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Marcela V. Tejerina - Carmen S.

Cantera
Coordinadoras

Combatir al otro

El Río de la Plata en épocas de antagonismos


1776-1830

Serie Extensión
Colección Ciencias Sociales y Humanidades
Combatir al otro: el Río de la Plata en épocas de antagonismos, 1776-1830/Carmen Susana
Cantera ... [et al.]; coordinación general de Marcela Tejerina; Carmen Susana Cantera. - 1a ed. -
Bahía Blanca : Editorial de la Universidad Nacional del Sur. Ediuns, 2016.
267 p.; 21 x 15 cm.

ISBN 978-987-655-130-4

1. Historia Argentina. I. Cantera, Carmen Susana II. Tejerina, Marcela, coord. III. Cantera,
Carmen Susana, coord.
CDD 982

Editorial de la Universidad Nacional del Sur


Santiago del Estero 639 – (B8000HZK) Bahía Blanca – Argentina
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Queda hecho el depósito que establece la Ley n.° 11723


Bahía Blanca, Argentina, noviembre de 2016.
© 2016. EdiUNS.
Índice

7 Introducción
17  El destierro en la etapa virreinal, una aproxi-
mación a conflictos y prácticas políticas de antiguo
régimen
Marcela Tejerina - Luciana Francisco

51  Bajo el signo de la sospecha. Los pulperos españo-


les en tiempos de revolución. Buenos Aires 1810-
1820
Julián Carrera

79  La máscara de la Independencia. Martín de Álzaga:


¿realista o revolucionario?
Mariano Schlez

123  Mujeres, sociabilidad y poder: entre la revolución y


la independencia
Marcela Aguirrezabala

165  Los combates por la palabra: representaciones del


enemigo en la prensa periódica bonaerense du-
rante la década de 1820
Carmen Susana Cantera

193  Las guerras civiles en la clausura: el monasterio de


San José de Córdoba (1829-1831)
Ana Mónica González Fasani

231  Bibliografía
257  De los autores
Introducción

L os cambios políticos, sociales y culturales acaecidos entre


mediados del siglo XVIII y las revoluciones de independencia
han constituido objetos de estudio centrales para la historia política
en las últimas décadas y su interés por comprender el proceso de
construcción estatal en Hispanoamérica, en general, y particu-
larmente en el Río de la Plata se ha renovado a resguardo de todo
anacronismo o interpretación teleológica. Las distintas líneas direc-
trices propuestas por Halperin Donghi (1985, 2005), Annino et al.
(1994) y Guerra (1992,) han marcado el camino en ese sentido. La
sociedad corporativa del antiguo régimen colonial, los procesos
revolucionarios enmarcados en la crisis de la monarquía hispánica,
las transformaciones en las prácticas de sociabilidad y el desarrollo
de la opinión pública comenzaron así a mostrar su importante
centralidad. Pilar González Bernaldo (2015) afirma que la llamada
«nueva historia política» se asocia a la rehabilitación de una historia
intelectual y jurídico-institucional a través de la «historia conceptual
de lo político». En este sentido conviene remitir a Elías Palti (2007)
para quien el interés histórico por el siglo XIX radica en que se trata
de un momento de refundación e incertidumbre frente al quiebre de
las instituciones tradicionales. Palti plantea la necesidad de penetrar
el universo conceptual en que la crisis de independencia y posterior

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Introducción

proceso de construcción de los Estados tuvo lugar; interesa advertir


de qué modo se redefinirían las categorías políticas fundamentales y
se producirían los desplazamientos por los cuales se fueron mol-
deando los lenguajes como formas de discurso incompatibles con los
imaginarios tradicionales.
No es posible elaborar aquí una descripción de los distintos
itinerarios recorridos a partir de aquellos trabajos fundantes, solo
mencionar los abordajes dentro de los cuales se desenvuelve la
propuesta del presente libro. Nos interesa destacar, particularmente,
la confluencia de la historia política con la historia cultural en la
elaboración de interrogantes sobre la construcción identitaria y las
alteridades que de ella se derivan (Chiaramonte, 1997; Pérez Vejo,
2011). El diálogo de la historia política con la historia de la justicia y
del derecho, asimismo, de la mano de la renovación conceptual y
metodológica trazada por Bartolomé Clavero (1991) y Antonio
Manuel Hespanha (1993), entre otros, ha generado el debate sobre
las persistencias y transformaciones en las culturas política y
jurídica, que surgen como articuladoras de las respuestas que los
diferentes actores sociales plantearon frente a los desafíos e incer-
tidumbres de una etapa de grandes cambios. Asimismo, el libro
recoge aquellos aportes que en los últimos años se han realizado en
la articulación de la historia política con la historia social, en relación
al impacto de los procesos revolucionarios sobre otros espacios de la
sociedad corporativa, en este caso la familia y la Iglesia, a través del
universo femenino (Fraschina, 2010; Guardia, 2010 y 2014). Final-
mente, y de la mano de la discusión historiográfica, la propuesta del
libro habilita la incorporación de otras perspectivas teóricas, las que

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Introducción

desde las categorías del materialismo científico, para ciertos autores


lejos están de agotarse (Chust et al., 2010).
Si ‘lo político’ designa la dimensión de hostilidad y de anta-
gonismo entre los humanos, como afirma Chantal Mouffe (1996), ‘la
política’ está destinada a atenuarla y/ o a neutralizarla. Tiene que ver
con la acción pública y la formación de identidades colectivas y su
objetivo es la creación de un ‘nosotros’ en un contexto de diversidad
y conflicto, distinguiéndolo de un ‘ellos’. Se debe reconocer que todo
proceso identitario está construido como «diferencia» y que toda
objetividad social está constituida por actos de poder. Por consi-
guiente, la pregunta radica en el tipo de relación que se puede
establecer entre identidad y alteridad, para desactivar el peligro de
exclusión que implica esta relación de identidad/diferencia. Siempre
es posible que la relación nosotros/ellos, ya sea de tipo religioso,
étnico, económico, político u otro, se transforme en una relación
amigo/enemigo, es decir, que se convierta en un espacio de
antagonismo entonces, a partir de allí, esta relación se hace política.
Lo político y la política, de este modo, ya no pueden presentarse
localizados en cierto tipo de instituciones, como un ámbito
específico de la vida social, sino que debe ser aprehendido como una
dimensión inherente a toda sociedad humana.
Los capítulos que forman parte de este libro dan cuenta de una
particular forma de entender y resolver las relaciones antagónicas
con ese «otro» en el Río de la Plata de fines de la etapa colonial e
inicios de la vida independiente. Lo hacen desde diferentes ópticas,
ya sea desde la (in)capacidad de los diferentes actores para resolver
una conflictividad propia de los tiempos de cambios, de otra forma
que no fuera combatiendo al «otro» —aquel que pensaba diferente o

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Introducción

competía por ocupar los mismos espacios de poder—, ya sea


poniendo en discusión los marcos teórico conceptuales desde los
cuales dicha conflictividad puede y conviene ser abordada. Pero en
todos los casos la pregunta gira en torno a las transformaciones que
se operaron en la concepción del poder hacia fines del siglo XVIII y
principios del XIX y en las formas de hacer política a ellas asociadas.
Y las respuestas se rastrean en las prácticas y los discursos de actores
diversos, abordados desde una perspectiva relacional y dialógica,
con atención a los dispositivos institucionales y las herramientas
políticas que los distintos grupos pusieron en juego.
A principios del siglo XIX, los diferentes actores políticos se habían
visto enfrentados a importantes desafíos. No hacía mucho tiempo
habían afrontado el intento borbónico de disciplinamiento social y
renovación administrativa en el marco del recientemente creado
virreinato. Las invasiones inglesas y la posterior vacatio regis, a su
vez, provocarían la aceleración de los cambios. Heredera del proceso
revolucionario francés, la modernidad política comenzaría a hacer
de la igualdad una de sus principales banderas. Fundamentalmente
implicaba la superación del sistema de castas y jerarquías propio del
antiguo régimen, asentado sobre un complejo entramado de privile-
gios y diferenciaciones. La afirmación de la igualdad se presentaba
como un «principio constitutivo de las repúblicas modernas». Esta
promesa y el horizonte de igualdad e inclusión, sin embargo, eran
entendidos en términos de una homogenización, que no provocaba
otra cosa que la exclusión de todo aquel que no cupiera dentro de
los parámetros establecidos. Del mismo modo, así como la igualdad
implicaba la homogenización y el riesgo de la exclusión, la afirma-
ción de la identidad política en el marco del estado nación pondría

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Introducción

en entredicho el reconocimiento de la alteridad, el derecho a la


discrepancia o a la disparidad de opinión. Creciente militarización,
luchas de facciones y progresiva politización social serían las claves
de una definitiva transformación en el modo de concebir y practicar
el poder en el tránsito de la colonia a la etapa nacional que, no
obstante mostraría ciertos puntos de encuentro con el régimen
anterior.
Esta es, en algún sentido, la idea que justifica la incorporación del
trabajo de Marcela Tejerina y Luciana Francisco sobre el destierro
durante el virreinato. En él nos muestran que la práctica de expulsar
del escenario político a los disidentes, adversarios o enemigos, tan
generalizada en la década revolucionaria, ya constituía un mecanismo
de disciplinamiento utilizado francamente en época de los Borbones.
Pero también advierte que la utilización de este mecanismo remite a
las posibilidades y los límites de los Borbones para llevar adelante
su propuesta de gobierno reformista y su eventual contraposición a
la cultura jurisdiccional predominante.
Si bien en tiempos de la revolución, la práctica del destierro se fue
radicalizando en forma progresiva, esto nos remite a cierto paren-
tesco entre los imaginarios absolutista y revolucionario que, según
observaba François-Xavier Guerra (1992), no debería resultar
invisibilizado por las diferencias sobre la identidad del soberano al
que remitían o aún por los ataques de los revolucionarios contra el
poder absoluto del rey. Es así que la creciente importancia y
radicalización de la práctica de expulsar del territorio por razones
políticas, en el marco de la lucha de facciones que se desencadena en
torno a los procesos de revolución e independencia pone en evi-
dencia aquellos aspectos que remiten a un pasado no tan lejano que

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Introducción

los propios revolucionarios intentaban dejar atrás. Es en este


contexto que los trabajos de Julián Carrera y Mariano Schlez dan
cuenta de las diferentes perspectivas desde las cuales abordar la
práctica de expulsión del territorio, como forma de combatir al
«otro» antagónico, y los efectos por ella desatados. Julián Carrera se
centra en la situación de los españoles durante el proceso
revolucionario y el proceso que condujo a su «extranjerización», a
través de la suerte de los pulperos, y analiza las imposiciones y
ataques por parte del gobierno revolucionario tanto como de los
vecinos, en este caso más vinculados a antiguos rencores que a la
causa patriótica. Mariano Schlez aborda la actuación de Martín de
Álzaga desde un punto de vista historiográfico a partir de la crítica
teórica y metodológica sobre una particular forma de interpretar e
identificar la adscripción de los protagonistas a los bandos en pugna
y su relación con los intereses sociales en disputa. Así pues y en
forma independiente del marco teórico conceptual al que se
adscriba, nos ofrece un ejercicio intelectual sustentado en una prolija
y detallada revisión de las fuentes éditas de la época.
La colaboración de Marcela Aguirrezabala, por su parte, recupera
el rol de las mujeres, atravesadas por las contingencias de sus
cónyuges, padres y hermanos, cuando interpelaban a las autorida-
des con un papel fundamental frente a la disensión y a la
persecución opositora. Ellas lo hicieron desde la distancia y me-
diante el despliegue de mecanismos que les permitieron obtener
información, construir vínculos de camaradería, mantener antiguas
lealtades, generar redes en la distancia, además de conseguir
favores, privilegios, recursos y hasta sopesar alianzas y fuerzas.

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Introducción

Para finalizar, las propuestas de Carmen Cantera y Ana Mónica


González remiten a la década de 1820 y nos introducen en otras
formas de combatir al «otro»; en este caso la guerra en sus diferentes
dimensiones, tanto aquella que refiere al enfrentamiento bélico como
a la que se desenvuelve en el plano discursivo. Una guerra que,
según muestra Ana Mónica González, para la época del gobierno de
José María Paz en Córdoba, traspasaba hasta los gruesos muros de la
clausura conventual y sus barrotes de ventanas inaccesibles; una
guerra que, según estudia Carmen Cantera en el ámbito de la
prensa, se estableció a partir de una confrontación verbal exacerbada
que, a partir de un bagaje conceptual compartido, generaba ámbitos
de combates discursivos como una forma de extensión de la lucha
establecida en el campo de batalla propiamente dicho.
Los trabajos nos acercan a múltiples actores políticos que,
provenientes de diversos ámbitos socioculturales, participaban en
diferentes escenarios de combate: la guerra en sí misma, los espacios
de sociabilidad, la prensa, los lugares de destierro, las instituciones
políticas. Mediante estrategias de intermediación, confrontación e
intercambios discursivos se advierte que el combate permeaba
diversas instancias de la vida de quienes debían atravesar los
profundos cambios de fines de siglo XVIII y principios del XIX.
La exclusión del «otro» y el combate en sentido amplio se
convierten, de este modo, en los tópicos que atraviesan el libro. Y la
propuesta no es casual ni azarosa. La mayoría de las colaboraciones
que lo conforman son fruto de la labor investigativa que se
desarrolla en el marco del proyecto denominado «Los Otros en
dimensión histórico-política: tensiones, conflictos y dinámicas de

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Introducción

poder en el Río de la Plata (fines del siglo XVIII y principios del


XIX)», del Departamento de Humanidades de la Universidad del
Sur1. Pero también gran parte de los trabajos han sido discutidos en
forma total o parcial en sucesivas Jornadas Interescuelas/Depar-
tamentos de Historia2. La participación en estos encuentros de los
docentes investigadores de las Universidades Nacionales del Sur, de
La Pampa y de La Plata que colaboran en este libro nos permitió
finalmente dar forma a esta propuesta, como invitación a pensar en
las arduas dificultades que debieron enfrentar aquellos hombres y
mujeres para construir nuevas vías hacia la resolución de los
antagonismos emergentes de una nueva etapa política que estaba
comenzando.

Marcela Tejerina y Carmen Cantera


junio de 2016

Notas

1 PGI dirigido por la Dra. Marcela V. Tejerina con cuyo subsidio se financia en
forma parcial la presente publicación, sumándose el Proyecto sobre
«Identidades en conflicto: representaciones sociales del extranjero en
producciones textuales rioplatenses. Siglos diecinueve y primera mitad del
veinte», (2011-2014) que se desarrolló en el Instituto de Historia Americana de
la Facultad de Ciencias Humanas de la UNLPam bajo la dirección de la Dra.
Carmen Cantera.
2 Nos referimos a la Mesa sobre «Instituciones, actores sociales y sociedad
corporativa. El Río de la Plata en la transición de fines del siglo XVIII y
comienzos del siglo XIX», coordinada por Marcela Aguirrezabala y Javier
Kraselsky en las XIV Jornadas Interescuelas/Departamentos de Historia,
realizadas en la ciudad de Mendoza, del 2 al 5 de octubre de 2013, y la Mesa
sobre «Actores y prácticas en la transición del período colonial al

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Introducción

independiente», coordinada por Marcela Tejerina y Julián Carrera en las XV


Jornadas Interescuelas/Departamentos de Historia, organizadas en la ciudad
de Comodoro Rivadavia del 16 al 18 de septiembre de 2015.

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Introducción

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El destierro en la etapa virreinal, una aproximación a
conflictos y prácticas políticas de antiguo régimen
Marcela Tejerina - Luciana Francisco

A mediados de 1779, el monarca advertía al Procurador


Síndico del Cabildo de Buenos Aires —don Bernardo Sancho
Larrea— que, en tanto reincidiese en los excesos cometidos, existía la
posibilidad de terminar desterrado en Malvinas1. Pocos meses
después, efectivamente el monarca ordenaba su destierro, junto con
el del Alcalde don Judas Joseph de Salas, pero por un asunto
totalmente distinto al que había provocado la primera recon-
vención2. Años más tarde, el virrey Marqués de Loreto decidía el
destierro del maestrescuela de la Santa Iglesia Catedral Juan Baltasar
Maziel, quien resultaría confinado a la ciudad de Montevideo3. Algo
parecido le sucedería al Regidor Depositario General don Benito
González Ribadavia, cuando en épocas del virrey Nicolás de
Arredondo y a instancias de la Real Audiencia tuvo que enfrentar el
castigo de destierro en la ciudad de Córdoba4.
Según el Diccionario de Autoridades, el destierro era entendido
como la expulsión o privación de permanecer en la tierra propia o en

 Departamento de Humanidades, Universidad Nacional del Sur.


 Departamento de Humanidades, Universidad Nacional del Sur.

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Marcela Tejerina - Luciana Francisco

otro lugar donde se tuviera domicilio, por tiempo limitado o en


forma perpetua (Diccionario de Autoridades, 1732, III). Cuando en
la decisión del destierro se estipulaba el lugar en el cual este se debía
cumplir, se podía hablar de confinamiento, en tanto refería al acto de
destierro acompañado de una asignación y prefijación «del lugar o
paraje donde ha de ir, y estar precisamente» (Diccionario de
Autoridades, 1729, II). Cuando el individuo era obligado a salir
fuera del reino, sin poder permanecer en ningún lugar del mismo, se
hablaba de extrañamiento bajo la acepción de «extrañar de los
Reinos a uno» (Diccionario de Autoridades, 1732, III). El extra-
ñamiento privaba a los vasallos de sus privilegios y honores,
ocupándoles las temporalidades, bienes y hacienda y haciéndolos
salir fuera de los dominios, sin permitirles que pararan ni vivieran
en parte alguna de ellos. Constituía una medida que podían tomar
virreyes, presidentes o gobernadores, pero el procedimiento judicial
contemplaba la remisión de la causa a la corona con el fin de revisar
la decisión. En la legislación de Indias estaba vinculado a deudas
con la Real Hacienda, al desorden público o a delitos sin especificar,
exceptuándose de ello a los indios (Recopilación de Leyes de los
Reinos de las Indias, 1841, I).
En el plano historiográfico, el destierro en el antiguo régimen
indiano ha sido generalmente abordado en forma contextual, en
asociación con mecanismos de control y ordenamiento social y a la
vez como un medio para reforzar los límites más remotos y
problemáticos del imperio (Roniger y Sznajder, 2007). Para la justicia
de Córdoba del Tucumán, por ejemplo, entre los siglos XVII y XVIII
el destierro constituyó una de las penas más frecuentes, si bien en
asociación con otras, generalmente con alguna clase de trabajo

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El destierro en la etapa virreinal, una aproximación a conflictos y…

forzado (Agüero, 2008). En cuanto permitía la expulsión de aquellos


personajes que perturbaban el orden público y que desobedecían las
leyes, formaba parte de un sistema preventivo utilizado tanto en la
península (Ruiz Astiz, 2010) como en los dominios de ultramar
(Agüero, 2008; Aspell, 2008). Pero en el marco de las transforma-
ciones y conflictos resultantes de las reformas borbónicas en Indias,
el destierro también ha sido abordado desde el punto de vista
jurídico-político, como un instrumento de poder utilizado en forma
reiterada por la corona para el disciplinamiento de quienes se
enfrentaran de una u otra forma a las decisiones del monarca
(Navarro García, 2008; Pérez Perdomo, 2006).
El estudio de la conflictividad emergente del proceso reformista y
su impacto sobre la relación de las elites locales con el poder central
es un tema que en las últimas décadas ha llamado la atención de los
historiadores, como puerta de entrada para abordar la articulación
entre la etapa de las reformas y la posterior de crisis del sistema
imperial. En general, ha predominado la idea, esbozada ya hace
años, de que la vigorosa afirmación de la autoridad real durante el
último cuarto de siglo XVIII tuvo menos que ver con la crisis del
orden colonial de principios del XIX, que el progresivo de-
rrumbamiento de la autoridad frente a las crisis militar y política
europea cuyo impacto las reformas no habían logrado impedir
(Halperín Donghi, 1985: 74). Sin embargo, también se ha señalado el
importante reacomodamiento de las estructuras de poder locales a
partir de las reformas de los Borbones que, orientadas a la recupe-
ración del control colonial, dejaron atrás el gobierno del compromiso
y del consenso propio de la etapa anterior, abriendo las puertas al
proceso que acabaría en la independencia de los dominios de

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Marcela Tejerina - Luciana Francisco

ultramar (Lynch, 2005). Sea como fuera, señala Garriga, en la


mayoría de los casos las discusiones se han centrado en los fines y
los resultados de la política reformista, relegando por tanto el
análisis de los medios institucionales empleados por los Borbones y,
junto con ello, la valoración de las posibilidades y los límites del
reformismo en sí mismo. Propone, por tanto, volver la atención
sobre los instrumentos de gobierno disponibles y las concepciones
jurídicas que les daban sentido (Garriga, 2002: 784) e introducirnos
de este modo en la cultura jurisdiccional propia de la época, a partir
de la cual se revela la dimensión política del antiguo régimen5. El
poder político es un instrumento de orden, en tanto existe y se
legitima para mantenerlo, y de justicia, en tanto da a cada uno lo que
es suyo. Es en este marco que los conflictos adquieren un particular
sentido:

No sorprenderá que el conflicto formase parte de la fisiología (y


no de la patología) de los cuerpos políticos en el Antiguo
Régimen, siempre necesitados de una instancia armonizadora
que, dando a cada uno lo que le correspondiese, garantizara la
permanencia del orden jurídico en su conjunto (Garriga, 2004).

La resolución del conflicto por medio del destierro se convierte así


en el objeto de estudio del presente trabajo, a través del cual y a
modo de ejercicio proponemos rastrear los rasgos de la cultura
jurisdiccional a la que alude Garriga, y lo hacemos porque en-
tendemos que cada uno de los argumentos utilizados por las
distintas jurisdicciones involucradas abren una puerta a la
consideración de las posibilidades y los límites de los Borbones para
llevar adelante su propuesta de gobierno.

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El destierro en la etapa virreinal, una aproximación a conflictos y…

Al focalizarnos en la dimensión política de esas penas de destierro


y preguntarnos sobre su entidad y alcances en tanto instrumento de
coacción para institucionalizar el poder de los Borbones frente al de
las elites locales, nos ubicamos en la intersección entre la historia
jurídica y la historia política, cuya concurrencia y afinidad tanto han
aportado en los últimos años al conocimiento y análisis del período
colonial en el Río de la Plata y el Tucumán, en confluencia, además,
con la antropología y la historia social (Agüero, 2008; Barriera, 2013;
Lorandí, 2008; Polimene, 2011; Zamora, 2010, entre otros). De este
modo, el análisis de las bases jurídicas y los fundamentos políticos
bajo los cuales se ponía en consideración una disposición de tal
naturaleza nos permite aproximarnos a ciertos rasgos de la cultura
política de fines del antiguo régimen, así como a los modos de
acción a ella asociados6.

El destierro a Malvinas del Síndico Procurador General don


Bernardo Sancho Larrea y del Alcalde de Primer voto don Judas
Joseph de Salas y Corbalan

La amenaza de destierro que pendía a mediados de 1779 sobre la


cabeza de don Bernardo Sancho Larrea respondía a su participación,
como Procurador General del Cabildo, en el conflicto que se había
desatado el año anterior entre el Cabildo de Buenos Aires y el
Intendente don Manuel Ignacio Fernández, a raíz del estableci-
miento del estanco del tabaco. Según los cargos que pesaban en su

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Marcela Tejerina - Luciana Francisco

contra, Bernardo Sancho Larrea había promovido la «irregular


pretensión» del Ayuntamiento de que se le diera copias de las reales
disposiciones relativas al mencionado estanco, así como de toda
nueva imposición de derechos que surgiera. Ante la negativa del
Intendente Fernández, también se acusaba a Larrea de haber pro-
movido la queja del Cabildo ante su majestad. Recordemos que la
implantación del estanco del tabaco constituía una de las reformas
potencialmente más irritantes de los Borbones, inspirada en una
clara preocupación fiscal7. El monarca entendía que los mencionados
asuntos eran «privativos de la Suprema Potestad» y que el Cabildo
carecía de todo fundamento, derecho y facultad para «mezclarse,
representar ni oponerse» a su decisión8. Aparecía en este especial
llamado de atención «la exaltación del poder regio en detrimento del
que correspondía a los reinos y pueblos» (Tau Anzoátegui, 1992: 98),
tendencia que se haría cada vez más visible en la segunda mitad del
siglo XVIII y que pondría en tensión la figura del «se obedece pero
no se cumple» y la costumbre de la súplica, en relación con la
obediencia a la autoridad regia. Es que en el conflicto jurisdiccional
que se había planteado entre el Cabildo y el Intendente Fernández
entraban a jugar cuestiones que tenían que ver con las verdaderas
transformaciones que los Borbones pretendían imponer, las más
novedosas, relacionadas con el gobierno económico (Garriga, 2002:
818). Don Manuel Ignacio Fernández había llegado al Río de la Plata
con la expedición de Pedro de Cevallos en 1777 y un año después
fue nombrado como Intendente de Ejército y Real Hacienda de todas
las Provincias del virreinato (Mariluz Urquijo, 1995: 117) para ocu-
parse del cobro, custodia y empleo de la renta de todo el virreinato,
a imitación de los intendentes de ejército y hacienda creados en

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El destierro en la etapa virreinal, una aproximación a conflictos y…

Cuba y Venezuela. Fernández respondía de este modo al perfil de


«hombres nuevos», que pasarían a constituir el nuevo aparato de
gobierno propuesto por los Borbones, en su mayor parte militares
orientados a gobernar con criterios administrativos y no judiciales
(Garriga, 2002: 818):

Frente a la monarquía judicial despunta una monarquía


administrativa, que resume en sus vicisitudes la llamada dinámica
estatal del Setecientos y desde luego explica el «conflicto político
interno al sistema» característico por doquiera del Despotismo
Ilustrado. Un conflicto que se hacía cotidianamente visible en la
multitud de los que concretamente enfrentaban a las viejas
magistraturas (encastilladas en sus procedimientos judiciales) con
las nuevas autoridades (armadas de potestades económicas, más
expeditivas) (…) (Garriga, 2002: 819).

Fuera de esto y en todo caso, si la corona pretendía cortar de raíz


cualquier intento de «resistencia institucionalizada» por parte de un
Cabildo acostumbrado a desenvolverse en el marco de una situación
periférica respecto de los centros de poder, la amenaza del destierro
aparecía como una medida disuasoria que podía prevenir provo-
caciones en el futuro9. Durante esta época, la amenaza de posibles
penas podía llegar a resultar suficiente para mantener un cierto
equilibrio respecto de la alteración del orden y, contra ese tipo de
actuaciones perturbadoras, una de las múltiples formas a través de
las cuales la autoridad mostraba su fuerza era el escarnio público
(Ruiz Astiz, 2010: 131). Fue así que por orden del virrey y tal como
estaba estipulado en la Real Orden, en reunión del Cabildo a pleno,
a la que especialmente había tenido que asistir el Síndico Procu-
rador, se comunicaba que la corona «por pura conmiseración» no

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Marcela Tejerina - Luciana Francisco

había tomado la providencia de desterrarlo por algunos años en las


Malvinas. En un marco de teatralización y luego de leer la reso-
lución del monarca, el Teniente del Rey Diego de Salas «hizo una
oración reprensiva», la cual el Ayuntamiento oyó «con la mayor
resignación»10. Se entendía que con la explícita reprensión por parte
del funcionario de la corona, el Cabildo resultaba debidamente
amonestado y el Síndico Procurador quedaba advertido de no
volver a cometer los señalados «excesos», bajo la amenaza de
terminar efectivamente desterrado en Malvinas. De esta manera, la
amenaza era comunicada a viva voz, a modo de reconvención
pública, y pretendía exteriorizar las prerrogativas de los reyes y
reafirmar el respeto de sus súbditos hacia su persona y decisiones. El
Cabildo, en respuesta, a través de un «estilo genuflexo» que se haría
cada vez más presente en las actas y escritos vinculados de alguna
forma al ejercicio del derecho a súplica por parte de las corpo-
raciones (Tau Anzoátegui, 1992:100), mediante la reiteración de
expresiones, que aludían a su subordinación a los designios del
monarca, pretendía hacer evidente la sumisión al poder real11.
La reprensión y la amenaza pública en el recinto del Cabildo
habían resultado tan convincentes que, para no incurrir en el «Real
Desagrado», se decidiría ir en contra de las mismas ordenanzas
aprobadas por S. M., las cuales permitían que todos aquellos que lo
pidiesen tuviesen acceso a los testimonios de los acuerdos ante-
riores. En esta ocasión, don Bernardo Sancho Larrea solo podría
acceder a ellos en caso de que los solicitase directamente al virrey12.
Pocos meses después de estos incidentes, don Bernardo Sancho
Larrea terminaría finalmente desterrado por un año en Malvinas,
junto con el Alcalde don Judas Joseph de Salas. El monarca los

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El destierro en la etapa virreinal, una aproximación a conflictos y…

consideraba autores y promovedores de «una representación tan


injusta» como la que el Cabildo había elevado a don Pedro de
Cevallos para que permaneciera en el Virreinato aún cuando ya
tenía nombrado sucesor. Recordemos que Cevallos tenía una
reconocida trayectoria y nexos en la región, previo a su nom-
bramiento como virrey había sido gobernador (1757-1766), y contaba
con un gran prestigio en la comunidad, asociado a las importantes
medidas tomadas durante su gestión. Sin embargo, esto no justifi-
caba, desde la perspectiva de la corona, la impertinente intervención
del Cabildo. Al mismo tiempo que se decidía el destierro en aquellos
confines para los responsables directos de la iniciativa, se resolvía
que otros nueve capitulares quedaran excluidos de la posibilidad de
ejercer en el Cabildo por un sexenio, en castigo de haber igualmente
firmado la citada representación, que por ser tan perjudicial como se
reconoce de su contexto, produciría sin duda otras más sensibles
consecuencias si desde luego no se cortan semejantes excesos13.
La elección de las Islas Malvinas como eventual destino de
confinamiento guardaba relación con el interés de la corona de
preservar en las Islas una población permanente que justificara el
dominio español sobre el territorio, evitando de esta manera que los
ingleses volvieran a ocupar las cercanías del Estrecho de Magallanes
y el cabo de Hornos. Para ello las autoridades debían asegurar la
subsistencia de los presidiarios y la dotación de un buque anual
destinado a las comunicaciones y el aprovisionamiento14. Los su-
cesivos establecimientos de los franceses e ingleses en las Islas y su
posterior expulsión durante la década de 1760 habían impulsado la
instalación de un presidio en el año 1767 que funcionó en forma
permanente hasta su evacuación en 1811 (Levaggi, 1978: 351-389).

~ 25 ~
Marcela Tejerina - Luciana Francisco

Como tal, las Islas se convertirían en destino de los reos condenados


a destierro y trabajos públicos por toda clase de delitos: militares,
soldados y cabos condenados por deserción y otros delincuentes
apresados por contrabando, homicidio, pendencia, uso de armas
prohibidas u otro tipo de transgresiones de valía semejante. En su
detallado estudio sobre el funcionamiento del presidio en las
Malvinas, Abelardo Levaggi (1978) reconoce tres etapas en cuanto a
la selección de los presidiarios: la primera etapa estaba centrada en
el envío de reos de delitos graves, buscando sobre todo la dureza del
castigo; en la segunda, durante la cual se comenzó a enviar a vagos
por un año, se buscaba la idoneidad de los condenados para la
realización de los trabajos que demandaba la colonia, sobre todo los
de campo y artesanales; y en la tercera, se volvió a ampliar la pena a
reos por penas diversas, pero no ya desterrándolos en forma forzosa
sino voluntaria, a cambio de una eventual reducción de la condena
(Levaggi, 1978: 375-376). El hecho es que en todos los casos men-
cionados por este autor se hace referencia a desterrados por
vagancia o delitos graves como los anteriormente mencionados,
pero en ningún caso por razones de índole política como la que nos
ocupa. Sí se incluyen, por supuesto, numerosas menciones sobre lo
inhóspito del territorio, la rigurosidad del clima y las penurias que
debían atravesar aquellos que fueran allí destinados, además de los
levantamientos y las evasiones que los tenían como protagonistas:

Estos infelices vasallos del Rey establecidos en una Isla a qui-


nientas leguas de la Capital, en un clima rigorosísimo, y estéril de
toda producción, expuestos al riesgo de un incendio que
consuma todos los víveres, a la epidemia del escorbuto que
frecuentemente se padece, a levantamientos, y a otras muchas

~ 26 ~
El destierro en la etapa virreinal, una aproximación a conflictos y…

necesidades, sin tener arbitrios, auxilios, ni recursos, ni aún para


avisar los males que se padecen15.

En estos términos, el castigo extremo del destierro en Malvinas del


entonces Procurador General don Bernardo Sancho Larrea resultaba
rigurosísimo por demás, un claro reflejo del interés y determinación
de la corona por limitar las intervenciones de los poderes locales e
imponer su absolutismo, castigando con todo el peso de su auto-
ridad a todos aquellos que se atrevieran a desafiarlo.
Al año siguiente de esta medida, sin embargo, y por el solo hecho
de la oportuna intercesión y ruego del «agraviado» virrey Juan José
de Vértiz, la corona resolvería indultar de la pena impuesta a todos
los individuos del Cabildo y devolverlos a sus empleos16. En opor-
tunidad de hacerse pública en el seno del Cabildo la benigna
concesión real, don Bernardo Sancho Larrea no pudo asistir, por
encontrarse cumpliendo su destierro en las islas (Acuerdos del
Extinguido Cabildo de Buenos Aires, 1907, VI: 572-574).

El destierro a Montevideo del Maestrescuela de la Santa Iglesia


Catedral Juan Baltasar Maziel

El 11 de enero de 1787, el virrey Loreto firmaba la orden de destierro


destinada al Doctor Juan Baltasar Maziel, canónigo magistral,
dignidad de maestrescuela y cancelario de los Reales Estudios de
Buenos Aires. Descansaba en su lecho, cuando el capitán de
granaderos de Burgos, Baltasar Rafoy y su ayudante, Juan González,

~ 27 ~
Marcela Tejerina - Luciana Francisco

se encargaron de su arresto y conducción en el coche del virrey


desde los altos del Fuerte hasta el barco que lo conduciría con
destino a Montevideo.

(…) el día 11 del presente mes, cuando yo reposaba, enteramente


ajeno de la borrasca que venía sobre mí, y siendo apenas las dos y
media de la tarde, me despertó el criado con la noticia de que una
tropa de granaderos, cerrada la puerta de la calle, se había
apostado en el patio y corral, tomando las avenidas por donde
temían me escapase (…) no esperó a que me acabase de vestir
(…) para ser más pública mi ignominia, me condujeron sin
necesidad por la plaza mayor escoltado de la tropa y seguido de
un numeroso pueblo (…) (Citado en Gutiérrez, 1915: 474).

El traslado del sacerdote, a plena luz del día y en forma un tanto


teatral, no hacía más que representar el poder de los funcionarios de
la corona, aún por sobre los miembros de la Iglesia. La publicidad de
la pena, ya fuera a través de la conducción del reo por las calles, la
lectura de sus delitos y sentencias en forma pública o la ejecución de
los castigos a la vista de todos, configuraba un verdadero ritual,
«diseñado para atemorizar las conciencias y para que su severo
ejercicio fuese transmitido a otras personas» (Ruiz Astiz, 2010: 134).
De este modo, los vecinos se convertían en protagonistas de ese
«teatro del poder», montado en este caso por la autoridad civil para
ratificar su supremacía por sobre la religiosa.
El conflicto entre la autoridad virreinal y el maestrescuela Maziel
se había desencadenado a raíz de un incidente que involucraba la
actuación del diputado eclesiástico Dr. Don Miguel José de Riglos. El
prelado ordenó por propia autoridad el casamiento entre una mujer
y el Oidor don Tomás Ignacio Palomeque desconociendo la

~ 28 ~
El destierro en la etapa virreinal, una aproximación a conflictos y…

autoridad civil17. Ante tal situación, el virrey Loreto solicitó la des-


titución de Dr. Riglos, pero tal determinación encontró la firme
oposición de Dr. Maziel. Reunido el Cabildo Eclesiástico el 12 de
diciembre, el maestrescuela manifestó su desacuerdo con la medida,
pues consideraba que antes de suspenderlo debían llevar adelante el
proceso formal dentro de la jurisdicción del Cabildo y por tanto era
necesario escuchar la defensa del diputado eclesiástico. En esta
ocasión, el Dr. José Lino de León acompañó la postura de Maziel,
por lo que el Cabildo remitió testimonio al virrey sobre estos
pareceres. La noticia no fue bien recibida por Loreto, y en un nuevo
oficio concretó los cargos contra Riglos. Los días que siguieron no
transcurrieron en calma y, finalmente el 20 del mismo mes, los
cabildantes votaron por la destitución del Arcediano, a excepción
del Dr. Maziel, quien, en la fundamentación de su voto y entre otras
cosas18, puso en entredicho el procedimiento seguido por el virrey, al
dirigirse al Cabildo «como a un simple y mero ejecutor de su
voluntad»19.
Para esas fechas la política regalista de los Borbones había dado
lugar a numerosos enfrentamientos entre funcionarios reales y
miembros de la Iglesia. Tanto el virrey Loreto como el virrey Vértiz
relataban en sus memorias las controversias en torno al Real
Patronato que habían tenido con los distintos representantes de la
Iglesia; «por desconocimiento, o interpretaciones de esta regalía»
—expresaba Loreto— se habían visto obligados a intervenir «sin
permitir, ni dar lugar a que los prelados se embarazasen, ni entre-
metiesen en lo que no les pertenece, como algunos lo habían
intentado» (Memorias de los Virreyes del Río de la Plata, 1945: 29-38
y 339).

~ 29 ~
Marcela Tejerina - Luciana Francisco

En este contexto controversial, el maestrescuela Maziel despertaba


en Loreto un particular encono. Entendía que, a despecho de
provocar la discordia y la desavenencia en el propio Cabildo
Eclesiástico, el sacerdote estaba empeñado en atropellar cualquiera
de sus providencias, y que lo hacía en forma un tanto aviesa y
embozada, «con tal arte que por una acción, en que nada hice de
heroico publicó un soneto de alabanza para cubrir mejor su intriga»
(Memorias de los Virreyes del Río de la Plata, 1945: 340-341)20. Para
esa época la publicación de libelos satíricos y pasquines se con-
sideraba tan nociva para el orden y la estabilidad social como la
aparición de cualquier tipo de disturbio que pudiese alterar la paz
pública, ya fueran alborotos, motines o tumultos (Ruiz Astiz, 2010).
En el caso del maestrescuela Maziel, se temía el ascendiente que
podía tener sobre el orden público. La sola permanencia del sacer-
dote en Buenos Aires, afirmaba el asesor del virreinato, no haría más
que ahondar el enfrentamiento con la Iglesia:

(…) si le deja en Buenos Aires con presencia de su tenacidad e


incorregibilidad (…) Nada más se conseguirá Señor Excelentísimo
que aumentarse la perturbación, e inquietud y el Cisma que se
nota en el gobierno y ejercicio de la jurisdicción eclesiástica sobre
que se hacen indispensables, oportunas y serias Providencias que
no puede esperarse sean cumplidas con la puntualidad que
corresponde, porque cundirá y se propagará la cizaña como
siempre, y más en las circunstancias, mientras la raíz esté de
asiento de esta Capital (Citado en Salvadores, 1937: 349).

El destierro de Maziel a Montevideo se planteaba, de esta manera,


como una medida de carácter preventivo, en un momento de claro
enfrentamiento entre los funcionarios de la corona y las autoridades

~ 30 ~
El destierro en la etapa virreinal, una aproximación a conflictos y…

religiosas. Pero también era considerada en el marco de un sistema


ejemplarizante y pedagógico (Ruiz Astiz, 2010). Desde Potosí, el
obispo San Alberto escribía a Loreto en total apoyo a una medida
que consideraba aleccionadora:

(…) todas las Sedes Vacantes en estas tierras son unas mismas, y
que tocar la Campana a ellas, es tocar a la discordia, a los
desarreglos y a los insultos. Yo siento mucho que Vuexcelencia
haya tenido que tropezar precisamente con este lance de
disgusto, pero tal vez será medio para intimidar y contener el
orgullo de unos, y la ambición de otros, y para que sepan que hay
Justicia, mano, y Legislador sobre ellos (Citado en Salvadores,
1937: 351)21.

Si bien durante esta época las sentencias de destierro contra los


miembros del estamento clerical no eran infrecuentes22, el conflicto
entre el maestrescuela y el virrey había derivado en una de las
peores penas en las que se pudiera pensar para un eclesiástico.
Durante su permanencia en Montevideo y mientras el gobernador
de la plaza, don Joaquín del Pino, se encargaba de vigilarlo y
comunicar sobre cualquier novedad al virrey Loreto, el maestres-
cuela Maziel se dedicó a redactar y publicar su defensa. En ella
incluía un documento firmado, ante el Notario Mayor de la Curia
Eclesiástica, por 25 sacerdotes que hacían constar «al Rey Nuestro
Señor, (…) que la conducta del señor maestrescuela (…) ha sido y es
irreprensible por cualquier respecto que se la considere» (Citado en
Gutierrez 1915: 471 y ss.). En septiembre de 1787, se comunicaba que
el religioso fuese restituido a su cargo, con la prevención de que en
lo sucesivo «guardase al virrey el respeto que le era debido»23. Sin

~ 31 ~
Marcela Tejerina - Luciana Francisco

embargo, el 2 de enero de 1788 Maziel moriría sin oportunidad de


volver a la capital virreinal.
Dos años después de su deceso se reprendía al asesor del virrey
Marqués de Loreto, Don Miguel Mocoso, por haberse excedido en
los dictámenes que involucraban tanto a Maziel como al propio
Riglos, y se lo multaba con el pago de seiscientos pesos24. En esta
justicia de hombres y no de leyes, afirma Garriga, no era preciso
garantizar la aplicación de las «leyes», sino el comportamiento justo
de los jueces (Garriga, 2002: 791-792). A pesar de que el virrey
quedaba desvinculado de estas presentaciones e inculpable, al
momento del Juicio de Residencia terminó siendo demandado por
los sobrinos de Maziel. Don Juan Manuel Maziel y su sobrina Doña
Juana, representada por su marido Don Nicolás del Campo, pre-
tendían que el traslado de los huesos de su tío desde Montevideo a
la Iglesia de Buenos Aires se hiciera a costa del virrey y además
pedían que este fuera condenado al pago de cerca de cuatro mil
pesos por los perjuicios ocasionados. En sus argumentaciones
aludían al «injusto y estrepitoso procedimiento» que el virrey Loreto
había seguido contra Maziel, confinándolo a Montevideo «con no
menor violencia que ignominia», «en donde falleció sofocado entre
los sentimientos y aflicciones que le causó un atropellamiento tan
injurioso a su probidad y conducta como a su distinguida pro-
sapia»25. De allí la decisión de vindicar a su difunto tío y a sus
herederos, rescatando su buena opinión y memoria. Los que eran
excluidos de su lugar de pertenencia se marchaban dejando un
rastro de deshonor que perduraba con el paso de los años en la
memoria colectiva (Ruiz Astiz, 2010: 150); solo esto explicaría
algunas de las razones de las demandas de los parientes de Maziel,

~ 32 ~
El destierro en la etapa virreinal, una aproximación a conflictos y…

junto con la voluntad de un resarcimiento económico. Finalmente,


por intervención del Juez comisionado en el Juicio de Residencia el
14 de marzo de 1791, se ordenó restituir al Dr. Maziel su

honor ofendido con el injusto e indebido destierro que sufrió,


trasladando su cuerpo de Montevideo de Buenos Aires para su
entierro y honra todo a expensas del virrey, quien a su vez era
condenado a pagar a los demandantes 2000 pesos en prejuicios”26.

Ante la recurrencia de Loreto y por Real Cédula de 5 de


septiembre 1791, la corona finalmente ordenaba que los autos
promovidos por los demandantes fueran remitidos al Consejo para
su consideración (Cedulario de la Real Audiencia de Buenos Aires,
1937: 33-38). Evidentemente, en la revisión de la decisión que había
afectado al virrey residenciado habían entrado a jugar factores que
hacían a la pugna de intereses políticos propios de la Corte, y que
llegaban a influir en forma decisiva sobre las decisiones del
monarca.

El destierro a Córdoba del Depositario General don Benito


González Ribadavia

A las 2 hs. de la mañana del día 22 de agosto de 1794 y a poco de


tomar conocimiento de la orden de su destierro, el Depositario
General don Benito González Ribadavia debió iniciar el viaje rumbo
a la ciudad de Córdoba, con el acompañamiento de un oficial y dos
dragones facilitados por el virrey Nicolás de Arredondo.

~ 33 ~
Marcela Tejerina - Luciana Francisco

Frente a la medida tomada por la Real Audiencia, que también le


imponía una multa de mil pesos en relación a uno de los
expedientes en el que había intervenido como depositario general27,
Ribadavia denunciaba la incompetencia del tribunal por manifiesta
enemistad28. Pero la acción contra el individuo también era
entendida en contra del Cuerpo del que formaba parte29. En efecto,
en esta sucesión de hechos, el regidor Depositario General se
presentaba como el «chivo expiatorio» en torno del cual se des-
plegaba un típico conflicto de antiguo régimen entre la Audiencia y
una de las principales corporaciones de la ciudad. Pues hacía unos
años el Cabildo se había enfrentado con el Regente de la Audiencia,
don Benito de la Mata Linares, por cuestiones que concernían a la
ocupación de los lugares en las ceremonias públicas.
La introducción de la figura del regente en todas las Audiencias
(RC del 20 de junio de 1776) había sido una de las reformas más
significativas, con carácter restaurador de los principios fundamen-
tales de la monarquía, toda vez que buscaba una vuelta a la política
judicial tradicional, en abierta oposición a la influencia de parte de
los grupos locales (Garriga, 2002: 806). Si bien afectaba princi-
palmente a la administración de justicia y solo indirectamente al
gobierno, creaba un ámbito de actuación propio para el regente,
dotándolo de la autoridad precisa para ejercerlo, lo que se hacía
evidente en las disposiciones relativas al ceremonial (Garriga, 2002:
803). En este caso en particular, en el marco de las fiestas de
aclamación a Carlos IV, el cuerpo capitular había sido excluido de
los asientos en el balcón principal en la fiesta de toros. El Cabildo
había elevado sus quejas al Rey, quien se había expedido por Real
Cédula a su favor30. Dicho episodio configuraba un importante

~ 34 ~
El destierro en la etapa virreinal, una aproximación a conflictos y…

antecedente de la orden de destierro de Benito Ribadavia. En última


instancia, dicha orden evidenciaba que cuatro años más tarde el
conflicto entre la Audiencia y la corporación capitular seguía sin
resolverse.
Para el Cabildo de Buenos Aires, la decisión del destierro, pero
fundamentalmente, las circunstancias que habían rodeado su
ejecución, habiéndolo obligado a salir de su casa en forma tan
violenta, confirmaban el espíritu de venganza con el que se había
procedido:

(…) a fin de desairar a este cuerpo, y separar de él un individuo


que con sus luces, aplicación y amor a la República ha sabido por
su parte como Regidor propietario, y Profesor de derecho
sostener los derechos de esta ciudad (...)31.

El Cabildo se mostraba particularmente susceptible en torno a los


argumentos que habían sustentado la decisión de la Real Audiencia.
Los oidores aludían al «poco respeto» y «repetidas injurias» con que
el Depositario General se había dirigido a todos los Ministros del
Tribunal, lo que lo hacía merecedor de

(…) un severo castigo que vendrá mejor de la superioridad si


tuviese a bien escarmentar estos excesos para no dar ocasión a
otros con perjuicios de la utilidad pública en un tiempo en que es
menester la subordinación para la seguridad del gobierno32.

Si bien la providencia definitiva quedaba reservada para el


monarca, la manifiesta intención de ejemplaridad bajo la que se
resolvía el destierro abría, a los ojos del Cabildo de Buenos Aires,
una clara sospecha sobre la lealtad, la fidelidad y la subordinación

~ 35 ~
Marcela Tejerina - Luciana Francisco

de la ciudad a la corona, en tanto se discurriera que la ciudad


necesitaba del castigo ejemplar

(…) para mantenerla en la subordinación debida al soberano en


las presentes circunstancias, suponiendo que se hubiese notado, o
advertido en ella algunas premisas, indubitatibas de con-
mociones capaces de alterar la seguridad del Gobierno (…)
(Acuerdos del Extinguido Cabildo de Buenos Aires, 1907, X: 393).

Si con las «presentes circunstancias» a las que se aludía en el Auto


de la Real Audiencia se hacía referencia a la particular situación de
la Francia revolucionaria, afirmaba el Cabildo, no se hacía más que
agregar un «baldón» y un «agravio» sobre la notoria fidelidad de la
ciudad, por lo que ante esta «atroz injuria» y «manifestando la suma
consternación», en nombre de la paz pública se solicitaba la decidida
intervención del virrey (Acuerdos del Extinguido Cabildo de Buenos
Aires, 1907, X: 393).
Los argumentos para solicitar el retorno del Depositario no se
agotaban en la enemistad manifiesta de quienes habían tomado la
decisión. Había otros que aludían a los perjuicios que el destierro
ocasionaba a la ciudad. El mismo día 22 se solicitaba al virrey el
reintegro de Ribadavia y la suspensión provisional de la medida, en
alusión al perjuicio de numerosos depósitos judiciales por la
suspensión de sentencias debido a la ausencia del Depositario
General33. Si bien el Cabildo solicitaba que se restituyese al reo desde
cualquier parte del camino en el que se encontrare, pasados cuatro
días aún no se había recibido ninguna respuesta de parte del virrey.
Tras sucesivas y reiteradas instancias se le informaba que al
problema ya enunciado de los depósitos por el alejamiento de

~ 36 ~
El destierro en la etapa virreinal, una aproximación a conflictos y…

Ribadavia se sumaba el embarazo del Cabildo para proveer quien se


hiciera cargo del Real Estandarte el día del Santo Patrono, en tanto el
turno tocaba al susodicho Depositario General34.
Ante la falta de respuesta del virrey y el desaire de no haber
recibido ninguna comunicación por parte de la Real Audiencia ni
antes ni durante ni después del destierro de Ribadavia, el Cabildo
representaba al monarca los distintos agravios sufridos, fundamen-
talmente, «… la retardación como en la negación de justicia…» en lo
que atañía al caso del Regidor Depositario General «… sin que para
esto se le haya oído, ni seguido formal causa, como del mero hecho
resulta»35. Se solicitaba al Rey, en consecuencia,

(…) se digne tomar en el particular la seria providencia que exige


la justicia en desagravio de las Leyes de la causa pública, y de
este Cuerpo que sufre éstos, y otros desaires en su individuos por
cumplir con las obligaciones de su ministerio, sin más sueldo, ni
remuneración que el odio que se concilian con estos Ministros
que gradúan por sedición todo lo que se opone a aquella
arbitrariedad en que les constituye la distancia de la verdadera
soberanía (Acuerdos del Extinguido Cabildo de Buenos Aires,
1907, X: 371).

