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Pablo
Aravena. Foto
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Valparaíso pareciera estar hace décadas en una constante destrucción. Y por lo visto, la
patrimonialización de la ciudad impuesta por los agentes de lo turístico, desde mediados de los noventa,
disminuyó aún más las fuentes de trabajo tradicionales, propiciando la mercantilización de “su memoria
que es reemplazada por un pasado patrimonial, exótico y atractivo”, lo cual a su vez ha incidido en la
pérdida identitaria de lxs porteñxs. No obstante, ha habido posturas críticas, como la de Pablo Aravena
que, con su libro La destrucción de Valparaíso. Escritos antipatrimonialistas, se ha propuesto ir a
contracorriente y continuar el debate.
La Antorcha Magacín
Pablo Aravena (Valparaíso, 1977), pese a tener una opinión no muy optimista sobre el futuro de la
educación pública en nuestro país, se atrincheró hace más de una década en la Universidad de
Valparaíso (UV) como una manera de defender su derecho a pensar críticamente y a “alimentar la
duda” en aquellxs que lo escuchan en sus clases de Teoría de la Historia. Sin embargo, este académico
–Lic. en Historia, Mg. en Filosofía, Dr. en Estudios Latinoamericanos; y en la actualidad director del
Instituto de Historia y Cs. Sociales de la UV– es también un prolífico escritor, que se ha dado a la
tarea de poner en el tapete discusiones en apariencia no tan habituales, como pudieran serlo la teoría
y la filosofía de la historia, la historiografía o la crítica cultural. De allí los libros que ha propiciado
como editor o autor: Valparaíso: patrimonio, mercado y gobierno (con Mario Sobarzo, 2009), Me‐
morialismo, historiografía y política. El consumo del pasado en una época sin historia (2009), Los
recursos del relato (entrevistas, 2011), Representación histórica y nueva experiencia del tiempo (editor,
2019), Pasado sin futuro. Teoría de la historia y crítica de la cultura (2019) y La inactualidad de Bolívar.
Anacronismo, mito y conciencia histórica (de pronta aparición).
Por otra parte, Aravena desde siempre ha sido un cuestionador de las políticas neoliberales impuestas
a mansalva sobre la población desde los comienzos mismos de la dictadura militar. En este sentido, le
ha sido de utilidad la prensa en la cual ha colaborado asiduamente con columnas y comentarios de
libros que dan cuenta de aspectos político-sociales y que son una puesta en práctica de su revisión de
la contingencia. Experiencia que recopiló en Un afán conservador. Intervenciones, reseñas y columnas
(http://letras.mysite.com/ecob040819.html)(2019). Su más reciente obra, La destrucción de Valparaíso.
Escritos antipatrimonialistas, publicada por Ediciones Inubicalistas de Valparaíso, no solo viene a
corroborar la vocación de escritor de Aravena sino que, como señala el filósofo Sergio Rojas en el
prólogo, “este libro expone informada y reflexivamente el proceso sociopolítico de la destrucción,
hasta arribar al momento en que los problemas sociales terminan por parecer simplemente ajenos a
las lógicas del mercado”.
La Antorcha Magacín (LAM): ¿Tu libro contiene “escritos antipatrimonialistas”, como señalas en el subtítulo?
[1].
Pablo Aravena (PA): Lo de “antipatrimonialista” es, en primer lugar, un recurso retórico, pues el
objetivo del título de un libro de crítica cultural local, como este quiere ser, es conseguir que el libro sea
leído. Pero luego está el contenido para precisar lo que se quiere decir: por antipatrimonialismo lo que
busco no es promover la destrucción o degradación de los vestigios físicos del pasado (una suerte de
“retroludismo”), sino poner un aviso sobre lo que parece ser su única forma de supervivencia: producir,
rentar, entretener, ser un recurso tanto económico como político.
LAM: Estaría, entonces, la idea de “pasado como objeto de consumo”, y en este sentido, ¿qué lugar tendría la
política o gestión patrimonial?
