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Psicoanálisis y Salud Mental

Definiciones, experiencias y perspectivas


Alejandro Vainer
El siguiente texto es una versión ampliada y corregida de la exposición en el
marco de una jornada preparatoria al IV Encuentro Nacional de Prácticas
Comunitarias en Salud, realizada el 19 de septiembre de 2014 en la ciudad de
Rosario.

El encuentro entre Psicoanálisis y Salud Mental tiene una larga tradición que no
suele ser reconocida. Existe una extensa historia de psicoanalistas que
trabajamos en lo que hoy llamamos el campo de Salud Mental. Novedosas
experiencias sedimentaron en reformulaciones y ampliaciones teóricas del
psicoanálisis, que encadenado al diván y encerrado al consultorio privado no
hubieran sido posibles. Y me refiero desde el abordaje de pacientes psicóticos
hasta las múltiples experiencias hospitalarias y comunitarias. Estas produjeron
dispositivos psicoanalíticos novedosos y teorizaciones innovadoras.
A la vez, desde Freud encontramos una pluralidad de líneas “a la izquierda de
Freud”, que circulan entre la izquierda freudiana, la Escuela de Frankfurt, Enrique
Pichon Rivière, Plataforma y Documento, Fernando Ulloa, León Rozitchner hasta
Enrique Carpintero y quienes hacemos Topía al día de hoy.[1] Esta serie de
autores, experiencias y teorizaciones son ninguneadas por las hegemonías. El
mecanismo del ninguneo es variado. Se desestiman, se desconocen o bien se las
deja por fuera del psicoanálisis, aunque hayan sido realizadas por psicoanalistas.
Difícilmente se encuentren en ámbitos de formación de grado y posgrado. La
cuestión es que aquello que se define como “lo social” queda en la repetición
burocrática del inicio de Psicología de las masas y del Yo o bien se restringe a las
cosmovisiones de la llamada “izquierda lacaniana”, de Ernesto Laclau a Slavoj
Zizek.
Desde esta perspectiva, para abordar la cuestión del Psicoanálisis y Salud Mental
es necesario exponer algunos caminos de estos autores, experiencias,
conceptualizaciones y luchas. Esto nos permite abrir nuevos horizontes en las
teorizaciones y las prácticas de hoy.
Para ello, empezaré con una zona de definiciones.

I-De qué hablamos cuando hablamos de Salud Mental


El concepto de “salud mental” encierra una polisemia de sentidos. Nos podemos
referir a distintos problemas invocando su nombre. Para avanzar tenemos que
diferenciarlos, sino podemos llegar a malos entendidos que no son sólo fruto del
lenguaje. Al menos es necesario discriminar dos. Primero, la “salud mental” como
un estado opuesta a la enfermedad mental. Segundo, “el campo de Salud Mental”
heterogéneo, interdisciplinario e intersectorial, que engloba políticas y abordajes
específicas en Salud Mental, incluidas en el campo de la Salud.
1- “salud mental” con minúscula
En general se considera que la salud mental se opone a la enfermedad mental.
La clásica encuesta de Floreal Ferrara y Milcíades Peña, “¿Qué es salud mental
para los argentinos?” (1959) interrogaba cuáles eran las concepciones de
enfermedad y salud mental que tenía la población en dicha época. Esta idea de
salud mental, como opuesta a enfermedad mental y como camino a lograr, es la
acepción más usual. Su sentido dependerá de las posiciones ideológicas y
teóricas sobre qué es enfermedad y qué es salud mental en cada uno de nosotros
que, en último término, nos lleva a nuestra concepción de subjetividad.
En este sentido, salud mental es un concepto polémico porque, entre otras
cuestiones, supone que la salud puede ser sólo “mental”, disociada de un cuerpo.
Esta crítica es necesaria, pero no invalida el uso operativo del concepto, mientras
revisemos la noción de subjetividad y padecimiento estamos trabajando.
