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“CUANDO EL CUERPO HABLA”

Hacia un vínculo suficientemente bueno

Lic. Luccía María Fogliatto

Psicóloga UNT. MP: 3578.

Diplomatura en Psicología Perinatal

Universidad Nacional de Tucumán


“Cuando el cuerpo habla. Hacia un vínculo suficientemente bueno” 1

Introducción

En el marco del trabajo final de la Diplomatura en Psicología Perinatal de la


Universidad Nacional de Tucumán, se desarrolla a continuación un escrito que tiene por
objetivo la articulación teórico clínica partiendo de los conceptos fundamentales trabajados
durante la misma.
El trabajo clínico que se presenta nace de una experiencia trabajando como psicóloga
de una Unidad Convivencial para Mujeres Víctimas de Violencia Doméstica de la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires. En dicho dispositivo estuve a cargo de la coordinación y
ejecución del área de trabajo con primera infancia y niñez. Luego de algunos meses de trabajo
se llegó a la conclusión de que una necesidad fundamental de cada grupo familiar alojado
estaba, casi siempre, relacionada al vínculo afectivo materno-infantil1.

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Esto se dejaba ver en las diferentes díadas, con niños pequeñitos, niños más grandes… el primer hijo, el
segundo, a veces con todos. Bajo diferentes modalidades, estos vínculos atravesados por la violencia se
mostraban vulnerables en algún momento.

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“No sabía si estaba dormida o muerta”

Trabajé con Emilia y su mamá Sandra desde que ésta estaba en la panza hasta que
cumplió 1 año experimentando todo tipo de emociones y desafíos en este proceso. Esta
experiencia fue la que hizo surgir un interrogante acerca de lo previo, de lo anterior, del origen.
¿Qué ocurría antes de la primera infancia?
Desde el inicio se hizo hincapié en la promoción de un vínculo afectivo sano, en brindar
herramientas que faciliten un apego que le brinde al bebé por nacer las mejores condiciones
afectivas y de seguridad, pero sin dejar de lado la singularidad de Sandra como madre y como
mujer.
En noviembre del año 2016, Sandra de 32 años, es traída a la Casa Hogar para
Mujeres Víctimas de Violencia Doméstica, por medio de la intervención de la línea 137, luego
de ser revisada en la guardia de un hospital público de la zona. En la entrevista de admisión
al dispositivo, Sandra relata sufrir violencia de género física y psicológica desde hace 6 meses
por parte de su pareja y padre de su hija Lucia de 1 año y 2 meses. Está embarazada de 28
semanas y refiere no haber realizado controles en los últimos tres meses, debido a que su
pareja no le permitía salir sola y la dejaba encerrada. Sandra tiene además otros dos hijos
más grandes (7 y 10 años) hijos de una pareja anterior, quienes viven con su padre en la
provincia de Buenos Aires y a quienes refiere visitar los fines de semana.
Inmediatamente se gestionó un turno médico para el control del embarazo en el cual
le informan que tanto ella como su bebé están sanos y que los resultados son esperables, así
como también que su bebé es una niña.
Luego de las entrevistas de admisión, se esbozó un posible plan de trabajo a realizar
tanto con ella individualmente, con ella en relación a su embarazo para, posteriormente, poder
trabajar en relación al bebé en camino. La señora manifestaba no sentirse contenta con la
noticia del sexo del bebé ya que ella tenía la ilusión de que fuese un varón y comenzó a poder
expresar algo de lo que la angustiaba respecto del embarazo. En este momento, nos cuenta
que el embarazo es producto de la violencia sexual sufrida por parte de su ex pareja, que ella
no deseaba tener otro hijo y expresa una sensación de culpa respecto de su otra hija, Lucia,
a quien le preocupa no poder dedicarle el tiempo que necesita a raíz del embarazo. Manifiesta
sentirse mal, no querer que nazca su bebé por miedo a no poder desenvolverse con dos hijas
tan pequeñas.
Con el correr de las entrevistas se pudieron ir percibiendo en Sandra distintas
emociones en relación a la vivencia psicoafectiva de su embarazo. Muchas veces

