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Jorge Balderas Gálvez

Cuentos de Locura,
Amor y Otras
Perversiones

JORGE BALDERAS GÁLVEZ

Copyright © 2018 Jorge Balderas


Todos los derechos reservados.
ISBN: 9781091083998

ii
DEDICATORIA

Este libro está dedicado a mi papá, quien me introdujo en el


extraordinario mundo de la lectura y fue el primero en regalarme
decenas de vidas diferentes y cientos de mundos por explorar.
Nota del autor

Los cuentos que estás a punto de leer no estaban pensados para


formar una antología o para ser algún tipo de historia conjunta o
habitar en alguna especie de universo en común.

Aunque sí hay algunos capítulos interconectados, estos son la


excepción; la mayoría de ellos son cuentos autocontenidos, con un
principio y un final.

Algunos de estos capítulos interconectados son los que dieron


vida a dos de mis novelas: Lucifer, Príncipe en el Exilio y Ciudad
Violenta: una historia de Zombies.

Estos cuentos son una serie de publicaciones que fui haciendo


desde el día en que creé mi blog allá en un lejano 9 de Enero de
2012, así como otros que escribí para mis diferentes cursos de
Creación Literaria por la misma época.

Este libro es un intento casi titánico por mi parte para tratar de


darle un orden a todas esas historias que a veces saltaban a mi mente
sin que yo pudiera evitarlo y deseaban vehementemente salir de mi
cabeza, ver la luz y cobrar vida en una página en blanco. Así que eso
intentaré hacer: dejar juntos aquellos cuentos que sí están
interrelacionados, y seleccionar sólo los mejores de entre todo el mar
de pequeñas historias que han pululado por mi mente en alguna
época.

A lo largo del libro iré dejando pequeñas notas con datos


curiosos, para que puedan ir viendo de dónde surge la idea para
algunas historias o cómo llegué a ciertas ideas.

4
Es momento de que yo te deje de molestar, y entres a esta
pequeña cueva, de la cual puede que salgas siendo una persona
distinta de quien eras al entrar.

Entra y disfruta bajo tu propio riesgo, ya que no puedo asegurar


que un poco de la locura que aquí anida no quede arraigada dentro
de las paredes de tu mente.

(El libro que contiene los 79 cuentos y las continuaciones de


todos los que estás a punto de leer, ya se encuentra disponible en
amazon).

A continuación, dejo todas mis redes sociales y los lugares donde


puedes encontrarme:

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También pueden encontrar el resto de mis libros en amazon:

Ciudad Violenta, Una historia de Zombies

Lucifer, Príncipe en el Exilio

Nuestro Hogar, Camino a Una Guerra Civil

Todos los Inadaptados

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“Quedareis maravillados con lo que estáis a punto de
presenciar. Vuestra imaginación pocas veces ha visto algo
igual, tan estrafalario, tan insano y absurdo. Asegúrate de
llevar bien pegada la cabeza al tronco, porque al entrar aquí
corres el riesgo de perderla.”

Jorge Balderas Gálvez

13 de Diciembre de 2018

6
Mi alma arderá en el paraíso

Un sólo hombre no puede marcar la diferencia; la idea de éste sí.

Ciertamente Lucifer no era un hombre, aunque desde que ellos


habían sido creados, le gustaba considerarse como tal.

El mundo aún se encontraba en los albores de la humanidad,


aunque hace tiempo que habían abandonado las cuevas, aún no
alcanzaban a realizar su máximo potencial. Pero en sus costumbres y
acciones, Lucifer ya podía vislumbrar la increíble raza en que se
convertirían.

Era de noche, él caminaba bajo un cielo negro tachonado de


brillantes estrellas, su cuerpo era golpeado por una fresca brisa
humedecida por la cercanía con los árboles del bosque. Antes de que
amaneciera, el cuerpo que habitaba, que tanto trabajo y energía le
había costado materializar, desaparecería, se tornaría en polvo y
volvería a la tierra de la que había salido. Pero hasta entonces él
podía saborear aunque fuera efímeramente los placeres de un ser de
carne y sangre, la lujuria, el placer carnal y el éxtasis al yacer junto a
otro cuerpo cálido.

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El cuerpo que había creado a partir de su fuerza de voluntad era
de una gracia y virilidad envidiables. Músculos tonificados,
rebosantes de vida, musculosos, parecían los de alguien que dedica
sus horas a actividades físicas, a cazar. Cabello negro que se perdía
en la noche y una tez blanca como la nieve, mortalmente pálida. El
único detalle que no había podido ajustar eran sus dientes, no lucían
como los de un humano normal, poseía unos colmillos afilados y
largos que se habían negado a permanecer de tamaño normal y los
cuales poseían vida propia, anhelaban tener vida aún más que él
mismo.

