Está en la página 1de 12

TEMAS: 

BENJAMÍN NOYS, K-PUNK2, MARK FISHER

EL COLAPSO DEL
REALISMO
CAPITALISTA
Por Benjamin Noys
Traducido por Matheus Calderón 
Realismo capitalista —el libro— ha terminado, con el pasar de una década, por
volverse una frase hecha: “lo que Mark Fisher llama ‘realismo capitalista’” o “como
Mark Fisher ha descrito, ‘realismo capitalista’”. El diagnóstico de Fisher es
acogido, pero a riesgo de que la sustancia del libro Realismo Capitalista esté
ominosamente ausente. El éxito del título ocurre a expensas del libro. Es por ello
que quiero volver a la “sustancia” del libro, pero de un modo particular. La
sustancia del libro no es simplemente la sustancia del realismo capitalista.
Ciertamente, pocos podrían ser tan arrolladores como Fisher al hacer resonar o
sentir la “fenomenología política del capitalismo tardío”, en la cual experimentamos
“un sistema que no responde, un sistema impersonal, sin centro, abstracto y
fragmentario”. Existe, no obstante, otra “sustancia” en marcha en el texto,
constituida por aquellos deseos, experiencias y momentos vividos que convocan a
un orden colectivo diferente no orientado hacia la acumulación de valor. Esta
llamada, como hemos de ver, involucra un proceso de educación del deseo para,
a la vez, liberarnos del realismo capitalista y desarrollar una vida no capitalista.
Como con el Walter Benjamin de “La vida de los estudiantes”, Mark Fisher es un
escritor para estudiantes. Esto no quiere decir que se dirija ellos de manera
paternalista o condescendiente. En la declaración de Fisher para el sello Zero
Books, en donde Realismo capitalista vio la luz, Fisher afirma la necesidad de ir
más allá del “estupor interpasivo” para alcanzar otro tipo de discurso: “intelectual
sin ser académico, popular sin ser populista”. Esto es escribir para los estudiantes,
una escritura en su nombre, y para todos nosotros como estudiantes.
La forma doble de esta sustancia es la razón por la que es importante examinar el
colapso del realismo capitalista en un sentido también doble. Este colapso refiere
primero a nuestra experiencia de crisis y austeridad, la que el realismo capitalista
se supone que ha de naturalizar y justificar. El realismo capitalista parece forzarse
hasta sus límites, al tiempo que nuestras alternativas presentes, cada vez más
apocalípticas, se inclinan más al fascismo que al comunismo. El capitalismo, para
Fisher, es congruente —si es que no coincidente— con la catástrofe. “El
capitalismo es lo que queda en pie cuando las creencias colapsan en el nivel de la
elaboración ritual o simbólica, dejando como resto solamente al consumidor-
espectador que camina a tientas entre reliquias y ruinas”. El colapso del realismo
capitalista parece coincidir con el colapso del capitalismo. El segundo sentido del
colapso del realismo capitalista consiste en pasar de entenderlo como un
quebrarse (“breakdown”) a entenderlo como un avanzar a través (“breakthrough”),
parafraseando a R. D. Laing. Ya no estaríamos más simplemente atrapados en el
realismo capitalista entendido como la naturalización de la catástrofe capitalista,
sino que podríamos ir más allá del realismo capitalista. Quisiera continuar esta
tarea releyendo el Realismo capitalista junto con los escritos de Fisher sobre las
políticas de la cultura, su libro póstumo Lo raro y lo espeluznante, y la colección de
sus escritos que incluyen un fragmento del proyecto no finalizado Comunismo
Ácido.
A pesar de la mordaz genialidad de Fisher para capturar lo peor del momento
presente, no cesó de pensar también en la posibilidad de algo mejor. Los escritos
de Fisher pueden oscilar con frecuencia entre la desesperanza y el júbilo, algo en
el estilo de Franco “Bifo” Berardi. Esta oscilación refleja la tendencia propia de
Fisher de separar la interioridad de la cultura capitalista de un “afuera” que se
rehúsa a integrarse. La interioridad de la cultura capitalista amerita las ácidas
habilidades de diagnóstico de Fisher, y un sentido de la desesperanza; mientras
que el “afuera” ofrece posibilidades raras y un sentido del júbilo. La “sustancia” de
Fisher, este spinozismo peculiar, trata de moverse más allá de las “tristes
pasiones” del apego a esta interioridad y hacia este “afuera”. Esta sustancia
dividida, una sustancia en tensión, es lo que explica la oscilación presente en la
obra de Fisher. 