2-“Salud Mental” con mayúscula
El concepto de campo de Salud Mental tiene su historia particular. Es heredero
del higienismo, movimiento que tenía como objetivo prevenir los diversos
problemas sanitarios en el conjunto social. La Higiene Mental surgió a principio
del siglo XX en EE. UU. Sus protagonistas buscaban el cambio de la situación de
las terapias, de los hospitales y de los enfermos internados en las instituciones
asilares, enfatizando la necesidad de la prevención. Este higienismo se oponía al
alienismo y al monopolio de las respuestas que daban la psiquiatría y su
institución, el manicomio. Esta corriente inaugurada por un ex paciente, Clifford
Beers (cuya autobiografía, Una mente que se encuentra a sí misma, fue un texto
clave), concitó la atención de pacientes, familiares y trabajadores de manicomios.
Lo cual llevó a la organización de un movimiento de higiene mental. En este
sentido, en 1930 se organizó el Primer Congreso de Higiene Mental en
Washington y en 1937 el segundo en Paris. Uno de sus promotores fue Adolf
Meyer, quien daba clases en la Clark University, donde Freud dio sus famosas
conferencias en 1909. Fue uno de los impulsores del psicoanálisis en EEUU. En la
Argentina el camino fue distinto: ingresó a través de los propios psiquiatras. En
1929, Gonzalo Bosch, futuro maestro de Enrique Pichon Rivière, creó la “Liga
Argentina de Higiene Mental”. Esta diferencia de origen marca diferentes caminos.
No es lo mismo introducir los cambios desde los profesionales, que realizarlo a
partir de los intereses y necesidad de la comunidad. Y esta sigue siendo una
cuestión vigente al día de hoy.
Luego de la Segunda Guerra Mundial, con el afianzamiento del llamado “Estado
de Bienestar” -con el cual el capitalismo respondía a las influencias de las ideas
socialistas en la clase trabajadora, y llevaba a una planificación del Estado y su
intervención en la relación entre el capital y el trabajo tendiendo a una mejor
redistribución de las ganancias- se profundizó el higienismo con la propuesta de
instalación del campo de Salud Mental. El Tercer Congreso de Higiene Mental
cambió su nombre por el de Primer Congreso de Salud Mental. Se realizó en 1948
en Londres, donde se fundó la Federación Internacional por la Salud
Mental.[2] Este es un proyecto de transformación científica y política en los
abordajes de los padecimientos mentales a través de las políticas de Salud
Mental. Fue un salto cualitativo de la psiquiatría hacia la Salud Mental en varios
niveles que van desde las teorizaciones a los dispositivos de trabajo y, sobre todo,
de la necesidad de las intervenciones políticas.[3] Implica varias cuestiones.
Primero, el pasaje de la hegemonía de la psiquiatría al equipo interdisciplinario en
los abordajes. Segundo, de una única teoría a tener un conjunto de teorías y
prácticas para dar cuenta de lo que hoy llamamos padecimiento subjetivo.
Tercero, el descentramiento del manicomio a las diferentes instituciones y
dispositivos de atención y prevención del padecimiento mental. Cuarto, del
abordaje exclusivamente psiquiátrico del padecimiento subjetivo a contemplar la
necesidad de contar con políticas de Salud Mental.
En ese mismo 1948 se creó la Organización Mundial de la Salud (OMS). La Salud
Mental no podía ni puede estar desgajada de la Salud, aunque sea necesario
sostener la propia especificidad. La OMS, consecuentemente, sostenía la
necesidad del pasaje de la Psiquiatría a la Salud Mental, según el tipo de Estado
de Bienestar que se iba consolidando en cada país. El consenso de este
movimiento era buscar alternativas al manicomio, mediante la prevención y
promoción de la Salud Mental en la comunidad. En 1953 la OMS recomendó la
transformación en comunidades terapéuticas de todos los hospitales psiquiátricos,
lo cual fue cumplido muy parcialmente por algunos países. Debemos recordar que
los motivos también eran económicos: la mitad de las camas de internación de
entonces estaban ocupadas por “enfermos mentales” en manicomios para el resto
de su vida.
En nuestro país, el año clave fue 1957. Ese año se creó el Instituto Nacional de
Salud Mental, que reemplazó a la Dirección de Establecimientos
Neuropsiquiátricos y a la Dirección de Higiene Mental. A la vez se crearon las
carreras de Sociología, Psicología, Antropología y Ciencias de la Educación en la
Universidad de Buenos Aires. Y casi al mismo tiempo, Mauricio Goldenberg
ganaba el concurso para hacerse cargo del Servicio de Psicopatología del
Policlínico de Lanús. Ese fue el inicio de la batalla que hoy llamamos
“antimanicomial”, contando con todas las herramientas teórico y clínicas
articuladas en políticas de Salud Mental.