Al llegar al pequeño prado donde vivía un pequeño grupo de


mortales, Lucifer se acercó al saliente justo por encima del río que
discurría veloz y fresco a través de la noche. Ahí estaba ella. La
mujer que había encandilado a un dios, la mujer que había hecho
salir por primera vez a un ángel del paraíso, rompiendo así todos los
votos que éste tenía para con su dios, con su creador. Pero más
importante que todo esto; la mujer que llevaba en su vientre la
semilla proveniente del simiente de un ángel.

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Se acerca hasta ella, quien lo está esperando. Él recorre
dulcemente la piel de la mujer con su gélida mano, carente de vida,
la turgencia de sus pechos desnudos bajo su tacto envía una señal
inequívoca a su sexo, los pezones de ella se endurecen al contacto de
las frías yemas, ella le rodea el cuello con las manos y sus cuerpos
desnudos se unen en un abrazo eterno, mientras sus bocas se funden
mediante un beso que transgrede todas las líneas trazadas por el
creador. Dos lenguas en una sinuosa danza, arremetiendo la una a la
otra como dos dragones hambrientos. Lucifer se hinca ante la mujer
dueña de sus pensamientos y sus días, sometiéndose ante ella de la
manera más pura y completa. La mira desde abajo, directo a los ojos,
antes de proseguir. Los labios de Lucifer besan con vehemencia la
humedad acogedora que lo espera entre las piernas de esa hembra.
Una vez más los instintos más básicos se apoderan de él, la sangre se
agolpa en su entrepierna, y su virilidad se endurece tanto que parece
recubierta de roca en vez de piel.

Se pone en pie y toma a la mujer por la cadera, los ojos de ella


son iridiscentes, bajo el brillo plateado de la luna lucen esa noche de
un color violeta que parece sacado de alguna estrella lejana a punto
de explotar. Las fuertes manos mortales de Lucifer aferran los
muslos de ella, dejando marcas rojas en la piel y la carga sin
dificultad alguna. Ella envuelve los muslos de Lucifer con sus
piernas, las cuales se mueven con la gracia de dos serpientes
envolviendo un tronco.

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Se tienden ahí mismo, y vuelven a consumar su amor. Mientras él
arremete con violenta pasión dentro de ella, la mujer se abraza a su
espalda con las piernas atrayéndolo aún más hacia sí, juntando sus
cuerpos todavía más después de cada embiste, fundiéndose los dos
en una sola entidad jadeante, sudorosa, anhelante. Ella gime con
cadencia, después el suave gemido comienza a ascender hacia unos
jadeos de un placer tal que parece doler, para terminar en convertirse
después en un simple y llano grito que responde al ritmo en que ella
y Lucifer se mueven al unísono. Ambos exhalan un grito de placer
carnal desde lo más profundo de sus almas al tiempo que llegan
juntos al éxtasis, a ese paroxismo de placer que ningún ángel había
conocido antes. Ahora Lucifer sabe por que los mortales son capaces
de sacrificar sus propias vidas para salvar la del ser amado.

Lucifer piensa en la rebelión que está a punto de desencadenarse


en el paraíso, rebelión de la cual él es el principal culpable.
Deshecha ese pensamiento, cuando llegue el momento de
preocuparse, lo hará, ahora sólo le preocupa el terrible momento en
que el sol comience a ascender en el cielo y él tenga que separarse de
nuevo de su amante.

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A Short Love Story

El hombre se encuentra sentado en el borde de la cama. Sus ojos


permanecen clavados en la nada, fijos en los recuerdos de toda una
vida.

Frente a él hay un espejo de cuerpo completo. Se pone de pie


trabajosamente y se mira en él. Ya no es el hombre fuerte y vital que
algún día fue. Ahora, desde el otro lado del espejo, un hombre
vestido con un traje negro, con la camisa aún desfajada, algo
encorvado, de piel apergaminada, cabellos blancos y ojos tristes es
quien le devuelve la mirada.

Levanta las manos y mira con expresión ausente la corbata que


sostiene entre ellas. Se da cuenta, por primera vez en su vida, que no
sabe anudarla a su cuello. Durante los cincuenta años que duró su
vida laboral, él jamás se la puso. Todas las mañanas, desde que había
entrado a su primer trabajo, había sido ella quien pasaba las manos
por encima de su cuello, y le hacía el nudo a la corbata justo antes de
que él saliera de casa.

Vuelve a sentarse, al tiempo que una marea de recuerdos


comienza a desfilar por su mente, como una bola de nieve a punto de
convertirse en avalancha. Recuerda la noche en que la conoció, o
mejor dicho, la primera vez que reparó en ella.

Fue en la feria del pueblo. Aunque habían pasado ya tantos años,


el recuerdo seguía fresco en su memoria como si apenas hace unas
semanas hubiera sido aquel verano.

