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EL HILEMORFISMO ARISTOTÉLICO Y EL DOGMA CATÓLICO

Desde la aparición de las primeras cuestiones ya en los pre – socráticos, un tema tópico
siempre ha sido el de la materia o el cuerpo, y la forma, ese plano metafísico del ser; que
generó bastantes problemas en nuestros primeros filósofos griegos, pues Platón, fiel a su línea
idealista planteaba que la materia era tan solo un instrumento del plano metafísico, “las
ideas”.

Hasta ahí se siguió en la filosofía antigua la cosmovisión sobre la materia y la forma; pero
con Aristóteles se plantea algo distinto, pues ya no se habla de la materia y la forma como
dos cosas distintas y subsistentes cada una de un distinto modo, sino que se habla de la
materia y forma como dos cualidades dependientes una de la otra que conforman el ente, es
decir, la materia, no es solamente una herramienta de la forma que lo habita, sino que sin la
materia esta forma no tendría manera de existir, es decir, sería la nada. De la misma manera,
la forma, la “esencia” del ser, no tendría manera de existir sin la forma, pues solo sería esa
parte incompleta del ente, sin embargo, como veremos más adelante, esta “esencia” de alguna
forma es el principio del ente, lo que funda el ser.

Hasta ahí, hemos seguido a lo que Aristóteles nos guía con el denominado “hilemorfismo”,
esa convivencia de la materia y forma en un solo ente; dicho así, me surge la pregunta: ¿No
es acaso ello uno de los principales dogmas de la iglesia católica, es decir, la habitación del
alma, “la esencia” en el cuerpo humano? De ser así estaríamos frente a una situación
particular, pues Aristóteles y las sagradas escrituras nada tuvieron que ver, tanto
cronológicamente como dogmático, sin embargo, a estas alturas, nos damos cuenta que
ambos dogmas tienen en alguna medida algo de similitud, y más en este tema tópico del
hilemorfismo.

San Agustín nos muestra: Preguntas qué es el alma, te complaceré fácilmente; pues a mi
parecer es una substancia dotada de razón destinada a regir el cuerpo 1. Por su parte;
Aristóteles nos dice; Queda expuesto, por tanto, de manera general, qué es el alma, a saber,

1
Hipona De, trad. 1951c, XIII, 22
la entidad definitoria esto es, la esencia de tal tipo de cuerpo luego el alma es necesariamente
entidad en cuanto forma específica de un cuerpo natural2

Queda claro, por tanto, que tanto el dogma católico como el Aristotélico nos plantean al alma,
la forma, la esencia como esa parte metafísica del ser que fundamenta su existencia misma.

Ambos dogmas por su parte han tenido distintos caminos y finalidades, por su lado
Aristóteles a través de sus cuestiones y reflexiones se apegaba a esa búsqueda de la verdad,
a través de sus diálogos con discípulos, por decirlo así, una finalidad retórica más que
práctica.

En cambio, la iglesia católica, ha fundado la existencia de “el alma” como principio


fundamental de la vida, “esa presencia de Dios en el hombre”, el cual lo dota de ciertas
cualidades y supremacía por sobre otros seres vivientes, de allí también surge el principal
dogma católico, un Dios dador de vida, es decir, el alma existe en cuanto Dios existe, ya que
es este el principio de todo lo existente, por tanto el hombre existe gracias a Dios, ya que este
lo dota del alma, esa forma de ser que lo define y lo hace existir en la realidad.

En esa misma línea, la iglesia católica nos habla de la permanencia del hombre en el tiempo,
es decir, su inmortalidad, si bien es cierto su vida terrenal termina con el cuerpo, para este
dogma el hombre no termina su existencia con la muerte, sino que trasciende hasta llegar a
un plano celestial, en el cual vive eternamente allí, donde el creador habita, la plenitud. Algo
parecido de los que nos hablaba Platón en el mundo de las ideas.

Aristóteles sin embargo no plantea la existencia del alma en un plano distinto, no es partidario
de alguna teoría dualista, pero como hemos visto, si plantea a este plano metafísico como
fundadores del cuerpo o materia.

Al principio habíamos dicho que tanto Aristóteles como la iglesia católica nunca han
coexistido cronológicamente, pero sin embargo comparten varios principios filosóficos como
este. Esto para mí es una gran casualidad, pues permite darnos cuenta que el mundo del
conocimiento no margina de religiones ni de épocas antiguas, ni de pensadores ni profetas,

2
Aristóteles, Acerca del alma, Traducción de Tomás Calvo Martines, Gredos, 2014, p. 14.
sino que es la verdad, una luz que guía siempre pensamientos que quedan sellados en la
historia de la humanidad.

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