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El consenso procedimental puede alcanzar un significado político aplicado a una sociedad política,
es decir dependiendo de la posición que el círculo social involucrado mantenga con respecto al
Estado. Los consensos alcanzados entre sociedades preestatales confluyentes no pueden ser
considerados como democráticos, puesto que no se establecen entre individuos sino entre grupos o
jefaturas.
El concepto de democracia admite dos posiciones posibles entre las cuales necesariamente se elige
aunque con grados intermedios:
I. Fundamentalismo. Cuando las sociedades políticas sean consideradas como democracias en
tanto se ofrecen como realizaciones, más o menos plenas, de una idea pura de sociedad
democrática que se supone dada dentro del sistema taxonómico estricto de referencia. La idea
pura de democracia ofrecida por Aristóteles en su taxonomía se resuelve en una oloarquía
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(todos-gobierno). La soberanía, poder o gobierno de la sociedad política recae sobre todo el
pueblo que lo constituye o por su «voluntad general». Las democracias realmente existentes
aparecen como dotadas de déficits respecto de la Idea pura de democracia que se toma como
referencia. Una constitución democrática que mantenga la institución de la monarquía hereditaria
la tiene como un déficit democrático suyo.
II. Funcionalismo. Cuando las sociedades políticas sean consideradas como democracias en
tanto son sociedades políticas empíricas, por de pronto, que no son ni monarquías (absolutas, no
constitucionales) ni oligarquías (como las sociedades feudales), sino que se acogen en sus
decisiones políticas a las normas de las mayorías y al equilibrio electoral de las mayorías
minoritarias, cuya regla de oro es el respeto a las minorías y el reconocimiento de que éstas
lleguen a ser mayorías. También podemos considerar como no-fundamentalistas las
concepciones de las democracias empíricas como realizaciones de la Idea pura de poliarquía
(muchos-gobierno) en cuanto contrapuesta a la pauriarquía (pocos-gobierno). Las diferencias
entre esas realizaciones empíricas ya no son déficits respecto de la idea pura sino
determinaciones por los hechos de la Realpolitik. Una constitución democrática que mantenga la
institución de la monarquía hereditaria la tiene como condición efectiva para que esa
constitución pudiese ser aprobada. La oloarquía podría aparecer como un desarrollo evolutivo de
las pauriarquías, de las aristocracias (en la forma de partitocracias) u oligarquías (en la forma de
lobbies económicos) que contrapesan y se mantienen en equilibrio dinámico. Una democracia es
la confluencia de diversas pauriarquías que se contrapesan.
Ambas posiciones o ideologías [aun interpretando la Idea pura de oloarquía como un fenómeno]
implican [esencialmente] modos y metodologías características en la praxis de los políticos
adscritos a ellas. Así, para un fundamentalista la monarquía aparece como un arcaísmo
incoherente con el que es preciso transigir por razones prácticas pero que habría que buscar eliminar
«por principio»; las disfunciones de la democracia siempre se arreglarán con «más democracia».
Para un funcionalista, la persistencia de la institución monárquica aparece como un éxito obtenido
en circunstancias determinadas, que no habría que buscar eliminar por principio sino sólo en la
medida en que las fuerzas en concurrencia lo reclamen en tanto que aparezca como disfuncional.
La Idea pura de democracia del fundamentalismo democrático contiene implícita la tesis de que esta
Idea es el fundamento de toda sociedad política.
Desde la perspectiva de la idea de sociedad civil, el fundamentalismo puede definirse como aquella
concepción de la democracia que supone que la constitución democrática es la constitución que se
da a sí misma una sociedad civil dada al «autoorganizarse». Se trata del gobierno del pueblo
-mediante algún tipo de «representación» parlamentaria-, por el pueblo y para el pueblo. El pueblo
o demos es el conjunto de los ciudadanos cuyas partes son individuos capaces de juzgar, de
seleccionar y de votar.
El objetivo del presente libro no es otro que el de iniciar la trituración del fundamentalismo
democrático.
Las sociedades realmente existentes en tanto que dicen encarnar Ideas arquetípicas puras pueden
ser concebidas según dos momentos, aspectos o modos generales:
1. El momento de la reconciliación con la realidad de aquellos (demócratas o comunistas) que
no quieren renunciar a la Idea fundamental. Es preciso enfrentarse con la realidad empírica pero
no tanto como negación sistemática de la Idea sino a título de aceptación de las condiciones
necesarias para que ésta pueda alcanzar una mínima corporeidad real.
2. El momento de la sacralización experimentada de la Idea fundamental. No sólo se reconoce
la perfección de la Idea pura sino que se la ve como imprescindible para dar sentido y
orientación a la propia realidad empírica. La Idea fundamental no tiene la función de evadirnos
del mundo real sino de envolverlo, orientando la política efectiva y dotándola de sentido.
La confrontación entre una realidad empírica y la Idea pura fundamental desde la que nos
referimos a esa realidad puede ser conceptualizada desde dos posiciones disyuntas:
A. Como una contraposición metamérica. La Idea pura de democracia o comunismo aparece
como un ideal psicológico, como los proyectos que brotan de las conciencias subjetivas de los
ciudadanos; las realidades empíricas aparecen como materiales parcialmente conformados en
función de esa Idea. La utopía sirve tanto para interpretar las realidades empíricas que con sus
déficits se organizan bajo su inspiración como para guiar nuestra acción en marcha. Crítica: Pero
son los propios individuos los que están ellos mismos conformados por esas Ideas que los
anteceden en el proceso histórico social. La Idea pura no es sino una idealización de un modelo
empírico mejor o peor comprendido y transportado del pretérito [anámnesis] al futuro
[prólepsis]. Una utopía, además, es por definición lo que no puede realizarse; es contradictorio e
indigno proponerla como proyecto.
B. Como una contraposición diamérica. La Idea pura de democracia o comunismo resulta de la
confrontación entre las diferentes sociedades o instituciones democráticas o comunistas reales y
empíricas.