El psicoanálisis y los psicoanalistas fueron actores imprescindibles con avances y
experiencias que dejaron huellas, tanto en la experiencia del Lanús, como en las
carreras de Psicología y también en políticas públicas.
Al día de hoy, este pasaje de la psiquiatría a la Salud Mental es un pasaje
inconcluso y lo vemos reflejado en la imposibilidad de cumplimiento de la Ley
Nacional de Salud Mental. Hay varios y complejos motivos de diferentes niveles.
Por un lado, la oposición de una alianza que tiene sectores del Estado, grandes
laboratorios, las instituciones de medicina privada, una burocracia sindical que
maneja sus intereses en las obras sociales y el poder médico psiquiátrico que
sostiene una medicalización de los padecimientos subjetivos, que lleva a una
“contrarreforma psiquiátrica”. Esto implica al reduccionismo de la biologización de
la subjetividad. [4] Allí encontramos este entramado en el cuál no sólo pesan estos
intereses, sino también un imperativo de adaptación a la normalidad actual que
necesita solucionar rápidamente y por vía farmacológica cualquier malestar.
Por otro, la inexistencia un plan de transición por parte del gobierno actual que
implica una decisión política de transformación del campo mediante el
sostenimiento de los recursos económicos y humanos necesarios. Y que involucra
diversos sectores, desde la formación de los futuros Trabajadores de Salud Mental
en la universidad hasta el trabajo con toda la comunidad.[5]
Pero esto es presente y nos marca la necesidad de las diversas luchas para poder
llegar a un abordaje racional y científico en nuestro campo. Volvamos a los
fundamentos de los vínculos entre Psicoanálisis y Salud Mental. Porque hemos
recorrido un largo camino que nos brindarán herramientas para retomar estas
problemáticas.

II-Psicoanálisis y Salud Mental


El campo de Salud Mental no existía en la época de Freud. Recién estaban los
ideales de la higiene mental, y esto es lo que tiñe su texto de 1918, Los caminos
de la terapia psicoanalítica. Allí abre varios caminos. Por un lado, es uno de los
pocos textos donde toma la “técnica activa” de Ferenczi postulando que a distintas
patologías serán necesarios lo que hoy consideramos distintos dispositivos.
Finalmente incorpora la “fantasía” de que el estado financie el tratamiento a las
“clases populares”, y cómo “adaptar la técnica a las nuevas condiciones”. Por
supuesto, que su visión conservadora lo hará considerar que los pobres
usufructuarán de la asistencia.
Pero dicho texto tiene algo de fundante en siguientes experiencias los siguientes
años. Por un lado, la del Policlínico Psicoanalítico de Berlín, fundado en febrero de
1920, para que los “pobres” (tal como se los mencionaba) pudieran tener
tratamiento psicoanalítico gratuito. Daban asistencia (“policlínico” entonces tenía la
acepción de atención a clases bajas). Había entonces entre los psicoanalistas una
“ley no escrita” de atender al menos un paciente sin cobrar honorarios y a quienes
estaban formándose de tomar pacientes que tuvieran valor social por los efectos
del análisis en sus trabajos. Al principio fue liderado por Max Eitingon, pero los
miembros de la llamada izquierda freudiana llevaron adelante este cometido,
donde incluía cursos a pedagogos, maestros y educadores.
Esta izquierda freudiana, durante la década del ‘20 del siglo pasado incluía a
psicoanalistas que a su vez eran marxistas como Wilhelm Reich, Otto Fenichel,
Sigfried Bernfeld, Vera Schmidt y otros. Tuvieron diversa militancia política e
intentaron ver qué aportes mutuos podía haber entre psicoanálisis y marxismo. Sin
embargo, esta izquierda freudiana fue combatida tanto en el campo del
psicoanálisis como del marxismo de entonces, en especial en su versión
estalinista.
