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XIII. Honrar nuestras raíces
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I. NACIMIENTO E INFANCIA
Desde muy niña, desde la cuna, dirá ella más adelante, Manuela quiere ser
religiosa. Ella atribuyó siempre esta vocación a la intercesión de su madre. Pero en
el momento de decidirse, una fuerte lucha se desata en su interior. El amor y
respeto filial parecen exigirle que renuncie a sus deseos. Que también la hija
pequeña desee ser religiosa resulta muy duro para el padre y surge la oposición
familiar. A ello se añade el consejo de un sacerdote que le señala sus obligaciones
como hija. Recibe alguna propuesta matrimonial y todos parecen esperar que
acepte la petición y forme una familia cristiana. La tormenta se desata en el
corazón de Manuela, que se debate entre lo que todos le aconsejan y aquello que
su corazón desea profundamente. Un sueño providencial la llevará a tomar la
decisión de consagrarse a Dios, rompiendo toda traba familiar. A partir de este
momento todos respetaron su vocación y el mismo sacerdote que le había
aconsejado el matrimonio se convirtió en su gran apoyo.
La elección del Instituto no fue difícil. Conocía a las Concepcionistas de
Tremp desde niña y tenía allí a sus dos hermanas. Conoce también al sacerdote
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que dirige espiritualmente a las religiosas, el padre José Manyanet, que es director
también del colegio San José, de los religiosos Hijos de la Sagrada Familia que
acaba de fundar. A través de su director espiritual, don Ramón Grifé, Manuela
comienza a cartearse con el padre José Manyanet. Hay constancia de su
correspondencia desde 1871.
Decidida a consagrarse a Dios y superada la oposición familiar, ingresó
en las Concepcionistas de Tremp. El 7 de diciembre de 1874 comienza el
noviciado, en ceremonia presidida por el sacerdote José Manyanet, recibiendo el
nombre de hermana M.ª Manuela de San Tadeo. No obstante, las dudas sobre si
ese es su lugar han comenzado ya, y al iniciar el noviciado se acentúan hasta tal
punto que María Manuela enferma. Saldrá, requerida de cuidados, en enero de
1875.
De 1875 a 1877 María Manuela vivirá en el hogar paterno, con alguna breve
estancia en el balneario de Panticosa o en la ciudad de Barcelona, a donde se dirige
para consulta de especialistas, pues su enfermedad parece no tener cura. Durante
este tiempo la guía José Manyanet que, aunque le recomienda que se cuide, le
indica que su enfermedad es de otra índole y que “sólo la curará San José”.
Mientras se repone, Manuela despliega un apostolado de vida religiosa
en su pueblo natal y pone a varias muchachas en contacto con el padre José
Manyanet, el cual por esas fechas ha fundado ya las religiosas Hijas de la Sagrada
Familia en Talarn (1874), como segunda parte de su obra. Manyanet, a su vez,
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confía totalmente en María Manuela y deja que asesore a las chicas en todos los
aspectos prácticos.
En el periodo de dos años María Manuela sufre varias operaciones y vive
la muerte de su padre. Cuando ya parece que los médicos no saben qué hacer, y
mientras pasa unos días con las religiosas fundadas por el padre Manyanet, en el
noviciado de Horta (Barcelona), viste el hábito de san José y sana. Es el 13 de
diciembre de 1876.
Regresa a Os de Balaguer con la firme determinación de ser Hija de la
Sagrada Familia. De diciembre de 1876 a febrero de 1877 el padre Manyanet le
escribe tres cartas instándole a entrar pronto y reclutar jóvenes de Os para la vida
religiosa.
V. PRIMERAS RESPONSABILIDADES
Supone una prueba de confianza en ella que, siendo aún novicia, fuera enviada a
Alguaire (Lleida). El padre Manyanet comienza a ver en ella la mujer fuerte que,
más adelante, emergerá con fuerza para defender su obra. El 26 de diciembre de
1877, acompañadas de Manyanet, la comunidad formada por M. Filomena
Fornells, superiora, hermana Alfonsa Morrós, hermana Javiera Riera y la novicia
M.ª Encarnación Colomina, toma posesión del colegio parroquial.
En esos momentos ha comenzado ya una fuerte campaña de desprestigio
del padre Manyanet que culminó con la decisión del obispo José Caixal, obispo de
Urgell, exiliado en Roma, de enviar al doctor Juan Bautista Grau, canónigo de
Tarragona, para que girase una visita al noviciado femenino de Sant Andreu de
Palomar. La visita se realizó el 7 de septiembre de 1878 por lo que M. Encarnación,
novicia aún, no se hallaba presente.