Don Benito Ribadavia, por su parte, a poco de iniciado el traslado


hacia Córdoba también había intentado conseguir el apoyo del
virrey, aunque sin éxito. A pesar de que la decisión de la Real
Audiencia se había tomado «sin embargo de súplica», desde la Posta
de la Cañada de Morón Ribadavia escribía al virrey solicitando su
venia para cumplir el destierro en la metrópoli y así poder organizar
su defensa desde la ciudad de Madrid36. A este petitorio se sumaron
sucesivas representaciones realizadas por su mujer, doña Ana

~ 37 ~
Marcela Tejerina - Luciana Francisco

Otalora, quien apelaba a la justicia del monarca para que se hiciera


lugar al pedido de Ribadavia de pasar a la Corte para defender su
causa, «…considerando que aún a los reos más díscolos que se
rematan a un extrañamiento es decretado por S. M. en las leyes del
reino, Reales Órdenes, y Cédulas modernas, que sigan con sus
mismas causas hasta el Supremo Consejo»37. Tres días después
volvía a representar ante el virrey, quien consideraba tenía en sus
manos la posibilidad de echar atrás la medida de destierro, habida
cuenta de que se había tomado en Real Acuerdo: «(…) según todo
derecho las cosas y actos se disuelven y deshacen por las mismas
causas y actores que las ejecutan»38. No obstante las facultades que
reconocía en la autoridad virreinal, la mujer veía con pena que no
había respuesta a sus «clamores»; apelaba, por tanto, a la justicia del
monarca, a la «(…) cesación de daños y perjuicios irreparables, y al
auxilio y protección de unos vasallos, para cuya conservación son
constituidos los Reyes, vicarios y demás ministros»39.
La justicia constituía una de las funciones más importante de las
autoridades y, sobre todo, del Rey, «justicia es respetar los derechos
de cada uno, de las personas y de los grupos; recompensar los
méritos y sancionar las faltas» (Guerra, 1998: 255). De la justicia
dependían las armoniosas relaciones entre sus miembros y el cuerpo
social; la esencia del buen gobierno se basaba en la buena admi-
nistración de la justicia y así lo señalaba el apoderado de Ribadavia,
don Juan Viola, al reclamar por su retorno desde el destierro: «la
autoridad del Príncipe forma su carácter en conservar los Vasallos y
sus bienes»40, por lo que en este caso se hacía imperativo evitar
cualquier daño irreparable, tanto sobre la vida como sobre los bienes
del Depositario. Se hacía imprescindible lograr volver atrás una

~ 38 ~
El destierro en la etapa virreinal, una aproximación a conflictos y…

medida que lo alejaba de la ciudad, lo confinaba fuera de su lugar de


residencia y lo «depositaba» en la ciudad de Córdoba, solo para
esperar la resolución de S. M., lo que convertía a la medida en un
verdadero «destierro por providencia»:

Destierro en realidad por que se le saca a gran distancia de su


tierra, de su domicilio, y de su familia, y por Providencia, porque
no se lo sentencia, pues ésta se ha reservado a SM, siendo esto así
parece que esta determinación está prevenida, reservada, y
propiamente prohibida por SM en varias Reales Cédulas (…)41.

En defensa de Ribadavia, su apoderado presentaba asimismo un


informe médico que daba cuenta de las graves consecuencias que le
podía ocasionar su traslado a Córdoba, aludía a su deteriorado
estado de salud, o ponía en juego argumentos que remitían a ocultas
intenciones de quienes habían decidido tal medida, haciéndolo
víctima de un verdadero despojo de su cargo, y habiéndolo con-
denado sin oírle y provocado la verdadera ruina de su familia42.

Pues esto Señor Excelentísimo, es un daño irreparable, que viene


a seguirse sucesivamente de llevarse a su efecto la Providencia de
la Real Audiencia: S. M. no quiere, y más antes manda no se
cumplan las mismas soberanas órdenes, y Reales Cédulas de que
haya de seguirse daño irreparable. Así se explica S. M. en la Ley
(imploro la Superior Venia) 24 Tit. 1, Lib. 2 y esto sin expresarse
que el daño sea precisamente contra la vida de un hombre sino
que basta que el daño no pueda repararse en sus temporalidades
porque la autoridad del Príncipe forma su carácter en conservar
los Vasallos y sus bienes y así más quiere sin efecto sus soberanas
determinaciones que no la muerte natural del Vasallo o la civil
con la pérdida de sus bienes43.

~ 39 ~
Marcela Tejerina - Luciana Francisco

Como en el caso de Maziel, el honor y su pérdida tanto para el reo


como para su familia aparecen como argumentos de peso frente al
destierro. En última instancia, el destierro operaba como un castigo
que atentaba en un doble sentido, privaba al «reo» del ámbito de
influencia, de su jurisdicción, pero al mismo tiempo lo exponía al
escarnio público. Al alejarlo de la ciudad, a tanta distancia, «…queda
en acto privado y despojado de los ejercicios, privilegios y
prerrogativas de su empleo igualmente que el Ilustre Cabildo, de un
individuo que lo compone con perpetuidad, lo condecora»44. Esto es
un «despojo público» del cual no hablará pero sí del despojo que
realmente experimentaba Ribadavia:

Él realmente es calificado en los dos extremos que requiere el


Derecho. La posesión en sus actos, ejercicios, y funciones la
contestan los Tribunales, oficinas, y el Pueblo todo: y la carencia
de ellas y el dejarlas de ejercitar o poseer que es el otro extremo
del despojo es un consiguiente necesario a su separación de esta
Ciudad, porque removido el actor se le remueven estos ejercicios
actos y funciones. Esto supuesto digne VE recordar las Leyes
Castellanas (repito la superior venia) del titl 13 Lib. 4 y en
especial la 7ma. En que ordena SM que aún sus Reales Cartas
cuando decreten despojar algún vasallo de algunos empleos sin
habérsele antes oído se obedezcan y no se cumplan; y si esto debe
obrar aún cuando el despojo se ordena categórica y directamente,
mejor corresponde cuando el resulta por términos indirectos
porque es regla del Derecho (…) al Dn. Ribadavia no se le ha oído
para esa separación y ese despojo que se le ha inferido45.

La ciudad era el lugar «natural» de la política, y constituía el


espacio público por excelencia, el lugar de deliberación y decisión de
los miembros de la comunidad en donde se ponen en juego las

~ 40 ~
El destierro en la etapa virreinal, una aproximación a conflictos y…

relaciones políticas de tipo vertical y horizontal concebidas en


términos de reciprocidad (Guerra, 1998: 250 y 255). De este modo y
tal como lo expresaba muy claramente el apoderado de Ribadavia, el
alejamiento forzoso fuera de los límites de la ciudad al que se
sometía al Depositario General estaba inextricablemente unido a la
consiguiente imposibilidad de llevar adelante el ejercicio de sus
funciones en el marco de la comunidad. El mismo Cabildo así
también lo consideraba, al resaltar que por orden de la Real
Audiencia, «auxiliada» por el propio virrey, el Depositario había
sido separado «de este ayuntamiento y de esta Ciudad»46. De este
modo es que era concebido como un verdadero despojo de sus
estatutos y privilegios, en términos simbólicos y como tal razón
valedera para apelar a través de representaciones a la Justicia Real.
Sumado a ello, el apoderado remitía a las prácticas políticas pactistas
expresadas en las Reales cartas en las que SM:

(…) cuando decreten despojar algún vasallo de algunos empleos


sin habérsele antes oído se obedezcan y no se cumplan; y si esto
debe obrar aún cuando el despojo se ordena categórica y
directamente, mejor corresponde cuando el resulta por términos
indirectos porque es regla del Derecho (…)47.

La decisión de desterrar al Depositario sin siquiera permitirle


su defensa podía ser considerada una modificación unilateral de
los estatutos y privilegios precedentes y, como tal, una violación
del pacto48.
Ante la agitación producida por la decisión del destierro y al cabo
de los varios y sucesivos oficios recibidos en los cuales se apelaba a
las «omnímodas facultades de los virreyes», Arredondo se vio

~ 41 ~
Marcela Tejerina - Luciana Francisco

enfrentado con la necesidad de sopesar algunas alternativas con


miras a una decisión que se dilataba en el tiempo49. Al enviarle a la
Real Audiencia las representaciones recibidas, esta respondió «que
siendo el asunto de pura justicia toca su conocimiento a este Tri-
bunal, donde los que se crean interesados, o perjudicados deben
hacer sus instancias»50. Por su parte, el asesor del virreinato aconsejó
hacer lugar al pedido de traslado a Madrid, pero hacia octubre el
virrey resolvió ordenar la vuelta del desterrado a Buenos Aires.
Como señala Horst Pietschmann (1987: 440) y tal como se ha
manifestado en otros casos, cabría preguntarse si la postergación de
la decisión por parte del virrey hasta definir su intervención a favor
de los grupos locales, podría configurar un indicador de la falta de
autoridad de los funcionarios reales para intervenir en los conflictos
entre los grupos de poder locales. Esto es justamente lo que
Arredondo había evitado con toda intencionalidad: «yo proveí que
volviese Ribadavia, a dar cuenta y razón de ellos [los depósitos], sin
mezclarme en lo demás que el Tribunal tenía decretado» (Memorias
de los Virreyes del Río de la Plata, 1945: 378).
Según las consideraciones del virrey Arredondo, la Audiencia
había decidido sobre el destierro de don Benito González Ribadavia
sin tomar nota de los depósitos a su cargo; no había justicia si el
conflicto entre el Depositario y la Audiencia recaía en perjuicio de
los litigantes. Los argumentos del virrey eran sólidos y difíciles de
contradecir, no iban contra el fondo de la cuestión y, al mismo
tiempo atendían las razones de la ciudad. Esto resultaba especial-
mente oportuno en el marco de los entredichos, sobre todo en una
época de peligro exterior. La intermediación del virrey proponía,
por tanto, cierta negociación que permitiera dirimir el conflicto sin

~ 42 ~
El destierro en la etapa virreinal, una aproximación a conflictos y…

poner en demasiada tensión los intereses de la Audiencia o los del


Cabildo. En el marco de la vida institucional y a la hora de dar cauce
a la permanente tensión entre las presiones de los funcionarios de la
corona para que se cumpliesen las normas y la defensa de los
intereses sectoriales o locales por parte de los súbditos, la nego-
ciación y la búsqueda de conciliación siempre estaban presentes
(Lorandi, 2008: 30).

Consideraciones finales

Tal como hemos visto a lo largo del trabajo, en el virreinato del Río
de la Plata el destierro de miembros conspicuos de las principales
corporaciones de la capital no resultó una medida excepcional sino
que, por el contrario, nos hace pensar en una alternativa a través de
la cual el gobierno de los Borbones terminaba dirimiendo los
conflictos por el poder ocasionados a raíz de las reformas encaradas.
Los casos analizados en el Buenos Aires tardocolonial dan cuenta
de la dimensión política del destierro, en la medida en que los
Borbones encontraron en esta pena un instrumento de disciplina-
miento político, en el marco del proceso de profundización del
absolutismo y el regalismo frente a la eventual resistencia de las
corporaciones locales. La corona frente a la pretensión del Cabildo
de la ciudad de representar u oponerse a su decisión o a la de sus
funcionarios, el virrey frente a algún influyente sacerdote que
pudiera poner en peligro los principios del regalismo, o el pres-

~ 43 ~
Marcela Tejerina - Luciana Francisco

tigioso regente de la Real Audiencia en conflicto con los regidores,


todos podían recurrir a la medida del destierro para hacer valer su
supremacía.
En un contexto conflictivo típico del antiguo régimen, en donde se
entremezclaban cuestiones de ceremonial, protocolo y prelación, el
destierro pretendía actuar como una medida ejemplarizante, para lo
cual generalmente se preparaba un escenario de teatralización
efectista que aseguraba la publicidad del acto y el consiguiente
escarnio público del implicado.
El destierro, en tanto imponía el alejamiento fuera de los límites de
la ciudad, era considerado un verdadero «despojo público» de las
prerrogativas y privilegios del involucrado, además de un deshonor
para él y su familia y un agravio hacia la corporación de la que
formaba parte.
En respuesta a tales deshonras, los damnificados actuaban a través
de los carriles prefijados para apelar a la justicia conmutativa del
monarca. Las suplicaciones y las representaciones de individuos y
cuerpos directamente a la corona o a través de sus funcionarios, así
como la presentación de denuncias en oportunidad del juicio de
residencia, aparecen como las formas de acción por medio de las
cuales se buscaba influir sobre las decisiones de la autoridad.
La cultura política que daba sustento a estas acciones nos remite a
un imaginario en el que, junto con una explícita subordinación al
monarca, se planteaba y reclamaba la vigencia del pacto de vasallaje
y de las relaciones de reciprocidad, la pervivencia de los estatutos y
privilegios y el llamamiento a la negociación. Y en la afirmación de
estos principios, que apelaban al gobierno de compromiso y al
consenso, quedaba claramente evidenciada la reacción de los grupos

~ 44 ~
El destierro en la etapa virreinal, una aproximación a conflictos y…

locales frente a la autoridad de virreyes, intendentes y regentes en el


avance de la monarquía hacia una faceta administrativa a través de la
cual se pretendía reemplazar a la tradicional monarquía jurisdiccional.

Notas

1 Real orden del 12 de marzo de 1779 (Acuerdos del Extinguido Cabildo de


Buenos Aires, 1907, VI: 380-381).
2 Carta del Intendente Manuel Ignacio Fernández del 9 de septiembre de 1779
(Acuerdos del Extinguido Cabildo de Buenos Aires, 1907, VI: 427-428).
3 «Memoria de don Nicolás del Campo, Marqués de Loreto, a su sucesor don
Nicolás de Arredondo», Buenos Aires, 10 de febrero de 1790 (Memorias de
los Virreyes del Río de la Plata, 1945: 339-342).
4 Acta del 22 de agosto de 1794 (Acuerdos del Extinguido Cabildo de Buenos
Aires, 1907, X: 291 y ss.).
5 La «clave« de esta cultura «… reside en concebir el poder político (i. e., las
relaciones de poder en virtud de las cuales un conjunto de individuos se
encontraba subordinado a otro) como iurisdictio y, en consecuencia, cir-
cunscribirlo a la potestad de decir el derecho. Quienes tienen poder político, y
porque lo tienen, poseen la facultad de declarar lo que sea el derecho, bien
estatuyendo normas o bien administrando justicia, en el grado y sobre el
ámbito que en atención a su iurisdictio les corresponda. Esto es lo
fundamental: el poder político se manifiesta como lectura y declaración de un
orden jurídico asumido como ya existente y que debe ser mantenido»
(Garriga, 2004).
6 Entendemos a la cultura política como el «(…) conjunto diverso de símbolos,
prácticas, relatos, nociones y visiones del mundo social que los sujetos
combinan en distintas configuraciones y emplean para definir estrategias de
acción frente a desafíos específicos» (Fradkin, 2009: 162). La acción política,
por su parte, durante el antiguo régimen refiere al «juego de influencias y
relaciones para obtener decisiones favorables o para obstaculizar las ad-
versas» (Guerra, 1998: 252).
7 Según Halperin Donghi (1985), la decisión de regular las áreas de producción
de la hoja e instaurar el monopolio real sobre la compra y manufactura del

~ 45 ~
Marcela Tejerina - Luciana Francisco

tabaco causó más controversia en el continente que en Cuba, en tanto


«experiencia testigo» (Halperín Donghi, 1985: 52-53).
8 Real orden del 12 de marzo de 1779 (Acuerdos del Extinguido Cabildo de
Buenos Aires, 1907, VI: 380-381).
9 Ana María Lorandi (2008) retoma el planteo de Tau Anzoategui (2001) en
relación a la existencia de «mecanismos de resistencia institucionalizada que
operaban en los lugares donde debían aplicarse» ciertas normas, para señalar
la tensión entre la tradicional tolerancia a la autonomía local y la nueva
política imperial que buscaba imponer el absolutismo monárquico.
10 Acta del 07 de agosto de 1779 (Acuerdos del Extinguido Cabildo de Buenos
Aires, 1907, VI: 391).
11 Los cabildantes se apresuraban a dejar claro al monarca que «(…) como
todos sus individuos unánimes, no solamente aclamaron el cumplimiento de
vuestra real voluntad, sino que para que en ello no quedase duda alguna el
Ayuntamiento pleno escucha muy resignado la corrección» (Acuerdos del
Extinguido Cabildo de Buenos Aires, 1907, VI: 401).
12 Acta del 14 de julio de 1779 (Acuerdos del Extinguido Cabildo de Buenos
Aires, 1907, VI: 383).
13 Acta del 10 de septiembre de 1779 (Acuerdos del Extinguido Cabildo de
Buenos Aires, 1907, VI: 428).
14 «Memoria de Don Juan José de Vértiz y Salcedo a su sucesor Marqués de
Loreto» (Memorias de los Virreyes del Río de la Plata, 1945: 65-71).
15 Oficio del comandante de la fragata, José Díaz Veanes a Vértiz, del 19 de
febrero de 1972 (Citado en Levaggi, 1978: 363).
16 Real orden 10 de marzo de 1780, en Acta del 25 de agosto de 1780 (Acuerdos
del Extinguido Cabildo de Buenos Aires, 1907, VI: 572-574).
17 Desde 1575 la Corona dispuso por Real Cédula la prohibición de
matrimonio de los oidores con mujeres residentes en sus distritos previa
dispensa Real. El caso, es que el Dr. Riglos consumó el matrimonio entre el
Oidor Tomás Palomeque (nacido en Fuenteovejuna) y María Andrea Albizuri
(nacida en Buenos Aires) antes de conocer el resultado de la sentencia,
invocando al parecer el nombre del Virrey para sortear las resistencias e
ingresar a la cárcel.

~ 46 ~
El destierro en la etapa virreinal, una aproximación a conflictos y…

18 Al parecer varias personas, siguiendo las recomendaciones del Asesor del


virrey habían solicitado la renuncia del Dr. Riglos, para de esta forma tener
una salida decorosa. Luego de concretarse la misma de forma escrita, la
habría retirado por influencia de Maziel (Salvadores, 1937: 339).
19 Fundamentación del voto de Maziel en referencia al oficio del virrey (Citado
en Salvadores, 1937: 340).
20 En ese soneto se aludía a un gesto del virrey Loreto, quien en una tarde de
noviembre se había bajado de su coche para ofrecérselo a un sacerdote que
conducía el viático. Retomado por el poeta Lavardén, dicho soneto dio lugar
a otros de índole satírica, en los cuales se daba a entender que Maziel en
realidad había intentado burlarse del funcionario (Gutiérrez, 1915: 468-469).
21 Fray Joseph Antonio de San Alberto había sido en el Río de la Plata uno de
los propulsores de la reforma en época de Carlos III (Salvadores, 1937: 352).
22 Según Ruiz Astiz (2010), las sentencias de destierros de sacerdotes en
Navarra configuraron alrededor del 10 % de las emanadas contra los
personajes que participaron en desordenes públicos (Ruiz Astiz, 2010: 148).
23 Real Orden del 1 de septiembre de 1787, a la que se hace referencia en la
Real Cédula del 5 septiembre de 1791, por la que se ordena a la Audiencia
que adopte las medidas necesarias a fin de que sean remitidos al Consejo
los autos promovidos por Nicolás del Campo y Juan Manuel Maziel en el
juicio de residencia del exvirrey marqués de Loreto, a raíz de haber
desterrado este último durante su gobierno en el virreinato al tío de ambos,
maestrescuelas Juan Baltasar Maziel (Cedulario de la Real Audiencia de
Buenos Aires, 1937: 33).
24 Real Cédula del 3 de marzo de 1790 (Cedulario de la Real Audiencia de
Buenos Aires, 1937: 34).
25 Real Cédula del 6 de agosto de 1793, expedida a fin de que la Audiencia
remita a disposición del Consejo de Indias 1000 pesos fuertes, extrayéndolos
de los caudales de la testamentaría del maestrescuela Juan Baltasar Maziel
(Cedulario de la Real Audiencia de Buenos Aires, 1937: 102).
26 Real Cédula del 5 septiembre de 1791 (Cedulario de la Real Audiencia de
Buenos Aires, 1937: 34).

~ 47 ~
Marcela Tejerina - Luciana Francisco

27 Según escrito del Escribano de Cámara, Facundo de Prieto y Pulido, la


fianza se relacionaba con el «… expediente resultivo del Depósito de la
quinta de Don Carlos de los Santos Balente, a pedimento de los herederos de
don Nicolás Gil…», Buenos Aires, 23 de agosto de 1794. Archivo Histórico de
la Provincia de Buenos Aires (en adelante AHPBA), Real Audiencia (en
adelante RA), 1794-115-16.
28 Para Ribadavia, el auto de la Real Audiencia era «manifiestamente nulo, por
ser proveído por unos Sres. Ministros que eran notoriamente mis enemigos
capitales, y que como tales los tenía recusados, en forma conveniente antes de
su pronunciamiento», Carta al virrey escrita desde la chacra del Monte
Castro, el 22 de agosto de 1794. AHPBA, RA, 1794-115-16.
29 «De ser yo individuo del M. I. Cabildo, entre los que le componen, el que
juzgan y tienen dichos Sres. Ministros por Director de los recursos que contra
ellos ha hecho a S. M. y por los cuales han tenido reprendidos (…)». AHPBA,
RA, 1794-115-16.
30 Los detalles del enfrentamiento pueden leerse en Zapico (2006: 190-191).
31 Cabildo del 19 de septiembre de 1794 (Acuerdos del Extinguido Cabildo de
Buenos Aires, 1907, X: 391).
32 Copia del Auto de la Real Audiencia (Acuerdos del Extinguido Cabildo de
Buenos Aires, 1907, X: 393).
33 Acuerdo del Cabildo del 22 de agosto de 1794 (Acuerdos del Extinguido
Cabildo de Buenos Aires, 1907, X: 363-366).
34 Oficios remitidos al virrey a que alude el Acuerdo del 4 de septiembre de
1794 (Acuerdos del Extinguido Cabildo de Buenos Aires, 1907, X: 375-377).
35 Representación hecha por el M. I. C. de esta Capital al Rey nuestro Señor
sobre el destierro ejecutado con el Sr. Regidor Depositario Dn. Benito
González Ribadavia a la ciudad de Córdoba. 7 de agosto de 1794. Cabildo del
27 de agosto de 1794 (Acuerdos del Extinguido Cabildo de Buenos Aires,
1907, X: 371).
36 Carta al virrey escrita desde la chacra del Monte Castro, el 22 de agosto de
1794. AHPBA, RA, 1794-115-16.
37 Representación de Ana de Otarola al virrey, mediante la cual le hace llegar
una representación de su marido para que le permitan viajar a la Península.

~ 48 ~
El destierro en la etapa virreinal, una aproximación a conflictos y…

S/f AHPBA, RA, 1794-115-16 Don Benito se casó en primeras nupcias con su
prima hermana, doña Josefa Ribadavia, hija de su tío José. A su muerte, se
casó con Ana, la hija del coronel Otalora. (Palcos, 1936: 7 y 8)
38 Segunda representación de Ana de Otarola al virrey, s/f. AHPBA, RA, 1794-
115-16.
39 AHPBA, Real Audiencia, 1794-115-16.
40 Representación de Juan Viola al virrey, como apoderado de don Benito
González Ribadavia, s/f AHPBA, Real Audiencia, 1794-115-16.
41 AHPBA, Real Audiencia, 1794-115-16.
42 «Un temperamento sumamente seco; una continuación de tormentos en su
espíritu e imaginación al verse separado de su mujer, sus hijos, de su casa, y
de sus temporalidades, y sobre todo con la variedad de opiniones sobre su
honor por este suceso (…)» Y con esto qué ha de esperarse, se preguntaba
«ninguna otra cosa que la conclusión y exterminio del Sr. Ribadavia, y con
ello la ruina de toda su familia y casa» AHPBA, Real Audiencia, 1794-115-16.
43 AHPBA, RA, 1794-115-16.
44 AHPBA, RA, 1794-115-16.
45 AHPBA, RA, 1794-115-16. Así constaba también en el Real Decreto del 18 de
Marzo de 1789, «(…) todos los dependientes que obtienen título real no
deben ser privados de sus empleos hasta que, previa audiencia en juicio
formal, se les imponga dicha pena» (Novísima Recopilación de la Ley de
España, 1872: 6.9.8).
46 Cabildo del 25 de agosto de 1794 (Acuerdos del Extinguido Cabildo de
Buenos Aires, 1907, X: 367).
47 Representación de Juan Viola al virrey, como apoderado de don Benito
González Ribadavia, s/f AHPBA, RA, 1794-115-16.
48 «El conocido adagio ‘se obedece pero no se cumple’ no indica la impotencia
del poder regio, sino que es una formulación del pactismo y un llamamiento
a la negociación» (Guerra, 1998: 255).
49 «(…) pero como el ilustre cabildo de esa capital, por una parte, por otra la
mujer de Ribadavia, y por otra su apoderado, me hubiesen hecho repetidas y
muy vivas representaciones, implorando unos y otros las omnímodas
facultades de los virreyes, y solicitando todos el regreso pronto de este sujeto;

~ 49 ~
Marcela Tejerina - Luciana Francisco

entre todas las causas que se alegaron para que yo suspendiese el destierro, la
que me pareció ser más eficaz, era la responsabilidad de Ribadavia a los
muchos depósitos que estaban a su cargo (…)» «Memoria de Don Nicolás
Arredondo» (Memoria de los Virreyes del Río de la Plata, 1945: 378).
50 Oficio de la Real Audiencia al virrey. Buenos Aires, 5 de septiembre de 1794.
AHPBA, RA, 1794-115-16.

~ 50 ~
Bajo el signo de la sospecha. Los pulperos españoles
en tiempos de revolución. Buenos Aires 1810‐1820
Julián Carrera

(…) el pulpero muy pocas veces fue hombre que llegó con ansias
de construir el país. Vino a hacer pingües ganancias y en ello no
paraba en actitudes que justamente no pueden ni deben cali-
ficarse de ‘patriotas’ (Bossio, 1972: 247).

L
as revoluciones de independencia en los dominios españoles
de América se caracterizaron, entre otras cosas, por el inicio
de un proceso de cambio en las representaciones de los actores y en
la redefinición de las identidades (Tejerina, 2012). En particular, se
advierte la preocupación de los gobiernos por distinguir entre un
«nosotros» y un «ellos» que, en este caso, se cristalizó en las figuras
de españoles americanos y europeos respectivamente (Herzog,
2006). En este sentido, la construcción del otro-enemigo, es decir, el
español-europeo, se difundió por distintas fuentes de producción
discursiva como boletines oficiales, periódicos, pasquines y textos
literarios. Es así que los sectores revolucionarios intentaron construir
una imagen del nosotros/ellos que fue tomando distinta intensidad
de acuerdo al desarrollo de los acontecimientos1.

 Centro de Historia Americana y Argentina IdIHCS – FAHCE - UNLP.

~ 51 ~
Bajo el signo de la sospecha. Los pulperos españoles en tiempos…

Según García de Flöel (2000), en un principio, las publicaciones


oficiales construyeron una imagen homogénea de los españoles
teniendo como modelo a los más exitosos, que eran una clara
minoría, aunque tal pintura no dejaba ver las diferencias que
existían hacia dentro del grupo. Entre aquellos españoles podemos
identificar distintos sectores, por un lado, los más encumbrados
funcionarios (militares, civiles, eclesiásticos) y comerciantes ultra-
marinos; y por otro, un sector medio de baja reputación asociado a la
figura del «gallego». En este último grupo se destacan los pulperos,
quienes, ya desprestigiados por su misma actividad, caen bajo
sospecha por su origen a partir de los hechos de mayo.
En líneas generales, los estudios que abordan el tema sugieren que
la maquinaria discursiva antiespañola no habría tenido su correlato
en la práctica, al menos no con la misma agresividad. En este trabajo
nos proponemos el estudio de la suerte de un grupo específico de
los denominados españoles europeos: los pulperos «gallegos». Por
un lado, pertenecían a un nivel medio de la sociedad rioplatense
con relaciones de parentesco asociadas a los sectores más encumbra-
dos y, por otro, mantenían un contacto cotidiano con la denominada
plebe. Tales relaciones convertían a este sector de la actividad
mercantil en permanente objeto de sospecha a los ojos de los
gobiernos revolucionarios que, sin embargo, mantuvieron una
política ambigua respecto a su tratamiento.
Los estudios que siguen el recorrido de los españoles europeos
durante los procesos de independencia no son nuevos. Podemos
identificar distintas líneas de investigación, algunas vinculadas a los
estudios de inmigrantes o extranjeros que toman una periodización
que va más allá del proceso revolucionario, otros que trabajan

~ 52 ~
Julián Carrera

específicamente la cuestión del antiespañolismo y algunos que ana-


lizan nuestro objeto de estudio desde el concepto de alteridad y los
mecanismos de construcción del otro.
Quienes trabajan el tema del antiespañolismo coinciden en que no
fue un sentimiento desatado por la revolución sino que anidaba
desde mucho tiempo antes en distintos sectores de la sociedad
colonial. Hugo Galmarini (1984) habla de resentimientos arraigados
hacia el sector español, sobre todo en la plebe, que reverdecieron
durante la revolución. Mariana Pérez (2010) destaca que la pro-
paganda desatada en el proceso revolucionario no inventó el
antiespañolismo sino que lo canalizó hacia el nuevo enemigo político.
En este sentido, Carmen Cantera (2012a) incorpora el concepto de
otredad para hablar de la construcción del otro «español europeo» a
partir de la revolución de Mayo que iniciaría lo que la autora llama un
proceso de «extranjerización» de aquel grupo.
Otro de los ejes trabajados parte de la duda de si la violencia
desatada contra los españoles europeos tanto en los discursos ofi-
ciales como informales se hizo efectiva en la práctica y, en tal caso, si
fue pareja para todos o hubo un tratamiento diferencial de acuerdo a
la posición que ocupaba cada uno en la sociedad. En general,
advertimos cierto consenso en cuanto a la falta de correlato entre el
discurso y la práctica aunque varía de acuerdo a las regiones y las
circunstancias. Los autores coinciden en que las medidas anties-
pañolas se aplicaron de manera diferencial donde entraron a tallar la
posición social y económica para que muchos fueran eximidos. Por
otro lado, las relaciones personales entre algunos miembros del
gobierno con peninsulares son motivo de los vaivenes de las medidas
adoptadas contra estos. Siguiendo esta línea, García Flöel (2000) para
el caso rioplatense concluye que la suerte de este grupo fue más bien

~ 53 ~
Bajo el signo de la sospecha. Los pulperos españoles en tiempos…

individual que colectiva debido a la errática política del gobierno.


Galmarini (1986), por su parte, asevera que en Buenos Aires la
represión solo fue agresiva con los contrarrevolucionarios que se
opusieron abiertamente al gobierno (Liniers y Álzaga como casos
emblemáticos) y fue moderada para el resto de los peninsulares. Para
un contexto distinto al rioplatense, Graciela León (2010) sostiene que
en México el gobierno revolucionario privilegió la estadía de los
españoles poderosos y que aquellos que se fueron lo hicieron porque
lo desearon y no por obligación. Una opinión distinta presenta
Landavazo (2009) para el caso mexicano. Según él, hubo mayor
congruencia entre el discurso y la práctica revolucionaria, pues al
mismo tiempo que se construía un imaginario antigachupín, se
producían materialmente asesinatos y saqueos de españoles euro-
peos tanto premeditados como espontáneos. Más allá de estas
diferencias, en general, la mayoría de los autores coinciden, sobre
todo para el caso de Buenos Aires, en que tanto las redes sociales
como la buena posición económica habrían amortiguado el impacto
de la represión. Aquí intentaremos matizar estas conclusiones abor-
dando el estudio de un grupo específico dentro del conjunto de
españoles que experimentaron el proceso de ruptura con su madre
patria en el Río de La Plata.

La imagen y la suerte de los pequeños comerciantes

Distintos autores destacan el peso que tenían los comerciantes


minoristas en el grupo de españoles europeos y el alto porcentaje de

~ 54 ~
Julián Carrera

estos en el total de pulperos de Buenos Aires. El estudio detallado


de García Belsunce (1976) es contundente al respecto: arroja que el
65,3 % de los pulperos en 1810 eran peninsulares y de ellos el 55 %
gallego.Veamos ahora algunas imágenes de este grupo urdidas en
diferentes fuentes discursivas. Mucho tiempo antes del proceso
revolucionario y en varias regiones de las indias españolas distintos
textos literarios destacaban a los pequeños comerciantes como
prestamistas y usureros que despiertan particulares resentimientos.
A principios del siglo XVII, ya encontramos en Venezuela semejante
diatriba contra los pulperos que se repite en muchos versos
rioplatenses,

Xujadores sin número y coimeros


Mercaderes de aire levantado
Alguaciles, ladrones muy cursados,
La esquina tornada del pulpero (Bossio, 1972: 21).

Como la mayoría de los pulperos eran gallegos se produce una


natural asociación entre estos y el comerciante tramposo. Nadia de
Cristoforis (2009) refiere que, tras el sitio de Montevideo, el término
gallego adquirió claras connotaciones negativas que luego se refle-
jaron en obras musicales y teatrales. En este sentido, Mariana Pérez
(2010) destaca que el único personaje español del Sainete El detalle de
la Acción de Maipú es un pulpero caracterizado como cobarde y
tacaño, y tilda a los «gallegos», naturalmente asociados a ese sector
del comercio, de ser «pura basura». Se advierte, entonces, la cons-
trucción de una identidad particular dentro del grupo más amplio
de peninsulares, que es definida por la figura del gallego-pulpero-
tramposo.

~ 55 ~
Bajo el signo de la sospecha. Los pulperos españoles en tiempos…

Empero, esta imagen tan aporreada de los comerciantes gallegos


en el plano literario ¿tenía algún asidero en la realidad? Carlos Mayo
(1996) destaca que la ocupación de pulpero en Buenos Aires era
habitualmente denigrada aunque no formaba parte de la plebe.
Buena parte de los minoristas solían ser despreciados entre las clases
populares rioplatenses, su rol de prestamistas y muchas veces tram-
posos en sus operaciones comerciales fortalecía aquel sentimiento.
Para las autoridades, la imagen negativa de las casas de comercio no
era una novedad, tenía larga data por ser lugares de reunión de la
plebe y escenario habitual para el juego, la ebriedad, el desorden y el
contrabando, todos elementos que los gobiernos desde un principio
intentaron combatir con escaso éxito. Así lo atestiguan las normativas,

Por cuanto sin embargo de los repetidos bandos que se han


publicado, prohibiendo los juegos en pulperías y qualequiera
otros parages, y el uso de las armas prohibidas, se ha notado en
estos últimos tiempos haberse generalizado la inobservancia de
estas disposiciones tan razonables, como conducentes á la
seguridad, buen orden, y felicidad pública: por tanto, y para que
no se entienda, que el trascurso del tiempo ha podido hacer
insubsistente cuanto en orden á los referidos particulares se
prescribió en los indicados bandos; ordena y manda este superior
gobierno, que los dueños de las casas de café, villar, bolos y
bochas no consientan en ellas otros juegos, que los que les están
permitidos, y que los pulperos, fonderos, ó posaderos no
permitan en las suyas juego alguno de ninguna clase, pena de
veinte y cinco pesos de multa por la primera vez, doble por la
segunda, y reagravada en la reincidencia, hasta el caso de
hacérseles cerrar sus dichas casas, cuyas multas que irremi-
siblemente se les exigirán, se aplican á los gastos de la policía de
esta ciudad (Gaceta de Buenos Aires,1911, III: 111).

~ 56 ~
Julián Carrera

La revolución le sumó, a la ya desprestigiada imagen del pulpero,


un nuevo elemento negativo de carácter político, tanto por el encono
contra los peninsulares como contra el espacio de difusión de opi-
nión que conformaban sus locales2. En un bando de principios de
1812 sobre confiscación de bienes a españoles se destacan los
comerciantes intermedios como principales sospechosos,

Todo negociante, almacenero, tendero, pulpero, consignado o co-


misionista y de cualquier modo encargado, o habilitado por
interés propio o ajeno, y toda persona que por resulta de compras
o cualquier otro contrato tuviere en su poder o en poder de otro
aquí o en otra parte, dineros o especies de todo género
pertenecientes a sujetos de la España, Brasil, Montevideo y
territorio de la obediencia de su gobierno o del virreinato de
Lima y pueblos y lugares subyugados por la fuerza del ejército de
Goyeneche, o residentes en dichos territorios, deberán preci-
samente manifestarlos a este Superior Gobierno dentro del
perentorio término de cuarenta y ocho horas contadas desde la
publicación de este bando, y si no lo verificaren y se les
descubriese alguna pertenencia no manifestada se le confiscará
irremisiblemente la mitad de sus bienes propios e incurrirá en las
penas de expatriación y privación de todos los derechos de
ciudadano (Registro oficial de la República Argentina, 1879, 1:133).

Las autoridades identifican claramente sobre qué grupo de espa-


ñoles había que prestar mayor atención generando así una suerte de
estigma en torno a los comerciantes medianos. Algunos testimonios
también iluminan la imagen que tenía de este sector la gente común.
En La Gaceta del 3 de diciembre de 1811 un testigo de los festejos del
triunfo de Cochabamba narraba lo siguiente,

Todos los mozos de tienda (europeos los más) y las señoras que
aún estaban en sus casas salieron á sus puertas, ventanas y

~ 57 ~
Bajo el signo de la sospecha. Los pulperos españoles en tiempos…

balcones, pero insultados aquellos con el funesto epíteto de


sarracenos y avergonzadas éstas al oír las palabras indecentes de
la vanguardia, se encerraron repentinamente, por no ser espec-
tadores de una escena tan desagradable, quise hacerles una
reconvención amistosa, y el tono agrio con que me contestaron,
me obligó á desistir de la empresa y volverme á casa, a llorar en
secreto esta desgracia (Gaceta de Buenos Aires, 1911,III:37).

El testimonio evidencia que el desprecio a los comerciantes no solo


existía en el plano discursivo sino que en algún sector de la plebe
porteña la mala fama de aquellos era real. Vemos entonces que se
agrega a este subgrupo de españoles un nuevo rasgo negativo, que-
dando configurada su identidad en la asociación pulpero-enemigo.
De todos modos, no deberíamos quedarnos solo con esa imagen
deslucida de este grupo, también encontramos algunos rasgos de los
comerciantes al menudeo que contrastan con aquella. En muchos
casos los pulperos eran referentes en los barrios no solo por su
actividad comercial, sino que también ocupaban cargos públicos
como alcaldes de barrio o capitanes de milicia y solían ser estimados
como buenos vecinos (Di Meglio, 2006). Seguramente, el proceso
revolucionario los ubicó en una posición más incómoda, pero hasta
qué punto fueron hostilizados en los barrios es algo que merece
mayor atención.
Ahora bien, dentro del contexto de construcción del enemigo y de
las persecuciones de españoles europeos, nos preguntamos cuál fue
la suerte de los sectores medios, en especial la de los pequeños
comerciantes que desde algunos discursos son particularmente des-
preciados o sindicados como sospechosos. ¿Tuvieron un tratamiento
diferencial a la hora de reprimir? ¿Su destino fue distinto al del resto

~ 58 ~
Julián Carrera

de los perseguidos? o ¿también aprovecharon sus influencias para


sortear mejor la represión?
Como anticipamos, las reuniones en pulperías se convirtieron en
especial preocupación para los gobiernos revolucionarios pues la
circulación de discursos políticos en forma de coplas o arengas
deliberadas en contra o a favor del gobierno se volvieron frecuen-
tes3. En este sentido, buena parte de las pulperías y sus propietarios
fueron permanente objeto de sospecha por ser potenciales focos
contrarrevolucionarios4. En 1812 cuando el antiespañolismo se re-
crudece, tras la conspiración de Martín de Álzaga, distintas medidas
tuvieron como blanco a las pulperías. Jorge Bossio cita un bando del
28 de julio de ese año que reza lo siguiente,

(…) ningún español europeo puede administrar pulperías, ni casa


de abasto con ningún pretexto en esta capital y toda su juris-
dicción, se previene a todo español europeo que tenga tales casas,
que dentro del preciso término de tres días las han de poner a
cargo de individuos americanos (Bossio, 1972: 199).

Tal medida cargada de severidad en el papel no tuvo efecto en


los hechos, pues los peninsulares siguieron al frente de sus nego-
cios aunque muchos de ellos fueron perseguidos, como veremos en
seguida.
En un análisis de los registros del Tribunal de Seguridad Pública
de 1811, cuyas causas involucraban denuncias contra españoles eu-
ropeos de nivel medio y bajo, se llega a la conclusión de que la
condición social del imputado pesa más que la patria (Pérez, 2009).
Algunos de los acusados apelaron a varios testigos, vecinos reco-
nocidos, que testimonian el buen comportamiento, lo cual fue
suficiente para considerar su inocencia. Sin embargo, como señala-

~ 59 ~
Bajo el signo de la sospecha. Los pulperos españoles en tiempos…

mos más arriba, el recrudecimiento de las medidas contra españoles


europeos se produce a partir de 1812. Los acusados directos de
acompañar a Álzaga en su conjura fueron condenados a muerte (30
aproximadamente) y el resto fue al exilio o a la cárcel, pero saliendo
de las figuras principales de la conjura, muchos fueron liberados.
Del proceso se desprende que la participación de los sectores medios
mercantiles fue muy importante en la organización de la fallida
conjura, varios almaceneros y pulperos aparecen como coorgani-
zadores, y algunos de ellos fueron sentenciados a la pena capital
(Pérez, 2011; Polastrelli, 2012).
Hacia fines de ese año el gobierno solicitó a los alcaldes de barrio
que confeccionaran listas de españoles europeos indicando origen,
ocupación, estado civil y «conducta» vinculada a su adhesión o no al
régimen. Graciela León al analizar estas fuentes cita el informe de un
alcalde de barrio que afirma «(…) por lo que respecta a las condi-
ciones de si son adictos o no a nuestro sistema no hay uno en mi
manzana que lo sea y así para mi todos son malos» (León, 2010: 21).
Asimismo, se desplegaron una serie de medidas contra los consi-
derados perjudiciales. Entre ellas se destacan la disolución de los
cuerpos milicianos de peninsulares (catalanes, gallegos y vizcaínos),
los destierros, las confiscaciones de bienes y las contribuciones
forzosas. En un principio, los destierros parecían el destino para
todos los españoles europeos sin distinciones, no obstante, los regis-
tros indican que los resultados fueron dispares. Aquí intentaremos
elaborar algún perfil de los realmente afectados por las internaciones
de 1813 y las razones que llevaron a muchos de ellos a no ser
afectados de manera significativa. En particular, veremos el peso
que tuvieron los comerciantes minoristas en estos agrupamientos y

~ 60 ~
Julián Carrera

cuál fue su suerte teniendo en cuenta su ubicación intermedia entre


los sectores bajos y los más encumbrados.

Las medidas de internación de españoles de 1813

Hugo Galmarini (1984) señala que, tras la conspiración de Álzaga,


los rumores de una expedición española reforzaron las medidas
represivas de internación de españoles; contabiliza un total de 468
peninsulares afectados de los cuales 271 fueron calificados de vagos
o no partidarios del régimen. Concluye que tal represión involucró
sobre todo a solteros de todos los estratos sociales: mozos de café o
pulperías, agregados, vagos y que el resto de los peninsulares o bien
no fueron afectados o solo lo fueron con sanciones económicas. Por
su parte, Mariana Pérez (2011) plantea la debilidad que tuvo la
medida debido a que buena parte de los españoles estaba muy
arraigada a la sociedad local, y que las internaciones hubieran desar-
ticulado las redes sociales que conformaban. En definitiva, luego de
aplacarse los ánimos tras la conjura de Álzaga, el gobierno eximió de
la internación a la gran mayoría de los afectados.
Según estas conclusiones, los comerciantes no habrían sido alcan-
zados por las medidas por tener una posición más acomodada tanto
desde el punto de vista económico como desde las redes sociales que
los amparaban. Tales resultados contrastan con la imagen negativa
que teñía a todos los pulperos, tanto por su actividad y origen como
por su demostrada participación en los grupos opositores al régimen.

~ 61 ~
Bajo el signo de la sospecha. Los pulperos españoles en tiempos…

Aquí intentaremos matizar aquellas conclusiones y profundizar en


las razones por las cuales muchos lograron sortear con éxito las
medidas de internación.
En algunos listados de españoles europeos elaborados por los
alcaldes de barrio en diciembre de 1812 figuran las ocupaciones y
una consideración sobre la conducta. De alrededor de 1500 indi-
viduos registrados la mayoría son comerciantes (308), seguidos por
pulperos (245) y tenderos (120); luego viene una amplia lista de
ocupaciones. Lamentablemente solo una quinta parte de ese total
registra datos sobre su actitud frente al nuevo orden político,
aunque de todos modos es una buena aproximación a nuestro tema.

Cuadro n.° 1. Ocupación y clasificación de la conducta de los españoles euro-


peos, 1812
Conducta
Ocupación Preso Sospechoso Total
Buena Mala Regular

Abastecedor 2 2
Afincado 3 2 5
Agregado 2 2
Albañil 2 2
Almacenero 1 3 1 5
Artesano* 31 7 1 39
Ayudante 1 1
Barbero 2 2
Boticario 1 1 2
Cafetero 2 1 3
Calafate 1 1 1 3
Cirujano 1 1 2
Comerciante 21 5 4 30
Comisionista 1 1
Corredor 1 1
Dependiente 5 12 2 19
Empleado 2 1 1 4
Escribiente 3 1 4

~ 62 ~
Julián Carrera

Conducta
Ocupación Preso Sospechoso Total
Buena Mala Regular

Habilitado 1 1
Hacendado 3 3
Impedido 1 1
Jornalero 6 1 5 12
Labrador 1 11 12
Lanchero 1 1
Librero 1 1
Maestro de escuela 3 3
Marinero 1 1
Mayordomo 1 1
Mercachifle 2 1 3
Mercader 1 1
Militar 2 2
Mozo 6 1 7
No tiene 15 11 7 33
Hortelano 2 2
Peón 4 4
Piloto 1 1
Pintor 2 2
Pulpero 47 14 10 2 73
Quintero 18 4 22
Retirado 16 1 17
Sacristán 1 1
Sangrador 1 1 2
Tendero 5 7 3 3 18
Torero 1 1
Tratante 2 2
Vago 1 3 4
Vendedor de tabaco 1 1

Total 208 75 52 18 6 359


Fuente: AGN, X-6-6-10.
*Decidimos agrupar bajo la categoría de artesano a un sinnúmero de oficios.

En principio, podemos ver que la gran mayoría era percibida con


una buena conducta. Desde luego que es complejo establecer con-

~ 63 ~
Bajo el signo de la sospecha. Los pulperos españoles en tiempos…

clusiones definitivas por la dispersión de los datos, pero si tomamos


como conjunto a los que son considerados con una conducta «no
buena», advertimos que se destacan los dependientes, los mozos, los
desocupados, los labradores, los jornaleros, los tenderos y los vagos;
todos ellos superan o igualan en número a los de buena conducta
dentro de su misma categoría. En cuanto a los pulperos, si bien la
mayor parte aparece con buena conducta, también tienen una
participación importante en el resto. Si la persecución se ajustó a
estas calificaciones, los datos confirmarían la idea sugerida por otros
autores que sindica al sector más postergado de los españoles
europeos como los principales afectados por la represión. No obs-
tante, también es considerable la mala imagen del sector medio de
comerciantes en especial tenderos y pulperos.
Veamos el perfil de aquellos que efectivamente sufrieron las
internaciones. Galmarini (1984) identifica 102 enviados a Chascomús
y 200 a Ranchos y señala que los comerciantes no se ven afectados.
El autor, si bien no presenta cifras precisas sobre estos internados,
indica que son en su mayoría vagos, solteros y mozos. Aquí inten-
taremos identificar con mayor detenimiento una parte de los
afectados. Al consultar otro registro que presenta el listado de
internados, identificamos 111 individuos enviados a Luján, Jujuy,
San Vicente, Areco, Ranchos, Pergamino, Salto y Chascomús, de los
cuales extraemos los siguientes datos.

~ 64 ~
Bajo el signo de la sospecha. Los pulperos españoles en tiempo…

Cuadro n.° 2. Ocupación de algunos españoles europeos afectados por las inter-
naciones. 1813
Ocupación Frecuencia
Comerciante 24
Pulpero 23
Artesano 16
Tendero 8
Sin oficio 4
Tratante 3
Revendedor 3
Almacenero 2
Comercio de indios 2
Mozo de almacén 2
Contador 2
Estanciero 2
Peón 2
Aserrador 1
Barbero 1
Boticario 1
Capataz de panadería 1
Empleado 1
Lanchero 1
Marinero 1
Militar 1
Puesto 1
Quintero 1
Sangrador 1
Vago 1
Verdulero 1
Villar 1
Abogado 1
Capataz de chacra 1
Escribiente 1
Presbítero 1

TOTAL 111
Fuente: AGN, X-7-3-3.

