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En defensa de la cientificidad de las ciencias sociales

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Sergio Morales Inga


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En defensa de la cienti cidad de las ciencias sociales
Por Columnista Invitado - agosto 2, 2018

10 min. de lectura


 

Por Sergio Morales Inga*

Una opinión común y arraigada sobre las ciencias sociales consiste en a rmar que no son
realmente cientí cas. Una importante mayoría “acusa a los cientí cos sociales de ser «blandos»
y de tra car con teorías tan carentes de precisión y poder predictivo que no merecen ser
llamados cientí cos” (Horgan, 2013).

Entre los principales argumentos que esbozan los críticos se encuentran a rmar que las ciencias
sociales: a) no emplean estadística ni cuanti can, b) no construyen teorías, c) no predicen
fenómenos, d) no postulan leyes, y e) son subjetivas. ¿Qué tan acertado es todo esto?

a) “Las ciencias sociales no emplean estadística ni cuanti can”

Aunque se trata de una presunción fuertemente establecida, una revisión de especialidades como
la sociología analítica, sociología económica, ciencia política, historia económica o
econometría podría rápidamente derribar la creencia de que las ciencias sociales no emplean
estadística ni cuanti can. No obstante, valga advertir que emplear estadística o cuanti car no
constituye requisito indispensable para la validez cientí ca de una investigación (a menos que el
tema lo requiera especí camente).

Es más, esta forma de ver las cosas degenera en un dualismo que contrapone “metodologías
cuantitativas” (destinadas a ciencias naturales y básicas) a “metodologías cualitativas” (destinadas a
ciencias sociales), creando un efecto insostenible en términos concretos (Aldrich, 2014). A este
respecto, “[s]er metodológicamente responsable, modelizar o formalizar, no son la misma cosa
que «cuanti car»” (Reynoso, 1995: 53).

Si alguien me preguntara si puede existir ciencia sin estadística o cuanti cación, respondería que
sí. De hecho, gran parte de la cuestión formal que emplea la metodología experimental en ciencias
sociales (e inclusive en las naturales) se componen de las llamadas matemáticas cualitativas
(Rudolph, 2013).

b) “Las ciencias sociales no construyen teorías”

Una teoría es una explicación sobre el funcionamiento de un fenómeno. Sobre este punto, los
críticos no solo a rman que si una ciencia no teoriza entonces no es cientí ca, sino también que
las ciencias sociales no construyen teorías pues, de ser posible, serían menos objetivas y válidas
que las de las ciencias naturales. Puede que en antropología o sociología no haya teorías tan
reconocidas como las de biología o química pero, no obstante, existen diversas explicaciones sobre
múltiples fenómenos que reciben los nombres genéricos de “teoría antropológica” o “teoría
sociológica”.

Solo en pocos casos reciben nombres más especí cos, como los de “estructural-funcionalismo” (de
Parsons) o “teoría de la relevancia” (de Sperber y Wilson). Según Reynoso (1995), “la idea de las
teorías groseramente nomotéticas en que se fundan los irracionalistas para cuestionarnos se
inspira en un estado de cosas que aún entre los cientí cos más duros tiene sus buenos 40 años de
atraso” (p. 55). Y es que al cientí co social le interesan mucho las explicaciones y mientras más
so sticadas sean, mejor. No obstante, le interesa poco saber si tales constituyen teorías
propiamente dichas o no. Valga agregar, que si una disciplina no construye teorías no pierde su
status, ya que la incidencia en la creación de teorías depende más del objeto estudiado que de la
capacidad de los investigadores.

¿Alguien se atrevería a decir que la física no es cientí ca solo porque no exista una teoría de la
gravedad? A diferencia de la creación de teorías, “[c]orroborar una hipótesis es indispensable en la
ciencia” (Suárez-Iñiguez, 2004: 16) y de ahí que, “independientemente de las distintas concepciones
de losofía de la ciencia, todo cientí co admite cuestiones como que las hipótesis deben ser
corroboradas” (Ibíd., 17). A esto debemos agregar que generalmente, dada la cambiante realidad
social, los cientí cos sociales evitan postular teorías sobre algún fenómeno al considerar que no
durarán mucho en el podio.

