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Muchas veces los padres, maestros y demás personas cercana a los niños
tienden a perder la paciencia ante ciertas conductas. Es cierto que hay niños
que son muy obedientes y bien comportados por naturaleza y siempre
demuestran una actitud positiva ante las correcciones y orientaciones de
sus padres.
De igual manera también es cierto que hay otros niños que son todo lo
contrario y por más esfuerzo que hagan en el hogar se empeñan en ser
rebelde y desobediente, causando gran preocupación a la familia. Por tal
razón este contenido debe llegar a las manos de todos los niños y niñas de
habla español.
Los cuentos son muy influyente en los niños y si desde pequeños se crea un
hábito con ellos de reflexionar sobre las cosas que deben corregir para ser
buenas personas, buenos amigos y tener una buena conducta con sus
semejantes, serán buenos ciudadanos en el futuro.
Esta entrega fue elaborada muy cuidadosamente tanto para hembras como
varones y con toda vocación de ayudar a la buena formación de los niños.
El Osito Loli
Cada verano, después del frío invierno, su madre salía todos los días de
caza para traer alimento al hogar. Ella sabía que su hijo adoraba la miel y
siempre que podía trataba de traerle un poco. Pero esta no era tarea fácil.
Muchas veces, la miel estaba lejos, muy lejos, en las ramas más altas de los
árboles. Otras, metidas en cuevas rocosas que se formaban muy a lo alto de
las pendientes. Y si con eso no bastara, además sacar la miel implicaba
dolorosas picaduras de las abejas que protegían con rabia esa miel que
tanto, tanto tiempo y trabajo, les costó juntar.
Dos o tres veces cada verano Loli disfrutaba ese delicioso manjar. Llegó el
tercer verano de su vida. Ya era lo suficientemente grande y fuerte y su
madre decidió enseñarle a cazar. Loli había esperado impaciente este
momento, imaginando toda la miel que él mismo conseguiría una vez
aprendiera cómo.
Pero sus ilusiones no duraron mucho. Día tras día salían al bosque donde su
madre le enseñaba como vigilar a la presa, cazarla y prepararla. Los días
más difíciles lo entrenaba a cazar peces en el agua. ¡Nunca pensó que un
pez podía ser tan veloz! Pero los pocos panales que vieron los pasaban de
largo.
La tan ansiada lluvia llegó y con ella el primer día de Loli consiguiendo
miel por sí solo. Mamá Osa tenía en mente un panal específico. El panal
era muy nuevo, apenas contaba con un par de abejas, y se encontraba en las
ramas bajas de un árbol pequeño. La lluvia caía con fuerza. Nada podía
salir mal y por eso Mamá Osa quiso que fuera el primer panal de Loli.
Como lo había planeado, todo salió perfecto y Loli disfrutaba de una
victoria sin méritos. Lamentablemente la suerte no volvió a tocar la puerta.
Pasaron muchos meses y no volvieron a darse las condiciones ideales para
conseguir más miel. Faltaban pocas semanas para que llegara el invierno,
pero Loli no quería irse a hibernar sin probar una última vez el dulce
manjar dorado.
Fue entre esos pensamientos que Loli avistó un panal enorme ubicado en
las ramas más altas de un robusto roble. Las abejas entraban y salían sin
parar muy laboriosas. ¡Seguro que ese panal estaría repleto de miel!
– Las ramas son muy altas, las abejas parecen muy agresivas y a solo unos
metros hay un risco peligroso – fueron las palabras de su sabía madre – Te
has mal acostumbrado. No siempre se puede tener lo que se quiere.
Y así Mamá Osa y Loli retornaron a su casa, sin miel pero felices. FIN.
Pepe y sus Juguetes
Los payasos hacían piruetas, los magos sacaban conejos del sombrero, las
tías lo mimaban y los compañeros disfrutaban de tanto jolgorio.
Acabó la fiesta y los invitados empezaron a retirarse, pero una chica quedó
rezagada. El padre explicó a su hijo:
– Los padres de tu amiga Lola han sufrido un retraso y no podrán venir hoy
a buscarla. Ella se quedará hoy de noche a dormir en nuestra casa. ¡Hoy
tendrás con quien jugar!