En el campo del psicoanálisis, la Asociación Psicoanalítica Internacional (IPA) y
otras “mundiales psicoanalíticas”, fueron y siguen siendo de derecha. El clima
político en Europa con el ascenso del nazismo, llevó a que la institución criticara a
los psicoanalistas con militancia política de izquierda. Finalmente, por temor a
represalias, excluyó tanto a sus miembros judíos como a los marxistas con la
excusa de una supuesta política de supervivencia para el psicoanálisis. En
realidad, deberíamos decir para la institución psicoanalítica. Esto fue avalado por
el propio Freud, a quien casi le cuesta la vida su empecinamiento por quedarse en
Viena. Este fue el motivo del exilio de muchos psicoanalistas, entre ellos, los de
la izquierda freudiana.
Hay experiencias para rescatar, a pesar de las críticas que podamos hacer hoy a
sus soportes conceptuales. Como la SEXPOL de Wilhelm Reich, quien suponía
que las neurosis se debían a la falta de una satisfacción sexual plena y repetida en
la relación sexual genital. Esta teoría fue uno de los fundamentos para organizar
dentro de su militancia del Partido Comunista en Alemania la “Asociación para una
Política Sexual Proletaria”, SEXPOL, donde se daba información sobre sexualidad
y anticoncepción a más de 40.000 adherentes. Ni el Partido Comunista ni la
Asociación Psicoanalítica Internacional aceptaron la propuesta y terminó fuera de
las dos instituciones al poco tiempo. Luego del triunfo del nazismo en 1933
escribió su libro más importante: Psicoanálisis de las masas y el fascismo donde
analizaba cómo había penetrado y ganado el nazismo en la subjetividad de los
alemanes. [6]
Eran momentos donde estaba desarrollándose la higiene mental, pero rescatemos
una cuestión que me parece central para la actualidad. El psicoanálisis no podía ni
puede dar cuenta de todas las problemáticas que hoy llamamos “padecimiento
subjetivo”. No podemos llevarlo al reduccionismo que sólo tienen causalidad
psíquica. El propio Freud tenía esa posición y por ello postulaba las series
complementarias en la causalidad de la neurosis. Allí incluye los factores
endógenos (hereditarios, constitucionales y las primeras experiencias infantiles) y
exógenos (la situación actual desencadenante) necesarios para la formación de un
síntoma. Consecuentemente, para Freud no podía haber una cosmovisión
psicoanalítica. El psicoanálisis no podía dar cuenta de todo lo humano. Por ello,
Freud, en su Conferencia “En torno a una cosmovisión”, de 1932, sostenía: “Opino
que el psicoanálisis es incapaz de crear una cosmovisión particular. No le hace
falta; él forma parte de la ciencia y puede adherir a la cosmovisión científica.”
Esta perspectiva de Freud, aunque hoy podamos criticar su resolución
“cientificista”, nos permite señalar cómo los límites dan la potencia al propio
espacio y especificidad de un psicoanálisis que necesita el diálogo con otras
disciplinas. Nuestra subjetividad es compleja. No alcanza con la constitución del
psiquismo, tampoco con la determinación de clase, ni con la determinación
biológica.
Pero para llegar a esta afirmación fueron necesarias experiencias materiales y
concretas que pudieran ir iluminando esta complejidad, que subyace a la
concepción misma del campo de Salud Mental, donde la versión light sería la de la
OMS, donde la salud es “bio-psico-social”, que se ha transformado muchas veces
en una fórmula políticamente correcta y vaciada de sentido. Pero así y todo, esta
postura vislumbra que no podemos dar cuenta del padecimiento subjetivo desde
una sola teoría ni con un solo abordaje. Esto es el fundamento de por qué
necesitamos en Salud Mental trabajar con equipos interdisciplinarios, lo cual no
quiere decir trabajar todo el tiempo todos, sino incorporar un equipo interno,
parafraseando la noción de grupo interno de Enrique Pichon Rivière. Esta matriz
es el sistema operativo de un Trabajador de Salud Mental y permite intervenciones
pertinentes en diferentes situaciones y contextos.
Justamente, Enrique Pichon Rivière es un autor insoslayable en este camino. Y
mucho más aquí en Rosario.
