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IMMANUEL KANT (1724-1804)

I. CONTEXTO

1. Contexto histórico

Durante el s. XVIII, la forma más común del Estado es la


monarquía absoluta que será derrocada en Francia por la
Revolución Francesa a finales del siglo. Un caso
excepcional es la monarquía parlamentaria británica. Y en
centroeuropa surge el despotismo ilustrado, una forma
política idealizada por Kant en Hacia la paz perpetua. Será
el modo de gobierno en Prusia (Federico II el Grande, 1700-
1786), Austria (José II, 1765- 1790), Rusia (Catalina II la
Grande, 1762- 1796). Se trata de países con una economía
atrasada y una sociedad casi feudal: el "déspota ilustrado"
se ve obligado a hacerlo todo lo posible por modernizar el
país. Además, los "déspotas" se sirven de las ideas de la
Ilustración - todos ellos son mecenas de filósofos- y
justifican su poder no sólo por su origen divino, sino por el
deseo de promover la felicidad del pueblo. Su lema es "Todo
para el pueblo pero sin el pueblo".

2. Contexto cultural

En la historia del pensamiento al siglo XVIII se le llama Siglo de las Luces. Se tiene conciencia
de que empieza algo nuevo, de que la razón y la ciencia iluminan por fin al ser humano, de que las
tinieblas del pasado han pasado. El personaje principal de la filosofía del s. XVIII es el ilustrado, el
librepensador. Su pensamiento consiste en una crítica universal, en un ataque frontal a cualquier
forma de dogma religioso, superstición, fanatismo u opresión intelectual, social o política.

La razón, aun reconociendo sus propios límites, es la única guía del ser humano, ya que se ha
rechazado la guía de la tradición. Ello supone que la razón se considera ya liberada de toda tutela
exterior, de toda autoridad, especialmente de la religión. Al contrario, es ahora la razón la que
juzga sobre el valor de la religión (deísmo).

Creen en el progreso de la humanidad gracias al desarrollo de la razón. Ejercen una labor de


"publicistas" divulgando a través de Enciclopedias y Diccionarios los avances científicos y
filosóficos. La Encicopedia de Diderot y D'Alembert, que defendía los principios de tolerancia,
cosmopolitismo y respeto a la dignidad del ser humano, es la mejor expresión de los ideales
ilustrados.

En el terreno científico, la física de Newton (adoptada por Kant como modelo de conocimiento
científico riguroso) culminaba la revolución científica de Copérnico, Kepler y Galileo, con una
concepción de la ciencia basada en la combinación de la experimentación y el cálculo matemático.

Se considera que la humanidad progresa, que la historia avanza lenta pero inexorablemente de lo
peor hacia lo mejor. Se generalizó la actitud crítica ante el pasado y se consideró que la
humanidad y la razón podrían perfeccionarse infinitamente. Kant fue de esta opinión pues
consideraba que la humanidad avanza lenta pero de forma segura hacia la paz mientras que
Rousseau pensaba que la historia de la humanidad no era tanto un progreso sino un retroceso
respecto a un estado de naturaleza ideal.

3. Contexto filosófico

El pensamiento kantiano se desarrolla en la segunda mitad del siglo XVIII, cuando la ilustración
europea está en plena efervescencia. Su filosofía recogerá las inquietudes de dos grandes corrientes
de pensamiento y a ellas ofrecerá soluciones originales: el racionalismo continental y el empirismo
procedente de Gran Bretaña. En el terreno epistemológico su obra Crítica de la razón pura (1781)
ofrece una síntesis entre dichas corrientes. En el terreno de la filosofía práctica, Kant propondrá una
ética formal frente a la ética clásica aristotélica (eudemonismo) y, sobre todo frente al utilitarismo
de su tiempo.

Para Kant, el conocimiento científico (objeto de la razón teórica) es posible por la unidad sintética
que tiene lugar en la conciencia entre un elemento material empírico, las sensaciones, y un
elemento formal, integrado tanto por las formas a priori de la intuición sensible (el espacio y el
tiempo) como por las categorías (entre ellas, la que alcanza mayor relevancia es la causalidad).
Ello significa que, en su opinión, lo único que puede ser conocido en sentido estricto son los
fenómenos, los objetos sensibles, pero no el noúmenos, las cosas en sí o los objetos
metafísicos como Dios, la inmortalidad del alma, la libertad. Ahora bien, que no exista lugar para
ellos en el uso teórico de la razón no quiere decir que no ocupen ningún papel en absoluto; para
Kant, constituyen condiciones o postulados de la razón práctica que hacen posible la moralidad
misma; no son nociones de algo, sino nociones para algo. Son, dicho en su terminología, ideas
regulativas del obrar.

En el ámbito político-moral Kant criticará la visión utilitarista de la ética, en teóricos de la mayor


trascendencia como Adam Smith. Este economista defensor del liberalismo defendía la utilidad
como esencial a la conquista de la felicidad. Así lo defendía en su obra La riqueza de las naciones
1776. Y si dichos pensadores cifraban la utilidad social en la mayor felicidad alcanzada, entendiendo
esta como el bienestar por acceder a la satisfacción de las necesidades, Kant va a anteponer el
deber a esta supuesta felicidad. El deber está por encima de la felicidad, es superior a la satisfacción
de la necesidad como fuente del placer además. Lo útil para alcanzar el fin de la satisfacción no
puede ser un fin moral.
II. LA FILOSOFÍA ÉTICO-POLÍTICA DE KANT

Kant se identificó plenamente con los ideales de la Ilustración europea. En un opúsculo titulado
¿Qué es la Ilustración? escribe que el lema de la Ilustración es: "Atrévete a pensar por ti mismo"
La emancipación del ser humano por medio de la razón es el programa de la Ilustración,
forma parte de los ideales de la Revolución francesa y es también el núcleo del proyecto
filosófico de Kant.

Kant señaló que "la filosofía" puede reducirse a tres preguntas fundamentales. 1ª)¿Qué puedo
saber? 2ª)¿Qué debo hacer? 3ª)¿Qué me está permitido esperar? Todas se resumen en una
última pregunta ¿Qué es el ser humano? En torno a estas preguntas organizaremos los
contenidos del tema.

2.1. ¿Qué puedo saber?

¿Qué puedo saber? es la primera de las preguntas que debe hacerse la filosofía y el tema de la
Crítica de la razón pura. La obra apareció en 1781. La Crítica de la razón pura está consagrada a
resolver este problema: ¿Es la metafísica una "ciencia"? Y si no lo es todavía, ¿puede aspirar a
convertirse en ciencia?