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Él había regresado de la ciudad tras finalizar su primer año de
universidad. Se encontraba con su hermana pequeña, Sara, quien en
ese momento estaba en el segundo año de preparatoria. Estaban en el
puesto de algún juego de puntería, y los dos se divertían, aún a
sabiendas de que esos juegos eran mayormente una estafa. Entonces,
fue cuando la vio. La chica más hermosa sobre la cual se hubieran
posado sus ojos. Aunque no pasó cerca de él, sí se encontraba a una
distancia desde la cual era posible distinguir su belleza. No supo lo
hipnotizado que había quedado, hasta que esa chica giró una esquina
y se perdió en los pasillos de los puestos de la feria, y su hermana se
burló de él.

-Oye, ya puedes dejar de babear como tonto y cerrar la boca -le


dijo con una sonrisa en los labios.

-¿Quién es ella? -preguntó él, aún con la imagen de esos ojos, esa
melena castaña y esa sonrisa digna del retrato de una diosa, aún
fresca en su memoria.

-Tú ya la conoces -respondió secamente su hermana.

-Yo creo que recordaría haberla conocido -dijo él muy pagado de


sí mismo.

-Ella estudia conmigo, incluso llegó a ir a la casa alguna vez,


cuando tú aún vivías con nosotros.

-No te creo -respondió, incrédulo -me habría dado cuenta.

-No, no te habrías dado cuenta, tonto. Ella estaba enamorada de ti,


pero como en ese entonces era una chica flacucha que apenas salía
de la secundaria, y no era una de las rubias y tontas porristas que te
solían coquetear cuando eras el mariscal de campo estrella, nunca te
fijaste en ella.

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Él salió entonces en busca de esa chica, completamente
avergonzado y queriendo enmendar su error y poder disculparse por
haber sido un idiota en la preparatoria. Cuando la encontró, tras
pocos segundos de intentar hacerle plática, ella, como era lógico, lo
rechazó sin miramientos, de una manera tajante y brusca por decirlo
de una manera delicada.

El chico pasó el resto del verano intentando por cualquier medio


conseguir platicar con esa chica, invitarla a salir y poder disculparse.
Aunque sólo había hablado unos segundos con aquella chica en la
feria, había quedado prendado de ella. Y no sólo por su belleza, sino
por un factor intangible que no había sabido describir ni a sus
mejores amigos de la infancia. Había algo en ella, en su actitud, en
su forma de hablar, en su mirada, que simplemente lo había
cautivado.

Finalmente ella accedió. Obviamente no dejó pasar la oportunidad


de recriminarle el hecho de nunca haberse fijado en ella hasta ahora,
pero tras una larga noche charlando bajo las estrellas, él tuvo
oportunidad de disculparse y de mostrarse tal como era ante ella. Y
al final de esa cita, cuando la acompañó hasta su casa, mientras el sol
ascendía en un horizonte crepuscular y violáceo, en las escaleras de
entrada de la casa de ella, sellaron con un beso el amor que duraría
toda una vida.

El hombre regresa al presente, a la fría realidad sin ella. Sus hijos


lo esperan abajo, todos vestidos de negro para ese día. Los tres ya
son hombres adultos, hechos y derechos, con familia propia. El
mayor de sus hijos toca a su puerta. Es momento de partir, en la
iglesia los esperan en media hora. Es momento de ir a despedirse de
ella, a darle el último adiós. El adiós más doloroso de toda su vida.

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Vuelve a mirar la corbata, sin poder evitar que un brillo cristalino
embargue sus ojos, sin sentir un nudo en el estómago a punto estallar
en su garganta, donde las palabras se le atoran, antes de avisar, con
voz entrecortada, que estará listo en cinco minutos

Con la vista clavada en sus nudosas manos, y la mente viajando


nuevamente al pasado, a un tiempo en el que fue feliz, en donde el
futuro no existía, piensa en ella, su compañera de vida, la madre de
sus hijos, el amor de su vida. Piensa en todos los años que
compartieron juntos y no puede evitar que una solitaria y triste
lágrima se deslice por su mejilla.

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Father, forgive me for I have sinned

-Padre, perdóneme porque he pecado- musita el hombre en un


tono apenas audible. Se lleva la mano a la boca, dejando ver la nívea
piel debajo de la manga, y con el dorso de esta se acaricia el labio
superior.

-Confiesa tus pecados, hijo mío.

-Confieso que he asesinado, padre.

El sacerdote se revuelve incómodo en su asiento. Se acomoda los


lentes y carraspea, intentando fútilmente aclararse la voz. Con un
hilillo de voz, finalmente y tras una breve, pero incomoda pausa,
responde:

-Tu... acto, ¿fue premeditado, o lo cometiste en defensa propia?

-No fue sólo una vez, padre- confiesa el hombre, bajando la voz,
como se hace al contar un secreto, acercándose más al panel que lo
separa del otro hombre, el cual sólo le deja entrever una borrosa
silueta-. He matado a centenares de monstruos, los he hecho pagar
por sus pecados, creí que así dejaría de ser un monstruo, que así
justificaría mis actos... mi sed.