Enrique Pichon Rivière se formó como psiquiatra primero en el asilo de Torres y
luego en el Hospicio de las Mercedes. Después fue el fundador de la Asociación
Psicoanalítica Argentina (APA). Pero siempre tuvo el interés por dar cuenta de
aquellos padecimientos que no llegaba el psicoanálisis de aquella época, tal como
las psicosis, y a la vez poder ver cómo entender las determinaciones sociales en
la subjetividad. Esto lo llevó a ser pionero en tratamientos psicoanalíticos con
pacientes psicóticos, incorporando a la familia, trabajando con grupos y en
instituciones. Y a la vez, con intervenciones específicas con distintos abordajes
grupales, creando un dispositivo original: el grupo operativo.
Se suele afirmar que el acta de fundación de los grupos operativos estuvo aquí en
1958, en la ya mítica “Experiencia Rosario”. Los grupos operativos tenían el
antecedente del trabajo grupal de Pichon en el Hospicio de las Mercedes y
permitieron extender los abordajes grupales hacia diferentes sectores de la
sociedad y la cultura. Su original idea era la un grupo centrado en una tarea
específica pueda trabajar las propias resistencias emocionales para llevarla
adelante. Y transformar una experiencia de aprendizaje grupal que concretaba la
formación del denominado “Esquema Conceptual Referencial y Operativo” común
(el ECRO grupal).
Pichon Rivière dirigió a su equipo en la “Experiencia Rosario” con la colaboración
de la Facultad de Ciencias Económicas, el Instituto de Estadística de la Facultad
de Filosofía y su reciente Departamento de Psicología y la Facultad de Medicina
de Rosario. Se llevó a cabo un fin de semana, del viernes 27 al domingo 29 de
junio de 1958. El objetivo explícito era una experiencia de laboratorio social y de
trabajo en comunidad, con el empleo de ciertas técnicas y la aplicación de una
didáctica interdisciplinaria. Entre los participantes había estudiantes, profesores
universitarios, boxeadores, pintores, corredores de seguro, obreros del puerto,
empleados de comercio, amas de casa y prostitutas.
Pichon preparó previamente al equipo de trabajo mediante técnicas grupales. A la
vez, en la ciudad de Rosario, y en sitios concurridos por estudiantes se colocaron
afiches convocando a la experiencia. Entre los coordinadores estaban David
Liberman, Fernando Ulloa, José Bleger, Edgardo Rolla y Fernando Ulloa, entre
otros. Casi todos psicoanalistas.
El dispositivo de laboratorio social combinaba exposiciones, trabajo en grupos
pequeños y plenarios que promovieron la participación con surgimiento de
emergentes y propuestas que fueron plasmados en algunos proyectos de
intervención en Rosario.
La experiencia muestra una intervención comunitaria con dispositivos grupales,
que incluían concepciones psicoanalíticas formando parte de un abordaje
interdisciplinario. Muchas veces se relegan estas intervenciones, como al propio
Pichon, como “psicólogo social”, cuando estos dispositivos partían desde un
psicoanálisis que permitía ampliar su perspectiva con los aportes de otras
disciplinas, organizando nuevos dispositivos. Fernando Ulloa sintetizaba esta
perspectiva con un aforismo: de lo que se trata no es de practicar teorías sino de
teorizar nuevas prácticas.
Muchos de sus discípulos tuvieron activa participación en la instauración de
distintos dispositivos de trabajos en el campo de Salud Mental: desde el trabajo en
internaciones, en Hospitales de Día, en comunidades terapéuticas, en grupos de
diferente índole, en trabajos comunitarios e intervenciones institucionales.
Experiencias que han dejado sus huellas en el campo de Salud Mental.
Pero también en otra clase de experiencias como la militancia gremial. Muchos de
ellos participaron en la Federación Argentina de Psiquiatras (FAP), y en los grupos
Plataforma y Documento. Estos dos grupos renunciaron a la APA a fines de 1971,
produciendo la primera ruptura ideológica con la internacional psicoanalítica,
debido a que consideraban que dicha institución estaba al servicio de las clases
dominantes. En los textos de las renuncias estaba formulado el proyecto por el
cual abandonaban la APA. El grupo Plataforma encabezaba la misma dirigiéndose
“a los trabajadores de salud mental” y tomaban la renuncia como culminación de
su línea de trabajo. Su intento era organizar un movimiento que incluyera
docencia, investigación y asistencia en el interior del amplio campo de la Salud
Mental desde una perspectiva que analizara los determinantes inconscientes y los
económico-políticos y promovía a que los psicoanalistas tomaran otro lugar dentro
del proceso social, económico y político.