La teoría del conocimiento de Kant intenta resolver la oposición entre racionalismo y empirismo.
Para el racionalismo cartesiano todo nuestro conocimiento tiene su origen en la razón, y la
metafísica, aplicando el método correcto, puede aspirar a conocerlo todo. Para el segundo, el
origen y el límite de nuestro conocimiento es la experiencia y por ello, siguiendo a Hume, la
metafísica es imposible y las leyes de la física son meras creencias contingentes.

La solución kantiana pasa por realizar una síntesis de racionalismo y empirismo. Esta consiste en
afirmar que sólo hay conocimiento cuando a los elementos racionales del conocimiento se les
suma la experiencia sensible. De este modo Kant, al contrario que Hume, sitúa como modelo de
conocimiento a la física de Newton, ejemplo paradigmático de síntesis de razón matemática y
experiencia, y, coincidiendo con Hume, excluye del conocimiento a la metafísica dogmática.

2.2. ¿Qué debo hacer?

2.2.1. El deber

Kant se ocupa del tema de la moral en su obra Crítica de la razón práctica. Kant parte del hecho
de que todos tenemos la experiencia del "deber moral". Es decir, todos somos capaces de
diferenciar entre lo que nos gusta o nos interesa hacer y lo que debemos hacer. Y la moral tiene
que ver con esto último, con el "deber".

Si el "saber" se expresa mediante juicios o proposiciones del tipo "A es B", el "deber" se expresa
mediante mandatos o imperativos del tipo: "Debes hacer X". La cuestión es la siguiente: ¿qué
condiciones requiere un imperativo moral para ser realmente un deber moral? Recuérdese que,
según Kant, los juicios científicos debían ser "universales y necesarios". Lo mismo sucede con los
imperativos morales: han de ser necesarios y universales para que constituyan realmente deberes
morales. O un deber obliga a todos, o no es realmente un deber moral. La cuestión es entonces la
siguiente: ¿Cómo es posible establecer deberes universales? Mediante una moral formal basada
en el imperativo categórico. Kant añade algo esencial en su concepción de la moralidad: sólo
cuando obramos por deber es cuando nuestra voluntad puede calificarse de buena, es cuando
somos "buenos" moralmente. No basta obrar conforme al deber, porque podríamos hacerlo por
motivos egoístas y entonces nuestra acción sería sólo "legal", pero no "moral". Una voluntad es
"buena" (moralmente) únicamente cuando se decide a obrar por puro respeto a la ley moral.

2.2.2. La ética formal y el imperativo categórico


Los imperativos morales pueden ser de dos tipos:

a) Máximas: principios subjetivos de acción


b) Leyes prácticas: Son principios objetivos y universales, es decir, válidos para todos.

El deber moral se expresa mediante leyes. Kant dice que hay dos clases de moral: la moral
material y la moral formal:

Éticas materiales

Una moral es material cuando sus imperativos nos dicen qué tenemos que hacer -la norma que
hay que seguir- y qué fin obtendremos si actuamos de ese modo. Un ejemplo: "Si quieres ser feliz
-fin- entonces debes elegir siempre el término medio -norma-" Todos los sistemas morales
anteriores al de Kant son "materiales". Kant considera que fueron incapaces de fundar deberes
universales. En efecto, los imperativos de esta moral son siempre hipotéticos, del tipo: "Si
quieres..., entonces debes..." : Por ello, el imperativo sólo obligaría a los que aceptan el fin (por
ejemplo, la felicidad), pero no a los que no lo acepten como algo deseable: no sería, pues, un
deber universal. Además, estos imperativos son siempre empíricos o materiales, ya que sólo
mediante la experiencia se puede determinar cuáles son las normas para alcanzar la felicidad.
Ahora bien, la experiencia no puede nunca fundamentar una afirmación universal. Así, es posible
que mucha gente no esté de acuerdo en que la felicidad se encuentre en el término medio. Las
morales materiales no incluyen, por tanto, leyes prácticas sino sólo máximas.

Éticas formales

La moral formal no contiene imperativos "materiales" que digan lo que hay que hacer. Contiene un
único imperativo que sólo expresa lo que constituye la "forma" de cualquier imperativo moral: el
deber universal. Este imperativo es: "Obra sólo según una máxima tal que puedas querer al
mismo tiempo que se torne ley universal".

Se trata de un imperativo categórico, porque no está sometido a condición alguna, es decir, no


dice: "Si quieres..." (en cuyo caso sería hipotético). Y es formal, ya que no expresa lo que hay que
hacer (entonces sería material). Lo único que dice es que para que una "máxima" personal de
conducta pueda ser considerada por mí como un deber moral, es preciso que yo pueda querer
que se convierta en un deber universal. Es decir, que lo que yo considero un deber para mí deba
ser también un deber para todos. El imperativo de la moral kantiana es, pues: 1) categórico, 2)
formal, 3) racional y 4) a priori.

La moral formal defiende la autonomía de la voluntad. En el ámbito moral soy yo - mi voluntad-


quien decide qué máxima moral debo seguir (usando como procedimiento el imperativo
categórico). Las morales materiales, en cambio, son heterónomas: son ellas las que nos dicen lo
que debemos hacer. Actualmenteb se considera la moral formal kantiana como una moral
procedimental. Es decir, no establece una tabla de deberes, sino únicamente expresa el
"procedimiento" mediante el cual es posible discernir si un precepto puede considerarse como
moral o no. Y ese procedimiento es su universalizabilidad. Un ejemplo propuesto por el mismo
Kant es el siguiente. Si alguien adopta como máxima de su conducta "No estoy obligado a cumplir
mis promesas", debe preguntarse si eso puede convertirse en ley universal. Pero yo no puedo
querer eso sin caer en una contradicción. En efecto, si nadie cumpliese sus promesas
prometer algo carecería de sentido.

Los postulados de la razón práctica

Los postulados de la razón práctica son presupuestos o condiciones necesarias de la existencia


de la moralidad, es decir, proposiciones que es necesario suponer si no queremos admitir que la
moral y el deber no son más que un absurdo. De esta manera Kant rescata los grandes temas
metafísicos a través de la razón práctica. Así:
1. La libertad. ¿Qué sentido tienen el deber, la culpa, la responsabilidad, los juicios si no
somos libres?

