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Revocación del Edicto de Nantes

Octubre 22 de 1685

Luis, por la gracia de Dios, rey de Francia y Navarra, a todos los presentes y por venir, saludo:

El rey Enrique el Grande, nuestro abuelo de gloriosa memoria, deseoso de que la paz que había
conseguido para sus súbditos después de las graves pérdidas que habían sufrido en el curso de las
guerras nacionales y extranjeras, no fuera turbada a causa de la RPR (Religión Presuntamente
Reformada), tal como había sucedido en los reinados de los reyes que le precedieron, por su edicto,
otorgado en Nantes en el mes de abril de 1598, reguló el procedimiento a adoptar con respecto a los
de dicha religión, y los lugares en los que podrían reunirse para el culto público, estableció jueces
extraordinarios para administrarles justicia y, por último, proporcionó en particular artículos para lo
que fuera necesario para mantener la tranquilidad de su reino y para disminuir la aversión mutua entre
los miembros de las dos religiones, de modo que ponerse en una mejor posición para trabajar, como
había decidido hacer, para el reencuentro con la Iglesia de aquellos que se habían retirado tan
ligeramente de ella.

Como la intención del rey, nuestro abuelo, se viera frustrada por su repentina muerte, y la ejecución
de dicho edicto se interrumpió durante la minoría del difunto rey, nuestro señor más honrado y padre
de gloriosa memoria, por nuevas invasiones por parte de los fieles de dicha RPR, lo que dio la ocasión
para que fueran privados de las diversas ventajas que les habían sido otorgadas por dicho edicto; sin
embargo, el rey, nuestro difunto señor y padre, en el ejercicio de su clemencia habitual, les otorgó
otro edicto en Nimes, en julio de 1629, mediante el cual se estableció nuevamente la tranquilidad,
dicho difunto rey, animado por el mismo espíritu y el mismo celo por la religión que el rey, nuestro
abuelo, había resuelto aprovechar este descanso para intentar poner en práctica su piadoso plan. Pero
habiendo sobrevenido poco después guerras en el extranjero, de modo que el reino rara vez estuvo
tranquilo desde 1635 hasta que la tregua concluida en 1684 con los poderes de Europa, no se podía
hacer nada más en beneficio de la religión más allá de disminuir el número de lugares para el ejercicio
público de la RPR, prohibiendo aquellos lugares que se encontraron establecidos en perjuicio de las
disposiciones hechas por los edictos, y suprimiendo los tribunales bipartidistas, que han sido
nombrados solo provisionalmente.

Habiendo Dios permitido, por fin, que nuestro pueblo disfrutara de una paz perfecta, nosotros, ya no
más absorbidos en protegerlos de nuestros enemigos, podemos sacar provecho de esta tregua (que
nosotros mismos hemos facilitado) y dedicar toda nuestra atención a los medios para lograr los
propósitos de nuestros mencionados abuelo y padre, que siempre hemos mantenido ante nosotros
desde nuestra sucesión a la corona.

Y ahora percibimos, con agradecido reconocimiento de la ayuda de Dios, que nuestros esfuerzos han
alcanzado el fin propuesto, en la medida en que la mayor parte de los fieles de dicha R.P.R. han
abrazado la fe católica. Y dado que por este hecho la ejecución del Edicto de Nantes y de todo lo que
ha sido ordenado a favor de dicho R.P.R. se ha convertido en algo irrelevante, hemos determinado
que no podemos hacer nada mejor, para eliminar por completo la memoria de los problemas, la
confusión y los males que el progreso de esta religión falsa ha causado en este reino, y que
proporcionó la ocasión para dicho edicto y para tantos edictos y declaraciones anteriores y posteriores,
que revocar completamente dicho edicto de Nantes, con los artículos especiales otorgados como
consecuencia, así como todo lo que se ha hecho a favor de dicha religión
I. Hágase saber que por estas causas y por otras que nos han movido, y por nuestro conocimiento
cierto, poder pleno y autoridad real, hemos suprimido y revocado, por este presente edicto perpetuo
e irrevocable, y suprimimos y revocamos el edicto de nuestro mencionado abuelo, dado en Nantes en
abril de 1598, en toda su extensión, junto con los artículos particulares acordados en el mes de mayo
siguiente, y las cartas de patente emitidas en la misma fecha; y también el edicto dado en Nimes en
julio de 1629; los declaramos nulos y sin efecto, junto con todas las concesiones, de cualquier
naturaleza que fueran, hechas por ellos, así como por otros edictos, declaraciones y órdenes, a favor
de dichas personas de la R.P.R. (Religión Presuntamente Reformada), las cuales permanecerán en
una situación como si nunca hubieran sido otorgados; y en consecuencia deseamos, y es nuestra
voluntad, que todos los templos de dicha Religión Presuntamente Reformada, situados en nuestro
reino, países, territorios y los señoríos bajo nuestra corona, sean demolidos sin demora.

