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CATALEJO

Tercera lectura: Los intelectuales en la república neocolonial


Dra. Graciella Pogolotti Catalejo, el blog de Temas / 9 de octubre de 2014
Ensayista. Presidenta de la Fundación Alejo Carpentier.

Segundas lecturas, de Alina López Hernández, es un libro de modestas dimensiones publicado por la
Editorial Matanzas, con prólogo de María del Carmen Barcia. Muy incitante, el subtítulo aclara que
estamos ante ensayos que abordan las relaciones entre la intelectualidad, la cultura y la política, tema
novedoso e inexplorado, apasionante para mí por haber recorrido parte de ese tiempo entre escritores,
artistas y estudiosos de las ciencias sociales. El mundo de entonces, aldeano en su dimensión concreta,
era un espacio compartido por quienes permanecían, en cierto modo, aislados de la geografía urbana
diseñada para el poder político y económico.
Las investigaciones de la autora incitan a abrir un debate sobre el tema. Desde el punto de vista
metodológico, convendría plantear una definición del intelectual en el contexto de un país neocolonial y
subdesarrollado, carente de un respaldo editorial, limitado en el acceso a los medios de comunicación y
de ámbitos propicios para el ejercicio profesional. En vísperas del triunfo de la Revolución, el espacio
privilegiado para el intercambio seguía siendo la tradicional tertulia en casas particulares, cafés o en las
librerías de O’Reilly y Obispo. Para la mayoría, la práctica de una función pública estaba sujeta a muchas
limitaciones.
El manifiesto minorista se constituyó en carta de presentación de la primera generación republicana,
en ruptura con la precedente, marcada por el signo de la decepción. Por lo contrario, los nacidos en el
encabalgamiento de los dos siglos aspiraban a participar de manera activa en el diseño y la
modernización de un país. La fragmentación del núcleo inicial, acelerada por el machadato era
inevitable. Las contradicciones latentes en lo político y en lo cultural se manifestaron muy pronto. Existe
un abismo entre los conceptos elaborados por Jorge Mañach en La crisis de la alta cultura en Cuba y la
visión integradora de lo popular, incluidas las fuentes de origen africano postuladas por Fernando Ortiz,
por la poesía negrista, por las búsquedas musicales de Roldán y Caturla, así como por los trabajos de
Carpentier y José Antonio Fernández de Castro.
La noción de política no se circunscribe al enfrentamiento entre partidos. Pensar la nación, analizar
los problemas esenciales que lastran su desarrollo, conocer los contextos internacionales y caracterizar
las ideas en pugna a ese nivel constituye una forma de acción orientada a fundamentar las bases de una
cultura política. La Revista de Avance incluyó referencias a la obra de Mariátegui y a la lucha de Sandino.
Sus coordenadas se situaron en el ámbito de América Latina. Los intelectuales de entonces se
propusieron el rescate de José Martí, la revisión del siglo XIX cubano, modificaron la mirada hacia la
tradición de la isla e intentaron articular sociedad y cultura. Su ala más progresista tuvo una plataforma
común antimperialista. El compromiso con la república naciente tenía que conducir, necesariamente, al
estallido del núcleo fundador del minorismo. Algunos terminaron por inscribirse en el establishment.
Otros, mantuvieron su fidelidad a un proyecto de izquierda.
En tiempos de navegación comercial, el puerto de La Habana estaba situado en un cruce de caminos.
La prensa llegaba de todas partes. Los cubanos siguieron paso a paso los avatares de la primera guerra
mundial y supieron del estallido de la primera revolución de octubre. Numerosos testimonios dan fe del
interés que el acontecimiento suscitó en varios sectores de la sociedad. Los cubanos no intelectuales no
se mantuvieron al margen de los sucesos, pero la relación con el Partido Comunista y, posteriormente
con el Partido Socialista Popular, estuvo sujeta a contradicciones de distinto carácter. El PC cubano
respondía a los lineamientos de la Internacional Comunista que privilegió, en términos casi absolutos, la
defensa del socialismo en un solo país y la supervivencia de la Unión Soviética, sobre todo a partir del
fracaso de los intentos revolucionarios de Alemania y de la República de los Consejos de Hungría. Se
desecharon las opiniones de los militantes radicados en la isla y se produjeron errores de sectarismo con
los consecuentes malentendidos y fracturas. El conflicto con Guiteras y el Gobierno de los Cien Días fue
uno de ellos. Desde una perspectiva marxista, Pablo de la Torriente Brau y Raúl Roa aspiraron a otro tipo
de agrupamiento a través del ORCA.