Así, el interés por consolidar teorías cientí cas decae en favor de buscar únicamente explicaciones
sólidas. Saber si estas constituyen propiamente teorías tomaría buen tiempo, no obstante, quien
asegure lo contrario, deberá demostrar por qué.

c) “Las ciencias sociales no predicen fenómenos”

Hablar de predicción es hablar de la capacidad de un modelo para anticipar una consecuencia


determinada en función de un previo estado de cosas. Según los críticos, las ciencias sociales, al no
ser capaces de construir teorías sobre los fenómenos que observa, tampoco pueden predecir su
emergencia o devenir. Sin embargo, la predicción, más que una condición de cienti cidad,
constituye un logro especial. En el estudio de sistemas caóticos –como el clima– la predicción
constituye todo un lujo. Sin embargo, esto no vuelve acientí cas a la teoría del caos o a la
meteorología.

De modo semejante, nadie sostendría que la sismología es una disciplina acientí ca solo porque
no pueda predecir la ocurrencia de un sismo. Mucha excelente etología, zoología y primatología
sobrevive a base de descripciones sistemáticas, estudios de caso o longitudinales, y aunque sus
predicciones sean nulas, esto no las vuelve acientí cas. En ciencias sociales, la predicción es un
hecho muy discutido desde la primera mitad del siglo XX (Kaplan, 1940) y que, hoy por hoy, gracias
a la modelización computacional, parece reactivarse (Hofman, Sharma & Watts, 2017).

Si hay disciplinas con mayor capacidad de predicción que otras, no es porque sean más
cientí cas sino porque estudian objetos menos complejos en contextos más controlados.
Dicho esto, no es lo mismo predecir la explosión demográ ca de una ciudad, el ujo del tránsito
vehicular, la estabilidad de la moneda, la emergencia de un movimiento social, la caída de un
imperio, o el crecimiento de una organización, que predecir si mi perro babeará cuando suene el
timbre.

d) “Las ciencias sociales no postulan leyes”

Hablar de una ley cientí ca es hablar del establecimiento de relaciones de tipo causa–efecto entre
elementos. A este respecto, puede que la economía sea posiblemente la ciencia social que
contenga más leyes en su haber, a diferencia de otras como historia o arqueología. Esto ocurre por
una razón muy sencilla: descartando la falta de interés, la capacidad para establecer leyes
responde no directamente a la inteligencia del investigador ni a su marco metodológico, sino a la
naturaleza del objeto estudiado. Dado que se ocupan de un dominio complicado, “no todo lo
que tenemos en ciencias sociales se puede llevar al laboratorio” (Priest, 2015).

Al igual que en el caso anterior, esto no impide establecer explicaciones de tipo causal para
fenómenos socioculturales especí cos, tal y como lo probasen Émile Durkheim y Max Weber a
inicios del siglo XX. Dicho esto, postular una ley cientí ca no constituye requisito de validez, sino
que es signo de la profundidad con la que se conoce un problema determinado. Que una disciplina
carezca de leyes cientí cas no signi ca que sea acientí ca o menos cientí ca que aquellas que sí
las poseen.

e) “Las ciencias sociales son subjetivas, mas no objetivas”

Decir que las ciencias sociales son subjetivas equivale a decir que son intuitivas o antojadizas. Para
profundizar este punto, es pertinente problematizar el asunto de la objetividad/subjetividad en las
ciencias sociales.

Para Bunge (1999), “[l]a subjetividad puede tener cabida en la ciencia, pero no el
subjetivismo” (p. 224). Y es que las ciencias sociales no solo estudian fenómenos dignos de ser
sicalizados (migraciones, consumo, crecimiento urbano, etcétera), sino también otros difícilmente
sicalizables (ideologías, religiones, creencias, mitos, leyendas, etcétera). Tales constituyen un
dominio propio de las ciencias sociales: la subjetividad.