-Creo que no entiendo.

-Pero matar monstruos, sólo lo acercan a uno más a la naturaleza


misma de ellos, cada muerte te vuelve más y más un monstruo, uno
cada vez peor.

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El sacerdote está ahora visiblemente incómodo, el hombre puede
oler su sudor, captar el nerviosismo que ha comenzado a recorrer su
sistema sanguíneo, puede escuchar su corazón comenzando a
palpitar a un ritmo cada vez más acelerado, bombeando más sangre,
preparándose en caso de amenaza, atenazado por un miedo que
comienza a brotar de manera irracional en su alma. Bien.

-Perdóneme padre, porque pienso volver a matar.

-Debes controlarte, intentar luchar contra tus impulsos...

-Usted tiene que pagar, lo que le hizo a esos niños, me enferma.

Sus ojos se tornan blancos. El hombre ya ha perdido la razón, una


vez que la sed se apodera de él y toma el timón, no hay nada ni nadie
que la detenga.

Estira el brazo, rompiendo el panel, la fina e ilusoria protección


entre él y el otro hombre. Agarra al sacerdote por la nuca, acerca el
cuello de este a su boca; se escucha un sonido húmedo y deslizante
proveniente de la boca del hombre. Clava sus colmillos en la
garganta del sacerdote, sin saber quién es el verdadero monstruo.
Una sensación descorazonadora se apodera de él, se mezcla con el
éxtasis de la sangre fresca que comienza a correr por sus venas cual
río virulento. En pocos segundos despoja de toda gota de vida al
sacerdote. Lo deja caer sobre el banco y sale hacía una fría y solitaria
noche más.

Nota del autor: En este cuento fue la primera vez que me atreví a
hablar sobre vampiros, ya que me aterraba sobremanera no estar a la
altura de Anne Rice, cuyas extraordinarias historias de vampiros yo
había devorado durante mi adolescencia.

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Tulpa

Cuando el psiquiatra me preguntó si creía que era real, sentí ganas


de lanzarme contra él, agarrarlo por el cuello, estrujárselo y gritar
con la voz en cuello que yo no CREÍA que él fuera real, esa cosa era
real.

Pero si me aferraba a ello, si decía la verdad, me encerrarían en


un cuarto acolchonado y me meterían en una camisa de fuerza. No
estoy loco ¿sí? Mierda, sé como debe de sonar, pero se los juro, es
real.

Es un maldito monstruo, cobró vida, sólo me llevó un mes de


psicóticos experimentos, de creerlo al cien por ciento, para que todas
las pesadillas, todo el terror de mi mente subconsciente se tornará en
una entidad física, bueno casi. Se alimenta de mis perversiones, de
las cosas que me agradan pero jamás me atrevería a confesar, los
crímenes y violaciones que habitan en el terreno fértil de mi
imaginación.

Ya dije que es un monstruo, pero no es del tipo insectoide o


reptílico que los mediocres directores de cine usan en una película de
bajo presupuesto. No. Es una figura humana, o bastante similar a
nosotros por lo menos. Imagina una silueta humana, pero
perteneciente a alguien alto y desgarbado, una persona de dos
metros. No tiene rostro, aún no, está hecho de sombras, pero puedes
adivinar que cuando logre materializar un rostro, no será algo
agradable de ver.

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Me observa, siento sus ojos, o lo que sea que use para ver,
deslizándose por mi piel. En las noches, en la madrugada cuando
despierto de una pesadilla entre jadeos y sudor, siempre está ahí, en
alguna de las esquinas de mi habitación, puedo sentir su depravada
presencia, pero cuando giro mi cuerpo hacia dicha esquina, no hay
nada. Le gusta jugar conmigo, confundirme, sabe que la amenaza de
su presencia hace trizas mis nervios más que la presencia por sí
misma.

Aún no hablaba, sólo lanzaba gemidos guturales desquiciantes.


Sonidos que son como chirridos dentro de las paredes de mi cráneo.
Pero hoy habló por fin, de la misma manera torpe y lacónica en que
lo hace un niño de 2 años. Y déjenme decirles algo, su voz me volvió
suicida. Un sonido tan espantoso, sólo puede salir de las
profundidades del mismo infierno. Si esa cosa salió de mi cabeza y
se creó con mis pensamientos, entonces el infierno es real, el
infierno existe dentro de nuestras mentes.

Así que mi única opción es tomar el cuchillo de allá, sí, ese que
está encima de la barra de la cocina y cercenar las venas de mi
muñeca de una forma tan brutal que no haya reparo, para caer en las
cálidas y tranquilas aguas del olvido.

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Snuff

Si el diablo existe, el detective Méndez está seguro que se


encuentra dentro de esa habitación, la cual se muestra proyectada en
el monitor que tiene frente a él, grabada mediante una cámara de
seguridad colocada en la esquina superior del cuarto.

El oficial mira aterrado la escena que se reproduce en tiempo real.