Concebida a escala internacional, la estrategia de los frentes populares repercutió de manera
diferente en etapas sucesivas. La Guerra civil española unió las tendencias más disímiles de la izquierda
con el propósito de defender la república agredida. Los cubanos contribuyeron con más de un millar de
hombres a la lucha armada en España. Valencia y Madrid recibieron bajo las bombas a los intelectuales
solidarios. Figuraban entre ellos Juan Marinello, Nicolás Guillén, Félix Pita Rodríguez, Leonardo
Fernández Sánchez y Alejo Carpentier. Muchos escritores y artistas colaboraron con el Socorro Rojo
Internacional.
Tras la caída de España y con el estallido de la Segunda guerra mundial, el carácter del frentismo se
modificó. Devino alianza antifascista. Los comunistas cubanos adoptaron la línea de Browder, de
acuerdo con sus camaradas norteamericanos y tomaron el nombre de Partido Socialista Popular. El
pacto con Batista abrió un debate aún no cerrado. Por otra parte, la izquierda internacional se
estremecía con el pacto Molotov-Ribbentrop. Las razones tácticas parecían dominar sobre las
estratégicas. En la isla, la legalización del Partido favoreció su participación en la Constituyente, su
influencia en el impulso a un poderoso movimiento sindical conducido por dirigentes de fuerte arraigo y
le dio acceso a los medios de comunicación. El periódico Hoy circuló libremente. Fundó la Editorial
Páginas y contó con una librería en la calle O’Reilly. La emisora 1010 alcanzó una alta popularidad por la
calidad de sus programas dramatizados y musicales en los que participaban artistas de nombradía.
Hecha con medios artesanales, la producción de la Cuba Sono Films se dirigía a los sindicatos. Para los
guiones y la musicalización, obtuvo el concurso de reconocidos intelectuales como Juan Marinello, Luis
Felipe Rodríguez, Onelio Jorge Cardoso y Alejo Carpentier. Dato curioso, al estreno de uno de sus cortos,
en el paradero de la Ruta 20, asistieron Marinello y Pepilla Vidaurreta, Rita Longa y Álvarez Tabío, Alejo
Carpentier y Lilia Esteban. También Teatro Popular se concentraba en el movimiento obrero, aunque
ofrecía funciones para un público más amplio.
Sin embargo, en otro orden de cosas, la alianza del PSP con Batista tuvo un costo político que socavó
la unidad de izquierda y permaneció en la memoria colectiva durante muchos años. Se arrastraban
diferencias desde el Gobierno de los Cien Días. En su prodigioso ascenso político, Fulgencio Batista había
estado al servicio del imperialismo. Fue un estrecho colaborador de los embajadores Wells y Caffery.
Pesaban sobre su conciencia muchos asesinatos, entre ellos, el de Antonio Guiteras. Figura destacada,
compañero de Mella, Leonardo Fernández Sánchez abandonó el partido porque el dictador era
responsable del ajusticiamiento de su hermano Ivo. Después del 10 de marzo, la línea de masas
sostenida por el PSP entró en contradicción con la técnica insurreccional.
Pero la sociedad no se edifica como una sucesión de rígidas celdas compartimentadas. Hay un fluir en
el tiempo modelado por circunstancias y acontecimientos puntuales. Con representación en la Cámara y
el Senado, los comunistas lograron amplio respaldo en la opinión pública de tradición laica y nacionalista
al proponer una ley en defensa de la escuela cubana, mediante la cual los profesores de Cívica y de
Historia de Cuba debían cursar estudios superiores en el país y acogerse a la condición de ciudadanos
cubanos. Las relaciones con el sector cultural adquirieron un mayor grado de sutileza en los años
difíciles de la guerra fría, agravados por los rigores del macartismo que enriqueció el léxico con una
nueva terminología, la de cripto y filocomunistas. La delimitación de tales calificativos resultaba tan
deslizante que lograba situar bajo sospecha al más tímido proyecto reformista. En dirección contraria, la
URSS, sin renunciar a la noción dogmática del realismo socialista abría el Movimiento por la Paz a los
intelectuales de buena voluntad y cerraba los ojos ante el vanguardismo del militante Pablo Picasso.