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manifestaba rechazo, otras veces angustia respecto de las condiciones en que comenzó este
embarazo y otras veces refería “no sentir” al bebé ni sus movimientos dentro de la panza y
que esto le generaba mucho miedo y culpa.
Durante este primer momento se comenzó a trabajar con Sandra desde dos puntos
de referencia: por un lado, la visibilización de la violencia sufrida desde un espacio terapéutico
individual con el profesional a cargo y, por otro lado, respecto de la conexión con su embarazo
a fin de poder comenzar a trabajar en relación al vínculo temprano. Se hizo hincapié en
aquellos deseos puestos en juego y los que no lo estaban, es decir, se abordó su embarazo
no deseado, ni esperado, consecuencia de haber sido violentada y ultrajada, y la posibilidad,
ante la inminencia del nacimiento, de poder armar algo de un deseo de un hijo. Se trabajó la
culpa y rechazo sentido por ese bebé en camino quien va a “quitarle tiempo con su otra hija”
(como ella misma expresa) lo cual se manifestaba, entre otras formas, en este primer
momento, en la ausencia de sensaciones en relación al crecimiento del bebé, lo que resultaba
un indicador clínico teniendo en cuenta el momento gestacional en el que se encontraba en
el que Sandra debería sentir los movimientos del bebé. En el trabajo con esta mamá fue muy
importante conocer la historia del embarazo, la del bebé, la de los deseos o no que
acompañaron estos momentos que resultarán fundantes para el psiquismo del bebé que se
encuentra en gestación. Esto representa algo del origen, teniendo en cuenta también, la
historia de la mujer que gesta y la historia de su encadenamiento familiar.
La maternidad es considerada como una fase del desarrollo psicoafectivo de la mujer.
Según Benedek (1983) “es una la verdadera fase del desarrollo psicoafectivo de la mujer,
completa un proceso cuyo sentido y cuya fuerza reside en las relaciones de la madre con su
hijo. Ese proceso, mucho más complejo que el que se considera desde el sentido común,
puede fracasar”. De esta manera, se considera al embarazo y a la maternidad como un
proceso que no es netamente biológico, sino que está atravesado por lo afectivo, lo psíquico,
lo psicosocial. Así es como, teniendo en cuenta esto, se consideró importante intervenir
tempranamente por el riesgo en el que se infería se encontraba ese vínculo. El Riesgo de
No Anidación. Éste último, puede describirse como una situación en donde la madre no
otorga un lugar afectivo al bebé en gestación y la gestación psíquica se ve afectada.
Generalmente se trata de embarazos no planificados y/o embarazo sin control. Durante el
embarazo la madre puede manifestar no haber imaginado al bebé, no haber elegido un
nombre y el embarazo es vivido como estresor. Entonces, puede haber dificultades en la
constitución del vínculo primario, dificultades que puede atravesar cualquier díada, pero que
en este caso resultaban especialmente posibles dada las circunstancias.

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A partir de esta primera hipótesis, se comenzó a trabajar con Sandra sobre la


importancia de comenzar a conectarse con el embarazo, a pensar algún nombre, conseguir
su primera ropa y objetos necesarios, así como también tomarse algunos minutos para
sentirla y conectarse de una manera más íntima con su hija que estaba por nacer. Esta
intervención se fue haciendo paulatinamente con el cuidado de no abrumarla acompañándola
en el proceso de reconocimiento de ese embarazo como propio, a fin de que pueda ir
haciéndole un lugar en su vida y en su deseo y pueda ir transformando sentimientos como
miedo, culpa y rechazo en aceptación y amor y comenzar a reconocerse ella misma como
madre de esa hija. Respecto de esto, fue muy importante trabajar en la aparición de
interrogantes que posibiliten la construcción de una demanda por parte de Sandra que, hasta
el momento, no se había instalado por sí sola.
Brazelton (1990) en su obra “La relación más temprana” trabaja que el vínculo con un
recién nacido se construye sobre relaciones previas con un hijo imaginario y con el feto en
desarrollo que ha formado parte del mundo de los padres durante nueve meses. En esta
misma obra también aborda lo que él llama la prehistoria del vínculo, la que considera como
“las fuerzas, biológicas y ambientales, que llevan a hombres y mujeres a desear tener hijos,
y las fantasías que estos suscitan”. Por su parte, Oiberman, Lucero y Fernández (2015)
manifiestan: “El niño cuando nace necesita de otro que lo sostenga como sujeto psíquico, es
allí donde la persona encargada de llevar adelante la función de cuidado, aporta con el vínculo
dicho sostén, lo que permite al bebé comenzar a construir la seguridad afectiva necesaria
para el buen desarrollo de las diversas áreas”. Entonces nos preguntábamos ¿qué antecede
a este vínculo que aún no parecía encontrarse en vías de constitución? ¿Qué posible sostén
psíquico para esta bebé?

Emilia nació por parto natural inducido luego de que Sandra no presentara trabajo de
parto de ninguna índole. Sandra relata que la médica a cargo habría utilizado fórceps para
ayudar a la salida del bebé del canal de parto ya que esta parecía dormida y su fuerza al pujar
parecía no ser suficiente. Dice: “Parece que Emilia estaba dormida y no hacía fuerza para
salir. La doctora me dijo: ‘No sabía si estaba dormida o muerta’”.
Al cumplirse el primer trimestre de vida de Emilia, y luego de observar ciertas
cuestiones en relación al vínculo de Sandra con la niña, se comienza a trabajar en un
dispositivo vincular con el objetivo de promover el fortalecimiento del vínculo entre ellas. Se
había observado que Emilia pasaba todo el día en su bebesit, ya sea despierta, dormida, a la
hora de lactancia (su madre había decidido no darle el pecho, sino mamadera), siendo

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colocada en su cuna solamente para dormir de noche. Al estar en el bebesit, Sandra se


