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LA FILOSOFÍA DEL ENGAÑO

INTRODUCCIÓN

El 9 de noviembre de 1989 un grupo de personas


comenzaron a quitar las piedras del Muro que separaba el Berlín
Este del Berlín Oeste. En unos minutos se abrió un boquete que
inició su derribo. Los Vopos, policía política que vigilaba el Muro
permanecieron inmóviles asistiendo impertérritos al principio del
fin del Estado soviético.
El entusiasmo y la alegría desbordaron a la multitud que se
había agolpado allí para asistir al acontecimiento más importante
de esta área del mundo después de la Revolución de Octubre de
1917. Esa alegría era compartida por todas las cancillerías de los
países europeos capitalistas y los partidos políticos de derechas,
de centro y de la socialdemocracia y transmitida por todos los
medios de comunicación a su servicio. Se extendió como un
tsunami a todos los países la evidencia de que la utopía comunista
había desaparecido y que el sistema socialista de las naciones
soviéticas había sido un estruendoso fracaso.
El capital había triunfado en su guerra frontal contra el
comunismo.
La información transmitida incansablemente durante esos
tres cuartos de siglo, desde los grandes consorcios que fabrican la
opinión mundial a los ciudadanos del mundo entero, sobre los
terribles crímenes cometidos por la URSS, había convencido a
una parte importante de los trabajadores del mundo de que el
socialismo era un proyecto detestable y que su puesta en práctica
por los países del sistema soviético había constituido un horror de
represión, crímenes y miseria generalizada.
El sábado 25 de noviembre de 2017, el Día Internacional de
la No Más violencia contra la Mujer, en el programa de televisión

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de la Sexta noche, el periodista de ABC, Francisco Maruenda,
para analizar las elecciones en Cataluña a raíz de la declaración de
independencia proclamada por las formaciones políticas ERCA,
PdCAt y la CUP, se refirió a los crímenes de la Unión Soviética, y
afirmó con total seguridad que la URSS había ocasionado veinte
millones de muertos en su país y cien en el resto del mundo. Y
todos los demás asistentes al debate se callaron, incluyendo
aquellos que se sitúan a una supuesta izquierda, entre los que se
encontraban representantes de Podemos, del PSOE y de ERC. El
triunfo de la ideología capitalista está asegurado.
Con ese mensaje sobre las víctimas causadas por los
regímenes comunistas, que aseguran superan a las del nazismo, y
que cada año pueden aumentar sin corrección alguna por parte de
historiadores o politólogos, el triunfo de las tesis de la derecha y
sus victorias electorales están aseguradas.
Es imprescindible recordar que esta ofensiva comienza el 9
de noviembre de 1989 cuando se produce la demolición del Muro
de Berlín. Ciertamente el Capital llevaba 70 años intentando
derrotar al socialismo. Con todos sus recursos: desde las guerras
que organizó a los países que intentaron experiencias socialistas
después de la II Guerra Mundial –Cuba, Corea, Palestina, Congo,
Angola, Mozambique, Ghana, Guinea Bissau, Vietnam,
Nicaragua, Indonesia, Afganistán- a la Guerra Fría contra la
URSS en la que se emplearon todos los medios: el terrorismo
interno, el apoyo a los separatismos nacionalistas en los países
bálticos y en las repúblicas asiáticas, los bloqueos económicos,
diplomáticos, culturales, deportivos, publicitarios, y sobre todo la
competición armamentística y espacial.
En esa derrota, en el acoso y derribo del comunismo,
colaboraron muy activamente los Partidos Socialistas de todo el
mundo, comenzando por la socialdemocracia alemana, que
ilegalizó el Partido Comunista en la Alemania Federal en 1956 y
que hubo de reconstituirse en 1968, ante la negativa del gobierno
de Willy Brandt de legalizarlo.
En España el PSOE invirtió muchas de sus energías,
hombres preparados, dinero, publicidad y hostigamiento a las
bases comunistas a desprestigiar, ridiculizar y perseguir al Partido
Comunista. Los errores que este cometió serían motivo de otro