Cruciales al análisis de Fisher del realismo capitalista resultan las cuestiones de la


salud mental y la educación. Esta es una razón por la que el libro resuena tanto
con los estudiantes, pero es también el motivo por el que la perspectiva central del
libro parte de cómo experimentamos la crisis mientras que se ejecuta en modo de
auto-reproducción. En términos de salud mental, el colapso del realismo capitalista
no es solamente un colapso social, sino un colapso psíquico que condensa las
formas y procesos de las secuencias continuas de colapsos y crisis que componen
al capitalismo. Mientras que “el realismo capitalista insiste en que la salud mental
debe tratarse como un hecho natural tanto como el clima. (Aunque acabamos de
ver que el clima ya no es un hecho natural, sino un efecto político-económico))”, el
efecto de la crisis es volver aún más extraños y desnaturalizar al capitalismo, a la
salud mental y, por supuesto, al clima. Las formas de colapso superpuestas
golpean al corazón mismo del usual mecanismo ideológico, central al análisis de
Roland Barthes en Mitologías, que trata lo que es cultural como natural. Ahora,
con el generalizado reconocimiento y la realidad de la catástrofe climática, incluso
la naturaleza ya no aparece más como “natural”.
 
Todas las imágenes son de Dial H, cómic escrito por China Miéville e ilustrado por Mateus
Santolouco y  Brian Bolland. (DC Comics, 2012) 

La respuesta a esta situación, argumenta Fisher, es politizar la salud mental. La


salud mental no es un hecho “natural”, un desorden “genético”, que requeriría
tratamiento farmacológico y mecanismos de adaptación. Esto no implica decir que
tales factores no están en juego —algo de lo que dan fe los intereses de Fisher en
lo neurológico—, sino que tales modos de explicación niegan cualquier causa
social. Como afirma Fisher, “no tendría sentido repetir que todas las enfermedades
mentales tienen una instancia neurológica; pues eso todavía no dice nada sobre
su causa”. Si bien esta politización rechaza el naturalismo capitalista, rechaza
también el argumento de algunas tendencias de antipsiquiatría inspiradas en
Deleuze y Guattari que celebran la figura de lo “esquizo” como revolucionaria.
En vez de rastrear algún desorden específico como signo de inmersión o escape
del capitalismo, Fisher prefirió enfocarse en el estrés, el cansancio generalizado
(el síntoma del TATT: tired all the time) y la ansiedad. El movimiento de Fisher es
deflacionario, lejos de la “alta” antipsiquiatría, pero al mismo tiempo atento al
sufrimiento del día a día y su conexión con las formas capitalistas. El panorama
psíquico del capitalismo tardío es caótico y, para Fisher, “el sistema nervioso se
reorganiza junto a la producción y la distribución”. La precariedad es una
experiencia vivida psíquica que fragmenta las posibilidades del futuro. 
Esto no es, sin embargo, solamente una fenomenología negativa. Manteniéndose
fiel a Deleuze y Guattari, Fisher considera al capitalismo como una “máquina
deseante”. Adaptando su pregunta sobre por qué deseamos el fascismo, Fisher se
pregunta por qué deseamos el capitalismo, por qué desplazamos nuestros deseos
al capitalismo hasta “lavarnos la libido”. La fenomenología del capitalismo tardío es
una fenomenología de nuestra inversión libidinal en ese mismo capitalismo tardío.
Aquí es donde el problema de la educación se vuelve uno de educación del deseo.
Recuerdo la afirmación de Fredric Jameson de que nuestro problema “reside en
intentar figurarse lo que realmente queremos antes que nada”. Las utopías son
lecciones negativas, a fin de cuentas, que nos enseñan los límites de nuestra
imaginación de cara a la adictiva cultura del capitalismo. Es solo, insiste Jameson,
una vez que la utopía nos ha empobrecido, ha asumido un acto de “reducción del
mundo”, que podemos emprender un “deseo del deseo, un aprendizaje del deseo,
la invención en primer lugar del deseo llamado Utopía”.

