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PONTIFICIA UNIVERSIDAD CATÓLICA DE CHILE

Diplomado en Estudios de la Religión


Religión en la Cultura Actual
Claudio Acuña Fuentealba

Defender la especificidad de la moralidad cristiana como aspecto esencial de su


vocación testimonial-misional

La especificidad de la moral cristiana, que por su vocación original está llamada a


distinguirse entre otras moralidades y ser así un modelo atrayente para el no creyente por
el testimonio del cristiano; no sólo ha tenido y mantiene un carácter original en
comparación con otras moralidades, tanto en el orden trascendental como en el
categorial (Fernández, 2010), sino que, más aún, sostengo que no debe ceder parte de
su especificidad en función de la búsqueda de un acercamiento con el mundo. Es este
diálogo el que, mal entendido, puede poner en peligro la unicidad y particularidad del
mensaje cristiano. El poner en juego su propia distinción significa, en otras palabras, dar
pie a fundirse gradualmente con otras moralidades, disminuyendo su carácter propio u
original. Esto es precisamente lo que no debe ocurrir, ya que es la novedad de la
conducta cristiana la cual, incluso incomprensible para el mundo, debe convocar al
mundo y referirlo hacia Dios, según la propia misión de la Iglesia: predicar el evangelio,
predicar la buena nueva, predicar la Verdad (CCE, n. 2).
Se puede concluir entonces que la especificidad de la moral cristiana se
relaciona estrechamente con su vocación misional en tanto la conducta del cristiano
funciona como testimonio. A partir de esta idea, que el cristianismo ceda, por ejemplo,
en lo normativo (orden categorial), comporta, al mismo tiempo, que ceda en lo
testimonial, entendiendo como testimonio el dar cuenta, con acciones concretas, de la
particularidad del mensaje cristiano que invita al otro a un cambio de vida y a una
adhesión que acepta toda la fe cristiana, cuyo contenido incluye una moralidad
especial. Esta fe plena comprende no sólo la exigencia de un obrar que proviene de la
aceptación y participación del hombre en la naturaleza divina, sino que, a su vez, se
sujeta a la ley de Dios que se expresa en la forma de preceptos morales, presentes en
la Escritura, sostenidas y transmitidas por la Tradición, y confirmadas por el Magisterio
de la Iglesia (Fernández, 2010).
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Por consiguiente, pienso que el renunciar sobre algún precepto específicamente
cristiano puede conllevar a dos escenarios: descuidar, por un lado, la búsqueda de que
el hombre abrace la fe tal como está establecida, en función de hacérsela más
aceptable; o, de otra forma, a propiciar la adhesión, pero a una fe "recortada" que ha
abandonado, en parte, el contenido de esa fe que se sustenta en la Escritura y en la
Tradición.
El autor del texto central de este ensayo, Aurelio Fernández (2010), afirma que hay
quienes plantean que en el orden moral categorial no existe aporte alguno del
cristianismo; que, por ejemplo, no se distingue de una moral humanista. Pienso que esta
idea puede servir como un argumento que desacredita al cristianismo, reduciéndolo a
una opción moral más, fundada en un contenido que se puede relativizar. No obstante, a
partir de la idea de que la fe cristiana ha sido establecida por el mismo Hijo de Dios,
dentro de su concepción el cristianismo es poseedor, por tanto, de la verdad, objetiva,
que comprende, en cierta parte, el conocimiento de lo que es bueno y malo, el cual se
expresa en preceptos que permiten y prohíben, y a los que, por consiguiente, no puede
renunciar ni relativizar.
Podría decirse que si no existe aporte original cristiano en lo moral, entonces, la
única diferencia entre la moral cristiana y la humanista se da en el plano de las
motivaciones (orden trascendental); es decir, que un cristiano y un no cristiano podrían
realizar las mismas acciones aunque con intenciones diferentes. Al contrario, si el aporte
existe, no sólo unas motivaciones diferentes, sino también las acciones serían exclusivas
e inherentes a su calidad de cristiano: el cristiano hará cosas que sólo él hace por ser
cristiano, y que un no creyente no realiza porque su propia moralidad no se lo demanda.
En síntesis, el autor plantea que el cristianismo posee un carácter distintivo frente
a otros sistemas de pensamiento. Lo anterior ya que, mediante Cristo, el ser humano
pasa a ser un hijo de Dios (hijo en el Hijo), nacido de nuevo, participante de la naturaleza
divina y obligado a una conducta distintiva que manifieste tal naturaleza (nivel
antropológico). Aporta, asimismo, una nueva idea sobre el amor: el ágape, que surge de
la esencia misma de Dios que es amor, lo cual obliga al cristiano a comportarse como
Dios ama; amar es una exigencia y una demostración (en obras hacia el prójimo) del ser
cristiano, del ser otro Cristo. Se alude al papa Benedicto XVI quien explica que la
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plenitud moral del ser humano se alcanza en razón de su relación con Cristo: Él ha sido
el ejemplo de lo que puede llegar a ser el hombre (nivel axiológico). Y, por último, la
distinción cristiana se evidencia en que el conjunto la Revelación comporta una serie de
preceptos indicados por Dios de forma clara y que deben ser observados (nivel
normativo). Particularmente, en el Nuevo Testamento Jesús exige el cumplimiento de un
modo de vida tal como Él lo hace para el Padre, obedeciendo no sólo por lo que Dios
mismo es, sino que, además, por buscar ser como Él es. Así, la exigencia de Jesús es
aún mayor que la veterotestamentaria, pues no sólo requiere el cumplimiento externo de
los preceptos (obedecer porque es una orden) sino, además, que sea resultado de un
espíritu que busca intrínsecamente satisfacer la exigencia (teniendo conciencia de que
agrada a Dios) y que, paulatinamente, vaya transformando el corazón del hombre,
configurándose con Cristo (Fernández, 2010).
Se alude también al papa Juan Pablo II, quien señala que quienes niegan la
especificidad de la moral cristiana niegan a su vez que la Escritura provea de normas
específicas y universales, y, por lo tanto, la existencia de actos intrínsecamente malos
establecidos en la misma Escritura. A partir de esta afirmación, debo añadir que dicha
negación puede derivar en la relativización de otros presupuestos doctrinales ligados a
la Escritura. A su vez, significa ir en contra de la interpretación autorizada establecida
por el Magisterio de la Iglesia (CCE, n. 88), lo cual es, por tanto, una negación del
Magisterio mismo, tal cual está establecido. La relativización de la autoridad es una
puerta para las interpretaciones privadas que pueden conllevar al surgimiento de
doctrinas nuevas y distintas, lo cual sería, a fin de cuentas, una forma de
protestantismo emergente.
Por todo lo anterior, ante una sociedad secular que no confía en la moralidad
cristiana, el camino no es negar un precepto específicamente cristiano pretendiendo
"dialogar" con el mundo, acercarse a este haciéndose más similar al mundo o menos
auténtico u original; sino, precisamente, se trata de todo lo contrario: el cristianismo
debe ofrecerle esa moral, pero, como bien señala también el autor, preocupándose de
hacerlo de un modo novedoso, que atraiga al mundo, tal como lo hizo en sus primeros
siglos ante una sociedad pagana inmersa en preceptos morales distintos y frente a los
cuales los cristianos constituían una inmensa minoría que, de hecho, fue perseguida.
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Bibliografía

Catecismo de la Iglesia Católica. Librería Editrice Vaticana, 2018.

Fernández, A. (2010). «La moral cristiana: su especificidad» en Teología moral: curso


fundamental de la moral católica. Madrid: Ediciones Palabra, 71-84.

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