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análisis. No se puede olvidar la consigna del ínclito Alfonso
Guerra cuando afirmó que “a la izquierda del PSOE no había
nada”, enviando a las tinieblas exteriores a los partidos
comunistas de España. En esta ofensiva el PSOE encontró como
aliados fieles a la socialdemocracia alemana, al Departamento de
Estado de EEUU, a la OTAN, al Fondo Monetario Internacional,
al Banco Mundial, al Mercado Común, al Capital español, a la
Iglesia Católica y a Alianza Popular.
Lo que no entraba en los cálculos de la socialdemocracia
internacional era que en aquella guerra desatada contra los
comunistas por el Capital serían ellos las siguientes víctimas.
Cuando vencieron al mundo soviético creyeron que los
triunfadores absolutos en el mundo social y político, a partir de
aquel momento eran los partidos socialistas. Sin rivales en la
gobernabilidad del mundo, la socialdemocracia se erigiría en la
única opción política para los trabajadores y para las clases
medias –esas que habían construido los fascismos aliados del
capital- y a las que todos ahora adoran.
Pues bien, desmontado el muro de Berlín y destruida la
Unión Soviética, la socialdemocracia comienza a perder la
hegemonía que tenía en los países en que se había hecho
indispensable. Suecia pasa del 45% del voto en 1985 al 30,7% en
2010, y hoy tiene que gobernar en minoría con la alianza de los
verdes. En Finlandia, pretendido modelo para los españoles,
gobierna una coalición de centristas y el partido nacionalista
antiemigración. En Dinamarca los xenófobos han conseguido que
se organice una decidida ofensiva contra la emigración, en
Noruega se ha hecho con el poder la derecha, en Alemania
Ángela Merkel, imbatible, tiene que volver a gobernar en
coalición con los socialdemócratas que sirven de comparsas a la
democracia cristiana. En Italia no solo el PCI se suicida, el partido
de Betino Craxi se disuelve y su dirigente ha de huir a Túnez para
no morir en la cárcel. En Grecia el PASOC, después de haber sido
partido gobernante, hoy asoma la nariz en el Parlamento con seis
diputados. En Francia, en 2002 Lionel Jospin pierde la
oportunidad de enfrentarse a Chirac porque el Frente Nacional le
ha arrebatado el puesto y el nuevo salvador de la patria, Enmanuel
Macron representa al capital más internacional.

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En el Reino Unido Cameron gobernó desde 2010 a 2016. En
2015 obtuvo la mayoría absoluta y creyó que había llegado el
momento de resolver la polémica que sostenía con el ala más
derechista del partido que se quejaba de la alianza con la Unión
Europea. Ensoberbecido por su éxito convocó un referéndum
preguntando a los ciudadanos británicos si querían salir de la UE,
convencido de ganarlo. El resultado fue que los xenófobos
ganaron el referéndum y ni siquiera se pone en marcha el
proyecto de la líder conservadora Teresa May con una salida
prudente en varios tiempos sino que derrotada esta, Boris Johnson
lleva a sus últimas consecuencias el Brexit.
En Europa los nuevos protagonistas son los populismos, en
diversas vertientes. Desde el puro nazismo del Frente Nacional en
Francia al Movimiento 5 Estrellas italiano, fluctuante y perdido
en el deseo de no tener que elegir entre la derecha y la izquierda,
como afirmó al principio Podemos en España, cuando se presentó
en sociedad.
Mientras tanto la corrupción asola los partidos
socialdemócratas: Carlos Andrés Pérez, presidente de Venezuela,
acaba en la cárcel, y los Adecos, su partido, se convierten en
irrelevantes. La transición a la democracia en Chile la pilota
Ricardo Lagos, representante de la oligarquía y cuando Michelle
Bachelet fue presidenta de Concertación de Partidos por la
Democracia para las elecciones presidenciales de 2005, ya no
quedaba nada del proyecto socialista. El resultado ha sido, quince
años más tarde, la elección del líder de la derecha Piñera, que ha
provocado las sublevaciones sucesivas de los estudiantes, de los
médicos, de las mujeres, de los trabajadores. El nuevo triunfo de
Lagos, como Lázaro resucitado, vuelve a situar en el poder a la
derecha más reaccionaria. Argentina elige a Macri contra
Kichner, con una contundente victoria en las parlamentarias que
hunde al país en la deuda y la recesión. La elección de Fernández
y Kichner no significa más que un remedio a la situación de
quiebra técnica del Estado argentino. Las críticas a las medidas de
Fernández comienzan a minar el entusiasmo con que se le eligió.
En toda América Latina el socialismo pierde relevancia. La
ofensiva ya la hemos conocido: Cristina Kichner, Dilma Russef,
(las mujeres caen primero) cuya caza ha sido sin piedad, ante la