Luego de las renuncias, desde la FAP conformaron la Coordinadora de
Trabajadores de Salud Mental (con las Asociaciones de Psicólogos,
Psicopedagogos y Asistentes Sociales) y un centro de formación, el Centro de
Docencia e Investigación (CDI), que funcionó desde 1972 hasta 1976. Allí había
diferentes espacios de capacitación, con un tronco común, la formación por
especialidad y un área de revisión de las prácticas. El CDI sigue siendo un modelo
a revisar para pensar cómo capacitar recursos en Salud Mental de forma
interdisciplinaria.
Pero muchos de estos desarrollos tuvieron un punto de corte que fue el accionar
de la Triple A, desde 1974 y fundamentalmente la última dictadura cívico militar.
Más de 340 campos de concentración y exterminio. Y consecuencias que
persisten en toda la sociedad. También en Salud Mental: 110 Trabajadores de
Salud Mental y 67 estudiantes desaparecidos, exilios e “insilios”. Y un corte en
esta historia donde muchos de estos avances fueron “desaparecidos”. Entre ellos,
la dimensión social y política del psicoanálisis y la Salud Mental. Al psicoanálisis
se le quitó el “colesterol malo” de la política, y hasta el adjetivo descalificativo
“psicobolche” fue una marca que quedó desde entonces para quienes intentaban
unir el psicoanálsis con la política y lo social.
A la vuelta de la democracia, Mauricio Goldenberg, que había tenido que exiliarse
en Venezuela luego de la desaparición de dos de sus hijos, hizo un relevamiento y
los lineamientos para un plan nacional de Salud Mental. La Dirección Nacional de
Salud Mental quedó a cargo de uno de sus discípulos, Vicente Galli, psicoanalista.
De 1983 a 1989 se desarrollaron algunas experiencias pilotos novedosas, de las
cuales somos herederos. Enrique Carpintero dirigió el equipo de crisis del Plan
Piloto de Salud Mental y Social (Boca Barracas) y por mi lado me formé en la
Residencia Interdisciplinaria en Salud Mental (RISaM). Recuerdo esto, porque
estas experiencias no se toman en cuenta en planificaciones actuales, donde todo
parece que tiene el imperativo de ser novedoso desconociendo el valor de retomar
críticamente la herencia.
Desde los 90 se profundizó algo que había comenzado en el mundo en los 70 con
la instauración del capitalismo financiero que tuvo y tiene consecuencias en el
psicoanálisis y Salud Mental. Los procesos de privatización llevaron adelante una
precarización de la población con la medicalización del padecimiento subjetivo
como solución a dicho malestar. Pero a la vez hubo ciertos avances en proyectos,
experiencias puntuales y leyes.
Un análisis de estas cuestiones nos lleva a poder estar atentos de cuanto de cierto
“progresismo” puede llevar adelante precarizaciones y privatizaciones encubiertas
bajo el bastardeo de una supuesta desmanicomialización que simplemente
deviene en una reforma psiquiátrica privatizadora que promueve la adaptación
a la precarización subjetiva. Todo con palabras muy seductoras que apelan al
voluntarismo de los trabajadores de Salud Mental y la población.
Para finalizar, un análisis con propuestas.
Hemos visto como los psicoanalistas operamos en el campo de Salud Mental
desde su propia constitución. Pero muchas veces se reniega de ello, suponiendo
que no somos Trabajadores de Salud Mental con una cierta especificidad dentro
de este campo (como los trabajadores sociales, terapistas ocupacionales,
psiquiatras, psicólogos, etc.). Esta renegación, en el sentido que le daba Fernando
Ulloa, “negar y negar que estoy negando” produce sus efectos: se habitan lugares
que luego se desestiman; se dejan en el olvido historias con el afán de querer ser
descubridores de la pólvora; no se toma en cuenta la dimensión de trabajador en
nuestra tarea, provocando que la mayor de las explotaciones y precarizaciones
laborales sean racionalizadas porque no hay conciencia de ser trabajadores. Este
posicionamiento tiene la ilusión de ser “analista liberal”, o mejor dicho “analista
neoliberal”. Como si los psicoanalistas no fuéramos ni ciudadanos, ni trabajadores
y estuviéramos más allá de esta sociedad capitalista, sobre la cual se puede
opinar como un “extranjero en la cultura”.
