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práctica
1 Cuando, por tanto, decimos que el placer es fin no nos referimos a los placeres
de los disolutos, sino a la ausencia de dolor en el cuerpo ni de turbación en
el alma. Pues ni banquetes ni orgías constantes, ni juergas con muchachos y
mujeres, ni el pescado y todo cuanto puede ofrecer una suntuosa mesa, en-
gendran una vida feliz, sino el cálculo prudente (logismós) que investiga los
motivos de cada elección o rechazo, y disipe las falsas opiniones por las cuales
una fuerte agitación se apodera del alma. De todas estas cosas el principio y
el mayor bien es la prudencia. Por ello la prudencia es incluso más apreciable
que la filosofía; de ella nacen todas las demás virtudes porque enseña que no
es posible vivir feliz sin vivir sensata, honesta y justamente, ni vivir sensata,
honesta y justamente sin ser feliz. Las virtudes, en efecto, están unidas a la
vida feliz y el vivir feliz es inseparable de ellas.
Epicuro (341.270 a. C.). Carta a Meneceo, 131-132.
PREGUNTAS
1. Analice la importancia del concepto de prudencia para la ética epicúrea, en
relación con el mismo en la ética aristotélica.
2. Compare el concepto de placer que sostiene Epicuro con el de la ética utilitarista.
3. Explique la relación entre virtud y felicidad para Epicuro, en relación con otros
planteamientos de la cuestión en la filosofía griega y en la filosofía moderna.
Los temas vinculados son 51, 52, 68, sobre autores uno entre puedes consultar los
temas 50, 61, 64 y temáticamente pueden ser de ayuda uno o más entre 29, 42, 44, 45.
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práctica
SOLUCIÓN
Estrategias para la solución
1.
Para abordar la cuestión, es importante que acotemos bien el asunto que vamos a tratar, para no desviar-
nos de lo que se está preguntando. En ocasiones incurrimos en este error por el afán de mostrar erudi-
ción, sin darnos cuenta de que no nos estamos ciñendo a la cuestión de la que se trata, lo cual puede pro-
vocar una falta de atención por parte del tribunal, y en el peor de los casos, algún toque de atención. Sin
embargo, tampoco podemos quedarnos en lo superficial. Todos los opositores sabrán a grandes rasgos
lo que significa la prudencia para Aristóteles y para Epicuro. Tendremos que ofrecer algo nuevo, que apor-
te profundidad al análisis comparativo. Concisión, rigor y claridad son las tres consignas que debe tener el
opositor a la hora de elaborar un comentario de texto. En este caso, la pregunta es muy concreta: sólo se
pregunta por el concepto de «prudencia» en dos teorías éticas, la epicúrea que nos ocupa y la aristotélica.
Evidentemente, no pasa desapercibido el hecho de que son dos teorías clásicas en las que la virtud de la
«prudencia», entendida eso sí de diversas maneras, tiene un carácter central. También en ambos casos la
prudencia es la virtud cardinal en orden a procurar la vida feliz (se trata de dos éticas teleológicas). Pero si
bien Aristóteles separa radicalmente la vida feliz del disfrute de los placeres (bios apolaustikos), por con-
siderarlos siempre perecederos y dependientes de las circunstancias exteriores, además de asimilar el fin
de la vida humana al de una vida de bestias, Epicuro la hace radicar en el disfrute del placer, pues consi-
dera a este el comienzo y el fin de la vida feliz. Esta diferencia en el ideal de la vida buena es fundamental
a la hora de captar el sentido práctico que tiene la virtud de la prudencia en uno y otro.