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satisfacción de los grandes poderes económicos, que han recibido
de la misma manera a Temer. Y peor aún, la elección de
Bolsonaro que va a significar el destrozo de la Amazonía, la
persecución y muerte de los activistas ambientales y la entrega de
las materias primas a las grandes corporaciones. En Perú, muy
poco después de haber elegido presidente a Pedro Pablo
Kuczynski al que llaman el yanqui, genuino representante del
capital estadounidense, tuvo que dimitir 20 meses después de ser
elegido. La lista de las víctimas es patética.
En el resto del planeta las guerras organizadas por la OTAN
y el Departamento de Estado de EEUU, han destrozado
Afganistán, Irak, Libia, el Líbano, Siria, Yemen, Sudan, y han
causado una grave crisis económica y social en Egipto, Argelia,
Túnez. Las interminables guerras que mantienen las potencias
“democráticas” en los países africanos para hacerse con sus
riquezas están desangrando el continente.
En Europa la ofensiva contra los partidos socialdemócratas
orquestada, financiada y realizada por las oligarquías del mundo,
es sin cuartel. O sus dirigentes olvidan sus veleidades de aportar
un poco de bienestar a sus ciudadanos –y tan poco- en esos
misérrimos repartos de la caridad organizada por el Estado, o solo
les espera la derrota y la humillación. Hasta que llegaron a por los
socialistas españoles.
Desde la humillación sufrida por Rodríguez Zapatero,
documentada en la carta que le envió la propia Merkel, en 2011,
para que modificara el artículo 135 de la Constitución y
pagáramos a los bancos antes que a los médicos, los profesores y
los discapacitados, el PSOE estaba herido. Ni el siniestro
Rubalcaba ni este guapo y más afable Sánchez fueron bien
recibidos. Ha sido necesario que gobernara Mariano Rajoy siete
años, que se convulsionara el PSOE con la defenestración de
Sánchez, que se repitieran tres veces las elecciones y que se
alcanzara el acuerdo de gobierno, que este año 2020, permite a
Pedro Sánchez erigirse en Presidente de Gobierno, para que
parezca que, al fin, tenemos un gobierno de izquierda, en una
situación insólita que no se repetía desde 1936.
Pero quien crea que esta es la solución definitiva es un
ingenuo. En realidad, este gobierno, como los demás de la

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Internacional Socialista seguirá cumpliendo las instrucciones del
Capital. Ahí están las instrucciones de la Unión Europea que
exigen a España las medidas típicas de austeridad. Únicamente la
crisis del corona virus obligará a no cumplirlas estrictamente,
pero la recuperación de la economía se realizará sobre la
explotación exhaustiva de las clases trabajadoras.
El socialismo, como alternativa al Capitalismo se ha
hundido. Los partidos de este nombre que todavía gobiernan en
algunos países, son en realidad gestores de las grandes
multinacionales y del complejo militar industrial. (Aquí Informe
político y económico) Bueno sería que la población se ilustrara
un poco más y leyera a Naomi Klein y su Doctrina del Shock, un
relato de los horrores que idea y perpetra el Capital contra los
trabajadores y los pueblos en todo el mundo.
Yo también lo escribí en 1994 en Trabajadores del Mundo,
¡rendíos! Pero nadie me hizo caso. Ni aún siquiera aquellos
trabajadores a los que iba dirigida mi advertencia. Y así les va.
Veinticinco años más tarde ni la crisis económica que
ninguno de los expertos de las grandes instituciones
internacionales, Banco Central Europeo, Fondo Económico
Internacional, Banco Mundial -a pesar de que entre los cuatro
organismos reúnen 30.000 funcionarios- ni los técnicos de los
Bancos nacionales supieron advertir ni prever, ha conseguido que
los pueblos de las potencias occidentales elijan a gobernantes
socialistas. El triunfo de Trump en EEUU ha superado todo lo
imaginado. Únicamente George Orwell planteó una distopía
semejante.
Hemos superado en más de 25 años aquel 1984 tenebroso
que inventó el escritor inglés y el futuro que se vislumbra no es
demasiado esperanzador.
En la ceremonia de inauguración de unas jornadas
académicas en la Universidad de Ohio, un cómico nos desternilló
con este chiste: “La crisis económica ha obligado a apagar la luz
al final de túnel”.
Pero este no es un ensayo sobre economía sino sobre la
ideología que se ha construido a partir del triunfo absoluto del
imperialismo y el Capital.