Es precisamente el reconocimiento de este particular campo lo que ha permitido distinguir a las


ciencias sociales de las naturales a lo largo de la historia: desde las “ciencias morales” de Adam
Smith (siglo XVIII), las “ciencias del espíritu” de Wilhelm Dilthey (siglo XX), hasta las “ciencias
blandas” como distintas de las “ciencias duras” (siglo XXI), se asume que las ciencias sociales son
diferentes de las naturales.

Para Horgan (2013), la mayor diferencia entre ambos dominios cientí cos es que “los protones, los
plasmas y los planetas son ajenos a lo que dicen los cientí cos sobre ellos”, mientras que “[l]os
sistemas sociales (…) consisten en objetos que miran televisión, escuchan la radio, leen
periódicos, revistas, libros y blogs, y consecuentemente cambian su comportamiento”.

Sin embargo, el error descansa en sospechar que tales dominios son totalmente distintos y hasta
opuestos en términos metodológicos. Si bien es correcto que las ciencias sociales se enfrentan a
problemas metodológicos propios que “no son comunes en las ciencias naturales” (Sandoval, 2012:
60), es erróneo a rmar que, por esa razón, las ciencias sociales no deban emplear el método
cientí co (Kahhat, 2003; Konnikova, 2012). Si bien ambos dominios presentan diferencias
admisibles, guardan más elementos en común de los que podemos sospechar.
“Durante años se nos dijo, y así lo aprendimos los de generaciones pasadas, que las ciencias
sociales son radicalmente distintas de las naturales, que en aquéllas el sujeto y el objeto del
conocimiento son el mismo y, por ello, no puede haber objetividad; que el análisis depende
de la posición de clase; que en las sociales no se valen los juicios de valor porque sesgan la
investigación; que la verdad no existe sino verdades; que las hipótesis no se pueden
demostrar como en las ciencias naturales y que no existen, o no podemos descubrir, leyes
generales. A la luz de estas ideas parecería que las sociales no caen bajo la concepción de
ciencia comúnmente aceptada. Pero todas esas ideas son equivocadas.” (Suárez-Iñiguez,
2004: 17)

Ahora, el problema tampoco consiste en que el dominio de la subjetividad no pueda ser


estudiado cientí camente, sino que constituye un terreno mucho más endeble e
inaprehensible. Para Suárez-Iñiguez (2004), “[l]o de que el sujeto y el objeto del conocimiento son
el mismo y por ende impide la objetividad es una verdadera tontería” (p. 17), por ello “si bien las
ciencias sociales no pueden tener el mismo grado de exactitud que las ciencias naturales sí pueden
aplicar las herramientas que proporciona la ciencia en sus análisis” (Ibíd., 25).

Debemos recordar que las ciencias sociales son también discursos sobre nosotros mismos al
componer uno de los campos de conocimiento que estudia a quienes lo producen: al ser humano,
un ente altamente subjetivo.

Concepción reducida vs. concepción ampliada

Dado que las ciencias sociales armonizan un complejo de disciplinas diversas, es necesario
precisar a cuáles hacemos referencia al momento de la crítica. Disciplinas como sociología
analítica, neuroantropología, historia económica, antropología evolutiva, antropología
genética, complejidad social, análisis de redes sociales, ciencia cognitiva, teoría
organizacional, análisis conductual, entre otros, se caracterizan por emplear fuertes dosis de
modelización computacional basada en agentes, matemática cualitativa, estadística descriptiva e
inferencial, modelos bayesianos, análisis multivariados, inteligencia arti cial y hasta programación.

Sin embargo, ocurre que cuando los críticos a rman que las ciencias sociales no son cientí cas
solo consideran una porción de las mismas, expresada en corrientes como fenomenología,
hermenéutica, estructuralismo, posestructuralismo, interpretativismo, deconstrucción,
poscolonialismo, posmodernismo, perspectivismo, constructivismo o estudios culturales.
Efectivamente, los paradigmas mencionados se caracterizan por una serie de vacíos que, con toda
justicia, nos hacen dudar de su validez.
No obstante, son justamente tales corrientes a las que académicos como Jaime Osorio (2009),
Carlos Reynoso (2012) o Jon Elster (2013) han identi cado como responsables de la
“literaturización”, el “irracionalismo epistemológico” y el “obscurantismo” de la ciencia social
contemporánea, respectivamente.