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Llamamos «metafísica climacológica» (de klimax, acos, escala de gradas, escalera) a cualquier tipo
de concepción del mundo que considera sus diferentes contenidos no ya como una masa caótica o
desordenada sino como un cosmos en el que los seres (átomos, moléculas, organismos, vegetales,
animales, homínidos, hombres civilizados, ciudadanos del futuro) están ordenados según una escala
jerárquica de grados de perfección y de valor creciente. Admite dos modos:
1. Modo estático (simultáneo). Toma la forma de una disposición eterna, de un cosmos también
eterno y en el que no cabe esperar transformación en la dirección de un «progreso global».
Aristóteles.
2. Modo procesual (sucesivo). Toma la forma dinámica de un proceso o transformación en
función de un demiurgo inmanente (legisladores o pueblos determinados) o trascendente al
mundo (Dios) que actúa como causa eficiente suya. Admite a su vez dos versiones:
a. En la dirección de un progreso o evolución. El proceso implica un ascenso desde los
grados más bajos hasta los grados más altos. Ideología progresista.
b. En la dirección de un regreso, involución o degeneración. El proceso implica un descenso
desde los grados más altos hasta los grados más bajos. Neoplatonismo.
Crítica: La expresión «progreso global» carece de sentido objetivo; sólo cabe hablar de progresos
particulares. En efecto, no hay relación determinada entre el progreso especial de la sucesión de los
motores de explosión en función de su rendimiento y el progreso especial en la sucesión de sonetos
hasta alcanzar la perfección de Los mansos de Lope de Vega.
La Idea de democracia pura ha tenido sobre las democracias empíricas una influencia directa que
se resuelve de las siguientes maneras:
1. Frenar el desencanto de los integristas que creen fracasado su proyecto contando con los
déficits y tratando de corregirlos.
2. Servir de coartada a los gestores de la democracia frenando los reproches manteniendo intacta
como ideal la Idea pura.
3. Reinterpretar los regímenes previos en el tiempo como eslabones en el progreso indefinido
hacia la democracia fundamental.
4. Transferir a la democracia empírica la luminosidad de la democracia fundamental,
atribuyéndole progresos especiales derivados de otras fuentes que no tienen que ver con ella.
5. Homologar en sustancia a todas las democracias empíricas realmente existentes con todos sus
déficits siempre que se esté dispuesto a aplicar el mismo remedio cada vez: más democracia.
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El presente libro se llama «panfleto» para adelantarse a la denominación que los demócratas
fundamentalistas le darán seguramente si lo hojean o leen a saltos. Asimismo, puede ser
considerado como un «antipanfleto» del panfleto fundamentalista continuamente pronunciado por
ellos y contra la Idea que en la mayoría de las democracias occidentales se mantiene sobre la
esencia de la democracia.
Desde una perspectiva etic al fundamentalismo democrático, las críticas a éste son las siguientes:
a. Los principios del fundamentalismo aparecen como contradictorios, como utópicos o como
ficciones jurídicas. No existe una realidad social unitaria que corresponda al «pueblo» o a la
«nación» como titular de la soberanía de la sociedad política ni existe ninguna «voluntad general
cuando se establecen los consensos electorales.
b. Las democracias realmente existentes no son encarnaciones de la Idea fundamental sino el
resultado de un proceso histórico y conflictivo en el que se ha aceptado la regla de las mayorías
como método para resolver los problemas políticos prácticos.
c. La Idea pura de democracia aparece como Idea límite que desempeña determinadas funciones
ideológicas.
Los procesos de constitución u origen de la Idea pura de democracia son muy diversos. Si el el
origen de la democracia se pone en la negación de la tiranía o de la oligarquía y se hace coincidir
esta negación con la libertad política, entonces la democracia aparece como un proceso de
«liberación política» gradual con límite en la Idea pura presentada como autogobierno o
autodeterminación de la sociedad política. Desempeña además las siguientes funciones:
a. Una función encubridora, con finalidades tranquilizantes, de la estructura real de la sociedad
civil, estructurada sobre múltiples diferencias entre clases, profesiones, oportunidades y sobre
equilibrios inestables dados gracias a la relación que esta democracia mantiene con otras
sociedades menos desarrolladas.
b. Una función apotropaica contra los integristas para defenderse de los temores de
«involución» hacia las formas precursoras de una tiranía, una oligarquía o aun una anarquía. En
el caso del fundamentalismo comunista, este aparecía como irreversible y sin retorno.
c. Un criterio uniforme de planteamiento analítico de los problemas políticos que vayan
surgiendo en el curso de la praxis democrática, interpretados como contingencias que no
comprometen sus fundamentos.
Las democracias empíricas a las que nos referimos son principalmente las del círculo de
«democracias homologadas» de los Estados del llamado Primer Mundo (las de la Unión Europea,
Estados Unidos, México, Chile, etc.).
Ahora bien, las ideologías antidemocráticas no pueden negar, al menos en el terreno fenoménico
empírico, la realidad de las democracias políticas. Nos referimos a las mismas democracias
realmente existentes a las que se refiere el fundamentalismo democrático pero eliminados todos los
componentes ideológicos fundamentalistas en los que están envueltas, y sustituyendo sus principios
por unos principios funcionalistas. Estos principios pueden tomarse o bien de la realidad de su
materia o estructura material como sociedad política, o bien de alguna característica funcional
atribuida formalmente a la democracia y con independencia de su relación con la materia. Se abren
así dos tipos de posiciones:
1. Materialismo democrático. La democracia es una especie particular de sociedad política en
su estructura material diferenciada de otras especies no democráticas. Hacemos consistir esa
estructura en la sociedad de mercado de consumidores.
2. Formalismo democrático. La democracia tiene alguna característica de naturaleza más bien
negativa y vinculada a la democracia procedimental como considerarla la menos mala de las
formas de gobierno o la más frágil en su gobierno. Para Popper, la esencia de la democracia no
consiste en la capacidad del gobierno para representar al pueblo (pues las elecciones son más el
espejo de los partidos y la propaganda que del pueblo) sino en la capacidad ascendente de éste de
derribar a un gobierno mediante el voto de censura o las elecciones. Crítica: así como las teorías
científicas se desmienten porque son falsas, y no son falsas porque se desmienten, los gobiernos
son derribados porque gobiernan mal, y no gobiernan mal porque son derribados; la verdad es a
la ciencia lo que la eutaxia es a la política.
Dentro del género «sociedad política», la especie «democracia política (material)» tiene a su vez
diversas versiones o modulaciones.