encargaba de otros quehaceres, o conversaba con sus compañeras. No se acercaba, no la
miraba, no le hablaba, ni la tocaba ni la tenía en brazos.
Un día, accidentalmente, encuentro a Emilia (de 3 o 4 meses) acostada con una
frazada en su pecho funcionando de “tope” para su mamadera encajada en su boca de forma
vertical con sus dos bracitos inmovilizados por esta misma frazada. Sandra lavaba la ropa a
su lado, pero sin mirarla. Esta escena marcó un antes y un después en el trabajo con ellas,
en la que, no solamente no existía un espacio de conexión de esa mamá con su bebé, sino
que resultaba sumamente peligroso por la posibilidad de que, con esta modalidad de
alimentación, Emilia se ahogue. Esto fue inferido por el equipo como otra señal de alarma (de
mayor gravedad aún) en relación al vínculo temprano que comenzaba a constituirse en esta
díada y, por consiguiente, emergió la necesidad de continuar y reforzar la intervención
temprana.
Podría considerarse a esta propuesta de trabajo similar a la propuesta de
Reanimación Vincular. “Denominamos reanimación vincular a las estrategias que utiliza un
adulto a cargo de un niño en estado de vulnerabilidad social para lograr desarrollar en el
mismo actitudes de comunicación con el otro, de confianza en otro que funcionen de sostén
y le permitan fortalecer su proceso de subjetivación y su desarrollo psíquico. Se trata de una
intervención psicológica integral para la detección precoz de problemáticas vinculares
tempranas y del desarrollo, como así también para la atención e intervención en la
estimulación vincular y social. La reanimación vincular está enmarcada en el área de la
Psicología Perinatal y de la primera Infancia, que se destaca por un enfoque preventivo de
situaciones de riesgo en el desarrollo” (Oiberman, A; Fernandez, M; Lucero, A 2015).
A partir de este momento se comenzaron incluir en los espacios vinculares con Sandra
y Emilia actividades como la lactancia en donde se le explicó la importancia de este momento
para el vínculo entre ellas y para Emilia. También se la ayudó a encontrar la mejor manera
de alimentar a su hija ya que la señora refería que a veces la bebé rechazaba la mamadera,
siempre alojándola en un espacio en donde se intentaba ofrecerle empatía respecto de su
situación. En estos espacios Sandra puede contar algo de su historia.
Cuando ella tenía 9 años aproximadamente, su madre se va de la casa donde vivían
y la deja con su padre quien, a sus 15 años, también se va de la casa y la deja viviendo sola
a cargo de un hombre de confianza que iba a verla esporádicamente. Dice “yo siempre me
valí por mí misma, mi papá me mandaba todos los viernes una compra de supermercado a
mi casa. A mí nunca me faltó nada. Por eso estoy tan apurada por conseguir otro trabajo. Yo

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no soy una persona cariñosa, hago lo que puedo, pero lo que más me importa es que mis
hijas tengan para comer”. “No volví a ver a mi madre hasta los 26 años, cuando fui a buscarla
y a preguntarle por qué me había dejado, ahí descubrí que mi mamá nunca me quiso. Mi
papa nunca fue cariñoso tampoco, pero nunca me faltó nada”.
Durante todo el trabajo realizado con Sandra y su hija fueron surgiendo interrogantes
que llevaban al planteo de hipótesis de trabajo. Una cuestión de importancia radicaba en que
todo lo que acontece en un espacio terapéutico, aquello que emerge, tiene una causalidad.
A medida que Sandra iba tratando de “ser mamá” para Emilia, a medida que el equipo iba
pesquisando cuestiones que requerían intervención, a medida que se alojó a esta mujer y su
singularidad, muchas cuestiones en relación a su propia infancia fueron surgiendo. David
Stern (1985) hace referencia a un ‘Contexto de memorización’ “que comienza a operar en
el psiquismo materno, donde ella se retrotrae a sus propias experiencias infantiles […]. En un
proceso de doble identificación, por momentos se identificará con su madre, y por otro lado
se identificará con ella misma siendo bebe. Cabe resaltar que la relación de la mujer con su
propia madre será objeto de intensas reelaboraciones. Ocupará mucho espacio en su
psiquismo. Así como también, que la calidad del vínculo que haya establecido con su propia
madre, será un predictor de la relación que podría establecer con su bebe”.
Winnicott (1991) trabaja el concepto de madre suficientemente buena; dice: “Este
término se emplea para describir la dependencia propia de la primera infancia. Implica que
en todos los casos los cimientos de la salud mental debe ponerlos la madre, quien, en caso
de ser sana, la tiene como para atender a las necesidades de su bebé a cada minuto. Lo que
el bebé necesita, y lo necesita absolutamente, no es ninguna clase de perfección en el
quehacer materno, sino una adaptación suficientemente buena, que es parte integral de una
relación viva en la que la madre se identifica temporariamente con el bebé”. Lo más acertado
de este término resulta que en ningún momento el autor deja de considerar que esta función,
la materna, es susceptible de verse atravesada por avatares, por dificultades, en tanto la
madre (o quien cumpla esa función) es un sujeto y en tanto tal cumplirá la función sin dejar
de estar atravesada por su inconsciente, por el bagaje de su historia y prehistoria, con el que
lidiará en la constitución del vínculo temprano con su bebé.
El contexto en el cual Emilia vino al mundo, no era un contexto fácil. Por el contrario,
estaba cargado de acontecimientos dolorosos, violentos, vulnerantes, que se habían
inscripto, sin dudas, en el psiquismo de Sandra. La cuestión era entonces, intentar acompañar
a Sandra en el ejercicio de una función suficientemente buena para Emilia.

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Emilia fue creciendo, Sandra fue modificando algunas actitudes y su predisposición


respecto de los cuidados primarios y tiempo compartido con su hija. Fue demostrando la
paulatina internalización de las cuestiones trabajadas y los sentimientos de angustia y culpa
fueron cediendo. Empezó a notársela más segura, más tranquila y varias cuestiones respecto
de su propia maternidad y del modo en el cual ejercer esta función fueron consolidándose.
Sin embargo, comenzaron a aparecer otras dificultades, todas ellas relacionadas
directamente con su propia experiencia infantil y vincular con sus propios padres. “El
resurgimiento de la relación con su propia madre es un intento proceso (que la mujer gestante
atraviesa) durante el embarazo. […] En los casos en que esta relación se forjó con muchos
conflictos, es posible que esta evolución quede frenada y que el conflicto se intensifique”
(Brazelton y Cramer 1990).