En Cuba, el Movimiento por la Paz atrajo a nombres reconocidos en nuestro panorama cultural.
Fernando Ortiz y Manuel Bisbé, profesor universitario y representante a la Cámara por el Partido
Ortodoxo, presidieron sucesivamente el Instituto de Intercambio Cultural Cubano-Soviético. Nuestro
Tiempo cristalizó el espacio de diálogo más eficaz entre los comunistas y la intelectualidad de izquierda.
Atendido por el frente cultural clandestino del Partido, tenía una célula militante en el seno de la
institución. La plataforma básica era antimperialista y nacional liberadora. Soslayaba en la práctica el
tema del controvertido realismo socialista y se colocaba en la oposición, como núcleo resistente ante la
ofensiva cultural concebida por la dictadura de Batista a través del Instituto Nacional de Cultura dirigido
por Guillermo de Zéndegui. Presidido por el compositor Harold Gramatges, Nuestro Tiempo aglutinó la
vanguardia musical, teatral, de la época, junto a jóvenes cineastas, artistas plásticos y escritores, futuros
actores en el ámbito de la creación a lo largo del proceso revolucionario. En este contexto, la
Conversación con los pintores abstractos, de Juan Marinello no tuvo gran repercusión.
La historia es un cuerpo viviente. El paso del tiempo, la acumulación de las hojas muertas y la
actividad de los microorganismos producen el humus que fertiliza las ideas, modela las veleidades de la
memoria y construye imaginarios. Nada se edifica sobre la nada. El espíritu innovador de la Revolución
asumió un legado, modificó el peso específico de sus componentes sin anularlos del todo. Durante dos
siglos se había pensado en cubano para proyectar el diseño de la nación. Las circunstancias políticas y
económicas de la colonia y la neocolonia definieron intereses clasistas, elaboraron saberes sustentados
en el estudio de lo propio y en el filtrado de las tendencias dominantes en el escenario internacional. El
nacionalismo se reafirmó a través de las confrontaciones abiertas o soterradas con el imperio. Adoptó
matices de inspiración burguesa o popular, debilitada la primera por el carácter apenas embrionario de
la burguesía nacional. Sin embargo, durante la república se diagnosticaron los problemas estructurales
de la economía del país. Se elaboró una historiografía que apuntó una perspectiva antimperialista y se
aproximó a una visión social.
En el substrato de la triunfante revolución cubana operaba un trasfondo de ideas procedentes de
distintas fuentes. La crítica a los males de la República nacida de la frustración del proyecto
independentista se fundía con la experiencia histórica concreta que recorría la intervención de Magoon,
la presencia de embajadores en función de procónsules, el auge creciente de la corrupción, las vacas
flacas, la tragedia del campesinado, la caída del Gobierno de los Cien Días, el asesinato de Guiteras, la
mutilación de los propósitos de la Constitución del 40 y el descrédito de la clase política a partir del
golpe del 10 de marzo. Los sectores mejor informados estaban al tanto de los conflictos
latinoamericanos del siglo XX caracterizados por la irradiación del movimiento estudiantil de la
Argentina, el proceso de la revolución mexicana hasta la nacionalización del petróleo que incluía una
importantísima contribución cultural, el pensamiento de Mariátegui y Aníbal Ponce, el asesinato de
Sandino, los debates en torno al APRA y las contradicciones del peronismo. Las capas intelectuales
disponían de referencias sobre la evolución de la Unión Soviética a partir de la muerte de Lenin. Al
definirse la opción socialista, los matices se remitían al modo de configurar el diseño privilegiando la
experiencia soviética o las especificidades del propio contexto teniendo en cuenta, además, los errores
cometidos en la construcción del socialismo. Estos problemas favorecieron el intenso debate intelectual
de los años sesenta.