2. La inmortalidad del alma. La Naturaleza ha puesto en el hombre la tendencia al deber y


ya sabemos que la Naturaleza no hace nada en vano. Si ha puesto dicha tendencia en el hombre
la ha puesto para que sea cumplida pero en esta vida el hombre es un ser limitado, condicionado
por las urgencias del cuerpo, por el deseo, por el egoísmo... Por ello, como garantía de la
posibilidad de un progreso indefinido en la virtud es necesario que el hombre sea inmortal.

3. La existencia de Dios. La virtud consiste en la intención y la lucha por someterse al deber


por el deber mismo. La felicidad (bien supremo de ser humano, recuérdese a Aristóteles) queda
excluida como motivo determinante de la acción moral; pero no como "premio" de la virtud. Para
los epicúreos y los estoicos, virtud y felicidad coincidían. Pero tal coincidencia no es evidente. A
menudo observamos que el cumplimiento del deber lleva aparejado normalmente lo contrario a la
felicidad. Para que el deber y la moral tengan sentido es necesario que Dios exista y haga
coincidir virtud y felicidad en el futuro. Dios, inmortalidad y libertad no son fenómenos, sino
noúmenos. Son indemostrables e incognoscibles. Los postulados de la razón práctica únicamente
nos permiten creer en ellos, pero creer con una "fe racional", es decir, "creer con algún
fundamento racional". En definitiva, el resultado de las dos primeras críticas es "suprimir el saber
[metafísico] para dejar sitio a la fe".

2.3. ¿Qué me está permitido esperar?

La tercera pregunta (¿Qué me está permitido esperar?) es abordada en obras mucho más breves.
El esperar se refiere al futuro, y por eso desborda el marco de la ciencia y de la moral, que sólo se
ocupan de lo que "es" y lo que "debe ser" ; pero no de lo que se espera que "será". Pero, de
hecho, el esperar presupone el concepto de finalidad: se espera siempre la consecución de un
"fin".

Justamente, el concepto de finalidad es estudiado en la tercera de las "críticas", la Crítica del


juicio (1790). En la Crítica del juicio Kant reconoce que aunque no hay fines en la naturaleza ni
en la historia pues todo sucede mecánicamente. Pero el ser humano necesita la finalidad para
poder dar sentido a los acontecimientos. La finalidad permite "pensar" la realidad de un modo
adecuado a las necesidades del ser humano. Supuesto esto, ¿qué finalidades puedo esperar que
se realizarán?

1. La felicidad. La única garantía de que alcanzaremos la felicidad es Dios. La esperanza en


la felicidad es objeto, pues, no de la moral, sino de la religión, entendida ésta como "religión
natural" o fe racional.

2. El triunfo del bien. En el ser humano habitan dos principios contrapuestos: el principio
bueno y el principio malo, los cuales se encuentran en lucha por dominarlo. El principio malo
conduce a subordinar el respeto a la ley -único móvil moral legítimo- al amor propio, y radica en la
fragilidad de la libertad humana para practicar la ley moral. Pero es lícito esperar un triunfo del
principio bueno, es decir, de la recta motivación moral. Tal triunfo no es posible fuera de una
comunidad de seres humanos organizada, precisamente, sobre una base moral. La constitución
de una "comunidad ética" es lo único que puede liberarle del mal.

3. La paz perpetua. La paz es, en primer lugar, el sentido último del progreso y de la historia,
tal y como se muestra en el opúsculo Idea de una historia universal en sentido cosmopolita (1784).
También debe ser el objetivo del ordenamiento político. Es el tema del opúsculo Sobre la paz
perpetua (1795), en el que traza Kant el esbozo de un Derecho internacional fundado en una
federación de Estados libres.
III. "CONTESTACIÓN A LA PREGUNTA: ¿QUÉ ES ILUSTRACIÓN?" (1784)

"¿Qué es la Ilustración?" es un artículo que Kant publicó en 1784 como respuesta a otro escrito
por el pastor protestante Zöllner. En 1783 se había publicado un ensayo en el que se defendía la
separación entre el matrimonio civil y el eclesiástico, al que Zöllner se había opuesto
argumentando en sentido contrario. Ante ello, Kant reaccionó diciendo que recurrir a la religión
para afianzar lazos entre las personas es tratar a éstas como menores de edad. Por eso este
artículo tiene como principal objetivo la defensa de la libertad religiosa.

La argumentación kantiana es la siguiente: ¿Qué es la Ilustración? La salida de la minoría de


edad. Pero, ¿en qué consiste la minoría de edad? En no pensar por sí mismo, teniendo la edad y
las capacidades suficientes. ¿Por qué se es menor de edad? Por pereza, por cobardía, por la
acción de los tutores y por costumbre. Para conseguir la mayoría de edad hay que dar libertad.
Pero la libertad ha de entenderse como hacer un uso público de la razón, que no es lo mismo que
un uso privado de la misma. Naturalmente, no es lo mismo una época ilustrada que una época de
ilustración, pero, afortunadamente, estamos en una época de Ilustración gracias a la labor de
Federico II el Grande, que ha dado al pueblo libertad religiosa y libertad de expresión. Cuando el
pueblo goce de autonomía, podrá conquistar su libertad.

3.1. Definición de Ilustración y minoría de edad.


Ilustración significa el abandono por parte del hombre de una minoría de edad cuyo
responsable es él mismo. Esta minoría de edad significa la incapacidad para servirse
de su entendimiento sin verse guiado por algún otro. Uno mismo es el culpable de
dicha minoría de edad cuando su causa no reside en la falta de entendimiento, sino en
la falta de resolución y valor para servirse del suyo propio sin la guía del de algún otro.
Sapere aude! ¡Ten valor para servirte de tu propio entendimiento! Tal es el lema de la
Ilustración.

Kant ofrece en este párrafo la definición más conocida de Ilustración: ¡piensa por ti mismo! o lo
que es lo mismo, no dejes que otros piensen por ti. Del mismo modo que la ciencia había
conseguido progresar al desvincularse del dogmatismo religioso y la filosofía griega (Aristóteles),
así también la Ilustración como movimiento cultural aspira a extender esa idea a todas las artes y
ámbitos del saber. Mientras el pensamiento y los individuos continúen sometidos a dogmas
religiosos o políticos y no sigan su propio camino permanecerán en minoría de edad, una
condición de la que son culpables y están obligados a remediar. Un ejemplo especialmente
significativo de este “pensar por ti mismo” fue la labor que llevó a cabo la Enciclopedia de Diderot
y D’Alembert. Su objetivo final era la emancipación política y el progreso moral del género humano
a través de la difusión del saber.