Toda sociedad política es una «sociedad de conocimiento», cuyos miembros deben conocer los
planes y programas de sus conciudadanos en tanto constituyen un circulo del presente, los planes y
programas de sus antecesores, en tanto constituyen su pasado y son influidos por ellos, y los planes
y programas de sus sucesores, en tanto constituyen su futuro y los prefiguran y anticipan al influir
en ellos. Es decir, conoce por anámnesis su pretérito y anticipa por prólepsis su futuro.
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El conocimiento pragmático de una sociedad política así definido no agota su realidad. Referido al
presente, porque no todo lo que ocurre puede ser inmediatamente conocido; referido al pasado,
porque éste aparece en general ideológicamente distorsionado; referido al futuro, porque si bien es
seguro que influiremos en los miembros del futuro no podemos saber con exactitud de qué modo.
Las leyes escritas emanadas del poder capaz de establecerlas de hecho (un rey, una asamblea)
incorporan este conocimiento social y sus costumbres y los reinterpretan desde la perspectiva de la
eutaxia.
Una sociedad política aunque no tenga constitución jurídica sigue teniendo systasis, a veces tan
próxima a las constituciones jurídicas que se confunden con ella. Asimismo, la existencia de una
constitución jurídica no es condición suficiente de ser una sociedad política democrática (véase la
Constitución soviética).
A) La doctrina de los tres poderes (ejecutivo, legislativo y judicial) como poderes separables.
La formulación más temprana la encontramos en el Ensayo sobre el gobierno civil (1689) de
Locke: el poder legislativo, el judicial y el de la paz y de la guerra. La formulación moderna más
madura se encuentra en el libro XI del Espíritu de las leyes (1747) de Montesquieu: potestad
legislativa, potestad ejecutiva de las cosas que dependen del derecho de gentes [ejecutiva] y
potestad ejecutiva de las cosas que dependen del derecho civil [judicial]. Su inspiración como
doctrina fue el mismo ejercicio revolucionario orientado a segregar el poder legislativo del poder
del rey absoluto del Antiguo Régimen. Podría mantenerse, como en el caso de Montesquieu, en
el contexto de constituciones aristocráticas y no democráticas.
B) La doctrina del origen popular del poder político. Fue defendida por la escolástica
española. Para Francisco Suárez, el poder político, aunque venía de Dios, llegaba a los reyes a
través del pueblo, y éste era quien comunicaba a los reyes el poder procedente de Dios, que, una
vez entregado, ya no podía ser reclamado por el pueblo. Locke y montesquieu no sostuvieron la
tesis del origen popular del poder político. Su formulación moderna corre paralela a la Gran
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Revolución y a la maduración de la idea de la Nación política. Mientras que el pueblo no estaba
tradicionalmente constituido por individuos sino por familias, profesiones, etc., la Nación
política, en virtud del proceso de holización, aparece como constituida por simples ciudadanos
individuales. No por ello tiene una inspiración individualista en tanto que estos miembros no
figuran como ciudadanos y no como individuos humanos, como hombres independientes de las
diversas naciones (a esto le corresponde por su lado la Declaración de los Derechos del
Hombre). Como doctrina del Estado de los ciudadanos, podría mantenerse al margen de la
doctrina del Estado de derecho.
C) La doctrina del Estado de derecho. Comienza a formularse en la segunda década del siglo
XIX (Th. Welcker, Th. von Moll), después de Napoleón. Los jueces aparecen como los
«guardianes de la Constitución», custodios del sistema de principios legales frente al poder
legislativo y particularmente frente al poder judicial. Se trata sólo de un ideal, porque en la
realidad el poder judicial está siempre sometido al poder ejecutivo. Todo Estado es Estado de
derecho, de modo que esta expresión es redundante y conviene precisarla, como suele hacerse,
mediante la fórmula «Estado pleno de derecho». Podría mantenerse al margen de la separación
de poderes, por ejemplo en una dictadura comisarial.
De entre las tres doctrinas, la del origen popular del poder político no exige regresar al terreno
metafísico del «Estado de Naturaleza» como tampoco la del Estado de derecho exige negar la
pluralidad y contradicción de las normas efectivas (éticas, morales, jurídicas) constitutivas de la
systasis. Por el contrario, la doctrina de los tres poderes es más difícil de fundamentar. No siempre
la sociedad política ha sido analizada según esta estructura trimembre. En todo caso, las sociedades
políticas son muy variadas en su estructura y sí podría decirse que algunas de ellas están
organizadas en su constitución jurídica y systasis según la estructura trimembre aunque no otras.
Supuesto que es imposible deducir del concepto genérico de sociedad política una estructuración
trimembre, sólo queda como alternativa la posibilidad de construir modelos que nos permitan
descomponer en tres partes o al menos rúbricas el material político de referencia. Este
procedimiento ha sido de hecho el habitual si bien sus resultados han sido de muy diversos tipos:
a. Modelos naturales (al menos intencionalmente). En la Roma republicana del siglo V a.C.
Menenio Agripa comparó el Senado con el estómago y los plebeyos con los miembros del cuerpo
humano. Platón en el siglo IV a.C. utilizó el modelo de las tres almas para construir a su vez su
doctrina de las tres clases sociales de la República: campesinos y artesanos, guerreros y
gobernantes. Tb. «salud social» (salus populi suprema lex esto), «corrupción política» o
«cirujano de hierro». Las concepciones políticas centralistas propias del absolutismo son más
afines a las analogías con la concepción hipocrática (hilemórfica en su interpretación aristotélica)
del organismo; la concepción pluralista y materialista agradece en su lugar una concepción
también pluralista de la sociedad política. Ahora bien, de esta analogía no puede deducirse la
doctrina de los tres poderes.
c. Modelos doctrinales. El Dios trinitario de las tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. El
poder legislativo aparece en correspondencia con el Padre, «legislador del Universo»; el poder
judicial con el Hijo, a quien se le ha encomendado la presidencia en el Juicio Final; el poder
ejecutivo con el Espíritu Santo, como principio activo y vivificador.