~ 65 ~
Bajo el signo de la sospecha. Los pulperos españoles en tiempo…

Si bien la tabla no muestra el universo total de afectados por el


extrañamiento que según Galmarini rondaría los 460, la muestra es
lo suficientemente representativa para matizar la idea de que solo
vagos, desempleados y mozos fueron forzados a alejarse de la capi-
tal. Si sumamos a los sindicados por Galmarini como los principales
confinados, no llegan aquí al 10 % de la muestra. Por el contrario, los
que lideran la tabla podemos decir que pertenecen a los sectores
medio y alto vinculados a la actividad mercantil de quienes se ha
dicho que solo fueron afectados en materia económica. Por otro
lado, es llamativa la considerable presencia de artesanos que, en
general, estaban muy bien conceptuados como vimos en el primer
cuadro. Esto desde luego no quita que la posición acomodada de
muchos de ellos haya influido a la hora de evitar las internaciones.
De hecho, encontramos muchos casos que precisaremos en seguida,
pero tampoco debemos quedarnos con que tales medidas no los
alcanzaron. Seguramente, la mala consideración de los alcaldes so-
bre estos individuos o su abierta posición en contra del gobierno
fueron los motivos que ocasionaron su salida forzosa.
Tales son los casos del comerciante Francisco Atucha y el tendero
Martín Churruca sindicados como participantes en la conjuración de
Álzaga, quienes no fueron condenados con la pena capital pero que
debieron salir para Chascomús. Incluso hay casos de individuos
considerados de buena conducta que fueron confinados, así encon-
tramos a los pulperos Manuel Corrales y José Benito Lorenzo,
internados en Salto y Ranchos respectivamente, o al chocolatero José
Álvarez Pillado, en Areco. Todos ellos afectados por las interna-
ciones a fines de 1813, mientras un año antes habían sido bien
considerados en el padrón de españoles europeos. Por otro lado, se

~ 66 ~
Julián Carrera

advierten correlaciones entre la descripción de la conducta y los


confinamientos, el comerciante Juan López y los pulperos Domingo
López y José Fernández fueron calificados con mala o muy mala
conducta y los encontramos luego en Chascomús y Ranchos.
En definitiva, no todos los españoles bien acomodados lograron
sortear las medidas represivas y aquellos que lo hicieron lo pudieron
hacer por distintos motivos que intentaremos dilucidar a continuación.

Formas de evitar la represión

En general, las medidas antipeninsulares permitían contemplar


excepciones, que en ocasiones, hicieron realmente leves los efectos
represivos buscados. Como bien señala Galmarini, tras protestar,
muchos comerciantes que arguyeron verse afectados en sus negocios,
obtuvieron del gobierno la eximición de la internación siempre y
cuando, a cambio, aportaran capital. Los préstamos y contribuciones
forzosos fueron entonces una de las vías más comunes para evitar el
destierro y permanecer en Buenos Aires.
En este punto nos preguntamos si los pequeños comerciantes
pudieron entrar a ese grupo selecto. El cuadro anterior sugiere que
algunos no pudieron evitar la internación, acaso por no poder apor-
tar capital o tal vez por ser considerados demasiado peligrosos.
No obstante, las razones para evitar la medida no se reducen a la
disponibilidad de dinero sino que podían tallar otros aspectos no
siempre revelados en las fuentes. Contamos con registros que

~ 67 ~
Bajo el signo de la sospecha. Los pulperos españoles en tiempo…

incluyen a más de mil españoles europeos exceptuados por alguna


razón de las internaciones, aunque en ciertos casos los alcaldes acla-
ran que desconocen los motivos por los cuales el individuo en
cuestión permaneció en Buenos Aires, lo cual refleja, en parte, las
dificultades que había para hacer efectivas las medidas y el grado de
improvisación.

Cuadro n.° 3. Españoles europeos exceptuados de las internaciones, 1813


Motivo Frecuencia

Paga contribución 435


Permiso o licencia 156
Edad 153
Por su actividad 138
No paga contribución 52
Enfermo o inútil 49
No se sabe por qué no salió 29
Enviado a destierro 10
Con documento inútil 5
Carta de ciudadano 3
Pobreza 2

TOTAL 1032
Fuente: AGN, X-7-3-3.

Comúnmente se ha dicho que una de las primeras vías que


conducía a los peninsulares a evitar la represión fue la adquisición
de la carta de ciudadanía americana; no obstante, esta no parece
haber sido muy frecuente. Las cifras muestran, como era de esperar,
que la forma principal de evitar las medidas represivas fue po-
niendo dinero, ya sea abonando contribuciones o empréstitos no
voluntarios. Luego, viene un heterogéneo grupo de individuos que
obtiene por alguna razón, no especificada en las fuentes, permisos,
licencias o decretos para quedarse en la capital. Por otro lado, tanto

~ 68 ~
Julián Carrera

la avanzada edad (mayores de 60 años) como el padecimiento de


alguna enfermedad fueron muy importantes a la hora de liberar a
los españoles de la internación, aunque muchos de ellos, además,
pagaron contribuciones. Algunos enfermos dijeron que cuando sa-
naran se irían lo cual no podemos comprobar, aunque sí sospechar
que apelar a la enfermedad fue una estrategia eficaz para evitar el
extrañamiento. Distintos casos muestran otras estrategias para evitar
la medida, algunos presentaron documentación no vinculante con el
asunto, mientras que otros declararon que ayudaban a parientes que
pagaban contribución5.
Intentaremos ahora desglosar el grupo de contribuyentes para
despejar algunas dudas:

Cuadro n.° 4. Ocupación de los contribuyentes españoles


Ocupación Frecuencia

Comerciante 109
Pulpero 45
Artesano 32
Tendero 23
Almacenero 22
Afincado 5
Boticario 4
Empleado 4
Médico 3
Militar 3
Pintor 2
Revendedor 2

Total 254
Fuente: AGN, X-7-3-3.

La tabla incluye los casos en que hemos podido identificar la


actividad de los contribuyentes, información que, lamentablemente,
está incompleta. Los datos son contundentes, prácticamente todos

~ 69 ~
Bajo el signo de la sospecha. Los pulperos españoles en tiempo…

los contribuyentes participan en alguna actividad comercial. Más


del 40 % de la muestra son grandes comerciantes, seguido de un
nutrido grupo de pulperos, tenderos y almaceneros. Nada despre-
ciable es la participación de artesanos que eran una clara minoría en
el total de españoles. Todos ellos estaban en condiciones de afrontar
los gastos para evitar las medidas represivas. No obstante, como
hemos visto más arriba, otros comerciantes tanto grandes como
pequeños no corrieron la misma suerte pues debieron abandonar la
ciudad. La falta de dinero seguro sea una de las razones, pero no
creemos que sea la única, pues hay otros indicadores que explicarían
la expulsión de comerciantes de la ciudad.
La relación que existe entre algunas actividades de españoles y las
exenciones a las medidas acaso nos permita profundizar en el tema.
En el cuadro n.° 3 decidimos sumar en el casillero «por su actividad»
a todos aquellos que según los registros fueron desafectados de las
internaciones por el tipo de actividad que desarrollaban, aunque en
algunos casos los alcaldes muestran sus dudas.

~ 70 ~
Julián Carrera

Cuadro n.° 5. Actividades que liberan a los españoles de las internaciones


Ocupación Frecuencia

Quintero-abastecedor 45
Panadero 24
Carpintero 12
Boticario 7
Repartidor de pan* 6
Cirujano o médico 6
Sangrador 4
Pulpero * 4
Herrero 3
Chocolatero 2
Fabricante de armas 2
Talabartero 2
Velero 2
Cívicos 2
Empleado de maestranza 2
Carbonero 1
Carretillero 1
Fabricante de tambores 1
Fundidor 1
Escribiente 1
Librero 1
Zapatero 1
Tonelero 1
Armero 1
Estanciero 1
Hortelano 1
Piloto 1
Cómico 1
Sacristán 1
Almacenero* 1

Total 138
Fuente: AGN, X-7-3-3.
*Dicen creerse exceptuados.

~ 71 ~
Bajo el signo de la sospecha. Los pulperos españoles en tiempo…

Los datos anteriores permiten arribar a algunas conclusiones:


ciertas actividades eran muy sensibles para la vida cotidiana de la
ciudad y por ello no habría sido aconsejable eliminar a quienes las
practicaban, salvo casos manifiestos de enemistad con el régimen.
Según la muestra, los quinteros se destacan como exceptuados por
su rol de abastecedores de la ciudad, seguidos de los panaderos que
aportaban un elemento esencial de la dieta de los vecinos. Quienes
realizaban actividades artesanales, sobre todo aquellas muy poco co-
munes, también se vieron beneficiados aunque, como sabemos, no
eran un grupo muy nutrido dentro de los españoles europeos. Lo
mismo podemos decir de los profesionales como médicos, cirujanos,
escribientes o de aquellos que dominaban algún oficio nada abun-
dante en la ciudad.
En un comunicado de La Gaceta parece confirmase esta idea, el
mismo apela a la importancia de los oficios y profesiones para
proteger a los españoles:

La revolución no es otra cosa que el cambio de una forma de


gobierno á otra; es muy natural que envuelva en si el deseo de
mejorar su suerte: el primer carácter de esta debe ser la
liberalidad. La intolerancia es incompatible con su estado, la
expulsión pues de los europeos es directamente contraria al fin
de una revolución, y es sumamente perjudicial a los intereses
particularmente de estos pueblos. Nosotros nos hallamos sin
industria y sin población, dependemos necesariamente de los
europeos para el adelantamiento de las artes, y ciencias (Gaceta de
Buenos Aires, 1911, III, 66).

El comunicado establece una relación directa entre el europeo y el


artesano industrioso que posee capacidades supuestamente ausentes
en los criollos, lo cual se convierte para el autor del texto en un

~ 72 ~
Julián Carrera

sólido argumento para evitar la salida. El gobierno habría con-


templado esta cuestión al eximir de las internaciones a algunos es-
pecialistas, sin embargo en el cuadro de internados también
encontramos algunos artesanos. Acaso estos últimos por su decidida
postura contra el régimen no lograron sortear las medidas. Por otro
lado, los dependientes de todo tipo intentaron ampararse en las
actividades beneficiadas, así encontramos a empleados de panadería
o de maestros artesanos, mozos de cafés e incluso de pulperías, que
intentaron justificar su permanencia por realizar esas tareas, aunque
los alcaldes dejaron en claro que no era así.
Ahora bien, qué sucede con el sector mayoritario de los españoles,
es decir los pequeños comerciantes. En principio brillan por su au-
sencia dentro de las actividades beneficiadas, los pocos pulperos y
almaceneros que figuran argumentan que se creen exceptuados de la
internación simplemente por dedicarse al pequeño comercio pero
está claro que no lo estaban. ¿Por qué esta diferencia entre artesanos
y abastecedores, por un lado, y pequeños comerciantes, por otro? La
respuesta puede no ser unívoca, en principio, los comerciantes eran
mucho más numerosos y exceptuarlos hubiera implicado prác-
ticamente no afectar a ningún español de la capital. Por otro lado, el
comercio menudo era una actividad abarrotada de participantes en
la ciudad, por tanto no generaría ningún impacto negativo la
reducción de ese sector. De hecho, no sería extraño que los pulperos
criollos intentaran por esa vía deshacerse de tal competencia. Pero
más importante aún, como hemos visto, buena parte de los pul-
peros, tenderos y almaceneros estaba en condiciones de contribuir
económicamente con el gobierno y a través de ese medio liberarse de
las medidas represivas. Finalmente, es dable pensar que la mala

~ 73 ~
Bajo el signo de la sospecha. Los pulperos españoles en tiempo…

reputación que habían adquirido los comerciantes (en especial los


pulperos), quienes suelen figuran en todos los conflictos entre el
gobierno y los grupos contrarrevolucionarios, haya sido causa sufí-
ciente para no exceptuarlos.
En este sentido, Mariana Pérez (2011), al analizar los acusados en
la conjuración de Álzaga, comprueba que más del 35 % eran pul-
peros o mozos de pulpería, lo cual indica no solo que eran mayoría
entre los españoles, sino también su rol clave en el reclutamiento y la
organización de la empresa. Un tendero que desfila por la causa
como sospechoso dejó constancia de ello,

(…) que por las tertulias que ha visto en casa de los pulperos
europeos, pocos o ninguno habría que no estuviese metido, que
por los principales conoce al pulpero Manuel Rodríguez que vive
una cuadra más acá del pulpero Juan en cuya pulpería también
eran las juntas6.

Asimismo, la conjura despertó cierto prejuicio latente en la plebe


que desató una serie de denuncias contra distintos comerciantes
españoles. Sin dudas el episodio revitalizó la imagen negativa de los
pulperos que se había formado a raíz de sus prácticas comerciales
mucho tiempo antes.
No obstante, al explorar la suerte de estos acusados, observamos
resultados muy dispares: algunos fueron condenados a muerte, otros
multados y buena parte liberados. De todas formas, este grupo en
especial fue el que cayó bajo la lupa de los sucesivos gobiernos, no
solo por ser el más numeroso entre los españoles sino también por
su decidida influencia en los barrios. Los pulperos eran puntos de
referencia ineludibles por su actividad, lo que les permitía entablar
relaciones con la plebe, aun sin formar parte de ella, y a la vez pro-

~ 74 ~
Julián Carrera

piciar el escenario para la circulación de discursos políticos. La mala


fama engendrada por sus prácticas mercantiles y difundidas a través
de distintas vías literarias y orales, se vio reforzada por su explícita
participación en los grupos contrarrevolucionarios, lo cual los con-
virtió en el grupo más sospechoso junto a los comerciantes de mayor
envergadura.

Conclusiones

Dentro del proceso de redefinición de las identidades que se


produce tras la revolución, el cual convierte al español-europeo en
extranjero-enemigo, advertimos en el plano discursivo la configura-
ción de un grupo particular que sería especialmente identificado con
aquella figura. Podemos arriesgar aquí una suerte de sinécdoque
protagonizada por la figura del pulpero gallego en representación
del conjunto de españoles europeos que cayó bajo la figura del
enemigo. Esta asociación no solo sería producto del alto porcentaje
de pequeños comerciantes en el total de españoles sino también de
su ubicación estratégica en el entramado social urbano. Las pul-
perías eran, además de las principales bocas de expendio de bienes,
la referencia en los barrios, los centros de reunión y de circulación de
información, lo cual convertía a los pulperos en objeto de especial
atención en un contexto de trasformaciones políticas. No obstante,
compartimos con otros autores que el grado de integración a las
redes sociales locales jugó un papel determinante para establecer

~ 75 ~
Bajo el signo de la sospecha. Los pulperos españoles en tiempo…

qué sector de españoles sufriría mayormente el peso de la persecu-


ción. Empero, de ser la única variable ningún comerciante grande o
mediano hubiera sido afectado con las penas más duras pues hemos
comprobado que un sector, aunque minoritario, no pudo evitarlas.
En parte esto fue por su clara vinculación a los grupos contrarrevo-
lucionarios y también por el perfil sospechoso que construyeron en
su entorno. Es evidente que los pulperos estaban mejor posicionados
que muchos otros de la plebe, eran patrones y no empleados y
algunos amasaban cierta fortuna que les permitía aliviar la perse-
cución, no obstante, eran un grupo heterogéneo y algunos sufrieron
las peores consecuencias. En este sentido, el conjunto de pulperos tal
vez sea el que refleje mejor las contradicciones que se sucedieron
durante el proceso revolucionario en cuanto al tratamiento de los
españoles. Ellos formaron parte de los sectores más castigados en el
plano discursivo y, sin embargo, si bien sufrieron imposiciones
severas por parte del gobierno y de los vecinos (en este caso más
vinculados a antiguos rencores que a la causa patriótica), la mayoría
logró sortear el momento sin ser obligados a desplazarse ni perder
sus bienes. Acaso esta distancia entre el discurso y la práctica se
deba a que el objetivo principal de la producción discursiva
revolucionaria haya sido reforzar en el plano simbólico la construc-
ción de un nosotros más que la eliminación efectiva de aquellos
señalados como los otros enemigos. Por otro lado, el grupo de
comerciantes minoristas, si bien es cierto que nunca gozaron de
buena fama, formaba parte fundamental de la vida cotidiana, tanto
en la ciudad como en la campaña y por ello, los lazos sociales
creados en los barrios y los pueblos con la vecindad eran mucho más
sólidos que la enemistad que generaron los acontecimientos revolu-

~ 76 ~
Julián Carrera

cionarios, salvo en los casos de participación directa. A medida que


quedaban atrás los ecos de la revolución, estos maltratados pe-
ninsulares, cierto que en menor número, siguieron formando parte
fundamental de la vida cotidiana porteña.

Notas

1 Fabián Herrero (2008) describe la función política de los pasquines para esta
época. Por un lado, construyen en el plano simbólico al enemigo alimentando
temores y, por otro, legitiman la violencia política.
2 González Bernaldo (2009) plantea que el gobierno revolucionario desconfiaba
de las reuniones en pulperías pues fomentaban el desorden y la desobe-
diencia. Por otro lado, Di Meglio (2006) señala que en las pulperías, cafés y
fondas, al igual que en las iglesias se leía la prensa en voz alta, se discutía de
política, y circulaban rumores y opiniones al respecto. Agregamos que en
esos discursos se construía al otro enemigo ya sea español o patriota.
3 El interés del gobierno en los cantos políticos se refleja en un bando de agosto
de 1812 citado por Jorge Bossio, en el que se promueven las canciones en las
pulperías que tengan relación con la libertad y con la patria y dispone mayor
vigilancia para impedir que jóvenes permanezcan en las pulperías.
4 Mariana Pérez presenta una causa de 1812 en la cual diversos vecinos denun-
ciaron que en un almacén se reunían periódicamente españoles que «can-
taban escandalosamente la canción patriótica española» (Pérez, 2010).
5 Si bien no figura en nuestras fuentes como motivo de excepción, segura-
mente sostener una familia era una razón de peso para permanecer en la
ciudad, más aun si la cónyuge era patricia. Este motivo de excepción fue
oficialmente establecido para el caso de México en 1827 (Gamboa y Maceda,
2003).
6 AGN, X-6-7-4.

~ 77 ~
Bajo el signo de la sospecha. Los pulperos españoles en tiempo…

~ 78 ~
La máscara de la Independencia.
Martín deÁlzaga ¿realista o revolucionario?
Mariano Schlez

M artín de Álzaga fue considerado, por buena parte de la


historiografía argentina desde Bartolomé Mitre y Vicente
Fidel López, como uno de los más decididos defensores del Rey en
el Virreinato del Río de la Plata. No obstante, desde principios del
siglo XX ha cobrado fuerza una posición que sostiene lo contrario:
que el comerciante español fue, en realidad, el primer indepen-
dentista rioplatense (De Gandía, 1962; Williams Álzaga, 1963; 1965;
1968; 1984). Postura que pervive en la actualidad, destacándose
entre sus partidarios uno de los más reconocidos historiadores de la
Academia Nacional de la Historia, Isidoro Ruiz Moreno (AA.VV.,
2010; Ruiz Moreno, 2014).
Para realizar un aporte a este debate, criticaremos el más reciente
de los artículos de Isidoro Ruiz Moreno (2014), quien se basa en los
principales problemas planteados por dicha corriente, tomando
incluso sus mismas fuentes y argumentos. Para ello, nos concen-
traremos en el análisis del tratamiento de las fuentes, finalizando
con una propuesta teórica y metodológica para avanzar en el debate.

 Departamento de HumanidadesUniversidad Nacional del Sur/CONICET.

~ 79 ~
Mariano Schlez

Álzaga y las invasiones inglesas

El «motor» de la destitución del Virrey Sobremonte

Isidoro Ruiz Moreno asegura que, como Alcalde de primer voto del
Cabildo porteño durante el período de las invasiones, Álzaga
«quedó, virtualmente, a la cabeza de la ciudad» y dirigió la posición
del ayuntamiento con el firme objetivo de deponer al virrey
Sobremonte, tanto en el cabildo abierto de 1806, como en la junta de
guerra de 1807, en la que habría ocurrido «una auténtica revolución».
Para ello apela a tres pruebas ya aportadas por Enrique Williams
Álzaga (1965): a) que Sobremonte escribió a Godoy para «responsa-
bilizar a Álzaga de su caída», acusándolo de ser «uno de los motores
de la insurrección»; b) que el Fiscal del Crimen de la Real Audiencia,
Antonio Caspe y Rodríguez, señaló la confabulación de dos grupos
en disputa: quienes criticaban a Sobremonte por impericia y quienes
buscaban la independencia (colocando a Álzaga como parte de este
último); c) que el general británico Auchmuty reconocía, en un in-
forme, que la ciudad estaba al mando de Álzaga. Veamos uno por
uno.
En primer lugar, debe señalarse que, en fuentes no tratadas por
Ruiz Moreno, como las actas del Cabildo de Buenos Aires (Acuer‐
dos del Extinguido Cabildo de Buenos Aires, 1926), o a partir de uno de
los testimonios más reputados sobre el tema (Nuñez, 1898), es
evidente que la destitución de Sobremonte fue motorizada por una
vigorosa movilización popular, acaudillada por una alianza entre
los comerciantes monopolistas y los hacendados bonaerenses, por

~ 80 ~
La máscara de la Independencia. Martín de Álzaga ¿realista o…

un lado, y que no tuvo objetivo independentista alguno, por el


otro. De hecho, se observa, antes que una dirección decidida, una
actitud cauta por parte del Cabildo. El que propuso a los sectores
movilizados esperar a que el Virrey aceptara nombrar a Liniers
como capitán general, lo que no fue aceptado, provocando una
reacción que llevó a los congresales a aceptar la imposición popu-
lar: otorgar a Liniers el mando de las armas en ese mismo instante,
sin esperar autorización del Virrey (Acuerdos del Extinguido Cabildo
de Buenos Aires, 1926: 269). Como señala Núñez (1898, 54-55), el
Congreso se enfrentaba a una «multitud», lo que refiere a un
levantamiento popular de magnitud, que actuaba por métodos de
acción directa.
De hecho, desatado el ataque de 1807, y frente al desconocimiento
del paradero de Sobremonte, el congreso de vecinos, reunido para
organizar la defensa de Buenos Aires, nada dijo en torno al reempla-
zo del Virrey ausente. Incluso, como lo prueba la correspondencia, el
Cabildo seguía dirigiéndose a él para que aprobase la elección de los
nuevos capitulares. A lo único que se había limitado el Cabildo era a
solicitar a la Audiencia que autorizara a Liniers, que partía al mando
de una expedición a Montevideo, a tomar las decisiones militares de
forma independiente al Virrey, lo cual, a pesar de tratarse de un
elemento importante, no implicaba su destitución. Pero, al mes
siguiente, el pueblo se movilizó a las puertas del Cabildo, recla-
mando la remoción del Virrey Sobremonte, el que actuó como una
fuerza disipadora de la movilización (Acuerdos del Extinguido Cabildo
de Buenos Aires, 1926: 432-433).Y, efectivamente, fue la Real Audiencia
la que, el 7 de febrero de 1807, sancionó el origen de la deposición
del Virrey para «remover la desconfianza general» (Acuerdos del

~ 81 ~
Mariano Schlez

Extinguido Cabildo de Buenos Aires, 1926: 446). En este sentido, de los


setenta y dos individuos que votaron la remoción del virrey, una
buena parte de ellos justificó su decisión por la voluntad de las
milicias, que no respaldaban ya a Sobremonte, por lo que se volvía
urgente atender a su voluntad.
Luego de estos hechos, el virrey suspendido escribió a Godoy
desde Montevideo, en el testimonio citado por Ruiz Moreno. Pero
de verse el texto completo, se verá que Sobremonte no refiere exclu-
sivamente a Álzaga como responsable de su destitución, sino
también a Esteban Villanueva «con otros para regidores, buscados a
propósito para las ideas del día» (Williams Álzaga, 1965: 98). Ade-
más, en otras cartas denuncia como partícipes a Juan Martín de
Pueyrredón, e incluso, a Ignacio Rezabal, Francisco Ignacio de
Ugarte, Juan Antonio de Santa Coloma, Francisco de Lezica y
Manuel de Labardén (Williams Álzaga, 1965: 92-97).
Aclarado, entonces, que el motor de la insurrección que derribó al
virrey no fue Álzaga, debe evaluarse en qué medida puede en-
tenderse que el testimonio del fiscal Caspe otorgue indicios de que
Álzaga era parte de un grupo independentista. En todo caso,
ofrecida la caracterización de que existían en Buenos Aires dos
grupos, debería avanzarse en los nombres que el propio fiscal ofrece,
entre los que no aparece don Martín, sino Juan José Paso, Joaquín
Campana y Manuel José de Labardén.
Por su parte, existe un problema similar en la cita del general
británico Achmuty. Ruiz Moreno dice, respecto de Álzaga, que «La
Provincia estaba a sus órdenes y el Virrey no tenía autoridad
alguna» (2014: 132). No obstante, cuando vemos el texto del que
toma la información, se observa otra cosa:

~ 82 ~
La máscara de la Independencia. Martín de Álzaga ¿realista o…

Se me indicó entonces que escribiera al Cabildo de Buenos Aires,


informándole, por ser el único que podía resolver sobre este
particular, pues la provincia estaba a sus órdenes y el virrey no
tenía autoridad alguna (Williams Álzaga, 1963: 137).

Es decir, que el general se refiere al Cabildo, no a Álzaga, o sea, a


una institución, no a un individuo. Y aunque Álzaga era el Alcalde
de primer voto, no debe modificarse el sentido de una fuente para
aproximarla a una hipótesis previa.

La independencia bajo auspicio británico

Ruiz Moreno considera que Álzaga fue parte del grupo que buscó,
en la coyuntura de las invasiones inglesas, independizar al Río de la
Plata bajo los auspicios británicos. Para ello se vale, en primer lugar,
de un testimonio de Bernardino Rivadavia a Florencio Varela, de
1842, que prueba los vínculos entre el comandante británico
Beresford —preso en Luján— y los dirigentes de este grupo de
revolucionarios. No obstante, el comentario no solo elude cualquier
mención a Álzaga —aunque sí se nombra a Castelli—, sino que
otorga elementos que niegan la hipótesis de Ruiz Moreno, en tanto
Rivadavia asegura que el maltrato que Beresford dio a Castelli
«ocasionó la enemistad del Partido, que se ligó en daño del inglés
con los españoles realistas partidarios del monopolio» (Ruiz
Moreno, 2014: 133). Es decir que, según este testimonio, el intento
por independizar el Río de la Plata fue abortado rápidamente,

~ 83 ~
Mariano Schlez

apenas pasado el primer acercamiento entre Beresford y el partido


criollo, y produjo el efecto contrario: la unión de los revolucionarios
(Castelli) con los «españoles realistas partidarios del monopolio»
—Álzaga— para rechazar a los invasores.
Algo similar ocurre con el siguiente testimonio utilizado, el de
Alexander Gillespie. Aunque Ruiz Moreno entiende que el britá-
nico «recoge la versión que los ‘españoles europeos’ que formaban
el Cabildo podían sostener objetivos revolucionarios» (Ruiz
Moreno, 2015: 133), su testimonio señala que, finalmente, ocurrió
algo muy diferente:

(los españoles europeos) eran individuos que (…) habían así


identificado sus bienes y felicidad con los de América del Sur.
Pero nuestra llegada hostil revivió en ellos todas sus animo-
sidades nacionales y ahogó todo otro sentimiento que no fuese el
pensamiento de nuestra extirpación (Gillespie, 1818: 62).

Asimismo, debe notarse que, en el inicio de la oración (no citada


por Ruiz Moreno), Gillespie dice: «En cualquier otra crisis de los
asuntos, esta corporación podía haberse inclinado, no obstante su
mayoría de españoles, a haber sostenido objetos revolucionarios»
(Gillespie, 1818: 62). Es decir, podrían haber tenido objetos revolú-
cionarios, en otra situación, espacio y coyuntura. «Pero», no los
tuvieron, debido a que la invasión británica «revivió» en ellos sus
animosidades «nacionales», las que se expresaban bien en la clara
divisoria que recorría la sociedad porteña entre criollos y españoles
«chapetones» (Gillespie, 1818: 87). Estos últimos fueron descriptos
en duros términos por el inglés, caracterizándolos como avaros,
hoscos y envilecidos por el despotismo1. Por todo esto, difícilmente

~ 84 ~
La máscara de la Independencia. Martín de Álzaga ¿realista o…

podamos considerar que Gillespie haya sostenido que los españoles


europeos tuvieran intención «revolucionaria» alguna.
Pero la «prueba» en la que más se ha insistido para vincular a
Martín de Álzaga con el Partido independentista fue la (hoy) ya
muy conocida reunión que este mantuvo con uno de sus líderes,
Saturnino Rodríguez Peña. Al respecto, Ruiz Moreno parte de un
presupuesto no comprobado:

Algo debe haber traslucido acerca de la intención indepen-


dentista de tan destacado personaje (Álzaga), pues de lo contrario
jamás se hubiese atrevido el conspirador a revelar la proposición
(Ruiz Moreno, 2012: 134).

A ello agrega que, luego de la entrevista (7 de febrero de 1807),


Álzaga no habría denunciado por traición a Rodríguez Peña «inme-
diatamente», a la vez que habría escondido en un cuarto contiguo al
que se desarrolló el encuentro, a dos de sus principales amigos y
aliados —el Regidor Miguel Fernández de Agüero y al capitán Juan
de Dios Dozo— «como precaución elemental para el caso de que
trascendiera su conducta». Finalmente, Ruiz Moreno plantea que,
apenas iniciada la entrevista, Álzaga le habría dicho a Peña que se
sumaría al movimiento, aunque luego le planteó las dificultades del
caso, reclamándole que Beresford pusiera el plan y a sus partici-
pantes por escrito, junto con la entrega de su correspondencia, como
garantía para su participación. Pero veamos estos mismos hechos
más allá de las apariencias:
En primer lugar, que Rodríguez Peña buscara el apoyo de Álzaga
no implica prueba alguna de las intenciones revolucionarias del
Alcalde de Buenos Aires. La invitación al alcalde a incorporarse

~ 85 ~
Mariano Schlez

puede explicarse como un simple error político por parte de un


revolucionario que tampoco acertó en la elección de su estrategia
para independizar al Río de la Plata. O, como veremos que explicó el
mismo Álzaga, para implicarlo en una trama que, de no prosperar,
terminaría perjudicándolo de todos modos.
En segundo lugar, Álzaga escondió a su mano derecha, Miguel
Fernández de Agüero, en un cuarto contiguo, con objetivos bien
distintos a los relatados por Ruiz Moreno. Como señaló el propio
Agüero, fue convocado para «documentar», «descubrir la tramo-
ya» y a «los demás del partido» independentista, oculto por obvias
razones.
Ahora bien, ¿cómo podemos conocer las intenciones de Álzaga
más allá de su propio testimonio y el de sus aliados? Por lo que
efectivamente hizo luego de la reunión. Si ella hubiera implicado,
como dice Ruiz Moreno, «un comienzo de entendimiento» con el
plan, ¿por qué, entonces, el Alcalde porteño fue el dirigente más
destacado del rechazo a la segunda invasión inglesa?, como la
historiografía ya probó detalladamente ¿Cómo es posible que, si se
encontraban planeando la independencia rioplatense bajo el amparo
inglés y organizando el escape de Beresford, Álzaga y Fernández de
Agüero hayan estado tan preocupados en su rol de capitulares por
impedir el ingreso y salida de personas desde y hacia Montevideo,
donde se encontraba el enemigo británico? ¿Y cómo se explica que el
11 de marzo de 1807, un mes después del supuesto acuerdo entre
Peña y Álzaga, el Cabildo hubiera solicitado a la Real Audiencia que
publicase un bando prohibiendo el contrabando, penando con pena
de muerte y confiscación de todos los bienes a quienes comerciasen
con el enemigo inglés? E incluso, que en abril, dos meses después de

~ 86 ~
La máscara de la Independencia. Martín de Álzaga ¿realista o…

la reunión, el mismo Cabildo de Álzaga y Fernández de Agüero,


sospechando de algunos «extranjeros neutrales», hubiera planteado
abiertamente que «nos vemos rodeados por todas partes de ene-
migos domésticos que pueden causarnos mayores perjuicios que
aquellos a quienes conocemos por tales» determinando «que salgan
todos esos buques con sus tripulaciones»2. Como habrá de enten-
derse, se trata de preguntas retóricas que expresan lo descabellado
de plantear que Álzaga buscó independizar al Río de la Plata aliado
a Gran Bretaña, al mismo tiempo que encabezó la resistencia a las
invasiones. Lo cierto es que Álzaga no solo rechazó participar del
proyecto independentista, sino que también, como probó la
historiografía, fue uno de los «héroes» de la resistencia porteña3.
A todo esto, a fines de ese año, seguramente consciente de que sus
enemigos preparaban una jugada en su contra, Martín de Álzaga
instó al Cabildo a explicar al Rey los motivos de «separar pro-
visionalmente (o «separación interina», como señala en otra parte de
la fuente, n. del a.) del señor Marqués de Sobremonte (…) para
conservarlas bajo la dominación de su Majestad» (Acuerdos del
Extinguido Cabildo de Buenos Aires, 1926: 740). El Alcalde consideraba
urgente el envío de este oficio para que el Rey «no sea sorprendido
con algún artificioso informe, como es de temer a vista de tanta
rivalidad como se profesa al Cabildo» (Acuerdos del Extinguido
Cabildo de Buenos Aires, 1926: 741-742). Álzaga se dirige al monarca
español para dar cuenta de sus actos y, al mismo tiempo, a los
apoderados del Cabildo en la Península, Pueyrredón y Velasco, con
el objetivo de «que su Majestad disponga poner remedio, mandando
a estas provincias jefes y ministros celosos de la defensa de su
autoridad y conservación de los pueblos»4. Asimismo, en carta al

~ 87 ~
Mariano Schlez

regente superintendente, el Cabildo señala a los hacendados como la


clase que se habría beneficiado del pacto con el enemigo, denun-
ciándolos como «traidores al rey, a la nación y a la patria». Como
podemos ver, frente a la agudización de los enfrentamientos, Álzaga
insistió en mostrar credenciales de fidelidad al rey español y, el 9 de
diciembre de 1807, buscó adelantarse a «castillos de emulación» y
«golpes siniestros» de sus enemigos, clarificándole al Rey su posi-
ción en torno a la fuga de Beresford, el papel jugado por Miguel
Fernández de Agüero como testigo y cómo que se ha mantenido, a
lo largo de todo el conflicto, como una de las columnas de su domi-
nación en América5.
Pero frente a tan palmaria serie de hechos, Ruiz Moreno insiste en
sostener su teoría, señalando este último hecho tan solo en una cita
al pie, e incluso tomándolo como prueba del agrado con que Álzaga
habría mirado el proyecto independentista, simplemente por no
haberlo denunciado «inmediatamente». Pero dando crédito a esta
hipótesis, ¿cómo se explica que haya esperado casi un año para
denunciarlo al Rey? El fiscal Manuel de Villota tiene la respuesta, en
un testimonio obviado por Ruiz Moreno, en el que asegura cómo
Álzaga le explicó, al día siguiente de la reunión que mantuvo con
Peña, su táctica para descubrir el plan independentista y apresar a
sus agitadores:

Expuse a don Martín de Álzaga que tal vez hubiera sido más
acertado apoderarse de la persona de Peña, aunque me convencía
de los interesantes fines que se había propuesto en dejarlo
marchar, y que consideraba que el partido con que contaban era
sin duda poderoso y temible cuando había tenido el atrevimiento
de venir a proponerle un plan tan infame y criminal, cuya sola
gestión debía ponernos en el mayor cuidado: a lo primero me

~ 88 ~
La máscara de la Independencia. Martín de Álzaga ¿realista o…

contestó que poco adelantaba en prender en aquella ocasión a


Peña, si no se descubrían los demás del partido, que dentro de
cinco días volvería con las credenciales y razón de los que
abrazaban aquel sistema, que inmediatamente daría cuenta a la
Real Audiencia para que en la primera noche, repartidos los
ministros y alcaldes se diese el golpe echándose a un mismo
tiempo sobre todos los delincuentes (Biblioteca de Mayo, 1962:
213).

Dicho esto, poco suman una serie de infidencias menores que


realiza Ruiz Moreno sobre una serie de documentos6.

Álzaga y la asonada del 1º de enero de 1809

¿Republicano o monárquico?

Según Ruiz Moreno, en 1808 se enfrentaban en Buenos Aires dos


facciones: una independentista y republicana, dirigida por Álzaga, y
otra Carlotista, encabezada por Belgrano. Ambas querían separarse
de España, aunque con estrategias diferentes. Para fundamentar
dicha hipótesis vincula, en primer lugar, el hecho de que Liniers
fuese francés y la «enemistad» que este mantenía con Álzaga, junto a
una supuesta permeabilidad a la hora de gobernar, por lo que
Liniers «se deja llevar de cuanto le dicen sujetos de poca consi-
deración», según el comerciante español. No obstante, Ruiz Moreno
elude un elemento clave: si Liniers se «dejara llevar» por los
monopolistas, probablemente Álzaga nunca se hubiera quejado.

~ 89 ~
Mariano Schlez

¿Quiénes eran esos «sujetos de poca consideración» que estaban


comenzando a tener injerencia en el gobierno?: los sectores re-
volucionarios, en general, y los patricios, en particular. Es decir que
Álzaga manifiesta un deseo de acabar con un régimen (el bonapartista,
desde nuestra perspectiva) que permite dicha permeabilidad del
Virrey, e incluso ciertas concesiones a estos sujetos sociales movi-
lizados (las milicias) y a sus dirigentes. No estamos frente a ninguna
«enemistad», ni «republicanismo» o «independencia» alguna, sino
frente a un intento por detener el avance de clases y sectores sociales
opuestos a la monarquía.
Por su parte, tampoco la alianza entre Álzaga y Elío da cuenta de
ninguna estrategia revolucionaria. Ruiz Moreno sigue la posición de
un alarmado informante que ve en la Junta de Montevideo un
«espíritu de insubordinación», que «puede producir al cabo la in-
dependencia» (Mayo Documental, VI: 108). Lo cierto es que estamos
frente a una reacción que buscaba conservar, y no jaquear, el poder
monárquico, como la bibliografía especializada sobre el tema ha
evidenciado, a partir del estudio de la acción contrarrevolucionaria
de Elío (Arenas, 2013).
En este sentido, cuando Manuel Belgrano hace referencia a que,
durante la jura a Fernando VII, se escucharon las primeras voces de
libertad y que Álzaga fue uno de sus primeros corifeos, no hace más
que describir una reacción probablemente oportunista. Ruiz Moreno
recorta la cita para hacer entender que Belgrano afirmaba que «los
mismos europeos aspiraban a sacudir el yugo de España por no ser
napoleonistas». No obstante, a renglón seguido, el jefe revolucio-
nario da cuenta del verdadero derrotero político de los realistas en el

~ 90 ~
La máscara de la Independencia. Martín de Álzaga ¿realista o…

Río de la Plata, quienes buscaban sostener la dominación colonial a


toda costa7.
No obstante, no es pertinente tomar como ciertas, en estas épocas
turbulentas, las acusaciones entre grupos políticos rivales. De allí
que deba tenerse en cuenta que los memoriales presentados a
Carlota mencionaban la existencia de un partido que buscaba
constituirse en «Gobierno Republicano» como táctica para ganar el
favor de la Infanta y desprestigiar a sus enemigos8. Asimismo, más
allá de que en ningún momento se menciona que Álzaga fuese parte
de ese grupo, no debemos tomar las categorías de aquel entonces
con significados actuales: los autores del memorial a Carlota señalan
la principal motivación de este grupo «republicano»: la defensa de
sus posiciones de poder y del monopolio mercantil que detentaban.
Se trataba, por lo tanto, de una política conservadora9.
A pesar de la debilidad de las pruebas, Ruiz Moreno señala que
«confirma el estado de ánimo y la dirección de las gestiones por
parte del Alcalde, la carta que dirigió a este, el 24 de octubre de 1808,
desde Río de Janeiro, el doctor Saturnino Rodríguez Peña» (Ruiz
Moreno, 2014: 145). Una vez más, se le otorga más entidad a tes-
timonios que no pertenecen al Alcalde, que a sus propias palabras,
en las que se da cuenta de los planes del «pérfido infame Peña», que
él mismo habría ayudado a detener:

Mi estimado amigo. Anoche a las nueve de ella he sabido por


primera vez que entre la correspondencia quitada en esa
(Montevideo, n. del a.) al ynglés que vino del Brasil, se hallo
también una carta de Peña rotulada a mi. (…) El pérfido infame
Peña, luego que esa plaza fue perdida, se propuso en su
imaginación, y aun convino con Beresford el proyecto de la
independencia. No contento con esto tubo también la audacia de

~ 91 ~
Mariano Schlez

intentar seducirme por otra mano; y un disimulado ascenso mio


dio merito a descubrirse aquel infame plan que temeroso de el le
obligo a su fuga. Para que V.M. quede enteramente convencido
de esta verdad, le remito los adjuntos testimonios de todo lo
actuado en aquel entonces: Ellos acreditan hasta la evidencia mi
honrado proceder, y el servicio que hize al rey y a la patria con el
descubrimiento que hize de aquel infame sistema: Los mismos
documentos tengo remitidos a España por diversas vías (Mayo
Documental, 1963: 393).

Asimismo, no solo se esconde la voz del propio Álzaga, sino que


se tergiversan sus posiciones: cuando dirige sus quejas a la buro-
cracia peninsular, señalando que Sudamérica debiera ser «piedra
preciosa de la Corona», no se aclara que su escrito reclama
atención y pretende hacer reaccionar a quienes resguardaban los
resortes de la amenazada monarquía española. Lejos se encuentra
de las intenciones de Álzaga plantear la posibilidad de una
ruptura, sobre todo teniendo en cuenta que se trata de una carta
dirigida al propio Estado español metropolitano. Su reclamo de
que se enviara a alguien con capacidad de mando para que
sustituyera a Liniers, su apoyo a la Junta de Montevideo y su
denuncia de la corrupción de las Leyes de Indias evidencian su
programa conservador y reaccionario. ¿Cómo alguien que se
encuentra dinamizando una estrategia independentista y repu-
blicana escribe al trono reclamando que se envíe un nuevo virrey
que con dureza restablezca la legalidad colonial?
Por su parte, Ruiz Moreno hace referencia a las ideas de inde-
pendencia del enviado del Cabildo porteño a España, Juan Martín
de Pueyrredón, como prueba del carácter revolucionario del ayun-
tamiento de Buenos Aires, en general, y del Alcalde Álzaga, en

~ 92 ~
La máscara de la Independencia. Martín de Álzaga ¿realista o…

particular. No obstante, continuando con un error que ya hemos


señalado, se obvian partes fundamentales de los documentos, es
decir, aquellas que refutan las hipótesis del autor. Aunque ya se ha
probado la vinculación de Pueyrredón con la fuerza social
revolucionaria, debe señalarse que la «Memoria dirigida al Rey de
España (…) donde se señalan varios proyectos tendientes a separar
las colonias de América de su Metrópoli» asegura que semejante
postura llenó «de horror al Cabildo que no pudo tolerar tanto
descaro y tanta infamia»10.
En particular, las cartas enviadas por Álzaga y el Cabildo a Elío,
conservadas en el Archivo de Indias, confirman el documento
anterior:

Señor Gobernador de Montevideo Don Xavier Elío (…), Ningún


vasallo, por tibio que sea, dejará de llenarse de horror al ver
estampadas en ella [las cartas de Pueyrredón al Cabildo porteño,
n. del a.] proposiciones tan escandalosas (…). Su lenguaje es de
una infame adhesión al Emperador de los Franceses, o de ideas
corrompidas por la independencia. Su objeto no parece ser otro
que inducir la división en estos territorios, y separarnos por ella
de la unión con la Metrópoli, de la obediencia y fidelidad que
debemos a nuestro Soberano (…) Martín de Álzaga; Mathías de
Cires; Juan Antonio de Santa Coloma; Francisco Antonio de
Beláustegui; Juan Bautista de Elorriaga; Olaguer Reynalds;
Francisco de Neyra y Arellano; Esteban Villanueva11.

Es decir que las fuentes prueban que Álzaga y el Cabildo repu-


diaron la acción de su emisario enviado a España, a la vez que
evidencian la alianza entre los capitulares porteños y la Junta de
Montevideo para perseguir a Pueyrredón, en particular, y a los
promotores de la independencia rioplatense, en general. Por lo

~ 93 ~
Mariano Schlez

tanto, al no existir pruebas en torno al «republicanismo» de Álzaga,


los testimonios presentados por Ruiz Moreno en torno a una
supuesta difusión de sus ideas no pueden vincularse al Alcalde, sino
a la reproducción de rumores sin fundamento real.

El alzamiento de enero de 1809: ¿golpe reaccionario o intento


independentista?

Existieron, fundamentalmente, dos interpretaciones de la asonada


de 1809: la que señaló su carácter españolista y monárquico, por un
lado, y la que asegura que se trató de un movimiento independen-
tista y, en alguna forma, revolucionario. Ambas caracterizaciones no
surgieron en espacios académicos, sino que fueron forjadas por las
propias fuerzas en pugna, a saber, mientras que los patricios y sus
aliados buscaron culpar a sus enemigos de «independentistas»,
mostrándose como los más acérrimos defensores del Rey, los in-
culpados respondieron que su objetivo fue la defensa irrestricta de
las instituciones españolas, caracterizando al virrey y sus aliados
como partidarios de Bonaparte. Ruiz Moreno elije «creerle», paradó-
jicamente, a los enemigos de Álzaga, caracterizando el alzamiento
como un intento de «concluir con la situación colonial, separando al
Plata de una Metrópoli que poco la consideraba y que marchaba a su
ruina» (Ruiz Moreno, 2014: 149)12. Considera, entonces, que los
gritos de «¡Abajo el mal gobierno!» y de «¡Junta como en España!»,
esgrimidos durante la asonada, implicaban un «abierto desacato a la

~ 94 ~
La máscara de la Independencia. Martín de Álzaga ¿realista o…

autoridad designada por el monarca, y el reclamo de componer un


gobierno colegiado: lo mismo que sucedió en Mayo de 1810, inicio
del movimiento emancipador» (Ruiz Moreno, 2014: 151). No obstante,
Saavedra habría sostenido la autoridad del Virrey (contra su propia
voluntad), con «la amenaza de los cañones apuntados contra el
Cabildo», los que «concluyeron por imponerse a los revoluciona-
rios» (Ruiz Moreno, 2014: 152).
Ruiz Moreno apela a una serie de testimonios para sostener su
hipótesis: 1) una carta del comerciante norteamericano White, de
marzo de 1809, en la que se señala que escuchó que Álzaga
intentaría deponer al virrey para tomar el poder y declarar la
independencia; 2) las acusaciones del virrey Liniers de ser «re-
voltosos» y de buscar establecer una «junta subversiva» contra la
«constitución monárquica» por medio de una «insurrección»
(transmitiéndole a su sucesor que su objetivo había sido «propor-
cionarse mejor la independencia» (2014: 154); 3) las denuncias de
Cornelio Saavedra al gobierno español sobre el hecho; 4) el
testimonio de Juan de Llano sobre que Pedro Andrés García había
delatado a las autoridades locales «que los cabildantes trataban de
independencia»; 5) la conclusión de la Real Audiencia de que «se
buscó trastocar el sistema de Gobierno (…) y quedar franco el paso a
la independencia»; 6) el testimonio del cónsul norteamericano, W. G.
Miller a James Monroe, en 1812, de que el movimiento de 1809
buscaba «expulsar al Virrey y declarar la Independencia» (Ruiz
Moreno, 2014: 155); 7) la declaración del diputado Cavia (congresal
constituyente de 1826), quien aseguró que la Revolución de 1810 era
producto del resultado que tuvo la asonada de 1809; y 8) que el

~ 95 ~
Mariano Schlez

virrey Abascal señalara como antecedentes de los desórdenes en


América el 1 de enero de 1809 y la junta de Montevideo.
Una primera impresión podría concluir que las pruebas ofrecidas
son suficientes para sostener su hipótesis. Sin embargo, el primer
elemento que debe tenerse en cuenta para evaluarla es el sustento
empírico que posee. Eso implica debatir en torno a la validez de las
fuentes utilizadas. Para analizar el caso Álzaga, Ruiz Moreno apela,
en un principio, a una serie de testimonios que provienen de un
proceso judicial que se le llevó adelante a Martín de Álzaga, Felipe
de Sentenach y José María Esquiaga por «haber querido poner en
Independencia del dominio de nuestro soberano a esta capital». De
allí se consideran ciertas las declaraciones de dos de los testigos,
Juan Trigo y Juan Vázquez Feijoo, quienes aseguraban que tanto
Álzaga como Sentenach tenían planes para independizar al Río de la
Plata de España. La sola enunciación de ambos testimonios llevan a
Ruiz Moreno a concluir que estamos frente a un «revolucionario
pensamiento» que «había germinado y estaba enunciado», por lo
que «faltaba la oportunidad para llevarlo a los hechos» (Ruiz
Moreno, 2014: 129).
No obstante, debemos considerar una serie de elementos para no
llegar a conclusiones apresuradas. En primer lugar, debe tenerse en
cuenta que la cultura política de la época implicaba la utilización de
la figura del rey español con fines políticos independientes a los de
la monarquía. El ejemplo paradigmático es el de «la máscara de
Fernando» que la junta revolucionaria de Mayo utilizó para avanzar
en sus objetivos independentistas. En el caso de Álzaga sucede
exactamente lo contrario: la acusación de independentista, de pro-
barse, implicaba la posibilidad de aniquilar a un enemigo político,

~ 96 ~
La máscara de la Independencia. Martín de Álzaga ¿realista o…

más allá de la veracidad de la denuncia. Al respecto debemos


recordar que la acusación de que Álzaga quiso independizar el Río
de la Plata fue realizada tres años después, y en medio de otro juicio,
en torno a los sucesos del 1 de enero de 1809. Elementos que
debieran tenerse en consideración en tanto aparentan responder a
una operación política puesta en funcionamiento tiempo después de
los acontecimientos. La denuncia se produjo en un momento de
profunda crisis política, en que los enfrentamientos políticos se
agudizaban en Buenos Aires y en donde, como decíamos, no existía
acusación más grave que la de alta traición y lesa majestad, delitos
que debían ser pagados con la vida.
De allí que, frente a semejante denuncia, el Estado español
desplegaba una rigurosa investigación que, en el caso de Álzaga, se
llevó adelante en el fuero militar, por lo que el mismo virrey Liniers,
enemigo de Álzaga, fue quien dio intervención al juez y nombró los
fiscales13. Incluso la llegada de Cisneros, quien arribó al Río de la
Plata con la expresa orden de pacificar los enfrentamientos por
medio de indultos, tuvo implicaciones ambiguas para los acusados:
aunque fueron absueltos por la nueva autoridad de las imputaciones
del 1 de enero de 1809, prosiguió el juicio por independencia, el que
llevó, el 3 de noviembre de 1809, a Álzaga a una celda en el Convento
de San Francisco, en la que permanecería por nueve meses. Es decir
que no caben dudas de que los acusados fueron juzgados seve-
ramente.
De los ochenta y siete testigos declarantes, Ruiz Moreno toma el
testimonio de solo cuatro, todos ellos acusadores de Álzaga: los ya
mencionados Trigo, Juan José López, Juan Vázquez Feijoo y el
norteamericano Guillermo Pío White. No obstante, no solo es rele-

~ 97 ~
Mariano Schlez

gado el propio testimonio de Álzaga, sino también el de sus


defensores, que negaron su participación en plan independentista
alguno, como Miguel Fernández de Agüero. Y Ruiz Moreno tam-
poco repara en el hecho de que, luego del careo del «testigo» Juan
Trigo con uno de los acusados, Felipe de Sentenach, los jueces
concluyeron que

hay suficientes datos en el proceso que persuaden notables


rivalidades, odios anticipados y grandes motivos de enemistad
entre los cabezas de los dos partidos de acusados y testigos,
señalando que los autos que corrían unidos a la causa eran
auténticos comprobantes de su inocencia y fidelidad.