3.2. Causas de la minoría de edad: pereza y cobardía


Pereza y cobardía son las causas merced a las cuales tantos hombres continúan
siendo con gusto, menores de edad durante toda su vida, pese a que la Naturaleza los
haya liberado hace ya tiempo de una conducción ajena (haciéndoles físicamente
adultos); y por eso les ha resultado tan fácil a otros el erigirse en tutores suyos. Es tan
cómodo ser menor de edad. Basta con tener un libro que supla mi entendimiento,
alguien que vele por mi alma y haga las veces de mi conciencia moral, a un médico
que me prescriba la dieta, etc., para que yo no tenga que tomarme tales molestias. No
me hace falta pensar, siempre que pueda pagar; otros asumirán por mí tan engorrosa
tarea.

Kant atribuye la causa de la minoría de edad a la “pereza” y la “cobardía” de los individuos. Por un
lado el dogmatismo acrítico resulta cómodo, pues nos permite no cuestionar nada del mundo que
nos rodea. Podemos, por ejemplo, vivir eternamente hipnotizados por el televisor. Por otro lado,
renunciar a los prejuicios y las consignas heredadas es una tarea que requiere cierto valor. Es
natural que el vacío de la libertad inspire un cierto temor. Por pereza preferimos que un libro
piense por nosotros antes que pensar por nosotros mismos. Esta idea tiene mucha vigencia hoy
día pues vemos cómo la mayoría no es crítica con la información que recibe, ya sea a través de
los libros, de la televisión o Internet. Por cobardía pagamos al sacerdote para que nos garantice el
cielo y así no tener que preocuparnos de una muerte cierta. y al médico para que nos garantice la
salud cuando lo único realmente eficaz es mantenerse “moderado en el goce y paciente en la
enfermedad”.
Este párrafo guarda cierto parecido con la opinión que Platón expone en La República donde
afirma que una sociedad en la que abunden médicos y abogados es una sociedad en segura
decadencia.

3.3. Intereses políticos en mantener a los hombres en minoría de edad.


El que la mayor parte de los hombres (incluyendo a todo el bello sexo) consideren el
paso hacia la mayoría de edad como algo harto peligroso, además de muy molesto, es
algo por lo cual velan aquellos tutores que tan amablemente han echado sobre sí esa
labor de superintendencia. Tras entontecer primero a su rebaño e impedir
cuidadosamente que esas mansas criaturas se atrevan a dar un solo paso fuera de las
andaderas donde han sido confinados, les muestran luego el peligro que les acecha
cuando intentan caminar solos por su cuenta y riesgo. Mas ese peligro no es
ciertamente tan enorme, puesto que finalmente aprenderían a caminar bien después
de dar unos cuantos tropezones; pero el ejemplo de un simple tropiezo basta para
intimidar y suele servir como escarmiento para volver a intentarlo de nuevo.

Los tutores que permanecen interesados en mantener a la humanidad en su minoría de edad en


realidad tienen una clara motivación política. Kant se refiere irónicamente a médicos, abogados y
sacerdotes como instrumentos del gobierno para manejar a sus administrados. Los peligros
inevitables de comenzar a pensar por uno mismo son calificados por dichos tutores como
obstáculos insalvables mientras que Kant ve en ellos tropiezos necesarios en el camino a la
libertad.
En realidad hacían bien esos tutores, esos administradores del Estado, en luchar contra la
expansión de la consigna “piensa por ti mismo” pues en poco tiempo esta sería el germen de
revoluciones y desórdenes sociales que cambiarían el mapa de Europa.
El papel de esos tutores es análogo al que desempeñan los sofistas en el mito de la caverna de
Platón.

3.4. Dificultades del individuo solitario para liberarse de los grilletes que lo encadenan a la
minoría de edad.
Así pues, resulta difícil para cualquier individuo el zafarse de una minoría de edad que
casi se ha convertido en algo connatural. Incluso se ha encariñado con ella y eso le
hace sentirse realmente incapaz de utilizar su propio entendimiento, dado que nunca
se le ha dejado hacer ese intento. Reglamentos y fórmulas, instrumentos mecánicos
de un uso racional –o más bien abuso- de sus dotes naturales, constituyen los grilletes
de una permanente minoría de edad. Quien lograra quitárselos acabaría dando un
salto inseguro para salvar la más pequeña zanja, al no estar habituado a semejante
libertad de movimientos. De ahí que sean muy pocos quienes han conseguido, gracias
al cultivo de su propio ingenio, desenredar las ataduras que les ligaban a esta minoría
de edad y caminar con paso seguro.

En este párrafo Kant compara a los individuos en minoría de edad con los personajes
encadenados del mito de la caverna de Platón, tan acostumbrados a la oscuridad y las sombras,
que de ningún modo desean abrirse paso hasta la luz. Al individuo solitario le resulta
extraordinariamente difícil “pensar por sí mismo”, abrirse paso hacia la verdad y la libertad, pues
durante toda su vida ha tenido el entendimiento constreñido por dogmas políticos y religiosos. Son
muy pocos los que han conseguido abandonar la minoría de edad y guiarse sólo por su propio
ingenio.
Observa que la metáfora de los grilletes nos remiten de nuevo al mito de la caverna de Platón. La
dificultad para adentrarse en los caminos del saber también estaba presente, por ejemplo, en
Heráclito, cuando decía que no están los hombres más cerca del logos antes que después de
haberle escuchado.

3.5. Posibilidad de que la Ilustración tenga lugar en una sociedad en la que haya libertad de
expresión.
Sin embargo, hay más posibilidades de que un público se ilustre a sí mismo; algo que
casi es inevitable, con tal de que se le conceda libertad. Pues ahí siempre nos
encontraremos con algunos que piensen por cuenta propia incluso entre quienes han
sido erigidos como tutores de la gente, los cuales, tras haberse desprendido ellos
mismos del yugo de la minoría de edad, difundirán en torno suyo el espíritu de una
estimación racional del propio valor y de la vocación a pensar por sí mismo. Pero aquí
se da una circunstancia muy especial: aquel público, que previamente había sido
sometido a tal yugo por ellos mismos, les obliga luego a permanecer bajo él, cuando
se ve instigado a ello por algunos de sus tutores que son de suyo incapaces de toda
ilustración; así de perjudicial resulta inculcar prejuicios, pues éstos acaban por
vengarse de quienes fueron sus antecesores o sus autores. De ahí que un público sólo
pueda conseguir lentamente la ilustración. Mediante una revolución acaso se logre
derrocar un despotismo personal y la opresión generada por la codicia o la ambición,
pero nunca logrará establecer una auténtica reforma del modo de pensar; bien al
contrario, tanto los nuevos prejuicios como los antiguos servirán de rienda para esa
enorme muchedumbre sin pensamiento alguno.