“En vez de rastrear algún desorden


específico como signo de inmersión
o escape del capitalismo, Fisher
prefirió enfocarse en el estrés, el
cansancio generalizado (el síntoma
del TATT: tired all the time) y la
ansiedad. El movimiento de Fisher
es deflacionario, lejos de la ‘alta’
antipsiquiatría, pero al mismo
tiempo atento al sufrimiento del día a
día y su conexión con las formas
capitalistas. El panorama psíquico
del capitalismo tardío es caótico y,
para Fisher, ‘el sistema nervioso se
reorganiza junto a la producción y la
distribución’. La precariedad es una
experiencia vivida psíquica que
fragmenta las posibilidades del
futuro. ”
Mientras que Jameson, en el texto citado, buscó esta experiencia de
empobrecimiento y el nacimiento del deseo en la novela modernista comunista de
Andrei Platonov Chevengur, Fisher buscó tales experiencias en la cultura popular
–en lo raro y lo espeluznante, en los remanentes de la social democracia de los
años 70, y en la inventividad de la cultura de la música dance. La serie de
televisión Sapphire and Steel (1979-1982) encarna un raro temporal de bajo
presupuesto. Esta historia de detectives del tiempo, interpretados por Joanna
Lumley y David McCallum, es una de austeridad emocional, en tanto estos
detectives investigan anomalías temporales y, en última instancia, la detención del
tiempo. Este momento alegoriza el capitalismo neoliberal como la cancelación del
futuro. No obstante, la aprehensión de melancolía del fin del tiempo oes también la
codificación de deseos y futuros perdidos, o mejor dicho, cancelados. Ver
Sapphire and Steele con Fisher es someterse a una educación sobre el deseo al
que se le puso fin, pero también una reducción del mundo que nos forzaría a
reinventar el deseo. En Jameson y Fisher vemos un proyecto de educación, una
enseñanza del “deseo del deseo” salida de un acto de “reducción del mundo”.
Fisher argumentó que “las formas más poderosas del deseo anhelan lo
desconocido, lo extraño, lo inesperado”. Él vio en lo raro y lo espeluznante, tal y
como se detalla en el libro del mismo nombre, experiencias de extrañamiento que
no solo registraban las formas del capitalismo tardío en sus dimensiones psíquicas
sino que también nos prometían liberarnos de ellas. El colapso del realismo
capitalista no es solo un colapso del capitalismo sino un colapso del realismo. A
diferencia de varios de los proyectos contemporáneos que apuntan a repensar las
posibilidades de un realismo crítico, en el espíritu de Lukács y Jameson, Fisher
siempre se interesó por las posibilidades de lo surreal y, en su obra no terminada
sobre el “comunismo ácido”, por lo psicodélico.
Hemos de notar que incluso estos proyectos de realismo crítico se articulan para
abordar lo fantasmagórico e “irreal” como componentes clave del tejido del
capitalismo. Fisher directamente aborda lo raro como la promesa de una liberación
del realismo capitalista. Esto lo acerca a la obra de China Miéville, cuya
novela Los últimos días de Nuevo París (2016) manifiesta una sorprendente fe en
los poderes del surrealismo. En ambos casos, estos actos de recuperación no
están ciegos ante los diferentes contextos históricos en los que estas experiencias
están siendo reactivadas. En el caso de la novela de Miéville, la forma de conflicto
incesante que resulta de la detonación del S-blast, un arma surrealista que libera
sus creaciones ficcionales a la “realidad”, no lleva consigo aires de liberación. Al
interior del texto hay un sentido de surrealismo como interrupción de la historia,
pero también como el riesgo de una suspensión que es eliminada de la historia y
una repetición sin fin del extrañamiento surrealista. Es quizás por esta razón que
la novela se queda “escasa” e insatisfactoria. De modo similar, las
reconstrucciones “hauntológicas” de la carga rara que llevan consigo las formas de
producción cultural marcadas por la socialdemocracia británica sugieren la
disrupción temporal que tales sendas no seguidas podrían causar. Como hemos