Los agentes SWAT revisaron ya toda la fábrica donde se encuentran.
Le acaban de notificar por el comunicador que la mujer que aparece
en la pantalla, en definitiva no se encuentra en ningún lugar de esa
fábrica abandonada.

La pantalla de 19 pulgadas, conectada a un receptor de vídeo


encriptado, muestra una tétrica escena. La imagen no es estable, se
ven líneas que la atraviesan y cada 3 segundos, la imagen se
distorsiona hasta el punto en que casi pareciera que se va a perder la
señal. Pero aun así la imagen de lo que sucede en esa habitación se
puede apreciar con el suficiente detalle para intuir que algo siniestro
está por suceder.

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La mujer se encuentra totalmente desnuda, de pies a cabeza, está
acostada en un colchón gastado, viejo. Tanto pies como manos están
estirados y atados a los postes de la base metálica, formando con su
cuerpo una gran X. Se retuerce y forcejea, pero cualquier esfuerzo es
vano, las esposas que sostienen tobillos y muñecas no van a ceder.
Lo peor de esa escena irreal, salida de alguno de los círculos más
profundos del Infierno de Dante, es la mueca reflejada en su rostro,
una mezcla de desesperación, miedo, desesperanza y vulnerabilidad.
Está amordazada, pero se puede ver que gime con todas sus fuerzas,
si la imagen fuera un poco más nítida, el detective podría ver las
venas tensándose bajo la piel de su cuello, como si quisieran salir de
su cuerpo.

Entonces entra en la toma un hombre, o al menos eso parece


debido a la corpulencia de sus hombros. Lleva un pesado anorak y
un pasamontañas cubriéndole el rostro. Se acerca al pie de la cama,
impasible. Observa a la mujer, la cual lo mira aterrorizada, con los
ojos saliéndose de sus órbitas, el cuerpo inmóvil, paralizado por el
terror. Da un paso hacia ella, acercándose lentamente hasta su rostro.

Méndez se percata entonces de que el sujeto lleva algo en la mano


izquierda. Parece una capucha o algún tipo de máscara de Noche de
Brujas. Se inclina sobre la mujer y se la pone en el rostro, una vez
que ha terminado su labor, aleja el rostro, y analiza su obra, como el
pintor después de realizar un trazo importante sobre su lienzo.
Satisfecho, asiente con la cabeza, se aleja de la mujer y sale de la
toma.

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Acaba de colocar sobre el rostro de la mujer, lo que parece una
máscara hecha con la piel de un mono o algún tipo de chimpancé, la
piel del rostro para ser más exactos. Segundos después vuelve a
aparecer. Camina directo hacia la cámara. Se posiciona debajo de
ésta y alza los brazos. En las manos sostiene una hoja, marcada con
un rotulador. En la hoja se puede leer, en letras grandes y de feos
trazos, lo siguiente:

“LO PEOR AÚN ESTÁ POR VENIR”

21
22
La Mujer del Viajero Espacial

-Dime que no lo hiciste, dime que no lo hiciste -solloza la mujer


de cabello castaño y ojos del color de la miel.

-¡Lo hice por nosotros, por nosotros! -bramó él hombre-¡De todas


las personas creí que tú entenderías! ¡Lo hice por ti y por las niñas!

Su esposa, Vian, lo miraba con ojos vidriosos, el rostro enrojecido


por la rabia, cuando habló, su voz estaba cargada de furia, pero
también de dolor.

-¿Cómo es posible que el decidir abandonar a tus hijas sea una


decisión tomada para ellas? ¿Abandonarme a mí? ¿Eh? ¡Explícame
eso! -grita Vian Morgan al tiempo que lanza un golpe con ambas
palmas hacia el pecho de su esposo y las lágrimas amenazando por
salir hacen un nudo en su garganta -Oh dios mio, oh dios mío -
vuelve a sollozar.

Ella intenta salir corriendo, hace un amago de entrar a la casa,


pero él la toma entre sus brazos, y la estrecha contra sí con fuerza.
Ella lleva las manos a la cabeza, intentando bloquear el dolor. Y así
permanecen durante un minuto, en el pórtico de su casa en los
suburbios, con el fresco viento nocturno agitándoles las ropas y
millones de estrellas junto con la luna iluminando sus siluetas. A un
lado de ellos la silla colgante que estaba ahí desde que compraron la
casa, se mece silenciosamente con el viento. Las maderas de algún
rincón de la casa crujen.

-La Tierra se está muriendo amor -dice él, hay cautela en su voz.

-Eso ya lo sé. ¡Mierda! -exclama ella.

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-Si existe aunque sea una milésima de probabilidad de que allá
sea habitable -dice él -entonces debo ayudarles a colonizarlo.

-¿Por qué tienes que ser tú, maldita sea? -pregunta su esposa
jadeando -. Hay miles de personas que pueden ir en tu lugar.