La idea de separación de poderes puede resolverse, según esto, distinguiendo unas funciones
puras -los poderes, funcionalmente considerados- de las partes integrantes que los detentan
-las potestades-. P. Laband distinguió las «operaciones o funciones» del Estado de sus
«órganos» encargados. El gobierno, según esto, puede asumir, en una sociedad democrática,
parte de la potestad legislativa cuando decreta leyes aun cuando requiera el control del
Parlamento; de este modo, el poder legislativo (como función) quedaría distribuido en dos
potestades: la del Parlamento y la del Gobierno.
En este sentido, el concepto de «división de poderes» es confuso porque, o bien se refiere a las
partes integrantes (órganos), o bien se refiere a las partes determinantes (funciones).
a. Pero si se refiere a las partes determinantes, entonces la separación de los órganos no
conlleva la separación de funciones sino, a lo sumo, su disociación; en efecto, no es posible
separar la función judicial de dar sentencias de la función ejecutiva de hacerlas cumplir en
tanto que garantía de ser tales.
b. Pero si se refiere a las partes integrantes, entonces la separación de poderes, en general,
no ocurre de hecho en ninguna sociedad política, sino que una misma función (la legislativa)
suele estar incorporada tanto al Parlamento como al Gobierno.
Entre funciones puras y partes integrantes cabe efectuar distintos tipos de coordinación:
1. Coordinación biunívoca (cada función una parte morfológica).
2. Coordinación concentrada (diversas funciones en una misma parte morfológica).
3. Coordinación dispersa (una misma función repartida en diferentes partes morfológicas).
Montesquieu no ofrece en El espíritu de las leyes una teoría democrática de la sociedad política
sino una doctrina monárquica que tampoco repudia la monarquía hereditaria. Ejercita diversas
combinaciones posibles de las tres funciones (legislativa, ejecutiva y judicial) respecto de las tres
partes de las que constaba el genus permixtum (monarquía, aristocracia y república) y en función
de los distintos tipos de coordinación (biunívoca, concetrada y dispersa) conforme al aparato
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conceptual que hemos generado. De entre estas combinaciones, procedió como si hubiera
seleccionado aquellas que satisficiesen determinados principios como el de la libertad política o
el del poder ejecutivo.
Los modelos presentados hasta aquí sólo dan cuenta de la capa conjuntiva de la sociedad política
(de su contenidos del eje circular del espacio antropológico). Hay que establecer un modelo de
sociedad política lo suficientemente complejo como para poder servir de canon (modelo
heterológico-distributivo) en el análisis de toda sociedad política. En cuanto canon, en casos
determinados algunas líneas pueden aparecer refundidas, distorsionadas o en estado de mera
potencialidad.
Reduciendo el modelo, por segregación del eje pragmático, a sus contenidos bidimensionales
sintácticos y semánticos obtenemos lo siguiente:
Que las diferentes partes de la «sociedad civil» se unan solidariamente en un momento dado contra
un determinado sistema político no implica que éstas sean capaces por sí mismas y al margen del
Estado de garantizar la unidad social (y su recurrencia).
Hay que constatar la tendencia a la reducción de la sociedad política a la sociedad civil desde
categorías sociológicas o psicológicas, por ejemplo al considerar ésta como un momento del
proceso de despliegue general de un sistema de estructuras sociales de dominación de los cuerpos
en clínicas o cárceles panópticas («microfísica del poder» de Foucault), como un conjunto de
automatismos de la «máquina deseante» (Deleuze-Guattari), etc.
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Crítica: Es evidente que los procedimientos de dominación propios de la escala familiar o
empresarial son análogos a los procedimientos de gobierno político por medio de la policía o de
la cárcel, pero estas semejanzas no implican la disolución de la especificidad de las sociedades
políticas respecto de la escala genérica de las interacciones de dominación; porque si estas
interacciones son «políticas» lo son en tanto que se repliegan de segundo grado con el objetivo
de la eutaxia.
El modelo genérico de sociedad política presentado no es unívoco sino que necesita ser
desarrollado en especies internas surgidas de la propia combinatoria de las partes genéricas
determinantes e integrantes del modelo [género modulante, anómalo o variacional]. Asimismo, la
especie «democracia» sólo puede constituirse como tal en cuanto especie definida en el ámbito de
una taxonomía de sociedades políticas que la enfrenten a otras como «tiranía» u «oligarquía».
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III. Poliarquías (democracias y demagogias). Cuando el gobierno es de muchos, es decir de las
mayorías (o bien de minorías capaces de convertirse en mayorías por coalición con terceras).
Con «demagogia» nos referimos a los llamados «gobiernos populistas», que gobiernan
«adulando al pueblo». Las democracias nunca lo son en el sentido de la oloarquía propio del
fundamentalismo. Hay también diversas versiones.
El poder político no se define en función del finis operantis de los sujetos que lo detentarían en el
gobierno sino en función del finis operis y por medio del «saber mandar», es decir de su orientación
objetiva hacia la eutaxia.
Hay que considerar al pueblo (al demos) de una sociedad política democrática no la fuente de
donde «emana» el poder político sino el órgano teórico de control último del poder efectivo. La
«voluntad general» es a lo sumo la voluntad de quienes consensúan mantener y tolerar las
discrepancias efectivas que surgen en los planes y programas políticos alternativos que defienden
las diferentes partes o partidos del todo político. Es decir, el consenso democrático es no expresión
del demos como un todo sino precisamente la falta de acuerdo entre sus partes o partidos unido a la
tolerancia hacia las partes o partidos que defienden posiciones opuestas.
Aceptada la tesis de Platón en La República (por boca de Trasímaco) de que el mal político, como
el mal médico, no son verdaderos político y médico, hay que considerar las «especies desviadas»
de monarquía, aristocracia y democracia en tiranía, oligarquía y demagogia no como verdaderas
especies de los géneros de las monoarquías, pauriarquías y poliarquías sino como degeneraciones
políticas suyas; es decir formas inestables de gobierno a las que les falta la eutaxia definitoria de su
condición genérica política.