PA: La producción de patrimonio y su gestión, desde fines de los setenta para acá, quizá sea una de las
mayores expresiones de la mercantilización del pasado, de esa “historia pop” –en el término de Fredric
Jameson– tan característica de la industria cultural de hoy, del que la novela, el cine e incluso los canales
de televisión “históricos” son sus expresiones más espectaculares y masivas[2]. Pero no se trata
simplemente de oponerse a ello por una suerte de principismo antimercado o un antifilisteísmo, sino
porque lo que se sacrifica al “tratar de acercar el pasado a la gente”, de este nada evidente ni natural
modo, es precisamente el pasado, y por añadidura la conciencia histórica, que sigo estimando
fundamental para plantearse críticamente sobre el presente (sin que esto implique necesariamente
pensar que dicho planteamiento sea garantía, por sí solo, del advenimiento de un mundo mejor. Y por
conciencia histórica entiendo aquí solo aquel pensamiento valorativo del presente que surge de su
contraste con el pasado, para lo cual debemos en primer lugar saber del pasado, no de sus sucedáneos).
PA: ¿Por qué la mercantilización del pasado implica su anulación? Porque una mercancía busca siempre
satisfacer al consumidor, aunque sea de modos misteriosos (no precisamente agradables… el goce tiene
muchos caminos), entonces el pasado para ser empacado debe ser amputado de sus dimensiones más
interpelantes en el presente, las más “ofensivas”, si se quiere, de nuestras certezas, nuestra moral y
sentido común. El conocimiento del pasado es una de las tantas formas del conocimiento (nunca
acabable) de “lo otro”. Pero sin eso otro no podemos medir distancias, aventurar traducciones ni generar
lecturas comprensivas. El pasado-mercancía es un pasado domesticado, es la forma quizá más pura de
ideología, esa que no se nos impone verticalmente, sino que deseamos, nos fascina o “entretiene”[3]. En
este sentido si me interesé en un momento por la patrimonialización de Valparaíso, o parte de él, fue
porque intuía que alguna consecuencia traería para la memoria y la comprensión de la ciudad, que bajo
ese proceso se difuminaría su dimensión más política. Y de hecho creo que lo que ha pasado es un
reemplazo de lo político por lo “cultural”, la culturización de Valparaíso ha censurado o eclipsado sus
conflictos, promoviendo un consenso social en la forma de un gran abrazo durante un falso carnaval.
¿Hay algo parecido hoy al cine social de Aldo Francia o la fotografía política de Sergio Larraín? Pues no.
En cambio, hay mucha producción cultural patrimonial. Más aún, tanto las obras de Francia como
Larraín son patrimonializadas.
LAM: Al parecer existiría consenso en torno al proceso de “destrucción” de Valparaíso que se inicia con el Golpe de
Estado de 1973. Por esto, ¿qué habría significado esta “destrucción” para la ciudad-puerto?
PA: No estoy de acuerdo de que exista un consenso sobre ello. De hecho, creo que “la destrucción de
Valparaíso”, postulada como “proceso”, es una propuesta bastante solitaria. Porque, primero, la lectura
más usual hace partir ese proceso con la apertura del Canal de Panamá (1914) y la pérdida del carácter
estratégico del Puerto de Valparaíso. Una segunda postura usual, de quienes pudieran compartir que la
decadencia social y política de Valparaíso comienza con el Golpe del 73, usualmente –en la medida que
se identifican como “de izquierda”– no están dispuestos a admitir que el presente se pueda incorporar
como una fase más de ese proceso de destrucción que postulo, sea por el reconocimiento del “valor
cultural” de la ciudad, por las manifestaciones culturales barriales (asumidas como contrahegemónicas)
o por la consagración de cierto espíritu progresista en la llamada “alcaldía ciudadana” (hace poco, en el
contexto preelectoral, plantear la destrucción de Valparaíso equivalía a atacar a la alcaldía). Y, tercera
postura, por su parte la derecha más habitual (empresarial, marina y solapadamente pinochetista) nunca
estará dispuesta a admitir el descalabro de la ciudad a causa de la explotación privada del puerto, la
usurpación de derechos de los trabajadores, el modelo de monooperadores portuarios y la falta de una
ley de tributación de la actividad portuaria en la ciudad.
LAM: Por lo visto la noción de pasado patrimonialista sería una manera más actual de “destrucción” de
Valparaíso, la cual tergiversaría, anulando si se quiere, la sociabilidad popular porteña.
