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La monja navarra lleva 75 años en La Habana contagiando esperanza

María Jesús Miranda Juango, la pequeña religiosa, de


corazón gigante y manos pródigas

María Jesús Miranda Juango

En el corazón del Vedado, en La Habana, hay un libro de páginas vivas. Les


voy a contar su historia

Es nuestra misionera navarra en Cuba más longeva... 93 años de edad, 75


de vida consagrada y 74 en Cuba. Celebramos los 75 años como Sierva de
María Ministra de los Enfermos de Sor María Jesús Miranda
Setenta y cuatro años han sido testigos del amor “cubano” que María
Jesús ha ido gestando en su corazón, traduciéndolo en gestos concretos
de acogida, cercanía, apertura

07.07.2021 | Sor Indira, S. de M.

Se trata de nuestra querida María Jesús Miranda Juango, la religiosa pequeña de corazón
gigante y manos pródigas. Nació en Aizoain, Navarra, del matrimonio formado por Don Tomás
y Doña Julia, el día 13 de enero de 1928. Este hogar fue bendecido con el regalo de sus diez
hijos, de los cuales cuatro serían Siervas de María Ministras de los Enfermos.

Nuestra Hermana emitió su Profesión Religiosa el 4 de julio de 1946, en Burlada. Unos meses
más tarde, el 10 de febrero de 1947, cuando los viajes eran de ida pero no de vuelta, zarpó
hacia La Habana, llegando para quedarse.

Setenta y cuatro años han sido testigos del amor “cubano” que María Jesús ha ido gestando en
su corazón, traduciéndolo en gestos concretos de acogida, cercanía, apertura para integrar la
diversidad cultural, el clima distinto, los vaivenes de la historia.

Misa
En 1960 fue una de las catorce Siervas de María que permanecieron en La Habana, después de
ver marchar a más de las doscientas Hermanas que vivían en la isla. Fueron tiempos difíciles,
marcados por la incertidumbre, la soledad, la intemperie... María Jesús junto a sus trece
compañeras decidieron continuar siendo esa luz pequeña que cada noche alumbraba las calles
de la ciudad, devolviendo la esperanza al rostro de sus pobres y enfermos.

Durante los años 1985 al 2000, desempeñó el servicio de Maestra de Novicias, enseñando a las
jóvenes cubanas cómo ser mujeres consagradas felices, siguiendo las huellas de Jesús de
Nazaret y ensanchando el corazón para acoger y transformar la sociedad, desde el servicio
pequeño, puntual, efectivo y eficaz.

En la portería

Pero quizás la etapa de su vida que más nos marca es la que inicia a finales del año 2000, en la
portería de nuestra casa de 23 y F. Allí llegan numerosas personas, pobres, deambulantes;
todos necesitados del pan material, de un medicamento o de unas puertas abiertas que sean
capaces de hacer sentir “un abrazo de humanidad”. Y ese abrazo lo reciben en el gesto
misericordioso de “la madre de todos”, como suelen decirle. Cuántos bocadillos preparados,
cuántos vasos de agua, cuántos pasos de todos los días, conjugando paciencia con bondad, sus
93 años con una jornada normal de trabajo...
Por esta razón, sus palabras en la Eucaristía por sus 75 años de vida consagrada, no nos
suenan “vacías” sino muy vivas y reales:

“Hoy es un día de dar gracias a Dios por su fidelidad, no porque sea mi fiesta, sino porque todo
se lo debo a Él que ha sido fiel hasta ahora y seguirá siéndolo, yo le he fallado varías veces pero
Él es misericordioso. Le doy gracias infinitas a Él, a mis padres porque me trajeron a la
existencia con tanto cariño, me educaron en la vida cristiana junto con mis nueve hermanos,
fuimos muy felices en familia. También doy gracias a mi comunidad que siempre me ha
ayudado a vivir la fe, se ha desbordado en cariño, en ternura, en delicadeza; he vivido con las
Siervas de María 79 años, contando el tiempo de formación. Doy gracias a todas ellas, sobre
todo a las que ahora no están conmigo pero que me han ayudado en los momentos difíciles.

Sor María Jesús Miranda

También a Monseñor Juan García, a quien tanto aprecio, a todos los concelebrantes, para mí ha
sido una emoción tremenda porque yo no les esperaba, me han dado una sorpresa enorme…
Muchas gracias, pidan por mí al Señor para que sea fiel hasta la muerte. La única pena que
tengo es que no están los pobres conmigo, a quien tanto yo quiero porque la pandemia me ha
separado un poco de ellos, pero hoy le pido al Señor por todos para que les conceda lo que
necesitan. Muchas gracias, yo diría como nuestra santa fundadora: “No sé cómo dar gracias al
Señor por tantos beneficios”… Muchas gracias a todos, gracias, gracias…”
Me atrevo a asegurar que La Habana sin María Jesús perdería algo de su ser “real y
maravillosa” porque sin personas como ella se nos va el encanto, la ternura, la esperanza.
Quizás su “grandeza” es precisamente cultivar la sencillez, servir como lo más natural del
mundo, dejar que el cariño salga por esos gestos suyos “tan navarros” y que todos una vez
conocidos, anhelamos.

Sor María Jesús Miranda

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