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El diccionario de la RAE se limita a definir la ideología
como el “conjunto de ideas que identifican a un grupo.” En
cambio el diccionario Larusse explica que ideología es el
“conjunto de ideas que caracterizan el pensamiento de una
persona, de un colectivo, de una época o de un movimiento”. Y
añade que la ideología dominante es el “Ideario de la clase que
detenta el poder y que se caracteriza por la cosificación, que
permite a este grupo social sostener la dominación económica
sobre el resto”. Resulta muy marxista el diccionario Larusse.
La construcción de la ideología del Capital, que tiene varios
siglos de experiencia, ha sido enormemente exitosa porque ha
convencido a amplias masas de todo el planeta de que, como
decía el diablo del Roto, no hay otro lugar que el infierno.
Carlos París se pregunta en “La Época de la Mentira”,
¿Cómo se podría designar a nuestro tiempo? Y repasa las
denominaciones que diversos pontífices de la filosofía, la política,
la lingüística, la comunicación, la economía, están utilizando para
definir este tiempo presente que ya no es de la revolución
industrial ni el de la revolución socialista. Después de las
denuncias y provocaciones de los inventores y propagadores del
situacionismo y la definición de Guy Debord de “la sociedad del
espectáculo”, hoy se ha impuesto, a través del éxito de las nuevas
tecnologías la de la “Sociedad del conocimiento”.
París comenta respecto a esta última definición: “Que me
parece muy criticable, en cuanto se presta a frecuentes
desarrollos idealistas, en que el mundo del trabajo material y la
necesidad parecen haber desaparecido… En atención al
desarrollo de las técnicas de información comunicación, las
TICS, se ha hablado de una “época de la información”, aunque
la relevancia práctica de esta información sea muy discutible,
como ha subrayado Ravel, en su obra El conocimiento inútil”.
La sociedad del conocimiento, el consumo, el espectáculo,
la imagen, la tecnología, la digitalización, son las definiciones que
se imponen tanto en el vocabulario culto, difundido por los
pertenecientes a la Academia, los medios de comunicación y los
políticos como se ha introducido con bastante éxito en el habla
popular.

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Como se observa los términos de trabajo, dinero,
explotación económica, armamentismo, imperialismo no forman
parte de los mensajes dominantes. Se publican como
informaciones separadas, muchas de ellas como sucesos, sin que
se los inscriba en las definiciones de nuestra sociedad.
Las variantes de la sociedad de la información se inscriben
en la misma postura idealista, “la sociedad de la imagen”, “de lo
visual” o “del espectáculo”. Si pudiéramos burlarnos de
semejantes definiciones sin sentir el tirón de la indignación por la
tragedia que supone, diríamos que no cabe duda que los
bombardeos sobre Siria, el rescate de los náufragos en el
Mediterráneo, las ejecuciones filmadas por los fanáticos del ISIS,
la destrucción de las torres Gemelas de Manhattan, constituyen un
impactante espectáculo, nunca conseguido en los siglos
anteriores. Mediante estos calificativos se logra convertir las
guerras imperialistas que están destrozando continentes enteros en
películas y documentales para la distracción del público
occidental.
Carlos París utiliza una expresión de José Saramago para
titular su libro editado póstumamente. Saramago dijo que
“vivimos en la época de la mentira”.
París añade: “La mentira es utilizada para mantener a las
masas dominadas” y recuerda la frase de Jonathan Swift: “dada
la natural tendencia de los pueblos a dejarse engañar por sus
gobernantes”. Añado la perfecta sanción de Mark Twain: ”es más
fácil engañar al pueblo que convencerle de que le han
engañado”.
Esta es la tarea a la que los ideólogos de la derecha, del
centro y de la socialdemocracia se han dedicado con afán sin igual
en los últimos treinta años. Ciertamente siempre el poder ha
manipulado a sus gobernados mediante mentiras. Desde los
tiempos prehistóricos construyó los relatos de las diversas
religiones que aherrojan a los pueblos con terribles predicciones
de males inimaginables si se rebelaban contra su poder.
La fuerza de la ideología dominante, de las supersticiones y
fantasías de que están compuestos los dogmas y la historiografía
de las religiones, se ha demostrado suficientemente potente para
tener atemorizadas y sumisas a poblaciones enteras durante siglos.

