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Civilización o Barbarie: de “dispositivo de

legitimación” a “gran relato”

MARISTELLA SVAMPA1

Antes que nada, quisiera decir que no es la primera vez que vengo al
centro Haroldo Conti, aunque sí en calidad de ponente. Este es un lugar que
no podemos banalizar, que no podemos naturalizar, que interpela
necesariamente a la memoria, y obliga a revisar el pasado.
Quiero decir también que disfruté mucho de las ponencias precedentes.
Me han parecido muy apasionantes. Y esto me hace pensar en el hecho de que
siempre que abordo el tema civilización o barbarie (que fue mi tesis de
doctorado, hace ya 18 años),2 tengo como consigna general que hay que
desapasionar el objeto para volverlo realmente apasionante. Sin embargo, creo
que nunca lo he logrado. Siempre ha resultado ser realmente un objeto
apasionante, y siempre lo he presentado, o tratado de presentarlo, de manera
también apasionada.
Me cuesta bastante hacer un resumen, o una síntesis, de lo que
podríamos decir son algunos de los usos y funciones que civilización y
barbarie ha tenido a lo largo de la historia política y cultural argentina. Voy a
tratar de puntualizar algunos temas que creo que nos pueden ayudar a
reflexionar no sólo sobre el pasado, sino también sobre el presente político
argentino.
Aquí han dicho de diversas maneras que efectivamente el libro, el
Facundo de Sarmiento, es un libro que plantea una imagen polisémica. No es
solamente civilización o barbarie, sino también civilización y barbarie. Pero lo que
1 Presentación en el Centro Haroldo Conti, Secretaría de Derechos Humanos,
*SEMINARIO DE MAYO* / 200 AÑOS DE HISTORIA ARGENTINA, *EL DIFICIL
PROCESO DE CONSTRUCCION DE UNA NACION*, 12, 13 y 14 DE MAYO DE
2010
2La tesis fue publicada como libro en 1994 bajo el título de El dilema argentino: civilización o Barbarie,
Ediciones El Cielo por asalto. En 2006 fue reeditado bajo el sello de Taurus, con un postfacio.
va a quedar inscripto en la historia, y lo que de alguna manera se va a insertar
como una suerte de dispositivo simbólico fundacional a partir de los años 80
es la oposición entre civilización o barbarie, que expresa claramente una
fórmula de combate, y sobre todo un llamado a la exclusión y al exterminio
del otro.
Para tratar de mostrar la productividad cultural y política de esta
imagen, voy a comenzar hablando cómo la imagen sarmientina recorre las
diferentes tradiciones políticas.

1-Las tradiciones políticas

En primer lugar quiero decir que el conjunto de las tradiciones políticas


argentinas está atravesado por la imagen dicotómica de Sarmiento, por la
imagen de civilización o barbarie, y me estoy refiriendo con ello a la tradición
democrático-populista, a la tradición liberal-conservadora, a la tradición
política de izquierda y a la tradición, por supuesto, autoritaria conservadora.
La tradición democrático-populista se vio interpelada por la imagen
civilización o barbarie, ya que su empleo sistemático conllevó un
cuestionamiento de la legitimidad democrática por la sola vía del sufragio
universal. Pero esta va a ser doblemente interpelada por la imagen
sarmientina en la medida en que la tradición populista-democrática va a hacer
una reapropiación positiva de la barbarie asociándola a la idea de pueblo-
nación. Hay ahí efectivamente un tema central, el doble carácter que asume la
imagen sarmientina desde esta tradición, sobre el cual reflexionar.
Por otro lado, la tradición liberal conservadora retomará la imagen
sarmientina. Como decía anteriormente, en la época de la fundación de la
Argentina moderna, ésta ocupó un lugar central, determinante, en el marco de
u proyecto que evidentemente tuvo una dimensión excluyente, porque
implicaba la marginación y el llamado al exterminio de indígenas y
montoneras, pero al mismo tiempo tuvo una dimensión, o una vertiente
integracionista, en su vinculación con ciertos ideales europeos de progreso y
civilización, por la vía de la inmigración. De modo que civilización o barbarie
se instaló como imagen fundacional en el dispositivo simbólico de la ideología
liberal.
La tradición de izquierda, sin duda, va a retomar la imagen civilización
o barbarie. Y cuando hablo de tradición política de izquierda me refiero, por
un lado a las diferentes corrientes sindicales (socialistas, anarquistas,
sindicalistas) que emergen a fines del siglo XIX y principios del siglo XX,
como también a los distintos partidos políticos de izquierda (socialista y
comunista). En este sentido, civilización o barbarie ha atravesado desde sus
orígenes la tradición política de izquierda, a través de las críticas a la “política
criolla” así como a las sucesivas actualizaciones de la llamada “barbarie
autóctona”. Estos dos temas van a configurar determinados núcleos o puntos
ciegos en cierta intelectualidad política de izquierda que, por esa vía, va a
expresar su desprecio por ciertos contenidos plebeyos de la vida política
popular argentina.
Por último, por supuesto, está presente en la tradición político
autoritaria, que retoma a cabalidad este dilema sarmientino, valorizando de
manera unilateral el polo civilización, y produciendo un vaciamiento, un
achicamiento, una reducción a lo largo de la historia, al asociarla a valores
tradicionales y jerárquicos identificados con la Iglesia y el Ejército, en una
visión que históricamente tiene puentes inevitables con la tradición liberal-
conservadora.
En definitiva, ninguna de las tradiciones políticas argentinas es en este
caso “neutral” respecto de la imagen sarmientina, sino que el conjunto de ellas
han tomado forma, de alguna manera, a través del modo en que han releído y
se han reapropiado de esta imagen dicotómica.
2- Productividad política y recursividad