Sin embargo, si no pensamos en un individuo sino en un colectivo social en el que los


gobernantes autoricen la libertad de expresión siempre es posible que algunos que hayan
superado el “yugo” de la minoría de edad eduquen al resto para liberarlos. Los que un día fueron
“tutores”, es decir, administradores del Estado, pueden inspirar la libertad de pensamiento en los
demás. Pero, dice Kant, “aquí se da una circunstancia muy especial”: es posible que ese mismo
público les obligue a restablecer los antiguos prejuicios porque depende completamente de ellos.
Este fragmento es similar a aquel en que los prisioneros de la caverna calumnian y persiguen
hasta la muerte al filósofo que intenta enseñarles el camino hacia la luz.
Si lo exponemos en términos políticos diríamos que es posible inspirar a un pueblo para que
busque su libertad pero también es probable que ese mismo pueblo exija luego que se restaure el
orden. Así de vengativos son los viejos prejuicios. Kant, por tanto, rechaza de plano la posibilidad
de una revolución que probablemente termine en un nuevo despotismo. Sólo es posible una
reforma política y del pensar si se avanza poco a poco. El pensamiento político de Kant es
contradictorio: por un lado estimula el librepensamiento y por otro sus ideas políticas son
extremadamente conservadoras. En realidad, Kant confía en que el monarca, su idolatrado
Federico II, irá introduciendo las reformas paulatinas para que la sociedad progrese lentamente
hacia la constitución republicana caracterizada por el principio de representatividad y la
separación de poderes.
Los prejuicios de Kant contra las posibilidades de la revolución representan una gran diferencia
con el pensamiento de Marx. Observa que para Marx la revolución es el único modo de dar paso a
una sociedad postclasista.
3.6. La Ilustración sólo requiere de una condición, la libertad entendida como el uso público
de la razón en todos los terrenos. Esta libertad ha de tener límites bien definidos en el caso
del uso privado de la razón.
Para esta ilustración tan sólo se requiere libertad y, a decir verdad, la más inofensiva
de cuantas pueden llamarse así: el hacer uso público de la propia razón en todos los
terrenos. Actualmente oigo clamar por doquier: ¡No razones!. El oficial ordena: ¡No
razones, adiéstrate! El asesor fiscal: ¡no razones y limítate a pagar tus impuestos! El
consejero espiritual: ¡No razones, ten fe! (Sólo un único señor en el mundo dice:
razonad cuanto queráis y sobre todo lo que gustéis, mas no dejéis de obedecer.)
Impera por doquier una restricción de la libertad. Pero, ¿cuál es el límite que la
obstaculiza y cuál es el que, bien al contrario, la promueve? He aquí mi respuesta: el
uso público de su razón tiene que ser siempre libre y es el único que puede procurar
ilustración entre los hombres; en cambio muy a menudo cabe restringir su uso privado,
sin que por ello quede particularmente obstaculizado el progreso de la ilustración. Por
uso público de la propia razón entiendo aquél que cualquiera puede hacer, como
alguien docto, ante todo ese público que configura el universo de los lectores.
Denomino uso privado al que cabe hacer de la propia razón en una determinada
función o puesto civil que se le haya confiado. En algunos asuntos encaminados al
interés de la comunidad se hace necesario un cierto automatismo, merced al cual
ciertos miembros de la comunidad tienen que comportarse pasivamente para verse
orientados por el gobierno hacia fines públicos mediante una unanimidad artificial o,
cuando menos, para que no perturben la consecución de tales metas. Desde luego,
aquí no cabe razonar, sino que uno ha de obedecer. Sin embargo, en cuanto esta
parte de la maquinaria sea considerada como miembro de una comunidad global e
incluso cosmopolita y, por lo tanto, se considere su condición de alguien instruido que
se dirige sensatamente a un público mediante sus escritos, entonces resulta obvio que
puede razonar sin afectar con ello a esos asuntos en donde se vea parcialmente
concernido como miembro pasivo.

La ilustración sólo requiere de la forma más sencilla e inofensiva de libertad: la libertad política
negativa. Los administradores del Estado, los tutores, (el ejército, Hacienda y el clero) no cesan
de dar órdenes y además prohíben a todos razonar. Ven en el librepensamiento un peligro para el
orden social y no una condición necesaria para el progreso de la Humanidad.
Sólo un hombre invita a su pueblo a razonar, Federico II, aunque, por otro lado, también le exige
obediencia. Así, el uso público de la razón debe ser limitado por su uso privado. Todo el que forme
parte de la maquinaria del Estado debe obedecer. El soldado ha de cumplir órdenes y el
ciudadano pagar impuestos. Posteriormente, en cuanto miembros de una comunidad cosmopolita
pueden hacer públicas sus quejas y observaciones mediante sus escritos. Pero siempre han de
obedecer primero.
Para Kant la distinción tiene un uso importante que es el evitar el recurso a la revolución. Tanto en
La metafísica de las costumbres como Teoría y práctica Kant es taxativo: cualquier tipo de
desobediencia al soberano está injustificada, es un absurdo jurídico. Para Kant el progreso hacia
una constitución republicana no habría de realizarse mediante revolución sino mediante paulatinas
reformas constitucionales realizadas por el soberano.
Sin embargo, como filósofo de la historia, en El conflicto de las facultades, cuando Kant sugiere
una prueba empírica de que el ser humano progresa hacia lo mejor usa como ejemplo la
Revolución Francesa. Pero aunque se deje llevar por el entusiasmo de la revolución al mismo
tiempo prefiere mantenerla alejada de Prusia. Insiste en que Federico II implementará las
reformas necesarias para alcanzar el republicanismo. El pueblo, por tanto, sólo necesita la libertad
de pluma y no las armas.
Esta contradicción entre en el entusiasmo por la Revolución Francesa y los límites que impone el
uso privado de la razón pudo deberse al miedo a la censura. Kant ya había tenido problemas en la
publicación de La religión dentro de los límites de la mera razón donde somete los dogmas
religiosos al tribunal de la razón.
En cualquier caso, hay una enorme diferencia con las ideas revolucionarias que expondrá mas
tarde Marx. Este decía que los filósofos no habían venido al mundo para hacer teorías o escribir
libros sino para transformarlo.