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Los relatos han ido cambiando a medida de que, sobre todo, los
avances técnicos y científicos pulverizaron las diferentes
explicaciones estúpidas y disparatadas con que los sacerdotes
pretendían convencer a sus subordinados de que sólo ellos
poseían la verdad, revelada especialmente a ellos por su dios.
Por tanto, hoy, el relato como ahora se denomina a la
ideología o lo que antes era el análisis –y fíjense en el sinónimo
de la palabra: cuento- ha cambiado. Excepto en sectas muy
minoritarias no se utiliza la leyenda de la creación de Adán y Eva
para explicar la construcción de la humanidad y el creacionismo
no se enseña en ninguna de las escuelas públicas españolas.
Pero no hace falta ni remontarse a las doctrinas de Trento ni
a explicaciones religiosas para convencer a las amplias masas de
votantes de que nos hallamos en “el mejor de los mundos
posibles” según la declaración del Cándido de Voltaire. O por lo
menos de los mundos alcanzables. Como repiten teóricos y
políticos de muy diferentes tendencias, “hay que ser realistas”. Y
resulta que cuando más realistas se muestran más idealistas son.
Derrotada la teoría marxista, la búsqueda del conocimiento
retrocede a los tiempos de la escolástica. Ya no existen las clases
sociales, y mucho menos la lucha de clases que sabíamos que es
el motor de la historia. La sociedad se divide en las categorías
tomistas: buenos y malos. Como según explica muy
detalladamente Santo Tomás de Aquino el fin último del hombre
es el bien de su especie, su plenitud-perfección, alcanzar la
felicidad. Para obtenerla debe responderse a su naturaleza, a su
forma humana. Ya que todo ente tiene una forma, con sus límites
y medidas, según esas leyes de naturaleza, el hombre alcanza su
bien, su virtud. A ello se le llamaría ley natural.
En consecuencia, la ley positiva, si es contraria a la ley
natural, es injusta pues atenta contra el bien del hombre. De este
modo, la ley natural expresa la libertad del hombre y exige una
ordenación racional de su conducta. Esto explica que, para Tomás
de Aquino, la peor forma de gobierno es la tiranía. Tomás de
Aquino recoge las virtudes aristotélicas cuya realización está en el
justo medio, y ¿no les recuerda el dicurso moderno del centro
político como el objetivo deseable? Esto se ve corroborado,
profundizado y trascendido por la revelación cristiana. Según

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ésta, el compendio de la ética es el amor al prójimo, que es querer
el bien de todo hombre.
Querer el bien según las leyes de la naturaleza -y véase que
Santo Tomás no recurre aquí a la verdad revelada ni a los
designios de Dios, con lo cual su teoría puede ser aceptada hoy
literalmente-, cumplir los mandatos de la ética que es el amor al
prójimo, legislar según los mandatos de la ley natural que ordena
hacer bien de todo hombre, para alcanzar la felicidad.
El prefacio de la Declaración de Derechos del Estado de
Virginia en EEUU de 1786 proclama: «Que todos los hombres
son, por naturaleza, igualmente libres e independientes, y que
tienen ciertos derechos inherentes de los que no pueden privar o
desposeer a su posteridad por ninguna especie de contrato, cuando
se incorporan a la sociedad; a saber, el goce de la vida y de la
libertad con los medios de adquirir y poseer la propiedad y
perseguir y obtener la felicidad y la seguridad».
 
La constitución de Estados Unidos se elaboró tres años antes
de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano
de la Asamblea de París y fue determinante para su redacción. La
Declaración de 1879 decía: “Los Representantes del Pueblo
Francés, constituidos en Asamblea Nacional, considerando que la
ignorancia, el olvido o el desprecio de los derechos del Hombre
son las únicas causas de las calamidades públicas y de la
corrupción de los Gobiernos, han resuelto exponer en una
Declaración solemne los derechos naturales, inalienables y
sagrados del Hombre; para que esta declaración, estando
continuamente presente en la mente de los miembros de la
corporación social, les recuerde permanentemente sus derechos y
sus deberes; para que los actos de los poderes legislativo y
ejecutivo, pudiendo ser confrontados en todo momento con los
fines de toda institución política, puedan ser más respetados; y
para que las reclamaciones de los Ciudadanos, al ser dirigidas por
principios sencillos e incontestables, puedan tender siempre a
mantener la Constitución y la felicidad de todos”.
Treinta y tres años más tarde la Constitución española de
Cádiz de 1812 asegura en su artículo 13, la siguiente
proclamación: “El objeto del Gobierno es la felicidad de la

