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(CLARÍN)
CUENTOS
COLECCIÓN A R I E L
CUADERNO 2
C o n d l c l o n e s l
La serie de O folletos (en Costa Rica): £ 2 . 0 0
La serie de S folletos (en el Extranjero): $ l . O O oro ain.
Número suelto: C 0 . . 2 5
5 1 2 {saginas,
todo un libro de escogida, variada y reconfortante literatura,
p o r d o s o o l o n o s
PRÓXIMOS CUADERNOS:
Versos. Con apreciaciones de R.
JOSÉ M A R T Í :
Darío y R. Brenes M e s e n .
LOS jóvenes
HIPÓLITO T A I N E : de Platón. Versión
castellana de J . García M o n j e . Con una
apreciación de Melchor de Yogue.
LEOPOLDO ALAS
(CLARÍN)
CUENTOS
IMPRENTA ALSINA
S A N JOSÉ D E C O S T A RICA. C A.
C O L E C C I Ó N A R I E L
Febrero de 1914
dpreciactón
Como de un austero.
Alas venía del krausismo; y el krausismo, en
los de buena capa filosófica, significó aquí austeri-
dad, ética; pero ética viva, o para la vida, esto es,
disciplina interior, verdad y amor a la verdad,
libremente obtenida y querida. Y tenía sus odios:
l o feo, lo frivolo, l o falso, lo rebuscado; sobre todo,
lo feo y lo ñoño.
E n el krausismo—sus años de aprendizaje y de
crisis religiosa—en la educación krausista, o sea
bajo el influjo de don Francisco Giner—maestro
de toda la vida para Leopoldo—adquiriera Alas su
base filosófica, su hábito de reflexión, y aquel su
m o d o hábil de tomar por dentro las cosas, que se
advierte en toda su obra literaria y pedagógica,
desde el más insignificante de los Paliques, entre
dos cuchufletas o palmetazos, hasta aquellas mara-
villosas peroraciones, sermones laicos, llenos de
unción religiosa, de su cátedra de Oviedo.
¡Qué días los días de su acción universitaria, en
los años últimos de su corto viaje!
Fue aquélla, acaso, la m e j o r época de su vida
fecunda; cuando de vuelta ya de todas las vanida-
des humanas, lleno de fervor metafísico, d o m i n a -
do por el más allá misterioso, se recogía en los
suyos, se replegaba en su alma, para plantearse,
sereno y dulce, los eternos problemas del ser y del
vivir.
T o d o un renacer espiritualista, idealista", t o d o
un despertar místico, simbolizan las últimas arias
de Alas. Presentía nuestro «héroe» que las ansias
metafísicas volvían con nueva pujanza, sin desan-
dar lo andado, claro está.
A P R E C I A C I Ó N 7
Ctbolfo p o s a b a
A l detenerse el destartalado v e h í c u l o , c o -
m o amodorrado bajo cien capas de p o l v o ,
los viajeros del interior, que dormitaban
cabeceando, no despertaron siquiera. Del
c u p é saltó, c o m o p u d o , y n o con pies l i g e -
ros ni piernas firmes, un h o m b r e flaco, de
color de aceituna, t o d o huesos mal aveni-
d o s , de barba rala, a que el p o l v o daba apa-
riencias de cana, vestido con un terno claro,
d e verano, traje de buena tela, cortado en
París, y que n o le sentaba bien al p o b r e i n -
diano, cargado de dinero y con el h í g a d o
h e c h o trizas.
P e p e Francisca, D . José G ó m e z y Suárez
en el c o m e r c i o , buena firma, volvía a P r e n -
des, su tierra, después d e treinta años de
ausencia; treinta años invertidos en matar-
se p o c o a p o c o , a fuerza de trabajo, para
conseguir una gran fortuna c o n la que n o
podía ahora hacer nada de lo que él quería:
curar el h í g a d o y resucitar a Pepa F r a n c i s -
ca de Francisquín, su madre.
D e la baca del c o c h e sacó el zagal, c o n
gran esfuerzo, hasta cuatro baúles de . m u -
c h o l u j o todos y vistosos y una maleta vieja,
remendada, que P e p e Francisca conservaba
c o m o una reliquia, p o r q u e era el equipaje
BORONA 11
* **
16 LEOPOLDO ALAS (CLARÍN)
A t e n c i o n e s , solicitud, c u i d a d o s , p r o t e s -
tas de cariño no faltaban. P e r o P e p e c o m -
prendía q u e , en r i g o r , estaba solo en el h o -
gar de sus padres.
Llantero hasta disimulaba mal la i m p a -
ciencia de la codicia; y eso que era un ra-
poso de los más solapados del c o n c e j o .
Cuando p u d o , P e p e abandonó el l e c h o ,
para conseguir, agarrándose a los muebles
y a las paredes, bajar al corral, oler los per-
fumes, para él exquisitos, del establo, lle-
nos de recuerdos d e la niñez primera: le
olía el lecho de las vacas al r e g a z o de
Pepa Francisca, su madre. Mientras él, ca-
si arrastrando, rebuscaba los rincones q u e -
ridos de la casa para olfatear memorias
dulcísimas, reliquias invisibles d e la infan-
cia j u n i o a la madre, su c u ñ a d o y los s o -
brinos iban y venían alrededor de los b a ú -
les, insinuando a cada instante el deseo de
entrar a saco la presa. P e p e , al fin, entre-
g ó las llaves; la codicia metió las manos
hasta el c o d o ; se llenó la casa de objetos
preciosos y raros, c u y o uso n o c o n o c í a n c o n
toda precisión aquellos salvajes avarientos;
y en tanto, el indiano, sentenciado a m u e r -
te, procuraba asomar el rostro a la huerta,
con esfuerzos inútiles, y arrancar migajas
18 LEOPOLDO ALAS (CLARÍN)
f Cuantos Morales)
¡CCbiós, (£ovbexa\
* *
* * *
* * #-
Al día siguiente, m u y t e m p r a n o , a la
hora de siempre, Pinín y R o s a fueron al
prao S o m o n t e . A q u e l l a soledad n o había
sido nunca para ellos, triste; aquel día, el
S o m o n t e sin la Cordera, parecía el desierto.