¿Cuál es el carácter de la dicotomía que explica, de alguna manera, este


éxito, esta inmensa productividad política a lo largo de la historia de
Argentina? La imagen constituye sin duda una metáfora más o menos
recurrente del lenguaje político, que reaparece en momentos de confrontación
política aguda y a través de la cual la sociedad presenta sus divisiones bajo la
forma de antagonismos inconciliables. Sin embargo, otras oposiciones han
tenido una centralidad innegable en el campo político argentino en diversas
épocas: Unitarios/Federales, Centro/Interior, Causa/Régimen, Peronismo/
Antiperonismo, Pueblo/Oligarquía, Patria/Imperialismo, entre las más
importantes, fueron antinomias que señalaban, de manera más clara o precisa
según los casos, determinados clivajes socio-políticos.
Pero la célebre imagen “Civilización o Barbarie” posee un status singular
en comparación con las anteriores, debido tanto al rol histórico inicial que ella
cumplió, como a la influencia de largo aliento que ha ejercido sobre el
pensamiento y la vida política argentinos. Aún más, la importancia del dilema
sarmientino se nos revela en el hecho de que otras oposiciones -como algunas
de las citadas más arriba-, remiten a la imagen de Sarmiento, “Civilización o
Barbarie”, suerte de matriz que parece sostener las recreaciones posteriores
acerca del tema de la Argentina “dividida”.
Es en este punto que nos interesa el texto de Sarmiento: la fórmula
“civilización y barbarie” que recorre y vertebra el libro supo, como ninguna
otra, sintetizar las dicotomías anteriores, así como inaugurar un nuevo período
en el cual ella fue puesta al servicio de la legitimación de un nuevo orden. Pero
su importancia no se detiene ahí: su reactivación posterior en el campo
político, así como el trabajo de recreación constante en el terreno de la cultura,
de manera directa o más sutil, le han dado una persistencia innegable, sin que
por ello sea posible afirmar su presencia continua en ambos campos.
Ahora bien, la permanente recreación de la dicotomía “Civilización o
Barbarie” puede leerse desde dos ejes determinados (el cultural y el político).
En otros términos, la historia particular de la imagen sarmientina no pertenece
exclusivamente ni al campo político ni a la esfera intelectual; ella se construye
en la intersección de ambos, esto es, en el vaivén del campo político al campo
intelectual. Si existe una continuidad sarmientina en toda la historia que hemos
trazado, hay que buscarla pues en el hecho de que “Civilización/ Barbarie” es
en Sarmiento una figura dicotómica que vertebra ambos campos, que se
instala en el entre-deux y hace porosas sus fronteras. El Facundo es un libro de
combate que tiene una clara vocación política, pero al mismo tiempo va más
allá de las invectivas políticas, más allá también de las dimensiones
políticas-literarias del mito romántico, para devolvernos un complejo cuadro
que va del análisis de las diferentes tensiones sociales a la enunciación de la
naturaleza de lo social en las sociedades latinoamericanas. La historia posterior
de la imagen registra también un incesante vaivén y encabalgamiento de los
dos campos, donde bien puede advertirse que es la situación social la que, por
lo general, comanda dicho pasaje y sus diferentes articulaciones. Aquí hay dos
cuestiones que quisiera subrayar.
En primer lugar, los distintos empleos y significaciones de "Civilización
o Barbarie", que dan cuenta de este insistente vaivén entre el campo político y
la esfera cultural, en el cual la imagen sarmientina es menos el reflejo de un
criterio de discriminación de lo político, que el resultado o la cristalización de una
determinada relación con la política. No estamos hablando sólo de una relación