Sin embargo, no deja de haber similitudes entre ambos que no deben pasar desapercibidas. Por ejemplo,
en ambos casos es una disposición que se adquiere a través del hábito y que nos permite diferenciar lo
que nos conviene de lo que no nos conviene: en el caso de Aristóteles, es la disposición adquirida que
nos permite calibrar cuál es el justo medio entre el vicio y la virtud (y en ese sentido, es la balanza que
hace posible el ejercicio justo del resto de las virtudes); en el caso de Epicuro, es la capacidad innata que
nos permite distinguir qué placeres es preciso perseguir (los estables y duraderos), y cuáles es preciso evi-
tar (los instantáneos y perecederos). Podemos hacer referencia a estudios pormenorizados del concepto
de prudencia, como el de Pierre Aubenque, o a reelaboraciones contemporáneas como las de A. MacIn-
tyre o M. Nussbaum, pero siempre que no nos desviemos demasiado de la pregunta que se nos hace.
2.
Otra pregunta concreta, en la que se nos pide una comparación. Debemos pues abstenernos de hacer
un análisis crítico, a pesar de la tentación que pudiera suponer desde un punto de vista argumentativo.
Se trata más bien de una pregunta en la que debemos mostrar nuestras habilidades meramente exposi-
tivas y didácticas, sin irnos por las ramas con disquisiciones filosóficas que pudieran ser en muchos casos
aportaciones personales muy válidas en otro tipo de preguntas.
Para abordarla, es preciso tener muy presente la diferencia fundamental entre el placer entendido como
ataraxía (ética epicúrea), y la búsqueda de placer entendido como bienestar (ética utilitarista). La primera
propugna una búsqueda de la austeridad, tratándose más bien de un ideal negativo: evitar preocupa-
ciones o dolor. La segunda es la base filosófica del tipo de economía capitalista que llega hasta nuestros
días, según la cual la búsqueda continua de placeres positivos es la medida para calibrar el bienestar
de la sociedad. Aunque en general no es bueno recurrir con frecuencia a tópicos que pueden pervertir
el sentido genuino de los conceptos, en este caso nos puede ayudar a comprender la diferencia entre
ambas concepciones del placer la manida sentencia según la cual «la vida placentera no está tanto en el
tener como en el no necesitar».
FILOSOFÍA 7
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Pero es importante no pasar por alto la diferencia entre el utilitarismo de Bentham y el utilitarismo de Mill,
pues este último tiene puntos en común con la ataraxía que proponía Epicuro como fin último de la vida
feliz. La tesis de Mill de que los placeres se distinguen cualitativamente y no solo cuantitativamente, es
decir, que hay placeres superiores y placeres inferiores, es muy parecida a la distinción que hace Epicuro
entre los placeres que hay que despreciar («placeres de los disolutos») y los que hay que buscar («placeres
estáticos o catastemáticos»). Si bien la concepción del placer epicúrea promueve una vida mucho más
individualista que lo que propone el utilitarismo social de Mill, y en este punto se acerca más al hedonis-
mo egoísta de Bentham.
3.
La pregunta es suficientemente amplia como para atrevernos a hacer, esta vez sí, un cierto análisis crítico
de la relación entre virtud y felicidad, tan recurrente a lo largo de la historia de la filosofía moral. La pre-
gunta se plantea al hilo de las últimas líneas del texto que nos toca comentar, donde Epicuro identifica
la vida virtuosa con la vida feliz («Las virtudes están unidas a la vida feliz y el vivir feliz es inseparable de
ellas»), pero esta relación no ha sido siempre tan evidente.
Podemos abordar la cuestión desde una perspectiva más amplia analizando las diferencias entre una éti-
ca teleológica y una ética deontológica, pues, en general, las primeras tienden más a corroborar aquella
identificación, mientras que las deontológicas suelen señalar el abismo que existe entre el cumplimiento
del deber moral (la virtud) y la consecución de la felicidad.
Nos piden que abordemos esta problemática en otros planteamientos de la filosofía griega y en la filo-
sofía moderna. Casi inevitablemente tenemos que hacer referencia, en el primer caso, al planteamiento
de Platón y Aristóteles, y en el segundo a Kant. Para los dos filósofos griegos, la virtud procura la felicidad,
pero a diferencia de Epicuro, cuyo hedonismo tiene como único referente al individuo apartado de la co-
munidad política, el marco de referencia de tal relación en Platón y Aristóteles es el conjunto unitario de
la polis. La filosofía griega anterior a la época helenística no concebía la posibilidad de ser feliz al margen
de la participación en el desarrollo conjunto de la polis.