Hay que distinguir consenso/acuerdo. Hay mayorías y minorías en la línea del consenso; hay
mayorías y minorías en la línea del acuerdo; las mayorías en desacuerdo pueden mantener consenso
en los resultados. Los definimos así:
i. Consenso. Línea de relaciones de entre los elementos extensionales del cuerpo electoral,
distributivamente considerados, y un conjunto de alternativas opcionales dadas en un acervo
connotativo determinado. Los electores y las alternativas intersectan mediante las operaciones de
elección o selección.
ii. Acuerdo. Línea de relaciones entre las opciones elegidas del acervo connotativo y los
elementos del cuerpo electoral que las seleccionaron.
I. Consenso democrático. Aceptación de la resolución tomada por una mayoría (relativa,
absoluta o unánime) de electores conformes con un candidato u opción, en general un contenido
k del acervo connotativo.
II. Acuerdo democrático. Condición de la resolución sobre los contenidos k en la que la
mayoría de los electores estén conformes entre sí. El consenso es condición necesaria pero no
suficiente del acuerdo. Puede haber consenso en medio de una profunda dis-cordia, diafonía o
des-acuerdo; las mayorías que soportan un consenso no implican necesariamente a las mayorías
necesarias para un acuerdo.
Los resultados de las eleciones políticas democráticas no son un criterio objetivo acerca de la
gestión del Gobierno. En efecto, muchas veces «el pueblo» se equivoca, es «injusto» con un
Gobierno o con el partido mayoritario del Parlamento. Sin embargo, estos resultados no carecen de
correlación con el criterio objetivo de la eutaxia, en tanto uno de los objetivos ordenados a la
eutaxia es mantener o suscitar la mayor conformidad o incluso entusiasmo posible en el cuerpo
electoral.
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el momento de su conjugación, da lugar a múltiples desajustes, roces o conflictos que llamamos
«contradicciones». La sociedad civil de una sociedad política está ya «reticulada» por ella.
Supuesto que la sociedad política democrática no es una especie sino una familia de especies,
podemos clasificar éstas internamente según criterios tanto reticulares como basales. Las
clasificaciones reticulares siempre son abstractas respecto de los componentes basales en tanto que
la «retícula» de una sociedad política (su estructura conjuntiva y cortical) no es nunca sustantiva ni
puede separarse de la estructura basal. Sí puede ser disociada, lo que significa que, dentro de
márgenes dados, algunos tipos de estructura reticular con compatibles con tipos diferentes de
estructura basal o recíprocamente; lo cual justifica la posibilidad de estas clasificaciones reticulares
de las democracias.
La constitución histórica de las democracias hay que situarla en la Edad Contemporánea, una vez
creada la Nación política, siendo 1789 el momento en el que se refunden los Estados Generales en
la Asamblea Nacional francesa; el sufragio universal, con condiciones restrictivas, no llegó sin
embargo hasta la Revolución de 1848 con el gobierno de Lamartine (y con su posterior devenir en
dictadura comisarial con Cavaignac, etc.). De hecho, las sociedades democráticas en el sentido
actual son un «producto del siglo XX» resultante de la reacción ante las llamadas Constituciones
comunistas o fascistas, después de la Primera Guerra Mundial, y maduradas después de la Segunda.
La «democracia ateniense» no puede ser tomada como prototipo de una democracia política,
porque en esa política quedaban segregados hombres y mujeres que vivían dentro del territorio del
propio Estado ateniense sometidos a su poder. Desde este punto de vista hay que considerar etic su
«democracia» más bien como una oligarquía ampliada que como una verdadera democracia que
haya prefigurado la democracia moderna. Los griegos no «inventaron» la democracia sino sólo la
palabra y dentro de una determinada taxonomía.
Sus esclavos no fueron una «incoherencia» o parte residual suya sino la premisa formal de la propia
democracia ateniense como oligarquía esclavista. Se trató de la formación de una solidaridad entre
la nueva clase plutocrática -empresarios, mercaderes, partes reconvertidas de la antigua aristocracia-
y los ciudadanos rasos -artesanos, pequeños agricultores, pescadores, plebe urbana, los penetai o
pobres- por el dominio económico, social y militar de la polis contra los espartanos y persas, en el
exterior, y contra los tiranos y antiguos aristócratas de sangre, por arriba, y contra los esclavos (46%
de la población ateniense en el s. V), por abajo, en el interior. Las Guerras Médicas fueron
determinantes en la configuración de esta nueva solidaridad instaurada por Clístenes y madurada
con Pericles.
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Engels sostuvo que «no fue la democracia la que condujo a Atenas a la ruina […] sino la esclavitud,
que proscribía el trabajo ciudadano libre». Esta tesis es errónea porque el esclavismo no sólo no fue
per se la causa de la ruina de la democracia ateniense sino que además fue la causa principal de su
propia constitución.
A su vez, nada tuvo de paradójico que los atenienses, una vez perdida su hegemonía política y ante
la amenaza persa (las nuevas guerras contra Artajerjes y Ciro) y lacedemonia (tras la pérdida de la
Guerra del Peloponeso), recurrieran a Filipo o a Alejandro, al Imperio macedónico, para salvar todo
lo que fuera posible y, entre otras cosas, el régimen esclavista propio de la solidaridad anterior.
Formulamos nuestra tesis sobre el fundamento filosófico del origen de las democracias así: «La
Idea que preside la transformación de las sociedades políticas no democráticas en sociedades de
constitución (systasis) democrática es la Idea de libertad objetiva, antes que la Idea de igualdad o
que la Idea de fraternidad».
Pero desde nuestra perspectiva materialista hay que determinar un «mecanismo basal» de
desarrollo de la sociedad política cuya acción se apreciase en la historia moderna y contemporánea
que pueda haber dado lugar a su vez al desarrollo de la Idea de libertad objetiva que suponemos
fundamento filosófico del proceso hacia la sociedad democrática. Este mecanismo basal lo
establecemos en el desarrollo de la «sociedad de mercado» (categoría económico-política cuyas
dimensiones ontológicas hay que reconstruir filosóficamente).
Los hitos de la evolución macroscópica de la sociedad de mercado se corresponden con los hitos
de la evolución política macroscópica de las sociedades del Antiguo Régimen hacia la democracia.
Implica, pues, una multiplicidad indefinida de bienes fabricados y clasificados en especies, géneros,
órdenes, clases diferentes, cada uno de los cuales ha de estar representado por unidades numéricas
distributivas de carácter indefinido. Esos bienes han de ser susceptibles de ser repuestos o
mantenidos una y otra vez tan pronto como sean retirados por los compradores para su uso,
consumo y «disfrute».