-Ninguna de ellas es tan buena en su trabajo como yo -responde


lacónicamente -. Me necesitan.

-¿Y crees que nosotras no te necesitamos?

-Amor, sé que mi lugar es aquí con ustedes, cada célula de mi


cuerpo grita por que me quede, pero si no colonizamos ese planeta,
entonces no habrá futuro alguno que resguardar para nuestras hijas, y
de nada habrá servido el que yo me quedara.

-Tienes razón -concede ella.

Si ella se pudiera mirar a través de los ojos de su esposo, vería


cuan fuerte y resistente la ve él. Vería lo mucho que Isaac Morgan la
admira.

-Vian, es un mundo peligroso y a partir de ahora las niñas no


estarán a salvo ¿lo sabes verdad? -pregunta él mirándola a esos
intensos ojos castaños, deseando poder perderse en ellos.

-Lo sé -responde ella. En sus mejillas aún hay lágrimas corriendo,


pero su voz es firme y decidida -. Pero yo me aseguraré que nada les
pase. Las cuidaré con mi vida. Hasta que regreses.

24
Nota del autor: Este pequeño cuento, además de ser una
continuación-precuela de Terraformación, es también un pequeño
homenaje que le hice a mi video musical favorito de todos los
tiempos: Wake me up when September Ends, de la banda Green Day.

25
¿Quién es tu héroe?

Hasta el día de hoy, nunca habría podido responder si alguien me


hubiera preguntado: ¿quién es tu héroe, a quién admiras?

Pero aunque no lo crean fue el actor Matthew McConaughey


quien me ayudó a abrir los ojos, a darme cuenta. Mi héroe personal
es la persona que seré dentro de 10 años.

¿Por qué? podrán preguntar ustedes. Pues la respuesta es sencilla.


Solamente hay que ver a ese tipo, ¿cómo no querer ser como él?
Vean su semblante, se puede notar desde aquí que es un tipo feliz. Es
un hombre cuya infatigable búsqueda (y que francamente parecía
interminable) de la chica de sus sueños ha llegado a su fin. Una chica
que pensó jamás encontraría, completamente diferente al resto, una
mujer que parece salida de otro siglo. La única persona que lo
entiende al cien por ciento y lo acepta tal como es. Y esto último es
recíproco.

Pero el hecho de que ahora tenga una familia junto a la mujer de


sus sueños no quiere decir que haya dejado de esforzarse. Todo lo
contrario. Además de amar a la chica junto a la que despierta todas
las mañanas, la venera. Y por tanto, desde el día en que ella le dio el
sí cuando él se le propuso, se hizo a sí mismo una promesa: lucharía
por enamorarla todos y cada uno de los días de lo que le restaba de
vida con el mismo ímpetu que el día en que la conoció.

Tiene un trabajo increíble (el más fabuloso si me permiten


decirlo), porque le pagan por hacer lo que ama; ama su trabajo casi
tanto como a Ella.

26
El sujeto sigue siendo algo tímido, un poco antisocial y a veces
huraño. Sigue odiando los antros y las "reuniones" tanto como
siempre, pero ahora ya no tiene que ir solo al cine los viernes por la
noche, cuando todos prefieren ir de fiesta y tomar hasta quedar
ciegos.

¿Y saben qué es lo que más admiro de él? Que no está conforme;


está satisfecho con lo que ha conseguido y agradecido por las tres
personas que lo acompañan, pero sabe que aún hay más por
conseguir, más metas por lograr. Y lo mejor es que a su vez, su
héroe personal es la versión en que él llegará a convertirse dentro de
diez años más.

27
Zombie (2)

Un zombie es como una versión mejorada de ti. Una versión


implacable de ti. Sin miedo, sin cansancio, sin dolor. No siente
hambre, el sueño jamás torna pesados sus párpados, el hambre nunca
fastidiará su estómago.

El edificio gigante de apartamentos a donde habían llegado Aaron


y su hermano menor Isaac, permanecía a oscuras, únicamente
resguardado de las tinieblas más profundas debido al resplandor
mortecino de color índigo de las luces de emergencia.

Caminaban sigilosamente por un pasillo largo -un pasillo que


parecía sacado directo de las pesadillas de algún maniático encerrado
en un manicomio-, el terror guiaba sus pies convirtiéndolos en
centinelas silenciosos que se movían con cadencia y precisión.

Los zombies hacían que te cagaras de miedo, eran terroríficos,


pero lo que los vivos podían hacerse unos a otros, lo que él y su
hermano habían hecho, era terriblemente peor. Los muertos se
limitaban a matarte, a arrancarte pedazos de carne mientras gritabas
y te convulsionabas gritando por ayuda, pero una vez morías, la
pesadilla terminaba. Mataban por instinto, por que era lo único que
sabían hacer.

