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PONTIFICIA UNIVERSIDAD CATÓLICA DE CHILE

Diplomado en Estudios de la Religión


Historia de las Religiones No Cristianas
Claudio Acuña Fuentealba

Las religiones deben referir hacia Dios

Es un hecho histórico que la religión cristiana, en su afán evangelizador, no solo ha


llevado su fe por todo el mundo, sino que, junto con ella, ha transmitido una cultura –
algo aún más perdurable en estos tiempos de secularización– entendida como
costumbres y tradiciones, y, sobre todo, como ideales y valores. Pero también es un
hecho que la evangelización se ha expresado en ocasiones como intolerancia o
fanatismo, cuando, a partir de la creencia en la posesión de la verdad, se ha combatido
con el que cree distinto (Heschel, 1967), luchando contra el errado en lugar de hacerlo
contra el error –empleando una perspectiva cristiana. Pues es esa cultura cristiana,
expandida en nuestro ámbito continental por procesos de colonización, aunque
afectada actualmente por el aumento de la secularización, la que aún predomina en
nuestro contexto occidental.
Pero la cultura cristiana también puede ser una guardadora de elementos de fe,
cuando se toma conciencia de que, independiente de la profesión o militancia religiosa,
toda la sociedad comparte valores que buscan respetar la dignidad humana; condición
que, si bien hoy se aspira desde distintas perspectivas religiosas y no religiosas, fue, y
debe ser, uno de los baluartes de la fe monoteísta, especialmente de la cristiana, tan
expandida, pero también de la judía, fundamento de la anterior. Como expresó el
intelectual polaco-judío Abraham Joshua Heschel (1964), en el contexto de los debates
por la igualdad racial en Estados Unidos: «La fe en Dios no es simplemente una póliza
de seguro contra lo que venga después de la vida. La intolerancia racial o religiosa
debe ser reconocida como lo que es: ateísmo», entendiendo el ateísmo no como una
postura intelectual, sino como una realidad en la que la sociedad abandona a Dios;
donde las personas, incluso quienes no creen en la existencia de un Creador pero
forman parte de la misma cultura, dejan de practicar uno de los valores más básicos
que manifiesta el amor a Dios: el amor al prójimo.
Pienso que es en este ámbito común a todos, el de la cultura, donde las religiones,
específicamente las dos aquí referidas, pueden continuar su contribución en orden a
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mantener vivo el respeto por el ser humano como eje de una sociedad de,
precisamente, raíces judeocristianas. No planteo que lo anterior signifique la elevación
del ser humano por sobre todas las cosas, sino, en cambio, la consideración de este
como expresión del temor a Dios. De esa claridad, en todo caso, son conscientes
ambas tradiciones; el Antiguo Testamento cristiano, Biblia hebrea o Tanaj judío,
escritura que comparten ambas tradiciones para las cuales es sagrada, es la
manifestación constante de la gloria de Dios por medio de sus obras (Salmo 103). Sin
embargo, las muestras históricas de intolerancia de una tradición hacia la otra, al ser
expresiones del rechazo hacia la obra que es imagen de Dios, se traducen, finalmente,
en el alejamiento de la humanidad para con Dios (Ezequiel 36, 19-20; Romanos 2, 23-
24).
No es de extrañar que la sociedad esté perdiendo la fe en el Padre de todos, y, ante
esa tendencia, es comprensible que cristianismo y judaísmo estrechen lazos, puesto que,
si la intolerancia religiosa y, con ella, la división, ha sido un factor en el alejamiento del
mundo en relación con Dios; entonces las dos tradiciones están llamadas a reavivar la fe
y, en palabras de Heschel (1967, 1978): «mantener viva la chispa divina en nuestras
almas, la receptividad al espíritu de los Salmos, la reverencia por las palabras de los
profetas y la fidelidad al Dios viviente». Se trata de propiciar el acercamiento a Dios no
por el proselitismo, sino por el testimonio de la obra de Dios que impacta el corazón del
creyente, y, también, porque permite mover la conciencia del incrédulo que puede ser
conducido hacia Dios al percibir su presencia en los actos sagrados de sus hijos
(Heschel, 1987).
Cuando hablo de dialogo entre cristianos y judíos pienso en que no se trata de
producir una religión sincrética, sino que el conocimiento del otro facilite repensar y
revalorar prácticas y valores culturales propios, generando así un sentido renovado. Por
