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Subsecretaría de Maestrías y Carreras de Especialización

Secretaría de Estudios Avanzados

CARÁTULA DE PRESENTACIÓN DE TRABAJO

FECHA: 30 / 04 /2021
ALUMNO/A: Brian Iglesias y Juan Nicolás Séligmann
DNI: 36904732 / 32592726
MAIL: bjiglesiasm@gmail.com y nicoseligmann@gmail.com
CARRERA/MAESTRIA: Maestría en Teoría Política y Social / Maestría en
Comunicación y Cultura
COHORTE: 2020
MATERIA: Democracia, Representación y Agencia
DOCENTE/S: Gabriela Rodríguez Rial y Amilcar Salas Oroño.

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DEMOCRACIA Y REPÚBLICA: LA LIBERTAD QUE PENSAMOS, LOS


LÍDERES QUE DESEAMOS Y LAS INSTITUCIONES QUE ACORDAMOS

La historia de las ideas y los conceptos resulta una herramienta fundamental para
comprender los cambios sufridos en las sociedades a través del tiempo, así como las
diferencias que existen de un territorio a otro, incluso en la misma época. Comprender
la significación de las palabras resulta de vital importancia para graficar las sociedades
históricas, pero también para intentar rescatar elementos claves que puedan resultarnos
de gran utilidad en la actualidad.

PARTE A

De la democracia de los antiguos comparada con la de los modernos


Comenzaremos centrándonos en la diferenciación -desde la óptica de la teoría
política- de la democracia occidental antigua -representada principalmente por Atenas y
la antigua República Romana1- y la democracia moderna -con referentes básicos como
las revoluciones inglesa, francesa y estadounidense, así como también las  entonces
novedosas repúblicas italianas del siglo XV-. Dicha distinción será analizada a partir de
tres características comparativas fundamentales: 1. el concepto de libertad que se
manejaba en cada una de estas épocas; 2. el rol de los liderazgos en sus sistemas de
gobierno; y 3. por las instituciones propias de cada período y sus consecuentes prácticas
representativas.
Uno de los conceptos claves para la historia de la humanidad es el de libertad.
En 1829, Benjamin Constant inauguró una fase de la teoría política focalizada en el
análisis comparativo histórico de dicho concepto. Durante la Ilustración se abandona la
idea de un Dios regidor del mundo y la humanidad pasa a dirigir sus propios designios
por lo que la política adquiere un papel vital. En consonancia con aquel proceso y
ayudado por las bases teóricas del contractualismo, comienza a prevalecer una visión
predominante del individuo y de sus libertades inalienables por sobre las
responsabilidades de éste para con la comunidad. Este giro conceptual realmente
novedoso, llevó al centro de cada proceso la figura del individuo. Constant proclama
qué se entiende por la palabra libertad:
“[Es] el derecho de no estar sometido sino a las leyes, no poder ser
detenido, ni preso, ni muerto, ni maltratado de manera alguna por el
efecto de la voluntad arbitraria de uno o muchos individuos; es el
derecho de decir su opinión, de escoger su industria, de ejercerla, y de
disponer de su propiedad, y aún de abusar si se quiere, de ir y venir a
cualquier parte sin necesidad de obtener permiso, ni de dar cuenta a nadie
de sus motivos o sus pasos; es el derecho de reunirse con otros
individuos, sea para deliberar sobre sus intereses (…); es, en fin, para
todos el derecho de todos de influir o la administración del gobierno, o en
el nombramiento de algunos o de todos los funcionarios, sea por
representaciones, por peticiones o por consultas, que la autoridad está

1
Dado lo acotado de este apartado y sólo con fines prácticas, trataremos los conceptos de democracia y república como caras de una
misma moneda llamada gobierno popular, tal como el trato que le brindan a estos conceptos diversos autores, como por ejemplo,
Dahl y Manin.

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más o menos obligada a tomar en consideración” (Constant, 1988, pp.