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Nación, puesto que el fin de toda sociedad política no es otro que
el bienestar de los individuos que la componen”. El artículo 6
establece como obligación de todos los españoles el amor de la
patria y así mismo el ser justos y benéficos.
La Constitución española de 1931 declara en su artículo 1:
“España es una República de trabajadores de toda clase, que se
organizan en régimen de Libertad y de Justicia…” Un siglo más
tarde, la II República española se define en función de las clases
trabajadoras y Ya no habla de garantizarles la felicidad. Su
articulado siguiente irá estableciendo las bases para un mejor
reparto de la riqueza, de la tierra, la igualdad entre el hombre y la
mujer, la laicidad del Estado, el poder civil sobre el poder militar.
No es una Constitución socialista pero ha sido influida muy
profundamente por las ideas marxistas y la experiencia de la
revolución soviética. Las organizaciones de trabajadores y los
sindicatos tienen una enorme fuerza en la sociedad, los partidos
en alza son socialistas, la Confederación Nacional del Trabajo,
anarquista, suma un millón de afiliados en un país que tiene 22
millones de habitantes. No se podía definir la república española
de otra manera. Su final ya lo conocemos.

Han sido muchos los avatares que se han sucedido desde


estas pomposas e ingenuas declaraciones de principios que se
proclamaron desde finales del siglo XIX a mediados del siglo XX.
Tantos contratiempos y experiencias que la Constitución española
de 1978 elude la obligación de proporcionar a sus ciudadanos la
felicidad. El Preámbulo comienza diciendo: “La Nación española,
deseando establecer la justicia, la libertad y la seguridad y
promover el bien de cuantos la integran”.
Hemos llegado al último cuarto del siglo XX. La felicidad,
ese etéreo y abstracto concepto no entra en los planteamientos de
los legisladores que elaboraron el texto. Se ha vivido una larga y
profunda lucha de clases durante varios decenios que ha
desembocado en la más cruenta Guerra Civil que ha padecido
España, no es por tanto oportuno hacer mención a una felicidad
que se imaginaba muy lejana. Pero sí se propone “promover el

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bien de cuantos la integran”. Volvemos al bien común de Santo
Tomás.
El artículo 1 del texto proclama: “España se constituye en
un Estado social y democrático de Derecho, que propugna como
valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la
justicia, la igualdad y el pluralismo político.” Hemos entrado en la
época de la Revolución Francesa con su famosa proclama de
libertad e igualdad. La fraternidad la situaremos en ese excelente
propósito de “promover el bien de cuantos la integran”.

“En definitiva el discurso y el programa de todos los


partidos españoles, con alguna matización de
Izquierda Unida, que conserva sus raíces marxistas.

(Ver constitución de EEUU)


Ya expliqué en La Razón Feminista cómo el discurso de lo
natural garantizaba la verdad de lo dispuesto por la religión y el
poder político. Ha servido muy fundamentalmente para justificar
el sometimiento de la mujer pero sirve también para explicar el
lugar social que ocupan los trabajadores, las razas de color, los
pueblos colonizados. Es la Naturaleza la que determina sin lugar a
dudas que las mujeres tienen que embarazarse y parir, pero
también que los negros son mentalmente inferiores a los blancos y
que las colonias africanas deben ser gobernadas y protegidas por
los gobiernos que las conquistaron. No olvidemos que Marruecos
fue un “protectorado” de Francia y España, y en la actualidad es
la situación de hecho de Kosovo.
La teoría del bien común se mantiene durante cinco siglos,
los socialistas utópicos vienen a utilizarla cuando pretenden
repartir la riqueza para atender al “bien común” de todos. Leemos
en el “Manifiesto Comunista” sobre los socialistas utópicos
cuando “no conocen las condiciones materiales de la
emancipación del proletariado, y se lanzan en busca de una
ciencia social, de unas leyes que permitan crear esas condiciones.

