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Suspiria y la danza como renacimiento encarnado

Adyerin Rueda

La danza es metamorfosis en acción, decía el poeta y filósofo Paul Válery, y Luca


Gudagnino lo demuestra en su versión de la sobrenatural Suspiria, un tesoro del cine de
terror que Dario Argento, entre sueños y ambiciones de significación de color, dio vida en
1977.
La obra de Guadagnino no es un remake sino una reinterpretación, toma la pieza de giallo
y lo vuelve el pretexto e inspiración de algo que va más allá de la estética y el horror. Para
disfrutar esta Suspiria hay que olvidarnos bastante de Argento y enfocarnos por completo
en la danza, en el concepto de renacimiento y la reivindicación de la bruja que en la
historia del cine contemporáneo se viene dando desde La Bruja de Robert Eggers y El
Demonio Neón de Nicolas Winding Refn.
La danza -que es mínima en 1977-, es ahora el peso e hilo conductor de la película, un hilo
que une al arte, al ritual, el ocultismo, la política y el feminismo. La metamorfosis de la
que hablaba Válery se refiere a la fuerza y poder de la danza para transformar la energía
en un todo de expresión, un cambio radical que vamos viendo poco a poco en la trama y
en los personajes de Luca Guadagnino. La metamorfosis empapa todos los aspectos del
film desde las modificaciones de personalidad de la protagonista hasta los diversos
personajes interpretados por Tilda Swinton.
La danza de la primera Suspiria es ballet clásico, en la cinta reciente es danza
contemporánea, un tipo de danza cuyos movimientos son más libres y bruscos entregados
por completo a la expresión ligada a los sentimientos y necesidades de las propias
bailarinas; en ella existe una mayor conexión entre la mente, el alma y el cuerpo lo que se
une perfectamente con las danzas de las brujas y la muerte, bailes que son más sintagmas
de hechizos que simples movimientos.
Las coreografías que se presentan en la película remiten obligadamente a Marie
Chouinard quien incluso se puede relacionar con el personaje de Madame Blanc. Si bien
los bailes de Suspiria son piezas que se basan en Demian Jelet, es imposible no recordar
también las obras de Chouinard como Body Remix. La coreografía central de la película
habla de un renacimiento del pueblo (volk) que arrepentido de sus desgracias y acciones
quiere comenzar de nuevo a partir del sufrimiento y la redención.
Parece que todo gira en torno al renacimiento: el grupo de blasfemas busca un poder más
allá de la imaginación humana y unen sus esfuerzos por conseguir un cuerpo que pueda
recibir el alma del demonio Suspiriorum sin saber que éste ya había reencarnado en una
talentosa bailarina hija del pecado, que buscaba desde su niñez reclamar su trono. Un
renacimiento y/o reencarnación sanguinarios que invoca como referente el famoso
renacer del demonio de la saga de videojuegos de Silent Hill.
En estética, Gudagnino sólo retoma los zoom instantáneos que Dario Argento utilizó pero
se olvida de los colores vivos para optar por una fotografía más gris y otoñal. No habla del
aquelarre como salido de un cuento de hadas sino como algo real cercano a los
movimientos políticos y feministas. En Guadagnino la gran bruja Helena Markos no es un
ser cadavérico sino un monstruo salido del universo Cronemberg: un engendro gordo,
arrugado y pútrido. En Guadagnino la bruja es empoderada, fuerte y ambiciosa; en
Argento, son mujeres malignas. En 1977, Susy huye de las hechiceras y las rechaza; en esta
Suspiria, se entrega a su destino y al poder de la madre Suspiriorum a la que le permite
renacer.
Las brujas bailan para fortalecer su hermandad, las brujas danzan para exteriorizar su
energía y entregarla a los seres que veneran, el ocultismo utiliza la danza para pronunciar
sus hechizos y Suspiria danza para ofrecer al espectador una trama más compleja y una
experiencia visual más profunda y creíble.

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