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Lo Intocable del Toque

Cuando Emilia tenía 6 meses apareció en su cuerpo una especie de alergia o


sarpullido. Sandra consultó un médico pediatra, luego un dermatólogo pediatra, y ambos
coincidieron en colocar una crema en la zona afectada durante algunos días. La afección no
mostraba mejorías, incluso empeoraba su aspecto y, luego de un tiempo sin modificaciones
positivas, se consulta con una dermatóloga infantil de un Hospital de la Ciudad de Buenos
Aires y se articula con la médica y con el equipo de trabajo social coincidiendo en un punto
fundamental: las afecciones de la piel que habían aparecido en Emilia, estaban íntimamente
relacionadas a algo de lo más íntimo y fundamental de su origen, al vínculo con su madre.
Por este motivo se comienza a trabajar articuladamente, por un lado, Sandra y Emilia
continuarían sosteniendo los espacios terapéuticos vinculares en la unidad convivencial y,
por otro, asistirían al hospital a controles periódicos.
A partir de aquí se decide tener una entrevista con Sandra para poder comenzar a
trabajar este aspecto que resultaba de suma importancia como emergente de una posible
constitución vincular temprana con dificultades y, como consecuencia, de sufrimiento
temprano. En relación a esto, se tuvo en cuenta que, por los tiempos de constitución psíquica
en los que se encontraba Emilia y sus posibilidades de expresarse o de manifestar aquello
que le acontecía, ésta afección psicosomática estaba haciendo las veces de un pedido de
ayuda y un llamado a su madre.
Silvia Morici, en su disertación “El bebé, su cuerpo y el vínculo temprano”, afirma que
no hay otra forma de expresión en los inicios de la vida, en los primeros momentos de
constitución psíquica y subjetiva, que la organización psicosomática. Se trata de una época
en la que el cuerpo es un hablante primordial. Si al bebé se lo supone sujeto, por más pequeño
que sea, estamos suponiendo en él la posibilidad de comunicarse. Los tiempos de
constitución subjetiva son tiempos en donde lo que habla es el cuerpo. Morici continúa
manifestando que la integración psicosomática depende del bagaje constitucional del bebé y
de la cualidad vincular con la que puede contar. Agrega: “Este desarrollo (el del bebé) no se
logra si no es en el sostén y en el ejercicio de la mutualidad con el otro”.
Entonces ¿qué nos estaba diciendo Emilia? ¿Qué características tiene la mutualidad
en la que Sandra puede ubicarse para con su hija? Resultaba fundamental trabajar con
Sandra algo de nuestra hipótesis. “En los estadios primitivos del pequeño ser humano, la
única capacidad de expresión es la somática. Quiero decir que todas las situaciones de
tensión, malestar, excitación y de conflicto, todas las problemáticas relacionales con el medio

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y con la persona que hace la función de madre, el bebé lo expresa en términos de alteraciones
somáticas. Trastornos del sueño, de la alimentación (vómitos, diarreas, dolores de tripa, etc.),
de la piel. Es la única forma que el bebé tiene de expresar lo que le pasa, es la expresión
somática” (Larban Vera 2007).

Otro aspecto que cabe destacar y que llamaba la atención al observar a Emilia
cotidianamente es que la bebé prácticamente no lloraba. No lloraba, ni demandaba atención,
su actitud era bastante pasiva, “donde la ponés, se queda” decían. Si bien, quizás como
efecto de los espacios de trabajo, Sandra había comenzado a interactuar de una forma más
activa con su hija, Emilia continuaba pasando demasiado tiempo en el bebesit o en su coche.
A partir de lo observado en el cotidiano y durante las sesiones vinculares, se le comenzaron
a sugerir algunas cuestiones que contribuirían positivamente al desarrollo psicomotor de
Emilia como por ejemplo que la niña pueda pasar tiempo en el piso, con espacio para
desplazarse y explorar, lo que también tenía el objetivo de propiciar un espacio de intercambio
entre ellas. Sandra sólo podía sostener esto con dificultades, refiriendo no tener ideas para
jugar, no saber qué hacer. Entonces a veces se podía observar a Emilia sola, sentada
(contenida por almohadones ya que tampoco había alcanzado el trípode y lograba
mantenerse sentada por pocos segundos con muchas dificultades) observando los objetos
sin intención de tomarlos, observando un punto fijo o a las personas que circulaban.
Sandra describía a su bebé como “tranquila”, “buenita”, cuando en realidad se nos
presentaba como pasiva, a veces aletargada, inmóvil, con todo el riesgo que esto traía de
que Emilia comience a retraerse del mundo de alguna forma. Se la confrontó con estas
cuestiones, con “la otra cara de la moneda”.
En los tiempos de constitución subjetiva, habla el cuerpo. Tal y como venimos
trabajando. Ahora, qué pasaba con otras vías de comunicación con las que sí cuentan los
bebés que en este momento parecían silenciadas, sin uso o con muy poco. Emilia no lloraba,
no se quejaba, no se ponía “fastidiosa”, incluso tampoco expresaba felicidad o jubilo. “Sin
poder expresar mediante el llanto algún malestar, no existe la posibilidad de procesarlo, es
decir de enlazar la expresión del malestar llorado con el malestar interno e identificarlo como
propio. La posibilidad de expresar el malestar abre la vía, no sólo a la comunicación consigo
mismo y al trabajo de metabolización que el propio bebé desarrolla por tener acceso a su
expresividad, sino también a la comunicación con el otro que puede ayudar a su
procesamiento mediante la contención de lo expresado por el bebé y la utilización de palabras