discursiva, sino de una relación “práctica” con la política. Es una manera de
ver y de intervenir en la vida política argentina que implica, sobre todo, pensar
a la política bajo la forma de una oposición entre principios irreductibles, de
principios que efectivamente no pueden convivir en un mismo espacio
político. Para decirlo más simplemente: lo que vamos a encontrar es los usos y
avatares del dilema sarmientino van configurando una determinada cultura
política argentina.
En segundo lugar, es necesario reconocer el carácter recursivo de la
imagen sarmientina. En otros términos, la actualización de la imagen
sarmientina se produce al calor de las luchas políticas, en determinados
momentos históricos, en contextos políticos de gran virulencia. Es, en este
sentido, esta agudización de los conflictos explica e ilustra los diferentes giros
y –podríamos decir- las sucesivas inversiones que fue adoptando la imagen
original. Quisiera dar tres ejemplos, años 80, para ilustrar el modo en que se
producen procesos de reapropiación, tanto del polo civilización como del
polo de la barbarie.
Uno de ellos es 1910, en la época del primer centenario, época en la
cual se da la ampliación de la figura del bárbaro. El bárbaro que antes, sobre
todo, aparecía encarnado por los sujetos nativos, sea indígenas como
montoneras, que reenviaba también al legado español, va a abarcar cada vez
más al inmigrante, a la figura del inmigrante, que amenaza cada vez más el
orden social existente. Ese inmigrante que la elite creía que era un lote
domeñable, sumiso en sus manos, y que lejos de eso se organiza en los
distintos sindicatos anarquistas, sindicalistas y socialistas. Entonces, asistimos
en la época a un proceso de ampliación de la figura del bárbaro, y al mismo
tiempo la elite, en el festejo del Primer Centenario, apuntará a rescatar la idea
misma de tradición, que había sido completamente negada, asociada al legado
español, para asociarla al gaucho desaparecido, al que ya no está, al que se ha
ido, que ya no molesta, a fin de vincular civilización y tradición con el núcleo
criollo fundador. Lugones -que a veces es rescatado, creo yo de manera
injusta- es quien en El Payador hace este paso, realiza esta operación política,
en 1913, en el teatro Alvear, frente a un público privilegiado, en el cual se
encuentran el Presidente de la Nación y varios de sus ministros.
Otra operación muy interesante es la que se produce en 1930. En esta
época se dan a conocer los primeros escritos de lo que sería denominado
como “revisionismo nacionalista”, sobre todo, los llamados nacionalistas de
derecha –como E. Palacio y los hermanos Irazusta-. Son ellos quienes van a
retomar la idea de barbarie, apuntando tanto al agotamiento del modelo
civilizador, como el carácter falsamente civilizador que ilustra la elite. Desde
esta perspectiva, ellos van a rescatar esa barbarie nativa, autóctona, sobre todo
asociada o pensada en función de la figura del líder, sin sujeto social concreto
que le dé sustrato.
Una tercera operación se da en 1945, cómo olvidarlo, con la irrupción
política del peronismo. Epoca en la cual aquel sujeto que los nacionalistas de
derecha mistificaban en nombre del líder, adquiere ahora concreción plena y
aparece como uno de los protagonistas de la historia. Por ende, a partir de
1945, pese a que Perón mismo no realiza tal rescate (más bien Perón piensa en
un formato asociado al pueblo-organizado), hay transformaciones profundas.
Y serán los revisionistas populistas quienes harán el rescate de esa barbarie
revalorizada positivamente en nombre de un pueblo-nación que puja por su
liberación a lo largo de la historia, oponiéndose a esa oligarquía dominante.