3.7. El uso privado de la razón en los casos del oficial del ejército, el ciudadano que paga
sus impuestos y el pastor religioso.
Ciertamente, resultaría muy pernicioso que un oficial, a quien sus superiores le hayan
ordenado algo, pretendiese sutilizar en voz alta y durante el servicio sobre la
conveniencia o la utilidad de tal orden; tiene que obedecer. Pero en justicia no se le
puede prohibir que, como experto, haga observaciones acerca de los defectos del
servicio militar y los presente ante su público para ser enjuiciados. El ciudadano no
puede negarse a pagar los impuestos que se le hayan asignado; e incluso una
indiscreta crítica hacia tales tributos al ir a satisfacerlos quedaría penalizada como un
escándalo (pues podría originar una insubordinación generalizada). A pesar de lo cual,
él mismo no actuará contra el deber de un ciudadano si, en tanto que especialista,
expresa públicamente sus tesis contra la inconveniencia o la injusticia de tales
impuestos. Igualmente, un sacerdote está obligado a hacer sus homilías, dirigidas a
sus catecúmenos y feligreses, con arreglo al credo de aquella Iglesia a la que sirve;
puesto que fue aceptado en ella bajo esa condición. Pero en cuanto persona docta
tiene plena libertad, además de la vocación para hacerlo así, de participar al público
todos sus bienintencionados y cuidadosamente revisados pensamientos sobre las
deficiencias de aquel credo, así como sus propuestas tendentes a mejorar la
implantación de la religión y la comunidad eclesiástica. En esto tampoco hay nada que
pudiese originar un cargo de conciencia. Pues lo que enseña en función de su puesto,
como encargado de los asuntos de la Iglesia, será presentado como algo con respecto
a lo cual él no tiene libre potestad para enseñarlo según su buen parecer, sino que ha
sido emplazado a exponerlo según una prescripción ajena y en nombre de otro. Dirá:
nuestra Iglesia enseña esto o aquello; he ahí los argumentos de que se sirve. Luego
extraerá para su parroquia todos los beneficios prácticos de unos dogmas que él
mismo no suscribiría con plena convicción, pero a cuya exposición sí puede
comprometerse, porque no es del todo imposible que la verdad subyazca escondida
en ellos o, cuando menos, en cualquier caso no haya nada contradictorio con la
religión íntima. Pues si creyese encontrar esto último en dichos dogmas, no podría
desempeñar su cargo en conciencia; tendría que dimitir. Por consiguiente, el uso de su
razón que un predicador comisionado a tal efecto hace ante su comunidad es
meramente un uso privado; porque, por muy grande que sea ese auditorio, siempre
constituirá una reunión doméstica; y bajo este respecto él, en cuanto sacerdote, no es
libre, ni tampoco le cabe serlo, al estar ejecutando un encargo ajeno. En cambio, como
alguien docto que habla mediante sus escritos al público en general, es decir, al
mundo, dicho sacerdote disfruta de una libertad ilimitada en el uso público de su razón,
para servirse de su propia razón y hablar en nombre de su propia persona. Que los
tutores del pueblo (en asuntos espirituales) deban ser a su vez menores de edad
constituye un absurdo que termina por perpetuar toda suerte de disparates.

Kant aplica la distinción entre uso privado y uso público de la razón a tres casos concretos. El
oficial del ejército que recibe una orden ha de obedecer aunque luego pueda hacer públicas las
observaciones que considere convenientes sobre los defectos del servicio militar. El ciudadano no
puede negarse a pagar sus impuestos pues podría llevar a la quiebra al Estado. Pero en tanto
persona docta puede publicar su opinión contraria respecto a la conveniencia tales impuestos. En
el caso de un pastor religioso que habla a su comunidad tiene que atenerse a los dogmas de su
religión. Sin embargo, como miembro de la comunidad tiene libertad ilimitada para hacer uso de
su razón y comunicar los resultados de sus pensamientos. Los tutores del pueblo en asuntos
espirituales no pueden ser “menores de edad” pues eso significa un gran lastre para el progreso
social.
En este fragmento Kant sigue haciendo equilibrios entre Rousseau (libertad para el libre uso de la
razón) y Hobbes (siempre obedecer).

3.8. Un monarca sólo puede imponer las leyes que el pueblo esté dispuesto a darse a sí
mismo.
Ahora bien, ¿acaso una asociación eclesiástica –cual una especie de sínodo o (como
se autodenomina entre los holandeses) grupo venerable- no debiera estar autorizada a
juramentarse sobre cierto credo inmutable, para ejercer una suprema e incesante
tutela sobre cada uno de sus miembros y, a través suyo, sobre el pueblo, á fin de
eternizarse? Yo mantengo que tal cosa es completamente imposible. Semejante
contrato, que daría por cancelada para siempre cualquier ilustración ulterior del género
humano, es absolutamente nulo e inválido; y seguiría siendo así, aun cuando quedase
ratificado por el poder supremo, la dieta imperial y los más solemnes tratados de paz.
Una época no puede aliarse y conjurarse para dejar a la siguiente en un estado en que
no le haya de ser posible ampliar sus conocimientos (sobre todo los más apremiantes),
rectificar sus errores y en general seguir avanzando hacia la ilustración. Tal cosa
supondría un crimen contra la naturaleza humana, cuyo destino primordial consiste
justamente en ese progresar; y la posteridad estaría por lo tanto perfectamente
legitimada para recusar aquel acuerdo adoptado de un modo tan incompetente como
ultrajante. La piedra de toque de todo cuanto puede acordarse como ley para un
pueblo se cifra en esta cuestión: ¿acaso podría un pueblo imponerse a sí mismo
semejante ley? En orden a establecer cierta regulación podría quedar estipulada esta
ley, a la espera de que haya una mejor lo antes posible: que todo ciudadano y
especialmente los clérigos sean libres en cuanto expertos para expresar públicamente,
o sea, mediante escritos, sus observaciones sobre los defectos de la actual institución;
mientras tanto el orden establecido perdurará hasta que la comprensión sobre la
índole de tales cuestiones se haya extendido y acreditado públicamente tanto como
para lograr, mediante la unión de sus voces (aunque no sea unánime), elevar hasta el
trono una propuesta para proteger a esos colectivos que, con arreglo a sus nociones
de una mejor comprensión, se hayan reunido para emprender una reforma institucional
en materia de religión, sin molestar a quienes prefieran conformarse con el antiguo
orden establecido. Pero es absolutamente ilícito ponerse de acuerdo sobre la
persistencia de una constitución religiosa que nadie pudiera poner en duda
públicamente, ni tan siquiera para el lapso que dura la vida de un hombre, porque con
ello se anula y esteriliza un período en el curso de la humanidad hacia su mejora,
causándose así un grave perjuicio a la posteridad. Un hombre puede postergar la
ilustración para su propia persona y sólo por algún tiempo en aquello que le incumbe
saber; pero renunciar a ella significa por lo que atañe a su persona, pero todavía más
por lo que concierne a la posteridad, vulnerar y pisotear los sagrados derechos de la
humanidad. Mas lo que a un pueblo no le resulta lícito decidir sobre sí mismo, menos
aún le cabe decidirlo a un monarca sobre el pueblo; porque su autoridad legislativa
descansa precisamente en que reúne la voluntad íntegra del pueblo en la suya propia.
A este respecto, si ese monarca se limita a hacer coexistir con el ordenamiento civil
cualquier mejora presunta o auténtica, entonces dejará que los súbditos hagan cuanto
encuentren necesario para la salvación de su alma; esto es algo que no le incumbe en
absoluto, pero en cambio sí le compete impedir que unos perturben violentamente a
otros, al emplear toda su capacidad en la determinación y promoción de dicha
salvación. El monarca daña su propia majestad cuando se inmiscuye sometiendo al
control gubernamental los escritos en que sus súbditos intentan clarificar sus
opiniones, tanto si lo hace por considerar superior su propio criterio, con lo cual se
hace acreedor del reproche: Caesar non est supra Grammaticos, como -mucho más
todavía- si humilla su poder supremo al amparar, dentro de su Estado, el despotismo
espiritual de algunos tiranos frente al resto de sus súbditos.