28
En cuarentena se habían encontrado con una mujer que su
hermano Isaac odiaba, la detestaba de la manera más cruel en que un
hombre puede odiar a una mujer, un odio que sólo puede nacer del
rechazo, de la vergüenza de ser repudiado en público por la mujer a
quien has amado en secreto durante años. Isaac se limitaba a mirarla
de soslayo, una y otra vez, incesantemente durante las horas que
pasaron encerrados. Y Aaron se percataba de ello.

Pero entonces, cuando el ejército abandonó la zona, cuando


abandonaron a los civiles de la cuarentena a su suerte, entonces fue
cuando se desató el infierno. Más de cien personas atrapadas en el
gimnasio de una escuela pública. Isaac y media docena de hombres
más se hicieron con algunas de las armas abandonadas por el
ejército. Y entonces hubo violaciones.

Las violaciones desencadenaron en asesinatos. y los asesinatos en


suicidios. Isaac fue el instigador de esto, llevo a la mujer a una
esquina, apuntalándola con el rifle semi-automático y la poseyó ahí
mismo, sobre el frío suelo de duela del gimnasio. Aaron intentó
disuadirlo, pero nunca había sido un hombre bueno. La lujuria
siempre había dominado por sobre su carácter, Y cuando vio a la
mujer desnuda, vulnerable y resignada a ser poseída por él, una vez
su hermano hubo terminado, la lujuria se apoderó de él y él también
se volvió parte de los victimarios en ese pequeño infierno. La poseyó
mientras su hermano miraba fijamente y con macabra fascinación en
los ojos.

29
Y ahora, ahora caminaban por ese pasillo decadente,iluminado
por el rojo color sangre de las luces de emergencia y Aaron no podía
alejar de sus pensamientos los actos terroríficos que había cometido.
Si los zombies cayeran sobre él y lo despedazaran lentamente, no le
importaría, sería un castigo más que merecido, y al menos así , con
la muerte, dejaría de ver a la mujer agonizante bajo él, dejaría de
escuchar sus débiles gemidos de dolor, en cámara lenta y en
repetición una y otra vez dentro de su cabeza. Al menos con la
muerte, llegaría también la paz mental.

30
La Noche de la Luna Roja

Ellos no tienen ni puta idea.

Piensan que unas cadenas bien empotradas a la pared y un sótano


profundo con puerta de acero son suficientes para detener a la Bestia.

Ellos no saben cómo es; ninguno de ellos lo comprende.

Todas las noches de Luna Llena me escondo de él, me escondo de


mí mismo. Bajo al sótano, me desvisto, apilo mi ropa doblada en la
esquina más alejada a las cadenas, y me pongo los pesados grilletes
en torno a muñecas y tobillos. Los grilletes son grandes, demasiado.
Aún así están construidos de forma que ni siquiera mis extremidades
de humano puedan escapar de ellos sin tener que fracturarme los
pulgares.

Guardo la llave detrás de una piedra suelta en la pared de ladrillos


grises. El sótano, únicamente iluminado por un solitario foco, se
vuelve entonces mi autoimpuesta prisión. Nadie, absolutamente
nadie tiene permitido bajar ahí. Amigos cercanos y familiares, los
únicos conocedores de mi "condición", saben el peligro al que se
expondrían de traspasar esa barrera, de bajar al tenebroso sótano
conmigo. Por tanto, nadie baja ni se asoma, la puerta permanece
cerrada casi herméticamente durante el transcurso de la noche.

31
Pero esta noche es distinto, esta noche no sólo estará llena, sino
que además, habrá Luna Roja. La primera que experimentaré desde
que fui mordido, desde que la maldición milenaria fue traspasada a
mí, desde que me uní involuntariamente a este clan de monstruos de
pesadilla.

Además, pensamientos oscuros rondan mi cabeza. La oscuridad


nubla mi mente como si ésta fuera un cielo en el que se anuncia una
inminente tormenta. No sé si esos pensamientos son míos o si en
cambio la inminencia del Eclipse los ha incrustado ahí con
malévolas intenciones. ¿O acaso mi deseo de liberar a la Bestia, de
esparcir a diestra y siniestra la maldición, siempre ha estado ahí
enterrado en mi subconsciente y la Luna Roja no ha hecho más que
sacarlo a la superficie?

Sea como sea, bajo los peldaños del sótano cuando el sol
comienza a descender en el horizonte. Dejo entreabierta la puerta
detrás de mí. Mi familia ha salido, al igual que todas las noches de
luna llena desde hace dos años, mi esposa e hijos se han ido a casa
de mis suegros.

Me desvisto en el mismo ritual silencioso de todas las veces y


apilo mi ropa. Mis ojos se han acostumbrado a la oscuridad, ya no
necesito ni siquiera encender el foco. También mi olfato se va
agudizando conforme avanza la noche, mientras la oscuridad va
apagando el brillo del mundo. Me ajusto los grilletes, pero no les
pongo llave, dejo que la noche vaya envolviendo de vigor mis
miembros. Siento una fuerza recorriendo mi cuerpo, y conforme la
luna va alzándose en el cielo, esta fuerza se vuelve más y más
potente.