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tiernas de identificación, de la madre ó del padre, con las sensaciones y los afectos sentidos
y expresados por aquel” (Palau Subiela 2011).
Pensamos entonces ¿quién estaba del otro lado para Emilia? ¿Qué le espejaba esta
madre, cómo la deseaba o qué deseaba de ella? Winnicott dirá: “allí donde haya habido un
fracaso en esta primera fase, el pequeño se ve atrapado en unos primitivos mecanismos de
defensa, que corresponden al temor a la aniquilación, y los elementos constitucionales
tienden a verse sojuzgados” (Winnicott 1999). Aunque intentábamos no posicionar a Sandra
desde un lugar de fracaso, entendíamos que las manifestaciones de Emilia no resultaban
azarosas, no representaban casualidades, ni de una causalidad netamente orgánica, sino
que se trataba de lo que ella quizás estaba pudiendo decir del vínculo con su propia madre.
Algunas dificultades, imposibilidades y las vicisitudes con las que éste vínculo se había
comenzado a forjar, resultaban facilitadoras de un posible fracaso y peores consecuencias a
posteriori, en donde su afección en la piel, la casi ausencia de demanda, su pasividad, la
dificultad en la consolidación de los hitos del desarrollo, podrían considerarse como esos
primitivos mecanismos de defensa de los que hablaba Winnicott o esbozos de algunos otros
más graves.
Al poner sobre la mesa la posibilidad de que la afección de la piel de Emilia podía
deberse a otros aspectos además de cuestiones médicas, su mamá se muestra muy
sorprendida y manifiesta no haberlo pensado de esa forma. Al cabo de unos días, Sandra
solicita un espacio de entrevista donde refiere haber estado informándose sobre afecciones
psicosomáticas y dice: “me di cuenta que esto va más allá de si Emilia es alérgica o tiene
predisposición a hacer dermatitis. Hay algo que yo no estaba viendo que es la posibilidad de
que yo sea responsable de esto”. Se abordan estas cuestiones que emergen luego de que,
probablemente, como consecuencia de haber expuesto otros aspectos relacionados que la
implican en su vínculo con su hija, algo se haya movilizado en ella. Esto resultó positivo
teniendo en cuenta la necesidad de continuar y profundizar el trabajo vincular partiendo de la
hipótesis de una afección psicosomática que aparece. Sin embargo, también se trabajó con
la mamá respecto de la sensación de culpabilidad que ella dejaba entrever en su discurso.
La afirmación “la posibilidad de que yo sea responsable de esto”, implicaba la capacidad de
Sandra de internalizar, de poder resignificar a posteriori algo de lo trabajado hasta el
momento, es decir, empezar a reconocerse en esa díada, parte de ese vínculo, pero también
implicaba la necesidad de poder trabajar la culpa que devino posteriormente. Transformar
esta culpa, esta sensación de “ser la responsable de la dermatitis” en la necesidad de revisar,
cuestionarse aspectos del vínculo y, por consiguiente, que pueda comenzar a posicionarse

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desde otro lugar en su función materna, era un nuevo aspecto con el cual intervenir a fin de,
posteriormente, poder continuar el trabajo. “El ser humano está inserto en las mallas de la
filiación y esto hace que el hijo se inscriba en una cadena de transmisión generacional de
deseos, de fantasías conscientes e inconscientes y de mitos. Los padres transmiten no
solamente un capital genético- constitucional sino también una herencia cultural” (Larban
Vera 2011).
La necesidad de comenzar a hacer, de alguna manera, de puente entre esta madre y
esta hija fue otra hipótesis de la que se partió para continuar trabajando con Sandra y Emilia.
Fue necesario, en palabras de Goldman, “tener una mirada integrativa, donde no veamos
parcialmente al sujeto enfermo, sino el vínculo entre los miembros de la estructura y donde
nos involucremos como continentes, con una actitud interna que tolere la angustia tanto de la
madre (y su familia) como la propia. Ubicarnos en ese "entre dos", el entre dos de la madre
con su bebé; ese entre dos es la transferencia […]. Sólo ubicándonos allí, podremos ayudar
preservando la salud de esa díada, desde el inicio”.
Debido al cercano egreso de Sandra y sus hijas de la Unidad Convivencial, se articuló
con una fundación especializada en afecciones psicosomáticas, para que puedan continuar
con el seguimiento de la díada una vez concretado dicho egreso. Paralelamente, dada la
adherencia al espacio terapéutico que se había logrado durante esos meses, se continuó
trabajando con ellas.
Sandra no jugaba con Emilia, la levantaba en brazos esporádicamente y todos los
momentos de cuidado y acercamiento, espacios en donde los intercambios, la erogenización
de ese cuerpo y el diálogo tónico deberían aparecer (como ser la lactancia, el baño, el cambio
de pañales), eran realizados rápidamente y como una tarea a cumplir. Esto se pudo detectar
en sus relatos y presenciando algunos de ellos. “El contacto físico y emocional, acunar,
hablar, abrazar, tranquilizar, permite al niño establecer la calma en situaciones de necesidad
e ir aprendiendo a regular por sí mismo sus emociones. En la primera infancia, el niño carece
de la capacidad de regular por sí mismo sus estados emocionales y queda a merced de
reacciones emocionales intensas” (Armus, M; Duhalde, C; Oliver, M; Woscoboinick, N. 2012).