Si dentro de una comunidad religiosa sus dirigentes decidieran por el bien de los fieles congelar
cualquier tipo de discusión acerca de sus creencias, este sería un contrato “nulo e ilícito” pues
supondría vulnerar el sagrado derecho de la humanidad a la libertad en el uso de la razón e
impediría completamente el progreso hacia la Ilustración. Lo que determina si una norma puede
convertirse en ley dentro de una comunidad es plantearse si esa comunidad se impondría a sí
misma esa norma y una censura de este tipo sería un atentado contra la Humanidad. En una
constitución republicana como la que Kant propone en el primer artículo definitivo de Hacia la paz
perpetua, los ciudadanos tienen garantizado el papel de co-legisladores.
En el caso de las formación de variantes no ortodoxas del cristianismo Kant sugiere que exista
libertad para que estas sean de conocimiento público pues ello no perjudica a quienes prefieran
continuar con la religión oficial. Es totalmente ilícita la prohibición de poner en duda las creencias
religiosas pues implica pisotear el derecho a la libertad.
Lo mismo que vale para una comunidad religiosa vale para el Estado. El monarca no puede
imponer ninguna ley que el pueblo no se impondría a sí mismo. Es su misión alentar el uso público
de la razón en materia religiosa al tiempo que impide cualquier tipo de enfrentamiento violento
entre sus súbditos. Paradójicamente, cuanto mayor sea su ejército para defender el orden mayor
podrá ser la libertad de pensamiento de la que disfruten los ciudadanos. Esta era, como veremos,
la naturaleza del régimen de Federico II.
La constitución republicana propuesta por Kant toma elementos de Rousseau, Locke y Hobbes:
somos colegisladores, es decir, el contrato social debe garantizar la libertad de los ciudadanos
para participar en la elaboración de las leyes. Esta libertad no es la de la democracia directa
propuesta por Rousseau sino el modo representativo sugerido por Locke. Sin embargo, Kant
concluye que la libertad de pensamiento será tanto mayor cuanto más poderoso sea el ejército del
monarca para imponer la ley. Esta es la influencia de Hobbes en Kant.

3.9. Vivimos en una época de Ilustración pero no una época ilustrada


Si ahora nos preguntáramos: ¿acaso vivimos actualmente en una época ilustrada?, la
respuesta sería: ¡No!, pero sí vivimos en una época de Ilustración. Tal como están
ahora las cosas todavía falta mucho para que los hombres, tomados en su conjunto,
puedan llegar a ser capaces o estén ya en situación de utilizar su propio entendimiento
sin la guía de algún otro en materia de religión. Pero sí tenemos claros indicios de que
ahora se les ha abierto el campo para trabajar libremente en esa dirección y que
también van disminuyendo paulatinamente los obstáculos para una ilustración
generalizada o el abandono de una minoría de edad de la cual es responsable uno
mismo. Bajo tal mirada esta época nuestra puede ser llamada «época de la
Ilustración» o también «el Siglo de Federico».

¿Hemos alcanzado la mayoría de edad de la Ilustración? Por supuesto que no, la mayoría de los
hombres está todavía muy lejos de pensar sin guías sobre todo en materias como la religión. Pero
sí está claro al mismo tiempo que el progreso de la sociedad depende del mantenimiento de la
libertad de expresión. Para Kant el gobierno de Federico II, que combinaba una absoluta libertad
de pensamiento en materia religiosa y un rígido orden social era el mejor camino hacia la
Ilustración.
El verdadero Federico II no era tan perfecto como lo pintaba Kant. Se dice que Federico es un
príncipe de la libertad pero en realidad lo respalda un ejército incontable y bien disciplinado.
Federico no era en realidad el monarca filósofo que Kant pensaba o decía pensar.
¿Cómo está Kant tan seguro del progreso moral y social de la humanidad a pesar de las estado
de guerra permanente en que vive la Humanidad? Este pensamiento de Kant está relacionado con
La fábula de las abejas de Mandeville, la mano invisible de Adam Smith y la Providencia de los
estoicos. Por ejemplo, según Adam Smith, los instintos egoístas de los empresarios son la
garantía del aumento de la riqueza de las naciones. Así también para Kant, la insociable
sociabilidad del hombre es la garantía del progreso moral y social.