II. Prohibimos a nuestros súbditos de la R.P.R. que se reúnan para la práctica de dicha religión en
cualquier lugar o casa privada, y bajo cualquier pretexto.

III. Del mismo modo, prohibimos a todos los nobles, de cualquier condición, que realicen tales
ejercicios religiosos en sus casas o feudos, bajo pena que será infligida, sobre todos aquellos súbditos
que participen en dichos ejercicios, de encarcelamiento y confiscación.

lV. Nosotros ordenamos que todos los ministros de dicha RPR, que no elijan convertirse y abrazar la
religión católica, apostólica y romana, dejen nuestro reino y los territorios sujetos a nosotros dentro
de una quincena de la publicación de nuestro presente edicto, sin permitir que sigan residiendo allí
más allá de ese período o, durante dicha quincena, ni que se dediquen a cualquier predicación,
exhortación o cualquier otra función, bajo pena de ser enviados a las galeras.

VII. Prohibimos las escuelas privadas para la instrucción de los niños de dicho R.P.R., y en general
todo lo que pueda considerarse como una concesión de cualquier tipo a favor de dicha religión.

VIII En cuanto a los niños que pueden nacer de personas de dicha R.P.R., es nuestro deseo que de
ahora en adelante sean bautizados por los párrocos. Y ordenamos que los padres los envíen a las
iglesias con ese propósito, bajo pena de una multa de quinientas libras, aumentable según lo exijan
las circunstancias; y de allí en adelante, los niños serán criados en la religión católica, apostólica y
romana, y ordenamos expresamente a los magistrados locales que controlen por que así se haga.

IX. Y, en el ejercicio de nuestra clemencia hacia nuestros súbditos de la dicha R.P.R., es nuestro
placer y voluntad, que quienes hayan emigrado de nuestro reino, tierras y territorios sujetos a
nosotros, antes de la publicación de nuestro presente edicto que, en caso de que regresen dentro del
período de cuatro meses a partir del día de dicha publicación, puedan, y sea legal para ellos, que
tomen nuevamente posesión de sus bienes y disfruten lo mismo que si hubieran permanecido aquí
todo el tiempo: por el contrario, los bienes abandonados por aquellos que, durante el período
especificado de cuatro meses, no hayan retornado a nuestro reino, tierras y territorios sujetos a
nosotros, serán confiscados como consecuencia de nuestra declaración del 20 de agosto pasado.

X. Reiteramos nuestra prohibición más expresa de que todos nuestros súbditos de la dicha RPR, junto
con sus esposas e hijos, puedan dejar nuestro reino, tierras y territorios sujetos a nosotros, o
transportar sus bienes y sus efectos a partir de ese momento, bajo pena, en lo que respecta al los
hombres, de ser enviados a las galeras, y en lo que respecta a las mujeres, de encarcelamiento y
confiscación.

XI Es nuestra voluntad e intención que las declaraciones emitidas contra los recaídos se ejecuten de
acuerdo con su forma y tenor.
XII En cuanto al resto, esperando al tiempo en que a Dios le plazca iluminarlas, se les garantiza a las
susodichas personas de la RPR, la libertad de permanecer en las ciudades y lugares de nuestro reino,
y tierras y territorios sujetos a nosotros, continuando su comercio y el disfrute de sus posesiones, sin
que sean objeto de abusos o limitaciones a causa de la dicha RPR, con la condición de que no
participen en el ejercicio de dicha religión, o que se reúnan con el fin de rezar o para el servicio
religioso, de cualquier naturaleza que fuera, bajo las penas mencionadas anteriormente de
encarcelamiento y confiscación. (…)

Dado en Fontainebleau en el mes de octubre, en el año de gracia 1685, y de nuestro reinado el


cuadragésimo tercero.
Firmado LOUIS. y en el pliegue, LE TELLIER, y luego COLBERT. y sellado con el gran Sello de
cera verde, en lagos de seda rojos y verdes.

Revocación del Edicto de Nantes, 22 de octubre de 1685.

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