67-68)
Dicha concepción es propia de la modernidad y se reconoce como una libertad
negativa ya que se basa en una sumatoria de derechos individuales inalienables que no
deberían ser vulnerados por ninguna autoridad en pos de una exigencia contraria a los
deseos de la persona poseedora. Como contrapunto, Constant manifiesta que en la
antigüedad la libertad era entendida como el “ejercicio colectivo de la soberanía”
(1988, pp. 68). Se designa dicha libertad colectiva como positiva ya que es un hacer
para -en este caso para la comunidad a la que se pertenece-, existiendo un
“sometimiento completo del individuo a la autoridad del conjunto” (Constant 1988 pp.
68). Existía una primacía total de lo público por sobre lo privado. Al ser entendida
colectivamente, buscaba una comunidad libre respecto del exterior (resultando
fundamental la concepción del ciudadano/guerrero tanto para áticos como romanos).
Aunque dichas libertades fueran conceptualmente diferenciables, varios autores
republicanos modernos como Guicciardini (2017) y Maquiavelo (1996), o más
contemporáneos como Skinner (1990) consideran ambas libertades como inseparables
en la práctica, incluso complementarias. Desde una matriz neorrepublicana, articulan la
existencia de una comunidad libre como garante de la libertad negativa. La libertad
personal, necesita de la independencia comunitaria. Para Constant, inclusive los
modernos no deben prescindir de la libertad política sino que resulta necesario
interpretarla de una forma distinta a la antigua. Jamás deben abandonarla. La
prevalencia de estas distintas concepciones resultaron, a su vez, determinantes para el
ejercicio de la ciudadanía en cada época.
Sin dudas la aparición del liberalismo moderno que pondera lo individual por
sobre lo comunitario cambió el sentido de las nociones de república y democracia,
buscando limitar los poderes de gobierno intentando que se inmiscuyan lo menos
posible en los asuntos privados (sobre todo en el de la propiedad). Este cambio de
concepción nos lleva a otro punto clave en la diferenciación de la democracia antigua y
la moderna: la cuestión de los liderazgos políticos, focalizada en la institucionalización
(o no) de sus prácticas y sus concesiones en el sistema representativo (Weber, 2002;
Pinto, 2002; Fabbrini, 2009).
Los debates durante los procesos de los nacimientos de las repúblicas modernas,
como los que dieron los padres fundadores de Estados Unidos o los republicanos
franceses, estuvieron primeramente signados por los tipos de liderazgos deseados. A su
vez, esta misma búsqueda definiría el tipo de instituciones y prácticas republicanas que
se habrían de utilizar en los Estados modernos (Hamilton, Madison, Jay, 2010). Casi
como un axioma se buscó limitar la independencia del poder de los líderes. La vieja
figura del dictador romano ya no encontraba cabida dentro de los nuevos marcos
institucionales, ni siquiera para épocas críticas. En ese proceso de definición de las
reglas de juego, la búsqueda se centró en restringir la discrecionalidad del ejecutivo
mediante el imperio de la ley y la división tripartita de poderes en el sistema de pesos y
contrapesos, sobre todo comparado con las Antigüedad (Bobbio, 1985). Entonces, las
distintas formas de concebir república y libertad jugaron un rol fundamental en la
definición del tipo de liderazgo buscado y las correspondientes instituciones a diseñar:
“La república suele ser definida como ideal de gobierno político y
gobierno de la ley. En el caso de esta última acepción cuando se

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fundaron las repúblicas modernas de los siglos XVII y XIX se asoció al


gobierno de la ley con división de poderes, pero eso no fue así ni en la
Roma Antigua ni tampoco en el Renacimiento […] Ambas dimensiones,
la república como idea y como concepto, impactan en la historia del
pensamiento, de las instituciones y de las identidades políticas, y
también son claves para comprender cómo opera la república como
legitimadora de los órdenes políticos, incluso hoy” (Rodríguez Rial,
2019, pp. 63, resaltado propio)
Así derivamos en el tercer punto fundamental: las instituciones y prácticas
soberanas, gubernamentales y representativas. Respecto a ellas resulta interesante ver
cómo se han moldeado a partir de los tipos de gobernantes buscados y, por tanto, de las
distintas concepciones de libertad características de cada época. En la antigüedad, todo
aquel considerado ciudadano tenía posibilidades, y hasta la obligación, de participar en
el desarrollo del debate públicos y las prácticas de administración gubernamental. Así,
la democracia en Atenas, que incluía a artesanos y trabajadores pero excluía mujeres y
esclavos, era ejercida de manera directa por la ciudadanía. Se llevaba a ésta a tener que
involucrarse en las cuestiones públicas. La patria precedía al individuo. El ejercicio del
poder era un hecho factible para los ciudadanos atenienses ya que podían ejercerlo
directamente en la asamblea o en la ocupación de un cargo, designado por sorteo, al
postularse como candidato para ocupar una magistratura o un tribunal. “La mayor parte
de los cometidos que no realizaba la asamblea eran asignados a ciudadanos
seleccionados por sorteo” destaca Manin (2006, pp. 8, resaltado propio). El ejercicio
directo de la soberanía combinado con la práctica del sorteo fue relevante también en la
república romana y en las repúblicas italianas de la modernidad 2 (Manin, 2006). No
existía la idea de representatividad. Todxs debían estar comprometidos con las
cuestiones de la comunidad ejerciendo una participación activa y directa en los asuntos
públicos.
En cambio, los modernos - basándose en la libertad individual (privada)
- entendieron la intervención política como una influencia indirecta a través de las
instituciones y las prácticas representativas: “y si […] llega a ejercer esta soberanía, lo
hace rodeado de mil trabas y precauciones, y nunca sino para abdicar de ella”
(Constant, 1988, pp. 69, resaltado propio). El individuo precede a la patria. Aquel,
ocupado en sus asuntos personales y en su actividad económica, ya no cuenta con
tiempo suficiente para ejercer su ciudadanía a la usanza antigua; sólo le resta delegar
dicha actividad en los políticos profesionales. Los enormes cambios que sufrieron la
configuración social, la cultura política, la estructura económica y la concepción de la
libertad respecto de la antigüedad, fueron factores decisivos para este viraje en la forma
de entender la soberanía.