Por otro lado, Kant es el filósofo moderno que más ha sacudido la relación entre la vida virtuosa y la vida
feliz. Kant señala el error general de las éticas teleológicas que consiste efectivamente en afirmar que la
virtud genera simultáneamente la felicidad, es decir, hace creer que la vida virtuosa es la condición nece-
saria y suficiente para vivir feliz, obviando el abismo que existe entre el mundo de la moralidad, en el que
ha de desarrollarse la virtud, y el ámbito de la naturaleza, del que depende la felicidad. En otras palabras,
viene a decir Kant que ni siquiera al que obra con justicia le está asegurada la felicidad, aunque sí se hace
«digno de la felicidad». No está de más hacer referencia a una de las obras más didácticas y menos cono-
cidas de Kant, sus Lecciones de ética, donde aborda con claridad esta cuestión.
vida intelectual. Vemos la importancia que tiene el contexto histórico para comprender el nuevo rumbo
que toma la filosofía epicúrea con respecto a sus precedentes griegos, para los que la comunidad –la
polis– seguía siendo el marco de referencia en el que adquiría sentido el actuar moral del individuo. Es
importante, por tanto, hacer referencia en algún momento del comentario al contexto histórico en el
que se escribe este texto.
El bien es el placer, pero ¿qué placer? En el texto, Epicuro se preocupa de dejar bien claro que no todo
placer genera felicidad. Solo lo hace el placer que genera una vida tranquila y sosegada, sin ansiedades
de ningún tipo. El verdadero placer es el que consiste en la ausencia de dolor en el cuerpo (aponía) y de
preocupación en el alma (ataraxía). Sólo cuando alcanzamos este estado de imperturbabilidad de cuer-
po y alma, los átomos que me constituyen –dirá Epicuro aludiendo a su concepción de la física– están en
perfecta armonía. Por eso hay que distinguir distintos tipos de placer.
Están los placeres naturales y necesarios, como son el comer cuando se tiene hambre, el cubrir-
se cuando se tiene frío, el beber cuando se tiene sed, el descansar cuando faltan las fuerzas, etc.
Están los placeres naturales, pero que no son necesarios, como el comer bien, el disfrutar de
buenas y bellas vestimentas, etc.
Por último están los placeres no naturales e innecesarios, que son todos aquellos a los que se
refiere bajo la fórmula «los placeres de los disolutos», entre los que se encuentran las orgías,
los grandes banquetes, el deseo de poder, de riqueza, de honores y otras cosas semejantes.
La consigna epicúrea consiste en satisfacer solamente los primeros, y los segundos con mucha mode-
ración, mientras que los terceros hay que aprender a despreciarlos, pues no solo no garantizan el logro
de la aponía y la ataraxía, sino que incluso provocan a la larga dolor en el cuerpo y turbación en el alma.
Un banquete sin medida, bañado con la ingesta ilimitada de vino puede provocar un colapso no solo
corporal, sino también emocional cuando se pasa la euforia primera.
Para tomar las decisiones oportunas en nuestra vida práctica necesitamos la mediación del «cálculo pru-
dente», que es la capacidad que nos permitirá distinguir unos placeres de otros, a la vez que pondrá
límites en orden a procurarnos el placer más duradero y estable, y a evitar los placeres más instantáneos
y perecederos, por mucho que sean más intensos. Aquí Epicuro se separa del hedonismo de los cirenai-
cos, que aceptaban únicamente como placer aquello que producía un incremento en la intensidad del
bienestar del individuo, y negaban que fuera un placer disfrutar de un estado de quietud. La tranquilidad
del cuerpo y del alma la entendían como una mera ausencia de placer, mientras que para Epicuro este
estado de imperturbabilidad constituye la culminación del placer más genuino.