Y que dicha consideración fue completada con el dictamen del 9


de mayo de 1810, que declaraba inocentes a los acusados14.
Atendiendo que, como resultado de este dictamen, el 24 de julio
de 1810 fueron expulsados de la ciudad los acusadores y testigos
Juan Trigo, Juan Vázquez y Juan José López, ordenándose que fuera
también expelido Guillermo Pío White, es evidente que dichos
testimonios no pueden ser considerados como probatorios del
carácter independentista del exalcalde de Buenos Aires.
Difícilmente la justicia colonial haya beneficiado a Álzaga, y
otros testimonios dan cuenta de la parcialidad de los acusadores:
Ignacio Núñez recuerda a White como «bastante experto en tra-
vesuras de todo género» y como partícipe «de inteligencia con los
ingleses antes de la invasión de junio» (Núñez, 1898: 72). Es decir,
se trata de alguien que participó activamente en el intento por
independizar el Río de la Plata bajo el auspicio británico al servir
de agente en la reunión que mantuvieron Beresford y Castelli15.

~ 98 ~
La máscara de la Independencia. Martín de Álzaga ¿realista o…

¿Venganza por el rechazo que Álzaga ofreció a tal plan? Es una


hipótesis que debe investigarse.
Ruiz Moreno también recupera una carta, de 1811, del principal
enemigo de Álzaga en la asonada, Cornelio Saavedra, en donde este
señala que

(…) es verdad que Peña, Vieytes y otros querían de antemano


hacer la revolución: esto es, desde el 1º de enero de 1809, y que yo
me opuse porque no consideraba tiempo oportuno. Es verdad
que ellos y otros, incluso Castelli, hablaron mucho de ello antes
que yo (Citado en Ruiz Moreno, 2014: 152-153).

Pero, más allá de la referencia temporal, el testimonio solo prueba


que Peña, Vieytes y Castelli pensaban que la revolución debía haber-
se impulsado previamente. Pero no hace falta leer entre líneas para
ver que Saavedra no menciona a Álzaga ni a los dirigentes que
impulsaron la asonada de 1809. Por lo que Ruiz Moreno se ve
obligado a realizar una operación complicada: vincular a los
mencionados «próceres de la emancipación americana» con el grupo
de Álzaga, algo que no logra realizar, finalmente.
Continuando con los testimonios, es esperable que Liniers, a-
cusado de ser un agente francés, haya justificado su accionar
alegando que se trató de una defensa irrestricta de la monarquía, y
que haya descargado en quienes intentaron deponerlo el mote de
independentistas. Pero debe señalarse que, en esa misma proclama
de Liniers citada por Ruiz Moreno, el virrey «perdona» a los que
«han intervenido en este acontecimiento (…) sorprendidos por uno
u otro espíritu malintencionado» (Biblioteca de Mayo, 1961, XI:
10.414). Ello nos plantea una pregunta que debe ser respondida:
teniendo en cuenta la severidad con que el Estado español juzgaba el

~ 99 ~
Mariano Schlez

máximo delito (la traición al Rey), si el virrey, la Audiencia y los


jefes militares juzgaron que el movimiento de 1809 fue un
movimiento revolucionario independentista abortado, ¿por qué se
perdonó a la gran mayoría de sus participantes y se sancionó a sus
dirigentes con penas menores, como el destierro —el que se sabía
evitarían fácil-mente— o el desarme de las milicias? ¿Cómo es
posible, incluso, que el virrey Cisneros haya perdonado, tan solo
unos meses después, a Álzaga y sus aliados, considerando una
«sospecha errada» la acusación que su antecesor Liniers le
transmitió sobre los acu-sados?16 Evidentemente, incluso la fuerza
triunfante de 1809 no tuvo la capacidad de imponer su explicación
de los hechos, lo que le impidió también imponerle a su enemigo un
castigo ejemplar.
Respecto de la carta del cónsul norteamericano Miller, también
debe tenerse en cuenta que se trata de un aliado del gobierno
revolucionario porteño, en general, y que poseía un vínculo con
Saavedra, en particular. Luego de la Revolución, el gobierno porteño
buscaba ganarse el partido de los Estados Unidos, para lo que había
enviado en misión al hijo de Cornelio, Diego de Saavedra, y a Juan
Pedro Aguirre. Miller relata el éxito de este viaje, por el cual the U. S.
are looked up to as the only sincere friends of their cause not only by the
Government but by the people17.
Asimismo, respecto del testimonio, muy posterior, del diputado
del congreso constituyente de 1826, Cavia, quien aseguró que «la
Revolución era el producto, más que todo, del resultado que tuvo la
asonada del 1 de enero de 1809», el propio Ruiz Moreno reconoce
que este se refería a la preeminencia adquirida por las tropas criollas
desde aquella fecha, y no al carácter independentista de Álzaga y

~ 100 ~
La máscara de la Independencia. Martín de Álzaga ¿realista o…

sus aliados. Pero para justificar su hipótesis, insiste en forzar los


hechos asegurando que incluso la preeminencia criolla de los pa-
tricios fue «una consecuencia, aunque no buscada, producida por
Álzaga» (Ruiz Moreno, 2014: 156). De más está decir que este
argumento no puede ser tenido en cuenta, dado que habilitaría a
responsabilizar al Zar por la revolución de 1917.
Por último, los únicos dos testimonios que no pertenecen a
integrantes o aliados de los patricios y el gobierno revolucionario
posterior corresponden al virrey Abascal y a la Real Audiencia. En
tanto es entendible que la Audiencia haya mirado con desconfianza
un movimiento juntista, eligiendo defender la legalidad colonial,
también es lógico que el virrey del Perú haya defendido a su par
rioplatense, en tanto el apoyo a la asonada habría implicado la
posibilidad de su propio reemplazo18.
Pero el elemento que más debe discutirse del trabajo de Ruiz
Moreno es el relegamiento de las voces enunciadas por su propio
objeto de estudio. ¿Qué dijeron Álzaga y los dirigentes de la aso-
nada? El 24 de febrero de 1809, desde Montevideo, los capitulares
desterrados escribieron un memorial dirigido a Santiago de Liniers,
en el que se declaraban inocentes:

Hemos llegado a entender por el literal contexto del libelo, o


proclama del cuatro del mismo (…), que somos autores de una
insurrección o rebelión proyectada contra la patria, contra las
leyes, y contra los principios esenciales en que estriba nuestro
gobierno monárquico. (…) Porque aun concedido, que se aspirase
a una junta de gobierno, ¿en qué alteraba esto los principios
fundamentales de nuestra constitución monárquica? ¿Deja de
serlo por ventura la que nos rige felizmente bajo la protección
científica de la suprema Central de España y de las Indias? ¿Por

~ 101 ~
Mariano Schlez

qué se ha de atribuir a insurrección el deseo de uniformar el


gobierno? (…). Es constante y se hace injuria a la verdad y a la
injusticia el negarlo, que el capitular Martín de Álzaga procuró
desde el ingreso a esta capital del general Beresford, descubrir el
plan de independencia que el doctor Saturnino Peña fraguó de
acuerdo con aquel general: Un acontecimiento, o el temor de ser
los autores descubiertos, malograron las medidas que tomó para
esclarecerlo y saber el número y calidad de los cómplices
circunstancialmente, vuestra excelencia está bien instruido de
esto, y aun cuando quiere fingir que no lo está, los documentos
obran ante vuestra excelencia en el supremo consejo, en el
archivo de ese excelentísimo cabildo. (…) Y bien: ¿Será
compatible con esta conducta la idea depravada de insurrección e
independencia? El hombre no aspira a este sistema sino o por la
opresión que sufre, o por mejorar fortuna; porque es cierto que
las revoluciones o rubros de los estados sacan todo el partido los
inicuos, el vicioso, el corrompido. ¿Y unos vasallos protegidos
por las leyes, con bienes de fortuna, con hijos y familia, podrán
apetecer variar de dominación y de suerte y trastornar en un
momento su condición y estado? (Biblioteca de Mayo, 1961, XI:
10.512-10.514).

Frente a semejantes argumentos, Ruiz Moreno alega que «Álzaga


y sus compañeros de aventura procuraron justificarse ante el virrey
Liniers», debido a que «Álzaga pretendió minimizar sus intenciones,
conociendo la grave condena que merecería de saberse su verdadero
móvil» (Ruiz Moreno, 2014: 156). No obstante, las pruebas ofrecidas
para sostener esa postura son insuficientes, y un análisis holístico de
la asonada de 1809, que atienda a los intereses objetivamente enfren-
tados, por un lado, y los programas, estrategias y tácticas esgrimidas
por las fuerzas en pugna, por el otro, ofrecen una explicación más
contundente del acontecimiento (Schlez, 2015).

~ 102 ~
La máscara de la Independencia. Martín de Álzaga ¿realista o…

En primer lugar, la composición social y material de la fuerza


que encabezó el levantamiento prueba que nos encontramos con
sujetos sociales orgánicamente vinculados a la monarquía. Aun-
que Ruiz Moreno intenta filiar el movimiento con el de Mayo de
1810, esforzándose por incluir en el grupo alzaguista a personajes
que no tuvieron protagonismo en los hechos, como Vieytes,
Castelli o Moreno19, relega la composición de la dirección del
partido alzaguista, compuesto, en su gran mayoría, por comer-
ciantes monopolistas20.
¿Qué reclamaban esos españoles, comerciantes vinculados estre-
chamente a la monarquía? No solo criticaron el mal gobierno y
exigieron Junta como en España, al decir de Ruiz Moreno, sino que
gritaron también «¡Mueran los Patricios!», respondiendo con un
«¡Viva Fernando Séptimo!», cuando sus enemigos vivaban a Liniers,
como señalaron varios escribanos de la época21.
Como puede verse, una fuerza social conformada por clases y
facciones orgánicamente vinculadas a la monarquía (comerciantes
monopolistas, militares y burócratas) se levantó contra el virrey en
defensa de la legalidad española, jaqueada por el avance francés, y
oponiéndose al partido «criollo», acaudillado por los patricios, que
sostuvieron a un virrey francés, no por partidarios de Napoleón,
sino porque aquel representaba un equilibrio inédito en el Río de la
Plata, en el cual sectores subalternos y explotados comenzaban a
darle forma a una salida a la crisis hecha a su medida. De allí que el
movimiento de 1809 fuera «españolista», no por la composición
nacional de sus integrantes, sino por el carácter social de sus
integrantes como por el programa monárquico y contrarrevolu-
cionario que defendían22.

~ 103 ~
Mariano Schlez

Álzaga y la Revolución de Mayo

Analizar el papel de Álzaga durante la Revolución de Mayo es


complejo por un hecho ya señalado: entre el 3 de noviembre de 1809
y el 24 de julio de 1810, estuvo preso (en su casa), acusado de
intentar independizar el Río de la Plata en 1806, en connivencia con
los invasores ingleses. Hasta que un consejo de guerra lo declaró
finalmente inocente. Pero Ruiz Moreno utiliza este dictamen, no
para concluir que Álzaga nunca se alzó contra la monarquía, sino
para lo contrario, para sostener que continuaba siendo un
independentista y que, incluso, tenía el favor de la Junta de Mayo. Se
señala, incluso, que la libertad de Álzaga es una prueba de la
amistad de la junta revolucionaria y el exalcalde. No obstante, al
respecto debe reflexionarse: ¿Qué legitimidad hubiese obtenido un
gobierno que se encaminaba a la independencia —según el plan que
se trazó más allá de las máscaras utilizadas— si hubiera sentenciado
a un español por llevar adelante el mismo plan, incluso antes de
mayo de 1810? Es evidente que la Junta, por más que deseaba
deshacerse de Álzaga, no podía aprovechar el juicio por indepen-
dencia para hacerlo, en tanto ello se le hubiera vuelto en contra más
temprano que tarde. Para otorgar pruebas más contundentes, Ruiz
Moreno apela, una vez más, a los testimonios de los enemigos del
gran comerciante español. Veamos uno por uno.
En primer lugar, se refiere a una comunicación de Liniers a
Cisneros, en la cual señala «un plan formado y organizado de
insurrección», opinando que «reinan ideas de independencia fomen-
tadas por los rebeldes que han quedado impunes» (Ruiz Moreno,

~ 104 ~
La máscara de la Independencia. Martín de Álzaga ¿realista o…

2015: 162). Y aunque es evidente que Liniers insistía en su acusación


de independentistas a sus enemigos del 1 de enero, debe señalarse
que, en otra carta suya a Cisneros, enviada el mismo día por una vía
más reservada, llevada a Buenos Aires por un criado de su mayor
confianza, el ex virrey confinado en Córdoba señalaba lo que él
consideraba el motor de la revolución que estaba por estallar:

Mi amado Cisneros (…). Estás rodeado de pícaros, varios de los


que más te confías te están engañando (…) los tres jefes que hace
más de un mes han cortado correspondencia conmigo, se me
asegura que han perdido su influencia sobre los tres cuerpos
antes tan leales y tan subordinados (Núñez, 1898: 165).

Es evidente que no se refería a Álzaga, quien preso en su casa no


formaba parte del entorno de Cisneros en abril de 1809, sino a los
comandantes de las principales milicias, fundamentalmente a
Saavedra. Percepción que es confirmada por Ignacio Núñez, quien
aseguraba que Liniers «no ignoraba que los cuerpos militares, los
jefes, los particulares que se habían empeñado en la revolución, eran
sus mismos amigos, los que lo habían sacado de la nada, los que lo
habían preservado del puñal de sus enemigos» (Núñez, 1898: 167).
Evidentemente, el exvirrey era consciente de que el foco de la
revolución se encontraba en quienes lo habían sostenido el 1 de
enero de 1809 —Saavedra y sus aliados— y no en quienes habían
intentado deponerlo esa misma fecha.
Continuando con las mismas fuentes que, en la década de 1960,
ofreció Williams Álzaga, Ruiz Moreno señala como prueba el
memorial que Belgrano y Rivadavia presentaron en 1814 a Carlos
IV, en el cual refieren al «complot de europeos» que, al conocerse la
caída de la Junta Central, habrían buscado derrocar al virrey e

~ 105 ~
Mariano Schlez

instaurar una junta. Pero antes que una prueba sobre el carácter
revolucionario de 1809, se ve el intento de dos revolucionarios que,
frente al restablecimiento del Rey en España buscaron detener la
represión por medio de una misión diplomática que lograra ganar
tiempo con promesas de sumisión que lejos estuvieron de cumplirse.
Y aunque Álzaga estaba preso, Ruiz Moreno intenta probar que
estaba de acuerdo con la destitución de Cisneros que votó el Cabildo
del 22 de mayo de 1810. Para probarlo plantea que uno de sus
aliados de 1809, el militar español Pascual Ruiz Huidobro, votó por
el cese del virrey. De allí se desprendería que existió un partido
alzaguista que alentó la Revolución. Pero una mirada más certera de
este episodio refuta tal idea. En primer lugar, Ruiz Huidobro votó el
pase del poder al Cabildo, diferenciándose de la propuesta final-
mente triunfante, de Cornelio Saavedra, de traspasar el poder a una
junta gubernativa. Es evidente que los españoles realistas notaron la
debilidad de Cisneros y buscaron tácticas alternativas para retener el
poder. Una de ellas fue la esgrimida por Ruiz Huidobro, y la otra la
del propio Cisneros, que luego del Cabildo se colocó a la cabeza de
la nueva junta gubernativa, que finalmente fue desarmada gracias a
la acción del partido revolucionario —y no del partido alzaguista—.
En segundo lugar, entre quienes votaron la permanencia del virrey
Cisneros se encuentra el corazón del partido alzaguista, es decir, sus
principales aliados: los dirigentes de la asonada de 1809 —Olaguer
Reynals, Francisco Neyra y Arellano e Ignacio Rezával— y sus
principales impulsores y defensores —José Martínez de Hoz,
Francisco Antonio de Beláustegui, Juan Bautista de Elorriaga, Juan
Ignacio Ezcurra, Juan Antonio Zelaya, Juan Fernández de Molina y
Norberto Quirno y Echandía—23. Evidentemente, el partido alza-

~ 106 ~
La máscara de la Independencia. Martín de Álzaga ¿realista o…

guista actuó durante el cabildo de Mayo, pero no precisamente para


impulsar la revolución.
Asimismo, Ruiz Moreno cita un breve párrafo del memorial que
los Oidores de la Real Audiencia de Buenos Aires, deportados por la
Junta revolucionaria a Canarias, elevaron a la monarquía el 7 de
septiembre de 1810. Allí se asegura que los «partidarios» de la junta
de mayo eran

(…) la mayor parte de los patricios de Buenos Aires, y algunos


pocos europeos de los implicados en la causa de independencia
durante la invasión de los ingleses o de los revolucionarios en la
conmoción de 1º de enero del año de 1809 (Ruiz Moreno,
2014: 164).

A pesar de que en esta cita, que Ruiz Moreno toma de un texto de


Roberto Levillier (1912), el peso de los «europeos» parece decisivo,
es evidente que allí se habla de los «partidarios» del nuevo gobierno,
que equivale a ser un revolucionario o haber fomentado el proceso.
Una lectura atenta y completa del documento, resguardado en el
Archivo de Indias, muestra que los Oidores no se referían a Álzaga y
sus aliados, en tanto «los facciosos», es decir, los revolucionarios,
que «hasta entonces no habían descubierto sus ocultos designios»,
por lo que no consideran entre ellos a quienes se levantaron en enero
de 180924. Más adelante, clarificaban quiénes dirigían la revolución y
qué sectores se opusieron a ella: mientras que la revolución fue
impulsada por las milicianas, mayoritariamente los Patricios y
personas «que no tenían la calidad de vecino», se abstuvieron de
participar en dicho proceso los principales vecinos europeos «de
distinción»25. De hecho, entre las primeras acciones de la junta, se
encuentra el satisfacer una necesidad vital de su base social, a saber,

~ 107 ~
Mariano Schlez

el pago de los salarios a las milicias. Como los Oidores relatan, esto
provocó la resignación de los «buenos españoles».
Como podemos ver, una mirada más atenta y amplia del texto
enviado por los Oidores relega el papel de los europeos en el
proceso revolucionario, colocándolos en el lugar que efectivamente
tuvo la mayoría de ellos: el de antagonista de la revolución.
Otro tipo de problema encontramos en la utilización del tes-
timonio del cónsul norteamericano Miller, para filiar a Álzaga con el
proceso revolucionario. Ruiz Moreno cita la misma carta de 1812
que ya hemos mencionado, por la que el cónsul informaría a James
Monroe que «Dúdase poco que Álzaga hubiese sido un vigoroso
sostenedor de la independencia de este país, si se hubiese llevado a
cabo por un español europeo». Ruiz Moreno utiliza la traducción al
español de la correspondencia, editada por Manning. Pero si
observamos su original en inglés, nos damos cuenta de que la
traducción no es del todo acertada: It is little doubted, but that he would
have been a strenuous supporter of the independence of this Country if it
could have been effected by European Spaniard26. Dejando de lado
cuestiones formales, como que Álzaga ni siquiera aparece en la frase
original en inglés (su nombre debiera aparecer entre corchetes y
como nota del traductor), es evidente que la intención de Miller es
clarificarle a Monroe que la información que le va a otorgar es
dudosa (It is little doubted). Y a continuación, luego de un «pero»
(but), le escribe que Álzaga hubiera defendido (that he would have
been a strenuous supporter, una nueva suposición no comprobada) la
independencia, si ella hubiera sido efectuada o impulsada (if it could
have beene fected) por los españoles europeos (cosa que nunca
ocurrió). Evidentemente, se trata de una gran especulación y de allí

~ 108 ~
La máscara de la Independencia. Martín de Álzaga ¿realista o…

nada podemos tomar, más que la permanencia de un rumor echado


a rodar en 1809.
Dicho todo esto, no puede concluirse, a partir de una carta donde
el virrey Abascal equipara los procesos de 1809 y 1810, que no caben
dudas sobre la posición de Álzaga. Sobre todo cuando se le otorga
más entidad a testimonios de terceros, escritos posteriormente, y se
relega el del propio implicado. Como reconoce Ruiz Moreno, el 6 de
noviembre de 1809, Álzaga negó todos los cargos que lo acusaban de
independentista y ofreció testigos y pruebas que daban cuenta no
solo de su inocencia y fidelidad al rey, sino de haber actuado en
contra de ese partido revolucionario. Y aunque los defensores de un
Álzaga independentista intenten justificar esta actitud como una
defensa de su propia vida, que corría peligro, es dudoso que, una
vez más, teniendo en cuenta el indulto por la causa del 1 de enero de
1809, Álzaga haya sido declarado inocente por una justicia que solía
castigar con sangre este tipo de atentados contra la monarquía.
Pero podemos testear, nuevamente, las verdaderas intenciones de
Álzaga. Si fuera cierta la interpretación de Ruiz Moreno, no solo
respecto del carácter independentista y revolucionario del ex alcalde
del Cabildo, sino también de su afinidad respecto de la junta
revolucionaria en el poder, debería esperarse que se incorporara
inmediatamente a trabajar en favor del proceso luego de ser libe-
rado. Pero como ya es sabido, Álzaga entregó su vida intentando
detener la revolución en marcha.

~ 109 ~
Mariano Schlez

La conspiración de 1812: ¿reacción monárquica o combate


faccioso?

Es pertinente reconocer que Ruiz Moreno se diferencia de inves-


tigadores como Enrique De Gandía (1967), que optaron por negar la
existencia de la conspiración de 1812. No obstante, su interpretación
se aleja de los hechos y sus hipótesis presentan varios problemas.
Álzaga es declarado inocente el 24 de julio por un consejo de
guerra conformado por comandantes criollos. Pero es evidente que
su confinación en Magdalena bajo vigilancia, al mes siguiente,
ordenada por Saavedra, muestra que la hipótesis de la afinidad
entre la junta revolucionaria y Álzaga es completamente falsa. Y que
el arribo de Elío haya determinado al gobierno porteño a alejarlo
aún más prueba que estamos frente a dos fuerzas consolidadas,
donde están claras las alianzas, y donde sus diferencias no se
reducen a los hechos posteriores a Mayo de 1810, sino que tienen
raigambre previa. En ese sentido, 1) no hubo «ruptura» alguna de
Álzaga con el gobierno, porque nunca fueron aliados; 2) el gobierno
revolucionario no actuó de forma paranoica, despiadada o suscep-
tible, sino que reprimió aquellos intereses sociales antagónicos a su
desarrollo político; 3) Álzaga no volvió a la acción por el salvajismo
del gobierno, primero porque nunca abandonó su militancia
contrarrevolucionaria, sino que fue sucesivamente anulado por sus
enemigos que lograban aprisionarlo, y segundo porque los ataques a
los españoles europeos comenzaron a mediados de 1810, y no en
1812. En este sentido, la confiscación de las riquezas de los españoles
europeos era la expresión consciente de dónde radicaba el poder del

~ 110 ~
La máscara de la Independencia. Martín de Álzaga ¿realista o…

enemigo, y no solo se lo debilitaba, sino que también se lo utilizaba


para financiar los ejércitos en combate. De ninguna manera puede
considerarse la necesidad de financiar la guerra como un capricho
sin entidad, sino como una expresión orgánica del conflicto social
que se estaba desarrollando.
Ruiz Moreno explica las disposiciones contra Álzaga, en par-
ticular, y contra los españoles europeos, en general, como fruto de
«la susceptibilidad reinante», o por la tendencia a «sospechar» sin
certeza alguna del gobierno revolucionario, considerando que el
gobierno perseguía a Álzaga «sin mayor fundamentos» y, siguiendo
al capitán de la Royal Navy, que las expropiaciones de riquezas a los
españoles europeos tenía «frívolos e injustos pretextos». Pero un
análisis de la coyuntura internacional en la que se desenvolvía la
revolución sudamericana, y una mirada atenta a los esfuerzos por
abortarla por parte de enemigos externos e internos dan por tierra
con el argumento de la «paranoia» del gobierno porteño. Desde el
punto de vista internacional, los enemigos de Mayo se multi-
plicaban, y la amenaza de la contrarrevolución no solo provenía de
los ejércitos españoles, sino también del poderoso vecino portugués.
Por su parte, los españoles europeos dedicaban sus mejores
esfuerzos para convencer al estado español de que enviara una
expedición militar al Plata para recuperar Buenos Aires. Como el
propio Ruiz Moreno reconoce, estuvieron implicados en la
conspiración dirigida por Álzaga en 1812 los principales comer-
ciantes monopolistas27, es decir, la misma composición social de la
fuerza de 1809.
Por su parte, la cuestión militar debilita otra de las hipótesis de
Ruiz Moreno, a saber, los objetivos «divergentes» de Álzaga,

~ 111 ~
Mariano Schlez

Vigodet y Souza en la conspiración de 1812. Aunque Álzaga hubiese


tenido el objetivo de independizar Buenos Aires, ¿cómo se hubiera
impuesto al poder militar de Vigodet, quien utilizaría su ejército
para devolver Buenos Aires a España? En todo caso, Álzaga debiera
haber «elegido» entre la monarquía portuguesa y la española, pero
difícilmente se hubiera impuesto al poder de ambos jefes militares a
la hora de decidir el destino de Buenos Aires. De todas maneras,
todo esto no queda más que en el plano de las especulaciones.
Finalmente, el hecho de que el gobierno ejerciera el poder en
nombre de Fernando VII no prueba el carácter independentista de la
conspiración de Álzaga, ni tampoco el tomarla como conclusión
lógica de una vida dedicada a la lucha por la independencia: los
indicios presentados por Ruiz Moreno se han mostrado falsos, por lo
que 1812 no puede entenderse como la conclusión lógica de una
consecuente lucha independentista. Tampoco los testimonios de los
acusados prueban el objetivo revolucionario. No solo porque ningu-
no enuncia semejante afirmación —dado el carácter revolucionario
del gobierno, podría haber ayudado a su absolución—, sino porque
dicen haber buscado lo contrario: sacar a los patricios del poder.
Claro que tampoco afirman que pretendían reconstruir los vínculos
coloniales con la Península pero, una vez más, ¿debería esperarse
que en juicio revolucionario, sin testigos ni defensa alguna, los
acusados expusieran sus objetivos públicamente? La imposibilidad
de responder esta pregunta es la que otorga a los testimonios una
validez relativa, y no absoluta.

~ 112 ~
La máscara de la Independencia. Martín de Álzaga ¿realista o…

¿Qué hacer? Crítica y propuesta

Nuestra crítica no solo busca un debate en torno a la ideología


política de Martín de Álzaga, sino también se propone plantear los
aspectos teóricos y metodológicos que nos permitirán arribar a
resultados fiables. En este sentido, hemos dejado en claro los
problemas de sostener hipótesis a partir de testimonios descontex-
tualizados, aleatorios y sesgados de los propios actores del proceso.
De tomarlos por verdaderos, el investigador está tomando, aunque
no lo sepa, partido por una de las fuerzas en pugna, quedando
atrapado en los enfrentamientos del período que debiera juzgar
científicamente.
A diferencia de esta metodología deficiente, que es expresión de
una teoría que apenas alcanza la superficie de los acontecimientos,
planteamos la necesidad de dilucidar los intereses sociales que los
individuos expresan con sus actitudes políticas. Naturalmente, esta
propuesta implica una toma de posición teórico-metodológica que
plantea una relación orgánica entre los aspectos materiales, sociales
y políticos que portan tanto los individuos como los sujetos
históricos. Es así que dilucidar la naturaleza social de la repro-
ducción material de los individuos debe partir de un estudio de sus
negocios, socios y mecanismos de obtención de riquezas, así como
de un pormenorizado análisis de su intervención corporativa y
política, no entendida como decisiones aisladas y aleatorias, sino
como parte de un colectivo social del que no pueden escindirse. El
estudio de los «casos» implica, de esta manera, una forma de
entrada al análisis de las fuerzas sociales enfrentadas a lo largo de

~ 113 ~
Mariano Schlez

un período histórico, es decir, de los encuentros o batallas que


dinamizaron. Ellas nos permiten, a su vez, aproximarnos a las
estrategias, tácticas y programas en pugna que impulsaron las
fuerzas sociales enfrentadas, no solo a través de sus testimonios (los
que expresan niveles de conciencia, pero también intrigas y tácticas
políticas de corto plazo), sino también de sus propias acciones, las
que expresan objetivamente el desarrollo de una estrategia política.
Esta forma de proceder le quita toda entidad a afirmaciones
erróneas esgrimidas por Ruiz Moreno, como la que asegura, res-
pecto de Álzaga, que «su arraigo en Buenos Aires lo apartó
paulatina y definitivamente de España (…) Todo lo ataba a su nueva
patria y ya nada a la de origen». ¿Cómo es posible semejante
afirmación sobre un individuo que debía su reproducción material a
un privilegio otorgado por la monarquía española y al fun-
cionamiento de un sistema de dominación social que permitía
mantener a raya la competencia, sosteniendo un monopolio que
garantizaba la existencia de toda una fracción del capital mercantil
que vivía gracias a la hegemonía del puerto de Cádiz?
O lo mismo podría decirse sobre la afirmación de que Álzaga se
destacaba por su caridad con los pobres y su generosidad y «actitud
en beneficio de la comunidad», alegando que había comprado pan
de su propio peculio cuando este escaseaba, en febrero de 1795.
Relegando que, ese mismo año, encabezó la represión de una
supuesta conspiración de franceses que buscaban independizar el
Río de la Plata, apelando para ello a la tortura de los acusados, a los
que intentó arrancarles confesiones a fuerza del terror. ¿Qué
concepción de caridad y generosidad implica privilegiar el regalar

~ 114 ~
La máscara de la Independencia. Martín de Álzaga ¿realista o…

pan a los pobres por sobre el impulsar una salvaje represión contra
(la mera posibilidad de) un movimiento de emancipación social?
Tales falencias exigen una mirada materialista de los sujetos
sociales que nos permita superar prejuicios personales y concep-
tualizaciones superficiales. En este sentido, no sería erróneo
considerar a Álzaga como «un conspicuo miembro de la más alta
sociedad de la capital del Virreinato». ¿Pero qué significa eso? ¿Qué
intereses concretos representaba? ¿A cuáles se oponía? Solo un
estudio sistemático de sus actividades, que ninguno de sus biógrafos
ha realizado, puede responder esta pregunta. Porque es falso que no
existan fuentes nuevas —o, mejor dicho, no utilizadas— para su
estudio: un análisis de los registros de navíos y de los protocolos
notariales, tanto de Buenos Aires, como de Montevideo, Sucre,
Potosí, Sevilla y Cádiz, se encuentra pendiente. Implica un esfuerzo
notable, es cierto. Pero la producción de conocimiento no puede
reducirse a la divulgación de ideas viejas o a la «interpretación» de
documentos ya conocidos. Un debate científico, no solo sobre
Álzaga, sino sobre la naturaleza de los enfrentamientos revolu-
cionarios de principios del siglo XIX, implica un arduo trabajo de
investigación inédito.

Notas

1 While British feelings undergo such opposite impressions under different


atmospheres, the Spanish seems to assume yet greater, but in an inverted order, by a
passage to South America. If that emigrant was ever munificent, he is there
avaricious; was he formerly cheerful and frank, he is now sullen on the brow, and
dark reserve is fixed upon his lips; were his actions at any time generous, alas! they
are now debased by despotism; and he who was once a tolerant in the old, has now

~ 115 ~
Mariano Schlez

become an unforgiving bigot in the new world, at the close of his days! (Gillespie,
1818: 123).
2 Archivo General de la Nación (en adelante AGN), Sala IX, Cabildo de Buenos
Aires, Archivos, 1807, enero-abril, 19-5-6.
3 Asimismo, el 1 de agosto de 1807, el Cabildo escribió a sus apoderados en
España, mostrándole su preocupación por el crecimiento del comercio con
extranjeros y, una vez más, vinculando este tráfico con los «enemigos
domésticos». En septiembre de 1807, el síndico del Cabildo solicitó la
expulsión de ingleses, anglosajones y «todos los extranjeros que sean
sospechosos» del Río de la Plata.
4 De hecho, el Cabildo mantenía correspondencia cotidiana con la monarquía
e, incluso, exigía de ella el reemplazo de Liniers por el virrey de Lima, José
Fernando de Abascal.
5 «Carta de don Martín de Álzaga, alcalde de primer voto del Ayuntamiento
de Buenos Aires, dando cuenta con documentos de sus servicios y de las
proposiciones de independencia que le hicieron don Saturnino Rodríguez
Peña y don Manuel Aniceto Padilla, asociados e influidos por Beresford»
(Williams Álzaga, 1965: 333-353).
6 En primer lugar, una carta de Beresford a Álzaga no prueba su aceptación
del plan propuesto y, si se la lee completa, se ve que la respuesta del alcalde
evidencia un conflicto entre ambos. Por su parte, tampoco resulta menor que
la fuga de Beresford se logró, finalmente, sin participación alguna del alcalde
de primer voto. De hecho, no existió correspondencia entre Álzaga y
Beresford. En segundo lugar, los informes de Beresford que cita Ruiz
Moreno, que refieren a un partido revolucionario porteño y a la adhesión de
«los habitantes más notables de Buenos Aires», nuevamente refieren a
Castelli, y no a Álzaga. Y, finalmente, Ruiz Moreno debiera explicar por qué
alguien que aspira a erigirse en el poder haya rechazado la posibilidad de ser
reelecto, a principios de 1808.
7 «Llegó en aquella sazón el desnaturalizado Goyeneche: despertó a Liniers,
despertaron los españoles y todos los jefes de las provincias: se adormecieron
los jefes americanos, y nuevas cadenas se intentaron echarnos y aun cuando
éstas no tenían todo el rigor del antiguo despotismo, contenían y contuvieron

~ 116 ~
La máscara de la Independencia. Martín de Álzaga ¿realista o…

los impulsos de muchos corazones que, desprendidos de todo interés, ardían


por la libertad e independencia de la América, y no querían perder una
ocasión que se les venía a las manos, cuando ni una vislumbre habían visto
que se las anunciase. Entonces fue, que no viendo yo un asomo de que se
pensara en constituirnos, y sí a los americanos prestando una obediencia
injusta a unos hombres que por ningún derecho debían mandarlos, traté de
buscar los auspicios de la infanta Carlota, y de formar un partido a su favor,
oponiéndome a los tiros de los déspotas que celaban con el mayor anhelo
para no perder sus mandos; y lo que es más, para conservar la América
dependiente de la España, aunque Napoleón la dominara pues a ellos les
interesaba poco o nada ya sea Borbón, Napoleón u otro cualquiera, si la
América era colonia de la España» (Belgrano, 1960).
8 La misma consideración debe tenerse en cuenta respecto de las memorias de
Saavedra, donde señala el apoyo que dio a Liniers frente a «los insurgentes»
que buscaban deponerlo, lo que poco dice del carácter revolucionario,
republicano y/o independentista de los enemigos españoles del virrey. Se
trata, naturalmente, de una estrategia que buscaba sostener una situación que
le permitía al jefe de los Patricios continuar acumulando poder (Ruiz
Moreno, 2014: 146).
9 Asimismo, tampoco puede tomarse como prueba definitiva el hecho de que
el secretario de Carlota (José Presas, al que Ruiz Moreno llama,
equivocadamente, Carlos) haya informado al almirante inglés William
Sidney Smith que se oponían a la princesa tanto «Liniers por partidario de
Bonaparte, y Álzaga por jefe del partido republicano» (Ruiz Moreno, 2014:
144). Así como es falsa la percepción que Presas tiene de Liniers, que de
ninguna manera era partidario de Napoleón, lo mismo puede decirse de
Álzaga, quien no se oponía a Carlota por republicano, sino para detener el
avance de los sectores criollos. Y lo mismo puede decirse respecto de la
afirmación de Presas en torno a las reuniones que se desarrollarían en casa de
Álzaga, en las que se planearía, de caer España, la Independencia al calor
británico. Aunque ya hemos refutado esa posibilidad en el acápite anterior,
Ruiz Moreno hace poco hincapié en un detalle no menor: de caer España... Es

~ 117 ~
Mariano Schlez

decir, se trataría (en caso de considerarse cierto) de un recurso defensivo


frente al desplome de la monarquía, y no un avance destructivo sobre ella.
10 «Estas cartas llenaron de horror al cabildo de Buenos Aires que no pudo
tolerar tanto descaro y tanta infamia: envio testimonio de ellas al gobernador
de Montevideo para que dispusiese el arresto de aquel mal español quando
llegase á aquel puerto y lo enviase inmediatamente á la Península á
disposición de V.M. Y el gobernador de Montevideo no sólo contextó que se
prestaría á un servicio que exigia con tanto interés la patria, sino que además
escribió de oficio á don Tomas de Morla para que lo detuviera si por
casualidad no hubiese aun salido de la Peninsula y en la carta particular que
le escribia le dice: ‘De la situación de estos países y de las ocurrencias con este
señor virrey habrá V. ya sido informado, ellas son bien monstruosas y los
proyectos de independencia se cruzan. Si existe en esa por acaso un tal
Puirredon (…) asegurele V. pues es uno de los que proponen un proyecto de
independencia’» (Mayo Documental, VI: 81).
11 Archivo General de Indias (en adelante AGI), Buenos Aires, 155.
12 Sin embargo, no se decide por una conceptualización unívoca del episodio,
al que califica tanto de «golpe de Estado», como de intento «revolucionario».
Y aunque asegure que no se trató de un «motín», afirma la existencia de
tercios «sediciosos» (sedición) y militares «complotados» (complot), con lo
cual su definición es, por lo menos, confusa.
13 Sentenach y Ezquiaga, dos de los acusados, recusaron al primer fiscal,
Vargas, alegando una posible animosidad en su contra, pedido que fue
rechazado por Liniers.
14 «Los únicos testigos deponentes del crimen de independencia declaran con
falsedad; sus deposiciones han hecho sufrir a los acusados males
considerables, tanto en sus personas como en sus opiniones y concepto, pero
en el desenlace de esta enmarañada causa ha querido la providencia que la
inocencia prevalezca a pesar de los esfuerzos de la vil confabulación y
calumnia, que los acusados resulten libres de todo cargo, que hayan
justificado su conducta, y que aquellos mismos padecimientos hayan
realzado y dado lustre a su inocencia y acreditada lealtad (…) el cuerpo del

~ 118 ~
La máscara de la Independencia. Martín de Álzaga ¿realista o…

delito fundamento de todas las causas criminales no aparece probado en este


proceso» (Biblioteca de Mayo, 1962: 10.752).
15 «Notas sobre las invasiones inglesas, recogidas por Florencio Varela de
Bernardino Rivadavia» (Colección Casavalle), Museo Mitre, Arm E., Caja 2,
Pieza 1, n.º 52, copia de puño y letra de Mitre (Citado en Williams Álzaga,
1965: 223).
16 Para comparar puede tenerse en cuenta la reacción del Estado colonial
frente al levantamiento que, poco después, se realizó en Chuquisaca:
Cisneros ordenó la salida de un ejército de mil quinientos hombres, al mando
del general Nieto. El propio Ruiz Moreno señala que «el movimiento
altoperuano fue cruelmente castigado» por medio de «sangrientas repre-
salias» (Ruiz Moreno, 2014: 158). Finalmente, los monárquicos rioplatenses
festejaron la dura represión y la derrota de los «aficionados de Bonaparte»
(Schlez, 2015).
17 «Los EE.UU. son vistos como los únicos amigos sinceros de su causa, no
solo por el Gobierno, sino por el pueblo» (Manning, 1925: 326) (traducción
propia). Por su parte, si Ruiz Moreno hubiera decidido otorgarle entidad a las
consideraciones del consul sobre Álzaga, debiera haber señalado aquellas
que prueban su odio al proceso independentista de Mayo, al referirse a la
conspiración de 1812: On the night of the 29 June information was communicated
to the Executive of the existence of a horrible conspiracy to upset the government
massacre all the Chiefs of the revolution and all persons any way connected with the
patriots: the conspirators were headed by Dn Juan Martyn Alsega a man of the first
respectability, but turbulent & ambitious, noted for his cruelty & marked detestation
of the Creoles (Manning, 1925: 327).
18 De hecho, debe tenerse en cuenta que el propio Álzaga y el Cabildo, como
ya señalamos, solicitaban a España que designara a Abascal como virrey en
reemplazo de Liniers.
19 Para ello apela a un texto de Juan Canter y a una cita de Ignacio Nuñez que,
supuestamente, filiarían a Castelli con Álzaga, en aquella coyuntura.
Respecto del caso de Mariano Moreno, el único revolucionario de Mayo que
tuvo un papel de cierta importancia en 1809, lo primero que debe decirse es
que no es procedente científicamente caracterizar un episodio de acuerdo a

~ 119 ~
Mariano Schlez

las acciones que llevaron algunos de sus integrantes en el futuro: como


Moreno hizo la revolución en 1810, y Moreno participó de la asonada de
1809, entonces esta última fue también revolucionaria. Pese a nuestra
admiración por los “próceres”, debemos tener en cuenta que se trata de seres
humanos que pueden, sencillamente, cambiar de ideas políticas.
20 Martín de Álzaga, Juan Antonio de Santa Coloma (y no Gaspar, que era su
padre, como asegura Ruiz Moreno), Olaguer Reynals, Esteban Villanueva y
Francisco de Neyra y Arellano. Como reconoce el propio Ruiz Moreno, la
mayoría de los integrantes del Consulado de Buenos Aires, que en aquel
entonces estaba conformado por el prior Ignacio de Rezaval, los cónsules
Cristóbal de Aguirre y Jacobo Adrián Varela, los consiliarios Juan José de
Lezica, Sebastián de Torres, Juan Ignacio de Ezcurra, Agustín de la Lama,
Toribio Mierm Lorenzo Díaz, Francisco de Quevedo, José Riera y José
Hernández y el síndico Juan Larrea. También conocemos a los simpatizantes
de la acción al ver sobre quién recayó la persecución y quiénes huyeron. La
derrota del partido español determinó, en primer lugar, el desarme de los
cuerpos rebeldes. Asimismo, el café de Pedro José de Marco y el De los
Catalanes fueron allanados, y no solo los capitulares recibieron penas:
aunque no fueron confinados, a Matías Cires, Manuel Mansilla, Francisco
Antonio de Beláustegui y Juan Bautista de Elorriaga se les prohibió la salida
de la ciudad y muchos oficiales, como Felipe de Sentenach, José Fornaguera,
Jacobo Adrián Varela e Ignacio de Rezábal, y comerciantes, como Juan
Larrea, fueron detenidos en diferentes cuarteles. Otros pudieron huir, como
José Martínez de Hoz y Juan de Dios Dozo. Y a semejante lista de
distinguidos simpatizantes, debemos sumar al viejo apoderado del comercio
porteño, Jayme Alsina y Verjés, quien tiempo después comentaba el juicio
que se estaba llevando “contra nuestros valerosos y finos españoles
cabildantes, que fueron a Patagones y se hayan en esa [Montevideo] por el
empeño del señor Elío, los que muy breve los esperamos”, Cartas de Jaime
Alsina y Verjés a Thomás Reybals y Bruguera y Pascual José Parodi, 16 de
mayo y 5 de agosto de 1809, Buenos Aires, AGN, Sala IX, 10-2-2.
Características que se confirman al analizar la base del movimiento, la que
surge del apoyo que recibió. Y, como señala el testimonio, no debemos

~ 120 ~
La máscara de la Independencia. Martín de Álzaga ¿realista o…

olvidar la alianza entre Álzaga y Elio, uno de los principales contrarrevolu-


cionarios que buscaron abortar los procesos independentistas sudamericanos.
En relación a todos ellos, Vieytes, Castelli, Moreno y Larrea, sobre quienes no
recayó represión alguna, no tuvieron protagonismo alguno en la dirección
del proceso.
21 «Un numeroso concurso de gente armada, así del pueblo, como de los
Cuerpos de Vizcaínos, Gallegos y Catalanes, contestaron en altas y resueltas
voces, pedimos en nombre de nuestro Soberano Fernando Séptimo que se
establezca una Junta por el mismo orden de las que se han establecido en
España, para librarnos de los graves peligros que nos amenaza un gobierno
corrompido por un Virrey natural del mismo Imperio que nos oprime (…)
concluyendo siempre Viva Fernando Séptimo y mueran los franceses (…)
Viva Fernando Séptimo, muera el desorden, salgan los franceses que se
hallan protegidos y aseguren la Patria que está en peligro (…) Entonces vi
formados en batalla delante de la Recoba y otros puntos de la plaza, los tres
Batallones de Patricios con otras tropas voluntarias, y acestada la artillería a
las casas capitulares en que se tremolaba el Real Estandarte, oyendo clara y
distintamente que a las voces que daba el Pueblo de ‘Viva Fernando
Séptimo’, respondían aquellas tropas ‘Viva Liniers’ (…) tampoco hubo en la
Plaza mas insignia que manifestase defenderse los derechos del Rey, que el
Real Estandarte que con el mayor entusiasmo tremolaba el Pueblo en los
balcones de las casas capitulares, el cual fue insultado por las expresadas
tropas». AGI, Buenos Aires, 155.
22 Tan es así que todo español, vinculado o no al hecho, prefirió alejarse de la
ciudad para evitar la represión, como señala Torres: «El que manejaba el
almacén (…) no se fue por su mala versación (…) sino por miedo que le
dijeran que lo andaban buscando por lo ocurrido el 1° de enero, y hasta que
esto no tome otro gobierno no vendrá». Carta de Sebastián de Torres a
Vicente Diez de Medina, Buenos Aires, 10 de mayo de 1809, Museo Histórico
Nacional, AH FG 18-Z.
23 Sobre la votación en el cabildo del 22 de mayo, véase Paredes (2005).
24 «Llego una fragata inglesa de Gibraltar el 16 de mayo (de 1810) (…) los
facciosos, que hasta entonces no habían descubierto sus ocultos designios

~ 121 ~
Mariano Schlez

precabidos de la opinión que ellos mismos habían hecho formar sobre la


pérdida total de la Península y caducidad del gobierno Supremo, atrajeron a
su Partido a los Comandantes y muchos oficiales de las tropas urbanas,
persuadiéndolos que no tenían ya castigo que temer del gobierno español,
que había desatendido y menospreciado sus servicios, que era la ocasión en
que ellos mismos podían recibir los premios de sus manos. Ya entonces no
tuvieron reparo en dar la cara a la Insurrección». AGI, Buenos Aires, 155.
25 «Fue grande su sorpresa [la del virrey], cuando lejos de encontrar en ellos
los mismos sentimientos advirtió la frialdad con que hablando por todos los
Urbanos, el Comandante de Patricios Don Cornelio Saavedra, le manifestó
que ellos no podían responder de la conducta de sus tropas y oficiales (…)
Viendose el Virrey abandonado de las tropas, combino en permitir el cabildo
o Junta que solicitaba la ciudad (…) Se celebro efectivamente el dia 22 de
mayo la junta permitida por el gobierno, notandose en ella la falta de muchos
vecinos europeos de distinción y cabezas de familias, al paso de que era
mucho mayor la concurrencia de patricios, y entre ellos un considerable
numero de oficiales de este cuerpo, e hijos de familia, que no tenian la calidad
de vecinos». AGI, Buenos Aires, 155.
26 «Es un poco dudoso, pero hubiera sido un vigoroso defensor de la
independencia de este país si podría haber sido efectuada por españoles
europeos», traducción propia de Manning (1925: 328).
27 Juan Antonio de Santa Coloma, Sebastián de Arana, Manuel Ortiz Basualdo,
Francisco Beláustegui, Esteban Villanueva, José Martínez de Hoz, Pablo
Gauna, Antonio de las Cagigas, Marcelino Callexa, Martín de Monasterio,
Ignacio de Rezábal, Anselmo Sáenz Valiente, Bernardo Gregorio de las Heras,
Francisco de Tellechea y Antonio Galup.

~ 122 ~
Mujeres, sociabilidad y poder: entre
la revolución y la independencia
Marcela Aguirrezabala*

D urante muchos años se atribuyó a los varones la creación de


los elementos esenciales de la cultura, la construcción de las
instituciones, las estrategias y las decisiones políticas, en síntesis,
«las múltiples experiencias de realizaciones trascendentes y de
poder» (Barrancos, 2007:12). Desde esta perspectiva que tiene su
punto de partida en la exclusión del ‘otro’, en el «olvido his-
toriográfico de la mitad de la raza humana» (Hobsbawm, 1987: 116-
117), la inclusión de las mujeres en la historia y el género en la
historia anima nuestro interés y en ese marco se inscribe la
propuesta de este trabajo.
La incorporación de las mujeres como objeto y sujeto de la historia
se afirma en la especulación teórico-metodológica del movimiento
intelectual surgido en los años setenta que dio lugar a la Historia de
las Mujeres. El desafío de «restituir las mujeres a la historia» fue el
punto de partida para «restituir la historia a las mujeres» Kelly, Joan
(1999: 15). Con el tiempo y a pesar de los embates que debió superar
la Historia de las Mujeres no desapareció sino que quedó englobada

*
Departamento de Humanidades, Universidad Nacional del Sur.