Democracia liberal representativa: ¿un oxímoron?


La sociedad moderna vive una ficción democrática en donde ejerce su soberanía
como pueblo un día cada tanto sólo para delegarla por algunos años. A diferencia del
ejercicio soberano de sociedades antiguas, la concepción de una libertad individual y
privada hace que le resulte necesario (y hasta deseable) desentenderse de sus

2
Por ejemplo, Venecia.

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responsabilidades como ciudadanos soberanos, depositándolas en un grupo reducido de


burócratas. Se es soberano en apariencia. 
La libertad moderna (civil) sumada a la idea del gobierno representativo (la
libertad política indirecta) resulta en la actual idea de la democracia liberal
representativa. Allí es donde se escinde la libertad negativa de la positiva y donde las
“democracias” modernas son esencialmente diferentes de las antiguas. Consideramos
que las falacias democráticas se desprenden de que, en la antigüedad, el número de
ciudadanos efectivos era muy restringido respecto de la población total3; y en la
modernidad, el ejercicio democrático se limita a un proceso burocrático ilusorio e
incontrolable para el “ciudadano de a pie”. La accountability termina resultando una
broma de mal gusto con el que, algunos cuantos, regocijan su risa. El llamado de
Constant a vigilar de manera constante a los representantes se vincula con las
dificultades, y también las potencias, de las democracias contemporáneas. A
continuación, observaremos estos tres planos (libertad, liderazgos e instituciones) en
América Latina contemporánea.

PARTE B
Emociones tecnológicas y monetizadas
El recorrido por el despliegue histórico de los principios, fundamentos y
prácticas de la democracia nos acerca a la pregunta por la experiencia democrática en el
presente latinoamericano.
El siglo XXI nos ofrece un escenario de caídas presidenciales anticipadas – en
diversos formatos y diferentes países – donde la constitucionalidad del régimen
democrático se mantiene, propiciando al mismo tiempo cuestionamientos a la legalidad
desde su propio interior (Malamud 2019). Así, nos encontramos con liderazgos
personalistas enlazados con un ocaso de los partidos políticos como figuras de
identificación, una acentuada polarización y radicalización de posiciones orientadas a
una lógica amigo-enemigo. Pero lo distintivo de estas caídas presidenciales anticipadas
en medio de gran hostilidad social, es que se presentan en un clima de creciente
malestar (Urbinati 2012), descontento y desconfianza (Zamitis Gamboa 2018). Esto nos
convoca también a considerar la dimensión afectiva de las sociedades democráticas para
analizar lo que compromete a sus actores con el sistema de creencias, valores y sentidos
democráticos. Es “una situación de carencia de valores, los cuales han sido
distorsionados, desplazados o descartados” (Puerta Riera, 2019, pp. 11).
Asimismo, para profundizar una teoría crítica de las formas de gobierno
contemporáneas precisamos atender a la relación entre política y técnica. Sobre todo, a
partir de la consolidación del sistema de comunicación e información sostenido en las
lógicas y las particularidades de la internet y su específica relación con la propiedad
privada. La arena para el debate público se condensa cada vez con mayor énfasis en la
territorialidad digital definida por dinámicas oligopólicas, corporativas, de
concentración y convergencia. Un abordaje que atienda a lo tecnológico considerará
tanto los efectos de la mediatización especular sobre la praxis política (Zamitis Gamboa
2019; Urbinati 2019) como también aquellos de la mercantilización globalizada sobre el
poder soberano estatal (Wood 2006, pp. 395, 406).
3
Recordemos que, por ejemplo, esclavos y mujeres no eran considerados ciudadanos, y por lo tanto no tenían ninguna atribución
soberana.