Pepe lo miró horrorizado. ¡Él no quería compartir sus juguetes nuevos con
nadie!
– Además – añadió su padre – podrás armar con ella este regalo que con tu
madre decidimos darte al final de la fiesta. Que lo disfruten.
Una vez en la casa Pepe abrió su regalo, era un rompecabezas. Ante la
novedad de un regalo tan insólito se puso a tratar de descifrarlo con ahínco.
– ¿Puedo ayudarte? – ofreció Lola.
–¡No te necesito! – masculló Pepe. Pero el rompecabezas era muy difícil y
al rato se sentía frustrado. Lola insistió.
–Yo tengo las piezas que faltan para armar el rompecabezas. Si me dejas
podemos armarlo juntos.
Ese día no solo hizo Pepe una nueva amiga, también aprendió que
trabajando en equipo y compartiendo, las
cosas salen mejor y se
disfrutan más.
FIN.
El Pulpo que coleccionaba tesoros
Érase una vez, allá en las profundidades de los océanos, un pulpo amante de
los tesoros. Adoraba nadar por los barcos hundidos, meterse en sus rincones
y guardar cualquier cosa brillante o curiosa.
Benito Jiménez era un niño que amaba los videojuegos. Cada minuto que
tenía libre lo dedicaba a jugar en su celular, en el computador o en la
televisión. Benito jugaba mientras iba de camino de la escuela a la casa y
de la casa a la escuela. Jugaba también en las tardes, cuando llegaba de
estudiar y los fines de semana, que era cuando más horas libres tenía. Sus
juegos favoritos eran de fútbol, pero algunas veces también se divertía con
los de aventuras. Le gustaban tanto que su piel estaba tan pálida como un
papel, pues no salía de su casa, ni al parque, ni para ver la luz del día. De
hecho, los pocos amigos que tenía eran amigos de videojuegos y con ellos
no se conocía personalmente, solo por internet.
—Al menos los videojuegos no son tan aburridos como ustedes— gritó un
día a sus padres mientras cerraba de un golpe la puerta de su dormitorio.
Así, por unos minutos pensó en el tiempo que había desperdiciado jugando
solo, no solo porque no tenía amigos de carne y hueso que comprendieran
su tristeza, sino también porque no había nadie que le pudiera brindar
ayuda. Entonces como temía seguir desapareciendo como un fantasma
frente a la consola de video, fue a la esquina de su habitación y comenzó a
leer El niño sin color, uno de los cuentos del libro que sus padres le habían
regalado. Tras haber leído, Benito cayó en un sueño profundo del que luego
fue despertado por su madre.
—Benito ¿Qué hiciste con mi crema?— preguntó ella muy molesta tras
haber abierto la puerta de su habitación. Entonces el niño se levantó de la
cama y observó que sus manos y sus pies habían regresado a su estado
normal.
—Mami. Tengo que contarte una cosa sobre el libro que me regalaste—
afirmó Benito con alegría, mientras tomaba a su madre de la mano y
pensaba en la excusa que le daría. Ya sabía a esas alturas que prefería los
regaños de ella y que había cosas más divertidas que los videojuegos.
FIN.
El ternero Gerónimo.
Gerónimo era un ternero que soñaba con viajar por el mundo. En las tardes,
cuando a su madre la ordeñaba el campesino, solía decirle que viajaría para
descubrir nuevos lugares, porque solo en la distancia podría sorprenderse.
Entonces, la vaca Estrellita, muy comprensiva, le decía que no se
apresurara, porque el mundo era más grande de lo que creía, y porque
además de los peligros que había, primero debía descubrir lugares más
cercanos. Aun así, Gerónimo era inquieto, se movía mucho y escuchaba
poco.