Al trabajar con ella la importancia de estos momentos, su postura era rígida y


manifestaba que esa es la forma en la que ella “sabe ser mamá”: “a mí no me nace hablarle
como bebé, o conversarle, o estar dándole besos todo el tiempo como a otras mamás”. Se le
explicó que no hay formas únicas de expresar cariño, atención, de compartir y vincularse con
los hijos, pero sí se hace hincapié en la importancia de compartir estos momentos de forma

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auténtica. Sandra era una persona que comprendía con facilidad lo que se le trasmitía, había
logrado internalizar muchas de las cuestiones trabajadas y demostraba, ante algunos pedidos
o en lo que podía aportar en los espacios, que sí comprendía la importancia de todo lo que
se le sugería. Por este motivo, teníamos la posibilidad de poder ser específicos en la
trasmisión de pautas, sugerencias, indicaciones. Estas indicaciones resultaban necesarias y
fundamentales para poder, desde otro lugar, promover un vínculo primario sano, dándole
herramientas que le permitan a Sandra formar parte activa, protagonista, siendo consciente
de que la constitución del aparato psíquico de su hija dependía, en gran parte, de su vínculo
con ella, siempre teniendo especial cuidado en no instalar sentimientos de culpa. “Sabemos
que el maternaje es una disposición a conectarse emocionalmente con el bebé que permite
adecuar los cuidados a sus necesidades. No se basa en el instinto ni es natural en la especie
humana, sino que requiere cierta capacidad de empatizar con el bebé, se trata de adecuar el
registro del otro a una serie de códigos no verbales” (Oiberman, A; Fernández, M; Lucero, A
2015).
Pensemos ahora, en relación a esta díada, lo que Winnicott trabaja en torno a las
funciones maternas; enumera tres: Holding (sostén), Handling (manipulación) y la Object
presenting (mostración de objetos). En relación al sostén se refiere especialmente al sostén
emocional que la madre puede ofrecerle a su bebé. Dice: “Por mi parte, me conformo con
utilizar la palabra sostén y con extender su significado a todo lo que la madre es y hace en
este período” (Winnicott 1990), período de dependencia absoluta. Si pensamos en un sostén
que pueda ser adecuado (o suficientemente bueno), podríamos describir una madre que
sostenga a su bebé con seguridad, sin miedo, con tranquilidad, pero también con devoción,
júbilo, amor. Este tipo de sostén facilitaría la integración psíquica del bebé.
Cabe preguntarse qué tipo de sostén podía ofrecerle Sandra a Emilia teniendo en
cuenta la dinámica que esta mamá había podido armar en torno a los cuidados y a la forma
de vincularse con ella, dinámica en la cual, como decíamos, apenas la levantaba en brazos,
no podía sostener espacios de intercambio verbal y/o lúdicos, la lactancia, etc.
En relación a la manipulación, Winnicott la define como la función materna que
“contribuye a que se desarrolle en el niño una asociación psicosomática (la unidad psique-
soma) que le permite percibir lo ‘real’ como contrario de lo ‘irreal” (Winnicott 1980). La
manipulación facilita la coordinación, la experiencia del funcionamiento corporal y la
experiencia del yo, contribuye a la personalización del bebé y, de esta forma, al proceso de
constitución subjetiva. ¿De qué manera Emilia iba transitando este proceso tan primario y
estructurante? Las largas jornadas en su bebesit o coche, los cuidados básicos realizados en

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forma automática sin el interjuego que se producen durante los mismos, ya que ofrecen el
escenario íntimo óptimo para esto, probablemente hayan ido produciendo efectos en su
psiquismo y, por lo tanto, en su cuerpo.
Quisiera detenerme en el concepto de “lo intocable del toque” que trabaja Esteban
Levin y pensarlo en términos de la díada madre-hijx, del vínculo primario y los tiempos de
constitución subjetiva, tiempos que el niño ira transitando saludablemente en la medida en
que haya un Otro que lo desee en tanto sujeto. Otro Primordial que lo desee, pero que también
lo erogenice, lo bañe de lenguaje, esté siempre a la expectativa. El toque, el diálogo tónico
entre la madre y el bebé debe exceder el simple hecho del cuidado y la higiene, debe ser un
encuentro (de caricias, de miradas, de la voz y la melodía). Eso, lo intocable de ese toque es
lo que marca, lo que inscribe y deja huella. Dice Levin: “Ese diálogo sensible y vivaz, se
estructura entre toques, que se alejan del tacto en sí mismo para acariciar palabras,
imágenes, gestos que en ese instante se producen. Surge lo intocable del toque en la
intimidad del encuentro. […] Esta experiencia del toque sutil en lo intocable, del rostro abierto
al otro rostro, que mira la mirada del otro y se reconoce en ese espacio-tiempo, irrumpe de
repente, sin aviso previo y brota la extrañeza y el acontecimiento que nos estremece y
conmueve. La experiencia sensible del encuentro de los rostros es una gestualidad
implanificable e improgramable. Surge de la demanda y el deseo del otro” (Levin 2010).
En tercer lugar, la presentación de objetos de la que habla Winnicott, también se nos
presenta como una instancia fundamental en el desarrollo psíquico del individuo. Esta
consiste en mostrar gradualmente los objetos de la realidad al bebé, promoviendo el
conocimiento de los mismos y así, el conocimiento del mundo. La madre debe ofrecerle los
medios para su impulso creativo. “La mostración de objetos […] promueve en el bebé la
capacidad de relacionarse con objetos” (Winnicott 1980). La posibilidad del bebé de
vincularse con los objetos, es fundamental para que luego pueda relacionarse con los otros,
esto despliega su capacidad de habitar el mundo.