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Así es que una búsqueda reflexiva de aquello que está configurando las
transformaciones democráticas experimentadas especialmente en América Latina puede
obtener interesantes resultados si investiga cómo se capitalizan las emociones
desencantadas en la institucionalidad democrática. Porque si “el sueño de la
democracia, como el de la libertad y la igualdad, no puede separarse de la
contingencia”, es en la experiencia concreta de las subjetividades humanas donde se
termina reforzando la soberanía de la ley democrática pero como “norma irresistible” de
un “orden socio-económico” específicamente burgués (Seco Martínez y Rodríguez
Prieto 2005, pp. 1, 5). Esto tiene un impacto crucial en el camino para garantizar la
libertad y la igualdad en la existencia concreta de la vida en común, ya que “el límite de
la democracia es, pues, su límite de clase” (Sánchez Vázquez 1983, pp. 1).
Al vincular ciertas lecturas de la filosofía de Carlos Marx a estas
interpretaciones de la mercantilización burguesa de las emociones al interior de las
instituciones democráticas, nos encontramos con la necesidad de enfocarnos en dos
fenómenos cruciales. Uno es la crisis financiera mundial de 2008 con su fractura de la
promesa de crecimiento indiscutido; aquella que se sostenía en la tríada moderna
civilización-progreso-cultura y el intercambio entre el desarrollo capitalista-tecnológico.
El segundo tiene que ver con la experiencia de la representación.     

La retracción democrática
Uno de los elementos claves para comprender lo que está sucediendo en nuestros
regímenes democráticos es el fenómeno globalización y su implicación a la soberanía
estatal para aplicar medidas de ajuste y austeridad como solución y garantía de la
recesión mundial (Zamitis Gamboa 2019; Urbinati 2019). Se ha generado una
profundización de la concentración de la riqueza, la pobreza e indigencia. Las
consecuencias sociales y culturales de la negación del derecho a condiciones de vida
dignas impactan sobre el sistema democrático pues intensifican la angustia y el rechazo
a las instituciones democráticas de gobierno, representación y participación.
Los partidos políticos “sujetos a la dinámica de los intereses y combinados con
una franca apatía por parte de amplios sectores de la ciudadanía, han devenido en la
imposibilidad para afectar intereses enquistados o desigualdades sociales profundas”
(Baños, 2006, pp. 46); no logran dar respuestas eficaces al avance de la concentración
del capital y la pauperización de los niveles de vida. Esto impacta directamente sobre la
credibilidad de las instituciones democráticas para influir sobre los vaivenes
catastróficos del comercio internacional4.
Norberto Bobbio (1984) identificaba que el “´malestar´ al que se enfrenta
cotidianamente el ciudadano común (…) [implica una] contradicción entre la absoluta
legalidad formal de la democracia existente y el incumplimiento de aquellas promesas
que [le] prestaban legitimación” (citado en Zamitis Gamboa 2019, pp. 29). Si la
democracia ya no ofrece protección a las necesidades sociales de comida, refugio y
derechos,  son las consecuencias del capitalismo globalizado las que “se vuelcan sobre
la democracia misma (…) haciéndola ver débil [porque] ya no responde a las demandas
de una sociedad que desconfía (...) de su ejercicio soberano” (Puerta Riera 2019, pp.

4
 En 2015, un estudio de la consultora internacional Latinobarómetro mostró que América Latina era la región del mundo con
mayor insatisfacción con el sistema democrático. Latinobarómetro (2015) Opinión Pública Latinoamericana, La confianza en
América Latina 1995-2015 [en línea]. Disponible en http://www.latinobarometro.org.