En cuanto a los compradores, una masa de compradores clónicos orientados a adquirir una especie
única de bienes significaría la disolución del mercado. Hay que subrayar así la desigualdad de
clases o niveles de compradores, iguales entre sí sólo dentro de cada clase, y lo suficientemente
numerosos como para demandar la producción industrial de esos bienes.
Implica unas industrias en marcha, marcha en la que hay que incluir el colonialismo depredador,
capaces de fabricar esos bienes obedeciendo a la competitividad como ley darwiniana del mercado
pletórico. E implica la revolución industrial. Es un mercado que tiende por su estructura expansiva
a hacerse planetario tanto en lo que respecta a la adquisición de recursos y materias primas por parte
de los fabricantes como en lo que respecta a la creación de un conjunto creciente de consumidores
potenciales de los bienes ofertados. En virtud de la competencia sólo una parte de ese «Género
humano», y no el todo, puede considerarse integrada en los circuitos más vivos de este mercado
pletórico y globalizado.
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El «Estado de bienestar» es la forma según la cual se coordina el mercado pletórico con la
democracia, garantizando la participación de sus ciudadanos en el mercado y consolidando la
«democracia de los consumidores».
En cuanto a la Idea de libertad objetiva, es una libertad-para, una libertad de especificación para
escoger esto o lo otro, en este caso para elegir (libertad de elección) entre las diferentes
alternativas que ofrece el mercado.
Los individuos liberados del terruño para pasar a formar parte de los equipos de trabajadores de las
naves industriales se encontraban no «ante su subjetividad individual», sino ante una cantidad
variable de alternativas de trabajo entre las que tenían que elegir, ante mercados pletóricos
crecientes. Se asociaban, se sindicaban, con el fin de obtener, sobre todo, incrementos en sus
salarios o reducción en sus jornadas laborales de trabajo, adquiriendo los medios dinerarios y de
ocio imprescindibles para incrementar sus alternativas de consumo. La ampliación del sufragio
universal en las sociedades desarrolladas fue un proceso estrictamente correlativo al proceso de
ampliación de los mercados pletóricos y, con ellos, de la ampliación del cuerpo de compradores
solventes, es decir del incremento de la demanda eficaz (y no sólo de la demanda intencional).
Ampliaciones que debían desbordar las fronteras nacionales.
En los años de la Segunda Guerra Mundial comenzó a tomar cuerpo como proyecto político (plan
Beveridge) la Idea del Estado de bienestar, sugerida por la Revolución soviética en tanto se
orientaba a conferir el pleno empleo, la seguridad social, la educación gratuita, etc., de los
ciudadanos. El Estado de bienestar aseguraba a los ciudadanos la satisfacción de sus necesidades
mínimas y permitía la inundación de los mercados por bienes o trabajos con ofertas cada vez más
abundantes. Cristalizó así la Idea de un «Estado al servicio de los ciudadanos», es decir de
consumidores capaces de elegir libremente.
La libertad de elección había de aplicarse no sólo a los bienes de mercado (que incluían el «puesto
de trabajo» como un bien susceptible de ser comprado por mi fuerza de trabajo o por mi dinero)
sino también a los «bienes reticulares», es decir a los individuos cuyo trabajo público ha de ser
también elegido (parlamentarios, gobernantes). Para lo que será necesaria la multiplicidad de
ofertas, es decir candidatos y partidos políticos, respecto del partido único propio de los regímenes
fascistas y comunistas.1
Hay que negar que la libertad de elección sea una libertad subjetiva («libre arbitrio»), por parte
de una demanda que está cada vez más mediatizada por los medios de comunicación y propaganda.
El individualismo no existe propiamente [esencialmente] pero sí existe la ideología individualista
en tanto define la libertad como la «facultad en virtud de la cual uno puede hacer lo que quiera con
tal de que no interfiera en la libertad de los demás». Esta definición es errónea porque no es posible
siquiera que alguien pueda hacer algo que no interfiera en la libertad de los demás aun cuando los
actos fueran estrictamente privados, íntimos y clandestinos.
1 [Se podría explicar en el nivel micro así: la institucionalización creciente de conductas selectivas de mercado en la
armadura basal de la sociedad política, en cuanto libertad objetiva, terminó por generar un progressus hacia conductas
políticas igual de selectivas, hacia la transformación de la sociedad política no democrática en sociedad política
democrática con análoga estructura. Bueno busca analogías entre procedimientos de mercado y procedimientos
democráticos. En todo caso no cae en holismos tales como: «la lógica mercantilista del capitalismo lleva a la
mercantilización del voto» sino que se limita a establecer la conexión economía-política.]
19
Ahora bien, la negación de la libertad subjetiva o libre arbitrio en la elección de bienes o candidatos
no implica la negación de la libertad objetiva de mercado y de opciones políticas. La libertad
objetiva se conforma a escala de clases de conductas individuales más que a escala de conductas
individuales. Aunque cada ciudadano individual esté determinado (por su idiosincrasia, la
propaganda y la influencia de otras personas) a seleccionar, entre las múltiples ofertas, a un bien o a
un candidato, es suficiente que haya pluralidad de ofertas de bienes y de candidatos así como de
especies de electores para que se pueda hablar de libertad objetiva. Lo que importa es que la
composición entre las múltiples preferencias de los electores y las ofertas múltiples de bienes o
candidatos sea aleatoria a escala de clase [indeterminismo objetivo] aunque sea determinista a
escala individual (determinismo subjetivo). El carácter aleatorio de esta composición es el que
permite formar predicciones estadísticas electorales o de demanda de bienes de mercado a partir de
sondeos de opinión pertinentes.
El azar o la indeterminación de que salga «seis» al tirar un dado no está en la tirada individual
que cae en seis (algo obligado según las fuerzas que han actuado de hecho sobre el dado) sino en la
serie de tiradas (en la clase de las múltiples tiradas individuales) en la que no podemos predecir
cuándo saldrá el seis.
La libertad objetiva es, según esto, la relación de aleatoriedad probabilística a escala de clase dada
en la composición, en su elección personal, entre las múltiples preferencias de los electores
individuos y las ofertas múltiples de bienes y candidatos, y aunque ésta elección sea determinista
considerada a escala biográfica individual.