Poder develar los obstáculos y experiencias es un requisito para poder tomar la
materialidad de nuestro oficio como psicoanalistas y Trabajadores de Salud
Mental. Y que ya tiene toda esta historia.
Es imposible separar la materialidad de nuestro hacer y pensar, tal como nos
enseñaba León Rozitchner. Por ello, tenemos que cuestionar la base del sistema
operativo con el que trabajamos: nuestra concepción de subjetividad que se
plasma en nuestras intervenciones. Por ejemplo, un sistema operativo donde se
subsume subjetividad al psiquismo o se considera tan sólo al “sujeto del
inconsciente” no deja más alternativa que habitar el campo de Salud Mental
“renegando” de él (en un tercer sentido que agrego a los dos de Ulloa). Lo mismo
que en las instituciones. Habitarlas renegando y quejándose. Es que desde esta
perspectiva las determinaciones sociales y políticas “interfieren” en el supuesto
trabajo ideal con el inconsciente.
Por el contrario, si como psicoanalistas y TSM tenemos otro sistema operativo, se
abren nuevas posibilidades. La propuesta de corposubjetividad formulada por
Enrique Carpintero nos permite potenciar nuestras concepciones e intervenciones.
Este concepto “alude a un sujeto que constituye su subjetividad desde diferentes
cuerpos. El cuerpo orgánico; el cuerpo erógeno; el cuerpo pulsional; el cuerpo
social y político; el cuerpo imaginario; el cuerpo simbólico. Cuerpos que a lo largo
de la vida componen espacios cuyos anudamientos dan cuenta de los procesos de
subjetivación.” [7] Consecuentemente, el abordaje de los padecimientos subjetivos
implica tomar en cuenta al aparato orgánico, el aparato psíquico y el aparato
cultural. El trabajo interdisciplinario surge de una necesidad y no de un imperativo
superyoico vaciado de sentido. Y permite llevar adelante formas de trabajo que
liberan de las cadenas del ideal diván sillón, formulando nuevos dispositivos
psicoanalíticos pertinentes a cada singularidad de situaciones y contextos.[8]
Finalmente, nos posibilita no renegar como psicoanalistas por habitar en el campo
de Salud Mental (en los tres sentidos antedichos). Y abrir las puertas para dar
cuenta de los efectos del poder en nuestra propia subjetividad, de los
padecimientos que genera y de las diferentes clases de intervenciones posibles.
Esta propuesta, como ciudadanos, trabajadores de salud mental y psicoanalistas,
es simplemente estar a la altura de los desafíos de nuestros complejos e injustos
tiempos.

Notas

[1] Para ampliar lo esbozado en este texto se puede consultar Carpintero, Enrique
y Vainer, Alejandro, Las huellas de la memoria. Psicoanálisis y Salud Mental en la
Argentina de los 60 y 70, Tomos I y II, Editorial Topía, Bs. As. 2004 y 2005; Vainer,
Alejandro (compilador), A la izquierda de Freud, Editorial Topía, Bs. As., 2009. Y
también los diversos textos incluidos en www.topia.com.ar
[2] Para ampliar en este pasaje de la higiene mental a la Salud Mental se puede
leer Dagfal, Alejandro, Entre París y Buenos Aires. La invención del psicólogo
(1942-1966), Editorial Paidós, Bs. As., 2009.
[3] Galende, Emiliano, Psicoanálisis y Salud Mental. Para una crítica de la razón
psiquiátrica, Editorial Paidós, Bs. As., 1990.
[4] Sobre esta cuestión, Carpintero, Enrique, La subjetividad asediada.
Medicalización para domesticar al sujeto, Editorial Topía, Bs. As., 2011.
[5] Para ampliar sobre la situación actual se puede leer la serie de artículos de
Ángel Barraco publicados en la Revista Topía, disponibles en www.topia.com.ar
[6] Reich, Wilhelm, Psicología de las masas y el fascismo, Editora Latina, Bs. As.,
1972.
[7] Carpintero, Enrique, El erotismo y su sombra. El amor como potencia de
ser, Editorial Topía, Bs. As., 2014.
[8] Carpintero, Enrique, Op. Cit.

TEMAS:
salud mental, Psicoanálisis, historia

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