ejemplo, algo que el cristiano puede revalorar a partir del judaísmo se relaciona con la
importancia de la conciencia individual como camino hacia Dios. Claro, para el cristiano,
el Camino es sólo uno, Cristo Jesús. Pero hay que tener en cuenta que parte de ese
camino puede ser recorrido, humanamente hablando, desde la propia conciencia,
desde el sentido común. Y que eso ocurra no significa que Cristo no haya mediado,
puesto que él es Dios. No obstante, desde la perspectiva de quien no practica una
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religión, o de quien deliberadamente pudiera rechazar la religión, el sentido común se
torna de gran importancia para remover la conciencia. Y como explicara el apóstol
Pablo, la conciencia individual puede otorgarle a cada persona un testimonio sobre la
justicia de Dios (Romanos 2, 13-15).
En una clase de un diplomado dictado en la Pontificia Universidad Católica de Chile
en julio de 2021, el rabino Alejandro Bloch se refería a dos midrashim judíos que
intentan reflexionar sobre la razón por la que Abraham fue el elegido por Dios para
establecer la alianza que habría de bendecir tanto a judíos como a cristianos, y al
mundo entero. En un midrash se cuenta que el padre de Abraham era escultor de
ídolos y Abraham se daba cuenta de la falsedad de estos. Y que, un día, un anciano
encargó una figura con determinadas características, lo cual hizo a Abraham
cuestionarse que incluso los mayores, con toda su sabiduría, creyeran en objetos que
podían encargarse “a la carta”. Otro día, Abraham habría roto las figuras y, al ser
encarado por su padre, le respondería que estas se habían destruido entre sí, luchando
por comida colocada en medio de ellos. Y ante la clara incredulidad de su padre,
Abraham se daría cuenta de la evidente falta de fe en estos objetos que nada tendrían
de divino. En el otro midrash, Abraham vagaba por el mundo, y un día, al ver un palacio
en llamas, reflexionaría que ese palacio debía tener un rey. Y con ese pensamiento
Dios decidiría revelársele.
Puede apreciarse cómo estos midrashim expresan la propia comprensión que el ser
humano tiene y puede alcanzar acerca de su relación con la divinidad. En estos relatos,
Dios se revela a un Abraham que se haya predispuesto a recibir la verdad por medio
del razonamiento. El sentido común aún vive en la sociedad, es inherente al ser
humano, y por éste sentido es que se ha alejado de Dios, en parte por el mal testimonio
de las religiones. Pero así también puede ser convocado hacia Dios, en un sentido
inverso.
En esa dirección, documentos magisteriales católicos como la Lumen Gentium o,
más aún, en Nostra aetate, se invita decididamente al diálogo con otras religiones,
especialmente con la judía, a la cual reconoce un estatus de, si se quiere, “religión
original”, al emplear expresiones como: el buen olivo al que han sido injertado los
gentiles; hermanos de Pablo, de quienes procede Cristo según la carne; pueblo del cual
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nacieron los Apóstoles (Nostra aetate, n.4). Ese reconocimiento abrió la posibilidad del
diálogo y la participación conjunta del cristianismo y del judaísmo de cara a la
humanidad (Concilio Vaticano II, 2016), y se vincula estrechamente con lo que Abraham
Joshua Heschel declaraba al decir que ninguna religión era una isla (1967). La
cooperación interreligiosa debe lograr un mundo mejor: a ojos de la gente, amistad
verdadera entre seres humanos; para el judaísmo o el cristianismo, alabanza al Creador
predicando con el ejemplo, siendo la “luz de las gentes”.

Bibliografía

Concilio Ecuménico Vaticano II. Constitución Dogmática sobre la Iglesia Lumen


Gentium (21 noviembre 1964). En La Santa Sede.
https://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/vat-
ii_const_19641121_lumen-gentium_sp.html#*(acceso el 23 de agosto de 2021).

Concilio Vaticano II. (2016). Nostra aetate: Declaración del Concilio Vaticano II. Sobre
las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas. Santiago de Chile: Ediciones
UC. 

Heschel, A. (1964). La base religiosa de la igualdad de las razas.


Maj'Shavot/Pensamientos, 3(2), 33-36.

Heschel, A. (1967). Ninguna religión es una isla. Maj'Shavot/Pensamientos, 6(1), 5-18.

Heschel, A. (1978). Encuentro judío cristiano. Maj'Shavot/Pensamientos, 17(4), 58-61.

Heschel, A. (1987). La democracia y otros ensayos. Ediciones Seminario Rabínico


Latinoamericano, 23-33.

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