~ 123 ~
Marcela Aguirrezabala

en un campo más amplio que comprende lo que se ha denominado


Género en la Historia, cuyo presupuesto de partida pasa por
analizar el pasado de las mujeres y varones en un plano de
igualdad1. Dentro del ámbito hispanoamericano y de una vastísima
producción académica, no podemos dejar de reconocer la influencia
de trabajos que desde distintas perspectivas analíticas, teniendo en
cuenta las diferencias conceptuales y teóricas que distinguen unos y
otros estudios han sido el punto de partida de nuestras primeras
investigaciones2.
En atención a la participación política de las mujeres en la etapa que
nos ocupa, dentro del ámbito español la historiografía ha dado cuenta
de que aun cuando los reglamentos para el interior de las Cortes de
1810 y 1813 impedían a las mujeres el acceso a las sesiones
parlamentarias, éstas arriesgaban su vida en acciones bélicas,
manifestaban públicamente su opinión sobre la contienda, celebraban
tertulias de carácter político y hasta constituían juntas patrióticas
(Romeo y Cruz, 2006: 62)3. Se ha visto allí como a partir de 1814 las
mujeres de los políticos liberales tuvieron que asumir la persecución
de sus maridos, soportar sus ausencias o la vejación pública por la
relación de parentesco. Algunos trabajos han dado cuenta de que
finalizado el trienio liberal, sobrevinieron nuevas purgas y represalias
sobre las sospechosas de vínculos con figuras del ámbito liberal. Se ha
develado también que más allá de la filiación familiar, hubo
modalidades de activismo que iban desde la actuación como enlaces
en los preparativos de la conspiración, al auxilio de los liberales
perseguidos o presos, concentrando pronto la atención de las
autoridades con el correspondiente castigo que llegó incluso a la pena
capital (Espigado, 2006: 46-47; Romeo y Cruz, 2006: 62).

~ 124 ~
Mujeres, sociabilidad y poder: entre la revolución y la independencia

La conmemoración de los procesos independentistas en América


Latina en general y en nuestro país en particular, ha contribuido a
remozar el interés por revisar dichos acontecimientos históricos y
sus implicancias en el presente, básicamente, a partir del papel
significativo de aquellas mujeres que participaron de las luchas
revolucionarias, develando habilidades discursivas, contribuciones
económicas y destrezas militares a la par de los varones4. Sin
embargo, contrariamente al ámbito español, en nuestro país las
esposas de quienes encarnaban las facciones en disputa en una etapa
de intensa actividad política, como es la que se abre entre fines del
siglo XVIII y las primeras décadas del XIX, aún permanecen
invisibilizadas. La propuesta, dentro de esta línea de investigación
tiene anclaje en los influjos de la renovada historiografía en torno a
la historia política en el ámbito académico nacional, específicamente
en atención al comportamiento de los actores que se movían por
fuera de la institucionalidad, en muchos casos a partir de
configuraciones de varones y mujeres que hacían un uso estratégico
del vínculo en un campo eminentemente político (Bragoni, 2004:
170) y en esa dirección se explica nuestra aproximación a la temática.
El universo de estudio de este trabajo está constituido por un
reducido, y no por ello, menos representativo número de mujeres
que se desenvuelven en un contexto de gran conflictividad política y
social, que involucra las intermitencias de los intereses corporativos
de una sociedad de Antiguo Régimen en su transición al inicio de la
vida independiente. El ámbito es el escenario de la antigua capital
virreinal rioplatense y los espacios hacia donde se extienden las
prácticas de las mujeres, que a veces irán más allá de los límites
hasta donde las instituciones políticas intentaron extender sus

~ 125 ~
Marcela Aguirrezabala

potestades (Ternavasio, 2007: 18). Nos ubicamos en los tiempos en


los cuales se revelan los dilemas políticos de la gobernabilidad
revolucionaria vinculados a la estructura heredada, a la construcción
de un nuevo orden institucional y político, una etapa en la cual los
enfrentamientos se producen en torno a los límites en el ejercicio del
poder pero también en relación al «otro» del poder, el que debe ser
acallado, desterrado, confinado. En ese marco nos preguntamos
acerca del modo en que las mujeres se enfrentaron a las luchas
partidarias, cómo interpelaron a las autoridades, con qué alcances,
desde qué lugar reclamaron a favor de sus cónyuges caídos en
desgracia, cómo se canalizaron las acciones de resistencia puestas en
funcionamiento por estas mujeres, a través de qué prácticas e
incluso, hasta dónde se sirvieron de estrategias de género en su
lucha.
Los interrogantes tienen que ver también con las prácticas que
pusieron en funcionamiento en torno a las disidencias políticas que
las llevaron fuera de las Provincias Unidas, acatando la autoridad
familiar o bien en el propio terruño enfrentando la persecución
opositora en ausencia del cónyuge. Nos anima además el desafío de
descubrir las habilidades y destrezas desplegadas durante la
expatriación5, las estrategias para obtener información, construir
vínculos de camaradería, mantener antiguas lealtades, generar redes
en la distancia, además de conseguir favores, privilegios, recursos y
hasta sopesar alianzas y fuerzas, a fin de dar respuesta a algunos de
los interrogantes planteados.
Desde el supuesto de que tanto las mujeres como los varones
atravesaron los dilemas políticos y la opresión facciosa6 generando
acciones a riesgo de la propia existencia y de la del grupo de

~ 126 ~
Mujeres, sociabilidad y poder: entre la revolución y la independencia

pertenencia7, creemos que las mujeres jugaron un papel fundamen-


tal como mediadoras a través de prácticas que claramente pueden
ser leídas en clave política y que se imponen más allá de la lógica de
género.
La respuesta a los interrogantes planteados nos remite a la
búsqueda y revalorización de documentos como la correspondencia
epistolar, las autobiografías, además de bibliografía especializada
que se constituye así en el sustento de este trabajo.

Algunas precisiones conceptuales y metodológicas

En principio, desde un punto de vista conceptual, la incorporación


de la mujer como sujeto histórico importa aquí filtrar la realidad a
través del género, entendido como la construcción cultural de la
diferencia social (Scott, 1996: 271).
La configuración de un marco teórico desde donde analizar las
continuidades y los cambios en las prácticas de las mujeres frente a
la lucha facciosa, dentro del período que nos ocupa, podría
rastrearse al menos a través de dos vías posibles, la primera a la
hemos denominado «de relacionamiento directo con el poder» y una
segunda, entendida como una «vía de exteriorización de los
vínculos con el poder»8. Dentro de la primera, el uso de la
representación se traduce en la apelación a un dispositivo jurídico que
contiene una súplica o proposición motivada, que se hace a los
príncipes y Superiores, esto es, la representatio ad superiorem

~ 127 ~
Marcela Aguirrezabala

(Diccionario de Autoridades, 1737, V). La acción de elevar represen‐


taciones al Rey, a quien detenta la autoridad, es vista por Guerra
como una ‘forma ordinaria’ de acción política que consiste en el
juego de influencias y relaciones para obtener decisiones favorables
de las diferentes autoridades, para obstaculizar las adversas o bien
para movilizar recomendaciones y apoyos para sí mismo, parientes
y aquellos más cercanos (Guerra, 1998: 252).
Otro instrumento jurídico visto como una acción política es el
memorial, escrito en el que se pide alguna merced o gracia, alegando
los méritos o motivos en que funda su razón (Diccionario de
Autoridades, 1734, IV).
La segunda vía de abordaje de la problemática, tuvo un desa-
rrollo interesante a partir del recorrido iniciado tras los estudios de
Chartier (1998: 67-83). En nuestro país, subraya Barrancos, cuando se
piensa en esos términos se impone un orden conjetural por ejemplo,
en torno a quienes han sido mujeres destacadas por sus vínculos y
tareas desplegadas en el ámbito de las influencias políticas, caso de
Ana Perichón, por su injerencia en actividades pro-revolucionarias,
caso de Mariquita Sánchez. Mujeres ligadas a los salones, veladas,
tertulias, que se constituyeron en centros neurálgicos de la política y
la cultura revolucionaria, donde se ponían a prueba las ideas, el
sistema de alianzas, los propósitos, donde se distinguían los bandos
en pugna, entre otras acciones (Barrancos, 2007: 77-87).
Dentro de esa vía que remite a la sociabilidad, los epistolarios se
convierten en una de las fuentes de utilidad para su análisis (Caldo y
Fernández, 2009: 1011-1032). Las cartas existían en un campo de la
sociabilidad entre las esferas pública y privada, de allí que «en
medio de la guerra todo lo personal era político y lo supuestamente

~ 128 ~
Mujeres, sociabilidad y poder: entre la revolución y la independencia

privado, público» (Chambers, 2013: 314-321). En ese sentido se en-


tiende que en tiempos de crisis la correspondencia epistolar apa-
reciera como una de las distintas formas de la acción política
‘extraordinaria’ en tanto «vía de exteriorización de los vínculos con
el poder»9.
En el derrotero de una u otra de las vías posibles, la función de
mediadora por parte de las mujeres es entendida a partir del
concepto de ‘mediar’, que en este estudio vale por «interceder o
rogar por alguno o bien, interponerse» (Diccionario de Autoridades,
1734, IV). Dicha función se pone en acción desde el mismo momento
en que las mujeres intercedían ante las autoridades por sus maridos,
interponiendo un instrumento jurídico con el fin de conseguir un
beneficio, una gracia, en tiempos de persecución, de delaciones y de
hostigamiento. De igual forma el papel de mediadora de la esposa,
hermana, familiar del expatriado adquiere visibilidad, en la clan-
destinidad, a través del entrecruzamiento de las cartas manuscritas
con familiares, amigos, parientes de políticos y a través de una
estrecha e intrincada red de allegados. Basta observar que por su
mediación se puede conseguir información para los propios frente a
la posibilidad de giros políticos decisivos, obtener apoyo frente a la
adversidad, mantener latentes los vínculos y las alianzas partidarias
en la distancia.
Las mujeres habían acumulado una larga experiencia en el rol
mediadoras o «intercesoras» del orden social entre padres e hijos y
en el trance de dirimir conflictos por ejemplo entre laicos y religiosos
(Accati, 1990: 6-18; Vasallo, 2010: 353). Tal vez ello tenía que ver,
como dice Stern, con el hecho de que las mujeres practicaban con
particular habilidad la política asociada con las emergencias (Stern,

~ 129 ~
Marcela Aguirrezabala

1999: 287). En cualquier caso, subraya Chambers, no hubo por parte


de las mujeres un reclamo a jugar un papel activo y directo en la
esfera política, no obstante lo cual lograron transformar

su exclusión de la política formal y su conectividad social en un


fundamento de su influencia como mediadoras en los crecientes
conflictos partidistas que amenazaban la unidad nacional
(Chambers, 2005: 3)10.

Las mujeres frente a la autoridad en la etapa tardocolonial

En los conflictos que dirimían las corporaciones de Antiguo


Régimen la valía de las mujeres se ponía a prueba a través de
prácticas sujetas al derecho vigente, como lo era el anteponer re-
presentaciones y memoriales que constituían instancias de reclamo
directo al Monarca y que se extenderán, al menos en las formas,
después de la revolución.
La caída en desgracia de Don Benito González de Ribadavia,
abogado, Regidor Propietario Depositario de la Audiencia, figura
pública y de prestigio en la ciudad de Buenos Aires, comenzó el día
que aquél recusó a cada uno de sus ministros no sin antes fun-
damentar los cargos contra cada uno de ellos en un estilo que al
parecer fue reputado de criminal en demasía. Entonces sucedió lo
inesperado, la Real Audiencia dispuso en unas pocas horas el
destierro de Ribadavia a Córdoba11 y la intimación hasta tanto se
resolviera otra cosa. El Tribunal había entendido que el nombrado

~ 130 ~
Mujeres, sociabilidad y poder: entre la revolución y la independencia

era merecedor de un severo castigo y decidió hacerle «(…) escar-


mentar estos excesos para no dar ocasión a otros, con perjuicio de la
utilidad pública (…)», en un tiempo en el que se entendía era «(…)
menester la subordinación para la seguridad del Gobierno (…)» tal
como rezaba la copia del auto en el cual se dispuso su traslado a
Córdoba12. Las memorias del Virrey Arredondo daban cuenta de su
proceder frente a la decisión del Tribunal en el expediente que se
formó por aquél hecho, recordando la participación directa que tuvo
la segunda esposa de Ribadavia, Doña Ana Otárola en ese asunto en
estos términos:

(…) como el ilustre cabildo de esa capital, por una parte, por otra
la mujer de Ribadavia, y por otra su apoderado, me hubiesen
hecho repetidas y muy vivas representaciones, implorando unos
y otros las omnímodas facultades de los virreyes y solicitando
todos el regreso pronto de este sujeto, entre todas las causas que
se alegaron para que yo suspendiese el destierro, la que me
pareció ser más eficaz, era la responsabilidad de Ribadavia a los
muchos depósitos que estaban a su cargo, de los cuales debía dar
razón puntual por sí mismo (Memorias de los Virreyes del Río de
la Plata, 1945: 378).

Las sucesivas representaciones que realizó doña Ana de Otárola


mujer legítima de Ribadavia13 a partir de aquel funesto 22 de agosto
de 1794 no solo hacían suya la representación de su marido,
mientras aquél emprendía el viaje hacia su confinamiento sino
también sus propios ruegos. Por añadidura, promovían como
remedio subsidiario la solicitud de licencia para que el nombrado
pasara a la Corte de Madrid junto con la causa para su resolución en
aquella jurisdicción y por S. M.14.

~ 131 ~
Marcela Aguirrezabala

En su empeño por lograr la restitución de su esposo a la ciudad y


la suspensión de la marcha con destino al confinamiento, la mujer
recordaba que de la justicia dependía la concordia del cuerpo social,
apelaba así a la más importante de las funciones de las autoridades y
sobre todo del Rey, sin justicia se ponía en riesgo ‘el buen gobierno’,
el bien común y por tanto también el orden social (Guerra, 1998: 255-
256). La invocación a la justicia a través de la representación no era
ni más ni menos que la instrumentación de un recurso jurídico que
le permitía a doña Ana Otárola intermediar por su marido, de allí
sus exhortaciones: «¿Qué de reflexiones tan sólidas y obvias no
persuaden la Justicia y equidad de esta solicitud?»15.
Doña Ana Otárola esgrimía sus ruegos haciendo uso de las
estrategias internalizadas en una sociedad donde las mujeres tenían
ciertos intersticios de maniobra pese a sus limitaciones jurídicas:

Todo el desvelo de la Legislación, y todo el plan de la sociedad


viene a consistir en armonía y con la noción de los intereses de los
Magistrados con los de los súbditos porque todos estos se reúnen
en la distribución prometida de la Justicia que cuando en dar a
cada uno lo que es suyo tiene por principal la subordinación a la
Autoridad, incluye asimismo los derechos del Vasallo16.

De esta forma, la acción promovida por la esposa de Ribadavia


para abonar su petición no hace más que dejar al descubierto
muchas de las peculiaridades de la cultura de Antiguo Régimen.
Nos referimos a aquellos rasgos del pactismo que parecían perpe-
tuarse a pesar de la política centralista y absolutista de cuño
borbónico. De hecho, en más de un pasaje de sus representaciones,
la intermediación de doña Ana Otárola alude explícitamente a la
relación entre el Rey y sus vasallos:

~ 132 ~
Mujeres, sociabilidad y poder: entre la revolución y la independencia

Todo esto confusamente y de tropel suplico con mis lágrimas y


las de mis hijos a V.E., y no me persuado de su negativa, cierta
del fondo de bondad que caracteriza su corazón y el ejercicio de
aquella Soberana protección, que le es delegada, para impartirla a
sus vasallos afligidos (…)17.

Por otro lado, cada representación de la mujer no hace más que


develar los ingentes esfuerzos de quien frente a la temeraria
disposición de la Real Audiencia, no cejaba en su insistencia para
suspender la ejecución del castigo impuesto a su cónyuge, sobre
todo cuando advertía que sus peticiones conseguían ciertos
miramientos por parte del Virrey, situación que por momentos
lograban reconfortarla tal como lo dejaba asentado. Así, decía la
mujer: «(…) desde que logré la superior aceptación de V.E. a mi
suplica para que antes que otro expediente tuviere la representación
de mi marido y se comunicarse con el Asesor General (...)»18.
La búsqueda por parte de doña Ana Otárola de apoyo como la
necesidad de encontrar asesoramiento para lidiar con el marco
prescriptivo que se espera de un dispositivo legal como la re-
presentación se explica, como sostiene Schaub, por cuanto la esfera
política no actúa mientras se distingue o se separa del mundo civil
de familias y de los lazos de fidelidad (Schaub, 1998: 48).
Los razonables y también ingenuos argumentos utilizados por
parte de doña Ana Otárola en cada representación dan cuenta de las
estrategias que pone en funcionamiento la mujer en su deses-
peración por interceder y conmover el decisorio del Superior frente
a las infaustas circunstancias que atravesaba Ribadavia. Por ello,
probablemente advertida de los tiempos procesales y de la vista de
las actuaciones en su carácter de parte, la mujer iba dando cuenta del

~ 133 ~
Marcela Aguirrezabala

tiempo que transcurría sin que su marido, ella o su apoderado don


Juan de Viola consiguieran obtener una respuesta a los desesperados
reclamos, lo que así hace saber:

(…) que hace tres días se presentó ante V.E. poniendo en sus
superiores manos una representación de su marido y supli-
cándole que antes de otro expediente pasar el dictamen del
Asesor General del Virreynato la causa de su esposo19.

Una segunda representación de doña Ana Otárola era elevada al


Rey en los momentos en que su marido emprendía el camino con
destino al confinamiento. La misma tenía por objeto subrayar que no
se había cumplido con las mínimas diligencias procesales que
exigían la notificación de parte y ese era motivo más que suficiente
para interceder como lo hacía, intentando mediar por su cónyuge
haciendo uso de los dispositivos prescriptivos de los que disponía
por ley:

(…) hasta el día de hoy no se me ha notificado por la oficina


correspondiente providencia ni decreto alguno a las represen-
taciones de mi marido, ni a las que yo he hecho por mi parte. El
caso y su materia es de unas circunstancias las más estrechantes.
Mi marido sigue el viaje a su destino con todas aquellas
incomodidades (…)20

Del mismo modo doña Ana Otárola recurría a argumentos


sostenidos en el debido proceso y en las garantías del derecho a
defensa, fundamentalmente, a raíz de la naturaleza de la función
que cumplía su marido en el Cabildo. La señora planteaba aquí un
tema de competencia jurisdiccional con entidad como para habilitar
la excepción:

~ 134 ~
Mujeres, sociabilidad y poder: entre la revolución y la independencia

No puedo ocurrir a la Real Audiencia a que me nombren


Abogado por no contradecir el sistema de mi marido que es no
poder ser jueces en sus causas estos Sres. Ministros. Este parece
un caso de excepción a la ley que quiere la formalidad de
suscribir un Abogado, y a ella es sujeto el derecho natural de la
propia defensa21.

Hay pasajes en las representaciones de la mujer donde se


evidencia un estado de indefensión que bien puede leerse como una
estrategia de género, sin perjuicio de que además dejan al
descubierto el carácter corporativo de las sociedades de Antiguo
Régimen, en tanto acciones “que pueden parecer eminentemente
individuales, como la búsqueda de favores, honores o cargos, están
íntimamente unidas a estrategias de grupos, sobre todo familiares”
(Guerra, 1998:117). Doña Ana Otárola se preguntaba y preguntaba
en parte de una de sus representaciones:

¿a qué abogado ocurriré que no me repulse por no inmolarse en


la tragedia de mi marido? (…) sírvase la Superior Autoridad de
VE nombrarme un Abogado ejecutándolo con multa para que me
defienda, y promueva mis recursos y derechos igualmente que de
mi Marido22.

Tal expresión también devela la impotencia de la mujer frente al


presagio de la disolución de los lazos de pertenencia dentro de la
sociedad, sin perjuicio de aquellos rasgos peculiares de una cultura
pasada que parecían más destinados a sobrevivir que a desaparecer
aun tras la puesta en vigencia de cada uno de los ensayos pro-
visionales que siguieron a la revolución.
Aquí también, cabe destacar, que de alguna forma doña Ana
Otárola en su rol de mediadora recurría a otros fundamentos que se

~ 135 ~
Marcela Aguirrezabala

vinculan a la importancia de la «publicidad» de los actos, aquellos


«que se hacen a la vista de todos», lo cual encerraba un riesgo para
la comunidad en tanto que todos los comportamientos entraban en
el mismo sistema de responsabilidad moral (Guerra y Lempérière,
1998: 61-62). Precisamente, una de las estrategias de la mujer era
hacer públicos sus clamores e invocación por el indulto de su
esposo, aprovechando de esta forma la exhibición de celebraciones
reales:

Al propio objeto conspira el día presente por ser el cumpleaños


y celebridad de Nuestra Sra. la Reyna, día de gracias y de
indultos aún para los reos consumados y desnudos del mérito y
probidad de mi marido. Dispense V.E. esta expiración que el
deseo de los alivios de mi marido me precisa a no omitir cuánto
le será útil aunque yo pase por el bochorno de ser vituperada
(…)23

Cabe señalar que la utilización de instrumentos jurídicos para


interceder por los cónyuges, al menos en algunos casos como el que
nos ocupa, aparece sesgada por el género. Doña Ana Otárola se sirve
de recursos que claramente respondían al estereotipo resultante de
un abanico de atributos normativos atribuidos a las mujeres en
atención a su flaqueza natural, debilidad constitutiva, lo cual había
quedado cristalizado en la legislación heredada, donde las mujeres
eran percibidas básicamente como seres sexuales (Arrom, 1988: 82;
Cepeda Gómez, 1984: 181-193; Friedman, 1984: 41-50; Lavrin: 1990:
114; Ot’s Capdequí, 1934: 209-210), entre tantos otros. Así se lee:
«Considere V.E. a una mujer afligida, ignorante por su sexo, y que
llena de dolor delira por sus consuelos. En esta triste situación no
tengo a dónde volver los ojos: me falta dirección, me falta luz (…)»24.

~ 136 ~
Mujeres, sociabilidad y poder: entre la revolución y la independencia

La explicitación en las representaciones elevadas a S.M. de las


diferencias entre las mujeres y varones aparecen visibilizadas
cuando se alude a la distinción de la educación prevista para unas y
otros de acuerdo al discurso pedagógico de la época (Chambeaud:
1998: 585). De ahí que cuando doña Otárola asume el papel de
mediadora entre su cónyuge y la autoridad a fin de conseguir el
beneficio esperado para su marido, no deja de excusarse de no tocar
otros puntos que entendía podían resultan muy sencillos para quien
tuviera «regulares principios de educación» aun cuando no dejaba
señalar que no por ello «(…) se le pueden negar pese a la ignorancia
que ayer confesé en la presencia de V.E.»25. Al respecto se ha sos-
tenido que los acontecimientos de Mayo encontraron a las mujeres
viviendo en una sociedad estamental, tradicional y patriarcal, con la
misma incapacidad jurídica que tenían las peninsulares en función
de la codificación trasplantada a la América española, situación que
lejos de modificarse tras la revolución, se acentuó a mediados del
siglo XIX (Vasallo, 2010: 352-353).

La interposición de las viejas prácticas en el marco de la con‐


figuración de un nuevo orden político

Tras los sucesos de abril del 5 y 6 de abril 1811, doña Saturnina


Otárola del Rivero26 dirigía sucesivas representaciones a las au-
toridades peticionando a favor de su esposo, don Cornelio Saavedra,
frente al decreto que ordenaba su destierro perpetuo. Claramente,

~ 137 ~
Marcela Aguirrezabala

«el estilo autoritario del viejo orden no había de ser abandonado; el


prestigio y los medios de coacción derivados del uso tradicional del
poder eran, frente a esos sectores marginales una ventaja cierta». En
última instancia, de lo que se trataba era «de disciplinar la adhesión»
(Halperin Donghi, 2005: 171-172).
Los denodados intentos de doña Saturnina, terminaban por
decidirla a acompañar a su marido a rendir cuentas por su actuación
(Saavedra, 1962, II: 1062). La movilización y odisea de la mujer de
Saavedra frente a la medida capital, era narrada por él mismo en
estos términos:

(…) impuesta del lugar en que quedaba, llena de angustias y


lágrimas, suplicó al teniente gobernador de San Juan me permi-
tiese acercar a algunas de las poblaciones de su jurisdicción
ínterin representaba al gobierno de Buenos Aires, excitando su
generosidad y compasión: aquel jefe no la otorgó tan pequeña
gracia, y le vendió la fineza de que no haría uso de la noticia que
le daba, para proceder a la prisión de mi persona y remitirla a
disposición del gobierno (Saavedra, 1962, II: 1070).

Sin embargo, los ruegos de aquélla esposa no fueron oídos, según


el propio Saavedra, en razón de que su apresador, «olvidando el
grito de la humanidad» optaba por «la adulación de su Supremo».
Sin embargo, doña Saturnina no iba a dejar de recurrir a las auto-
ridades intercediendo una vez más, tal como lo narraba su esposo:

Ansiosa mi amante esposa por socorrerme y aliviar mi


situación, la representó al señor don José de San Martín,
gobernador intendente que era en aquel tiempo de la provincia
de Cuyo, y con uno de mis hijos, el don Manuel que acababa de
llegar de Santa Fe la dirigió a dicho señor. (Saavedra, 1962, II:
1070-1071).

~ 138 ~
Mujeres, sociabilidad y poder: entre la revolución y la independencia

Al respecto de la intervención de doña Saturnina Otárola del


Rivero, Saavedra diría que el Sr. Gobernador le «concedió más de lo
que mi mujer le pedía en mi favor» (Saavedra, 1962, II: 1071). Las
resultas de aquella mediación le dieron la noticia a Saavedra de la
orden de San Martín para que saliera de La Cordillera de Calanguay,
donde se encontraba extrañado a disposición del gobierno. Así fue
como doña Saturnina Otárola supo interceder por su marido hasta
llegar al mismísimo gobernador consiguiendo como lo hizo, la
compasión y concesión de Don José de San Martín que dio cuenta de
su decisorio al gobierno de Buenos Aires que no le fue contestado
(Saavedra, 1962, II: 1070).
La mujer de Saavedra siguió insistiendo e «(…) igualmente dirigió
otra representación pidiendo se me destinase lugar, fuese el que
fuese para mi residencia en el que ella pudiese vivir reunida
conmigo y sus hijos» (Saavedra, 1962, II: 1071) de lo cual tampoco
hubo contestación. Vendría luego la providencia de que Saavedra
bajase a Buenos Aires. Una vez más Saavedra da cuenta del accionar
de doña Saturnina en estos términos:

Como si fuera negocio de la mayor consideración se despachó


la orden fuera de correo, esto es, de posta en posta, y a los cinco
días, de su fecha estuvo en San Juan. Mi mujer no quiso ya
separarse de mi lado y resuelta a seguir mi suerte, fuese cual
fuese, emprendió su marcha conmigo: nos fue preciso hacerla
por la carrera de Mendoza y en la tropa de carretas, por no
sernos posible tomar la de la posta (Saavedra, 1962, II: 1073).

La restitución de Saavedra y su familia a Buenos Aires y su


reposición en el empleo con los honores de los que le habían
despojado fue una de las primeras providencias ordenada por

~ 139 ~
Marcela Aguirrezabala

Carlos de Alvear, quien por entonces quedaba a cargo de la


dirección del Estado. Sin embargo, para otros, la experiencia bajo el
ejecutivo unipersonal detentado por Alvear y todo lo que sucedió
después del nombramiento del sobrino de Posadas, había sido
producto de la falta de compostura causada por un hombre loco por
su ambición de mando, que dejó un odio execrable en las Provincias
Unidas como el de Catilina de Roma (Piccirilli, 1969: 260).
Unos años después, en mayo de 1815 doña María del Carmen
Morales intercedía por su esposo ante la Comisión Civil a través de
un memorial, solicitando se le permitiera a su cónyuge el Doctor
Tomás Antonio Valle el cumplimiento del arresto en su domicilio, a
cuyos efectos, la mujer había recurrido a don Manuel de Zamudio
para que respondiera como fiador de aquél27.
La Comisión Civil era una de las tres comisiones, las otras eran la
Militar y la de Secuestros, que habían sido creadas por el Cabildo
tras la caída del Director Supremo de Estado, don Carlos María de
Alvear. Entonces, mientras algunos festejaban la revolución triun-
fante que permitiría restablecer el orden, para los caídos comenzaba
el enjuiciamiento, la detención, el confinamiento, la expatriación,
entre otros castigos ejemplares que daban inicio al proceso «por
delitos contra la patria y su seguridad» (Piccirilli, 1969: 9).
Tras la detención de Valle, quien había declarado bajo juramento
de decir verdad, doña María del Carmen Morales ponía en
consideración la edad y achaques de aquél, los cuales según
sostenía, podían verse agravados por su detención. Por otro lado, la
mujer fundaba su pedido en el buen comportamiento de su marido
en relación «a la causa de la patria», en cuyo caso, «(…) nada será
más fácil, que desvanecer cualquier cargo que se haga en su contra

~ 140 ~
Mujeres, sociabilidad y poder: entre la revolución y la independencia

(…)» tal como sostenía la batalladora señora28. Y, tal como lo había


hecho unos años atrás Ana Otárola, Morales recurría a una es-
trategia utilizada en tiempos pasados, solo que ahora, lejos de
recordar la festividad debida al cumpleaños de la Reina, la esposa de
Valle intentaba conmover a las autoridades con el recuerdo de los
triunfos patrios: «(…) y por hallarnos en los plausibles días del
aniversario de una libertad transportada con las noticias de las
victorias del ejército auxiliador del Perú (…)» tras lo cual rubricaba
el documento con su fiador, agregando «(…) en lo que recibiré
gracia»29.
En junio de 1815 también doña María del Pino, esposa de Eugenio
José Balbastro mediaba entre aquél y la Comisión Civil sirviéndose
del formulismo jurídico del memorial.
De igual forma que Morales, la presentante relataba como su
esposo había sido obligado a marchar hacia la guardia de Luján,
donde debía permanecer alojado hasta la conclusión del proceso.
Habiendo tenido noticias de que en el lugar del presidio faltaba de
todo para sobrevivir dignamente y a sabiendas de que era poco
probable que su esposo pudiera resistir, doña María del Pino
intercedía solicitando le permitieran a su cónyuge ser trasladado a la
estancia de José María del Pino, en proximidades de la Matanza, en
tanto allí se le podría proporcionar manutención y cuidados «A sus
señorías pido y suplico se sirvan así providenciarlo que es gracia
(…)»30.
Finalmente se le concedía al reo el beneficio y se ordenaba al
margen del mismo documento el libramiento de oficio al Co-
mandante de la Guardia de Luján para que no impida el traslado del
detenido a la estancia de mención, con la disposición que sigue:

~ 141 ~
Marcela Aguirrezabala

«(…) donde se conservará en clase de confinado hasta las resultas de


juicio a disposición del alcalde de la santa hermandad del partido de
la Matanza (…)» Los nombrados, habían sido los primeros dete-
nidos sometidos a proceso por la triunfante revolución de abril de
181531.
En medio de la incertidumbre por los sucesivos cambios de rumbo
del gobierno, las mujeres de los disidentes, de los caídos en
desgracia iban a conocer de la intranquilidad, del estigma de la
sospecha, del temor ante la posibilidad de que alguien depusiera
contra los acusados. Entonces se había tomado conocimiento que
para el caso de quienes no eran militares, había de estarse a la espera
del fallo de la Comisión Civil, a la disposición de los alejamientos
forzados de sus cónyuges, a la expatriación del grupo familiar, entre
otras alternativas posibles. Se había configurado «(…) el extraño
crimen de facción» (Canter, 1947: 292), una especie de pecado
original del nuevo mundo de la política (Ternavasio, 2007: 184).
En noviembre de 1816 doña Ángela Baudrix, esposa del coronel
Manuel Dorrego, elevaba representación a la Junta de Observación
reclamando por su marido. Según sostenía en su petición, Dorrego
llevaba 29 días de cautiverio en el buque el 25 de Mayo, alias Paraná
sin haber sido impuesto de los motivos de su arresto y por ende, sin
haber tenido oportunidad de defenderse de delito alguno. A través
de la representación era su mujer quien iba a pedir autorización para
que Dorrego bajara a tierra y se diera así intervención a los faculta-
tivos a fin de que se le hicieran las curaciones que exigía su delicado
estado de salud, según decía. Así comenzaba la representación de la
señora:

~ 142 ~
Mujeres, sociabilidad y poder: entre la revolución y la independencia

Al excelentísimo señor director, investido de suficientes


facultades para hacer fusilar a mi marido.
Yo considero, y toda persona que no sea ciega debe considerar, al
excelentísimo señor director, investido de suficientes facultades
para hacer fusilar a mi marido si resulta delincuente; ¿a qué, pues
consultar al Soberano Congreso cuando éste no puede formar
juicio por no existir en ella exposición alguna del procesado?
¿cuándo éste ni aun sabe quién es el juez de su causa? Y ¿cuándo
no puede producir su defensa porque ignora los crímenes que se
le imputan?32.

La funesta noticia no se hizo esperar. Por auto del 15 de noviembre


de ese año, el Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de
la Plata recurría a la aprobación del Congreso para disponer como lo
hacía, la expatriación perpetua del coronel Dorrego. El fundamento
de la pena capital eran los «criminales y escandalosos actos de
insubordinación y altanería con que el coronel don Manuel Dorrego
había marcado sus servicios durante la carrera militar»33.
Aquélla no sería la única representación de doña Ángela Baudrix
reclamando por su marido «caído en desgracia» (Di Meglio, 2014:
135). Unos días después de la temeraria resolución, Baudrix hacía
llegar otra representación a la Junta de Observación intentando
ajustarse a los cauces de la gobernabilidad política. La repre-
sentación era un instrumento jurídico que surtía el efecto de una vía
recursiva en la que tanto las mujeres como los varones tenían vasta
experiencia, habida cuenta que dicha práctica se inscribía en el
nuevo orden siguiendo las huellas de otros tantos rituales del
antiguo régimen (Halperin Donghi, 2005: 171-172).
Antecedente inmediato del actual derecho de petición (García
Cuadrado, 1991: 140), en su origen la representación permitía la

~ 143 ~
Marcela Aguirrezabala

apelación directa a la justicia real. Dicho documento, técnicamente,


constaba de una súplica ó proposición motivada, sustentada en la
noción de justicia entendida según el Diccionario de la Lengua
Castellana como «(…) la virtud que consiste en dar a cada uno lo
que le pertenece (…)» (Diccionario de Autoridades, 1734, IV).
La Junta de Observación disponía librar oficio al Director en estos
términos: «La esposa del coronel D. Manuel Dorrego ha elevado a
esta Junta la representación que original pasa a manos de V.E.
anticipando que la reclamación que en ella se hacía era arreglada y
conforme a ley (…)»34. La Junta anticipaba así la voluntad del
decisorio de ese cuerpo en lo que aparecía como una lógica de
acción-reacción manejada por los actores frente a las coyunturas. En
este caso puntual el adelanto de lo esperable al Director Supremo
por parte de la Junta de Observación, hacía pensar en una suerte de
subordinación del ejecutivo al legislativo, precisamente en una etapa
en la que lo natural parecía ser esa lucha de alternancias tendientes a
reforzar un poder en detrimento de otro (Ternavasio, 2007: 169).
De todas formas, de nada valdría la súplica de Baudrix, alegando
los servicios de su marido a la patria, en el sentido de su abnegado
interés por el bien común por encima del propio (Di Meglio, 2014:
120): «Yo lo imploro reclamando enérgicamente el cumplimiento de
las leyes a favor de quien (lleva) veintiuna heridas recibidas de los
enemigos de la libertad»35. Sin derecho a réplica, sin siquiera llevar
sus pertenencias, sin ropa ni dinero, trasladado a la goleta Congreso,
Dorrego era desterrado del Rio de la Plata para siempre (Di Meglio,
2014: 135).
Se equivocaba entonces el Director Supremo cuando asentaba «No
presumo nuevas reclamaciones sobre la materia»36 en un intento

~ 144 ~
Mujeres, sociabilidad y poder: entre la revolución y la independencia

para dar por terminado el decisorio de liberarse de Dorrego. Sin


embargo, doña Baudrix volvería a insistir una vez más in-
tercediendo por su marido. Tal es así que a un año del destierro de
Dorrego «El Soberano Congreso remite a V.E. una representación de
doña Ángela Baudrix, mujer del coronel Dorrego, en que pide su
restitución a esta Capital para ser juzgado»37.
La mujer había presentado entonces la primera carta apologética
que tuvo circulación en la Gazeta, cuya difusión, en lo sucesivo, el
gobierno trataría de evitar de la misma forma que a las mujeres
habida cuenta, dirá Di Meglio, la exposición pública que tenían las
mujeres de la elite, salvo excepciones, cuando sus esposos estaban
ausentes o morían (Di Meglio, 2014: 159).
Baudrix comenzaba su presentación diciendo que su esposo había
sido expatriado de la capital y sus provincias por decreto del 15 de
noviembre de 1816, que Dorrego había estado detenido a borde de
un buque con todas las precauciones de seguridad que exigía la
detención de un delincuente, que su destino fue luego en el corsario
Congreso, en total inobservancia del Estatuto Provisional que regía
en aquella fecha por cuanto a su marido no se le había hecho saber
la causa de su arresto ni de su expulsión. Baudrix agregaba entonces:
«(…) y como si ese procedimiento no bastase a celar su expatriación,
ni aun se le permitió proveerse de lo más necesario a un viaje
indefinido y cuyo destino se ignoraba (…)»38.
La carta apologética le había sido remitida por el propio Dorrego a
Baudrix desde su último lugar de destierro. Entonces, su mujer la
adjuntaba a la presentación que ella misma hacía al Congreso
Nacional, ya instalado en Buenos Aires. En la carta, además de

~ 145 ~
Marcela Aguirrezabala

exponer su propia estrategia de defensa, Dorrego decía estar


tratando:

(…) de llamar la atención del soberano Congreso sobre los


arbitrarios y extraños procedimientos con que el excelentísimo
señor supremo director ha cubierto de luto su familia, haciendo
estremecerse a todo buen ciudadano, al ver hollada la se-
guridad individual en uno de los más ardientes y celosos
defensores de la patria, que desde los principios de su gloriosa
revolución no ha cesado de servirla ni de prodigar su vida y su
sangre en cuantas ocasiones se han ofrecido; y sin embargo, sin
darle la menor audiencia ni medio de defenderse se ve
sentenciado y expulso de su nativo suelo39.

Se introducen aquí conceptos como seguridad individual por


ejemplo, lo cual permite pensar la intermediación de Baudrix,
asesorada o no, como la de aquellos que intentaban medir la
resistencia de la sociedad ante la intromisión de un nuevo poder en
abierto choque con las libertades individuales (Desramé, 1998:289).

La intermediación en la movilización de las influencias políticas y


sociales desde la clandestinidad

Los acontecimientos de 1808 en la Península habían disparado las


apetencias de la Corte de Braganza y ciertamente no eran pocos los
agentes y personajes que de uno u otro lado del Río de la Plata
estuvieron prestos a adherir a negociaciones favorables al traslado
del infante Pedro Carlos y otros que obedecían las órdenes de

~ 146 ~
Mujeres, sociabilidad y poder: entre la revolución y la independencia

Carlota Joaquina. En ese contexto, Saturnino Rodríguez Peña, re-


fugiado en Río de Janeiro, en permanente contacto con Miranda,
lejos estuvo de pensar que sus planes serían descubiertos, su
correspondencia interceptada en manos del joven médico Paroissien
y peor aún que la propia Carlota Joaquina a quien apoyaba, jugaría a
dos puntas y sería precisamente quien terminaría entregando su
nombre y el de otros individuos al virrey Liniers, tildando sus prin-
cipios de revolucionarios y subversivos (Ternavasio, 2015: 127-147).
En aquellos tiempos tumultuosos, desde el refugio familiar en Río
de Janeiro, la esposa de don Saturnino Rodríguez Peña, doña
Gertrudis Amores, dirigía una carta a don Diego Sosa y entre
recuerdos familiares y salutaciones le escribía: «Diego Paroissien,
persona de nuestra mayor estimación y amistad, él puede imponer a
usted de nuestra situación y deseos grandes de servir a usted, y yo
suplico a usted si fuese preciso servirlo lo haga (…)»40.
La mujer de Rodríguez Peña dejaba entrever en esas líneas la
función de intermediaria que había asumido dentro del espacio
político en el que se movía su marido, al mismo tiempo que urdía la
forma de develar trazos identitarios de los revolucionarios vin-
culados a Miranda (Sánchez, 2012: 277). En parte ello explica la
persistencia del sistema de policía heredado de la colonia después
de 1810 y «(…) la amenaza a los que sean sorprendidos en corres-
pondencia ‘con individuos de otros pueblos, sembrando divisiones,
desconfianzas o partidos (…)» frente al gobierno de turno (Halperin
Donghi, 2005: 172).
Se advierte como Gertrudis utilizaba los servicios de Paroissien
para terciar en cuestiones vinculadas a la situación que atravesaban,
exhortando incluso a dispensar atenciones al informante. De esta

~ 147 ~
Marcela Aguirrezabala

forma, la correspondencia cumplía así con el objetivo de informar las


noticias sobre los últimos movimientos, además de mantener
vigentes los lazos y el sentimiento de pertenencia que se extendía a
los compatriotas y a la comunidad cuando la política o la guerra los
empujaban a dejar su terruño. De ahí la observación de que las
mujeres «jugaron un papel especialmente importante, como
pegamento social que mantenía juntos a estos grupos» (Chambers,
2005: 6).
La simpatía y fraternal afecto que reitera y prodiga en sus cartas
doña Gertrudis Amores respecto de aquel inglés no es un dato
menor para quienes están en el Río de la Plata, considerando las
ideas que fluyen del propio Saturnino Rodríguez Peña: «(…) no se
puede dudar un solo momento que obtendremos la declarada
Protección de Inglaterra (…)»41.
Como puede observarse, la correspondencia no solo era utilizada
para entretejer una extendida red de conexiones que la familia
expatriada se esforzaba en mantener y revitalizar más allá de las
fronteras sino que, claramente, era empleada con fines cons-
pirativos. En el caso que nos ocupa, quedaba también en evidencia
el papel de intermediaria asumido por doña Gertrudis en aquellas
circunstancias:

Con Paroissien que así se llama el conductor de ésta te mando


el dinero que me encargaste cobrara a don Patricio al que no
cobré en Montevideo porque en aquellas circunstancias tan
apuradas no tuve tiempo para nada pero aún no llegó de
Londres a ésta lo hice42.

Una particularidad de estas cartas, además de que permiten


bucear en los lábiles marcos de la sociabilidad informal (Caldo y

~ 148 ~
Mujeres, sociabilidad y poder: entre la revolución y la independencia

Fernández, 2009: 1031) es que son atravesadas por condiciones de


clandestinidad, que están marcadas por la dualidad manifiesta entre
la exposición desenvuelta de temas de interés y la presencia de la
autocensura como exigencia frente al temor de que lleguen a manos
del enemigo (Sánchez, 2012: 278), de ahí las ensayadas precauciones
de las que se sirven frente a los enemigos.
Las palabras de la mujer de Rodríguez Peña desde el refugio
portugués se expresan en un lenguaje neutro pero claro para su
destinatario con quien comparte un secreto voluntario, que el
emisario es una persona de confianza, en referencia a Paroissien, que
él podrá darle certezas sobre la situación de los expatriados, que es
un enlace del que puede servirse y por ende, que estará a su
disposición si aquel lo necesita.
En su correspondencia a la familia doña Gertrudis parece estar
persuadida de que la separación es momentánea y de una situación
de poder aún en la lejanía: «(…) me alegraré que ustedes estén
buenas por acá todos lo estamos y deseosísimos de servir a ustedes
(…)»43. Su esposo va más allá cuando le advierte a Paroissien de
cómo debe manejarse con algunos individuos en el Río de la Plata si
se le interroga acerca de los planes que se están fraguando en la
metrópoli portuguesa:

Siempre que se estrechase con cualquier sujeto sin excepción de


mis hermanos, y amigos manifieste un carácter sostenido del
mayor poder y haga entender con aire orgulloso que el plan se ha
de realizar pese de alguna oposición que pueda haber. Que
nuestro partido hoy es dominante en sumo grado (…)44.

Doña Gertrudis Amores aparece también en su rol de enlace, de


mediadora porque así lo exige la causa, de allí el interés que dis-

~ 149 ~
Marcela Aguirrezabala

pensa en su correspondencia por mantener los vínculos desde la


distancia pero también esforzada en su construcción. Se observa
aquí como queda expuesta la especificidad de la escritura epistolar
manteniendo en una misma tensión el espacio de las relaciones
vividas pero también el horizonte de un lazo imaginario que une la
distancia a través de lo escrito (Bouvet, 2006: 25).
Cuando le escribe a don Diego Sosa le transmite su aprobación
respecto de la esposa escogida e intercede directamente buscando
generar un lazo en la distancia con aquella mujer para lo cual
recurre a exageradas cortesías femeninas:

(…) tuve el gusto de saber había usted elegido para esposa a mi


señora doña Pastora Ruano de lo que doy a usted infinitos
parabienes y suplico a usted me ponga a la disposición de esta
señora a quien siempre he estimado por sus bellas prendas y en
el día estimo más (…)45.

Ello no resulta una comportamiento altisonante por parte de la


mujer si se tiene en cuenta el contenido de las epístolas de su esposo,
don Saturnino Rodríguez Peña, por ejemplo cuando le escribe al Dr.
don Domingo Antonio de Ezquerrenea y le pide que introduzca a
Paroissien en los generosos efectos de la amistad, con una expresa
directiva: que se acerque al almirante Smith con el pretexto de la
correspondencia que le envía46.
Tan evidente resulta el intento de doña Gertrudis de estrechar
relaciones desde su auto-expatriación en abierto interés partidario,
que frente a la falta de respuesta de doña Pastora Ruano, insiste en
su propósito y la disculpa por no contestar sus misivas, diciéndole
llanamente a don Diego Sosa:

~ 150 ~
Mujeres, sociabilidad y poder: entre la revolución y la independencia

(…) dígale que nuevamente soy su amiga y apasionada y deseo


me mande para manifestar esta verdad: yo tampoco debía darme
por entendida en este particular silencio pues el silencio de usted
así lo pedía pero sigo mis sentimientos en esta ocasión: reciba
usted el corazón de Peña y mil memorias de todas las niñas y
mande cuanto guste a quien desea proporciones de servirle47.

Bragoni subraya que ha podido observar cómo el rol de la mujer


socializada en el clima de la revolución y de la guerra ponía en
funcionamiento «mediaciones complementarias», refiriéndose a las
formas en que podían ser dirimidos los conflictos, en directa alusión
a las habilidades de aquéllas para movilizar recursos influencias
sociales y políticas (Bragoni, 2004: 169-170).
En las palabras de las cartas remitidas por doña Gertrudis, incluso
a sus amigas, siempre está presente la necesidad de generar nuevas
alianzas además de un permanente cuidado en mantener las
relaciones desde su destino portugués, de hecho les pide a las
destinatarias de sus cartas como debe ser tratado el portador de la
correspondencia: «(…) cuídemelo mucho pues lleva encargo de
visitármela lo más que pueda (...)»48.
Paroissien es el mensajero ilustrado, quien maneja información de
primera mano, es la conexión necesaria desde afuera, es la pre-
sencia en la ausencia, es la extensión de la familia en la distancia
pero también el lazo que permite mantener vigente las relaciones:

Mis amadas señoras. Me alegraré lo pasen bien: den ustedes a mi


señora Ana mil cariñosas expresiones, a mis amadas Manuela
Soler, doña Juana Manuela, doña Teodora y demás señoras y
ustedes reciban las de Peña y de todas las niñas y el corazón con
cuanto gusten de su más amante amiga49.

~ 151 ~
Marcela Aguirrezabala

De todas formas y más allá de las expresiones de cariño en la


distancia, cabe subrayar el carácter utilitario que reviste la corres-
pondencia considerando el grado de alfabetización de la época, lo
que explica que la misma responda a un objetivo concreto, hay una
presión exterior que justifica tomar la pluma (López Cordón, 2005:
199), como ocurre en el caso de las personas que han tenido que irse
de su tierra. Al respecto Al respecto Guerra sostiene que: «El
lenguaje no es una realidad separable de las realidades sociales, (…)
sino una parte esencial de la realidad humana, y como ella,
cambiante» (Desramé, 1998: 8). De allí que las palabras que utiliza
doña Gertudris Amores puedan ser leídas en clave política aun
cuando no hay referencias a límites geográficos, ni alusión a otros
expatriados.
El 22 de noviembre de 1808 se le recibía declaración al inglés
Diego Paroissien, de profesión médico proveniente de Río de
Janeiro, con destino final al cabo de Buena Esperanza, en circuns-
tancias en las que la fragata inglesa Mary tocaba el puerto de Buenos
Aires. Entonces se constataba que aquél traía cartas e instrucciones
de don Saturnino Rodríguez Peña expatriado en Río de Janeiro, tal
como lo hizo saber el gobernador don Javier de Elío al Virrey don
Santiago de Liniers.
El 28 de noviembre de 1808 entre la correspondencia secuestrada a
Paroissien y tal como surge del inventario del equipaje del nom-
brado se habría constatado la existencia de cartas de Gertrudis
Amores, esposa de don Saturnino Rodríguez Peña para don Diego
Sosa, doña Claudia Clavijo y la familia en Buenos Aires.
Paroissien, el emisario de don Rodríguez Peña y su familia en Río
de Janeiro, fue arrestado y debió comparecer en el marco de aquel

~ 152 ~
Mujeres, sociabilidad y poder: entre la revolución y la independencia

proceso. En su defensa había argumentado que viajaba en un barco


mercante a fin de expender efectos de un tal Middleton. Entonces
sería precisamente la esposa de don Saturnino Rodríguez Peña
quien le brindaría la coartada para asegurar sus dichos. Entre la
correspondencia que fuera tomada como prueba de cargo contra el
presunto espía, había misivas de doña Gertrudis en las que refería
aprovechar los servicios del inglés habida cuenta unos encargos de
hechura de ropas y zapatos que le habían hecho desde Buenos Aires.
En aquella carta escribía que su cuñada debía entregarle a aquél

los géneros de más moda y que no sean listados hazle conocer del
maestro Rafael para que él hable con él y le diga la hechura como
ha de ser pues lo quiero a la inglesa, hazme hacer una bata de las
más de moda y lujo para la iglesia50.