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En lugar de la acción social tienen que poner la acción de su
propio ingenio; en lugar de las condiciones históricas de la
emancipación condiciones fantásticas; en lugar de la organización
gradual del proletariado en clase, una organización de la sociedad
inventada por ellos. La futura historia del mundo se reduce para
ellos a la propaganda y ejecución práctica de sus planes sociales.”
Ciertamente parece que estas líneas hayan sido escritas para
definir a nuestros actuales políticos. De Rodríguez Zapatero a
Pedro Sánchez, de Albert Rivera a Pablo Iglesias, de Hollande a
Macron, de Willy Brandt a Shultz.
“Y para la construcción de todos estos castillos en el aire se
ven forzados a apelar a la filantropía de los corazones y de los
bolsillos burgueses”, concluyen el párrafo Marx y Engels.
Teniendo en cuenta las diferencias entre la situación de 1848 y la
actual, sin embargo los ejemplos de esos proyectos fantasiosos
llevados a cabo por la socialdemocracia en toda Europa que se
montan apelando a la filantropía de los corazones y los bolsillos
de los burgueses son múltiples: fundaciones caritativas, ONGs
para organizar acciones sociales, asociaciones reivindicativas que
no tienen ningún poder ni económico ni legislativo, movimiento
okupa de rehabilitación y utilización de edificios, departamentos
en las instituciones que atienden algunos asuntos sociales,
generalmente de manera ineficaz o claramente reaccionaria,
incluyendo a los sindicatos financiados por el poder burgués.
Incluso existe una institución llamada “banca ética” que en
vez de motivar la perplejidad y la burla de los expertos ante lo que
es evidentemente un oxímoron, es aprobada por una buena parte
de la población progresista. Un economista compasivo hace
siempre referencia al bien común para defender un mejor reparto
de los impuestos.
Engels llama “curanderos sociales” a los socialistas utópicos
que “aspiraban a suprimir, con sus variadas panaceas y emplastos
de toda suerte, las lacras sociales sin dañar en lo más mínimo al
capital ni a la ganancia.” Esa es la esencia de las fórmulas que la
socialdemocracia ha puesto en práctica durante más de medio
siglo. La enseña de “Proletarios de todos los países, uníos” que
formula Flora Tristán antes que Marx y Engels aunque no se lo
reconozcan, ha quedado archivada en las bibliotecas.

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Ya no se trata de organizar al movimiento obrero ni al
movimiento feminista en una demanda radical de justicia social,
enfrentándolos al capital y al patriarcado. La política que hoy
defienden los dirigentes de la última ola liberal, socialista,
populista, se dirige, como la de aquellos utópicos del siglo XIX a
implementar las ocurrencias fantásticas que nos llevarán a
alcanzar el Paraíso perdido.
Derrotada la experiencia soviética, no queda más que
recurrir a los buenos propósitos de las clases burguesas que deben
financiar el bienestar de las clases trabajadoras. Las admoniciones
a la virtud de los empresarios, de las grandes organizaciones
transnacionales y de las instituciones internacionales políticas y
económicas: Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial,
Bancos Centrales, ONU, para que tengan en cuenta las
escandalosas cifras del paro, la miseria mundial, los horrores de
las guerras imperialistas y sus víctimas con millones de personas
refugiadas huidas de sus países, son idénticas a los sermones
papales.
Esas formaciones políticas que se reclaman protectoras de
sus pueblos, y los ideólogos que los inspiran, han vuelto a utilizar
la filosofía tomista, y su discurso explica a las masas que los
buenos son los que deben gobernar a favor del bien común, y
decidir lo que se debe y no se debe hacer, no ya por imposición
divina pero sí porque poseen unas cualidades de que los demás
carecen: inteligencia, lucidez, sentido de la realidad,
conocimientos técnicos, experiencia variada y continuada. Del
gobierno de estos buenos sólo pueden esperarse bondades, y de
los malos maldades. Lo importante es que el pueblo sepa
distinguir a unos de otros. Y para ello, los sabios ideólogos que
tienen a su disposición todos los medios de que el capital dispone,
instruyen al pueblo llano sobre quienes son unos y otros.
En definitiva los votantes han de escoger a los mejores
dirigentes, que se distinguen por sus cualidades morales, y tantas
veces físicas, que nos explican paciente y repetidamente sus
propósitos respecto al gobierno del país, y cómo es
imprescindible tomar las medidas que proponen en beneficio de
todos. Ya que todos representan a todos, y sólo gobiernan por
nuestro bien.