Además de las sesiones vinculares, comenzamos a trabajar en sesiones individuales


con Emilia en las que se apuntó a brindarle espacios lúdicos, de encuentro con el otro, de
exploración y despliegue que, hasta el momento, su madre no podía ofrecerle sin dificultades
y excesiva frustración. Con muchas dificultades para sostenerse sentada y rolar, agarrar y
sostener objetos (pequeños y livianos) con la mano, comenzamos un trabajo de estimulación,
juego e intercambio. Emilia disfrutaba el espacio, su expresión era de placer, alegría,
sorpresa, comenzaron a aparecer distintos gestos, a diferencia de lo que se observaba en el

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cotidiano en donde siempre tenía la mirada fija a un punto y la misma expresión facial, podría
decirse, “una expresión inexpresiva”. Trabajamos con objetos sencillos, livianos, de distintas
texturas, en el reconocimiento del cuerpo a través de caricias, canciones, estimulación
propioceptiva, entre otras. Luego de poco tiempo, Emilia fue logrando mayor dominio de la
postura y de sus manitos y comenzó a mostrar mayor interés en los objetos, lo que le generó
la necesidad de desplazarse para alcanzarlos. Esto resultó notorio y movilizante para su
mamá y funcionó como un disparador que permitió que Sandra pueda pedir sugerencias para
estimular a su hija, qué juegos proponer, que objetos usar, etc.
A partir de este momento, Emilia comenzó a pasar más tiempo en el piso, rodeada de
sus cosas con la posibilidad de desplazarse, Sandra comenzó a sentarse a su lado y a intentar
vincularse lúdicamente con ella. Continuábamos conversando y jugando en el espacio
vincular y Sandra manifestaba sentirse “inútil” porque “no se le ocurría nada creativo que
hacer”. Se le indicó que cualquier actividad que ella desee hacer con su hija es un buen
comienzo y que lo importante era compartir, que Emilia pueda ver reflejado en su madre, el
deseo genuino de esperar algo de ella. “El vínculo de apego es una expectativa que tiene el
recién nacido, es la manera en que nuestra especie garantiza la protección y supervivencia
de sus crías. Consiste en una interacción entre padres e hijos, sea biológica o no, que se
desarrolla durante el primer año de vida conjunta y que se refuerza durante toda la vida,
generando un sentimiento de que ‘el otro es irremplazable’” (Schneider 1979-2008).
El vínculo entre esta mamá y su bebé, además de estar empapado con cuestiones del
psiquismo, de la propia experiencia infantil y la historia de vida de Sandra, también se vio
atravesado por vicisitudes relacionadas al contexto en el que se encontraban: viviendo en
una unidad convivencial con personas desconocidas. Sandra fue protagonista de muchos
conflictos con sus compañeras y esto frecuentemente repercutía en el trato que tenía con sus
hijas. Todo este contexto añadía componentes de angustia y estrés en la vida de Sandra y,
por lo tanto, en la vida de sus hijas. Específicamente, resultaba preocupante el vínculo con
Emilia, vínculo en constitución atravesado por situaciones de violencia, angustia, sensación
de culpa y rechazo y un contexto que no resultaba de lo más favorable para Sandra. Vínculo
que parecía estar siempre frágil, ambivalente. Nos generaba preocupación la modalidad con
la que Sandra podía ubicarse respecto de cuestiones básicas y fundamentales para la
constitución subjetiva como ser el sostén emocional, la regulación afectiva y la confianza
básica. El contexto en el que se desarrolló esta intervención no quedó por fuera de la misma
ni de los avatares en la constitución del vínculo materno- infantil.

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Un bebé no puede existir solo, sino que es esencialmente parte de una relación 2.

Emilia ya tenía 10 u 11 meses y el panorama con el que nos encontrábamos era muy
distinto: su madre le hacía “upa”, se sentaba a jugar, le daba la mamadera en brazos, ya no
la dejaba sola, comenzaron a asistir a la Fundación especialista en afecciones psicosomáticas
a la que se las había derivado, Sandra empezó a planear el cumpleaños de su hija y en los
espacios vinculares apareció una reflexión muy importante. Dice: “me di cuenta tarde de que
deposité toda mi impotencia, rencor y dolor en Emilia. Emilia no tiene la culpa de haber venido
al mundo de esa manera”. Quizás precariamente y con un montón de dificultades, algo de un
deseo de hija estaba comenzando a construirse. La afección en la piel había mejorado
considerablemente. Sandra comenzó a mirarla y a tocarla con amor, con expectativa, a
hablarle, suponiendo en ella un sujeto... a desearla de una manera diferente.