Sin lugar a dudas la circulación de las cartas está signada por un


accionar revolucionario encubierto y apenas unas líneas de doña
Gertrudis dejan entreverlo. Hay allí una reserva de información
dado que como es sabido, las epístolas atraviesan un espacio público
en busca de un destinatario específico pero pueden ser inter-
ceptadas. La posesión de las cartas por parte del destinatario es
también un riesgo (Sánchez, 2012: 279) y el arresto de Paroissien así
lo revela. De esta forma se explica la prioridad dada al intercambio
epistolar que siguió siendo un rasgo saliente de la cultura política
criolla durante todo el siglo XIX, como también lo fue la importancia
de las relaciones interpersonales, tal es así que en las opciones
políticas como en el armado de los «partidos» mucho tuvieron que
ver esos frágiles fajos de cartas intercambiadas entre diversos puntos
del territorio nacional a pesar de los obstáculos geográficos
(Desramé, 1998: 277).

~ 153 ~
Marcela Aguirrezabala

La situación doña Casilda Igarzabal, cuñada de doña Gertrudis, no


iba a ser menos preocupante en Buenos Aires. En enero de 1809
doña Casilda de Igarzabal tuvo que interceder por su marido don
Nicolás Rodríguez Peña, detenido tras los acontecimientos vin-
culados a la invasión napoleónica a la Península. Corría el 9 de enero
de 1809 cuando la mujer de don Nicolás Rodriguez Peña, hacía
llegar una petición al Virrey don Santiago de Liniers, intermediando
ante las autoridades para que se le concediera a su marido el
beneficio de la reclusión domiciliaria a fin de reparar su quebrantada
salud51.

Consideraciones finales

El acercamiento a las mujeres en una etapa de incertidumbre y


conflictividad política derivada de los acontecimientos que se inician
unos años antes de la revolución que conduce a la independencia, se
convierte en la excusa para analizar al «otro» del poder, a aquellos
actores que se movían por fuera de la institucionalidad, que en
nuestro caso implica un desplazamiento de la lupa hacia las mujeres.
La configuración de un modelo analítico sustentado en dos vías
posibles, una de relacionamiento directo con el poder y otra de
exteriorización de los vínculos con el poder bajo la premisa de
visibilizar la politización de las mujeres en los últimos años del siglo
XVIII y primeras décadas del siglo XIX, nos han permitido obtener
algunos resultados interesantes. Por un lado nos hemos aproximado

~ 154 ~
Mujeres, sociabilidad y poder: entre la revolución y la independencia

a las mujeres que se movían por fuera de la institucionalidad, lo cual


ha permitido explorar cómo se entrelazaban y conformaban las
relaciones entre las mujeres y los varones y entre estos actores y las
autoridades. Por otro, ha sido posible descubrir cómo se concebían
las prácticas de acción en un entramado de extrema complejidad
debido al faccionalismo político que iba transformando a la sociedad
en su conjunto, que puso a varones y mujeres en el escenario de la
disputa, de las delaciones, de las sospechas e incluso, que los obligó
a soportar el confinamiento y el alejamiento forzoso de la co-
munidad en la que vivían.
Dentro del universo que sirve de muestra en este estudio pudimos
observar que las mujeres atravesadas por las contingencias de sus
cónyuges, padres, hermanos, supieron interpelar a las autoridades
utilizando instrumentos jurídicos de los que también se servían los
varones. Las instancias de mediación de estas mujeres para obtener
un beneficio, una gracia y, los alcances de esas prácticas de
relacionamiento directo con el poder, sea que apelaran al Rey, al
Virrey o a las autoridades de los gobiernos provisionales que se
sucedieron después de la revolución, claramente pueden ser leídas
en clave política, más allá de las estrategias de las que se sirvieron,
que no siempre estuvieron terciadas por el género.
Otras alternativas de mediación de estas mujeres tuvieron que ver
con prácticas que se advierten desde la exteriorización de los
vínculos con el poder. En tal sentido y dentro de las prácticas
inmersas en el plano de la sociabilidad, la correspondencia deja en
evidencia habilidades y experiencia puestas al servicio del par-
tidismo político. Desde ese lugar de injerencia, estas mujeres
tuvieron un papel fundamental frente a la disensión y a la

~ 155 ~
Marcela Aguirrezabala

persecución opositora, no solo resistiendo desde la distancia sino


también, haciendo uso de misivas que les permitieron obtener
información, construir vínculos de camaradería, mantener antiguas
lealtades, generar redes en la distancia, además de conseguir
favores, privilegios, recursos y hasta sopesar alianzas y fuerzas.
No resultó un descubrimiento menos interesante la posibilidad de
poder rastrear a través de las prácticas puestas en funcio-namiento,
las continuidades de algunos rasgos propios de la cultura y del
imaginario de Antiguo Régimen, como también los cambios
inherentes a los nuevos vientos republicanos, asociados a los
ensayos de gobernabilidad política.
Sin lugar a dudas, descubrir alternativas de relacionamiento con el
poder y experiencias de exteriorización de los vínculos con el poder
por parte de las mujeres durante la insurgencia revo-lucionaria, nos
ha permitido develar aspectos aun invisibilizados en el marco de la
insurgencia pre-revolucionaria y facciosa que se extiende a las
primeras décadas del siglo XIX, donde claramente las prácticas
femeninas pueden leerse en clave política.

Notas

1 Las primeras reflexiones sistemáticas respecto a la situación histórica de las


mujeres que iba a producir la escalada historiográfica del siglo XX
comenzaba abroquelada a los movimientos feministas, fundamentalmente en
Estados Unidos y Europa. En América Latina, México y Brasil se convertían
en precursores en este tipo de estudios, para el caso de la Argentina
comenzaba cierto despunte para la década del setenta y luego se verían
interrumpidos hasta el inicio de la democracia. El abordaje de los estudios se
iba a introducir a través de disciplinas como la antropología, sociología,
demografía, entre otras ramas del saber. Particularmente en el caso de la

~ 156 ~
Mujeres, sociabilidad y poder: entre la revolución y la independencia

historia comienza a perfilarse como una tendencia a contrapelo de la historia


positivista de raigambre liberal, que ponía el acento en aquellas mujeres que
habían tenido una función relevante en tanto y en cuanto se reconocían en
sus manifestaciones patrones semejantes a los grandes hombres.
2 En una apretada síntesis no podemos dejar de mencionar los textos de Stone
(1989), Seed (1991), Arrom (1988), Gonzalbo Aizpuru (1987, 1991), Stern
(1999), Lavrin (1990), Boyer (1991), los volúmenes de Historia de las Mujeres
en España y América Latina dirigidos por Isabel Morant (2005 y 2006). Otros
textos más cercanos en el tiempo: Ramos Escandón (1997), Meza y Hampe
(2007), Perrot (2008), Twinam (2009), Salazar Garces y Sevilla Naranjo (2009),
Stuven y Fermandois (2011). En nuestro país, Rípodas Ardanaz (1977),
Knecher y Panaia (1994), los volúmenes, en particular el tomo I, Colonia y
siglo XIX de Historia de las Mujeres en Argentina de Gil, Pita e Ini (2000),
Vasallo (2006), Barrancos (2007). A ello se agrega una creciente cantidad de
publicaciones en revistas especializadas y artículos presentados en Jornadas,
Congresos y reuniones académicas.
3 Téngase presente que en general, pese a las grandes transformaciones del
siglo XIX muy pocos cambios se produjeron en las relaciones intergenéricas.
A mayor autonomía de los varones, mayores restricciones y amonestaciones
para las mujeres, lo cual significó una pérdida sensible de las determina-
ciones propias de las que pudieron gozar en el siglo XVIII (Barrancos, 2007:
53). Al respecto, Espigado subraya que en la mayoría de los países que
adoptaron el modelo liberal, las mujeres quedaron huérfanas de derechos
políticos (electorales y de representación), menoscabadas en sus derechos
civiles (igualdad jurídica) y en los sociales (derecho a la educación y al
trabajo (Espigado, 2006: 31).
4 En tal sentido, hacemos especial referencia a los trabajos reunidos en una
compilación de trabajos de investigadoras de Perú, Argentina, México,
Venezuela, Brasil, Chile, España, Australia, Inglaterra, Canadá e Italia por
Guardia (2010; 2014).
5 Si bien genéricamente la historiografía remite al «exilio» para referenciar al
que debe abandonar el territorio, corresponde precisar conceptualmente el
vocablo de acuerdo al uso que se le otorga en la etapa histórica en análisis. En

~ 157 ~
Marcela Aguirrezabala

este estudio nos referimos a los términos «expatriación» y «destierro o


confinamiento». Precisamente en torno del concepto de «expatriación» se-
guimos el criterio de Tejerina, quien en un estudio específico sobre el tema
señala que en ocasiones era asimilada al «extrañamiento» y constituía uno de
los castigos más importantes. Tal es así que «…privaba a los vasallos de sus
privilegios y honores, ocupándoles las temporalidades, bienes y haciendas y
haciéndoles salir fuera de los dominios, sin permitirles que paren y vivan en
alguna parte de ella» (Tejerina, 2016: 58).
6 Respecto del concepto de «facción» se sigue a Guerra, quien subraya que
como en Europa medieval y moderna, las facciones son racimos de actores
colectivos de todo nivel social, del más alto al más bajo, cuya definición hay
que buscar no en su composición social —muy parecida— sino en una
oposición mutua, que muchas veces tiende a perpetuarse durante varias
generaciones (Guerra y Lemperière, 1998: 115).
7 Como un resabio del imaginario del Antiguo Régimen incluso las acciones
que pueden parecer individuales, tal la búsqueda de favores, honores o
cargos están ligados íntimamente a estrategias de grupo, sobre todo fa-
miliares (Guerra, 2000:6).
8 Dentro de las formas extraordinarias de acción política, menciona el
descontento popular manifiesto en la proliferación de rumores, pasquines,
libelos que acusan, denigran o amenazan a las autoridades. Este tipo de
acción puede ir más lejos y llegar a la acción física: el tumulto o la revuelta.
Ciertamente dice el autor, la transmisión oral de las noticias, o lo rumores
juegan un papel importante en la propagación de la revuelta pero también la
transmisión escrita en su forma manuscrita entre la que menciona poemas,
cartas, manifiestos. (Guerra, 2000: 252-253 y 264).
9 Dentro de las formas extraordinarias de acción política, menciona el
descontento popular manifiesto en la proliferación de rumores, pasquines,
libelos que acusan, denigran o amenazan a las autoridades. Este tipo de
acción puede ir más lejos y llegar a la acción física: el tumulto o la revuelta.
Ciertamente dice el autor, la transmisión oral de las noticias, o lo rumores
juegan un papel importante en la propagación de la revuelta pero también la
transmisión escrita en su forma manuscrita entre la que menciona poemas,
cartas, manifiestos. (Guerra, 1998: 252-253 y 264).

~ 158 ~
Mujeres, sociabilidad y poder: entre la revolución y la independencia

10 El ensayo referido a tres destacadas mujeres del siglo XIX desarrolla las
ideas sobre la identidad nacional y el lugar de la mujer en las nuevas re-
públicas a través de la correspondencia y de las conversaciones de Manuela
Sáenz, de la gran Colombia y su relación con Simón Bolívar, Mariquita
Sánchez de Argentina y su relación con Thompson, y de Carmen Arriagada
de Chile y su relación con Juan Mauricio Rugendas.
11 Representación de Ana de Otarola al Virrey, mediante la cual le hace llegar
una representación de su marido para que le permitan viajar a la Península.
S/f Buenos Aires, 23 de agosto de 1794. Archivo Histórico de la Provincia de
Buenos Aires (en adelante AHPBA), Real Audiencia (en adelante RA), 1794-
115-16.
12 Copia del Auto de la Real Audiencia en Acuerdo del Cabildo del 20 de
septiembre de 1794 (Acuerdos del Extinguido Cabildo de Buenos, 1907: 392).
13 Ana María Otalora era hija del coronel José Antonio Gregorio de Otálora y
de Josefa Ignacia del Rivero y Cossio, habría de casar el 12/01/1788 con Benito
González Ribadavia, Abogado, Regidor, había nacido en Monforte de Lemos,
Galicia. Su primera esposa fue María Josefa de Ribadavia. viudo (Fernández
de Burzaco, 1990, V: 94 y 1988, III: 270).
14 Representación de Ana de Otarola al virrey, mediante la cual le hace llegar
una representación de su marido para que le permitan viajar a la Península.
S/f Buenos Aires, 23 de agosto de 1794. AHPBA, RA, 1794-115-16.
15 Segunda representación de Ana de Otarola al virrey, s/f. AHPBA, RA, 1794-
115-16.
16 Segunda representación de Ana de Otarola al virrey, s/f. AHPBA, RA, 1794-
115-16.
17Segunda representación de Ana de Otarola al virrey, s/f AHPBA, RA, 1794-
115-16.
18Segunda representación de Ana de Otarola al virrey, s/f. AHPBA, RA, 1794-
115-16.
19 Representación de Juan Viola al virrey, como apoderado de don Benito
González Ribadavia, s/f AHPBA, RA, 1794- 115-16.

~ 159 ~
Marcela Aguirrezabala

20 Representación de Ana de Otarola al virrey, mediante la cual le hace llegar


una representación de su marido para que le permitan viajar a la Península.
s/f. AHPBA, RA, 1794- 115-16.
21 Representación de Ana de Otarola al virrey, mediante la cual le hace llegar
una representación de su marido para que le permitan viajar a la Península.
s/f. AHPBA, RA, 1794- 115-16.
22 Representación de Ana de Otarola al virrey, mediante la cual le hace llegar
una representación de su marido para que le permitan viajar a la Península.
s/f. AHPBA, RA, 1794- 115-16.
23 Representación de Ana de Otarola al virrey, mediante la cual le hace llegar
una representación de su marido para que le permitan viajar a la Península.
s/f. AHPBA, RA, 1794-115-16.
24Segunda representación de Ana de Otarola al virrey, s/f. AHPBA, RA, 1794-
115-16.
25Memorial de doña María del Carmen Morales a la comisión civil, pidiendo
que se permita a su esposo doctor Tomás Antonio Valle quedar arrestado en
su casa y ofreciendo como fiador a Manuel de Zamudio. Buenos Aires, 25 de
mayo de 1815. [Proceso por delitos contra la patria y su seguridad].
(Biblioteca de Mayo, 1962, XIII: 11968).
26 Al igual que Ana María Otárola del Rivero, quien casaría en segundas
nupcias con don Cornelio Saavedra, también Saturnina Bárbara Otárola del
Rivero eran hijas del coronel José Antonio Gregorio de Otálora y de Josefa
Ignacia del Rivero y Cossio, habría de casar el 12/01/1788 con Benito
González Ribadavia, Abogado, Regidor, había nacido en Monforte de Lemos,
Galicia. Su primera esposa fue María Josefa de Ribadavia. viudo (Fernández
de Burzaco, 1990, V: 94 y 1988, III: 270).
27 Memorial de doña María del Carmen Morales a la Comisión Civil, pidiendo
que se permita a su esposo doctor Tomás Antonio Valle quedar arrestado en
su casa y ofreciendo como fiador a Manuel de Zamudio, Buenos Aires, 25 de
mayo de 1815. [Proceso por delitos contra la patria y su seguridad].
(Biblioteca de Mayo, 1962, XIII: 11968).
28 Memorial de doña María del Carmen Morales a la comisión civil, pidiendo
que se permita a su esposo doctor Tomás Antonio Valle quedar arrestado en

~ 160 ~
Mujeres, sociabilidad y poder: entre la revolución y la independencia

su casa y ofreciendo como fiador a Manuel de Zamudio. Buenos Aires, 25 de


mayo de 1815. [Proceso por delitos contra la patria y su seguridad],
(Biblioteca de Mayo, 1962, XIII: 11968).
29 Memorial de doña María del Carmen Morales a la comisión civil, pidiendo
que se permita a su esposo doctor Tomás Antonio Valle quedar arrestado en
su casa y ofreciendo como fiador a Manuel de Zamudio. Buenos Aires, 25 de
mayo de 1815. [Proceso por delitos contra la patria y su seguridad],
(Biblioteca de Mayo, 1962, XIII: 11968).
30 Memorial de doña María del Pino, esposa de Eugenio José Balbastro,
solicitando que se permita a su marido trasladarse a la estancia de José María
del Pino, en las inmediaciones de Matanza. Buenos Aires, 10 de junio de 1815.
[Proceso por delitos contra la patria y su seguridad], (Biblioteca de Mayo,
1962, XIII: 11976).
31 En el listado que alcanzó a militares y civiles figuraban también Gervasio
Antonio Posadas, José Valentín Gómez, Salvador Cornet, Manuel de
Luzuriaga, Vicente López, Santiago Figueredo, Antonio Álvarez Jonte,
Valentín Gómez, Pedro Feliciano Sáenz de Cavia, José Vicente Chilavert,
Hipólito Vieytes, José Francisco Ugarteche, Juan Larrea, Bernardo de
Monteagudo, Guillermo Pio White y Nicolás Rodríguez Peña entre otros.
Nombres todos que aparecen a lo largo de los interrogatorios y confesiones
que componen las causas de la Comisión Civil de Justicia. [Proceso por
delitos contra la patria y su seguridad], (Biblioteca de Mayo, 1962, XIII: 11953
a 12182).
32 32Nota dirigida a la Junta de Observación por doña Ángela Baudrix, esposa
del coronel Dorrego, sosteniendo que el director supremo tiene facultades
para resolver la causa sin consultar al Soberano Congreso Buenos Aires, 19 de
noviembre de 1816. Documento transcripto en Del Carril (1986: 143).
33 Auto del director supremo general Pueyrredón en el que dispone que el
coronel Manuel Dorrego sea extrañado para siempre de estas provincias y
que se dé cuenta al Soberano Congreso para su inteligencia y aprobación.
Documento original firmado por Pueyrredón y por el secretario de guerra
interino, coronel Terrada. Buenos Aires, 15 de noviembre de 1816.
Documento transcripto en Del Carril (1986: 133-135).

~ 161 ~
Marcela Aguirrezabala

34 Oficio de la Junta de Observación al director Pueyrredón remitiéndole la


nota de la esposa de Dorrego. Buenos Aires, 19 de noviembre de 1816.
Documento transcripto en Del Carril (1986: 144-145).
35 Oficio de la Junta de Observación al director Pueyrredón remitiéndole la
nota de la esposa de Dorrego, Buenos Aires, 19 de noviembre de 1816.
Documento transcripto en Del Carril (1986: 144-145).
36 Oficio del director Pueyrredón al Congreso remitiéndole la presentación de
la esposa de Dorrego. Buenos Aires, 20 de noviembre de 1816. Documento
transcripto en Del Carril (1986:147).
37 Resolución del Congreso pasando los antecedentes de informe del director
Pueyrredón. Buenos Aires, 20 de octubre de 1817. Documento transcripto en
Del Carril (1986: 182-183).
38 Nota presentada por la esposa del coronel Dorrego al Congreso Nacional,
trasladado a Buenos Aires, acompañando la carta apologética. Pide que se
someta a proceso al coronel Dorrego. Buenos Aires, octubre de 1817. Docu-
mento transcripto en Del Carril (1986:176).
39 Nota presentada por la esposa del coronel Dorrego al Congreso Nacional,
trasladado a Buenos Aires, acompañando la carta apologética. Pide que se
someta a proceso al coronel Dorrego. Buenos Aires, octubre de 1817.
Documento transcripto en Del Carril (1986:176-177).
40 Carta de doña Gertrudis Amores a doña Gertrudis Rodríguez Peña con
posdata de Dolores Peña. Río de Janeiro, 29 de octubre de 1808. Actuaciones
de Saturnino Rodríguez Peña y Diego Paroissien 1807-1810. Sumario ins-
truido a Diego Paroissien por ser portador de correspondencia de Saturnino
Rodríguez Peña. (Biblioteca de Mayo, 1961, XI: 10252).
41 1808-1809- Rio de Janeiro- La Plata.- Instrucciones de Saturnino Rodriguez
Peña a Diego Paroissien; oficio de la princesa a la Real Audiencia de Charcas
y diligencias practicadas por la audiencia (Política Lusitana, 1961: 493).
42 Carta de doña Gertrudis Amores a doña Gertrudis Rodríguez Peña con pos-
data de Dolores Peña. Río de Janeiro, 29 de octubre de 1808. Actuaciones de
Saturnino Rodríguez Peña y Diego Paroissien 1807-1810. Sumario instruido a
Diego Paroissien por ser portador de correspondencia de Saturnino
Rodríguez Peña. (Biblioteca de Mayo, 1961, XI: 10251).

~ 162 ~
Mujeres, sociabilidad y poder: entre la revolución y la independencia

43 Carta de doña María Salomé Peña y doña Gertrudis Amores a doña


Gerónima Rivera y doña María de los Ángeles Gutiérrez. Río de Janeiro, 29
de octubre de 1808. Actuaciones de Saturnino Rodríguez Peña y Diego
Paroissien 1807-1810].[Sumario instruido a Diego Paroissien por ser portador
de correspondencia de Saturnino Rodríguez Peña (Biblioteca de Mayo, 1961,
XI: 10264-10265).
44 Instrucciones reservadas a míster Paroissien de lo que debe practicar en
Buenos Aires. Río de Janeiro, 24 de noviembre de 1808. Actuaciones de
Saturnino Rodríguez Peña y Diego Paroissien. Sumario instruido a Diego
Paroissien por ser portador de correspondencia de Saturnino Rodríguez
Peña. (Biblioteca de Mayo, 1961, XI: 10256-10257).
45 Carta de Gertrudis Amores a Diego Sosa. Río de Janeiro, 29 de octubre de
1808. Actuaciones de Saturnino Rodríguez Peña y Diego Paroissien. Sumario
instruido a Diego Paroissien por ser portador de correspondencia de
Saturnino Rodríguez Peña (Biblioteca de Mayo, 1961, XI: 10252).
46 Carta de Saturnino Rodríguez Peña a Domingo Antonio de Ezquerrenea.
Río de Janeiro, septiembre, 24 de 1808. Actuaciones de Saturnino Rodríguez
Peña y Diego Paroissien. Sumario instruido a Diego Paroissien por ser
portador de correspondencia de Saturnino Rodríguez Peña. (Biblioteca de
Mayo, 1961, XI: 10249).
47 Carta de Gertrudis Amores a Diego Sosa. Río de Janeiro, 29 de octubre de
1808. Actuaciones de Saturnino Rodríguez Peña y Diego Paroissien. Sumario
instruido a Diego Paroissien por ser portador de correspondencia de
Saturnino Rodríguez Peña]. (Biblioteca de Mayo, 1961, XI: 10252).
48 Carta de Gertrudis Amores a doña Claudia Clavijo. Río de Janeiro, 29 de
octubre de 1808. Actuaciones de Saturnino Rodríguez Peña y Diego
Paroissien. Sumario instruido a Diego Paroissien por ser portador de
correspondencia de Saturnino Rodríguez Peña. (Biblioteca de Mayo, 1961, XI:
10253).
49 Carta de Gertrudis Amores a doña Claudia Clavijo. Río de Janeiro, 29 de
octubre de 1808. Actuaciones de Saturnino Rodríguez Peña y Diego
Paroissien. Sumario instruido a Diego Paroissien por ser portador de
correspondencia de Saturnino Rodríguez Peña. (Biblioteca de Mayo, 1961, XI:
10253).

~ 163 ~
Marcela Aguirrezabala

50 Carta de doña Gertrudis Amores a doña Gertrudis Rodríguez Peña con


posdata de Dolores Peña. Río de Janeiro, 29 de octubre de 1808. Actuaciones
de Saturnino Rodríguez Peña y Diego Paroissien 1807-1810. Sumario
instruido a Diego Paroissien por ser portador de correspondencia de
Saturnino Rodríguez Peña. (Biblioteca de Mayo, 1961, XI: 10251-10252).
51 Carta de doña Casilda Igarzabal y Peña al virrey Santiago Liniers. Buenos
Aires, enero de 1809. Actuaciones de Saturnino Rodríguez Peña y Diego
Paroissien 1807-1810. Sumario instruido a Diego Paroissien por ser portador
de correspondencia de Saturnino Rodríguez Peña. (Biblioteca de Mayo, 1961,
XI: 10310).

~ 164 ~
Los combates por la palabra:
representaciones del enemigo en la prensa
periódica bonaerense durante la década de 1820
Carmen Susana Cantera

E l compromiso entre la producción intelectual y la construcción


del poder político adquiere los matices propios de cada
contexto de producción discursiva. En este sentido, se manifiestan
representaciones sociales de lo propio y de lo extraño, de la in-
clusión y de la exclusión, en relación a los diferentes proyectos de
construcción identitarios que, necesariamente, requieren de la
definición de la ‘otredad’.
El presente trabajo indaga sobre el ‘otro’ enemigo en el contexto de
la década de 1820 a través del análisis de la prensa bonaerense que,
como generadora de opinión, emitía discursos de denostación hacia
quienes percibía como una amenaza a la postura política defendida
por el punto de enunciación de cada periódico. La recurrencia a la
metáfora bélica enfatiza la confrontación periodística y habilita una
guerra de opinión que puede considerarse una extensión de la lucha
establecida en el campo de batalla propiamente dicho. Los combates
por la hegemonía de la palabra son constitutivos de la confrontación

 Facultad de Ciencias Humanas, Universidad Nacional de La Pampa.

~ 165 ~
Carmen Susana Cantera

política y los editores de los periódicos formaban parte de la


facciones en pugna que se disputaban espacios de poder con sus
respectivos proyectos de organización estatal.
Constituyen el corpus documental analizado los periódicos ofi-
cialistas que sostienen y defienden la postura del gobierno de turno
que, en esta etapa, estaba en manos de los llamados «directoriales»
afines a un sistema centralista: La Gaceta de Buenos Aires, El Correo de
las Provincias y El Nacional. Por su parte, se analiza la prensa federal
a través de El Tribuno y El Argentino a los efectos de advertir el
contrapunto expresado con el oficialismo e identificar los rasgos
interdiscursivos que prevalecen y que derivan de los respectivos
contextos de emergencia que connotan los textos1.

Lenguaje y representaciones colectivas

El giro lingüístico problematizó la idea ingenua respecto de la


transparencia de las relaciones entre el texto y el contexto y obligó a
la crítica a volverse sobre sí misma en un proceso de permanente
reflexión. Esta noción produce un efecto desestabilizador de los
discursos y promueve la necesidad de considerar la trama de
relaciones en que los textos surgen y por la que pueden circular
socialmente. La historiografía adoptó el postulado por el cual el
lenguaje dejó de ser concebido como un medio transparente de
representar la realidad objetiva y el foco de la producción his-
toriográfica se desplazó hacia modos de producción, reproducción y

~ 166 ~
Los combates por la palabra: representaciones del enemigo en la prensa…

transmisión de sentidos en diferentes períodos históricos y contextos


culturales (Palti, 1998: 25).
Un aspecto a considerar es que, de acuerdo con lo que plantea el
semiólogo italiano Umberto Eco (1990), el lenguaje es por naturaleza
metafórico y tratar el tema de la metáfora supone, como mínimo,
indagar también sobre símbolos, ideogramas, modelos o arquetipos,
sueños, delirios, ritos, mitos, magia, creatividad, paradigma, íconos,
representaciones y también: lenguaje, signo, significado, sentido. El
mecanismo de la metáfora funda la actividad lingüística y toda regla
o convención posterior nace para reducir y disciplinar la riqueza
metafórica que define al hombre como animal simbólico. Por su
parte, la lengua es un mecanismo establecido por convención y
regido por reglas, la metáfora constituye un producto inexplicable
de la misma y un impulso de renovación. Explicar los orígenes de la
metáfora verbal supone remitirse a experiencias visuales, auditivas,
táctiles y olfativas (Eco, 1990: 167-170).
Según Eco, resulta fundamental determinar si la metáfora es una
modalidad expresiva dotada de valor cognoscitivo. No interesa la
metáfora como adorno sino como instrumento de conocimiento, que
añade, no que sustituye. Solo se producen metáforas sobre la base de
un tejido cultural rico, de un universo de contenido ya organizado
en redes de interpretación que determinan semióticamente la
semejanza y la diferencia de las propiedades (Eco, 1990: 170).
Como articuladores de las relaciones sociales, los periódicos
resultan, además de trasmisores y formadores de opinión, muy
eficaces en el proceso de persuasión a través de mecanismos dis-
cursivos que apelan a metáforas conceptuales. En este punto
conviene remitir a la idea de que la metáfora cognitiva proviene de

~ 167 ~
Carmen Susana Cantera

la necesidad de acceder a los sistemas conceptuales que todo ser


humano construye para organizar su universo mental.
Mientras que las expresiones metafóricas aluden a la percepción
que se da a través de los sentidos, la metáfora conceptual es una
entidad puramente mental, abstracta. Esta última supone un patrón
de direccionalidad que va de lo concreto a lo abstracto y ello se
manifiesta en el lenguaje cotidiano y no remite necesariamente a un
recurso estilístico o retórico. En este sentido, los discursos perio-
dísticos se pueden estructurar a través de las metáforas, porque ellas
son recursos cognitivos que enfatizan determinados postulados o
permiten pensar en situaciones nuevas (Meza, 2010).
La gestación de representaciones de la otredad, en particular del
enemigo, se realiza en términos descalificatorios, por lo cual la
comparación con entidades cargadas de significaciones negativas es
constitutiva del proceso y es aquí donde los usos metafóricos adquie-
ren relevancia, tanto para exaltar al ‘nosotros’ como para denostar a
los ‘otros’. El discurso periodístico utiliza estos mecanismos que se
suponen de efectividad pedagógica a la hora de crear opiniones
políticas afines a uno u otro grupo.
Asimismo, y a los efectos del presente análisis, resulta necesario
referir al concepto de representación que, en términos de Chartier
(1992), permite articular tres realidades: las representaciones colec-
tivas, que incorporan en los individuos las divisiones del mundo
social y organizan sus esquemas de percepción y de apreciación;
las formas de exhibición del ser social o del poder político, es decir
la práctica externa manifiesta en ceremonias, ritos, simbologías, y,
por último, la manifestación individual o colectiva de una identidad

~ 168 ~
Los combates por la palabra: representaciones del enemigo en la prensa…

o de un poder dotado de continuidad y estabilidad (Chartier, 1992:


28-30).
La articulaciones de estos modos de significar las representaciones
colectivas requiere comprender que cuando se estudian los procesos
identitarios, ellos se construyen en términos de antagonismos en los
que la relación nosotros/ellos resulta en enemistad porque no
encuentran una base en común a partir de la cual generar un
proceso que, en términos políticos, resulte propositivo. En este
sentido, Chantal Mouffe (2007) diferencia enemigo de adversario,
categoría que considera esencial para la política democrática actual
porque permite resignificar el antagonismo en agonismo, a partir del
reconocimiento de la legitimidad del oponente aunque no se
reconozca la posibilidad de una solución racional al conflicto
(Mouffe, 2007: 26-28). La autora utiliza la noción de «exterioridad
constitutiva» para explicar que la creación de una identidad implica
el establecimiento de una diferencia, por lo tanto toda identidad es
relacional y la diferencia es una precondición de la existencia de tal
identidad, la percepción del ‘otro’ constituye su exterioridad.
En el proceso de configuración de identidades colectivas la crea-
ción de un ‘nosotros’ implica la demarcación de un ‘ellos’. Si esta
relación se vuelve antagónica significa que se hace evidente el
binomio amigo/enemigo, que es una de la formas de expresión que
es constitutiva de lo político. Esto se da cuando se percibe al ‘ellos’
cuestionando la identidad del ‘nosotros’ y, por lo tanto, como una
amenaza. Asimismo las identidades no son estables, ni esencia-
listas, sino el producto de los procesos de identificación (Mouffe,
2007: 22-25).

~ 169 ~
Carmen Susana Cantera

En palabras de Umberto Eco, los enemigos son distintos del


‘nosotros’, poseen otras costumbres, constituyen una representación
de la amenaza porque alguien tiene interés en construirlo bajo esas
pautas. Al enemigo se lo demoniza, es feo y monstruoso pero
constituye una necesidad, forma parte de los procesos civilizatorios
(Eco, 2013: 17-21).
Para el período analizado en el presente trabajo adquiere
relevancia la consideración del enemigo en el marco de la cons-
trucción de la ‘otredad’ sociocultural y política. Prácticas y discursos
se articulaban en torno de la construcción del ‘otro’ enemigo,
caracterizado en sentido negativo para enfatizar la diferencia y la
distancia que los separaba del ‘nosotros’ cuya representación
requería de dotarlo de atributos inexorablemente cargados de
valores inapelables como la libertad y el patriotismo. Quienes no
formaban parte de esas representaciones colectivas eran pasibles del
escarnio, expresado mediante el lenguaje literal o metafórico y
siempre funcional a los proyectos políticos provenientes del
oficialismo o de la oposición.

El enemigo en el discurso colonial y revolucionario

En el Buenos Aires tardocolonial la construcción de discursos de


exclusión estaba connotada por las condiciones generadas a partir
de la crisis del orden imperial y el advenimiento de nuevos concep-
tos, que se imbricaban con las categorías disponibles, propias del

~ 170 ~
Los combates por la palabra: representaciones del enemigo en la prensa…

Antiguo Régimen. Los publicistas reproducían en sus editoriales


pautas de exclusión socioétnicas y, al mismo tiempo, suscribían
ideales defendidos por el pensamiento ilustrado. La construcción de
la ‘otredad’ aún no tomaba el perfil de lo que, en los años siguientes,
se manifestaría a partir de la integración del espacio rioplatense a la
esfera de los conflictos europeos, en especial con las invasiones
inglesas y la acefalía monárquica española provocada por la
incursión de Napoleón en la Península Ibérica (Cantera, 2015).
A partir de la dinámica revolucionaria, se enfatizaron las defini-
ciones y resignificaciones respecto de la ‘otredad’. La extranjerización
y discriminación del español no adicto a la causa de la revolución, así
como la contundencia que adquirió la configuración del enemigo en el
contexto de la guerra caracterizaron esta etapa muy convulsionada
respecto de la confrontación bélica y de un faccionalismo político que
se incrementaba.
El extranjero, un actor social presente en el discurso tardocolonial,
se resignificó en torno del proceso revolucionario y de la guerra, al
tiempo que se gestaban representaciones diferenciales de acuerdo a
los respectivos contextos de emergencia discursivos. Ello da cuenta
de la complejidad de la trama de sentidos con que los protagonistas
del proceso explicaban y comprendían la vertiginosidad de los
sucesos que caracterizaron el proceso revolucionario. El español
peninsular pasó a formar parte del colectivo de los extranjeros, no
solo desde la perspectiva de su pertenencia territorial, sino desde el
plano de su adhesión o no a la causa revolucionaria.
La configuración del peninsular como extranjero se articula con la
representación del enemigo, que sufrió un conjunto de desplaza-
mientos en la diacronía y en la sincronía. El español, en tanto

~ 171 ~
Carmen Susana Cantera

opositor al gobierno revolucionario, se integró al colectivo del


enemigo, al igual que los americanos disidentes que enfrentaban la
propuesta emanada del nuevo gobierno instalado en Buenos Aires.
Cuando estallaron las guerras civiles, el punto de enunciación se
deslizó para descalificar al enemigo interno, aquel que, pese a su
condición de americano, se atrevía a desafiar los valores «patrióticos»
que «defendía» el gobierno porteño. El primer referente del ene-
migo interno fueron los caudillos del Litoral, en especial Artigas,
quien, en una primera instancia, constituyó la garantía de la
expansión de la revolución en un ámbito en el que era importante
la resistencia realista. En la medida en que Artigas se opuso al
centralismo del gobierno revolucionario y proyectó un sistema
confederativo se convirtió en un enemigo a cuya captura se puso
precio (Cantera, 2015).
El triunfo de los caudillos del Litoral sobre Buenos Aires en 1820
constituye una bisagra política y la inauguración de una década
caracterizada por convulsiones internas y externas, así como por
incertidumbres en medio de las dificultades, heredadas de la etapa
previa, para promover una organización estable que enmarcara a la
nueva entidad política que había surgido con la revolución de 1810.

Acefalía, crisis y combate faccioso

La crisis inaugurada en 1820, con la caída del Directorio, habilitó dis-


cursos que fortalecieron la condena hacia quienes se consideraban

~ 172 ~
Los combates por la palabra: representaciones del enemigo en la prensa…

responsables de la situación de acefalía y de confusión política que


afectaba, en especial, a Buenos Aires. El enfrentamiento entre fac-
ciones opuestas fue una característica del período, así como la
proliferación de publicaciones periódicas y la creación de sociedades
literarias que generaban amplios márgenes para la expresión de la
opinión pública.
La guerra iniciada con Santa Fe a partir de 1820 generó discursos
laudatorios a la acción de Buenos Aires y detractores hacia los
líderes regionales. Inmediatamente después de la batalla de Cepeda,
producida el 1 de febrero de 18202, el Congreso envió una nota al
Director Supremo en el que abogaba por la pronta paz con las pro-
vincias del Litoral, lo cual redundaría en la «salvación de la patria» y
el restablecimiento de la cordialidad y confianza recíprocas (Gaceta
de Buenos Aires, 1910, VI: 27)3. En el mismo sentido, el Cabildo
apelaba a la hermandad para sepultar la «horrible discordia». La
derrota del ejército de Buenos Aires por parte de los líderes del
litoral se interpreta como una gran humillación para la capital
portuaria y la prensa periódica reprodujo los escritos que se emitían
desde los bandos en pugna.
La invasión al territorio bonaerense dio lugar a una publicación
extraordinaria de la Gaceta en julio de 1820 en la que se califica de
«aventureros» a los santafecinos, situación que Buenos Aires fina-
lizaría para recobrar su «respetabilidad» y para reivindicar sus
«derechos ultrajados», para lo cual solicitaba la ayuda militar que
pudieran brindar las fuerzas de la campaña (Gaceta de Buenos Aires,
1910, VI: 229). La crisis política subsiguiente, agravada con la caída
del Directorio, habilitó un discurso denostativo hacia los llamados

~ 173 ~
Carmen Susana Cantera

«anarquistas» que ejercían «depredaciones» en el territorio


bonaerense.
Unos meses más tarde, en octubre de 1820, y dentro del mismo
contexto de las guerras instaladas en el Litoral, la Gaceta publicó
sendos oficios de los gobiernos de San Juan y Mendoza en los que
Carlos de Alvear y José Miguel Carrera son definidos como «los
monstruos de los funestos males», «opresores de la libertad». A ellos
se sumaba la complicidad de López, gobernador de Santa Fe4. Al
mismo tiempo, el pueblo de Buenos Aires se presenta como víctima
de los «proyectos de la criminal ambición de los proscriptos
americanos» (Gaceta de Buenos Aires, 1910, VI: 268-269). De este
modo, Cuyo se ponía a la par de Buenos Aires en su condición de
víctima que sufría los perjuicios de la «arbitrariedad» y de las «as-
piraciones insidiosas». Los efectos generados por la crisis política se
reiteran en la producción periodística oficial una vez culminado el
«infausto» año veinte.

Acabó por fin el infausto año 20, que será marcado con piedra
negra en los anales de nuestra revolución. Gracias a Dios que no
hemos sido sepultados en el abismo de desgracias, que se abrió
delante de nosotros. Gracias a los ciudadanos fuertes y virtuosos,
que han trabajado por salvar la Patria de la anarquía, y por
restablecer el orden público. Infamia y reato eterno a los autores
de tan grandes males. Jamás será pronunciado su nombre sin
indignación y nadie podrá dolerse de los desastres, ruinas y
trastornos de este fatal año 20 sin identificarlos con la execración
de su memoria (Gaceta de Buenos Aires, 1910, VI: 347).

Las observaciones de la Gaceta se replican a los efectos de advertir


que la posteridad titularía a ese momento como «gobierno de los
monstruos». Frente a la confusión y destrucción que generó el «furor

~ 174 ~
Los combates por la palabra: representaciones del enemigo en la prensa…

anárquico», se levantaba la voz de la «razón», de la «justicia» y de la


«patria», valores abstractos e inapelables, que defendían los «buenos
ciudadanos», identificados con el ‘nosotros’ (Gaceta de Buenos Aires,
1910, VI: 353).
En el mismo sentido, Martín Rodríguez, gobernador de Buenos
Aires desde septiembre de 1820, emitió una proclama destinada a
los hijos y habitantes de la ciudad portuaria en la que reiteraba la
humillación a la que había sido sometida Buenos Aires por parte del
«imperio de los monstruos» y la inminente amenaza del jefe
entrerriano Francisco Ramírez cuya «alevosía» descargaba contra
ella (Gaceta de Buenos Aires, 1910, VI: 413-414).
Lo que subyace a estas formas discursivas es la relación de fuerzas
que caracteriza los conflictos internos. El foco de atención pe-
riodística ya no es la guerra contra un oponente externo: los
españoles, sino que cada grupo exhibe argumentos similares para
detractar al enemigo político interno. La «anarquía», como sinónimo
de «desorden», era la que propiciaba un sistema destructor de la
«patria», concepto que adquiere connotaciones simbólicas y cuya
defensa se arrogaba cada facción. La prensa periódica contribuía a
fomentar el discurso maniqueo que, en el caso de la Gaceta, se ocupó
de denostar las manifestaciones de federalismo, asociado a la
«maldad» y a la «ignorancia». Los líderes regionales son desauto-
rizados y descalificados por un discurso que los presenta como la
personificación del «mal», lo cual inhabilitaba cualquier propuesta
política que emanara de ellos.
Ramírez, López, Artigas, Carrera o el propio Güemes se incluyen
en ese colectivo de los «tiranos», cuyo «plan diabólico» atentaba
contra los «ciudadanos de bien». La Gaceta reproduce, en julio de

~ 175 ~
Carmen Susana Cantera

1821, un oficio por parte del nuevo gobierno de Salta que celebraba
la muerte de Güemes y la carta de un «sujeto respetable de Córdoba»
a otro de Buenos Aires en la que identifica como «facinerosos» a
Güemes y a Ramírez.

Oficio del nuevo gobierno de la provincia de Salta


Al cabo la Patria ha enjugado las lágrimas, que le hizo verter un
hijo ingrato, oprobio del sud: llegó el feliz día en que terminaron
sus execrables excesos que horrorizan el corazón más helado:
sacudió en fin esta provincia el abominable yugo del cruel
Güemes, monstruo entre los tiranos a esfuerzos de sus
incontrastables sentimientos (...) Y queda éste por clamor general
de todo el pueblo, tropas y campaña, arrojado de la magistratura
que no merecía y borrado en él todo el catálogo de ciudadano e
indigno de la menor indulgencia (Gaceta de Buenos Aires, 1910, VI:
554).

La negación y el borramiento formaban parte de un proceso que


les quitaba identidad como hombres y como ciudadanos, identi-
ficarlos como «monstruos» implicaba negarles la condición humana
y, por lo tanto, inhabilitar cualquier manifestación de elogio o
reconocimiento a su persona, aun cuando en etapas previas la acción
de Güemes había resultado esencial a los efectos de la política del
gobierno revolucionario.
En el mismo sentido, «El Correo de las Provincias»5 publicaba
noticias de Salta. Entre diciembre de 1822 y enero de 1823, se
reprodujo un escrito cuyo autor firma como un «vecino de Salta», en
el que expone los hechos sucedidos desde el ascenso al gobierno de
Güemes en 1815 hasta su muerte. «Ferocidad», «malicia», «tiranía»,
«saqueo», «asesinato», «desolación», «codicia» y «venganza» forman
parte de la descripción del panorama de la región como consecuen-

~ 176 ~
Los combates por la palabra: representaciones del enemigo en la prensa…

cia de las prácticas políticas impulsadas por Güemes. Su muerte, a


manos de los realistas a fines de 1821, habilitó la posibilidad de
emitir una serie de improperios, referidos a su persona y a su
gestión como gobernador, que constituyen una expresión de los
enfrentamientos y cruces de poder que se producían en Salta y que
el periódico porteño reprodujo a fin de enfatizar una representación
negativa de los efectos de la crisis y de la fragmentación política que
se había iniciado con la caída del Directorio en 1820.

Señores: he sido testigo de la ferocidad y de la malicia que han


asolado la provincia de Salta desde el año 15, que cayó en manos
del malvado Güemes: he visto en ejercicio todas las pasiones de
que son susceptibles las almas bajas, nacidas para la maldad: he
presenciado la persecución de la virtud y la protección del vicio;
y me he horrorizado muchas veces sobre la miseria de los
hombres que han insultado allí lo más sagrado y respetable,
todos los principios sociales y la existencia misma del género
humano. Los conatos patrióticos de aquella desgraciada
provincia, han sido convertidos en propia ruina y opresión, por la
patraña, la detracción y la rapacidad (El Correo de las Provincias,
1960, X: 9095).

Los sentidos que se adjudican a la crisis de acefalía incluyen la


denostación hacia un líder regional, Güemes, que se había man-
tenido como un aliado para el gobierno revolucionario en los
momentos más aciagos de la guerra contra España. Sin embargo, en
medio de la crisis interna, los líderes regionales pasaron a formar
parte de un colectivo «peligroso» y execrable. Cada referencia a las
provincias del Interior o del Litoral, incluida la Banda Oriental,
alude a la necesidad de restablecer el «orden», la «prosperidad» y la
«libertad», asociados al «nosotros», contra la «anarquía» que había

~ 177 ~
Carmen Susana Cantera

propiciado la ruina política y económica de las regiones y de la


propia Buenos Aires. Esta se arroga la tarea de restaurar una
situación que había sido alterada por la acción de los ‘otros’, los
enemigos que personificaban los males y que, por ende, debían ser
destruidos para preservar a la «nación».
En medio de las disputas al interior del Congreso Constituyente,
reunido a partir de 1824, El Nacional6 publicó, fragmentariamente
durante varios números, el relato de un episodio que refiere a la
situación presentada en Córdoba cuando, entre febrero y marzo de
1825, Juan Bautista Bustos desconoció la elección del nuevo gober-
nador y se hizo reelegir, no por parte de la Sala de Representantes,
sino por un conjunto de electores nombrados para constituirla. El
hecho se percibía como la manifestación de un movimiento anár-
quico, que «ultraja a la nación» e «insulta» al Congreso. El suceso se
califica como un «atentado ilegal» y «monstruoso» gestado a partir
de «maniobras subterráneas» que prepararon una obra propia de
las «tinieblas».

¿Cómo era pues posible que nosotros le temiésemos? No; jamás


pudo ocurrirnos que Bustos y el colegio de electores perpe-
trasen un escándalo tan original por su monstruosidad y que no
se halla aún escrito en el diccionario de los crímenes políticos.
(…) porque estos son los elementos de que se compone, y las
armas con que pelea un madriguera tan miserable de
bandoleros políticos; tampoco nos ha dado cuidado, lo hemos
condenado todo al desprecio e ignominia que merece (…) la
historia de los absurdos no presenta un ejemplo semejante; mas
ello ha sucedido y ya tenemos derecho para no esperar ningún
bien y temer todos los males (…) haremos en el siguiente
número las reflexiones que ella ofrezca salvando el respeto
debido a la benemérita provincia de Córdoba, en cuyo seno

~ 178 ~
Los combates por la palabra: representaciones del enemigo en la prensa…

parece haber abierto el infierno un boquerón horrible, para


vomitar tanto demonio empeñado en consumar su degradación
y su ruina (El Nacional, 1960: 9485-9486).

El Nacional reconoce a Córdoba como centro de la civilización y de


la cultura. Sin embargo, se habían quebrantado las leyes y dado
lugar a un «movimiento anárquico» que merecía la más contundente
de las represalias. La legitimidad política constituye un valor acredi-
tado en medio de las disputas de poder que sacudían al interior y a
Buenos Aires. La cita precedente da cuenta de ello y de la necesidad
de exacerbar los descalificativos hacia el ‘otro’ enemigo en un
momento de profundas tensiones que manifestaban la imposibilidad
de lograr la estabilidad de un orden político que superara la
provisionalidad que había caracterizado a los gobiernos rioplatenses
desde 1810.

Los combates por la palabra entre la prensa unitaria y federal

Nora Souto (2009) afirma que, durante el siglo diecinueve, en las


ediciones del diccionario de la lengua española, las acepciones de
partido y facción permanecieron inalterables. Ambas refieren a par-
cialidades o grupos de personas y, mientras la segunda contiene
notas negativas, la primera no las posee. La facción registra un
carácter nocivo y se asocia a «gente amotinada». La cultura política
del mundo atlántico, por su parte, valoraba la idea de unidad y
rechazaba los partidos o facciones. Sin embargo, las disputas fueron

~ 179 ~
Carmen Susana Cantera

frecuentes. En las mismas cada partido/facción se asumía como


defensor del interés público y acusaba al adversario de perseguir
intereses privados (Souto, 2009: 1-5).
Por su parte, Hilda Sábato (2011) reflexiona sobre el impacto
historiográfico que el término facción ha adquirido para el análisis
del siglo diecinueve, en especial a partir de las contribuciones de
Tulio Halperin Donghi, quien convierte un concepto utilizado en la
época en una categoría analítica autónoma. Sin embargo, la propia
Sábato (2014) se pregunta sobre la productividad del uso de la
palabra «facción» en la investigación historiográfica y considera que
resulta difícil desprenderse de la carga negativa que el término tenía
en la época. Para la autora se corre el riesgo de subsumir en una
definición un conjunto diverso de formas de organización política
que se dieron durante el siglo diecinueve. Además, el concepto suele
recuperar su noción de división primigenia y, de este modo, su
utilización desalienta las preguntas en torno del funcionamiento de
las diferentes agrupaciones políticas que tomaron forma en el
período posterior a Caseros (Sábato, 2014: 110-111).
Esta consideración de Hilda Sábato es citada en el aporte de
Ignacio Zubizarreta (2015), cuando analiza los cuestionamientos que
en el campo historiográfico se han producido en torno de la uti-
lización del término «facción» para estudiar diferentes propuestas
políticas vigentes entre el proceso independentista y la conformación
de los partidos políticos modernos a fines de siglo. Zubizarreta
define de manera concisa el concepto «facción» como una «agru-
pación de individuos que se concentra y conforma una coalición
temporal con el objeto de lograr uno o varios fines determinados a
través de distintas modalidades de participación». Si bien las

~ 180 ~
Los combates por la palabra: representaciones del enemigo en la prensa…

facciones no guardan una jerarquía orgánica, contiene escalas no


formales que remiten a la voluntad de un líder (Zubizarreta, 2015:
45-46). Según el propio Zubizarreta, esta definición puede resultar
limitante cuando se analizan, por ejemplo, los comportamientos de
los unitarios que carecían de un líder carismático. Muchos his-
toriadores han complejizado la utilización del concepto y el autor
concluye que la perspectiva facciosa no puede minimizar intereses
ideológicos y motivaciones de diferentes actores políticos y que, si
bien durante todo el siglo diecinueve existieron comportamientos
facciosos, ellos no fueron exclusivos ni excluyentes de otras prác-
ticas políticas.
Para el período analizado en el presente trabajo conviene remitir a
la afirmación de Marcela Ternavasio (2002) acerca de que fue entre
1824 y 1825 cuando la distinción entre «ministeriales» y «oposición»
se hizo más profunda. Las respectivas denominaciones no aludían a
otros rasgos identitarios más allá de lo que significaba defender, o
no, la posición del gobierno (Ternavasio, 2002: 116). Sin embargo,
cada facción era definida y calificada por la prensa de acuerdo a
otros parámetros o bajo argumentos que apelaban a rasgos dife-
renciales más profundos.
La lucha contra los «anarquistas» durante los procesos eleccionarios
es una de las manifestaciones del enfrentamiento faccioso en el
territorio bonaerense y de la toma de posición de la prensa periódica
respecto del mismo. Por una parte, los periódicos afines al gobierno
rivadaviano generaban acusaciones hacia la facción contraria y se
embanderaban con los atributos de la «libertad», de la «felicidad
pública» y de la «fuerza moral» propias del «nosotros» que, por
oposición, generaba las condiciones negativas de los ‘otros’, «ene-

~ 181 ~
Carmen Susana Cantera

migos de la libertad». Los enfrentamientos discursivos se dan en


términos dicotómicos, maniqueos, que no ofrecen lugar para
explicitar las posiciones intermedias o las disputas existentes al
interior de cada facción.
Desde 1810 la guerra formaba parte de la experiencia cotidiana, al
tiempo que se instituía como metáfora de la lucha producida en el
ámbito de los lenguajes. En el segundo número de El Nacional del 30
de diciembre de 1824, en la sección denominada «Periódicos», se
anticipa el «combate» que se libraría con las publicaciones prove-
nientes de la facción federal. Se alude especialmente a El Argentino,
uno de cuyos redactores era Manuel Dorrego y que fue editado
entre diciembre de 1824 y el mismo mes de 1825.
El Nacional expone su descontento por la publicación de El
Argentino, al que acusa de «haber descargado una gran tormenta de
escritores». De este modo, se enfatiza un combate por la palabra que
reproduce las disputas facciosas que caracterizaban las discusiones
al interior del Congreso Constituyente reunido desde fines de 1824.
Las alusiones a la guerra de opinión prevalecen en el discurso
periodístico, que no omite epítetos denostativos para referirse al
adversario político.