3. Usos y funciones de la imagen sarmientina

Ahora bien, una cuestión que me interesó analizar en aquella tesis de


doctorado, después publicada como libro, fueron los diferentes usos y
funciones que podemos rescatar, una vez que hacemos ese recorrido histórico
que nos muestra la presencia, tanto en el campo cultural, como en el campo
político de la dicotomía sarmientina. Y hay ahí tres o cuatro funciones, que
voy a tratar de resumir, esenciales de la dicotomía sarmientina
a) La imagen “Civilización y Barbarie” tuvo un primer empleo en
Argentina al sintetizar el principio de legitimación política del
liberalismo triunfante y una estrategia de lucha para llegar al poder.
“Civilización o Barbarie”, ya lo hemos dicho, fue desde el principio una
imagen polisémica; su eficacia simbólica se hallaba relacionada con la
capacidad de abarcar y enlazar distintas problemáticas y registros como
lenguajes diferentes. Se insertó, en tanto imagen unificadora, en el dispositivo
simbólico de la construcción liberal, dentro de un proyecto general de
modernización. Dicha imagen expresaba cabalmente las dos dimensiones del
proyecto civilizatorio: la exclusionista y la integradora. Así, hacia 1880, era
símbolo de un discurso del Orden (la organización nacional, con todas sus
consecuencias políticas); expresaba también la puesta en plaza de un principio
de legitimación política, en nombre de ciertos valores como la Civilización y el
Progreso europeo, asociados a la instalación de un régimen liberal. En tanto
símbolo del proyecto de modernización, la fórmula vehiculizaba un principio
de integración social a través de la práctica de un ideal educador y del
progreso social general. “Civilización y Barbarie” era visión del pasado (la
lucha entre dos fuerzas contrarias), lectura del presente (los primeros efectos
de absorción de la barbarie por la civilización) y, finalmente, visión del futuro
(el triunfo incontestable de la civilización). En tanto discurso del orden
(legitimación política), la imagen se articulaba así en el lenguaje de la exclusión
(era el principio en nombre del cual se había eliminado o marginalizado a una
parte de la población nativa), y en el de la integración (proyecto civilizador),
aun cuando ésta fuera sólo concebida a través de la absorción del polo
adversario.
La larga historia socio-política del país que va de 1880 a 1930 nos revela
no sólo las crecientes insuficiencias del modelo civilizatorio, sino su reducción
a una expresión mínima: en su dimensión excluyente, termina por mostrarse
como un mecanismo de exclusión política; en su dimensión integracionista,
como justificación del sistema socio-económico. La época marca así el tránsito
que va del liberalismo triunfante al liberalismo defensivo; de la puesta en
práctica, por parte de una élite, de un proyecto hegemónico que contemplaba
la integración de diversos sectores sociales, a un modelo de desarrollo que
encubría esencialmente una ideología de dominación de una clase empeñada
en la defensa de sus antiguos privilegios.

b). “Civilización o Barbarie” es también una representación social


que evoca, a través de su asociación con un discurso del orden, el peligro de la
disolución de los lazos sociales, la amenaza de la descomposición social. Esto
se torna visible en épocas de transformación y de cambio, al mismo tiempo
que parece caracterizar al liberalismo en su etapa defensiva. La figura
fantasmática de la barbarie señalaba así la existencia de un elemento al parecer
no representable o una barbarie “interior” donde se mezclaban
consideraciones pseudocientíficas acerca de las masas. Expresaba también un
rechazo de la existencia de los nuevos conflictos sociales, todavía no
articulados e instituidos desde la esfera jurídico-política.
Este sentimiento de fragilidad social vuelve a experimentarse durante la
época del peronismo: la entrada extra-institucional de las masas señalaba la
amenaza de una exterioridad social, al mismo tiempo que la institución de
relaciones sociales mostraba el peligro constante de desborde del marco
político-jurídico por parte de las masas. El peronismo representaba
precisamente este “exceso”, este fantasma del desborde social, que el temor de
la disolución social cristalizaba en el tema de la barbarie, y que tuvo su
momento de inflexión el 17 de octubre de 1945. Sin embargo, esta lectura
cubre solamente uno de los aspectos de la problemática.