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36). Como afirma la autora, el problema económico que la crisis global proyecta sobre
los sistemas democráticos es en el plano de su ejercicio.
Esta situación se agrava aún más con las consecuencias por las medidas de
gobierno frente a la pandemia del Covid-19. El escenario recesivo se vio recrudecido
por la caída de la actividad del comercio mundial y un consecuente achicamiento de una
disponibilidad de recursos siempre escasa frente a la necesidad. La encrucijada en la
que, una situación sanitaria (ya previamente crítica) amenazando el derecho a la salud
pública, se resuelva restringiendo la movilidad de personas, bienes y servicios (más que
abordando la gestión de la industria alimenticia animal), pone aún más en jaque la
confianza ciudadana sobre las instituciones gubernamentales democráticas.
Esta relación entre poder económico y poder político define al ejercicio de la
decisión pública como inseparable de los intereses corporativos transnacionales,
reduciendo la garantía democrática de igualdad y libertad: “Es el capitalismo el que hizo
posible una democracia limitada, “formal” antes que “sustantiva”  (…) El capitalismo es
estructuralmente antitético respecto de la democracia” (Wood, 2006, pp. 396)

Representación y participación en el malestar (o viceversa)


El otro aspecto crucial es lo que sucede con la representación en la
institucionalidad democrática de los sistemas políticos latinoamericanos. A partir de los
años setenta, el “aumento sobre la participación y demandas era una amenaza para la
gobernabilidad (...) [Entonces] el programa neoliberal estructuró la idea de
gobernabilidad como contención de demandas sociales” (Zamitis Gamboa, 2019, pp.
28).
Uno de los principales problemas que están experimentando las democracias
actuales es el debilitamiento de instituciones para brindar respuesta. Es el contexto de
una aparente pérdida de soberanía o de su reducción a una mínima expresión que
garantice la voluntad corporativa de la financiarización internacional de la política. Allí,
“en un ambiente de desconfianza o de desmotivación” la soberanía tiende a ejercerse de
manera no tradicional desde una perspectiva institucional en lo que Castoriadis llamó
“melancolía democrática” (Puerta Riera 2019, pp. 17, 28). 
La ciudadanía pareciera ansiosa por “castigar a sus representantes” rechazando
“las formas institucionales de participación” y empleando otras vías (Zamitis Gamboa
2019, pp. 32). Las imágenes viralizadas por la comunicación digital “son fuente de un
tipo de discernimiento que evalúa los gustos particulares más como reacción emocional
que como hecho político (...) [y] el gusto no se discute. Es individual y no sirve como
medio de acuerdo porque es indisputable” (Urbinati, 2019, pp. 12). Así, como cuestión
de gusto individual, como experiencia privada, se vive la cuestión pública en un gesto
que pareciera acercar el orden político al social pero enfatiza su distinción (garantía
última de la propiedad privada). Así es que el dispositivo de judicialización de la
política y una serie de procedimientos institucionales cuestionables incluso desde la
perspectiva del Estado de Derecho, gozan de manifestaciones de apoyo en el espacio
público, cuyos afectos en juego le imprimen un carácter violento y no conciliador. 
Existen muchos casos polémicos que, en su escándalo – avivado por los fugaces
y masivos procesos de subjetivación viral en la red 2.0 –, promueven la tendencia al
agrupamiento de posiciones políticas a favor o en contra, de manera polarizada bajo la
égida de la política como enemistad. “La radicalización de posiciones es un síntoma de

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un defecto democrático que hoy es diseminado por la televisión y las nuevas tecnologías
de la comunicación y la información” (Urbinati, 2019, pp. 15). Antonio Negri, a partir
de sus lecturas de Marx, explica que “cualquier posibilidad democrática” se encuentra
obstaculizada “en el marco del liberalismo, porque bloquea la participación y el auto-
gobierno de los ciudadanos” (Seco Martínez y Rodríguez Prieto, 2005, pp. 5). Los
autores explican que Negri identifica en la racionalidad cartesiana la simbiosis entre
Estado y burguesía que, con la guerra y la paz como “valores bivalentes” que
configuran una “antinomia bueno-malo y amigo-enemigo (...) [bloquean] la
reproducción social de cualquier subjetividad oprimida” (Seco Martínez y Rodríguez
Prieto 2005, pp. 5-6).  
En sus libros La Guerra Civil en Francia y Crítica al Programa de Gotha, Marx
asocia democracia y socialismo a partir del principio de representatividad, que se
profundiza al interior de una fase que tiende a la misma disolución de la forma Estado.
Ese es el movimiento democrático. Retomando el pensamiento de Marx y de Spinoza,
Negri conversa sobre “la responsabilidad permanente” (Seco Martínez y Rodríguez
Prieto 2005, pp. 38). Una responsabilidad que solo puede ser en la multitud. Pues
únicamente allí se puede hospedar el despliegue infinito de potencias que fundan y
resisten, creando formas democráticas no mistificadas, donde lo político no se encuentra
escindido de la realidad social. Así, “en esta ontología la democracia es esencialmente
revolucionaria” pues potencia es una ética que se opone al poder (Seco Martínez y
Rodríguez Prieto 2005, pp. 13-14).
Esta concepción crucial de la democracia para vivir nuestro tiempo nos invita a
considerarla como una praxis común. La estrategia propuesta por Negri permite
concebir un ejercicio democrático y “disutópico” del poder constituyente que libre de
las manos del capital a la potencia social. “La libertad comunista es un proceso abierto
que constituye (…) y constituir es asumir la contingencia contextualizada, es mantenerla
- no alejarla - al nivel de los sujetos y de las cosas. Constituir es historizar, es decir,
humanizar para luego liberar” (Seco Martínez y Rodríguez Prieto 2005, pp. 16). 