La fundación de Alguaire fue efímera y pronto surgieron problemas con
el párroco. M.ª Encarnación fue enviada de nuevo a la casa noviciado de Sant
Andreu de Palomar, adonde llega el 20 de diciembre de 1878.
El 23 de abril de 1879 emite su profesión. Tiene treinta años y, como dice
en el acta de su exploración canónica, realizada por mosén Jaime Costa, párroco de
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Sant Andreu de Palomar, “querría ya haber profesado mucho antes, pues ese es su
constante deseo” (Acta de exploración de la voluntad, 1879).
Poco después, fallece la superiora de la casa, M. M.ª del Buen Consejo Flix, y el
padre Manyanet nombra a M. M.ª Encarnación superiora para que sea ella el alma
de la casa que representa el futuro de su obra femenina, esa que llamará “obra del
milagro”. En esos momentos necesita más que nunca una mujer de confianza y
temple que pueda defender el carisma y la obra.
No hay duda de que, en el noviciado, M. Encarnación se irá revelando
como la persona puesta por Dios para custodiar el carisma que ha recibido el
padre Manyanet para entregar al mundo y que ella debe custodiar y acrecentar en
aquellas que se forjan como Hijas de la Sagrada Familia.
Durante su superiorato el noviciado vive un momento de esplendor.
Cuando el sucesor de Caixal, el obispo Salvador Casañas, administrador apostólico
de Urgell, decide enviar otra visita, girada esta vez a todo el Instituto, la casa de
formación de Sant Andreu de Palomar se halla formada por ocho profesas,
dieciséis novicias y siete postulantes.
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Monseñor Casañas había designado para la visita al jesuita Francisco Aguilera, que
llegó al noviciado de Sant Andreu de Palomar, la última casa visitada, el 1 de
noviembre de 1879. La visita del padre Aguilera tenía varios puntos nucleares
entre los que hay que señalar el reconocimiento del auténtico fundador en la
persona del doctor Caixal o del padre Manyanet, la no uniformidad de las Reglas,
pues las casas, según se decía, seguían diversas normas según provinieran del
Instituto de la madre Janer o fueran adictas al padre Manyanet, que ya les había
dado Constituciones aprobadas por el mismo doctor Caixal; el tema de la clausura
era también cuestión debatida y aún más el gobierno único que hacía depender el
Instituto femenino del masculino.
Madre Encarnación Colomina se alza, y con ella otras, en defensa de la
obra de Manyanet de la cual se siente plenamente hija. De hecho, la casa
noviciado será, gracias a su fortaleza y clarividencia, la única que no se doblegue a
las directrices que pretendían borrar el carisma del fundador. De las diez casas que
en aquel momento constituían el Instituto, sólo el Noviciado no acató la reforma
que eliminaba “a radice” la impronta manyanetiana, y aún en esta comunidad, de
las ocho profesas, tres aceptaron, ya en la primera visita, las nuevas directrices.
El 15 de diciembre de 1879 monseñor Casañas firmaba la destitución del
padre Manyanet como Superior General del Instituto de las Hijas de la Sagrada
Familia. El Obispo, conocedor de que M. Colomina era la defensa más sólida del
carisma manyanetiano y una religiosa de gran influencia, especialmente entre las
jóvenes, le escribe particularmente dándole razón de su decisión.
Y M. Encarnación, mujer fiel, no duda en salir en defensa del padre
Manyanet escribiendo al prelado de Urgell una carta que es un modelo de sensatez
y respeto. En ella se duele por la aflicción del obispo, pero indica que quizá ésta
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hubiera podido evitarse de haber venido él personalmente. Después de reiterar su
obediencia, aclara que la fusión del Instituto fundado por el padre Manyanet con el
de las hermanas de la Caridad de la Concepción y de San José se hizo sólo por
obediencia y que de este hecho sólo se han subseguido males.
“[...]El Rdo. P. Manyanet, persona bastante humilde y desprendida para saber
ceder en todo caso y circunstancia con tal sea para mayor gloria de Dios, el cual,
sea dicho de paso, y en la convicción de que hablo a un Padre, después que éste,
sólo por un efecto de su celo y por amor y respeto al difunto Prelado (Q.E.P.D.)
agregó al Instituto de la Sagrada Familia las antiguas Hermanas de la Caridad de
la Concepción y de San José y haberlas concedido todas las prerrogativas y
distinciones para que estuvieran más unidas y contentas, algunas de éstas, sin
duda acordándose de su antigua libertad, lejos de ayudar a la buena marcha y
solidez del Instituto, se han entretenido, por decirlo así, en buscar estorbos que
han robado la fuerza moral al que después de Dios se deben los comienzos, y le
han atado las manos hasta el punto de inutilizarle y no poder poner las cosas
como él deseaba y suspiraba” (Carta al obispo Casañas, 27 diciembre1879).