La imagen de El pensador de Rodin es seductora y falaz. Las palabras también pueden serlo, siempre
portadoras de conceptos más o menos enmascarados. En tanto especie, el intelectual surgió desde que
la división del trabajo se impuso en la sociedad. Para comprenderlo, no hay que acudir a los tiempos
más remotos. Para Platón y Aristóteles los ilotes eran inexistentes. En una república en expansión, cada
vez más compleja, los romanos acudieron a los tribunos de la plebe, fórmula política útil en los rejuegos
del poder. Más tarde, la iglesia ejerció una influencia decisiva en la elaboración de ideas y en su seno se
manifestaron contradicciones ideológicas visibles en el combate contra las herejías. Los burgueses
entraron en la disputa por el dominio del saber. Algunos pusieron en circulación las letras de cambio y
echaron los cimientos de la banca moderna. Otros, menesterosos frecuentadores de tabernas, se
lanzaron contra el dogmatismo formalista de las universidades. Predicaron la experimentación. Fueron
médicos y administradores. Murieron en la hoguera o se hicieron preclaros consejeros de los señores.
Maquiavelo esbozó una ciencia política despojada de consideraciones éticas.
Restringir la noción de intelectual al universo de los escritores y artistas ha sido un error histórico de
izquierda. Conduce a introducir estrechas normativas en el orden de la creación, a minimizar su papel
en la lucha de ideas, a enfrentarlos a la clase obrera y a desentenderse de las repercusiones de su actuar
concreto e inevitable en el desarrollo de cualquier sociedad. Una lectura desapasionada de lo sucedido
en el planeta durante el último medio siglo tiene que constituirse en fuente de aprendizaje.
Intelectuales son los tecnócratas de inspiración neoliberal que modelaron las dictaduras de América
Latina y propagaron las teorías que precipitaron el derrumbe de la Europa socialista. Intelectuales
fueron los que entonaron los himnos celebratorios del fin de la historia. Intelectuales fueron los tanques
pensantes que concibieron los documentos de Santa Fe para apuntalar el futuro del milenio imperial.
Intelectuales son los autores del diseño de las universidades empresariales destinadas a entrenar un
nuevo proletariado al servicio del sistema. Son los que promueven la ahistoricidad de los valores, los
estudiosos del marketing y los que elaboran los sutiles mensajes que universalizan una seudocultura
mediática. Son también los que difunden el supuesto anacronismo de la contraposición entre derecha e
izquierda. En el plano estrictamente político, promueven la tercera vía y reivindican la socialdemocracia.
La fuerza seductora de las modas arrasa los pilares del pensamiento. Algunos conceptos se han
vuelto impronunciables. Es un modo de ocultar las realidades que, un día, al despertar de la ensoñación
envolvente descubriremos que siguen estando ahí. Las clases sociales no han desaparecido. Se
recomponen según las transformaciones de la economía. Una visión simplificada del marxismo creó la
ilusión de una simultaneidad entre nacionalización de su base económica, desmembramiento de las
clases y trasplante de una mentalidad construida a lo largo de los siglos.
El pensamiento descolonizador emergente a mediados de la pasada centuria implicaba un cambio
cualitativo respecto al que animara las guerras de independencia. El reconocimiento de la naturaleza del
imperialismo, percibido ya por José Martí, conducía a descifrar las distintas formas de dependencia que
contribuyeron a conformar sociedades con rasgos diferentes a los predominantes en el primer mundo y
a calibrar, consecuentemente, el perfil de las clases sociales en ese contexto.
La dependencia neocolonial modeló la sociedad cubana del siglo XX. Reafirmó el contrasto entre
Cuba A y Cuba B. Modificó la tenencia de la tierra, favoreció la expansión latifundista y azucarera de la
región oriental. El país comenzó a reedificarse sobre las ruinas de la guerra. La nueva burguesía se
estructuró con terratenientes, el sector importador hispano-cubano y los beneficios de la política. Los
términos de los tratados comerciales con Estados Unidos estrangularon las posibilidades de un
crecimiento industrial. Jorge Ibarra ha señalado con acierto que esta compleja realidad convirtió al
desempleo en enfermedad crónica y fuente del clientelismo político. El personaje del cesante integró el
bestiario costumbrista.
La república de generales y doctores fue también la de Juan Criollo. Al arriarse la bandera española,
Enrique José Varona intentó proponer un proyecto para la Cuba independiente. Frustradas sus
expectativas, tomó distancia y se convirtió en ejemplo vivo para las nuevas generaciones.
