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Semana 2
PRESENTACIÓN
CONTENIDO
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El orador es la estrella del discurso, por eso, conviene que no se esconda detrás de
las presentaciones en PowerPoint y otros recursos audiovisuales que se verán más
adelante.
Jamás podrá perder su identidad: debe transmitirse con su mensaje. Por supuesto,
poco a poco, tendrá que encontrar su propio ESTILO, o sea, el sello personal que lo
identificará ante los demás a la hora de seleccionar, ordenar y expresar las palabras.
ESTILO: proviene de la voz griega stylus (punzón de madera que servía para grabar
las letras en ciertas superficies). Cada persona le daba características específicas. El
YO del buen orador irá evolucionando de acuerdo a un plan, aquí nada es fortuito.
Algunos, además de teorizar en la profesión, se graban con cierta periodicidad para
estudiar su forma de hablar y de usar los recursos no verbales. Así, posiblemente,
descubran que deben subir el tono de la voz, o hacer más pausas, o mejorar su
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• ¿Quién soy?
• ¿Quién quiero ser?
• ¿Qué camino utilizo para convertirme en un buen comunicador?
CREDIBILIDAD: Un orador creíble es aquél que cuenta con una información correcta
y verdadera. No tiene (o parece no tener) ninguna intención de engañarnos. Su
argumento es, por lo tanto, verosímil.
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varios años que investigo el asunto y he escrito varios ensayos, algunos, aún
inéditos”. Sólo debe hablarse sobre aquello que se conoce a fondo. El secreto
está en convencernos de que los argumentos a exponer son conocidos por
nosotros mejor que por cualquier otra persona.
Ø Honradez: el orador debe mostrarse como una persona honesta, objetiva,
sensata y no influida por intereses ocultos. Tiene que despertar confianza a
toda costa. No debe mostrar una intención demasiado marcada de convencer,
porque el público se pondrá en alerta y podría desconfiar. Igualmente, si se le
hace una pregunta cuya respuesta no conoce con exactitud debe tener la
valentía de confesar esta carencia y no decir algo carente de fundamento.
Ø Humildad: mostrar una actitud de conocimiento es bueno, pero hay que
hacerlo de manera modesta, con un bajo perfil. Es imprescindible que huyamos
de la prepotencia, el distanciamiento, la indiferencia o la superioridad. Estas
actitudes corrosivas no son perdonadas por los oyentes. Debemos respetar
todas las opiniones y admitir puntos de vista distintos a los nuestros.
Ø Prestigio: el reconocimiento alcanzado por el orador en determinadas
actividades puede resultarle muy favorable. Adolfo Lucas en el Poder de la
palabra reseña un estudio comparativo que parece interesante: una
especialista impartió dos conferencias iguales en dos grupos similares. En una
se presentó como una catedrática y en la otra como ama de casa. Al final, se
detectó que en la primera intervención logró un grado de credibilidad mucho
mayor que en la segunda.
“Me gusta esta persona. Me gustaría ser como él. Por tanto, hago lo que él hace y
hago lo que él me dice que haga”.
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Para ello tiene que “vivir” lo que está diciendo para que el público haga lo mismo y
comparta su mundo interior. Debemos usar todas nuestras “armas”: los cambios en la
intensidad de la voz, la postura, expresión del rostro, la mirada, los gestos, los
movimientos corporales en general, el dominio del espacio y otros.
Ø Familiaridad: cuando una persona percibe algo que conoce más o menos a
fondo y le resulta familiar, se inclina a favor de ese objeto. Lo mismo pasa en
oratoria. Por eso, el emisor debe partir en su discurso de las cosas que ya
maneja el auditorio y, luego, intentar abordar aspectos que necesiten mayores
aclaraciones.
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2.1.3.2 El auditorio
Las dos cualidades que deben caracterizar a un buen orador (credibilidad y atracción)
no pueden servir para engordar su ego; todo lo contrario, deben ser las armas que le
permitirán convertir a los oyentes en personas mejores en todos los aspectos de la
vida. Aquí, conviene alertar sobre algunas situaciones negativas que se pueden
presentar: al público no le gusta ver al hablante esclavizado a un texto, por completo
que éste parezca. En algunos casos, puede sentirse ignorado, porque el orador al leer
o tratar de reproducir un mensaje memorizado piensa más en él que en la gente que
tiene enfrente. Se pone tenso, se robotiza, se aísla. Por fortuna, algunos salen airosos
del aprieto, porque, al responder las preguntas del auditorio, se muestran más
naturales, como si conversaran con amigos.
Otro peligro que debe solventar el expositor es el aburrimiento. Si nos llega una
persona buscando pasar un rato agradable, no hay que defraudarla. Por consiguiente,
es recomendable que planifiquemos cómo entretener. Hay varias opciones: a veces,
se hacen preguntas ocurrentes y referencias jocosas a ciertos personajes o
situaciones, se introducen sorpresas, se cuentan relatos, se mencionan temas
musicales y hasta se reseñan los argumentos de ciertas películas.
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En algunas religiones, por ejemplo, los oradores regalan libros y folletos para
conseguir adeptos. Es posible, además, que al concluir un discurso donde se pondere
a una empresa turística X se entreguen trípticos donde los clientes aparecen felices y
contentos en medio de preciosos paisajes. Las distracciones, de acuerdo con algunos
expertos, relajan a los oyentes inclinados a las réplicas, quienes se vuelven más
tolerantes y fáciles de persuadir.
Nuestra misión no es emitir sólo un mensaje, hay que lograr que el público lo
decodifique y desarrolle acciones, pero aquí surge un problema: los llamados “ruidos”
(celulares, computadoras abiertas, sonidos estridentes que llegan del exterior, una
interrupción de un participante retrasado...). La atención es volátil, muchos
especialistas aseguran que ésta no puede permanecer en el mismo estímulo más allá
de los 13 segundos. Por fortuna, es recuperable mediante la variación constante de
los temas y justificaciones que debe realizar el emisor. Aun así, ningún orador está
exento de provocar una fatiga atencional. Para evitarla, Adolfo Lucas en El poder de
la palabra nos proporciona los siguientes consejos:
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El miedo a hablar ante el público es muy común y tiene manifestaciones muy claras:
sudor en las manos, mariposas en el estómago, el corazón palpitante, falta de aire.
Éste afecta las cualidades de la voz: las palabras se quiebran o se hace un nudo en la
garganta, baja el volumen y la velocidad disminuye. En realidad, la persona sufre.
¿Por qué sentimos miedo? Es sencillo: cualquier situación nueva nos produce
incertidumbre. En el caso de la oratoria, la proximidad de nuestro discurso nos hace
sentir inseguros y empezamos a temerle al error, al fracaso, al ridículo y a la pérdida
de credibilidad en nuestro grupo.
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Bibliografía obligatoria:
Lucas, Adolfo (2008) El poder de la palabra: técnicas para hablar en público.
Barcelona, España: Ariel, 172 pp.
Noguera, Héctor (2006) Oratoria de 3 en 3. D.F., México: Panorama Editorial SA de
CV
Bibliografía complementaria:
Bregantín, Daniela (2008) Curso rápido para hablar en público. D.F., México: De
Vecchi, 237 pp.
Brassel, Carlos (2010) Las mejores técnicas para hablar en público. D.F., México: De
bolsillo, 225 pp.
Foucault, Michel (2009) El orden del discurso. D.F., México: Tusquets Editores, 75 pp.
Galeana, Elías (2002) El arte de la oratoria (Inédito).
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