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La locura hace su aparición, mis sentidos de humano, mi
racionalidad, comienzan a ceder ante los impulsos primarios, ante
los bajos instintos del Lobo. Me pongo en pie, los grilletes caen al
suelo, completamente inútiles. Esta noche ningún sótano me
retendrá. El mundo entero será testigo de mi sufrimiento, y lo
compartirán. Compartirán mi maldición.

Mis extremidades comienzan a cambiar, manos se vuelven garras,


el cráneo se estira para formar un enorme hocico lleno de colmillos
largos y afilados como cuchillos de cocina.

Mi cerebro de humano se apaga y cede el control al licántropo, al


hombre lobo.

El último pensamiento que cruza mi mente es la fría certeza de


que al no encadenar al monstruo, al no encerrar al Lobo en el sótano,
acabo de condenar a decenas, o quizá a cientos de personas a
compartir esta horrible maldición conmigo, los he condenado a sentir
terror de sí mismos y de la Luna Llena. También sé que el Lobo no
se limitará a infectar; su objetivo primordial será asesinar.

Un miedo sobrenatural me invade. Después escucho en mi mente


una voz animal, casi sin conciencia, la voz primitiva del Lobo: "La
noche de cacería comienza..."

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Mi vida como Superhéroe

Durante mi adolescencia, mis días en la universidad y todavía en


los primeros años de mi vida adulta, ser escritor, para mí fue similar
a la experiencia de llevar una vida como superhéroe.

Tienes que dormir tarde, robarle horas al sueño, y encima de eso,


despertar antes de que haya luz en las calles para ir al trabajo. Tienes
que desarrollar nuevos métodos para robarle minutos a la hora de la
comida, duermes en posiciones imposibles en el transporte público
antes de llegar al trabajo, y al salir, de camino al gimnasio, en un
titánico esfuerzo por recuperar unos pocos minutos de esas horas de
sueño que le robaste a Morfeo la noche anterior.

Todo con tal de alcanzar a escribir esa página diaria que tanto
anhelas sumar a tu nueva (o quizá a tu primera) novela.

Y se me olvidaba el símil más importante entre ser escritor y ser


superhéroe. Nadie, absolutamente nadie puede enterarse de lo que
haces. Tienes que aceptar los regaños cuando llegas tarde a clases o
al trabajo, nunca puedes explicar que la razón de que te costara tanto
trabajo levantarte por la mañana era que la noche anterior habías
salvado a la más bella princesa de un sádico hechicero quien quería
convertirla en su esposa.

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Asientes y te disculpas cuando tu familia y amigos se enfadan
contigo por no ir a la fiesta del viernes, por ausentarte así sin más de
ese cumpleaños tan importante. Ardes de deseos por explicarles, por
contarles que ya era tarde para estar ahí, y que una cadena invisible
te arrastraba hacia la aventura. Esa noche tenías una cita ineludible
con el destino, tenías que acompañar a un niño de doce años y a una
periodista a adentrarse en la guarida de un hombre lobo que llevaba
meses aterrorizando a la ciudad.

Sacrificas los videojuegos, las citas, tus amigos se preguntan por


ti, y tú no sabes darles una explicación verosímil, algo que puedan
creer, aludes al trabajo y evitas el tema, evades sus preguntas
incómodas ¿Qué haces durante todo tu tiempo libre? ¿Dónde pasas
las noches de los viernes y los sábados? ¿Porqué ya casi no te ven?

Te vuelves un alquimista del tiempo. Conviertes cada segundo de


tu tiempo libre en una letra más, un ladrillo pequeño que se va
sumando al inmenso edificio en que se convertirá tu historia. Te
vuelves un calculador profesional, como si en vez de escribir,
hubieras estudiado matemáticas aplicadas. Calculas cada minuto de
tu día en base a qué beneficios le va a reportar a tu escritura, en base
a cuánto tiempo disponible te va a dejar cada una de tus actividades
para poder llegar al final del día (que para ti es sólo el inicio) y
sentarte a escribir.

¿Pero saben algo? No lo cambiaría por nada. Al final, todo vale la


pena. Al final la chica adecuada llega, los verdaderos amigos son los
que se mantienen ahí, incondicionales, y son quienes te dan la
bienvenida de vuelta al mundo ¿real? Tu familia se siente orgullosa
de ti y te das cuenta de que nunca tuviste que esconder nada, porque
ellos ya lo sabían.

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Y no puedes evitar mirar atrás, sentirte orgulloso de ti mismo y
recordar con una lágrima en el ojo ese momento decisivo de tu vida
en que te quitaste la máscara ante todos, el momento en que
familiares, amigos y desconocidos te miraron atónitos y tú dijiste:
"Soy Jorge Balderas, y he sido escritor desde que tenía quince
años."

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