El Argentino tuvo el talento de ocultarnos en el primer número


su profesión política, o la pierna de que cojeaba; pero en el
número segundo ¡Santa Bárbara! Se ha desenvuelto como el
Alonso de la antigua oposición. No es lo peor esto: lo peor es que
sin saludarnos siquiera con un ¡buenos días compañeros! ha
enristrado la garrocha, partido con denuedo hacia nosotros (…)
con más coraje que el que sería necesario en una plaza de toros.
Estamos por lo tanto provocados para el combate: nos batiremos
y de firme, dejándole siempre escoger el armamento (El Nacional,
1960: 9312).

~ 182 ~
Los combates por la palabra: representaciones del enemigo en la prensa…

El entorno semántico de la metáfora bélica está constituido por


lexemas que organizan el discurso en términos de guerra:
«armamento», «provocación», «coraje», «combate», «arena», «ataque»
son algunas de las expresiones que permiten comprender que el
espacio político se constituye en un campo de batalla en el que
también se miden las relaciones de fuerza. Detentar la palabra a
través de la prensa periódica permitía esgrimir argumentos que se
presentaban como irrebatibles en la contienda discursiva. Combatir
al ‘otro’ se instituye en una práctica que no solo implicaba la lucha
cuerpo a cuerpo en el campo de batalla sino que involucraba
relaciones simbólicas expresadas en la beligerancia de un lenguaje
dotado de un bagaje conceptual compartido al que cada fuerza
política recurre para inhabilitar la postura de su enemigo.
El 31 de marzo de 1825 El Nacional expresa su opinión en contrario
respecto de las acusaciones del periódico federal El Argentino con
motivo de las elecciones legislativas. Según la prensa oficialista, la
«exaltación» frente a la derrota eleccionaria lo hace desacreditar al
partido ganador y acusar al acto comicial de «ilegal».

El Argentino está tan exaltado, que en nada repara: se olvida de


que la totalidad de votos que obtuvieron los opositores, para la
formación de las mesas, no fue ni la ducentésima parte de lo que
obtuvieron sus contrarios; y que así, si fuera cierto lo que dice, lo
que esto probaría sería que los opositores son tan pocos y tan sin
opinión, que soldados, carreteros, y españoles atemorizados, han
bastado a confundirlos tan vergonzosamente. Mientras más se
esfuerce el Argentino en desacreditar a sus contrarios (…) aún
hay descaro para clamar coacción, atemorizamiento, ilegalidad,
cuando no ha podido notarse el menor vicio en las elecciones,
cuando no ha quedado hombre decente que haya votado (…) el
mismo que se ha esforzado en incitar el bárbaro furor, que

~ 183 ~
Carmen Susana Cantera

produjo la revolución del 19 de marzo de 1823, sin trepidar en


emplear los mismos vergonzosos medios (…) tal es el partido que
ahora insulta a todo un pueblo (El Nacional, 1960: 9464).

Por su parte, las manifestaciones del federalismo también se


exponen a través del periódico El Tribuno7, que identifica a la
oposición como «anarquista». Durante las reuniones del Congreso
Constituyente, se produjeron debates que reeditan los enfrenta-
mientos facciosos y permiten perfilar con mayor claridad las
tendencias en pugna. Por un lado, quienes bregaban por un
proyecto de organización bajo un sistema de unidad política y, por
otro, las diversas manifestaciones confederales, una de cuyas voces
fue la de Manuel Dorrego quien, no solo se expresaba en las
discusiones del Congreso, sino a través de las ediciones de El
Tribuno. En el primer número del periódico, en octubre de 1826, se
publicó un editorial que advertía a los «aristócratas» y a los «logio-
oligarquistas» acerca de la intención de iniciar una publicación que
ayudara a enfrentar sus «ambiciones» y evitar que «dominen» en
lugar de «proteger» y que «destruyan» en lugar de «crear» (Del
Solar, 1907: 221-222).
Los atributos con los que se presenta El Tribuno a la opinión
pública aseguraban que sería el garante contra el «servilismo» y
contra la «animosidad», al mismo tiempo que destacaba su rígida
imparcialidad. El Tribuno «sale a campaña» para denunciar, aunque
sin un plan prefigurado, ante el tribunal de la «opinión pública»,
«los ataques contra las libertades, los derechos y la voluntad general
de los pueblos» que propiciaban los «unitarios» (del Solar, 1907: 225-
227). El periódico refiere a la libertad de opinión aunque «para cierta
clase de reptiles El Tribuno será un anarquista, un desorganizado».

~ 184 ~
Los combates por la palabra: representaciones del enemigo en la prensa…

Sin embargo, aclara que lo más importante era que para «otras gen-
tes será el defensor clásico de la libertad» (El Tribuno, 1826: 3).
En el número 13 del 22 de noviembre de 1826, El Tribuno pretende
«enmudecer» a su contrincante El Mensajero Argentino8 con quien
mantenía una disputa política que se hizo evidente en las sucesivas
ediciones de ambos periódicos.
En el año 1827, El Tribuno inició la edición de su segundo tomo y
redobló su advertencia a la facción contraria sobre una base de
adhesiones por parte de suscriptores y corresponsales que habían
acompañado la defensa de las garantías sociales, la denuncia de la
infracción a las leyes, los ataques a los abusos y arbitrariedades y la
defensa de la «causa de los pueblos», principales motivos del esfuer-
zo de la publicación que combatía al «despotismo», a la «anarquía»,
a las «pasiones innobles» y a los «manejos subterráneos» (Del Solar,
1907: 232-233).
En la edición del 10 de febrero de 1827, el periódico federal se
dirige al «servil mensajero», «miserable», «parásito del poder» y
«trompetero» de la facción unitaria por haberlo acusado del plagio.
En el mismo número se hace referencia a que El Tribuno había
criticado de torpe y anti política la conducta de El Mensajero porque
había «deprimido» al régimen monárquico con una manía ultra
republicana. Sin embargo, el periódico federal considera que la
«tolerancia» a las diversas formas de gobierno posibles era un efecto
de la «civilización» y es lo que defiende en este artículo, en especial
para propiciar las relaciones amigables con los «poderes europeos»,
particularmente con la monarquía inglesa que había sido la primera
en reconocer la «independencia» de estos territorios (El Tribuno,
1826‐1827: 489-496). Este intercambio entre los periódicos se daba en

~ 185 ~
Carmen Susana Cantera

medio de las disputas por la Banda Oriental con el Imperio de Brasil,


cuyo sistema monárquico cuestionaba El Mensajero.
En la dinámica de la disputa periodística El Tribuno se extiende
sobre la conceptualización de «anarquía», término reiteradamente
aludido tanto por la prensa unitaria como por la federal. Frente a
las acusaciones de «anárquicos» que el gobierno profería contra los
federales, lo cual se asimilaba al caos y a la confusión, el periódico
acusaba de propiciar la anarquía a quienes atentaban contra la
«opinión pública». En el número 41, del 28 de febrero de 1827, se
propone ilustrar al público sobre el «verdadero y genuino» valor
de la palabra «anarquía». Si bien se reconoce que cada facción
inventa apelativos para «deprimir» a los rivales, resulta útil produ-
cir una aclaración conceptual sobre la «anarquía». Esto permitiría
disuadir a los «extraños» que leían periódicos «militares» acerca de
que la «República Argentina era una reunión de anarquistas y
traidores constantemente ocupados en devorarse los unos con los
otros» y, en segundo término, poner «al pueblo» en conocimiento
de quiénes eran los verdaderos anarquistas a pesar de sus
«disfraces» y «lenguajes».
El Tribuno remite a la revolución de 1810 y afirma que la misma
había sacado a la luz «seres abyectos e inmundos», cuya experiencia
en la «intriga», el «engaño», la «bajeza» y la «perfidia» los ubicaba en
la vanguardia de los «anarquistas».

Estos hombres, una vez puestos en carrera, acostumbrados a


vivir del bolsillo, ya del gobierno, ya de su partido, son como los
veteranos de aquella vieja guardia que no contaba soldados con
menos de quince batallas. Ellos forman la vanguardia de los
anarquistas porque para ellos todo es lícito, todo grande y

~ 186 ~
Los combates por la palabra: representaciones del enemigo en la prensa…

glorioso, con tal que se deje un campo bastante al ejercicio de sus


aptitudes (Del Solar, 1907: 330-331).

Por detrás de esta «vanguardia» de «anarquistas», el periódico


realiza una extensa enumeración de quiénes merecían ese mote.
Algunos eran «aspirantes serviles» que se elevaban mediante la
«baja intriga»; otros eran «anarquistas reforzados» que prometían
«felicidades irrealizables»; y otros hablaban un «lenguaje profé-
tico» mientras se recomendaban a sí mismos como salvadores (del
Solar, 1907: 328-335). La lista descriptiva continúa aunque se evita
identificar con nombre propio o personalizar a quienes define
como «anarquistas». Es evidente que su punto de enunciación es el
de la oposición al oficialismo y, en especial, al centralismo que
había prevalecido en el Congreso. Se apropia de lexemas claves y
sensibles, como «pueblo», «patria», «libertad», «verdaderos patrio-
tas», para sustentar un argumento de defensa de esos valores que
no pudiera ser fácilmente rebatido frente a las connotaciones
negativas que poseía la «anarquía» en el bagaje conceptual
disponible en la época.

Consideraciones finales

De acuerdo con la afirmación de Palti (2007), el interés histórico por


el siglo diecinueve radica en que se trata de un momento de refun-
dación e incertidumbre donde nada era cierto y estable. De allí la
necesidad de penetrar el universo conceptual en que la crisis de

~ 187 ~
Carmen Susana Cantera

independencia y posterior proceso de construcción de los Estados


tuvo lugar. Por lo tanto resulta imprescindible problematizar el
modo en que se fueron reformulando los lenguajes políticos para
comprender aspectos históricos más generales. Palti afirma que la
nueva historia intelectual permite comprender el lenguaje político
de una época no solo a partir del análisis de los cambios de sentido
que sufren las categorías, sino que es necesario penetrar la lógica de
las articulaciones, como se recompone el sistema de sus relaciones
recíprocas (Palti, 2007: 13-16).
En el espacio de la prensa periódica, la construcción y resignificación
de representaciones de la otredad se articulan interdiscursivamente
en función de generar adhesiones cívicas a un proyecto político que
incluía, necesariamente, la crítica y el desprecio hacia quienes se
oponían. De este modo se fortalecían operaciones discursivas de
largo aliento cuya manifestación material podía alcanzar rasgos di-
ferenciales pero que respondían a un mismo proceso de generación
de apoyos explícitos mediante estrategias de pedagogía cívica.
Las discusiones exhibidas en la prensa manifiestan un combate
por la hegemonía de la palabra en un contexto político crítico y
plagado de incertidumbres. La guerra desarrollada en el campo de
batalla se extiende a la confrontación enunciada en la prensa escrita
y en otros ámbitos letrados. La profusión de publicaciones y aso-
ciaciones literarias durante la década de 1820 estimulaban esas
luchas que, con un bagaje conceptual compartido, apelan a idénticos
descalificativos para referirse a la facción opositora, devenida en el
enemigo a combatir a partir de la desautorización permanente de su
palabra. El lenguaje literal y metafórico constituye el arma con la
cual cada facción manifiesta la confrontación con el ‘otro’,

~ 188 ~
Los combates por la palabra: representaciones del enemigo en la prensa…

identificado con una adscripción política que se desautoriza en


función de elogiar e imponer la propia.
Según la consideración de Umberto Eco (1972), el estudio de la
metáfora tiene un valor cognoscitivo que resulta fundamental a la
hora de indagar las manifestaciones de una cultura expresadas a
través del lenguaje. La prensa periódica apela a la metáfora como
estrategia discursiva porque supone un componente pedagógico
que enseña sobre las acciones a seguir y las actitudes a adoptar
frente a quienes se instituyen como los ‘otros’ enemigos. El combate
incluye la arena política como un espacio de confrontación donde
los lenguajes pueden identificarse con los utilizados en el ámbito
específicamente bélico. El análisis y la comparación interdiscursiva9
permiten advertir que cada facción genera dispositivos que excluyen
a la contraria a partir de redes de significación que enfatizan la
descalificación hacia los ‘otros’, en función de crear las bases de la
propia identidad política.
Tanto el lenguaje literal como el metafórico manifiestan una guerra
de opinión que contiene, semánticamente, los mismos componentes
que el enfrentamiento bélico. La descalificación del ‘otro’ como un
monstruo execrable, que merece un castigo ejemplar, contribuye a
sustentar formas identitarias que adquieren connotaciones especí-
ficas de acuerdo al punto de enunciación de los textos.
La comparación en términos conceptuales produce la direc-
cionalidad desde lo más concreto, las acciones detestables atribuidas
al enemigo, a lo más abstracto, los valores identificados con la
libertad de la patria. El ‘otro’, «bárbaro» y «monstruoso», no podría
reconciliarse nunca con esos valores inapelables de los que se
apropia cada enunciador a los efectos de sustentar las bases

~ 189 ~
Carmen Susana Cantera

identitarias sobre las cuales fortalecer las representaciones de un


nuevo Estado que no lograba instituirse de manera perdurable. El
discurso periodístico apela a mecanismos que habilitan opiniones
políticas favorables a determinada facción, cuya identidad se
construía por oposición al ‘otro’ enemigo, una representación
negativa que justificaba el combate en el campo de batalla pro-
piamente dicho y en los espacios de confrontación discursiva.
La metáfora conceptual actúa entonces como un recurso que
contiene, en palabras de Umberto Eco, un valor cognoscitivo que
permite ampliar las redes de significación construidas por el
discurso periodístico que, como articulador social, contribuye a
generar una opinión pública comprometida e imbricada con los
procesos creadores de las identidades políticas.

Notas

1 Entre diciembre de 1824 y abril de 1826 fue editado El Nacional, periódico


oficialista, afín al grupo rivadaviano, en cuyas páginas es posible encontrar
editoriales y artículos que referencian su propia adscripción política y
generan respuestas a su oponente en el mundo de la prensa periódica, El
Argentino, uno de cuyos principales redactores era Manuel Dorrego y que
fuera editado entre diciembre de 1824 y el mismo mes del año siguiente.
Entre octubre de 1826 y agosto de 1827 se editó El Tribuno, escrito por Pedro
Feliciano Cavia, Manuel Moreno, Manuel Dorrego y otros miembros de la
facción federal. Las dos ediciones semanales atacaban implacablemente a
Rivadavia y al Congreso. Por su parte, desde la facción contraria, el periódico
federal era interpelado por El Mensajero Argentino, órgano periodístico de los
unitarios editado entre noviembre de 1825 y julio de 1827.
2 Los enfrentamientos entre Buenos Aires y el Litoral recrudecieron en 1820
luego de que el fallido intento constitucional de 1819 impulsara a los
caudillos a invadir territorio bonaerense y derrotar al ejército directorial en la
batalla de Cepeda en febrero de 1820.

~ 190 ~
Los combates por la palabra: representaciones del enemigo en la prensa…

3 La Gaceta de Buenos Aires se editó entre junio de 1810 y 1821 y constituyó el


periódico oficial de los gobiernos revolucionarios. Sus redactores en los
primeros años fueron: Mariano Moreno, Bernardo de Monteagudo, Gregorio
Funes, Pedro Agrelo, Vicente Pazos Silva y Manuel García, todos ellos activos
protagonistas de las distintas facciones que se disputaban el poder. Durante
el gobierno del Primer Triunvirato, en marzo de 1812, y por iniciativa de
Rivadavia tomó el nombre de Gaceta Ministerial con lo cual se generaron
pugnas de opinión respecto de la libertad de imprenta entre los editores
morenistas como Bernardo de Monteagudo. La Gaceta retomó su nombre
original en 1815 y cerró definitivamente en septiembre de 1821.
4 Luego de su exilio de tres años en Río de Janeiro, en 1819, Alvear se unió al
chileno José Miguel Carrera y a otros opositores al gobierno directorial. Ambos
unieron sus fuerzas a Estanislao López y a Francisco Ramírez. Para una
ampliación del carácter de los enfrentamientos cfr. Di Meglio, 2014: 170-175.
5 El Correo de las Provincias se dedicaba especialmente a difundir noticias de las
regiones del interior. El 19 de noviembre de 1822 comenzó a publicarse este
periódico quincenal editado por Fortunato Lemoyne, un periodista pro-
veniente de Chuquisaca que ya había redactado otra publicación El año veinte,
afín a la política rivadaviana. El Correo de las Provincias se editó durante cinco
meses y culminó con el número 17, el 10 de abril de 1823.
6 El Nacional fue editado entre diciembre de 1824 y abril de 1826 por Valentín
Alsina y Pedro Feliciano Cavia. Manifiesta un profundo compromiso con el
oficialismo y no escatima improperios hacia la prensa federal.
7 Entre octubre de 1826 y agosto de 1827 se editó El Tribuno, escrito por Pedro
Feliciano Cavia, Manuel Moreno, Manuel Dorrego y otros federales. Las dos
ediciones semanales atacaban implacablemente a Rivadavia y al Congreso. Se
ha consultado la selección de Alberto del Solar (1907) y algunos números del
periódico que posee el Museo Mitre.
8 El Mensajero Argentino se editó entre noviembre de 1825 y julio de 1827. Sus
redactores fueron: Juan Cruz Varela, Agustín Delgado, Valentín Alsina y
Francisco Pico. Su compromiso con el oficialismo lo enfrentó con la prensa
federal, especialmente con El Tribuno.
9 Mozejko y Costa refieren a la diferencia entre intertextualidad e inter-
discursividad. Mientras que la primera se aplica a la presencia de un texto en

~ 191 ~
Carmen Susana Cantera

otro, por ejemplo mediante una cita explícita, la segunda refiere a la inclusión
de rasgos específicos de una formación discursiva en otra. La presencia de
otros textos u otras formaciones discursivas en un texto sometido al análisis
permite plantear la problemática sobre los modos de circulación de discursos.
Estos no poseen capacidad de acción independiente sino que su movilidad se
inscribe en el conjunto de opciones que realiza el agente en el proceso de
producción (Mozejko y Costa, 2000).

~ 192 ~
Las guerras civiles en la clausura: el monasterio de
San José de Córdoba (1829‐1831)
Ana Mónica Gonzalez Fasani

A partir de la renovación historiográfica sobre la historia de la


Iglesia propuesta por Roberto Di Stefano y Loris Zanatta
(2000), se abrió el camino a una serie de investigaciones que tomaron
como tema central los cambios y/o transformaciones que la
revolución y la independencia imprimieron sobre el clero tanto
secular como regular masculino1 y femenino (Fraschina, 2010; Nieva
Ocampo, 2010). Sin embargo, aún se adeudan estudios que analicen
el impacto de la guerra sobre las comunidades de regulares. Esta
investigación pretende ir llenando ese vacío.
Se ha elegido para este estudio de caso uno de los dos monasterios
de monjas de clausura de la ciudad de Córdoba, el de San José, para
monjas carmelitas, durante los convulsionados años de las guerras
civiles y el gobierno de José María Paz.
Lo que el trabajo procura es detenerse en un doble registro del
impacto de la guerra sobre la comunidad. Por un lado, uno que ha
sido mucho más estudiado, el económico y sus implicancias en la
vida de clausura. Por otro, uno menos abordado que es el político,

 Departamento de Humanidades, Universidad Nacional del Sur.

~ 193 ~
Las guerras civiles en la clausura: el monasterio de…

abarcando aspectos como el respeto a la clausura, la resignificación


del monasterio en la ciudad, y la permeabilidad de sus muros que
permiten que se filtre la política partidista.
Las fuentes con las que se cuentan son los libros de profesiones y
elecciones que se encuentran en el archivo del monasterio, y los
documentos que pueden consultarse tanto en el Archivo Histórico
Municipal como en el Archivo del Arzobispado de Córdoba.

El convento de las teresas en las primeras décadas del siglo XIX

Corría el año 1829 y la madre priora María Gregoria de los Dolores


estaba sumamente preocupada por las cosas que ocurrían dentro del
claustro y también por las noticias que le llegaban de afuera. María
Gregoria era una mujer de 52 años que había vivido desde los 22 en
la clausura. Hacía treinta años ya que compartía su vida entre rezos
y meditaciones junto a otras mujeres que, como ella, habían decidido
consagrarse a la religión. Proveniente de San Salvador de Jujuy, era
hija de un rico comerciante de mulas, don Juan Bautista Arismendi y
de doña María Manuela Iturbe (Paz, 1999: 45-68).
Las religiosas del monasterio de San José para carmelitas descalzas
provenían, en su mayoría, de las élites del Tucumán aunque, en
otros tiempos, antes de la apertura de los dos conventos en Buenos
Aires, el capuchino y el dominico2, se podían encontrar numerosas
porteñas o santafesinas. Desde los inicios de la Orden, las cons-
tituciones previeron una comunidad poco numerosa, no más de

~ 194 ~
Ana Mónica González Fasani

veinte religiosas entre las de velo negro y blanco3, y fue este el


número que se mantuvo en el de Córdoba, casi sin variaciones,
desde que se levantara. Además, debía respetarse la proporción de
una monja lega cada siete de coro.
El convento de las teresas, como se lo denominaba comúnmente,
era una institución que databa de inicios del siglo XVII. Había sido
establecido en 1628 por don Juan de Tejeda y Miraval, vecino
feudatario, hijo de conquistadores y fundador de unos de los linajes
más notables de la ciudad junto con el de los Cabrera (Lobos, 2009;
Luque Colombres, 1980; Moyano Aliaga, 1990). Durante dos siglos
cobijó a lo más granado de la sociedad. Hijas y nietas de con-
quistadores, de capitanes y funcionarios, dedicarían su vida a la
contemplación. Córdoba alzaba orgullosa sus dos monasterios
femeninos lo que, sin duda, conllevó al aumento de su prestigio.
Ambos cenobios cumplían una función social, la oración, es decir,
garantizaban con sus prácticas litúrgicas y sus rezos continuos la
seguridad de los habitantes de Córdoba y de toda la región, amén de
cumplir una labor económica muy importante (González Fasani,
2010: 697-721; 2011: 141-163).
Entre las mujeres que convivían en el cenobio había algunas de
bastante edad así como jóvenes novicias en formación que
aguardaban su profesión solemne. En los primeros treinta años del
siglo XIX la cantidad de ingresos al monasterio se mantuvo al
mismo nivel que en los siglos anteriores4. Siempre hubo jóvenes que
se encargaron de reponer en San José la presencia de la categoría de
monja servicial o de velo blanco. La primera en profesar fue María
Luisa del Santísimo Sacramento5, en 1801 y fue seguida en 1805 por
Teresa de Jesús6 y, al año siguiente, por Teresa de los Dolores7. En

~ 195 ~
Las guerras civiles en la clausura: el monasterio de…

1825, tras la vacante producida por el fallecimiento de sor María


Luisa, ingresó María Lorenza de San Pedro8. El convento se fue
poblando con monjas legas provenientes de las zonas rurales, lo que
convirtió a esta pequeña comunidad en un fiel reflejo de los cambios
demográficos de la ciudad y la región a partir del adelantamiento de
las fronteras9.
A partir de 1800, durante los prioratos de las madres Teresa
Antonia de Jesús10, Marcelina de los Dolores11, Juana María de San
Alberto12, María Alberta de Santa Teresa13 y María del Rosario de
San Francisco14, se realizaron las gestiones para que profesasen como
monjas de velo negro once novicias que habían cumplido los
requisitos para realizarlo.
La ausencia de otras casas religiosas femeninas en el Tucumán, así
como el crecimiento de la población en la región y el prestigio de los
claustros cordobeses, permitió que el monasterio de San José si-
guiera siendo un destino considerado atractivo para las jóvenes que
deseaban abrazar la vida religiosa.
Junto a ellas, el número lo completaban unas pocas criadas. Las
religiosas habían elegido vivir una vida separada y aislada del
mundo exterior, de sus encantos y tentaciones pero también de sus
peligros. Sin embargo, los altos muros del convento fueron más
«permeables» de lo que en un principio pudiera imaginarse y no
lograban impedir que el «afuera» se colase hacia el interior. Las
visitas recibidas en el locutorio, las misivas enviadas y recibidas por
gestión de las criadas autorizadas a salir de la clausura, las entradas
de quienes traían encargos para el monasterio o de médicos,
barberos u otra persona permitida, mantenían a las monjas perfec-
tamente informadas de todo lo que sucedía en el exterior. Sabían que

~ 196 ~
Ana Mónica González Fasani

la guerra había llegado una vez más a la ciudad, una guerra


«destructora y desoladora», como la calificaba la priora en una carta
al provisor del obispado15.

Cambios en el escenario local

El problema de la guerra no era una novedad para la población


cordobesa. Casi al inicio del siglo XIX, las invasiones inglesas
tuvieron importantes repercusiones en la ciudad, como la depo-
sición del ex gobernador-intendente de Córdoba del Tucumán y
actual virrey, Rafael de Sobremonte y la designación de Liniers para
ocupar su lugar16.
En Córdoba, al calor de la caída de Sobremonte, se produjo el
avance del grupo orientado por los hermanos Funes17, que luego se
trocó en el control del cabildo de Córdoba, alcanzado a principios de
1807, con la designación de Ambrosio como alcalde de primer voto,
y en la hegemonía de la Universidad, con la designación del Deán
como su Rector en enero de 180818.
Dos años después, el 25 de mayo de 1810 un cabildo abierto
celebrado en Buenos Aires destituyó al virrey Baltasar Hidalgo de
Cisneros y se puso en marcha la revolución independentista. El
nuevo gobierno, una Junta Provisional en nombre de Fernando VII,
buscó la adhesión de todas las ciudades que componían el Virrei-
nato del Río de la Plata y para ello envió al interior, junto con una
circular en que se las invitaba a participar en Buenos Aires, tropas

~ 197 ~
Las guerras civiles en la clausura: el monasterio de…

que ayudaran a mantener el orden. Sin embargo, la empresa no fue


fácil puesto que los intereses y las expectativas de sus sociedades no
siempre coincidieron con las porteñas.
Entre las ciudades que desconocieron a la Junta Gubernativa se
encontraba Córdoba19. Allí, un 20 de junio, un sector del cabildo
propuso reconocer al Virrey de Lima y a la Real Audiencia de
Charcas como autoridades, hasta que se aclarase la situación en
Buenos Aires, al tiempo que, en presencia del gobernador Gutiérrez
de la Concha, se procedió a jurar al Consejo de Regencia de Cádiz
(Nieva Ocampo, 2014: 621-659). Por su parte, Gregorio Funes, el
deán de la catedral, adhirió a la junta porteña, convirtiéndose en
enemigo de Liniers, el ex virrey que comandaba las acciones contra
el nuevo gobierno, y se comprometió a informar a la Junta de todas
las decisiones que se tomaran20.
Finalmente, las autoridades porteñas enviaron un ejército a
Córdoba y fusilaron a los cabecillas opositores a la revolución,
dejando solo con vida al obispo Rodrigo de Orellana21. A partir de
entonces, la ciudad de Córdoba fue gobernada por autoridades
delegadas desde Buenos Aires.
Además de estos cambios políticos deben mencionarse los demo-
gráficos y los económicos. La antigua Gobernación del Tucumán
habría alcanzado en 1812 una población de 230 mil, verificándose un
importante proceso de ruralización, con nuevas fundaciones en la
campaña impulsadas por los gobernadores intendentes. De las
ciudades del Tucumán, Córdoba era la de mayor peso, con 26.000
habitantes hacia 1809. También Salta exhibía índices de crecimiento
muy importantes; Santiago del Estero, por el contrario, se distinguía
por un desarrollo más lento y por la escasez de población blanca, ya

~ 198 ~
Ana Mónica González Fasani

que tenía un alto índice de mestizos, a veces no del todo integrados


(Frías, 1999: 89-126).
Así como en el siglo XVIII había llegado a la región un buen
número de inmigrantes peninsulares, la centuria siguiente conoció el
arribo «forzoso» de ingleses, ya que las autoridades porteñas
decidieron enviar a los prisioneros residentes en ella tras la primera
invasión. Para ello se eligió Córdoba del Tucumán, una región
alejada de la zona en la que se temía una segunda invasión. De esta
manera, fueron arribando a Córdoba los prisioneros ingleses22,
quienes comenzaron a relacionarse y a convivir con las familias, ya
que muchos fueron alojados en casas de particulares. La aparición
de la «herejía», materializada en las personas de los ingleses, generó
temor entre la elite gobernante de Córdoba (Vasallo, 2008:483)23. Sin
duda debieron aumentarse los rezos y los monasterios, custodios de
la fe, jugarían un papel importante en ello.
En cuanto a la economía cordobesa, en la primera década del siglo
XIX, Córdoba se destacaba como uno de los principales centros
importadores del Interior del Río de la Plata. Se introducían en la
provincia «productos por un valor promedio anual de más de
270.000 pesos anuales en la primera mitad de la década y casi de
300.000 en la segunda», cantidades importantes si se las compara
con el resto de las provincias del Interior en tanto que significaban la
mitad de las mismas (Gelman et al., 2010: 121-147).
Uno de los principales artículos de comercio fueron las mulas,
sector en el que se produjo una recuperación en los primeros años
del siglo XIX por la significativa demanda de los centros mineros
altoperuanos, que se vio acompañada de buenos precios. Entre 1800
y 1806 eran conducidas a los potreros de Salta o del Perú 20 mil

~ 199 ~
Las guerras civiles en la clausura: el monasterio de…

mulas de promedio anual, siendo el valor de una mula de un año el


de 54 reales. Este fue el último período de auge del «famoso ramo»
ya que en los años siguientes disminuyeron progresivamente los
volúmenes exportados y los criadores cordobeses enfrentaron
graves dificultades para cobrar las mulas introducidas al espacio
peruano, como consecuencia de los acontecimientos revolucionarios
de 1809 (Assadourian, 1982: 324, 342, 350).
Otra exportación de gran importancia fueron los tejidos de lana,
que en un promedio anual de 100 mil piezas, aproximadamente, se
exportaban hacia los mercados de Buenos Aires, el Litoral y el
Paraguay, principalmente, y también hacia San Juan, Mendoza, La
Rioja, Catamarca, Salta y Jujuy. Por último y de menor importancia
que los anteriores, encontramos el ramo de los cueros que con un
promedio anual de 25 mil piezas eran enviados a Buenos Aires en
esta década.
Al considerar en conjunto la información sobre la producción y el
movimiento de las importaciones y exportaciones de la primera
década del siglo XIX, se encuentra una balanza comercial favorable,
o al menos equilibrada, en tanto la región de Córdoba presentaba
una relación de intercambio favorable con el Alto Perú (Tedesco,
2001: 253). Sin embargo, esta balanza comercial equilibrada se
transformó profundamente con las rupturas político militares que
trajeron aparejadas las guerras de Independencia. La interrupción de
las relaciones con el Alto y Bajo Perú fue el acontecimiento de mayor
significación. Córdoba perdió con ello el mercado para el principal
sector de la economía de exportación, las mulas. El derrumbe del
tráfico de mulas y, por ende, el cese de sus retornos monetarios,

~ 200 ~
Ana Mónica González Fasani

provocó la decadencia económica de la región (Assadourian y


Palomeque, 2010: 319-320).
En esta primera década independiente, al abrupto corte de las
exportaciones de mulas y sus consecuentes retornos monetarios se
sumó el incremento de los valores de los productos importados
desde el mercado mundial. Como resultado de este aumento en las
importaciones y del cese de los retornos en dinero provenientes de
las exportaciones de mulas al Alto Perú, Córdoba enfrentó, durante
la segunda década del siglo XIX, una balanza comercial desfavorable
(Tedesco, 2001: 255).
A la crisis político-institucional de Córdoba se agregó, entonces, la
económica (Assadourian y Palomeque, 2010: 49-70). Desde 1815 la
situación mercantil empeoró porque ya no solo se mantuvo la
dificultad para exportar mulas sino que se derrumbó definitiva-
mente el monopolio abastecedor desde Buenos Aires. De este modo,
y sobre todo por motivos políticos, Córdoba se vio obligada a un
definitivo y costoso reacomodamiento en el que Buenos Aires se
erigió como el único gran mercado de su producción (ahora de
cueros y otros productos menores)24 y proveedor de los artículos
extranjeros que los mediterráneos se apresuraban a redistribuir por
el angostado espacio de la Provincias Unidas, revalorizándose la
importancia del comercio y los comerciantes (Lobos, 2009: 703-708)25.
A este desventajoso cuadro debe sumársele el colapso total del
mercado paraguayo, la reducción del mercado porteño para los
tejidos cordobeses y la tremenda sequía que azotó a la provincia en
1814 y los primeros meses de 1815.
Las posteriores guerras por la independencia terminaron de sumir
al noroeste en la miseria y la decadencia general. Cuando Tomás

~ 201 ~
Las guerras civiles en la clausura: el monasterio de…

Manuel de Anchorena escribió que «los recursos de estos pueblos


están agotados, la arriería está destruida, el tránsito al Perú asolado
y desierto», se está refiriendo a provincias que son escenario de la
guerra. Al estudiar el caso de Córdoba, Héctor Lobos describe a la
provincia con los campos arrasados, sus ganados arriados por
patriotas y realistas, sus hogares saqueados, familias destruidas,
angustiadas, desalentadas y en continua vigilia para salvar sus
vidas. «En este tremendo período de la historia que se inicia en 1810
y dura prácticamente siete decenios, la guerra absorbe todos los
dineros y los esfuerzos» (Lobos, 2009: 706 y ss.). En general, se
puede afirmar que la guerra afectó a todos y cada uno de los
sectores de la provincia.
Cabe preguntarse de qué manera repercutió este panorama en la
economía conventual.

La economía monástica en épocas turbulentas

Además de poseer tierras, trabajarlas directamente y/o arrendarlas,


las religiosas de San José tuvieron una participación directa en la
economía y en la circulación de capitales, no solo en la ciudad de
Córdoba sino en la región e incluso más allá, como en Buenos Aires.
Los documentos reflejan una creciente intervención de los conventos
femeninos en el suministro de crédito a los deudores locales a través
de transacciones hipotecarias, conocidas coloquialmente como censos
al quitar. La estrategia inversionista de las instituciones religiosas

~ 202 ~
Ana Mónica González Fasani

buscaba obtener una renta que les permitiera sustentarse sin con-
sumir el capital que poseían. Por ello, las inversiones que realizaban
se orientaban al largo plazo y a mecanismos que proporcionaran
una renta suficiente para mantenerse sin arriesgar su capital. En
otras palabras, más que buscar una mejor rentabilidad apuntaban a
una mayor seguridad. Con ese fin adquirían inmuebles y otorgaban
préstamos de dinero (censos consignativos y depósitos). Las casas se
alquilaban, como ocurría con otros conventos femeninos en Indias y
en la Península (Soriano Triguero, 2000: 11-31), o se entregaban a
censo enfitéutico (von Wobeser, 1995: 51-61)26. Los bienes hipote-
cados, gravados con censos a favor de las carmelitas, eran variados,
pero se concentraron sobre todo en viviendas dentro de la traza
urbana. También podían hipotecarse capellanías. Al funcionar como
unidad crediticia, debido a los numerosos censos consignativos
otorgados a particulares de la sociedad cordobesa, el monasterio de
San José obtuvo propiedades muebles cuando sus deudores no
pudieron cumplir con las obligaciones de pago.
Como en los siglos anteriores, el monasterio de carmelitas des-
calzas continuó invirtiendo el dinero percibido por el pago de las
dotes en préstamos a particulares. Por ejemplo, en 1806 don Tomás
Montaño se había convertido en deudor del monasterio por una
cantidad de mil pesos de principal. Seis años después quien había
sido su fiador, don Ambrosio Funes, pidió que se lo eximiera de la
obligación por lo que don Tomás nombró, con el consentimiento del
obispo Orellana, a dos nuevos garantes, sus hermanos políticos don
Narciso Moyano y don Pedro Juan González. Ambos se compro-
metieron a saldar la deuda en un plazo de cuatro años27.

~ 203 ~
Las guerras civiles en la clausura: el monasterio de…

A pesar de que había una continuidad en los préstamos, en esta


nueva economía posrevolucionaria se perciben cambios en algunas
disposiciones, por ejemplo, que el dinero se prestaba a corto plazo,
que se firmaba un pagaré y que la moneda de la transacción era el
peso fuerte.
Asimismo, don Francisco Inocencio de Gache, vecino de Córdoba,
firmó el 29 de octubre de 1815 un pagaré por los doscientos
cincuenta pesos que había recibido anteriormente del monasterio. El
dinero se destinaría «para ayudar con sus réditos a los gastos de la
fiesta de San Juan de la Cruz». El préstamo estaba impuesto sobre la
quinta que tenía «junto al río en la calle que sale el camino para
Buenos Aires»28.
Aún en el siglo XIX la falta de metálico hacía que se aceptaran los
pagos en especie, por ejemplo, en vajilla de plata. Don Miguel José
Sánchez Moscoso,

confieso yo que tengo recibida (…) la cantidad de quinientos


pesos fuertes pertenecientes al referido Monasterio [devuelvo]
con las piezas de plata labrada que con su peso son las siguientes:
un calentador, una azucarera, una olla de casoleta; una jarra, una
chocolatera; un cafetera; una pailita; una docena de platos con
una fuente; dos fuentecitas.

El peso de todo ascendía a 80 marcos con 29 gramos, «las cuales


piezas con su peso tienen recibidas a su satisfacción (…) y cubren
con muy corta diferencia más o menos la citada cantidad de
quinientos pesos fuertes»29.
El monasterio continuó con su práctica de prestar metálico a los
habitantes de la ciudad de Buenos Aires. Entre los documentos del
monasterio de San José se encontraba un cuaderno confeccionado

~ 204 ~
Ana Mónica González Fasani

por el síndico a partir de lo que el apoderado del monasterio en la


ciudad de Buenos Aires, el doctor don Manuel Felipe Molina, les fue
remitiendo tanto en plata como en otros productos desde el año 1797
hasta 182030. Entre quienes fueron beneficiados por los préstamos se
encontraba el doctor Belgrano que había recibido mil ochocientos
pesos de principal. El 26 de mayo de 1809 escribió una carta al sín-
dico don José Manuel Martínez en agradecimiento por su gestión31.
A principios del siglo XIX, la relación económica del monasterio
con la sociedad cordobesa siguió basándose en las imposiciones
voluntarias realizadas por los creyentes, como dotes de monjas,
legados testamentarios y donaciones para obras pías, capellanías y
misas de aniversario. Cuando las disposiciones no podían ser abo-
nadas al contado, se constituía un compromiso de pago que
garantizaba el abono anual, es decir las anualidades o «réditos» de
las mismas, el cual se denominaba censo. Pero podía suceder que la
familia de una aspirante a profesar, imposibilitada de satisfacer en
moneda corriente la dote, entregara como forma de pago sus propie-
dades. Esta fue una de las maneras en que el monasterio incrementó
su patrimonio inmobiliario. Un ejemplo de ello fue el protagonizado
por Candelaria Dulce, viuda de Bernardo Orreste, quien:

Debiendo entregar al Monasterio de Santa Teresa de Jesús de esta


ciudad de Córdoba la cantidad de dos mil pesos por la dote de mi
hija Francisca Antonia de la Concepción, que está próxima a
profesar en dicho Monasterio, la cual cantidad no he podido
proporcionar en dinero físico, como fue mi ánimo y lo había
prometido, por varios contratiempos que he experimentado: y
habiendo en esta virtud y con el fin de que no se demore la
profesión a mi dicha hija, he propuesto (…) que me tomasen en
cuenta de los dichos dos mil pesos de la dote de mi citada hija el

~ 205 ~
Las guerras civiles en la clausura: el monasterio de…

sitio, con lo en él edificado, que tengo y poseo a distancia de


cuadra y media del monasterio caminado al sur (…) renuncio,
cedo y traspaso al referido monasterio para que lo posea como
suyo propio32.

También ocurría que se pagaba la dote en cuotas, como hizo doña


Jacinta Álvarez, que entregó 250 pesos a cuenta de los dos mil «del
dote de su hija»33.
A pesar de la crisis, el monasterio recibió donaciones importantes.
En diferentes ocasiones, doña María Mauricia de Allende, viuda de
don Antonio de la Quintana, había mostrado su prodigalidad al
entregar sumas de plata sellada. Una vez más, en junio de 1814,
acercó la cantidad de cuatro mil quinientos pesos en plata sellada
«para subvenir a las necesidades y urgencias de este dicho
monasterio bajo la condición (…) de quedar el monasterio per-
petuamente obligado a algunas pensiones y cargas» como, por
ejemplo, el costear «un terno precioso completo» para la festividad
de San José y sus cuarenta horas «sin que a ninguna priora le sea
jamás facultativo ocuparlo en ninguna otra fiesta por muy solemne
que sea», que valía un total de dos mil pesos. También se com-
prometieron a sufragar, «desde ahora y para siempre con la decencia
y solemnidad que hasta aquí se ha hecho», la fiesta de San José, con
el adorno del templo y todos los demás «gastos necesarios de
ministros, cantores, cera, música, etc.». Igualmente, se satisfaría el
gasto de incienso y cera para las misas del primer día de cada mes
«que en honor del santo se cantan en nuestra iglesia»34.
El dinero recibido también se invirtió. Por ejemplo, se prestaron
1500 pesos a don Olegario Martínez quien los devolvió seis meses
después, con 39 pesos, 5 reales de réditos. Otros 500, a don José

~ 206 ~
Ana Mónica González Fasani

Mariano Allende y 1000 a don Joaquín Urtubey, sobrino del que en


ese momento era síndico del monasterio, el licenciado José Manuel
Martínez. El dinero fue devuelto 4 meses después y produjo un
rédito de 6 pesos y 1 real. En junio de 1815 se prestaron 400 pesos a
don José Joaquín de la Torre35.

Tiempos recios

En 1829, mientras las tropas peleaban en las sierras, el Cabildo


Eclesiástico de la ciudad de Córdoba se reunía reconociendo la
delegación del gobierno provincial en el general José María Paz
(Bischoff, 1993: VII). Su instalación en la gobernación y el triunfo de
sus armas produjeron en todas las actividades cordobesas gran
conmoción (Romano, 2010: 15-35). Reemplazó a los funcionarios por
hombres de su confianza nombrando como ministro de gobierno a
José de Isasa, un antiguo federal de la época de Díaz que había sido
amigo personal de Bustos. Don Benito Piñeiro fue designado alcalde
primero, e igualmente se substituyó al administrador de correos don
José Manuel Galán, por don Juan Capistrano de la Torre. También el
provisor del obispado, el licenciado Benito Lascano, de innegable
tendencia federal, quedó descolocado frente a la flamante nómina
(Ayrolo, 2013: 35-56)36. El 25 de abril el Cabildo Eclesiástico comunicó
haber «removido del oficio de Provisor y Gobernador del Obispado
al Deán de esta Iglesia, licenciado Benito Lascano, y en su lugar se ha
nombrado interinamente al Arcediano doctor don Bernardino

~ 207 ~
Las guerras civiles en la clausura: el monasterio de…

Millán» (Bischoff, 1993: VII). El 1 de mayo la elección recayó en el


presbítero doctor Pedro Ignacio de Castro.
Una de las características del gobierno de Paz fue que casi no
gobernó personalmente y delegó la tarea en el coronel de milicias y
vecino de Córdoba José Julián Martínez. Cuando el general Paz
invadió la provincia, Martínez se unió a su ejército y combatió como
jefe de una columna de infantería en la batalla de La Tablada.
Hombre de confianza del gobernador, lo nombró su ministro de
guerra y, cada vez que abandonó la ciudad, lo nombró su go-
bernador delegado. Era dueño de una estancia cerca de Alta Gracia,
en donde falleció en 1865 (Bischoff, 1993: VII).
También el gobierno de Paz se caracterizó por la constante requisa
de recursos. En la larga década que duró la guerra independentista
—que se extendió en la lucha entre unitarios y federales ya en la
década de 1820—, la sociedad de las Provincias Unidas del Sur se
vio envuelta en la violencia que implicaba que gran parte de la
población participara de alguna manera en el conflicto bélico
(Rabinovich, 2009). Los soldados, de uno u otro bando, no fueron las
únicas víctimas en estas sangrientas guerras.
Los conflictos bélicos habían vaciado las arcas de la provincia y la
política estuvo marcada por las exacciones forzosas de las que no se
vieron librados ni siquiera los conventos. Esta práctica no era
novedosa, ya que la Corona había comenzado a practicarla cuando,
agobiada por el peso de una enorme deuda pública, promulgó el 26
de diciembre de 1804 el decreto de consolidación, con el que buscaba
obtener recursos para la amortización de los depreciados vales
reales en circulación.

~ 208 ~
Ana Mónica González Fasani

Amenazada por la bancarrota, mandó que, en el término de un


mes, se tomase razón de todas las obras pías y capellanías, y de los
bienes raíces, censos y caudales que pertenecieran a la Iglesia ame-
ricana y se procediese a su confiscación y venta y que su producto se
colocara en la Real Caja de Amortización y consolidación de Vales
Reales. Esta exacción de recursos de las obras piadosas y capellanías
ocasionó una reducción sustancial de los capitales disponibles de
clérigos e instituciones eclesiásticas, situación que condujo a la
retracción de su actividad crediticia. De esta manera, la ofensiva
regalista no solo afectó al clero al reducir sus propiedades y sus
fuentes de ingreso sino también a los particulares que tenían en el
dinero eclesiástico una reserva financiera a la que accedían a bajo
interés y a largo plazo. Por otra parte, los particulares tuvieron que
responder por los principales e intereses de censos y capellanías en
un plazo breve viéndose obligados, en muchos casos, a vender sus
bienes inmuebles para reunir el numerario exigido por la Real Caja
de Amortización (Tedesco, 2001: 239-276)37.
En Buenos Aires, «salvo alguna expresión individual de queja y
cierta reticencia de algunas corporaciones eclesiásticas», no se
produjo por parte del clero la reacción adversa comprobada en otras
regiones. Fueron los particulares los que criticaron la medida y
dirigieron a la corona un escrito haciendo constar la imposibilidad
en que estaban los tomadores de censos de redimir los principales en
beneficio de la real hacienda (Tedesco, 2001: 258).
El primer antecedente de este tipo de aportaciones puede
rastrearse en el mes de mayo de 1812 cuando el Primer Triunvirato
solicitó al gobierno de Córdoba un plan de contribución de hombres
y de dineros para el ejército, que debía recaer sobre las fincas y sus

~ 209 ~
Las guerras civiles en la clausura: el monasterio de…

valores. Los miembros del Cabildo local incluyeron en él a los


conventos y monasterios de la ciudad, que debían cooperar con un
quinto de las rentas de sus capitales dados en censo. Para concretar
dicha medida, solicitaron a los síndicos de las comunidades reli-
giosas las «cuentas de los dineros que tengan dados en censo» (Actas
Capitulares, 1960: 467-469, 471-474 y 480-482)38. Al año siguiente, el
gobierno del Segundo Triunvirato determinó que los censualistas de
los conventos debían contribuir con un 6 % de los réditos de sus
capitales, o en su defecto, ceder esclavos negros.
Sin embargo, las mayores presiones ejercidas sobre el pa-
trimonio eclesiástico cordobés se realizaron durante el gobierno
del general Paz. Solamente en 1829 se habrían exigido cuatro
empréstitos al clero y a las órdenes religiosas. Así lo informaron
en nota oficial diciendo:

Aquí el oficio del Gobierno: en cuya inteligencia disponga


Vuestra Reverenda que la razón que se pide de los fondos de
pagos corrientes del Monasterio de su cargo se extienda y se me
remita a la brevedad posible para pasarla con los de los demás
conventos y Monasterios, como lo proviene39.