De repente silbó la máquina, apareció el
h u m o , l u e g o el tren. E n un furgón c e -
rrado, en unas estrechas ventanas altas o
respiraderos, vislumbraron los hermanos g e -
melos cabezas de vacas que, pasmadas, m i -
raban por aquellos tragaluces.
— ¡ A d i ó s , Cordera!—gritó R o s a , adivi-
nando allí a su amiga, a la vaca abuela.
— ¡ A d i ó s , Cordera!—vociferó Pinín con
la misma fe, enseñando los p u ñ o s al tren,
que volaba c a m i n o de Castilla.
Y , llorando, repetía el rapaz, más entera-
do que su hermana de las picardías del
mundo:
— L a llevan al M a t a d e r o . . . Carne d e vaca,
para c o m e r los señores, los c u r a s . . . los in-
dianos.
—¡Adiós, Cordera!
—¡Adiós, Cordera!
Y Rosa y Pinín miraban con rencor la
36 LEOPOLDO ALAS (CLARÍN)
***
Pasaron m u c h o s años. Pinín se hizo m o z o
y se lo llevó el R e y . Ardía la guerra carlista.
A n t ó n de Chinta era casero de un cacique
de los v e n c i d o s ; no h u b o influencia para
declarar inútil a P i n í n , que, por ser, era
c o m o un roble.
Y una tarde triste de Octubre, Rosa, en el
prao Somonte sola, esperaba el paso del
tren correo de G i j ó n , que le llevaba a sus
únicos amores, su hermano. Silbó a lo le-
jos la máquina, apareció el tren en la trin-
chera, pasó c o m o un relámpago. R o s a , casi
metida por las ruedas, p u d o ver un instante
en un c o c h e de tercera multitud de cabe-
zas de pobres quintos que gritaban, gesti-
culaban, saludando a los árboles, al suelo,
a los c a m p o s , a toda la patria familiar, a la
pequeña, que dejaban para ir a morir en las
¡ADIÓS, CORDERA!
y d e l o r g u l l o , l a posibilidad metafísica de q u e
las cosas n o fueran c o m o él se las figuraba
E n fin, que Critón no creía contradecir el
sistema ni la c o n d u c t a del maestro, b u s c a n -
d o cuanto antes un gallo para ofrecérselo al
dios de la M e d i c i n a .
C o m o si la Providencia anduviera en el
ajo, en cuanto Critón se alejó unos cien
pasos de la prisión de Sócrates, vio, sobre
una tapia, en una especie de plazuela soli-
taria, un gallo rozagante, de espléndido
plumaje. A c a b a b a d e saltar desde un h u e r -
to al caballete de aquel m u r o , y se prepa-
raba a saltar a la calle. Era un gallo q u e
huía; un gallo que se emancipaba de algu-
na triste esclavitud.
C o n o c i ó Critón el intento del ave de c o -
rral, y esperó a que saltase a la plazuela
para perseguirle y cogerle. Se le había m e -
tido en la cabeza ( p o r q u e el h o m b r e , en
empegando a transigir c o n ideas y senti-
mientos religiosos que no encuentra r a c i o -
nales, n o para hasta la superstición más
p u e r i l ) q u e el gallo aquel, y n o otro, era
el que E s c u l a p i o , o sea A s c l e p i e s , quería
q u e se le sacrificase. Ea casualidad del e n -
cuentro ya lo achacaba Critón a voluntad
de los dioses.
42 LEOPOLDO ALAS (CLARÍN)
V o l v i ó la n o c h e . Ea del 32 n o o y ó toser.
Por varias tristes señales p u d o convencerse
de que en el 36 ya n o dormía nadie. Estaba
vacío c o m o el 34.
E n efecto; el enfermo del 36, sin recor-
dar que el cambiar de postura sólo es c a m -
biar de d o l o r , había huido de aquella fonda
en la cual había padecido t a n t o . . . c o m o en
las demás. A los pocos días dejaba también
el p u e b l o . N o paró hasta Panticosa, d o n d e
tuvo la última posada. N o se sabe q u e j a -
más hubiera vuelto a acordarse d e la tos
del d ú o .
Ea mujer v i v i ó más: dos o tres años. M u -
rió en un hospital, que prefirió a la fonda;
m u r i ó entre Hermanas de la Caridad, que
algo la consolaron en la hora terrible. Ea
buena psicología nos hace conjeturar que
alguna n o c h e , en sus tristes insomnios,
e c h ó de menos el d ú o de la tos; pero n o se-
ría en los últimos m o m e n t o s , que son tan
solemnes. O acaso sí.
(Cuentos MoralesJ
y
CUENTOS
El Señor, y lo demás, son cuentos
Cuentos morales
El gallo de Sócrates
N O V E L A S CORTAS
Doña Berta. Cuervo. Superchería
Pipa
NOVELAS
Da Regenta (2 v o l s . )
Su único hijo
CRITICA
Sermón Perdido ,
JSltceva campaña
Folletos Diterarios. (8 f o l l e t o s ) .
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Palique
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Teresa (ensayo dramático)
B. Pérez Galdós (semblanza biográfica)
A C A B A N DE L L E G A R