— ¿Ahora crees que tengo brújula? ¿No deberías tener tú una? Mira niño,
vamos a hacer una cosa. Tú solo fija los ojos en el cielo. Si las nubes se
mueven a la derecha, es porque se dirigen al norte y si lo hacen hacia la
izquierda es porque se mueven al sur, con eso ya llegas a casa. Tú mantén
los ojos bien fijos— dijo y emprendió vuelo. Dos minutos después,
Gerónimo notó que el buitre y uno de sus secuaces se dirigían como balas
hacia su rostro y justo cuando notó sus crueles intenciones, salió corriendo.
Las aves le perseguían para arrancarle los ojos y como las energías del
becerro se estaban agotando de tanto correr, pegó un salto tan largo que
terminó cayendo en un espinoso arbusto.
Al notar que no podían entrar allí para arrancarle los ojos al becerro, los
buitres decidieron marcharse y dejarlo solo a pesar de sus heridas.
FIN.
El pollito inquieto.
Cierto día, la mamá gallina, juntó a sus cinco pollitos para ir a dar un paseo
por el bosque, era tan divertido el paseo que no se dieron cuenta que no
estaba con ellos ―El Inquieto―.
Cuando se dieron cuenta de su ausencia, optaron por repartirse y tomar
decisiones distintas para así buscarlo más rápido.
FIN.
El gatito dormilón.
Había una vez un gatito muy dormilón que se pasaba los días y las tardes
enteras echado en el sofá. Siempre se preguntaban que es lo que hacía para
quedar tan exhausto, pero nadie lo veía haciendo otra cosa que no fuera
dormir.
FIN.
El parajito perezoso.
Había una vez un pajarito simpático, pero muy perezoso. Todos los días, a
la hora de levantarse, había que estar llamándole mil veces hasta que por
fin se levantaba; y cuando había que hacer alguna tarea, lo retrasaba todo
hasta que ya casi no quedaba tiempo para hacerlo. Todos le advertían
constantemente:
- ¡Eres un perezoso! No se puede estar siempre dejando todo para última
hora...
Como todos los días, varios amigos habían tratado de despertarle, pero él
había respondido medio dormido que ya se levantaría más tarde, y había
seguido descansando durante mucho tiempo. Ese día tocaba comenzar el
gran viaje, y las normas eran claras y conocidas por todos: todo debía estar
preparado, porque eran miles de pájaros y no se podía esperar a nadie.
Entonces el pajarillo, que no sabría hacer sólo aquel larguísimo viaje,
comprendió que por ser tan perezoso le tocaría pasar solo aquel largo y frío
invierno
Al principio estuvo llorando muchísimo rato, pero luego pensó que igual
que había hecho las cosas muy mal, también podría hacerlas muy bien, y
sin dejar tiempo a la pereza, se puso a preparar todo a conciencia para
poder aguantar solito el frío del invierno. Primero buscó durante días el
lugar más protegido del frío, y allí, entre unas rocas, construyó su nuevo
nido, que reforzó con ramas, piedras y hojas; luego trabajó sin descanso
para llenarlo de frutas y bayas, de forma que no le faltase comida para
aguantar todo el invierno, y finalmente hasta creó una pequeña piscina
dentro del nido para poder almacenar agua. Y cuando vio que el nido estaba
perfectamente preparado, él mismo se entrenó para aguantar sin apenas
comer ni beber agua, para poder permanecer en su nido sin salir durante
todo el tiempo que durasen las nieves más severas.
Y todo estuvo tan bien hecho y tan bien preparado, que hasta tuvieron
tiempo para inventar un despertador especial, y ya nunca más ningún
pajarito, por muy perezoso que fuera, tuvo que volver a pasar solo el
invierno.
Daniel y las palabras mágicas.
En una carta, su abuelo le dice que esas letras forman palabras amables
que, si las regalas a los demás, pueden conseguir que las personas hagan
muchas cosas: hacer reír al que está triste, llorar de alegría, entender
cuando no entendemos, abrir el corazón a los demás, enseñarnos a escuchar
sin hablar.
Lleva unos días preparando un regalo muy especial para aquellos que más
quiere. Es muy divertido ver la cara de mamá cuando descubre por la
mañana un buenos días, preciosa debajo de la almohada; o cuando papá
encuentra en su coche un te quiero de color azul.