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“Esta habrá sido la hora de la prueba y tentación para de este modo quedar de
una vez más solidado el Instituto de la Sagrada Familia” (Carta al obispo Casañas,
enero 1880).
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dicha casa. Asimismo se procederá a dispersar las religiosas adictas al padre
Manyanet intentando que no tengan comunicación entre sí que diera cabida, si
ello es posible, a una retractación.
La destitución de madre Colomina se produjo el día 15 de febrero de
1880. De manera precipitada y humillante se le ordenó dejar la casa noviciado de
forma inmediata; ante sus ruegos, se le permitió pasar la noche para, al día
siguiente, pasar a residir a la Casa Asilo de Sant Andreu de Palomar, donde vivía M.
Ana M.ª Janer.
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El nuevo gobierno general se encontró con la difícil situación de atraer a las
religiosas que manifestaron reticencia o, en el caso de M. M.ª Encarnación
Colomina, rechazo a unas Constituciones que, alejadas del carisma al cual se sentía
llamada, no eran para ella expresión de la voluntad de Dios. La primera medida fue
dispersar a las religiosas fieles al padre Manyanet. M. M.ª Encarnación Colomina
fue enviada, junto a M. Josefa Tous, a la Granadella. Desde allí escribía al obispo
Casañas, el 17 de abril de 1880, su vivencia capitular, entablándose entre los dos
una correspondencia muy instructiva y aleccionadora.
El nuevo gobierno, presidido por M. Ana M.ª Janer, tuvo especial empeño
en rescatar a M. M.ª Encarnación Colomina. Sabían que era religiosa influyente y
de gran ascendencia. El mismo obispo Casañas la trató con suma deferencia,
convocándola primero a Capítulo —pese a su reciente destitución— y
manteniendo con ella abundante correspondencia. Hubo varios intentos, diversos
en el tono mas no en el contenido, para que acatara la reforma:
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- El obispo Casañas mantiene entre tanto una fluida correspondencia con
madre Colomina. A él abre su corazón M. M.ª Encarnación y gracias a estas
epístolas conocemos cómo se desarrolló el proceso capitular y post-capitular. En
las cartas reitera M. M.ª Encarnación su firme decisión de no aceptar las nuevas
Constituciones pues el Espíritu así se lo pide:
“Al llegarme el turno de firmar, no cesando de pedir la luz a la Sagrada Familia,
me sentí una fuerza tan grande y una voz que me decía en mi interior: no puedes
hacerlo” (Carta al obispo Casañas, 17 abril 1880).
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- Un último intento corre a cargo del sacerdote Ramón Combes, el cual el
19 de julio de 1881 le escribe una carta llena de preguntas; el 31 de julio
contestaba M. Colomina de manera detallada y serena a cada una de ellas. A través
de esta misiva M. M.ª Encarnación hace varias afirmaciones interesantes sobre sí
misma, a saber:
a) Que su decisión es firme.
b) Que sus miras se basan en seguir fielmente la vocación que
sintió desde la cuna y que las Constituciones del padre
Manyanet le permitían seguir.
c) Que sólo pretende cumplir la voluntad de Dios y este es un
principio que está por encima de todo.
d) Que si no fuera Dios quien la moviera no habría resistido tantas
pruebas y combates.
e) Que su único deseo es servir y amar a Dios, su querido Esposo.
f) Que sólo desea emplear su vida amando y sirviendo a Jesús.
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Cabe suponer que M. M.ª Encarnación vivió su particular noche oscura
en la Granadella. Pese a ello brilló siempre su fortaleza y fidelidad.