PA: Para que haya memoria debe haber primero vínculo social, y a su vez la memoria social afianza y
extiende esos vínculos. Pero me gustaría insistir en que la memoria social no es simplemente un gusto
por un pasado en común, sino un saber. Es una suerte de reservorio de experiencias que se van
actualizando con los nuevos desafíos y problemas, donde “actualizar” quiere decir seleccionar y
rectificar. Lo propio de la memoria social, en tanto saber, es su dinamismo. Pero el límite de esta
memoria es un mundo donde funcione, donde ese saber se valide. Pues bien, hay bastante escrito sobre
la disolución del vínculo social y otro tanto sobre la caducidad acelerada de los universos de sentido en
que habitamos (producto de los procesos de modernización, liberalización e hipertecnologización, por
ejemplo). Dicho esto, el pasado patrimonial, o más bien dicho la “memoria patrimonial” es tan solo un
fenómeno más (el terminal diría) en el proceso de destrucción de Valparaíso, pues la memoria
patrimonial es una edición de Valparaíso hecha a la medida de las expectativas del consumidor, del
turista, que en estricto rigor –creo– ha sido promovida por un contubernio conformado entre, lo que en
un lenguaje demasiado antiguo podríamos llamar, la burguesía bienpensante progresista de la ciudad y
los organismos (públicos y privados) de la modernización. En este entramado se le ha dado “un relato” a
Valparaíso, se lo ha editado, cuestión sobre la que se ha referido lúcidamente –como de costumbre– el
filósofo chileno Sergio Rojas analizando la fotografía contrapostal porteña de Rodrigo Casanova[4].
LAM: En este sentido, podría surgir la interrogante con relación al pasado patrimonialista: ¿quiénes son los
artífices de esa reconstrucción del pasado?
PA: Uno podría pensar que esa “memoria patrimonial” (en comillas siempre porque es un
contrasentido) es meramente epidérmica, pero la señal de alerta en este sentido para mí fue dada hace
unos quince años atrás cuando, desarrollando un trabajo de Historia Oral en el Barrio Puerto, todo lo
que escuchaba uno era ya ese relato maestro del patrimonio. Solamente después de mucho tiempo
generando confianza con los habitantes aparecía la memoria del lugar, pero siempre entretejida con el
relato patrimonial y, quizá lo más decidor, con una clara conciencia en nuestros interlocutores de la falta
de destino de sus historias. Sin duda quienes más dramáticamente –con desgarro vital– viven este
proceso son ellos, y que justamente por tenerlo muy claro, generan estrategias de sobrevivencia. Creo
que es el tipo de resistencia que se puede encontrar únicamente en ciertos barrios, e incluso clanes
familiares. Es un mundo demasiado valioso como para dejarlo ir pasivamente.
Pablo Aravena (ed.). Representación histórica y nueva experiencia del tiempo. Valparaíso, América en
Movimiento/ Universidad de Valparaíso, 2019.
PA: Creo que pasó algo muy raro: hasta aquí veníamos accediendo a un tipo de pensamiento crítico que
desentrañaba esas técnicas de dominio (Mark Fisher, Wendy Brown, Byung-Chul Han, Bauman, etc.),
pero con el estallido esas lecturas caducaron automáticamente, al extremo que Han es usualmente
indicado por la intelectualidad progresista como un colaborador del neoliberalismo, lo que me parece
excesivo, injusto y frívolo. ¿Y es en base a procedimientos de este tipo que confiamos que viene algo
mejor? Yo no me lo trago, esto no es serio. Por otra parte, sin ir más lejos, las recién pasadas elecciones
hasta eso de medio día del domingo lo que había era espanto y desazón producto de la baja
participación, pero pese a eso comenzaron a ser electos los candidatos progresistas, entonces la baja
participación ya no era un problema. Lo que me parece una canallada, obsceno, pues sabemos que son
los pobres los que ya no votan. Yo no me fío de este progresismo intelectual y político. La psicoanalista
Constanza Michelson me comentaba el dato de que el 70 por ciento de los candidatos a constituyentes no
tenían hijos y tenían dos o tres autos, ¿no nos indica nada este dato? ¿Algo de la nueva forma en que el
neoliberalismo permeará la nueva constitución? La elección de unos cuantos candidatos independientes
parece legitimar la operación: dan heterogeneidad, son “representativos” del Chile común. Pero ¿es que
nadie se acuerda de las viejas críticas de izquierda a la categoría de “independiente” en política? No digo
que lo que ha pasado en Chile es nada, pero hay que prevenirse de no confundir lo que es (y que falta
ver aún) con lo que queremos que sea.