2
Winnicott, D. W (1999).

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Conclusión

Se trabajó con Sandra y Emilia hasta el mes de enero de 2018 en un proceso que
estuvo impregnado de altibajos, obstáculos, frustraciones, alegrías. Sin embargo, se
observaron cambios positivos (aún en los peores momentos) y, por sobre todas las cosas, se
pudo ayudar a Sandra a poder armar un deseo de hija, con su singularidad, con sus formas,
con muchos desaciertos, pero siendo éste deseo, el suyo propio.
Se pudo concluir que, ante la posibilidad de intervenir, detectar factores de riesgo,
señales de alarma u otro indicador de relevancia, “un buen vínculo también puede generarse
con posterioridad”3.
La propia infancia, la propia experiencia infantil y el lugar de hija en el que Sandra se
ubicó respecto de sus padres fueron factores determinantes a la hora de que ella pudiera ir
construyendo un vínculo con su propia hija. Sin embargo, además de todas las cuestiones
que hacen a su historia y prehistoria, la situación de violencia que ella estaba sufriendo no
sucedió sin dejar marcas indelebles en el psiquismo y, por lo tanto, atravesó e hizo mella en
la posibilidad de construcción del vínculo, de la díada, del apego, con una bebé que no
deseaba y que fue producto de la violentación a su integridad sexual. “Cuando situaciones de
estrés psicosocial directo o indirecto como violencia, pérdidas, inestabilidad habitacional–
hacen impacto sobre un niño pequeño, lo que este pierde es la protección, la seguridad y el
bienestar básicos; es decir, la envoltura protectora, sostenedora, que debe constituir su
ambiente cuidador inmediato. El ambiente cuidador debe funcionar como un factor protector
que escude al niño de los eventos estresantes, reduciendo así su impacto. Si no ofrece
protección, no solo no ayuda, sino que multiplica el impacto y, a través del efecto de la
ansiedad y/u otras emociones negativas, puede incluso reforzarlo, funcionando así, como un
factor de riesgo para el niño”. (Armus, M; Duhalde, C; Oliver, M; Woscoboinick, N. 2012).

3
http://pdn.pangea.org/wp-content/uploads/EL-TRAUMA-DEL-NACIMIENTO-LOS-EFECTOS.pdf

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Bibliografía

1) Armus, M; Duhalde, C; Oliver, M; Woscoboinick, N. (2012): “Desarrollo Emocional.


Clave para la Primera Infancia”. Buenos Aires. Edición: Guadalupe Rodríguez.
2) Benedek, T. (1983) en Oiberman, A (2020): “La palabra en las maternidades”.
Diplomatura en Psicología Perinatal. UNT.
3) Brazelton, T. B y Cramer, G (1990): “La relación más temprana. Padres, bebés y el
drama del apego inicial”. Barcelona. Editorial Paidós.
4) Goldman, C. (SF) “Exterogestación”.
5) Larban Vera, J. (2011): “Acompañamiento psicológico y emocional de la madre el
padre y el bebé durante el período perinatal”. II Jornadas de Salud y Género de las
Islas Baleares. Etapas iniciales de la vida. Monografía: Atención Perinatal.
6) Larban Vera, Juan (2007): “El proceso evolutivo del ser humano: desde la
dependencia adictiva hacia la autonomía”. Revista Cuadernos de Psiquiatría y
Psicoterapia del Niño y del Adolescente.
7) Levin, Esteban (2010): “La experiencia de ser niño. Plasticidad simbólica”. Buenos
Aires. Editorial Nueva Visión.
8) Morici, Silvia: “Cuando el cuerpo habla” en disertación “El bebé, su cuerpo y el vínculo
temprano”. Bahia Blanca. Argentina.
9) Oiberman, A (2020): “La palabra en las maternidades”. Diplomatura en Psicología
Perinatal. UNT.
10) Oiberman, A; Fernández, M; Lucero, A (2015): “Desencuentros tempranos: programa
de reanimación vincular”. Artículo publicado en la Revista ANDARES (Publicación de
la Fundación Aiglé). http://www.revistaandaresaigle.org/page/4/.
11) Palau Subiela, P. (2011): “Psicopatología perinatal: trastornos psicosomáticos y de la
interacción, en el bebé”. Revista de Psicoterapia y Psicosomática del IEPPM, nº 77.
Madrid.
12) Schneider, V (1979-2008). “Masaje infantil. Guía práctica para el padre y la madre”.
Barcelona. Editorial Medici.
13) Stern, D. (1985): “La Constelación Maternal. La psicoterapia en las relaciones entre
padres e hijos”. España. Editorial Paidos.
14) Winnicott, D (1980).: “La familia y el desarrollo del individuo”. Buenos Aires. Editorial
Hormé.

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15) Winnicott, D (1990).: “Los bebés y sus madres”. Buenos Aires. Editorial Paidós.
16) Winnicott, D (1999). “Estudios de pediatría y psicoanálisis”. Buenos Aires. Editorial
Paidos.
17) Winnicott, D. W (1999): “El niño y el mundo exterior”. Buenos Aires. Editorial Hormé.
http://pdn.pangea.org/wp-content/uploads/EL-TRAUMA-DEL-NACIMIENTO-LOS-
EFECTOS.pdf
18) Winnicott, D. W. (1991). “Exploraciones psicoanalíticas I”. Buenos Aires. Editorial
Paidós.

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