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Había una vez un hipopótamo llamado Óscar que nunca pensaba en los demás, era muy

coqueto y siempre veía su reflejo en las aguas durante horas. Un día, mientras Óscar jugaba con
sus compañeros de la escuela de animales, tomó una piedra y la lanzó hacia sus compañeros del
recreo, la piedra golpeó al Puma Jorge en su oreja, de la que salió mucha sangre. Cuando las
maestras vieron lo que había pasado, inmediatamente se pusieron a ayudar a Jorge. Mientras el
puma lloraba, con sentimiento y tristeza, Óscar se burlaba, escondiéndose de las maestras.
Al día siguiente, Óscar jugaba en la Pradera cuando, de pronto, le dio mucha sed. Caminó
hacia el río para beber agua. Al llegar al río vio a unas cebras que jugaban a la orilla, y se
divertían tanto que sus dientes se salían de su bocota y sin pensar dos veces, Óscar se acercó
sigiloso y las asusto con un fuerte grito. Marci, la cebra más chiquitita perdió el equilibrio y
acabó cayéndose al río, sin saber nadar. Afortunadamente, Fernando, una cebra más grande y que
era un buen nadador, se lanzó al río de inmediato y ayudó a salir del río a la pequeña. Felizmente,
a Marci no le pasó nada, solo acabó por coger un resfriado.
Una mañana de sábado, mientras Óscar daba un paseo por el campo y se comía un poco de
pasto, pasó muy cerca de una planta que tenía muchas espinas. Sin percibir el peligro, Óscar
acabó hiriéndose en su lomo y patas con las espinas. Intentó quitárselas, pero sus patas no
alcanzaban arrancar las furiosas y penetrantes espinas, que les provocaba mucho dolor. ¡Hay hay!
Me duele mucho, que dolor tan grande... Gritaba el Juguetón pero ahora triste hipopótamo. Se
sentó bajo un árbol frondoso que daba sombra y lloró desconsoladamente, mientras el dolor
invadía su gordito cuerpo de hipopótamo. Oscar empezó a caminar y mientras caminaba, se
encontró a las cebras que les había echado agua. Al verlos, les gritó con gran animo: ¡Por favor!,
ayúdenme a quitarme estas espinas que me duelen mucho en mi cuerpito y papitas, pobre de mí...
Y reconociendo a Óscar, las cebras le dijeron: No te vamos a ayudar porque le hiciste a Marci.
Aparte de eso, ella está enferma de resfriado por el frío que cogió, vete de aquí no te ayudaremos.
El pobrecillo Óscar, bajó la cabeza y continúo por el camino en busca de ayuda. Mientras
caminaba se encontró algunos de sus compañeros de la escuela. Les pidió ayuda pero ellos
tampoco quisieron ayudarle porque estaban enojados por lo que había hecho en el recreo al
pumita Jorge. Y una vez más Bernardo no le quedo más que bajar la cabeza y seguir su camino
en busca de ayuda. Las espinas les provocaban mucho dolor, y cada vez era más fuerte. Mientras
todo eso sucedía, había un gran mono que trepaba por los árboles. Venía saltando de un árbol a
otro, persiguiendo a Óscar y viendo todo lo que pasaba. De pronto, el gran y sabio mono llamado
Emilio el Justo, dio un gran salto y se paró enfrente del herido hipopótamo. Y le dijo: Ya ves
gran hipopótamo, siempre has lastimado a los demás y, como si eso fuera poco, te burlabas de
ellos, de una manera vil y cobarde. Por eso, ahora nadie te quiere ayudar. Pero yo, que todo lo he
visto, estoy dispuesto a ayudarte si aprendes y cumples dos grandes normas de la vida.
Y le contestó Óscar, llorando: Sí, haré todo lo que me digas sabio Emilio, pero por lo que más
quieras, ayúdame a quitar estas horribles espinas.
Y le dijo el mono: Bien, escucha atento hipopótamo las reglas son estas: la primera es que no
lastimarás a los demás nunca, y la segunda es que ayudarás a los demás y los demás te ayudarán
cuando lo necesites. Dichas las reglas, el mono se puso a quitar las espinas y a curar las heridas
de Óscar. Y a partir de este día, el hipopótamo cumplió, al pie de la letra, las reglas que había
aprendido.

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