3.10. El uso público de la razón garantizado por Federico II no es un peligro para el orden
del Estado ni tampoco una mala influencia para otras naciones.
Un príncipe que no considera indigno de sí reconocer como un deber suyo el no
prescribir a los hombres nada en cuestiones de religión, sino que les deja plena
libertad para ello e incluso rehúsa el altivo nombre de tolerancia, es un príncipe
ilustrado y merece que el mundo y la posteridad se lo agradezcan, ensalzándolo por
haber sido el primero en haber librado al género humano de la minoría de edad,
cuando menos por parte del gobierno, dejando libre a cada cual para servirse de su
propia razón en todo cuanto tiene que ver con la conciencia. Bajo este príncipe se
permite a venerables clérigos que, como personas doctas, expongan libre y
públicamente al examen del mundo unos juicios y evidencias que se desvían aquí o
allá del credo asumido por ellos sin menoscabar los deberes de su cargo; tanto más
aquel otro que no se halle coartado por obligación profesional alguna. Este espíritu de
libertad se propaga también hacia el exterior, incluso allí donde ha de luchar contra los
obstáculos externos de un gobierno que se comprende mal a sí mismo. Pues ante
dicho gobierno resplandece un ejemplo de que la libertad no conlleva preocupación
alguna por la tranquilidad pública y la unidad de la comunidad. Los hombres van
abandonando poco a poco el estado de barbarie gracias a su propio esfuerzo, con tal
de que nadie ponga un particular empeño por mantenerlos en la barbarie.

Federico II, que garantiza una total libertad de pensamiento en cuestiones religiosas, es un
verdadero príncipe ilustrado al que la humanidad debe estar agradecido pues está arrancándola
de la minoría de edad. Los clérigos pueden explicar públicamente sus opiniones religiosas sin
faltar a su cargo ni sembrar desórdenes sociales. Esta libertad “no conlleva preocupación alguna
por la tranquilidad pública y la unidad de la comunidad”. Es curioso observar cuánto se
equivocaba Kant. La libertad en materia religiosa que Kant reclama no tardará en extenderse a
asuntos políticos y poner las simientes de la Revolución Francesa.
Por último, señalar la importancia de esa última frase en la que Kant confía en el progreso natural
del hombre desde la barbarie hasta una sociedad cosmopolita. Esa confianza en el progreso
humano es típica del pensamiento ilustrado. Evidentemente, para Kant, el filósofo no puede
predecir el curso de la historia pero sí puede ayudar a modificar su desarrollo proponiendo
utopías.
Kant cree que todos los efectos revolucionarios de permitir la libertad para alcanzar la mayoría de
edad serán limitados si se mantiene un rígido orden social a la manera de Federico II. Volvemos a
ver aquí de nuevo cómo Kant hace equilibrios entre Rousseau y Hobbes.

3.11. El uso público de la razón no debe limitarse sólo a materia religiosa sino también a
asuntos legislativos.
He colocado el epicentro de la ilustración, o sea, el abandono por parte del hombre de
aquella minoría de edad respecto de la cual es culpable él mismo, en cuestiones
religiosas, porque nuestros mandatarios no suelen tener interés alguno en oficiar como
tutores de sus súbditos en lo que atañe a las artes y las ciencias; y porque además
aquella minoría de edad es asimismo la más nociva e infame de todas ellas. Pero el
modo de pensar de un jefe de Estado que favorece esta primera Ilustración va todavía
más lejos y se da cuenta de que, incluso con respecto a su legislación, tampoco
entraña peligro alguno el consentir a sus súbditos que hagan un uso público de su
propia razón y expongan públicamente al mundo sus pensamientos sobre una mejor
concepción de dicha legislación, aun cuando critiquen con toda franqueza la que ya ha
sido promulgada; esto es algo de lo cual poseemos un magnífico ejemplo, por cuanto
ningún monarca ha precedido a ése al que nosotros honramos aquí.

Kant propone que la libertad en materia religiosa se extienda también a cuestiones legislativas. Es
el ideal político kantiano de la constitución republicana, recogida en el primer artículo definitivo de
Hacia la paz perpetua.
Es evidente la influencia de Locke y Rousseau en esta transformación del ciudadano como
colegislador. El contrato social tiene que respetar de un modo u otro la libertad que el hombre
poseía en estado de naturaleza.

3.12. Demasiada libertad como la que es posible en democracia es perjudicial para el


crecimiento espiritual de un pueblo pues pone en peligro para el orden social. Un déspota
ilustrado como Federico II puede fomentar el máximo librepensamiento y, al mismo tiempo,
garantizar un rígido orden social.
Pero sólo aquel que, precisamente por ser ilustrado, no teme a las sombras, al tiempo
que tiene a mano un cuantioso y bien disciplinado ejército para tranquilidad pública de
los ciudadanos, puede decir aquello que a un Estado libre no le cabe atreverse a decir:
razonad cuanto queráis y sobre todo cuanto gustéis, ¡con tal de que obedezcáis! Aquí
se revela un extraño e inesperado, curso de las cosas humanas; tal como sucede
ordinariamente, cuando ese decurso es considerado en términos globales, casi todo
en él resulta paradójico. Un mayor grado de libertad civil parece provechosa para la
libertad espiritual del pueblo y, pese a ello, le coloca límites infranqueables; en cambio
un grado menor de esa libertad civil procura el ámbito para que esta libertad espiritual
se despliegue con arreglo a toda su potencialidad. Pues, cuando la naturaleza ha
desarrollado bajo tan duro tegumento ese germen que cuida con extrema ternura, a
saber, la propensión y la vocación hacia el pensar libre, ello repercute sobre la
mentalidad del pueblo (merced a lo cual éste va haciéndose cada vez más apto para la
libertad de actuar) y finalmente acaba por tener un efecto retroactivo hasta sobre los
principios del gobierno, el cual incluso termina por encontrar conveniente tratar al
hombre, quien ahora es algo más que una máquina, conforme a su dignidad.

El republicanismo kantiano implica un difícil equilibrio entre Hobbes y Rousseau. Por un lado,
Kant entiende que la libertad es un derecho natural del hombre que debe ser potenciado en orden
al progreso de la humanidad. Pero, por otro, si dicha libertad no está encauzada por un rígido
orden social donde la autoridad del soberano es inapelable, como ocurría en Hobbes, puede ser
contraproducente.
Kant confía en que la mera libertad de pensamiento transformará a los hombres de tal manera que
llegará el día en que no tengan que ser tratados como súbditos o máquinas sino como ciudadanos
conforme a la dignidad que les otorga la libertad.
La teoría opuesta a esta propuesta kantiana de “libertad bajo control” es el materialismo histórico
de Marx. Según este, son necesarias algo más que palabras para cambiar el orden social.

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