Yo entiendo que hay gente que quiere ver un pedacito de cielo dentro de la duración de su vida después
de tanta penuria, pero no a fuerza de autoengaño, de supresión de datos para una lectura con más
matices.
LAM: Volviendo a nuestra relación con el pasado. ¿Qué consecuencias tiene el presentismo radical para la historia,
más aun pensando en el medio nacional?
PA: ¿Qué implicancias tiene para la historiografía esto? En primer lugar, el no ser leída, el que no tenga
un público al que le haga sentido por no darse una correspondencia entre el tiempo vivido y el leído, es
decir por inverosímil. El pasado hoy es consumido y en la medida que sea entretenido, no está dentro de
lo que se considera necesario ser conocido, de lo que se requiere saber para conducirse con algún “éxito”
en la vida. Quizá en la pregunta va implícita la solicitud de que yo arriesgue una correlación, como la
que liga presentismo con Historia del Tiempo Presente, pero creo que no da para eso en nuestro caso[6].
En general me parece que la historiografía chilena –y desde luego mi visión es aquí parcial– sigue siendo
muy convencional, su forma narrativa aún deudora del realismo queda cada vez a mayor distancia de la
experiencia del tiempo de las generaciones actuales. Por otra parte “ampliar el tema” o “incluir nuevos
sujetos” no es en sí misma una operación crítica, pues hay que poner en tensión la epistemología
histórica completa, en esto me parece que el más temprano planeamiento fue el de Walter Benjamin (por
ejemplo es sus famosas Tesis de filosofía de la historia, o en el “convoluto N” de La obra de los pasajes),
aunque también más acá Hayden White en El contenido de la forma y Joan Scott con sus discusiones en
torno a la categoría de género, experiencia e historia feminista.
LAM: ¿De qué manera la producción historiográfica chilena, de autores/as tan diversos/as políticamente como
Gabriel Salazar, Gonzalo Vial o Sol Serrano, entre otros/as, sería deudora de una forma narrativa realista?
PA: Entiendo, en primer lugar, que las referencias que ustedes señalan son a modo de ejemplo de la
diversidad que parece albergar “la historiografía chilena” y que, por lo tanto, no estoy obligado a
referirme en detalle a cada caso[7]. Pero creo para nada polémico a estas alturas sostener que estos tres
autores comparten principios comunes en torno al modo de representación con que dan cuenta del
mundo histórico, pues la historiografía completa, al menos desde su fundación moderna a mediados del
siglo XIX –aunque Voltaire ya explicita un principio fundamental al ligar lo real con lo razonable–,
asume como condición un universo cerrado de elementos y relaciones posibles para “contar la historia”.
Sigue funcionando de modo predominante el ideal mimético, entendido este no meramente como un dar
cuenta del pasado tal cual fue (algo que ya nadie estaría dispuesto a reivindicar, incluso sin entender
bien por qué, sino por el puro desprestigio del principio por aspirar a una verdad con mayúsculas).
PA: Funciona a otro nivel, a uno de una crítica sintomáticamente menos publicitada: el de ese universo
de elementos y relaciones posibles que recién he señalado, es decir la organización del material de
investigación en una narrativa que “imita” las relaciones de la sociedad a la que se debe la producción
historiográfica, por sobre –o antes de– las opciones ideológicas manifiestas de cada historiador/a. Dicho
rudimentariamente: el problema con el realismo es que no optamos por él sino que lo asumimos como la
única forma posible, pero ello supone, en principio al menos, la solidaridad del texto con la estructura de
la sociedad en que fue concebido.
Por otra parte, las discusiones en torno al cómo la historiografía puede representar el horror, a si puede
haber historiografía después de Auschwitz (pienso fundamentalmente en la Shoa y las posturas
desarrolladas por LaCapra, White, Ricoeur, etc.) han aportado más luces al problema que conlleva
extender la tradicional narrativa de la historiografía a acontecimientos límite. La cuestión aquí sería:
“explicar” de modo tradicional acontecimientos de una cualidad tan desbordante como los referidos, ¿no
implica acaso justificarlos o normalizarlos? Entonces el problema de la representación aquí muestra toda
su dimensión política.