visto con Sapphire and Steel, su final en un momento de suspensión prefigura el
nacimiento de capitalismo neoliberal, mientras que su melancolía extraña codifica
deseos perdidos. El retorno al pasado hace notar sus límites, pero también las
posibilidades de un salto hacia el futuro.
Las utopías insinuadas por Fisher se fundan en las ruinas y fragmentos de la
modernidad capitalista, que se hacen eco de algo como el monumento prehistórico
de Stonehenge: “como las estructuras simbólicas que daban sentido a los
monumentos se han desmoronado, en cierto modo, lo que vemos ante tales
estructuras es la ininteligibilidad y la inescrutabilidad de lo Real mismo”. Si el
pasado prehistórico adolece de un Simbólico inteligible que pueda ser
reconstruido, confrontándonos con lo Real como remanente, entonces las
“reliquias y ruinas” del capitalismo tardío en donde todo es dado al valor, nos
confrontan con una forma diferente de lo Real como remanente. Lo “espeluznante”
de los lugares del capitalismo tardío necesita ser afrontado y superado mediante la
apertura rara hacia el afuera. Una vez más, esta es la “reducción del mundo” que
sugiere Jameson, un arrasamiento en el que podemos reconstruir y educar
nuestros deseos futuros al educarnos en un deseo por el futuro.
Al mismo tiempo, ese “afuera” es una figura equívoca de externalidad, que sirve
para negar la visión “cerrada” del capitalismo en abstracto como una máquina
deseante. Aquí yace una tensión, o una oscilación, que no es explícitamente
confrontada o resuelta. Hay una división entre la interioridad del capital que se
extiende hasta el sistema nervioso y un “afuera” que es una forma otra, diferente,
de liberación hacia lo inhumano. La sustancia del realismo capitalista continúa
dividida entre un adentro y un afuera y no está articulada. Es en la coordinación de
los momentos “hauntológico” y “aceleracionista” de la obra de Fisher que se
intenta una articulación: volver a esos momentos de acecho del pasado que
pueden luego ser activados y acelerados para llevar a cabo un futuro “perdido”.
Sin embargo, esta articulación sigue siendo con frecuencia limitada y
fantasmática, y aquí es donde el proyecto de la educación del deseo puede ser
reforzado hacia pensar una fenomenología del capital que pudiese también
rastrear sus fracturas sin suponer un salto hacia un gran “afuera”. El proyecto de
una fenomenología del capitalismo necesita ser suplementado, en el sentido
derridiano de una adición necesaria, con un proyecto de educación y
reconstrucción.
La elaboración del proyecto de educación del deseo continúa siendo una de las
pérdidas causadas por la muerte de Mark Fisher. Es un proyecto que continúa por
reconstruirse, desde la colección completa de sus escritos, pero también de
manera colectiva. El propio trabajo de Fisher como profesor, ya dentro o fuera de
las instituciones educacionales, era central a su fenomenología del capitalismo
tardío y a las formas alternativas de “sustancia”, de deseo, que fueran posibles.
Podríamos hablar, tomando en consideración la influencia del psicoanálisis, de un
proyecto de “toma de inconsciencia” así como de uno de “toma de conciencia”.
Esto es particularmente apropiado respecto del concepto de “comunismo ácido”.
Previamente Fisher había identificado a la psicodelia con “la negación de la
existencia del orden de lo Simbólico como tal”, como una regresión “psicótica” que
fracasa en registrar de forma absoluta la socialidad. En este punto, Fisher persiste
en la máxima punk de “nunca confíes en un hippie” y el rechazo de la psicodelia
como una regresión “floja”. El fragmento sobre el comunismo ácido trata de
reevaluar los experimentos de cambio de conciencia, ahora como visiones más
allá de nuestro realismo capitalista. Estas tensiones se mantienen, no obstante,
entre un mundo interior del capital que está inserto en el sistema nervioso o el
inconsciente, y un psicodélico “afuera” que podemos alcanzar de algún modo.