Los conventos en general, y el de las carmelitas en particular, no


estaban en situación de hacer frente a estas disposiciones.
Para el caso de las catalinas, estudiado por Guillermo Nieva
Ocampo (2014), se demostró que por vía del primer empréstito
tuvieron que ceder al gobierno $750 y que dieron conocimiento de
los «treinta y dos sensuatarios de ambos sexos que se hallan de pago
corriente como se pide». Según ese informe, en mayo de 1829, el to-
tal de capitales dados a censo sumaban la cifra de $39.325 y «sus
réditos correspondientes importan un mil novecientos setenta y seis

~ 210 ~
Ana Mónica González Fasani

pesos dos reales». El segundo empréstito llevó a la priora a lamentar


la situación de pobreza extrema en la que se encontraban, la cual
ponía en peligro la «vida en común», y pedía la revocación de la
orden que mandaba extraer una cuarta parte del cobro de los
alquileres mensuales. También las religiosas debieron ceder dineros
y una finca para «mantener al ejército libertador a costa de todo
sacrificio» (Nieva Ocampo, 2014: 621-659)40.
Desde su fundación, la economía del convento de San José distó de
ser holgada, aunque era suficiente. A fines del siglo XVIII, el obispo
Ángel Mariano Moscoso realizó su visita canónica al monasterio y
demandó al síndico procurador, en ese momento el licenciado José
Manuel Martínez, que presentara un minucioso estado de cuentas
del monasterio. El síndico contestó por escrito que,

además de los principales que tan anotados hay en la capital de


Buenos Aires sobre treinta a cuarenta mil pesos que no lo sé con
individualidad pero vienen de allí de quinientos a seiscientos
pesos anuales de estos principales pero dice aquel síndico que
son muy trabajosos su cobro41.

Junto a este dinero que se cobraba en Buenos Aires el informe


comunicaba que las casas y tiendas que el monasterio tenía en
alquiler pagaban al año 1200 pesos «sin incluir a las que
actualmente están trabajando». Añadiendo argumentos a la difícil
situación, el síndico procurador aseguraba que «no hay actual-
mente en la caja de depósito ni un medio real de principal, y de
réditos hay la cantidad que se da existente en la cuenta de la actual
priora, a que me remito»42.

~ 211 ~
Las guerras civiles en la clausura: el monasterio de…

En cuanto al estado de los capitales en los primeros años del siglo


XIX, la priora del convento, Theresa Antonia de Jesús, declaraba que
por aquellos tiempos sus rentas se hallaban en una total decadencia,

y esta disminución en que se hallan por causas que son


notorias, demás que no nos alcanza para los gastos de culto
divino, de nuestros criados y ni aún para satisfacer los sueldos
de tres años que hasta ahora se le están debiendo al finado
nuestro capellán43.

Como se ha explicado, la interrupción de las relaciones con el Alto


y Bajo Perú a partir de 1810 llevó a Córdoba a la decadencia
económica ya que se perdió con ello el mercado para el principal
sector de la economía de exportación, las mulas, con el consecuente
cese de sus retornos monetarios. Los estudios recientes recalcan una
fuerte desmonetización y una balanza comercial negativa (Schmit,
2010: 97).
Para 1815 el síndico del monasterio atestiguaba que no se contaba
con capitales suficientes para el sustento del edificio de la iglesia y
que todo se gastaba en cera, pan, vino y los ornatos necesarios44.
Una vez más, la guerra y la necesidad de asegurar el equipamiento
y la subsistencia de los soldados puso a las religiosas en apuros
económicos y así lo hicieron saber al provisor:

en el supuesto que hay sujeto que nos haga el favor de prestarnos


los trescientos pesos para en el modo subvenir a las necesidades
del estado. Yo y toda la comunidad somos gustosas de reconocer
esta adeuda y satisfacer lo más breve que se pueda, con este
motivo obligaremos más a los sujetos que nos adeudan rédito45.

En otra carta al provisor se queja Gregoria de los Dolores, no sin


sorna, de los constantes pedidos: «las copiosísimas contribuciones

~ 212 ~
Ana Mónica González Fasani

que se sacan son por ventura para liberarnos de un enemigo hereje;


o es del pacífico Bustos y del católico Quiroga».
La situación del convento carmelita se replicó en otros por lo que
la curia no pudo mantenerse ajena y presentó un plan de con-
tingencia que, en el caso del documento que se transcribe, favorecía
a la orden seráfica:

Propendiendo esta curia a disminuir con lo posible las porciones


con que el gobierno superior de esta provincia solicita gravar los
ingresos de los monasterios de esta capital para subvenir al
sostén del Estado, ha otorgado la recientemente hecha de la
cuarta parte de los alquileres u arrendamientos de las casas,
fincas y solares de este monasterio bajo las modificaciones
siguientes (…)46.

A tanto llegó la apretura económica que el Gobernador del


obispado, doctor Pedro Ignacio Castro Barros, indicó que se
facilitara a las autoridades «en calidad de empréstito», los objetos de
plata menos necesarios en las iglesias y conventos47. La orden
comenzó a cumplirse entre protestas, sin embargo días después, el
ministro Isasa comunicó al gobierno que se comenzaban a devolver
aquellos objetos de plata, por haberse avivado la acción del comercio
(Bischoff, 1993: 192-193). No obstante, Fray Gregorio Fernández tuvo
que pedir que se devolviera «la media luna de plata que servía de
pedestal a Nuestra Señora de las Mercedes en su camarín».

~ 213 ~
Las guerras civiles en la clausura: el monasterio de…

¿Monjas alarmistas o la guerra en la clausura?

La situación de inseguridad económica, de violencia y guerra


comenzó a inquietar sensiblemente a las religiosas. Por primera vez
en los doscientos años que llevaban al servicio de Dios se había visto
trastocada su privacidad. El derrumbe del gobierno del general Paz
y las invariables venganzas que se temían habían llevado al provisor
y gobernador del obispado, Castro Barros, a autorizar a que en la
clausura se escondiera y resguardara a las madres y hermanas de
algunas de las carmelitas. Además, para que la defensa fuera real-
mente efectiva, se habían apostado, de día y de noche, hombres
armados en los techos.
Si bien en el convento se habían pasado tiempos de penuria, de
incertidumbre económica, de visitas canónicas en las que recibieron
serias advertencias y castigos, nunca había habido una amenazaba
directa a la integridad física y moral de todas las religiosas.
La alarmada priora María Gregoria de los Dolores escribió al
provisor:

Le suplico se sirva ver modo de librarnos de estos hombres que


están en el campanario pues están en la clausura porque aquí no
hay división ninguna; está toda la comunidad consternada, temo
que las religiosas se me enfermen y que también se mueran con
este cuidado, siquiera de noche, que los hagan salir, ¿qué hace-
mos mujeres solas con estos hombres dentro? Ninguna podrá
reposar siquiera un rato. Dicen que se pasarán la noche en el
coro. Hay azotea enfrente, y es en la ranchería donde podrán
hacer la defensa que desean siquiera por las noches, aun en una

~ 214 ~
Ana Mónica González Fasani

casa particular no sería decente quedarse toda la noche mujeres


solas con soldados, mucho menos lo será en casa de religiosas48.

Si nos preguntamos a qué le temían, es lógico pensar que, por una


lado, a un ataque al convento, al fuego cruzado de facciones polí-
ticas49, a la muerte o la deshonra de sus cuerpos. Por otro lado, debe
tenerse en cuenta que, al profesar, las religiosas habían hecho voto
de castidad y se habían convertido en esposas de Cristo, por tanto
todo acto o pensamiento encaminado hacia la pérdida de esa virtud
era considerado una infidelidad cometida a la divinidad misma.
Cabría averiguar ¿qué hacían esos hombres en armas apostados en
el campanario del convento? Sin duda vigilaban, desde la altura, la
llegada de los enemigos.
Tras la captura de Paz y la renuncia de Martínez como
gobernador sustituto, todos en el gobierno corrían peligro ya que
el santafesino López se acercaba a Córdoba y uno de sus
lugartenientes, el coronel Pascual Echagüe, estaba próximo a entrar
en la ciudad. Así que, para proteger a las mujeres de las familias de
Julián Martínez y de otros ministros, se les permitió a ellas alojarse
en el claustro carmelita. La elección no era casual. Esta intromisión
a la clausura, esta vinculación de la política con el claustro se
apoyaba en el hecho de que hacía más de una década una hija de
Julián Martínez y de su esposa, Juana Luisa Pérez, había profesado
con el nombre de Josefa Catalina de Santo Domingo50. Además, el
síndico del monasterio, el doctor José Manuel Martínez era el
hermano de Julián y tío de Josefa Catalina.
Una de las clavarias, María Teresa de San José, escribió al provisor
cuestionando la decisión de haberse elegido el convento como lugar
de guarda:

~ 215 ~
Las guerras civiles en la clausura: el monasterio de…

Después de saludar a Ud. con la más debida atención para


decirle, no extrañe que siendo la última en esta comunidad tome
la pluma para significarle la grande aflicción que a las más nos ha
causado el papel que Usía ha escrito a Nuestra Prelada en que le
dice ha dado permiso a don Julián Martínez y sus ministros para
que sus familias entren a estos claustros a refugiarse.
Me parece Señor no debe V. S. ignorar, que el hombre cuya
venida tanto se teme, viene sumamente enconado (según he
oído) con esos señores y es exponer este pobre convento, con la
entrada de esas, pues si es tan feroz como dicen, que nos espera?
V.S. véanos con piedad pues somos unas pobres indefensas y
esas señoras pueden refugiarse en los Colegios u en otras, que no
les resulte tanto más. Harto siento molestar a Usía con estos
borrenes pero es indecible la aflicción51.

Es interesante que quien escribió la carta era una religiosa que


había ingresado al convento a fines del siglo XVIII. Se trataba de
María Teresa Ojeda, natural de Puerto Rico, e hija también de
extranjeros (nacidos en Caracas y Cumaná) fallecidos. La vocera de
las religiosas era alguien sin raigambre en la ciudad y sin una
filiación política aparente. Estamos delante de la metáfora de una
monja neutral que plantearía un distanciamiento del convento de la
lucha facciosa que devastaba la ciudad y las relaciones entre sus
habitantes.
María Teresa de San José planteó que temían por sus vidas. Ellas
también formaban parte de la «sociedad guerrera» que se fue con-
formado desde las guerras de independencia, por lo que estaban
enteradas de que en las contiendas los saqueos y el pillaje eran
inevitables. Por ser portadores de armas y estar muñidos de poder,
los soldados también violaban pero no solo a mujeres de territorio

~ 216 ~
Ana Mónica González Fasani

enemigo, sino también a las que debían defender (Rabinovich,


2013: 55).
¿Simpatizaría el convento con los unitarios o con los federales? La
documentación encontrada no permite respuestas certeras. Solamen-
te podemos decir que entre las profesas se encontraban doncellas
que pertenecían a familias cabecillas de ambos grupos como
Martínez Pérez, Isasi52, Haedo53 y Reynafé54.
La priora se cuidó mucho de dar opiniones políticas a su provisor,
sin embargo dejó deslizar veladamente sus ideas:

Mi dolor es que nos quiten a V S que es lo que el diablo intenta y


que las contribuciones mayormente de las religiones, Iglesia y
cofradías, de esos bienes dedicados al culto divino, se empleen en
un ejército insolente y escandalosamente mezclado de hombres y
mujeres, propiamente azote de Dios; pero el Señor benigno ya
quiere levantar el azote, ahí es donde los que se han
comprometido quedarán clavados, que el señor Paz se ha sabido
asegurar con tiempo55.

Conclusión

Las primeras décadas del siglo XIX estuvieron marcadas por la


violencia, las guerras, las dificultades económicas y las exacciones
forzosas que no perdonaron a nada ni a nadie. La ciudad de
Córdoba no fue ajena a ello. La documentación encontrada permite
entrever una inquietud. Por un lado, las contribuciones forzosas
obligaban a la comunidad a endeudarse y, por otro, los vaivenes de

~ 217 ~
Las guerras civiles en la clausura: el monasterio de…

la política ponían en peligro a sus propias familias. Esto último se


revela especialmente en una serie de cartas dirigidas al provisor del
obispado, entre los años 1829-1831, en las que se deja ver que la vida
cotidiana se vio momentáneamente trastocada.
A pesar de la clausura custodiada por los gruesos muros y los
barrotes en las ventanas inaccesibles, la política se había introducido
en los quehaceres del convento de diferentes formas. Un provisor al
servicio del poder de turno las obligó a alojar a las mujeres que
corrían peligro por ser esposas o hijas de los ministros de gobierno y
a tener de noche y de día hombres armados en sus techos. Dejando
de lado cualquier consideración jurídica sobre si las constituciones
permitían o no este estado de cosas, lo cierto es que se nota cierto
orilleo entre la obligación y la toma de partido explícito por parte de
la comunidad.
Las religiosas del Carmen plasmaron la homogeneidad represen-
tativa de la élite cordobesa, sin embargo, la coyuntura histórica hizo
que quienes se «sentaban juntas a la mesa del Señor» pertenecieran a
facciones antagónicas. Si San José fue escenario de esa división, si la
fragmentación política se reflejó en el interior del mismo son
hipótesis a seguir desarrollando.
Fieles a su rey y a las autoridades subordinadas, en las primeras
décadas revolucionarias vivieron momentos de tensión en el que
hicieron prevalecer sus antiguas conexiones con las familias tradi-
cionales de la ciudad y la obediencia a sus propias constituciones
(Gónzalez Fasani, 2012). La coyuntura histórica llevó a que en los
años estudiados convivieron las hijas y familiares de los líderes de
las facciones opuestas.

~ 218 ~
Ana Mónica González Fasani

Notas

1 Por citar solo algunos, cfr. Ayrolo (2007); Ayrolo, Barral y Di Stefano (2012);
Calvo, Di Stefano y Gallo (2002); Di Stefano (2004); Troisi-Melan (2008).
2 En la ciudad de Buenos Aires no hubo monasterios femeninos hasta bien
entrado el siglo XVIII. En 1745 se inauguró el de Santa Catalina de Sena para
monjas dominicas y unos años después el de Nuestra Señora del Pilar de
Zaragoza, para capuchinas (Fraschina, 2010). Hasta ese momento, las mujeres
que deseaban abrazar la vida religiosa se dirigían a Córdoba para ingresar en
algunos de los dos monasterios que allí se habían levantado, el de Santa
Catalina de Sena, un monasterio calzado o el de San José, para carmelitas
descalzas.
3 Las de velo negro se preparaban fundamentalmente para el rezo del Oficio
Divino, que se llevaba a cabo en latín. Eran monjas contemplativas cuya tarea
principal consistía en lograr la unión con Dios por medio de la oración
mental y vocal. También tenían momentos dedicados a su formación
espiritual, que llevaban a cabo mediante la lectura de textos de mística y de
ascética. Realizaban los más diversos oficios, ocupándose de la dirección del
monasterio, la formación de las novicias, la contabilidad de todas las entradas
y los gastos, la conducción del rezo, la organización de las lecturas y de todos
los actos litúrgicos, el control de lo que ocurría en el locutorio y los tornos y
las compras para la despensa, la ropería y la sacristía. Las de velo blanco no
tenían acceso al rezo del Oficio Divino en latín, sino que debían rezar un
determinado número de Avemarías y Padrenuestros en las distintas horas
canónicas. Tenían la obligación de asistir diariamente a misa y debían ocupar
el resto del tiempo en tareas corporales como cocinar, lavar la ropa y limpiar
las dependencias monásticas. Tareas que llevaban a cabo personalmente o
bien dirigían a las donadas y esclavas para que las realizaran. Debido a que
las monjas de velo negro o blanco realizaban tareas muy distintas, eran
formadas durante el noviciado en dos grupos separados. Igualmente la dote
que cada una entregaba al momento de ingresar era distinta. Para las monjas
de velo negro estaba indicada en dos mil pesos y en quinientos para las de
velo blanco.

~ 219 ~
Las guerras civiles en la clausura: el monasterio de…

4 A modo de ejemplo, en los primeros treinta años del siglo XVIII ingresaron
11 religiosas, seis de ellas provenientes de Córdoba y las restantes de las ciu-
dades de Santa Fe, Buenos Aires, Salta y Andaguaylas. En las tres primeras
décadas del siglo XIX hubo 18 profesiones: tres hermanas que provenían de
la ciudad de Jujuy, cinco de la ciudad de Córdoba y las restantes del curato
de Río Segundo, del de Tulumba, del partido de Río Tercero Abajo y del
curato de Río Cuarto.Vecino al curato de Calamuchita ubicado al suroeste de
Córdoba, fundado en 1762, se encontraba el de Río Tercero, fundado diez
años después, que constituía el límite con los indios del sur. Hacia fines del
siglo XVIII este curato se dividió en dos: Tercero arriba y Tercero abajo. La
cabecera de este último fue Villa Nueva del Rosario.
5 María Lucía Álvarez era natural del Río Segundo abajo, en el partido y curato
de los Ranchos. Tenía 28 años y era hija legítima de don José Bernardino
Álvarez y doña Feliciana Argüello.
6 Teresa Caldas era natural de Córdoba e hija de José Caldas, portugués y de
Margarita Guzmán, ya fallecido al momento de la profesión. Había cumplido
los 23 años y, según lo que se escribió en la «exploración de la voluntad»,
«cada día está más firme en su determinación de haber elegido el estado
religioso». Entró en la vacante dejada por Teresa Luisa de San Ángel quien
había fallecido el 3 de marzo de 1802 alrededor de las tres de la tarde, anciana
y tullida de los pies por varios años. Se trataba de una de las declaradas
huérfanas de la ciudad que había ingresado para servir en el convento en
1737.
7 Teresa de los Dolores se apellidaba Fernández, natural del Partido de Santa
Rosa, que pertenecía antes al curato de Río Segundo. Sus padres, ambos con
vida en el momento en que profesó, eran don Mayoriano Fernández y
Petrona Gigena, ambos feligreses del expresado Partido.
8 En la vacante dejada por Luisa del Santísimo Sacramento, fallecida un 4 de
mayo de 1824 a las dos de la tarde, luego de haber recibido los sacramentos
tras una larga enfermedad, ingresó María Lorenza Alba. Proveniente del
Cerro de Intihuasi, curato de Río Cuarto, era hija legítima de Antonio Alba y
de Celedonia Echenique, tenía 29 años. Luego de entregar una dote de 500
pesos, el día 17 de junio renunció a sus bienes y legítimas en favor de su

~ 220 ~
Ana Mónica González Fasani

madre, con la condición de que con ellos se favoreciera a alguna de sus


hermanas que quisiera ser religiosa. Tras vivir veinticinco años en el
convento, falleció un 29 de febrero de 1856 de muerte repentina. Pruden-
temente en el libro de profesiones se anotó que se había confesado dos meses
antes de morir y que «su mucha observancia y virtudes nos consuelan».
AMSJ, Libro de las profesiones, f. 44 r.
9 Luego de la traslación de la cabecera de Santiago del Estero a Córdoba, tuvo
lugar la fundación del curato de Río Segundo, el 10 de mayo de 1704. En 1714
se fundó la iglesia principal del curato, su matriz, Villa del Rosario, también
llamada Los Ranchos. El obispo Miguel de Argandoña, 1748-1762, realizó
varias fundaciones. En 1749 la parroquia de indios de Tulumba se dividió en
dos: el curato de Ischilín y el de Tulumba, de considerable importancia
estratégica (Ayrolo, 2007: 24).
10 Teresa Antonia de Jesús, Zamalloa, ejerció el priorato durante cinco períodos,
a saber: 1789-1792; 1798-1801; 1804-187; 1813-1816 y 1819-1821. Había ingresado
al convento en 1766 y falleció 55 años después, un 31 de julio 1821, estando en
el ejercicio de su quinto priorato. La familia Zamalloa, vecinos de Jujuy,
formaba parte del patriciado mercantil español, sin embargo, la situación de
Catalina Clemencia de Olaso, madre de Teresa Antonia, cambió al morir su
esposo don José Antonio de Zamalloa. Catalina Clemencia era sobrina nieta del
«poblador y fundador de la ciudad, Francisco de Argañaraz» pero se convirtió
en «pobre solemne». Esta categoría la conformaban los vecinos de la ciudad con
dificultades económicas para desenvolverse en los roles sociales que
corresponden a su grupo, aunque también la viudez femenina con hijos
menores o hijas solteras sin dote podía ubicarlos en esa categoría social, en el
estrato inferior del patriciado urbano colonial. Clemencia Antonia declaró que
habiendo llegando al «dispendio de su dote, y aun de las alhajas destinadas al
aliño y decencia suya y, de sus inocentes hijas», la limosna le resulta
«indispensable» para sobrellevar la deshonra del estado deplorable de su «casa
y todas sus facultades» (Cruz, 2007).
11 Marcelina Rodríguez Ladrón de Guevara había ingresado al monasterio
en 1782. Permaneció allí hasta su muerte, acontecida en 1827. Ocupó el

~ 221 ~
Las guerras civiles en la clausura: el monasterio de…

priorato entre los años 1807 y 1810, actuando como clavaria hasta el día de
su fallecimiento.
12 Juana María Haedo profesó en 1787. Fue elegida priora en 1810, cargo que
ocupó hasta 1813 y, desde ese momento y hasta su muerte, sirvió como cla-
varia. Falleció el 20 de noviembre de 1835 a las 3.30 horas, después sufrir una
terrible enfermedad, que la mantuvo seis meses en la cama llagada y con
fuertes dolores.
13 María Alberta de Santa Teresa, en el siglo apellidada Baigorri, había
ingresado en enero de 1790. Hija del sargento mayor Roque Baigorri y de
Jacinta Álvarez, vecinos de Córdoba. Poseía en heredad junto a su hermano
Gabriel la estancia de la Falda de Soconcho, que fuera parte de una antigua y
amplia merced del Valle de Calamuchita, que se repartió entre varios de los
colonizadores recién llegados a la región. Para el Siglo XVIII parte de ella la
heredó don Juan Clemente Baigorri de los derechos del alcalde Melchor
Ramírez Camacho, con Francisca de Cáceres (Page, 2012: 11). Ejerció el
priorato durante los trienios 1816-1819 y 1824-1827. Su hermana menor,
María Luisa, profesó en 1809. María Alberta había ingresado al monasterio en
1790 y ejerció el priorato durante los trienios 1816-1819 y 1824-1827. Era hija
de Roque Baigorri y hermana mayor de sor María Luisa, profesa de velo
negro que ingresó en 1809.
14 En el siglo, Elía, proveniente de Buenos Aires, había ingresado en 1798 a los
21 años de edad. Fue priora durante el trienio 1822-1824 y 1832-1835.
15 Archivo del Arzobispado de Córdoba (en adelante AAC), Legajo 59, Monjas
Teresas, Carta al Sr. Provisor y gobernador del Obispado doctor Pedro
Ignacio Castro, sin firma y sin fecha.
16 En Buenos Aires hubo manifestaciones notables como la adhesión de la
mayoría del clero a los ingleses, la sumisión del cabildo y la Audiencia —con
sede en Buenos Aires—, la incapacidad del imperio español de defender el
virreinato en el terreno militar o de tomar la dirección política de la
resistencia, la creación de milicias urbanas en las que prevalecieron criollos,
lo que produjo su incipiente ascenso social (Gorriz, 2007).
17 Las facciones cordobesas, los jesuitas y antijesuitas, luego devenidos en
funistas y sobremontistas respectivamente, se habrían puesto de relieve con

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Ana Mónica González Fasani

la expulsión de los jesuitas del Virreinato del Río de la Plata. Algunas


explicaciones sobre su funcionamiento y sus miembros pueden verse en
Punta (1997).
18 El reinado de Carlos IV (1788-1808) estuvo marcado por el impacto que en la
Península tuvo la Revolución Francesa y su desarrollo posterior, especialmente
después de que en 1799 Napoleón Bonaparte se hiciera con el poder. Desde
1805, el Virreinato del Río de la Plata quedó expuesto a sufrir las consecuencias
de la expansión de las guerras europeas al espacio del océano Atlántico; espacio
que había quedado bajo dominio inglés, después de que las tropas españolas y
francesas fueran derrotadas por el general Nelson. Hacia 1806, una fuerza
militar inglesa —bajo el mando de William Beresford—, que provenía de
apoderarse de Cabo de la Buena Esperanza (una colonia holandesa situada en
el sur de África), arribó al Río de la Plata, y el 27 de junio tomó la ciudad de
Buenos Aires (por entonces, capital del virreinato), sin encontrar resistencia
alguna. El virrey Sobremonte se replegó al interior, con el objetivo de reclutar
tropas para enfrentar al enemigo. El lugar elegido fue Córdoba, donde encontró
—como pensaba— «fidelidad y auxilios», y a la que declaró «capital interina
del Virreynato» (Vasallo, 2008: 477-491).
19 La misma actitud tuvieron Potosí, Cochabamba, La Paz, Chuquisaca,
Asunción y Montevideo.
20 Ambrosio y Gregorio Funes eran los líderes de la facción opositora a la
influyente familia Allende. Mientras que Ambrosio era comerciante, Gregorio
era deán de la catedral y ambicionaba convertirse en el obispo de Córdoba,
pero su proyecto se vio truncado cuando el monarca envió a premonstratense
Rodrigo de Orellana. En otro contexto, el de las desinteligencias entre
morenistas y saavedristas, Gregorio Funes se enroló dentro de esta última
facción (Bruno, 1967: 296; Tonda, 1981: 28-33). Sobre lo obrado por Funes
véase Altamira (1940).
21 El 22 de mayo de 1805 el premonstratense Rodrigo Antonio de Orellana
fue elegido como obispo para la sede eclesiástica recientemente creada. El
obispo Ángel Mariano Moscoso, consagrado en 1789, fue el último obispo de
toda la diócesis del Tucumán fundada en 1570 y designó como provisor y
vicario general para el distrito a Gregorio Funes, con quien había venido de

~ 223 ~
Las guerras civiles en la clausura: el monasterio de…

España con el título de canónigo de merced. La diócesis del Tucumán estaba


formada por las jurisdicciones de Salta, Jujuy, Tarija, Catamarca, La Rioja,
Tucumán, Santiago del Estero y Córdoba. Al dividirse en 1806, el Obispado
de Córdoba quedó conformado por La Rioja, Córdoba y las tres provincias
cuyanas (San Luis, San Juan y Mendoza) antes pertenecientes a la diócesis
de Santiago de Chile.
22 Se los albergó tanto en la capital de la Intendencia, como en Calamuchita,
Alta Gracia, La Carlota, San Ignacio y Candelaria; otros también marcharon
hacia Catamarca, San Luis y San Juan.
23 La autora destaca que la presencia de ingleses no era nueva en Córdoba, ya
que dieciocho años antes de los sucesos aludidos, habían sido traídos por el
gobierno español, con el objetivo de que hicieran tareas de exploración en la
región de Santa Rosa, en busca de metales, pero al poco tiempo fueron ex -
pulsados del continente. Y por los nombres de las mujeres involucradas, se
puede deducir que los ingleses escogieron sus esposas entre las del grupo
privilegiado: John Pullen y Rafaela Ávila, John Ross y Justa Vega, James
Cooper y Teresa Cáceres, John Esley con Manuel Tissera, Thomas Wilson con
Ana Arias de Cabrera, Thomas Kaemms con Agustina Alfonso.
24 Tras la revolución de Mayo y con la pérdida del Alto Perú, producida al año
siguiente, los cueros se convirtieron en el producto en torno al cual se
vertebró el tráfico mercantil con otros países, en especial con Inglaterra. La
creciente demanda de cueros facilita la lenta incorporación de la llanura
cordobesa a la zona de influencia del litoral, o podría decirse, al puerto de
Buenos Aires.
25 El autor interpreta que la independencia de Córdoba en época de Javier
Díaz fue una expresión fundamentalmente política, puesto que desde el
punto de vista económico no se encara la organización y sostenimiento de
una hacienda autónoma, con sus correspondientes estructuras impositivas y
arancelarias. Sin embargo, a partir de su caída y el retorno de Córdoba al
gobierno directorial, los aspectos negativos se incrementan (Lobos, 2005).
26 El censo enfitéutico permitía transferir un bien raíz, generalmente a
perpetuidad o por larga duración, bajo la obligación de pagar una renta anual
por parte del que lo recibía. El censo consignativo era un préstamo a muy largo

~ 224 ~
Ana Mónica González Fasani

plazo. En la operación, el acreedor entregaba una suma de dinero al deudor;


este gravaba un bien raíz y no determinaba una fecha para la devolución, la
cual quedaba abierta y a merced del deudor. El deudor, por su parte, se
comprometía a pagar los réditos mientras no redimiese el principal.
Jurídicamente, el censo era una venta y no un préstamo. El acreedor compraba
los derechos a percibir una renta anual (réditos) y a cambio entregaba al deudor
una suma de dinero (principal). De este modo, la redacción del contrato seguía
el modelo de una escritura de compraventa y no de préstamo.
27 AAC, Legajo 8, tomo 1, Monjas Teresas, 7 de mayo de 1812, Decimos nosotros
don Narciso Moyano y don Pedro Juan Gonzalez. Una nota al final del docu-
mento aclara la suerte que corrió ese préstamo: «Mayo 13 de 1828 redimió
quinientos pesos don Tomás Montaño, los mismos que recibió el Estado».
Firma Lozano.
28 AAC, Legajo 8, tomo 1, Monjas Teresas, 29 de octubre de 1815, Pagaré de don
Francisco Inocente Gache por $250.
29 «Adviértese que la docena de platos y una fuente que se dice pesar 25 marcos
4 gramos en las balanzas del maestro Cayetano Álvarez, sólo pesaron 24 y tres
onzas y que todas las demás piezas se pesaron en la tienda de doña Bartolina
Urtubey». AAC, Legajo 8, tomo 1, Monjas Teresas, 15 de mayo de 1813.
30 AAC, Legajo 8, tomo 1, Monjas Teresas, Cuaderno en que se toma razón de lo
que el apoderado de Buenos Aires, el Dr. Don Manuel Felipe Molina, va remitiendo a
este Monasterio de Córdoba así en plata física como en efectos, s/foliar. Don Felipe
Molina falleció en 1814 y fue suplantado por el doctor don Félix Ignacio Frías.
31 No queda en claro de cuál de los doctores Belgrano se trata porque en
ningún documento se precisa su nombre.
32 AAC, Monjas Teresas, Legajo 8, tomo 1, 27 de septiembre de 1815, Digo yo
doña Candelaria Dulce. Francisca Antonia Orreste, quien profesó con el nom-
bre de Francisca Antonia de la Concepción, contaba con 30 años cumplidos,
AAC, Legajo 8, tomo 1, Monjas Teresas, 22 de agosto de 1815, Exploración de la
voluntad de la novicia.
33 AAC, Monjas Teresas, Legajo 8, tomo 1, Principales que han entrado, 25 de
enero de 1808.

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Las guerras civiles en la clausura: el monasterio de…

34 AMSJ, Donación de doña Mauricia de Allende, Córdoba a 3 de junio de 1814, ff.


1r. a 9v.
35 El 23 de julio de 1816 se concluyó la casa nueva en que se afincaron y se
gastaron los dos mil pesos para la fiesta de San José y el 24 de dicho mes se la
alquiló a don Pedro Antonio Ramos a un valor de 100 pesos anuales.
36 Benito Lascano había nacido en Córdoba el 4 de octubre de 1774 y estudiado
teología en la Universidad de San Carlos. A partir de ese momento se inició
su ascendente carrera eclesiástica. Se ordenó sacerdote a título de capellanía,
fundada por sus tíos Lorenzo de Recalde y Ramona del Castillo, en 1801. Fue
cura párroco de Río Tercero arriba en 1809. En 1814 fue segundo racionero
del coro catedralicio. Entre 1816 y 1818 fue provisor del Obispado. En 1817
fue canónigo de merced en el Cabildo Catedral. En 1825, tesorero. En 1826
fue nombrado deán y seis años más tarde, obispo de Comamen in partibus
infidelium y vicario apostólico de Córdoba. Murió en 1836 desconociendo su
reciente designación como obispo de Córdoba.
37 En Nueva España los más afectados con esta medida fueron la Iglesia y los
propietarios rurales, ya que muchas haciendas tuvieron que rematarse e
innumerables pequeños propietarios quedaron en la ruina (Bazarte, 1989:
129-135). Aunque con menos violencia, igualmente se vieron perjudicados
comerciantes y mineros, dado que todo aquel que hubiera pedido préstamos
a la Iglesia quedaba obligado a devolverlos en un plazo perentorio. Las
clases acomodadas se vieron empobrecidas, la reacción de criollos y espa-
ñoles no tardaría en dejarse oír. La suma que en total el gobierno peninsular
percibió fue de 10.656.000 pesos. El dinero se usó para pagar compromisos
adquiridos y continuar la paz con Francia (Alamán, 1985). En Perú, la
oposición de los religiosos y de la opinión pública impidió el cumplimiento
del decreto de consolidación.
38 Sesiones del 16 de junio, 26 de junio y 10 julio de 1812.
39 AAC, Historia del Monasterio de Santa Teresa, Legajo 59, Copiador de los
oficios dirigidos por la curia a la madre priora de Santa Teresa. Córdoba 29 de
mayo de 1829.
40 Sol Serrano, en su estudio sobre las monjas en Chile dice: «La
Independencia afectó a los conventos. Algunos edificios fueron confiscados

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Ana Mónica González Fasani

para el uso de los ejércitos, se les exigió erogar sumas en metálico para
financiar las guerras, unos fueron sindicados de realistas y otros de patriotas
y fueron prisión de mujeres de ambos bandos, así como lugares de
ocultamiento. La política, que había irrumpido de pronto en la ciudad,
irrumpió también en los conventos igual que antes, pero ahora con apremio y
desconcierto» (Serrano, 2009: 505-535).
41 AAC, Monjas Teresas, Legajo 8, Tomo I, Señor Provisor y Gobernador del
Obispado.
42 AAC, Historia del Monasterio de Santa Teresa, Legajo 59, Principales que
están corrientes…, «Iten a los 21.900 pesos de principales corrientes y que
pagan en plata corrientemente se debe agregar la escritura del finado Cabral
(que actualmente está en autos) de cantidad de 1600 pesos y son dichos prin-
cipales 23 500 pesos y sus réditos anuales son 1175 pesos.
Iten se advierte que el cuarto en que yo vivo, y la esquina y trastienda
contigua a él, se trabajaron también con parte de la dote de una religiosa y
que actualmente y desde ahora nueve años no reditúan cosa alguna. El cuarto
en que yo vivo porque me lo tienen prestado con respecto a que esté más
cerca del convento por lo que ocurre a cada paso; si bien yo no me
desentiendo de hacer los socorros que puedo y la esquina porque la tienen
prestada al mulato Elías que en ella trabajó todas las tallas del retablo, el
sagrario, y otras obras sin interés y está pronto a trabajar cuanto se le pida
para el convento».
43 AAC,Monjas Teresas, Legajo 8, Tomo I, Expediente de la gracia, f. 9.
44 AAC, Monjas Teresas, Legajo 8, Tomo I, Expediente de la gracia, Córdoba,
1815. «Sr. Provisor Vicario General y Gobernador del obispado don Juan
Francisco de Castro y Careaga. Habiéndoseme notificado por el notario
eclesiástico el decreto de V.S. de 22 del corriente, consecuente al del supremo
Director de estas Provincias de 27 del inmediato enero, para que como síndico
que soy del Monasterio de Santa Teresa de esta ciudad, dé razón dentro de
ocho días de la cantidad que hay perteneciente a la fábrica de la iglesia del
citado monasterio: debo hacer presente a V.S. que no hay renta alguna
destinada para la fábrica, sino que todo el gasto, que se impende en cera, pan y
vino y los paramentos necesarios, sale de los réditos que producen los capitales

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Las guerras civiles en la clausura: el monasterio de…

impuestos a censo para el sustento de la comunidad, bajo de cuya segura


inteligencia determinará V.S. lo que tenga por conveniente».
45 AAC, Legajo 59, Monjas Teresas, Carta de la priora del Carmen al provisor
don Pedro Ignacio Castro, mayo 5 de 1829.
46 AAC, Legajo 59, Monjas Carmelitas, Agosto 14 de 1829. Se trata de unos
papeles sueltos mal ubicados en el legajo carmelita que pertenecen al
convento franciscano. La respuesta a la propuesta de la curia por parte del
prior del convento es un signo más de la estrechez económica por la que
atravesaban las órdenes: «Aunque V.S. consiguió la gracia de que mi
convento contribuyese con la cuarta parte del producto de los alquileres de
las casas que posee y en cuya virtud solo alcanza a contribuir mensualmente
con doce pesos real u medio[…] Porque aunque yo hice ver a V S que con la
contribución de la cuarta parte de los alquileres nos faltaban mensualmente
diecinueve pesos seis reales para los sobredichos gastos no se tuvo presente
otros que podrían sobrevenir, como son la asistencia y alimentos a los
enfermos, y los útiles del refectorio que han resultado con motivo de haberse
quebrado el padre Presentado fray León Cabrera y fuera a curarse como
pueda porque la casa no puede hacerlo. Otra enviada que se curaba mandó el
padre comendador se retirara el médico por lo mismo y yo he tenido que
comprar con mi escasísimo peculio tasas y platos para el refectorio por cuya
falta ya no se comía en comunidad. Convento franciscano, Córdoba, agosto
20 de 1829».
47 Pedro Ignacio de Castro Barros había nacido en Chuquis, La Rioja, El 31 de
Julio de 1777. Sus padres fueron Pedro Nolasco de Castro y Francisca
Jerónima Barros. Se ordenó sacerdote en 1800. Fue doctor en Teología y
pasante de leyes y profesor de filosofía y rector en la Universidad de
Córdoba entre 1821 y 1825. Actuó como asambleísta en la Asamblea del año
XIII y diputado por La Rioja al Congreso de Tucumán de 1816. Acabado su
tiempo de provisor del obispado debió exiliarse en Montevideo. Murió en
Chile en 1849.
48 AAC, Legajo 59, Monjas Teresas, Carta de la priora del Carmen al provisor,
sin fechar.

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Ana Mónica González Fasani

49 Debe tenerse en cuenta que las religiosas mantenían estrechos vínculos con
sus familias de origen, cuya lealtad al rey y sus delegados nunca había sido
puesta en entredicho hasta 1810.
50 El 17 de abril de 1817, a los 20 años de edad, profesó Josefa Catalina
Martínez y Pérez. Sería recordada por ser la fundadora en Salta del convento
de carmelitas de San Bernardo. Doña Josefa era descendiente de uno de los
linajes más distinguidos de la ciudad como era el de los Cabrera.
51 AAC, Legajo 59, Monjas Teresas, Su Ilustrísima, sin fechar.
52 En 1806 profesó Manuela de Jesús María y José, en el siglo, Jacinta Isasi. Era
hija de Juan Bautista Isasi y Juana Echenique y Villafañe. Juan Bautista se
convirtió por matrimonio en yerno de José Gregorio Echenique, enlazándose,
a su vez, con los Cabrera. La familia Echenique monopolizaba las varas con-
cejiles en esa época.
53 Juana María Haedo, en religión, Juana María de San Alberto, había pro-
fesado en 1787 y murió en 1835. Familiar directo del coronel unitario José
Tadeo de Haedo, fusilado por las tropas federales.
54 Se trataba de María del Rosario de la Santísima Trinidad, natural de la villa
de Tulumba, hija del comerciante y estanciero Guillermo Reynafé y de doña
Claudia Hidalgo de Torres. AMSJ, Libro de las profesiones, ff. 56 r. al 58 r. A
María del Rosario le atrajo la vida religiosa. Ingresó como pensionista en 1802
al Colegio de las Huérfanas de Córdoba y en 1809 tomó los hábitos como
beata, con el nombre de María del Rosario de la Santísima Trinidad. Pasó en
1819 al monasterio San José, donde recibió el hábito de la Orden del Carmelo
descalzo y vivió allí por 35 años; fue priora y madre del Consejo. Falleció el
12 de octubre de 1855 después de haber padecido una penosa enfermedad
por tres años. María del Rosario era hija de doña Claudia Hidalgo de Torres y
de Guillermo Reynafé, fuerte comerciante irlandés que operaba traficando
mercadería y hacienda entre Córdoba, Santiago del Estero y Salta y que se
afincara en Tulumba aproximadamente hacia 1770. Dueño de la estancia “Los
Manantiales” criará allí a sus 12 hijos. Entre ellos se destacarán en la vida
política José Ignacio que llegará a ser gobernador (Ferreira Soaje, 1974: 4-13).
55 AAC, Legajo 59, Monjas Teresas, Carta al Sr. Provisor y gobernador del
Obispado doctor Pedro Ignacio Castro, sin firma y sin fecha.

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~ 256 ~
De los autores

Marcela Aguirrezabala

Doctora en Historia por la Universidad Nacional del Sur (UNS) de


Bahía Blanca. Docente e Investigadora del Departamento de
Humanidades (UNS). Profesora Adjunta de Historia Constitucional
de la carrera de Derecho. Subcoordinadora del Área de Historia
Americana y Argentina del Departamento de Humanidades de la
UNS. Su línea de investigación es la Historia Colonial Hispa-
noamericana, siendo el título de su tesis: Las mujeres en la actividad
mercantil, financiera y marítima del Río de la Plata a fines del Antiguo
Régimen, la que ha recibido mención especial del Jurado Premio
Iberoamericano de Ciencias Sociales Cortes de Cádiz 2013.
Integrante de distintos grupos de investigación desde 1997 y en la
actualidad en la UNS. Sus estudios le han valido ser beneficiada con
tres becas, otorgadas por la AECI, en el marco del Programa de
Cooperación Interuniversitaria-AL.E./2003 y por la Escuela de
Estudios Hispano-Americanos (CSIC) de Sevilla en el 2002 y 2003.
Dictó conferencias en la 40 th. Annual Conference of the Society for
Spanish and Portuguese Historical Studies held in Kansas City,
Missouri (2009) y en Universidad de Sevilla (2003) y en el país. Ha
publicado capítulos de libros en la Argentina, México, Colombia,
Perú y España como artículos en revistas nacionales y del extranjero,

~ 257 ~
De los autores

siendo el más reciente: «Viudas en problemas. Las relaciones de


las mujeres con los individuos de los servicios portuarios y del
mar en el ámbito rioplatense de fines del siglo XVIII». En: Quintero
González, José (Coord.). La economía marítima en España y las
Indias, San Fernando, España, Ayuntamiento de San Fernando y
AHILA, 2015.

Carmen Susana Cantera

Es Profesora y Licenciada en Historia por la Universidad Nacional


de La Pampa y Doctora en Historia por la Universidad Nacional
del Sur. Es docente investigadora en el Instituto de Historia
Americana de la Facultad de Ciencias Humanas de la UNLPam,
donde se desempeña como Profesora Asociada Regular en la
cátedra Historia Argentina I, con asignación de funciones en
Epistemología e Historiografía y en Seminario de Historia I. Entre
sus trabajos se destacan: Identidades socioculturales en América Latina
(2011, coeditora); «Representaciones del cuerpo castigado, sus
connotaciones políticas en memorias rioplatenses de la primera
mitad del siglo XIX» (2008) y «El cuerpo como producto cultural:
representaciones de la alteridad en viajeros ingleses del siglo XIX»
(2005), entre otros. Ha sido Directora de los proyectos de
investigación: «La significación del cuerpo en la construcción de la
alteridad. El Río de la Plata en el siglo XIX» (2003-2006) y de:
«Identidades en conflicto: representaciones sociales del extranjero
en producciones textuales rioplatenses. Siglos diecinueve y primera
mitad del veinte» (2011-2014). Actualmente es Directora del pro-
yecto de investigación «Nosotros y los otros: construcciones discur

~ 258 ~
De los autores

sivas de la alteridad y de la inclusión en el espacio latinoamerica-


no, siglos XVII al XXI» (2015-2017). Es investigadora colaboradora
en el proyecto PICTO UNLPam 2011-0201 «Metáfora y episteme:
hacia una hermenéutica de las instituciones» y participa como
investigadora en el proyecto «Los Otros en dimensión histó-rico
política: tensiones, conflictos y dinámicas de poder en el Río de la
Plata (fines del siglo XVIII y principios del XIX)», radicado en la
UNS y dirigido por la doctora Marcela Tejerina, (2013-2016).

Julián Carrera

Es Profesor y Doctor en Historia egresado de la Universidad


Nacional de La Plata. Fue becario doctoral y postdoctoral del
CONICET. Docente investigador del Centro de Historia Argentina y
Americana (IdIHCS-UNLP). Jefe de trabajos Prácticos con dedi-
cación exclusiva en la cátedra Historia Americana I y la Materia
Problemas de Historia Americana para las carreras de Licenciatura y
Profesorado en Historia (FaCHE-UNLP). Escribió un libro Algo más
que mercachifles. Pulperos y pulperías en la campaña bonaerense, 1770‐
1820 (Prohistoria, Rosario, 2012) y varios artículos sobre el comercio
y comerciantes minoristas en el Río de la Plata en la segunda mitad
del siglo XVIII y principios del siglo XIX. Ha sido becado para
realizar pasantías de investigación en México y España. Sus trabajos
fueron presentados en congresos y revistas de la Argentina,
Uruguay, Chile, México y España. En la actualidad forma parte del
proyecto de investigación financiado por la UNLP denominado
«Dinámicas culturales, actores sociales y prácticas cotidianas. Un

~ 259 ~
De los autores

abordaje comparativo en América colonial y el temprano siglo XIX»,


dirigido por el Dr. Emir Reitano.

Luciana Francisco

Es Profesora y Licenciada en Historia egresada de la Universidad


Nacional del Sur. Fue distinguida con el Premio otorgado por el
Instituto Browniano al mejor promedio del Profesorado en Historia
en la UNS en el año 2007. En el año 2008 fue becaria del Programa
JIMA (Jóvenes de Intercambio México-Argentina) en la
Universidad Autónoma de Aguascalientes. En la actualidad se
desempeña como docente a nivel medio. Es integrante del
proyecto «Los Otros en dimensión histórico política: tensiones,
conflictos y dinámicas de poder en el Río de la Plata (fines del siglo
XVIII y principios del XIX)», radicado en la UNS y dirigido por la
doctora Marcela Tejerina (2013-2016).

Ana Mónica González Fasani

Licenciada y profesora en Historia por la Universidad Nacional del


Sur, y Maestra en Estudios Novohispanos por la Universidad Autó-
noma de Zacatecas, México. Es docente investigadora de la
Universidad Nacional del Sur donde se desempeña como profesora
adjunta ordinaria en la cátedra de Historia Constitucional. Es
asistente de docencia en la asignatura Historia Argentina I, con
extensión a Historia de América II para las carreras de Licenciatura
y Profesorado en Historia. Se dedica al estudio de las órdenes
religiosas femeninas en la ciudad de Córdoba, Argentina, en

~ 260 ~
De los autores

particular el monasterio de San José de Carmelitas Descalzas


durante los siglos XVII a principios del XIX. Entre otro de los temas
de interés y sobre los que ha escrito numerosos artículos se
encuentran las cofradías de blancos en la ciudad de Buenos Aires
durante el siglo XVIII y la actuación de la orden hospitalaria de San
Juan de Dios. Es autora de varios capítulos de libros vinculados a
esos temas. Participa como investigadora en el proyecto «Los Otros
en dimensión histórico política: tensiones, conflictos y dinámicas de
poder en el Río de la Plata (fines del siglo XVIII y principios del
XIX)», radicado en la UNS y dirigido por la doctora Marcela
Tejerina, (2013-2016).

Mariano Schlez

Es Doctor de la Universidad de Buenos Aires, Área Historia. Fue


aprobado su ingreso a la Carrera de Investigador Científico del
CONICET, donde se desempeñó previamente como becario doctoral
y post-doctoral. Es investigador del Área de Historia Americana y
Argentina, del Departamento de Humanidades de la Universidad
Nacional del Sur. Dicta clases en la cátedra Didáctica Especial y
Prácticas de la Enseñanza de la Historia, en la Facultad de Filosofía y
Letras de la Universidad de Buenos Aires. Fue profesor invitado de
la Universidad Complutense de Madrid, la Universidad de Sevilla y
la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla. En 2014, se desempeñó
como Becario Científico de la École des Hautes Études Hispaniques et
Ibériques (Casa de Velázquez de Madrid) y como Investigador
Visitante de la Universidad de Nottingham (Reino Unido). Sus
investigaciones fueron presentadas en congresos y revistas de la

~ 261 ~
De los autores

Argentina, Uruguay, Bolivia, Brasil, Perú, Colombia, México, España


y el Reino Unido. En 2007 obtuvo una beca del Journal of Iberian
and Latin American Economic History (Universidad Carlos III,
Madrid) y, en 2014, una de la Gesellschaft für Unternehmen sges-
chichte e.V. (Society for Business History), para asistir a la World
Business History Conference (Goethe Universität, Frankfurt am
Main).

Marcela Tejerina

Es Doctora en Historia por la Universidad Nacional del Sur de Bahía


Blanca. Docente investigadora del Departamento de Humanidades,
Universidad Nacional del Sur (UNS). Profesora Asociada con
dedicación exclusiva a cargo del dictado de Historia Argentina I, con
extensión en Historia de América II, para las carreras de Licen-
ciatura y Profesorado en Historia. Docente a cargo del seminario de
post-grado sobre «Temas y problemas en torno a los imperios
ibéricos», que se dicta para el Doctorado en Historia de dicha casa
de estudios. Directora de un proyecto de investigación sobre «Los
Otros en dimensión histórico-política: tensiones, conflictos y
dinámicas de poder en el Río de la Plata (fines del siglo XVIII y
principios del XIX)», que se desarrolla en la UNS con subsidio de la
Secretaría de Ciencia y Tecnología e integrado al Programa Nacional
de Incentivos. Escribió un libro y varios capítulos sobre los luso-
brasileños en el Río de la Plata hacia fines de la etapa colonial, así
como artículos referidos a la situación de los extranjeros en Indias,
publicados en revistas nacionales e internacionales. En calidad de
compiladora ha publicado el libro Definir al otro: el Río de la Plata en

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tiempos de cambio, en el cual se reúnen trabajos centrados en las


prácticas y los discursos construidos en torno de los «otros» del
poder: enemigos, adversarios, desterrados, extranjeros, mujeres a
fines del virreinato y en la transición a la etapa nacional. En la
actualidad investiga sobre temas vinculados a la cultura política en
el Río de la Plata y sus prácticas a lo largo del siglo XVIII y
principios del XIX.

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Se terminó de imprimir en el mes de noviembre de 2016,
en la Ediuns, Santiago del Estero 639, Bahía Blanca, Argentina.
Se imprimieron 150 ejemplares

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