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“Hermanos desde el alba hasta el amanecer”

- Fr. Cirilo González Santamaría –

Hay personas que forman parte de nuestra historia, porque la


Providencia les ha colocado junto a nosotros en varios tramos del
camino. Tal es el caso de Fr. Cirilo a quien conocí cuando éramos
muy jóvenes, por los años 50, y a quien despedí siendo los dos
ancianos, un día de tormenta en el convento de San Juan de
Letrán, en La Habana. Los dos éramos como Fr. Bartolomé de las
Casas, dominicos “de las dos orillas”, de los dos mundos…
A Fr. Cirilo lo vio nacer el corazón de la profunda Castilla, en
Torrelara, Burgos, un 22 de julio de 1935. Con doce años siente la
llamada del Señor y entra en la escuela apostólica Nuestra Señora
de Gracia, en Almagro, donde toma el hábito de los dominicos el 27
de septiembre de 1952. Emite su profesión en el convento Santa
Cruz la Real de Granada el 29 de septiembre de 1953 y en 1964 es
enviado a Madrid para hacer un Diplomado en Ciencias Sociales y
otro en Teología Pastoral. Su primer destino será la casa de Scala
Coeli en Córdoba, allí trabaja en la Universidad Laboral como
profesor y Director Espiritual. Luego en San Pablo se desempeña
como Maestro de Estudiantes, Párroco de San Martín de Porres,
Profesor de Religión y Director Espiritual del Colegio Cervantes-
Maristas.
Un año después de mi llegada a La Habana en el 1994 pide
ser enviado a Cuba. Nosotros, que habíamos coincidido en el
noviciado, volvíamos a compartir la suerte allende los mares. Para
esa fecha los dos teníamos 59 años de edad. Habíamos
sobrepasado el mediodía de la vida y con ilusión aprendíamos a
abrir caminos nuevos sumergiéndonos en una realidad nueva que
nos invitaba a integrar diferencias y sumar esfuerzos.
Es nombrado párroco del Sagrado Corazón de Jesús, en La
Habana y al año siguiente es enviado a Trinidad, donde permanece
hasta principios de julio del presente 2021. Aquí se destaca por su
incansable labor pastoral, dándole prioridad a la formación y al
servicio caritativo. Desarrolló con tesón el acompañamiento de
programas formativos dirigidos a diversos grupos: Tercera edad,
niños, discapacitados y síndrome de Down, VIH, Pastoral
Penitenciaria y Visitadores de enfermos. Además se preocupaba de
los más desfavorecidos, ofreciendo desayuno a 144 personas en
barrios marginales, servicios de lavandería, medicamentos y útiles
de primera necesidad. Podemos decir que la frase de nuestro Padre
Santo Domingo se hacía vida en él: “No quiero estudiar en pieles
muertas mientras hayan personas que mueren de hambre”. Hambre
material y sobre todo, hambre de Trascendencia, de formación y
espiritualidad.
Sus últimos días en Cuba los vivió en San Juan de Letrán, a
donde lo trajimos al ver cómo su estado de salud se deterioraba con
rapidez. Juntos teníamos pensado celebrar nuestro 86 cumpleaños,
pero no pudo ser. Sin embargo, la Providencia nos volvió a regalar
la ocasión para celebrar la fraternidad, el cuidado solícito de unos
por otros, la inmensa riqueza de la Iglesia en Cuba porque la
enfermedad de Cirilo fue “enfermedad compartida” por las
religiosas, los doctores y las personas que en ningún momentos nos
dejaron solos. Gracias a todos pudo ofrecérsele el tratamiento
adecuado y gestionarse su rápido traslado a España. En mi
escritorio tengo la última foto que nos tomamos antes de su partida,
los dos de la mano apoyándonos en el bastón de caña de bambú.
Sus ojos se iban despidiendo de la vida, a la vez que me daba las
gracias por regalarle un bastón semejante al mío, “de los que se
doblan pero no se rompen”.
Dos semanas después de su llegada a la Enfermería de
Villaba, el 29 de julio, Cirilo se despedía de este mundo y volvía a la
casa del Padre. Teníamos el billete para viajar juntos a Madrid, el
próximo 2 de septiembre, pero él se me ha adelantado en el viaje
“más largo”. Descansa en paz, querido hermano, desde el alba
hasta el atardecer caminamos muy cerca, intercede por nosotros
para que continuemos siendo fieles, amando y siendo predicadores
de la Palabra hasta el fin, como tú.

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