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Universidad Católica Andrés Bello.

 
Letras. 
Diseño y Evaluación de Proyectos Culturales.
José Miguel Ferrer.
26.403.019. 

Las políticas culturales en Venezuela.


Las políticas culturales, en muchos países, son instituciones autónomas, que funcionan con
objetivos alejados del discurso mandante, pero en Venezuela el caso, durante la historia
republicana, ha sido distinto. La hermandad entre el menester cultural y el oficio político es
inamovible y, en verdad, las primeras generaciones del siglo XX integraron un ideario
común entre la preocupación estética y la construcción del “progreso” social. Esto, de cierta
manera, permitió que la inclusión ciudadana a través de la alfabetización o el
reconocimiento de procesos culturales autóctonos o, incluso, extranjeros fuera posible en
las épocas de gran fulgor económico. 

En las primeras décadas del siglo XX se puede reconocer que el oficio cultural tenía dos
caminos posibles: la gubernamentalidad o la disidencia. Los ejemplos más conocidos son
Laureano Vallenilla Lanz del lado gomecista y Rómulo Gallegos desde la otra trinchera, la
perseguida y exiliada. En este caso, ambos caminos estaban marcados por la necesidad de
involucrar el trabajo estético en la construcción de una nación. Luego, Rómulo Gallegos y
Andrés Eloy Blanco, dos nombres que tienen en su haber las cargas de una gran obra
literaria estampada en la historia nacional, son los creadores de un partido político. Lo
cultural y lo político van de la mano, trabajando, para establecer los códigos necesarios que
determinen la idea de “lo venezolano”. 

Los dos caminos establecidos por las dictaduras se diluyeron con la llegada de la
democracia. Los disidentes y los cultores gubernamentales peleaban ahora en las mesas de
Sabana Grande o en las oscuras salas de un bar. Unos escribían las odas de una lucha
guerrillera infructuosa, otros, muy pocos, quizás, defendían el camino de la democracia.
Todos ellos, aunque con sus desbalances, tenían un espacio en el menester cultural del país.
Además, los proyectos del área cultural, financiados con el fulgor petrolero, tenían una
autonomía y esto se puede ejemplificar en la construcción del Teatro Teresa Carreño donde,
aunque varios gobiernos pasaron, existía una junta directiva que comandaba la obra con
autoridad. Algunos gobiernos apoyaron la obra, otros no tanto, pero no estuvo totalmente
mediada por el partidismo, sino por una finalidad ciudadana. 

Es importante entender que la participación de la cultura en la construcción social y, por


ende, política es inevitable porque las expresiones artísticas nacen desde la esencialidad
humana. Todo aquello que moldea, ocurre y se codifica a través del lenguaje es posible
como factor cultural. Incluso, la identidad nacional, como lo plantearía Benedict Anderson,
es un proceso imaginario creado a priori para delimitar las funciones y el camino de una
nación. En Venezuela durante el periodo democrático la cultura, bajo los preceptos de
Arturo Uslar Pietri o Luis Beltrán Prieto Figueroa, era entendida como un mecanismo para
la conformación de una identidad educativa, moral y, sobre todo, estética. 

Los intelectuales de izquierda en los años sesenta, setenta y ochenta fueron primordiales
para ampliar el registro de los considerado como cultural. Se problematizó las categorías de
lo cultural para, de esta forma, incluir las expresiones populares en el espectro de apoyo
gubernamental. Ahora, luego del periodo democrático de la segunda mitad del siglo XX
llegó el chavismo al poder, con un discurso amparado bajo el descontento social y la
explotación del populismo. En un principio, los intelectuales marxistas vitorearon el
proceso “revolucionario” y aplaudían los extensos monólogos del nuevo comandante, pero,
otros, entendieron la finalidad ideológica que terminaría deconstruyendo la identidad y
utilizando el aparato cultural como medio panfletario. La política se adueñó de la cultura. 

El chavismo como proceso revolucionario utilizó el medio cultural, trinchera acostumbrada


para los intelectuales marxistas de las décadas anteriores, para instaurar un proceso de
memoria y reconfiguración identitaria. De esta forma, lo que se conocía como “lo
venezolano” se transforma en escombros y empuja a los ciudadanos a un proceso de deriva
identitaria. Esto es una diferencia con la hermandad entre el sistema cultural y política que
ocurrió en la etapa democrática porque, en este caso, la cultura es un aparato panfletario a
la postre del funcionamiento gubernamental. 

Esto provocó que los cultores contrarios a ese funcionamiento se cobijaran en el mercado.
Los caminos, antes diluidos, se volvieron a construir: apoyo gubernamental o la disidencia.
Además, se produjo un fenómeno interesante por la deconstrucción de la identidad: nuestra
literatura, de un lado o del otro, se plantea como un espacio de respuestas ante la pregunta
de “lo venezolano”. Constantemente, el ciudadano se encuentra a la deriva y los procesos
migratorios, por otro lado, acentuaron ese vacío identitario. Por ende, las políticas
culturales que se han manejado en los últimos años han tenido una clara distinción
panfletaria que ha reducido, sobre todo, el interés del ciudadano común en la
decodificación de su propio haber cultural. 
Bibliografía

 Anderson, B. (1983). Comunidades Imaginadas. México D.F: Fondo de Cultura Económica .

 Bermúdez, E., & Sánchez, N. (2009). Política, cultura, políticas culturales y consumo
cultural en Venezuela. Espacio Abierto Cuaderno Venezolano de Sociología, 541-576.

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