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La gran tarea de los votantes es en todo caso dilucidar con
lucidez quienes son mejores que otros, para lo cual realmente
tienen pocas claves si únicamente han de escoger a partir de unos
programas electorales donde todos prometen lo mejor para todos.
Y en último término, cuando los resultados de las elecciones no
permiten gobernar a uno solo de los partidos en mayoría, lo
sensato es que todos o casi todos se pongan de acuerdo en las
políticas que han de llevar a lograr el bien común.
Este discurso lo defiende la derecha, el centro y la
socialdemocracia, convertidos a la vez en defensores y adalides
del bien común. Únicamente disienten en los métodos de lograrlo.
Y en algunos de los objetivos que a veces, pero no siempre,
formulan. Pero dada la falta de concreción de los discursos
electorales y su semejanza entre sí, el pueblo llano suele estar
bastante confuso, con lo que no es de extrañar que la derecha y el
centro político reciban millones de votos de los trabajadores más
pobres. Es el triunfo de este discurso ideológico escolástico
liberal.
Queda sin embargo un sector de población desconfiado y
escaldado ante el sistemático incumplimiento de las promesas de
felicidad que le han hecho durante los últimos decenios. A este
sector se dirigen hoy, como ayer, las formaciones populistas y
claramente fascistas, igual que hace un siglo y ante el fracaso de
la socialdemocracia consiguen un auge cada vez mayor en toda
Europa y América. Con las mismas denuncias e idénticas
promesas a las masas pauperizadas y desesperanzadas de
alcanzar, por fin, la igualdad y la justicia, mediante la vuelta a los
valores tradicionales y eternos: el enfrentamiento a los grandes
poderes supranacionales imperialistas, la autoridad del poder del
hombre sobre la mujer, la eliminación de los “otros” que les roban
sus legítimos bienes: judíos, emigrantes, homosexuales; la
persecución eficaz de terroristas, comunistas, desintegradores del
orden natural. Los partidos de Le Pen en Francia, Amanecer
Dorado en Grecia, en Alemania, en Holanda, en Hungría, en
Polonia, y el triunfo de Trump en EEUU, constituyen el resurgir
del fascismo de los años 30 con las características actuales: un
nivel de vida muy superior al de aquel momento que proporciona
a la mayoría de las poblaciones comodidades impensables hace un

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siglo, el auge del consumo, cada vez más asequible hoy por la
inundación de productos chinos, el aburguesamiento del
proletariado instalado y la decepción y desesperanza de las clases
trabajadoras que viven en precario, sentenciadas a sobrevivir con
un trabajo inestable y mal pagado.
Ciertamente existe una izquierda coherente que lleva cien
años explicando que los partidos y sus programas corresponden a
los intereses económicos de cada clase social, pero ya no es
escuchada. La derrota de la URSS ha desprestigiado el proyecto
socialista, y no sólo el ruido de los sectores dominantes en el
poder impiden oír sus propuestas, sino que el pueblo está ansioso
por creer un discurso buenista, de amor fraternal, con el que
consolarse de su desgracia. Discurso que además ha aprendido, en
su mayor parte, en la escuela religiosa y le es transmitido
cotidianamente por los medios de comunicación.
Discurso que también la socialdemocracia ha adoptado
intentando así competir en el mismo terreno con la derecha, con el
resultado, conocido y perfectamente previsible, de que los
electores suelen escoger el original y despreciar las copias. Así,
las propuestas del partido socialista están siendo cada vez menos
creídas y aceptadas sin que sus dirigentes hayan entendido todavía
por qué.
Cómo se articula ese discurso del bien común por los
ideólogos de las clases dominantes, incluyendo a los que se
alinean con la izquierda, y de qué manera se razona, será el tema
de este libro.

(Ver escolástica) (Engels)

Ideología – La ideología del sentido común – La ideología


del amor al prójimo

Política – La política de los sentimientos

Libertad – La libertad de los trabajadores para dejarse


explotar: Marx Prostitución, Cataluña, Vientres de alquiler,

Economía

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Educación

Sanidad

Situación de la mujer - niños

Cataluña

Ver (La época de la mentira)

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