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Marcelino Galicia Fabián dice que nació

en 1908 y que tiene 103 años. Algunos de


sus familiares le atribuyen mayor edad,
pero él asegura que 103 es la cifra correcta.
"Ya estoy pateando los 4", comenta.
Algunos en la ciudad de Tacuba son
escépticos y señalan lo que dice el
documento único de identidad que porta
Marcelino, que está extendido a nombre de
una persona de apellido García, de 85 años
de edad.

"Don Chelino", como le dicen en Tacuba,


sobrevivió a la masacre de 1932 que
ejecutó la Guardia Nacional por orden del
presidente Maximiliano Hernández
Martínez, para contener un levantamiento campesino que tuvo su origen en la explotación en los cafetales. La
mayoría de trabajadores eran indígenas pipiles y ya muchos estaban organizados políticamente en grupos como
el Partido Comunista de El Salvador. Chelino no estaba organizado y vivía lejos del casco urbano de Tacuba,
pero ser campesino en esta zona cafetalera y con el agravante de ser indígena, lo hacían un potencial blanco de
la matanza y tuvo que huir.

A pesar de que casi no tiene con quién practicar el idioma, Chelino es capaz de articular frases y comunicar
algunas ideas en náhuat. En El Salvador no hay más de 200 personas que puedan hablarlo, según un estudio de
Jorge Lemus para la Universidad Don Bosco titulado "El pueblo pipil y su lengua". Lemus asegura que los
nahuablantes suelen ser ancianos empobrecidos y que en algunos casos lo único que pueden es pronunciar
ciertas palabras. Chelino dice que aprendió de su abuela, con quien iba a la plaza de Tacuba, y recuerda que la
Guardia Nacional, creada en 1912, solía golpear a quienes hablaran náhuat en público.

Chelino prepara sus alimentos en pequeños fogones que levanta dentro de su vivienda. Al fuego echa tomates o
chiles enteros que, asados, los come con tortilla. Una decena de bordones de madera elaborados por él mismo
destacan en la única habitación de su casa con piso de tierra. La mayor parte de su vida la pasa en casa y salvo
necesidades muy puntuales baja hasta la ciudad. Para matar el tiempo, Chelino toca un pito hecho de carrizo o
un tambor. La primera vez que lo visitamos, desde lejos se escuchaba el trinar del carrizo.

Chelino debe ingeniárselas para conservar sus escasos alimentos fuera del alcance de los animales. Esta es su
versión de una alacena, una lámina metálica que hace las veces de tapesco donde coloca las tortillas o las
verduras que logra comprar cuando tiene algún ingreso por la venta de un pito o un tambor. Chelino recuerda
que cuando estuvo escondido en las cuevas en Guatemala, él y sus familiares se alimentaban de los camarones y
los peces que les brindaba el río Paz.
Marcelino elabora instrumentos musicales. Estos pitos los hace con una caña llamada carrizo, parecida al
bambú, pero más pequeña. Corta trozos de unos 35 centímetros de largo y les hace seis orificios, que son los
que permiten la diversidad del sonido al soplarlos por un extremo. Aprendió a tocar estos instrumentos antes de
1932, y ahora participa en las cofradías y es de los pocos ancianos que saben aún danzas tradicionales como la
de "El Tigre y el Venado". La música de los pipiles tenía una función más vinculada a los rituales y ceremonias
religiosas que a lo lúdico.

Estas manos manchadas de negro por el hollín de los fogones tienen la habilidad de hacer pitos de caña y fueron
las mismas con las que Marcelino sirvió a un cuerpo paramilitar hace décadas. Chelino es incapaz de explicar la
aparente incoherencia entre haber tenido que huir de las fuerzas del gobierno y haber colaborado con ellas
posteriormente como colaborador del ejército para controlar las zonas rurales. Chelino llegó a ser comandante
de los patrulleros en Tacuba. Dice que nunca mató a nadie y que lo más que hizo fue capturar a varios mañosos.

Marcelino hace pitos y tambores y procura venderlos a los visitantes para conseguir algún ingreso. Cuando le
preguntamos en cuánto podía vender el que tenía en sus manos, respondió: "Ahí lo que sea su voluntad". De eso
vive y con eso logra comprar sus verduras y el gas para la lámpara con la que se ilumina por las noches. Cuenta
que cuando estaba escondido en las cuevas, él y su padre pasaron a oscuras muchas noches. Después de unos
días, se atrevieron a encender breves fogatas porque temían ser descubiertos.

Unos niños del cantón El Jícaro, en Tacuba, curiosean la cámara fotográfica. Estos niños viven a varios cientros
de metros de la casa de Chelino, quien vive solo. Su familia es parte del pasado. Su esposa murió de un ataque
al corazón y sus hijos viven en otros puntos del país. Su único hermano vivo tiene una casa en la ciudad de
Tacuba, pero casi no se ven. La única persona que lo visita regularmente es su nuera, quien le prepara alguna
comida. Durante la masacre del 32, Chelino perdió a un tío. La represión, que duró más de un mes, dejó casi
30,000 campesinos salvadoreños muertos.

Marcelino Galicia Fabián sobrevivió a la masacre indígena de 1932 y era uno entre los casi 200 nahuahablantes
que quedan en El Salvador. Chelino, como era conocido, murió el 15 de julio de 2013 a los 104 años. Foto: Luis
Velásquez.

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