La responsabilidad recae sobre los individuos según la máxima societas delinquere non potest,
según la cual únicamente son responsables (imputables de tipos delictivos, por ejemplo) las
personas individuales, un postulado de desconexión de la acción de un sujeto respecto a otras series
causales en las que pueda estar inserto éste a fin de evitar el regressus ad infinitum. Se resuelve en
la constitución de clases de individuos definibles por la posesión de las condiciones de «control de
los medios y circunstancias» que el sujeto operatorio de esa clase debe tener para que las
consecuencias de sus acciones u omisiones le sean imputables. Y como ningún sujeto puede
controlar todos los factores involucrados en esas consecuencias hay que reducir la posibilidad de
imputación a los casos en los que éste pueda prever, «con la diligencia debida», estas consecuencias
de sus actos. Toda acción del sujeto operatorio es teleológica según la finalidad proléptica.
Las sociedades de mercado implican también la oferta y demanda para el uso o consumo de los
cuerpos mediante la promiscuidad sexual o el incremento de la vida sexual de parejas en cambio
permanente, que, aunque no sea directamente mercantil (como en el caso de la prostitución) tiene
incidencias inmediatas en el mercado de bienes y servicios relacionados con la industria cosmética
y la cirugía plástica, con las salas de fiestas, el turismo, la alimentación, las bebidas, etc.
Una sociedad democrática comenzará a correr peligro cuando la plétora de bienes o la capacidad
adquisitiva de los ciudadanos decaiga en proporciones significativas. El desfallecimiento de la
República de Weimar, cuya constitución era democrática, y el surgimiento del nacionalsocialismo
no se debieron al «miedo a la libertad» del «hombre masa» (Ortega, Fromm) sino a la exigencia de
lso vencedores de la Primera Guerra Mundial de unas indemnizaciones que dispararon la inflación
que congeló la demanda efectiva de los mercados.
No sólo las sociedades políticas democráticas tienen este tipo de contradicciones, sino también
cualquier otra especie de sociedad política no democrática. Por eso, la definición de las constitutivas
de las democracias no implica la suposición de la conveniencia de refluencia del feudalismo, de una
dictadura comisarial, del fascismo o de cualquier otra forma antidemocrática como medio para
neutralizarlas (puesto que cada una de estas formas política implica a su vez otras), es decir, no
implica la impugnación de la democracia. Sí implica la impugnación de las concepciones
fundamentalistas democráticas que conciben la democracia como la resolución definitiva de las
contradicciones que las sociedades políticas arrastraban hasta su constitución, reduciendo las
mismas al estatus de déficits contingentes y superables con «más democracia» (respecto de la idea
pura).
II. Anástasis
IV. Catástasis
El desarrollo de un esquema material de identidad
El desarrollo de dos o más procesos
Regressus conduce a una configuración contradictoria que obliga
según una ley de identidad conduce a un
(«retirada») (apagógicamente) a una detención o involución del
límite contradictorio en sí mismo que
proceso antes de alcanzar su término (una retirada a
obliga a la detención del proceso.
fases intermedias o una retirada total).
Puede usarse diversos criterios de clasificación de las contradicciones específicas en el análisis del
curso de una sociedad democrática, pero nos atendremos a criterios vinculados al modelo canónico
de sociedad política. Las examinaremos, por tanto, como originadas en función de la estructura
compleja en capas y ramas disociables aunque inseparables de la sociedad política dada.
De entre las contradicciones específicamente políticas pero genéricas a las democracias la más
profunda es la que surge en el movimiento de divergencia por el cual la armadura reticular de una
sociedad política dada se apropia de su territorio, respecto de su armadura básica correlativa en su
orientación a mantener su continuidad con los hombres de las sociedades que la rodean; p. ej.
contradicciones entre la eutaxia y relaciones de solidaridad internacional de clase contra terceros;
tb. contradicciones entre los «derechos del hombre» y los «derechos del ciudadano» cuando las
organizaciones humanitarias en nombre de los «derechos humanos», es decir de la ética, piden la
acogida sin límites de inmigrantes de países tercermundistas, pretensión suicida desde el punto de
vista político.
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su través), es decir las que se producen entre los vectores descendentes y los vectores ascendentes.
Estas contradicciones sí tienen fácil explicación en sociedades políticas no democráticas pero no
tanto en las sociedades democráticas.
El plano más nítido en el que se advierte contradicciones entre partidos políticos es aquél que los
considera en función de la oposición de izquierda y derecha. Podría reconstruirse esta oposición
en el contexto de la Idea de democracia relacionada con la sociedad de mercado pletórico en
función de la capacidad de consumo: se supone que la izquierda representa al pueblo llano, al más
desfavorecido. Sin embargo, de aquí debería esperarse que la mayoría diese siempre el gobierno a
los candidatos de la izquierda; pero esto no sucede siempre o no en las proporciones que debiera
esperarse. La izquierda intenta explicar esta contradicción apelando al estado de alienación del
pueblo o al engaño.
Como virtud específica, es una Idea nueva respecto de la tradición griega y escolástica que Leibniz
atribuye en una carta de 1692 a los socinianos, deístas y espinosistas temiendo no ser consentidos y
acusando de intolerancia a la Iglesia romana. El concepto de tolerancia tiene una estructura
dialéctica; no es primitivo sino un concepto derivado de la situación de intolerancia previa y
brotando del conflicto entre los propios intolerantes. La intolerancia no es resultado simplemente de
la inseguridad en el sentido psicológico sino que en muchos casos resulta precisamente de la
evidencia del propio poder que por ello y suponiendo que la tolerancia podría debilitar la eutaxia
del Estado o bien simplemente porque determinada «aberración» le parece indigna, no teme las
reacciones que pudieran producirse contra la represión intolerante que va a ejercer contra otros.