Dichos enfoques, aunque masivamente populares, no constituyen la totalidad del campo, por lo
que al generalizarlas promovemos una concepción reducida de las ciencias sociales enfocada
únicamente en sus vertientes más cuestionables. Caso contrario, reconocer que el estudio de
lo social también está compuesto de especialidades cientí cas correspondería con la promoción de
una concepción ampliada más objetiva y acorde con la realidad.

Conclusión: centrarse en el objeto

A rmar que las ciencias sociales no son cientí cas no solo re ere al problema de la demarcación,
sino que también ejecuta una comparación. Como todos sabemos, para comparar dos elementos y
obtener una conclusión, es necesario un referente.

Si de epistemología se trata, este referente es, generalmente, la física teórica. Es mediante la


comparación de cualquier ciencia social con la física teórica que algunos concluyen que la
antropología o la sociología no son cientí cas porque no son como ella –de ahí que se hable de la
“envidia de la física” (Clarke & Primo, 2012).

Sin embargo, comparaciones de este tipo son injustas, ya que ignoran los particulares objetos de
las disciplinas. Si bien la aseveración de que el objeto de las ciencias sociales es radicalmente
distinto del de las naturales “se esgrime a veces para justi car el menor desarrollo de las ciencias
sociales frente a las ciencias consagradas” (Reynoso, 1995: 60), valga admitir que ambos objetos
tampoco son iguales, empezando porque “muchos aspectos de las ciencias «naturales» tampoco
se basan en experimentación rigurosa” (Priest, 2015).

Por lo pronto, la física teórica se encarga de construcciones teóricas –es decir, de sistemas
proposicionales– mientras que disciplinas como antropología, sociología, ciencia política o
economía se encargan de eventos empíricos, tales como las uctuaciones del mercado, el
consumo, la diversidad cultural, la evolución humana, los movimientos sociales o las dinámicas
migratorias.

Si de comparar disciplinas se trata, por lo mismo que algunas “partes de la física son menos
empíricas y más especulativas que la antropología más humanista” (Horgan, 2010), debemos
considerar sus diversos objetos, ya que, al ser distintos, no se les abordará de la misma manera.
Aunque, según Reynoso (1995), “no existen realidades simples o fenómenos complejos” (p. 60), es
posible estimar la di cultad de un objeto precisamente mediante las teorías que intentan
explicarlo: si estas han tenido que esperar un tiempo considerable para solucionar determinado
problema a comparación de otros, entonces estamos frente a un objeto intrínsecamente complejo.
Que gracias a complicados procesos de modelización matemática computacional por n sea
posible predecir fenómenos sociales es un buen indicador de que dicho asunto no es un hito fácil
de conquistar, sino todo lo contrario.

En uno de los libros más representativos sobre el tema, Rein Taagepera (2008) sostuvo que “las
ciencias sociales no son tan cientí cas como deberían ser” (p. 4). No obstante, según Reyes (2011),
dicho texto “fracasa cuando generaliza sus argumentos a la totalidad de las ciencias sociales” (p.
350), ya que “no es capaz de demostrar, con un solo ejemplo contundente, que en ciencias sociales
haya relaciones entre variables como las que existen en las ciencias naturales” (Ibíd., 350-351), por
lo que “la idea de los modelos predictivos como herramienta necesaria para hacer que las ciencias
sociales sean más cientí cas queda, nalmente, solo como una corazonada” (Ibíd., 351).

Aunque el estudio de lo natural guarde elementos comunes con el estudio de lo social, existen
diferencias resaltantes capaces de permear las concepciones sobre tales dominios. Si bien muchas
investigaciones realizadas en ciencias sociales “dejan todavía mucho que desear sobre su
pretendido cienti cismo” (Rodríguez, 2017), es necesario demostrar que, en múltiples casos, son
tan cientí cas como la física teórica más avanzada.

Referencias
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*Bachiller en Antropología por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Perú.

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