Sus palabras son amables y bonitas, cortas, largas, que suenan bien y hacen
sentir bien: gracias, te quiero, buenos días, por favor, lo siento, me gustas.
Daniel sabe que las palabras son poderosas y a él le gusta jugar con ellas y
ver la cara de felicidad de la gente cuando las oye. Sabe bien que las
palabras amables son mágicas, son como llaves que te abren la puerta de
los demás.
Daniel y Carlos eran dos hermanos; Daniel se reía dentro del auto por las
gracias que hacía su hermano menor, Carlos mientras iban de paseo con sus
padres al Lago Rosado. Allí irían a nadar en sus tibias aguas y elevarían sus
nuevas cometas. Sería un día de paseo inolvidable. De pronto el coche se
detuvo con un brusco frenazo. Daniel oyó a su padre exclamar con voz
ronca:
Pero al reiniciar su viaje fueron detenidos un poco más adelante por una
patrulla de la policía, que les informó de que una gran roca había caído
sobre la carretera por donde iban, cerrando el paso. Al enterarse de la
emergencia, todos ayudaron a los policías a retirar la roca.
FIN
LA tortuga Uga
Uga, era una tortuga que siempre se lamentaba de que todo le saliera mal;
Siempre llega tarde, es la última en acabar sus tareas, casi nunca consigue
premios a la rapidez y, para colmo es una dormilona.
- ¡Esto tiene que cambiar!, se propuso un buen día, harta de que sus
compañeros del bosque le recriminaran por su poco esfuerzo al realizar sus
tareas.
Se sentía feliz consigo misma pues cada día conseguía lo poquito que se
proponía porque era consciente de que había hecho todo lo posible por
lograrlo.
- He encontrado mi felicidad: lo que importa no es marcarse grandes e
imposibles metas, sino acabar todas las pequeñas tareas que contribuyen a
lograr grandes fines.
FIN.
Bernardo el elefante
Había una vez un elefante llamado Bernardo que solo pensaba en él y nunca
pensaba en los demás. Un día, mientras Bernardo jugaba con sus
compañeros de la escuela, cogió a una piedra y la lanzó hacia sus
compañeros.
Sin pensar dos veces, Bernardo tomó mucha agua con su trompa y se las
arrojó a los ciervos. Gilberto, el ciervo más chiquitito perdió el equilibrio y
acabó cayéndose al río, sin saber nadar.
- Ya ves gran elefante, siempre has lastimado a los demás y, como si eso
fuera poco, te burlabas de ellos. Por eso, ahora nadie te quiere ayudar. Pero
yo, que todo lo he visto, estoy dispuesto a ayudarte si aprendes y cumples
dos grandes reglas de la vida.
Y le dijo el mono:
- Bien, las reglas son estas: la primera es que no lastimarás a los demás, y
la segunda es que ayudarás a los demás y los demás te ayudarán cuando lo
necesites.
Dichas las reglas, el mono se puso a quitar las espinas y a curar las heridas
a Bernardo. Y a partir de este día, el elefante Bernardo cumplió, a rajatabla,
las reglas que había aprendido.
FIN.
Orejas y Rabito
- ¿Quién eres tú? - ¿Qué haces por aquí? Ante tantas preguntas Orejas
estaba desconcertado y muy enojado, yo diría que nunca había visto a un
conejo tan molesto como éste. Pero le contestó:
- Soy Orejas y vivo en este bosque desde hace mucho tiempo y aquí cultivo
el alimento para mi familia, pero hoy extrañamente desaparecieron todas
las zanahorias que con mucho esfuerzo cultivé durante bastante tiempo.
¿Sabes algo tú?, le preguntó a Rabito.
- Yo, je, je, je, yo no sé na, na, na, nada de nada, y será mejor que de una
vez yo me marche llevando este encargo de mi familia. Además son pu, pu,
pu, puras pelusas, dijo Rabito, muy nervioso.
Cuando volvió encontró a Orejas muy triste así que le confesó toda la
verdad:
- Orejas yo fui quien recogió todas tus zanahorias, es que tengo una gran
familia, muy numerosa y no me quedó otro remedio. Orejas, que tenía buen
corazón, decidió perdonar a Rabito, y además le invitó a que viniera a vivir
con su familia, y que trabajasen juntos.