c) La lectura idealista o el gran relato binario


Esta lectura se revela como una visión con pretensiones explicativas
totalizantes de la historia argentina, resultado de su reaparición y reutilización
en los dos dominios (político y cultural), y que se emplaza, por ello, por
encima de sus diversos empleos y significaciones puntuales.
Fue sobre todo la irrupción del peronismo lo que actualizó los
contenidos idealistas de dicha lectura, ya presentes en el revisionismo
histórico. En efecto, el hecho es que a partir de 1930 la inversión de la imagen
sarmientina, como el vaciamiento de la idea de civilización, anuncian ya la
cristalización de una lectura idealista de los procesos histórico-políticos
argentinos. Revalorizada positivamente por unos (la barbarie en tanto
pueblo-nación, apropiación autorreferencial); denostada y demonizada por
otros (la barbarie residual, apropiación heterorreferencial), estos dos modos de
apropiación del tema de la barbarie encuentran su traducción en el plano
político a través de la oposición entre el campo peronista y el antiperonista.
Así, más allá de la lógica propia de los procesos sociales (el peronismo estaba
allí, la lógica de acción populista aumentaba aún más la creencia en la
“barbarie” de las masas), lo notable en todo ello es el paulatino encierro de
esta lectura en una lógica de ideas. A través de ella se hacía menos referencia a
lo real en sí mismo, que a su status en relación a las imágenes del pasado. La
historia se cristalizó en entelequias y el presente devino metáfora o
cumplimiento sin más de esa historia. La lectura idealista encuentra así su
punto de explosión a partir del peronismo. La idea de un antagonismo mayor
denunciaba para unos un clivaje socio-político (el peronismo y la izquierda
peronista señalaban a los sectores antipopulares o a la oligarquía); para otros,
un clivaje cultural-político (el campo liberal antiperonista denostaba las formas
de incultura del peronismo, al cual calificaba de antidemocrático, dictatorial o
totalitario).