Finalmente, el 10 de abril de 1882 el obispo Casañas autorizaba la
expulsión de M. M.ª Encarnación Colomina, la cual había sido trasladada a la
comunidad de Oliana. Se le dispensan los votos de pobreza y obediencia. M. M.ª
Encarnación relata así su expulsión:
"En marzo de 1882, salí en dirección a Oliana, donde permanecí hasta el 30 de
abril del mismo año, día del patrocinio de San José. Llegamos a Balaguer por la
mañanita a la casa del Santo Cristo de dicha ciudad, donde residía el capellán
Rdo. Mn. Francisco Roca, quien, después de comer, me entregó la dispensa de
los santos votos; me hicieron desnudar el santo hábito, cosa muy dolorosa para
mí, y montada en un jumento, acompañada de un joven que yo no conocía,
llegaba a casa de mis padres el uno de mayo de 1882" (Notas manuscritas).
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grupo se organiza una cierta vida de comunidad. Practican sus ejercicios
espirituales y llevan una vida retirada dedicándose al lavado y planchado de ropa y
a atender señoras pensionistas para poder subsistir. El padre Manyanet les da
Reglas (1884) y nombra responsable a M. M.ª Encarnación, a la que reconocen
como “superiora” (M. Asunción Pujol, Notas manuscritas).
Van a vivir así doce largos años de anonimato y silencio hasta que el
padre Manyanet ve la posibilidad de dar una nueva forma a su obra, iniciada en
1874. El obispo de Barcelona no ha reconocido oficialmente, aunque haya tolerado
su presencia, al grupo de Santa Ana. M. M.ª Encarnación Colomina, como
superiora, siguiendo las indicaciones del vicario general Dr. Felipe Vergés i
Permanyer, con fecha 22 de mayo de 1884, envió al prelado diocesano una
solicitud o instancia pidiendo autorización para vivir comunitariamente según las
Constituciones cuyo texto le remitía. No hubo respuesta.
A medida que la vida se va regularizando, el padre Manyanet organiza
también la estructura de gobierno. M. M.ª Encarnación es confirmada como
superiora:
“El día 15 de junio de 1886, tercer día de Pascua de Pentecostés — según dice
una nota manuscrita de una religiosa —, bajo la presidencia del padre
Manyanet, fundador y superior del Instituto de la Sda. Familia, y con aprobación
del mismo, han sido nombradas por elección de votos la madre Encarnación
Colomina por superiora, madre Antonia Torres por ministra y madre Asunción
Pujol por secretaria; siendo asistente en dicho acto el Rdo. Sr. Dr. Gabriel
Farrero” (M. Asunción Pujol, Notas manuscritas).
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padre Manyanet la confía de nuevo a M. M.ª Encarnación pues es, además,
formadora de las jóvenes que van llegando con el deseo de seguir a Jesús en
Nazaret. La congregación, por exigencia de los prelados de Urgell y de Vic, recibe el
nombre de Religiosas Hijas de la Santa Casa de Nazaret. M. M.ª Encarnación tiene,
a la sazón, 44 años. El 26 de julio de ese mismo año renovó, junto a otras, sus votos
ya como Hijas de la Santa Casa de Nazaret.
Al día siguiente de la inauguración comienzan las clases. Se vive en una
pobreza extrema pero en poco tiempo llegan muchas vocaciones; no obstante, al
abrir otra nueva fundación, M. M.ª Encarnación queda sola en Aiguafreda, sola con
las jóvenes; será ella la única profesa y su asesor, no sólo espiritual, sino en
muchos casos doméstico, será el padre Manyanet. A él consulta, recurre, pide
ayuda Guardamos de este tiempo una abundante correspondencia. M. M.ª
Encarnación no tenía una cultura académica pero se apoyaba en su juicio natural,
en la opinión del Fundador y, sobre todo, en su sentido de vida religiosa. Durante
los cuatro años que M. M.ª Encarnación estuvo en Aiguafreda se realizaron en el
noviciado treinta vesticiones y veinticuatro profesiones. En la casa se organizaron
también tandas de ejercicios espirituales y se fundó la Asociación de Hijas de
María.
En 1896 el obispo de Barcelona reconocía, por fin, la comunidad de Santa Ana que
establece así, oficialmente, el colegio San José. Animado por esta circunstancia, el
padre Manyanet decide abrir un colegio en el barrio de la Sagrera y de nuevo
piensa en M. M.ª Encarnación.
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El 3 de noviembre de 1898 se inauguraba el nuevo centro del cual M. M.ª
Encarnación es superiora. El colegio Nuestra Señora de los Ángeles tiene especial
importancia porque es la primera casa que va a permitir dedicarse a la enseñanza y
educación en plenitud. Los comienzos son muy pobres y, de momento, viven de
las tareas domésticas —lavado y planchado de ropa— que muchas realizan,
entre ellas M. M.ª Encarnación. Ella sabe que para Barcelona se necesitan “jóvenes
instruidas” y pone al frente de las clases a las mejores. M. M.ª Encarnación está
habituada al trabajo desde muy niña. Y, a pesar de ello, nunca ha debido
emplearse tan a fondo para que la obra se sostenga económicamente.
