANCIA, en el auditorio; todo lo que piense y realice tiene que responder a las
exigencias de las personas que han venido a escucharlo.

Las dos cualidades que deben caracterizar a un buen orador (credibilidad y atracción)
no pueden servir para engordar su ego; todo lo contrario, deben ser las armas que le
permitirán convertir a los oyentes en personas mejores en todos los aspectos de la
vida. Aquí, conviene alertar sobre algunas situaciones negativas que se pueden
presentar: al público no le gusta ver al hablante esclavizado a un texto, por completo
que éste parezca. En algunos casos, puede sentirse ignorado, porque el orador al leer
o tratar de reproducir un mensaje memorizado piensa más en él que en la gente que
tiene enfrente. Se pone tenso, se robotiza, se aísla. Por fortuna, algunos salen airosos
del aprieto, porque, al responder las preguntas del auditorio, se muestran más
naturales, como si conversaran con amigos.

Otro peligro que debe solventar el expositor es el aburrimiento. Si nos llega una
persona buscando pasar un rato agradable, no hay que defraudarla. Por consiguiente,
es recomendable que planifiquemos cómo entretener. Hay varias opciones: a veces,
se hacen preguntas ocurrentes y referencias jocosas a ciertos personajes o
situaciones, se introducen sorpresas, se cuentan relatos, se mencionan temas
musicales y hasta se reseñan los argumentos de ciertas películas.

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En algunas religiones, por ejemplo, los oradores regalan libros y folletos para
conseguir adeptos. Es posible, además, que al concluir un discurso donde se pondere
a una empresa turística X se entreguen trípticos donde los clientes aparecen felices y
contentos en medio de preciosos paisajes. Las distracciones, de acuerdo con algunos
expertos, relajan a los oyentes inclinados a las réplicas, quienes se vuelven más
tolerantes y fáciles de persuadir.

2.1.3.3 Manejo del tema

Nuestra misión no es emitir sólo un mensaje, hay que lograr que el público lo
decodifique y desarrolle acciones, pero aquí surge un problema: los llamados “ruidos”
(celulares, computadoras abiertas, sonidos estridentes que llegan del exterior, una
interrupción de un participante retrasado...). La atención es volátil, muchos
especialistas aseguran que ésta no puede permanecer en el mismo estímulo más allá
de los 13 segundos. Por fortuna, es recuperable mediante la variación constante de
los temas y justificaciones que debe realizar el emisor. Aun así, ningún orador está
exento de provocar una fatiga atencional. Para evitarla, Adolfo Lucas en El poder de
la palabra nos proporciona los siguientes consejos:

Ø Ideas claras y retroalimentación continua: hay que tomar en cuenta que el


lenguaje hablado difiere del escrito, en éste el receptor puede leer una y otra
vez el concepto hasta entenderlo en su totalidad, pero en un discurso sólo se
puede escuchar una vez. Por lo tanto, el emisor debe: anunciar, repetir, aclarar
una y otra vez, resumir, recapitular, retroceder en su secuencia temática,
contestar todas las preguntas, ampliar cuando sea prudente.
Ø Ejemplos y anécdotas: estos recursos proporcionan imágenes que se graban
más y mejor en la memoria. Además, sirven para que el público descanse, se
relaje y vuelva a escuchar con más ganas.
Ø No dar nada por sabido: es mejor gastar dos minutos explicando un asunto
que nos parezca sencillo, que perder la atención de parte del auditorio, porque

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éste no entiende a cabalidad. Cuando hay un público heterogéneo debemos


actuar con cuidado. Digamos: vamos a dar una conferencia en un congreso
donde asistirán estudiantes, profesores e investigadores. En este caso, es un
error buscar un nivel intermedio (unos no entenderían y otros se aburrirían). Lo
ideal, aquí, es que destinemos entre el 50 y el 60 por ciento del tiempo a los
estudiantes; entre el 30 y el 35 por ciento a los profesores y entre el 10 y el 15
por ciento a los investigadores.
Ø Controlar al público con la mirada: el buen orador puede evaluar el
comportamiento de su auditorio. Así, sabrá si el público se aburre, está
emocionado, desea que concluya la exposición o quiere seguir escuchando.
Hay expositores que suprimen temas sobre la marcha si observan señales de
fatiga o agregan, otros impulsados por el entusiasmo de los oyentes.

2.1.3.4 Elementos negativos

El miedo a hablar ante el público es muy común y tiene manifestaciones muy claras:
sudor en las manos, mariposas en el estómago, el corazón palpitante, falta de aire.
Éste afecta las cualidades de la voz: las palabras se quiebran o se hace un nudo en la
garganta, baja el volumen y la velocidad disminuye. En realidad, la persona sufre.

¿Por qué sentimos miedo? Es sencillo: cualquier situación nueva nos produce
incertidumbre. En el caso de la oratoria, la proximidad de nuestro discurso nos hace
sentir inseguros y empezamos a temerle al error, al fracaso, al ridículo y a la pérdida
de credibilidad en nuestro grupo.

Este nerviosismo es natural, inevitable y comprensible. Incluso, algunos especialistas


aseguran que tener “algo de miedo” es positivo: el ponente se hace más responsable,
se prepara mejor, sigue con mano maestra el hilo de la argumentación y puede ser
más breve. Por el contrario, las personas sin miedo (“lo tengo fácil, hago lo que sé
hacer”) pueden llegar a divagar, se extienden y pueden ser más aburridas.

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De todas maneras, el miedo en exceso debe ser controlado mediante el autodominio.


Algunas recetas para lograr este propósito son las siguientes:

• Investigar el tema con mucha anticipación


• Organizar los contenidos con objetivos muy claros
• Llegar temprano a la cita
• Visualizarse mentalmente con una actitud positiva
• Respirar de manera profunda antes de la exposición
• Utilizar apoyos audiovisuales
• Mantener el contacto visual con el público
• Estar preparado para responder preguntas molestas
• Saber que algo puede salir mal y habrá que realizar correcciones sobre el
terreno.

El orador veterano logra mantenerse tranquilo, porque ha tomado conciencia de


que está apto para hacerlo bien. Los debutantes tienen que proponerse esta meta.

REFERENCIAS

Bibliografía obligatoria:
Lucas, Adolfo (2008) El poder de la palabra: técnicas para hablar en público.
Barcelona, España: Ariel, 172 pp.
Noguera, Héctor (2006) Oratoria de 3 en 3. D.F., México: Panorama Editorial SA de
CV

Bibliografía complementaria:
Bregantín, Daniela (2008) Curso rápido para hablar en público. D.F., México: De
Vecchi, 237 pp.
Brassel, Carlos (2010) Las mejores técnicas para hablar en público. D.F., México: De
bolsillo, 225 pp.
Foucault, Michel (2009) El orden del discurso. D.F., México: Tusquets Editores, 75 pp.
Galeana, Elías (2002) El arte de la oratoria (Inédito).

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