Peter y Lowin eran muy amigos. Me encanta despertar y oír cantar a los
pájaros, dijo Peter. A mí, me fascina oler el perfume de las flores y que el
viento me sople en la cara, aseguró Lowin.
Así iniciaban todas las mañanas de primavera para el oso Lowin y el zorro
Peter. Ambos se tendían sobre el abundante pasto verde a descubrir las
formas divertidas que se hacen con las nubes.
De esta manera, se inició una larga conversación entre estos dos cachorros,
y desde entonces, son los mejores amigos que se conoce por la montaña de
Pando. Ahora son unos inquietos adolescentes en busca de las más
divertidas aventuras. Un día de primavera, Peter le propuso a Lowin iniciar
una aventura en los gallineros del granjero Jorge. A Peter le encantaba
asustar a las gallinas.
- Tienes razón.
Estos intrépidos amigos dejaron escapar una larga carcajada. De camino a
la laguna, ya se encontraban planeando la aventura del siguiente día. Peter
y Lowin disfrutaban al máximo de los días de primavera, su estación del
año preferida. Y tal como habían acordado antes de iniciarse en la divertida
persecución de las gallinas, se dirigieron hacia la laguna a darse un
divertido y relajante baño.
FIN
Zelina y los rayos de sol.
Zelina Bellas Chapas era una niña muy curiosa que se levantó temprano
una mañana con la firme intención de atrapar, para ella sola, todos los
rayos del sol.
Una ardilla voladora que brincaba entre árbol y árbol le gritaba desde lo
alto. ¿A dónde vas, Zelina?, y la niña respondió:
- Voy a la alta montaña, a pescar con mi malla de hilos todos los rayos del
sol y así tenerlos para mí solita.
- No seas mala, bella Zelina - le dijo la ardilla - Deja algunos pocos para
que me iluminen el camino y yo pueda encontrar mi alimento.
Está bien, amiga ardilla - le contestó Zelina -, no te preocupes. Tendrás
como todos los días rayos del sol para ti.
Siguió caminando Zelina, pensando en los rayos del sol, cuando un
inmenso árbol le preguntó. ¿Por qué vas tan contenta, Zelina?
- Voy a la alta montaña, a pescar con mi malla de hilos todos los rayos del
sol y así tenerlos para mí solita, y poder compartir algunos con mi amiga,
la ardilla voladora.
El árbol, muy triste, le dijo:
- También yo te pido que compartas conmigo un poco de sol, porque con
sus rayos seguiré creciendo, y más pajaritos podrán vivir en mis ramas.
- Claro que sí, amigo árbol, no estés triste. También guardaré unos rayos de
sol para ti.
- Voy a la alta montaña, a pescar con mi malla de hilos todos los rayos del
sol y así poder compartir algunos con mi amiga la ardilla voladora, para
que encuentre su alimento; y con mí amigo el árbol, para que siga
creciendo y le dé hospedaje a muchos pajaritos.
- Yo también te pido algunos rayos de sol para que pueda saber en las
mañanas a qué hora debo cantar para que los adultos lleguen temprano al
trabajo y los niños no vayan tarde a la escuela.
- Claro que sí, amigo gallo, también a ti te daré algunos rayos de sol – le
contestó Zelina.
Zelina siguió caminando, pensando en lo importante que eran los rayos del
solapara las ardillas y para los pájaros; para las plantas y para los hombres;
para los gallos y para los niños.
Entendió que si algo les sirve a todos, no es correcto que una persona lo
quiera guardar para ella solita, porque eso es egoísmo. Llegó a la alta
montaña, dejó su malla de hilos a un lado y se sentó a esperar al sol.
Ahí, sentadita y sin moverse, le dio los buenos días, viendo como
lentamente los árboles, los animales, las casas, los lagos y los niños se
iluminaban y se llenaban de colores gracias a los rayos del sol.
FIN.
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Obra protegida por Derechos Reservados de Nombre de Autor R.D.
2019