PA: Pero, más allá del caso, lo que queda planteado es si la tradicional escritura de la historia puede, o
no, dar cuenta de lo inédito en tanto tal, pues de enmascararlo también procedería ideológicamente –por
muy crítico o militante que se asuma– el sujeto historiador. Aludía recién a Benjamin, que en estas
cuestiones es una figura paradigmática. Toda su crítica al concepto de historia es el andamiaje teórico
para El libro de los pasajes, en donde se aventura a una escritura no realista de la historia, en efecto es una
superposición constante de citas. También hay que señalar su opción por la memoria como saber del
sometido (vencido), la que él entendía no como un relato sino como una dinámica casi indeterminada,
una afectación del sujeto que lucha en un presente… esa famosa figura del “salto de tigre al pasado”.
Benjamin finalmente llevaba una apuesta “no representacional”, que es la postura más radical que
podemos encontrar en estas materias. Pero hay, más acá, salidas posibles, pienso por ejemplo en
Auerbach y su opción por un realismo figural y, en esta línea, las teorizaciones de White en torno a la
relación entre metáfora, literatura y verdad histórica. Pero me parece que estamos, en general en Chile,
lejos de la comprensión de estas cuestiones por parte del gremio, se las descarta automáticamente como
posmodernismos.
¿DESDE DÓNDE ESCRIBO?
PA: Definido por mí mismo siempre será ilusorio, una mera pretensión. Creo que
esto sería tarea posterior, y solo si es que mi trabajo y opiniones se
consideran relevantes para algo en un futuro. No obstante, no quisiera que
esto fuera una disculpa. ¿Desde dónde escribo, materialmente? No hay ningún
misterio: provengo del siglo XX chileno (el del Frente Popular en adelante).
Padres que pudieron educarse en la universidad pública únicamente porque esta
era gratuita, y de un lado una pareja de abuelos campesinos del Aconcagua, y
del otro una compuesta por un militar raso (peruano chilenizado) y una “dueña
de casa” proveniente de la pulpería de una oficina salitrera. Mi infancia
estuvo marcada tanto por el miedo como por la resistencia a la dictadura de
Pinochet. Mis padres eran allendistas, por lo que escuché muchos testimonios
de tortura y desaparición (vi también vidas destruidas, y recién, tarde, me he
dado cuenta lo tóxico que fue para mí todo eso, ahora que crio a una hija, a
Clara), pero además percibí mucha épica cotidiana y compromisos insobornables
y, del otro lado, también una vileza abismante (delaciones, acomodos,
desprecio absoluto por el otro en beneficio propio) que creo es lo que ha
ganado finalmente hoy en Chile, por ejemplo viendo el mundo de “valores” de la
empresa, los negocios y el emprendimiento proyectado a todo tipo de
relaciones, para hacerlas imposibles: la familia, el amor, la amistad, la
educación, la militancia, etc. De aquí cierta desazón y nostalgia.
J.W.
Hardy
(ed.).
Vistas del
terremoto.
16 de
agosto de
1906.
Valparaíso
, s/n, 1924.
NOTAS
[3] Véase al respecto las observaciones sobre la ludificación de todo hechas por Byung-Chul Han, Buen
entretenimiento, Barcelona, Herder, 2018.
[4] Rojas, Sergio, “Deshabitar la ‘postal’”, en Las obras y sus relatos II, Santiago, Ediciones Departamento
de Artes Visuales, Universidad de Chile, 2009.
[5] Al respecto ver su libro Aceleración, prognosis y secularización, Valencia, Pre-textos, 2003.
[6] Al respecto ver: Mudrovcic, María Inés, “Regímenes de historicidad y regímenes historiográficos del
pasado histórico al pasado presente”, en Historiografías: revista de historia y teoría, Nº. 5, Universidad de
Zaragoza: Departamento de Historia Moderna y Contemporánea, 2013, pp. 11-31.
[7] Sobre Gabriel Salazar ver: Miguel Valderrama, “Renovación socialista y renovación historiográfica”,
Debates y reflexiones, Documento n.º 5, Universidad de Chile, 2001 y Luis G. de Mussy, “Historiografías
comparadas. El ‘total cero’ de la historiografía chilena actual”, Arbor, vol. 183, nº 724, abril de 2007, pp.
189-201. Sobre Gonzalo Vial ver: Mario González, Gonzalo Vial Correa. Las sinuosidades de una trayectoria
intelectual, 1969-1991, Valparaíso, RIL Editores, 2017.