4-Civilización o Barbarie en el presente argentino


¿Qué ha sucedido en las últimas décadas? Cuando en 1994 publiqué por
primera vez el libro sobre el tema, hacia el final del mismo me preguntaba qué
quedaba de la vieja imagen sarmientina en la Argentina contemporánea, luego
de la larga historia de resignificación y, a la vez, de inversión y de vaciamiento
progresivo que se había registrado en los dos polos de la dicotomía, en ese
vaivén del campo cultural al campo político. En realidad, observaba que, pese
a que la imagen de “civilización o barbarie” permanecía como un mecanismo
de invectiva, propio del campo político, ésta se hallaba sumamente debilitada
en términos de representación social así como de lectura idealista, esto es,
como “gran relato” o clave explicativa de la conflictiva historia nacional.
Factores de carácter político y económico evacuaron también la eficacia
simbólica de esta lectura: por un lado, el destino trágico de tantos argentinos
bajo la dictadura militar, el carácter ferozmente represivo de esta última en
todas las esferas, dieron emergencia a un discurso político que,
contemporáneo a la revaloración de la democracia en el espectro
internacional, buscaba implantar un modo de vida democrático consecuente
con el sentimiento y el malestar histórico de tantas franjas de la población
argentina. Asistimos entonces a una fase de revalorización de la democracia
procedimental y sus instituciones.
Por otro lado, a posteriori, la crisis y vaciamiento de la tradición
nacional-popular de los años 90, a manos del peronismo, también señaló un
punto de inflexión. No hay que olvidar que el peronismo realizó un viraje
neoliberal, en fin, que mucha agua ha corrido bajo el puente, lo cual ha dejado
marcas indelebles en el propio peronismo. Y por supuesto, ya que tengo
colegas historiadores a mi lado, quería señalar también que asistimos a una
profesionalización de la historia en el campo académico, campo que abandona
una lectura revisionista de la historia, en pos de una complejización de los
análisis, para señalar las tensiones, las contradicciones, pero también la
complejidad de aquellos períodos (como el rosismo), que antes tendíamos a
leer a través de una lógica más bien lineal o unilateral.
En este sentido, creo que más allá del efectivo vaciamiento que ha
habido del polo civilizador, (¿acaso alguien podría asociar lo que ocurrió en la
Argentina de los últimos 30 años a un proceso civilizatorio?), también ha
habido un proceso de vaciamiento del propio actor popular, como sujeto
histórico. Sin embargo, más allá de este vaciamiento, podríamos decir que
hemos asistido a nuevas reactivaciones de la figura de las clases peligrosas.
En esta línea, podríamos afirmar que, durante una buena parte de los
´90, la dicotomía sarmientina estuvo ausente del campo político e intelectual
argentino. Sin embargo, más allá del efectivo vaciamiento de determinadas
tradiciones culturales e ideológicas, en los últimos años (a partir de 1996, pero
especialmente, luego de 2001), en un escenario atravesado por la crisis, se ha
venido registrando una reactivación de la figura de las clases peligrosas,
actualización que trae consigo los ecos de la imagen sarmientina.
Así, en primer lugar, en la Argentina de los últimos años, la imagen de la
peligrosidad y el fantasma de la descomposición social, aparece ilustrada muy
especialmente por las poblaciones pobres movilizadas: por las características
propias que reúne (base social y tipo de movilización, entre otros), han sido
sin duda los movimientos de desocupados, esto es, los piqueteros, los que han
venido a encarnar de manera paradigmática la figura de las nuevas clases
peligrosas. Las intensas movilizaciones sociales, llevadas a cabo por los
desocupados, más aún, la creciente ocupación de los espacios tradicionales de
la política, sobre todo en la ciudad de Buenos Aires, han ido reactivando una
serie de prejuicios raciales y sociales que inevitablemente aparecen cargado de
resonancias sarmientinas.
En segundo lugar, la tentación por adoptar un esquema binario
reapareció en Argentina a raíz del conflicto entre el gobierno y los
productores agrarias. Es ahí donde, lamentablemente, vimos una vez más
actualizar un esquema binario, que sin tomar de manera literal la imagen
sarmientina, va a retomar el lenguaje de las polarizaciones, esto es, esquemas
sumamente lineales y binarios que posibilitan un marco de lectura global de la
historia, una lectura en clave de pasado, que volverá a activar prejuicios
racistas y clasistas de lo más elementales, desplazando el conflicto por fuera de
toda disputa democrática.
Para terminar, hablar de civilización o barbarie creo yo significa
preguntarse acerca del modo en que cómo una sociedad se representa sus
diferentes divisiones. Es evidente que dicha lectura cultural-política de las
divisiones se opone una concepción conflictiva de los procesos sociopolíticos
al proponer la imposibilidad de la coexistencia de las oposiciones.
Así, esta lectura, lejos de favorecer la consolidación de un espacio
político a partir del cual puedan tratarse de manera diferente las demandas
políticas y sociales, constituye una llamada a la ruptura y a la exclusión del
otro. Los problemas de afianzamiento de una tradición democrática se
hallaban, y se hallan, directamente conectados con la re-emergencia de dicha
lectura binaria en determinados momentos de la historia argentina. Las
divisiones políticas del país presentan, o tienden a presentar, así, un carácter
fatal e irreversible, donde la historia aparece como fuente de legitimación de la
exclusión del otro.
En otros términos, la proyección de civilización o barbarie en el espacio
político argentino, sobre todo, creo yo, monopolizaba, y tiende a monopolizar
y a absorber las diferentes figuras de la división. Así, la imagen sarmientina,
más que facilitar, obstaculiza la posibilidad de pensar las divisiones, pues su
reactivación en el campo político argentino tenia la ventaja, por sobre la
concepción democrática, de remitir al presente político a un cuadro de
inteligibilidad histórica omniexplicativa.
En la actualidad, la imagen sarmientina aparece debilitada como
esquema de lectura idealista, pero continúa presente, en tanto mecanismo de
invectiva política, con la aspiración de convertirse y devenir, al calor de los
nuevos conflictos, en relato global de la historia. Reaparece tanto en la
reelaboración de la figura de las nuevas clases peligrosas, como en los intentos
de insertar los conflictos actuales en esquemas binarios, simplificadores, que
tanto de un lado como del otro tienden a colocar cualquier disputa por fuera
del campo democrático.

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