El padre Manyanet está pendiente de la organización del Instituto. Según
M. M.ª del Pilar Mas, autora de la Historia de la Congregación:
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VIII. DE NUEVO EL SILENCIO Y LA ORACIÓN
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virtudes, empezóse a cargar la atmósfera en este sentido y determinaron, de
acuerdo con nuestras Madres graves, celebrar el primer Capítulo General. Ya
conocía nuestra amadísima Madre el suelo que pisaba y preparóse para ello con
mucha serenidad y santa paz, dispuesta a cumplir la santa voluntad de Dios,
como lo había manifestado en varias ocasiones y particularmente a su
Secretaria, la que no creía llegase a suceder tal cosa, por carecer todavía el
Instituto de personal apto para el gobierno, a no ser que, pasando por encima de
todo, se acudiese a la que el Director escogiere” (M. M.ª Pilar Mas, Biografía de
la madre Encarnación Colomina).
Tan importante como el gobierno que emana de un capítulo resulta la actitud con
que se acogen las nuevas disposiciones. Al ser elegida M. M.ª del Rosario
Santacana las religiosas electoras se echan a llorar. Sólo M. M.ª Encarnación
entona y sostiene el Te Deum. Ella, en quien tanta confianza tenía el padre
Manyanet, no obtiene ningún cargo de responsabilidad. Se la destina al colegio
San José (antigua casa de la calle Santa Ana) durante un año, al acabar el cual
regresa, por motivos de salud, al colegio Nuestra Señora de los Ángeles.
Ha vuelto a la vida de silencio y anonimato. Nada consta sobre ella en
estos años. Sólo que en 1909 le sorprende la Semana Trágica en esa comunidad;
ella está enferma cuando las religiosas deben huir, así que se refugia en una casa
vecina. Pasada la revuelta, regresa a la comunidad.
Aunque no hay constancia, cabe suponer que participó en el capítulo de
1911 pero su nombre ya no tiene relieve. Son sus últimos años y sólo algunas le
muestran gratitud y respeto. Ella calla y ora.
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IX. UNA MUERTE SANTA
Los años que van de 1911 a 1916 son de servicio callado y oración. Pertenece al
consejo local de la comunidad e interviene con prudencia. El 24 de noviembre de
1916 sufre un ataque de apoplejía en misa; sin embargo, se resiste a retirarse sin
acabar la celebración. Durante unos días su situación empeora y, finalmente,
fallece la madrugada del 27 de noviembre de 1916.
M. Bautista Bertrán, superiora de la casa, notifica la noticia:
“El viernes 24, durante la santa misa, se nos puso enferma nuestra bonísima
Madre Encarnación, resistió salir del coro hasta haber recibido al amantísimo
Jesús en su corazón y terminar la santa misa, después de la cual la subimos a la
celda y ya no la hemos oído hablar más, pues se vio atacada de apoplejía,
paralizándole todo el lado derecho, miembros y lengua. Vino el médico y nos la
dio mortal, ordenando la Extremaunción, que se le administró sin perder
tiempo. En este estado y perdiendo por momentos, llegó hasta ayer, 27 a las
4.30 de la mañana que entregó su alma al Señor. Hoy a las 8.30 ha sido
enterrada.
Su muerte ha sido la del justo y en esta casa sentimos un dolor mayor que el que
se experimenta en la muerte de una hermana: y es muy natural puesto que ha
sido nuestra fundadora y Madre, que nos ha recibido en sus brazos a casi todas
las que aquí estamos. Dios nuestro Señor se la lleve muy cerquita de sí y le
premie tantos trabajos sufridos y hechos por la Congregación de sus amores.
Confiamos que desde el cielo trabajará por su florecimiento y prosperidad, pues
allí tendrá toda la influencia.
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Rueguen por su eterna felicidad y ofrézcanle los sufragios de Regla. Antes del
entierro, le hemos cantado una misa de difuntos, siendo celebrante el P. General
Luis Tallada y ministros P. Manuel Sirvent y Ramón Colomer. Los dos primeros
han presidido el duelo (E.P.D.) ” (Carta a la madre Antonia Vidal, Barcelona, 28
noviembre 1916).
