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Jean Jacques Rousseau

Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres

El primero que habiendo cercado un terreno, se le ocurrió decir: Esto es mío, y encontró gentes lo
bastante simples para creerlo, ése fue el verdadero fundador de la sociedad civil. ¡Cuántos crímenes,
guerras, asesinatos, cuántas miserias y horrores no habría evitado al género humano aquel que,
arrancando las estacas o allanando el cerco, hubiese gritado a sus semejantes: “Guardaos de
escuchar a este impostor: estáis perdidos si olvidáis que los frutos son de todos y la tierra no es de
nadie”! (p.193)

En una palabra, competencia y rivalidad de una parte, oposición de intereses, por la otra, y siempre
el deseo oculto de conseguir su provecho a expensas del otro; todos estos males son el primer efecto
de la propiedad y el cortejo inseparable de la desigualdad naciente. (p.209)

Fue así como las usurpaciones de los ricos, los bandidajes de los pobres, las pasiones desenfrenadas
de todos, ahogando la piedad natural y la voz aún más débil de la justicia, volvieron a los hombres
avaros, ambiciosos y malos. Surgió entre el derecho del más fuerte y el derecho del primer ocupante
un conflicto perpetuo que no se terminó más que por medio de combates y de asesinatos. (p.210)

Los ricos sobre todo debieron sentir muy pronto cuán desventajosa les era una guerra perpetua de la
cual pagaban solos todos los gastos y en la que el riesgo de la vida era común y el de los bienes
particular. Por lo demás, cualquiera fuese el color que pudiesen dar a sus usurpaciones, sentían
demasiado que no estaban fundadas más que en un derecho precario y abusivo y que, no habiendo
sido adquiridas más que por la fuerza, la misma fuerza se las podía arrebatar sin que tuviesen
ninguna razón para quejarse (…). [E]l rico, forzado por la necesidad, concibe finalmente el
proyecto más reflexivo que haya surgido jamás del espíritu humano: se trata de emplear a favor
suyo las fuerzas mismas de aquellos que le atacaban, de convertir a sus adversarios en defensores
suyos (…). En esta perspectiva, después de haber expuesto a sus vecinos el horror de una situación
que los armaba a unos contra otros, que les hacía tan onerosas sus posesiones como sus necesidades
y donde nadie encontraba su seguridad ni en la pobreza ni en la riqueza, inventó fácilmente razones
audibles para conducirlos a tal meta. “Unámonos –les dice- para garantizar a los débiles frente a la
opresión, contener los ambiciosos y asegurar a cada uno la posesión de lo que le pertenece;
instituyamos reglamentos de justicia y de paz a los que todos estén obligados a atenerse, que no
hagan excepción respecto a nadie y que de algún modo reparen los caprichos de la fortuna
sometiendo por igual al poderoso y al débil a deberes mutuos. En una palabra, en lugar de volver
nuestras fuerzas contra nosotros mismos, unámoslas en un poder supremo que nos gobierne según
sabias leyes, que proteja y defienda a todos los miembros de la asociación, rechace a los enemigos
comunes y nos mantenga en eterna concordia”. (p.211)

Tal fue o debió ser el origen de la sociedad y de las leyes que dieron nuevas trabas al débil y nuevas
fuerzas al rico, destruyeron sin posible retorno la libertad natural, fijaron para siempre la ley de la
propiedad y de la desigualdad, de una astuta usurpación hicieron un derecho irrevocable y, para el
provecho de algunos ambiciosos, sometieron desde entonces todo el género humano al trabajo, a la
servidumbre y a la miseria. (p.213)

Si seguimos el progreso de la desigualdad en estas diversas revoluciones, encontraremos que el


establecimiento de la ley y el derecho de propiedad fue su primer término, la institución de la
magistratura el segundo y el tercero y último el cambio del poder legítimo en poder arbitrario. De
este modo, el estado de rico y pobre fue autorizado en la primera época, el de poderoso y débil por
la segunda y por la tercera el de amo y esclavo, que es el último grado de la desigualdad y el
término en el que confluyen todos los demás hasta que nuevas revoluciones disuelven de hecho el
gobierno o le acercan a la institución legítima. (p.226)

JEAN JACQUES ROUSSEAU, Discursos a la Academia de Dijon, Ediciones Paulinas, Madrid, 1977.

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