“El colapso del realismo capitalista


no es solo un colapso del
capitalismo sino un colapso del
realismo. A diferencia de varios de
los proyectos contemporáneos que
apuntan a repensar las posibilidades
de un realismo crítico, en el espíritu
de Lukács y Jameson, Fisher
siempre se interesó por las
posibilidades de lo surreal y, en su
obra no terminada sobre el
‘comunismo ácido’, por lo
psicodélico.”
Es también importante considerar la tercera tesis de Marx sobre Feuerbach, que
sugiere que “el propio educador necesita ser educado”. “La coincidencia de la
modificación de las circunstancias y de la actividad humana sólo puede concebirse
y entenderse racionalmente como práctica revolucionaria”. Si bien Fisher escribe
mayoritariamente al margen del campo formal educativo, como también lo
hacemos nosotros, tenemos todavía que examinar este problema de la educación
y la autoeducación en su contexto. Los diversos intentos formulados de formas
educacionales “en el afuera” de las formas capitalistas neoliberales, son con
frecuencia equívocas, incluso llegando a reproducir esas mismas formas en el
sueño de lo “privado”. Quizás lo más cercano que tenemos a tales experimentos
surge en los “teach-ins”, o “outs” [foros universitarios autogestionados, extendidos
y participativos] que han emergido en varias luchas contra la privatización de la
educación. Estos, no obstante, continúan siendo temporales y están limitados a
formular preguntas sobre la auto-reproducción en un contexto externo al del
sueldo. No hay una solución simple al problema y la dificultad de incluso esbozar
tales formas da cuenta de nuestro momento presente.
Es tal proyecto de educación que sigue ante nuestros ojos y se insinúa como la
verdadera sustancia de la cual el “realismo capitalista” es su forma truncada y
mutilada. Para cumplir con ese proyecto necesitaríamos articular el “afuera” raro
con los espacios espeluznantes de “ausencia”, de fracturas y tensiones dialécticas
del capitalismo y sus vacías apariencias. Tal es el difícil puente que tenemos que
construir, que Fisher resume en el encuentro y la distinción entre lo raro y lo
espeluznante. Sigue siendo una cuestión abierta si lo ácido o lo psicodélico habría
sido un mediador suficiente, una cuestión de la que cualquier continuación del
proyecto de Fisher tendría que ocuparse. Yo argumentaría, no obstante, que
cualquier proyecto de educación así necesita abandonar la conceptualización de
adentro y afuera hacia una aprehensión más dialéctica de los límites “interiores”
del capitalismo y la articulación de esos “límites” y sus posibilidades con ese
“interior”. Este es el punto en donde el proyecto de Fisher demanda ser repensado
urgentemente.
Entre las sugerencias utopianas de Jameson hay una que, creo, resuena con el
proyecto de Fisher: una “Utopía de inadaptados y excéntricos, en la que se han
suprimido las represiones que producen uniformización y conformidad, y los seres
humanos crecen salvajes como plantas en un estado de naturaleza”. Me parece
que esto es algo que la obra de Fisher deja implícito: una sustancia “salvaje”, un
deseo “salvaje” que, como insistía en Realismo capitalista, no era extrañamente
ajeno a las formas de la disciplina y el control. Esta es otra tensión, con suerte una
tensión productiva, que marca la obra de Fisher: una atención a la dinámica de la
liberación, que es también una consideración estimada sobre los pasos en falso y
fracasos de la liberación. Es dentro y fuera de esta tensión, quizás, que podamos
encontrar las posibilidades de la educación del deseo hoy.

Benjamin Noys es profesor de teoría crítica en la Universidad de Chichester.


Publicó Persistence of the Negative: A Critique of Contemporary Theory (2010), Malign
Velocities: Accelerationism & Capitalism (2014), y es editor de Communization and Its
Discontents (2011). Actualmente escribe una crítica del vitalismo en la teoría contemporánea.

También podría gustarte