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BILIOGRAFÍA

-Baños, J. (2006) “Teorías de la Democracia: debates actuales” Andamios, vol 2 Nº 4,


pp.35-58.
-Bobbio, N. (1985): “¿Gobierno de los hombres o gobierno de las leyes?”. en Bobbio,
N., El futuro de la democracia (pp. 195-221). Barcelona, España: Plaza & Janes.
-Constant, B. (1988): “De la libertad de los antiguos comparada con la de los
modernos”. En B. Constant, Del espíritu de conquista (pp. 63-93). Madrid: Tecnos.
- Fabbrini, S. (2009): El ascenso del Príncipe democrático. Quién gobierna y cómo se
gobiernan las democracias. Buenos Aires, Argentina: Fondo de Cultura Económica.
-Giucciardini, F. (2017): Diálogo sobre el gobierno de Florencia. Madrid, España: Akal.
-Hamilton, A., Madison, J., Jay, J. (2010): The Federalist. Nueva York, Estados Unidos:
Cambridge University Press.
Malamud, A. (2019) “¿Se está muriendo la democracia? Nueva Sociedad Nº 282, julio-
agosto 2019.

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-Manin B, (2006): Los principios del gobierno representativo. Madrid, España: Alianza.
-Maquiavelo, N. (1996): El príncipe. Madrid, España: Alianza.
-Pinto, J. (2002): El concepto de presidente plebiscitario del Reich de Weber y Schmitt.
En Dotti, J. y Pinto, J. (comps.). Carl Schmitt, su época y su pensamiento. Buenos
Aires, Argentina: EUDEBA.
-Puerta Riera, M. I. (2016) “Crisis de la democracia. Un recorrido por el debate desde la
teoría política contemporánea” Espiral, Revista de Estudios sobre Estado y Sociedad,
Vol, XXIII, Nº 65, abril 2006.
-Rodríguez Rial, G. (2019): La presencia de tradiciones y temas políticos clásicos en las
nuevas derechas latinoamericanas: el republicanismo bélico del PRO. En Estudios
Sociales del Estado - volumen 5, número 9, pp. 55 a 80.
-Sánchez Vázquez, A. (1983) “Marx y la democracia” en Cuadernos Políticos, Nº 36,
Ediciones era, México, D.F., abril-junio 1983, pp.31-39. 
-Seco Martínez, J. y Rodríguez Prieto, R. (2005) “Una mirada a la Filosofía de la
Democracia de Toni Negri” en Cuadernos Electrónicos de Filosofía del Derecho.
SOCIEDAD ESPAÑOLA DE FILOSOFIA JURÍDICA Y POLITICA. pp. 1 – 17. 
-Skinner, Q. (1990): La idea de libertad negativa: perspectivas filosóficas e históricas.
En Rorty, R., Schneewind, J.B., Skinner, Q. La filosofía en la Historia. Ensayos en la
Historiografía de la Filosofía (pp. 227-259). Barcelona, España: Paidós.
-Urbinati, N. (2013) “Crise e metamorfoses da democracia” en Revista Brasileira de
Ciências Sociais (Sao Paulo, ANPOCS) Vol. 28, Nº 82, junio. 
-Weber, M. (2002): Economía y sociedad. México D.F, México: F.C.E.
-Wood, E. (2006) “Estado, democracia y globalización” en A. Boron, J.Amadeo y S.
González (compiladores) La teoría marxista hoy. Problemas y perspectivas Buenos
Aires: CLACSO. 395-407.
-Zamitiz Gamboa, H. (2018) “De la democracia liberal a la posdemocracia:
explicaciones sobre el malestar ciudadano contra las elecciones” Estudios Políticos
(UNAM) Nº 45. Deptiembre-diciembre 2018.

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