X. ESCRITOS
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Mediante sus escasos escritos, no obstante, puede adivinarse una mujer
recia que nunca desfallece porque sólo se guía por la fe, y la búsqueda de la
voluntad de Dios es siempre su criterio de su actuación.
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fundamento sólido; y lo halla en esa mujer que vive entregada a Dios y posee la
sabiduría que de Él viene. M. M.ª Encarnación, con admiración y amor filial,
reconoce en Manyanet la persona enviada por el Señor para llenar de favores
espirituales su alma por lo que "después de Dios debo la vida de mi alma al muy
Rdo. P. Manyanet”.
Su CONSAGRACIÓN EN LA VIDA RELIGIOSA será el anhelo de toda su
vida. Deberá sufrir numerosas pruebas pero se alimentará siempre de lo esencial.
En Nazaret vive la ORACIÓN, porque ella es, por encima de otra cosa, un alma de
oración. La vemos recurrir a ella con frecuencia en momentos de gozo y de
dificultad; en momentos de trascendental importancia para el Instituto y para su
vida misma y en la cotidianeidad del día a día. Sólo desde esa experiencia de vivir
acompañada por el Señor entendemos su capacidad para vivir en soledad.
La fidelidad al carisma recibido le hará defender siempre la MISIÓN
educativa, una misión que en el s. XIX pasará por la dignificación de la mujer. M.ª
Encarnación, con certera intuición, entiende claramente que la formación de las
niñas es imprescindible si se quiere la regeneración cristiana de la sociedad. Pese a
que ella no accedió, como la mayoría de mujeres de su tiempo, a una cultura
superior, intuye, con espíritu evangélico y audacia profética el papel de la mujer
instruida en el seno de la familia. Al frente de las clases pondrá siempre las
religiosas de mayor formación, retirándose ella misma y atendiendo otros
quehaceres, en un empeño de dar primacía a la educación. Como superiora y
formadora su misión educativa será para con las religiosas y las formará para ser
“una familia para las familias”.
En Nazaret vive también el AMOR que para ella, mujer práctica y
austera, tendrá sus concreciones, la más importante de las cuales se refiere a hacer
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la voluntad de Dios. Este cumplir la voluntad de Dios se traducirá en un indiscutido
amor al Instituto, a la obra del padre Manyanet; y aunque a veces ese amor tenga
rostro de cruz va a vivir sosteniéndola y apoyándose en él.
M. M.ª Encarnación amó profundamente a sus religiosas. Las amó tan en
verdad que no buscó ser amada y aceptó que su exigencia y su forma de querer,
sin remilgos ni contemplaciones, no fuera entendida ni, a veces, aceptada.
En Nazaret vive el ESPÍRITU DE TRABAJO que le es connatural. M. M.ª
Encarnación trabajó la mayor parte de su vida en trabajos manuales. Algunas veces
con las niñas, pues destacaba en labores, pero casi siempre como medio para
sostener económicamente la casa, como medio para facilitar que otras, más
preparadas, pudieran desarrollar la tarea de la enseñanza, la única que, en
realidad, le importaba.
En Nazaret vivió la SENCILLEZ, virtud que llega a ser otra característica
suya. Cuando lucha, cuando batalla, cuando no cede, es porque cree que se tuerce
el espíritu, que les cambian el Instituto. Pero no la veremos jamás luchar por un
cargo, dolerse de ser arrinconada. Sólo ella cantará el Te Deum cuando sale elegida
su sucesora, M. M.ª del Rosario Santacana. Tiene también gran capacidad
organizativa y sentido práctico lo que, unido a su buen espíritu religioso, la
convierte en el alma mater que el Fundador necesita. Levantó con escasísimos
medios la casa noviciado de Aiguafreda y el colegio Nuestra Señora de los Ángeles
en la Sagrera (Barcelona).
Su amor a Dios y al Instituto, junto a sus virtudes humanas y espirituales,
la convirtieron en la mujer fuerte que toda familia necesita. Cultivó la devoción a la
Sagrada Familia y construyó su casa sobre la Roca Viva que es Cristo.
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XII. FAMA DE SANTIDAD
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Nazaret y han respondido a la llamada a ser Hijas de Jesús, María y José, a educar y
a promover una cultura de la familia para nuestro mundo.
Honrar con gratitud nuestras raíces nos permite mirar con esperanza el
futuro y vivir apasionadamente el presente que Dios pone en nuestras manos para
ir, de la mano de la Sagrada Familia, colaborando en la humanización y
evangelización del mundo. En familia y como familia.
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