La guerra franco-prusiana de 1760 respondió a la disputa por Alsacia, Lorena y la riqueza minera del
Ruhr. La gran guerra del 14 concernía el reparto de África. Pero el estallido de la Comuna de París
apuntaba en otra dirección. Preludiaba la Revolución de Octubre. Como siempre, aunque no lo
supiéramos entonces, Cuba recibía los embates de los poderosos estremecimientos internacionales. Se
forjaba una sociedad diferente que transformaba la naturaleza y función de los intelectuales. En ese
contexto se imponía repensar la nación.
Para nosotros, el siglo XX empezó en los años 20, nombrados con acierto por Juan Marinello la
“década crítica”.
No fue obra del azar. En rápida sucesión, los estudiantes, las mujeres, los sindicatos ganaron en
organización y se lanzaron a la conquista de los espacios públicos. Ya no eran generales y doctores.
Procedían de la clase obrera y de la frágil y vulnerable pequeña burguesía latinoamericana.
Los intelectuales de la República fueron abogados, médicos, maestros, periodistas, hombres y
mujeres de la cultura. Se escindieron en dos tendencias fundamentales, según se colocaran al servicio
del poder o permanecieran en la periferia del sistema. Figuraban entre los primeros quienes operaban
desde los grandes bufetes de administración vinculados a los intereses de hacendados y grandes
colonos, los editorialistas de los grandes diarios y los que escalaron posiciones prominentes en la
política, a veces desertores desengañados de la izquierda. Sobrevivieron a los avatares de la época los
empecinados en seguir pensando en cubano releyendo la historia, indagando las subestimadas raíces
africanas, rescatando los orígenes del arte y la literatura de la isla, edificando en el aislamiento su obra
de creación. No puede olvidarse, por intangible, el pertinaz laboreo de la pedagogía cubana empeñada
en conceder prioridad a la formación ciudadana y representada por miles de maestros anónimos,
modestísimos trabajadores intelectuales, cuerpo de creciente presencia femenina y mestiza, trasmisor
de valores éticos y patrióticos.
Capital intangible, valor de uso más que de cambio, la memoria debidamente administrada se
reconstruye en el tiempo como fuente de inversión segura. El subdesarrollo, herencia del coloniaje, se
caracteriza por el despilfarro de los recursos de toda índole. Como el artesano que, siempre
insatisfecho, sigue amasando el barro, el pensamiento cubano del siglo XX remodeló el rostro de la
nación. Semejantes a sus predecesores, asumieron el ejercicio de una dialéctica creadora entre el
adentro y el afuera. Descifraron la realidad cambiante de la isla y se apropiaron de las herramientas que
les parecieron útiles para interpretar los hechos. Aunque hubiera empezado a declinar la influencia
positivista, resultó para algunos el punto de partida necesario. Ese contrapunteo es evidente en
Fernando Ortiz y también Ramiro Guerra, cuya imprescindible Azúcar y población en las Antillas, se
sobrepone a las flaquezas de sus devaneos machadistas. El marxismo abrió otros senderos que Julio
Antonio Mella pudo entrelazar, desde el momento inaugural, con la tradición martiana. Los clásicos del
marxismo y la Revolución de Octubre incitaron diversidad de lecturas, atizadas por las ideas que
germinaban en América Latina y por las repercusiones de la Revolución del 30. A contracorriente
respecto al poder hegemónico, las ideas entrechocaban a través de revistas, conferencias, intercambio
con intelectuales de otros países. En este clima se reafirmó la vanguardia en las artes y las letras. Con los
referentes de ayer y de antes de ayer, a partir de 1898, el artesano ha seguido amasando su barro. Pero,
mucho ojo. Queda mucho laboreo paciente por hacer en archivos y bibliotecas dañados por la
indolencia, el polvo y el clima. Con perspectiva crítica, tenemos que escoger las herramientas
adecuadas, sin dejarnos obnubilar por los detalles de la globalización homogeneizante, por dogmas y
por recetarios reduccionistas. Apremia una tercera lectura de la república neocolonial y urge salvar los
vacíos que lastran el conocimiento del medio siglo recién transcurrido para entregar al artesano que
está naciendo hoy el buen barro que hemos amasado.

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