En todo caso, para llegar a tal estado es preciso el ejercicio de la prudencia o «sabiduría práctica», que
«investiga los motivos de cada elección o rechazo», tomando en consideración las circunstancias y las
posibles consecuencias de nuestras decisiones. Se entiende por qué, contradiciendo de nuevo a Aristó-
teles, para el epicureismo y en general para todas las escuelas helenísticas, la sabiduría práctica es más
elemental que la sabiduría teórica, pues aquella es más elemental para la conservación de la vida, que
en definitiva es el bien más preciado. Tal es el sentido de la misteriosa frase con la que Epicuro ensalza
la prudencia, poniendo de manifiesto la diferencia con la phrônesis aristotélica: «La prudencia es incluso
más apreciable que la filosofía; de ella nacen todas las demás virtudes».
La virtud más excelente del ser humano consiste en saber en todo momento procurarse un estado de
placer lo más estable y duradero posible, y desmarcarse de todo aquello que pudiera comprometer tal
estado. Por ello, para la ética epicúrea, la vida feliz y la vida virtuosa coinciden. No es posible concebir
una sin la otra, porque ambas radican en la naturaleza humana. (En la pregunta 3 vimos como este
planteamiento no es evidente, y ha habido otros autores, como Kant, que han argumentado a favor del
abismo entre el mundo de la moralidad, que corresponde a la virtud, y el mundo de la naturaleza, al que
se adscribe la felicidad individual).
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Aunque en el texto no se hace referencia explícita al papel que Epicuro le asigna a la vida pública en todo
este planteamiento en torno al placer y a la felicidad, sí se puede vislumbrar su posición a partir de lo
que considera una vida que se deja arrastrar por las «falsas opiniones»: «Solo engendra una vida feliz el
cálculo prudente que disipa las falsas opiniones por las cuales una fuerte agitación se apodera del alma».
El mundo de la política implica necesariamente zambullirse de cabeza en el vaivén de las opiniones, y por
tanto, necesariamente genera continuos dolores y perturbaciones.
Al contrario que los estoicos, Epicuro considera que si una persona quiere ser feliz de una forma genuina
y completa, debe alejarse de la vida pública, que es fuente en todo caso de disgustos. Por otra parte, los
placeres que muchos pretenden encontrar en la política son una mera ilusión y pertenecen al grupo
de placeres no naturales ni necesarios, los placeres de los disolutos, tales como el honor, el poder y la
riqueza. No deja de ser significativo el hecho de que Epicuro no desarrollara su filosofía en ningún edificio
público o en ninguna institución emblemática de la polis, como había hecho Platón en su Academia o
Aristóteles en el Liceo, sino que eligió un huerto a las afueras de Atenas, alejado de la vida pública y más
acogedor para ensalzar el valor de la amistad, que es el único vínculo entre los hombres realmente útil
para procurar felicidad. El epicureismo constituye de esta manera el contrapunto del mundo ideal pla-
tónico y del ideal republicano de Aristóteles. El hombre-ciudadano se convierte en el hombre-individuo
que busca la felicidad en los placeres más cercanos de una vida ascética y austera, desmarcándose de los
grandes ideales políticos que muchas veces nos conducen al desengaño propio de las «falsas opiniones».
Conclusión
La «filosofía del Jardín», como se ha llamado tradicionalmente a este modo de pensar, constituye una
propuesta práctica, un arte de vivir desvinculado de ilusiones metafísicas, teológicas o políticas que po-
nen el fin último del hombre en algo que no es él mismo. Epicuro, en este sentido, pretende desvelar (en
un sentido casi heideggeriano) la verdadera humanidad del hombre, haciendo de su propia felicidad un
quehacer inmanente al propio individuo, desligándolo de proyectos que no están a su alcance. De ahí la
peculiaridad de la filosofía epicúrea en concreto, y del helenismo en general, con respecto por un lado
a la filosofía griega anterior, que pone el acento sobre la relación simbiótica del individuo con la comu-
nidad política, y por otro lado a la filosofía medieval posterior, para la que es inconcebible un individuo
independiente y autónomo desvinculado de su referencia trascendente al Creador.