Considerada sintáticamente, la tolerancia aparece como una idea funcional que tiene la
intolerancia por variable independiente. Desde este punto de vista puede considerarse como regla
algebraica la conocida fórmula: «la intolerancia de la intolerancia es la tolerancia» (Popper,
Fraga). Tb.: «la tolerancia de la tolerancia es la tolerancia»; «la tolerancia de la intolerancia es la
intolerancia»; y «la intolerancia de la tolerancia es la intolerancia». Ahora bien, al no contener
parámetros estas reglas sintácticas, cuyos resultados indeterminados pueden tomar sentidos
opuestos según los parámetros aducidos, la fórmula puede interpretarse como una justificación en
nombre de la tolerancia de cualquier tipo de intolerancia; item la intolerancia ante la intolerancia no
conduce necesariamente a una situación de tolerancia. En efecto, la intolerancia de Constantino-
Todosio ante la intolerancia de Diocleciano-Galerio ante los cristianos no condujo a la tolerancia
sino a otra intolerancia, en este caso contra las religiones paganas.
Podemos considerar en la historia de la Idea de tolerancia circular las siguientes etapas, definidas
en función del sistema de virtudes vigente en cada época:
0. Etapa cero. No aparece vinculada a otras virtudes como pudieran serlo la justicia o la caridad.
P. ej. Pirrón «toleraba» el oficio de sacerdote e incluso recomendaba practicarlo si las
circunstancias lo aconsejaban, por razones pragmáticas.
1. Etapa primera. Aparece vinculada a las virtudes de la justicia y la caridad como un mal
menor. P. ej. Santo Tomás: «así pues, en el régimen humano, quienes gobiernan toleran
rectamente algunas cosas malas para no impedir otras buenas o para no dar lugar a otras peores».
2. Etapa segunda. Aparece vinculada a la Idea de libertad tomándola como su fundamento: la
tolerancia deriva del amor a la libertad de los demás. P. ej. la actitud de Don Quijote ante los
galeotes. Surge en la confrontación con las situaciones de intolerancia denunciadas en Francia
contra los protestantes y en Inglaterra contra los católicos.
3. Etapa tercera. Aparece vinculada a la Idea de democracia en la forma de virtud democrática y
toma por fundamento el respeto. P. ej.: «por el respeto que le debo a usted como persona tolero
sus afirmaciones aunque no las comparta». Surge como reacción a la intolerancia denunciada en
las sociedades nacionalsocialistas, fascistas y soviéticas.
Podemos distinguir tres géneros de tolerancia circular no disyuntos según las tres clases de
situaciones de tolerancia-intolerancia determinadas por la naturaleza de los sujetos operatorios que
intervienen en la relación:
A. Primer género: Entre instituciones (entre sujetos incluidos en tanto que operan en
representación de instituciones, p. ej. entre dos ministros plenipotenciarios de Estados distintos).
Comprende varias especies:
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a. Primera especie: Entre instituciones políticas (Estados, partidos políticos). P. ej.: aquila
non capit muscas.
b. Segunda especie: Entre instituciones civiles (eclesiásticas, empresariales, deportivas,
familiares). P. ej.: tolerancia entre Iglesias.
c. Tercera especie: Entre instituciones políticas y civiles. P. ej.: tolerancia del Estado ante
instituciones culturales, morales, estéticas…
B. Segundo género: Entre una institución y un individuo miembro suyo (súbdito, soldado,
empleado, discípulo, feligrés…). P. ej.: tolerancia del Estado ante sus súbditos o ciudadanos,
tolerancia de la Iglesia con sus fieles, tolerancia de la empresa con sus empleados.
C. Tercer género: Entre individuos de la misma institución, definidos como iguales o simétricos
en su contexto pero en la medida en que uno de ellos pueda invocar la institución sobre el otro
asumiendo una posición de asimetría suficiente («corrección fraterna»).
Idea de tolerancia
Tolerancia
I. e. «suspensión de la capacidad, que el sujeto A tiene de obligar a B a hacer o dejar de hacer algo».
Vs. exigencia, i.e. «ejercicio de la capacidad que el sujeto A tiene de obligar a B a hacer o dejar e hacer algo».
Vs. impotencia, i.e. «incapacidad que el sujeto A tiene de obligar a B a hacer o dejar de hacer algo».
Analogados ↓
La contradicción del tributo consiste en que éste presupone la propiedad privada del sujeto del
hecho imponible pero, al mismo tiempo, pone en tela de juicio, limita y recorta en la práctica su
mismo núcleo. Podría argumentarse que el tributo no limita la propiedad privada sino la apariencia
de esta propiedad, es decir lo que ese sujeto considera parte de su propiedad pero que no lo es de
hecho porque tiene que tributarlo, parte que sería por tanto fenoménica. Sin embargo, la línea
divisoria entre el fenómeno y la esencia de la propiedad privada es arbitrariamente impuesta desde
el exterior, límite que va desde el «diezmo», es decir la décima parte, hasta el todo íntegro en cuyo
caso la tributación pasa a ser confiscación. En todo caso, hay que postular la propiedad colectiva
estatal (predemocrática) como previa en el tiempo a la existencia de la propiedad privada. El tributo
es una confiscación limitada; la confiscación es un tributo ilimitado.
La idea de un «sistema tributario justo» como un sistema ordenado capaz de sostenerse sin
generar entropía en una sociedad democrática dada es una idea límite y un imposible político. Este
«sistema justo» sólo puede circunscribirse al terreno de la justicia formal establecida en el sistema
tributario, descontando la materia de la tributación y otros contenidos; la equidad formal genera
necesariamente desigualdad material y no por error del juicio fiscal sino por razones de estructura.
Las discriminaciones objetivas del sistema tributario consolidan la decantación en capas y clases
económicas de la sociedad política y son tanto una medida de la desigualdad como un
procedimiento de igualación; por discriminaciones inversas porque diferencian a los que
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contribuyen y a los exentos privilegiados, y por discriminaciones directas porque quienes más
contribuyen se estratifican en las capas superiores de la sociedad tal que su mayor contribución
refuerza su prestigio y estatus.
El poder planificador del Estado pone a disposición de las empresas privadas los proyectos
anuales, quinquenales, etc. considerados pertinentes al interés público, o se constituye como
empresa pública a título subsidiario en los casos en los que no concurra la empresa privada. Frente
a la empresa pública y a la empresa privada en lo que tiene de interés público a veces
subvencionado por el Estado las huelgas generales tienen un significado político en lo que
implican de censura al gobierno en función de su planificación basal.
Las contradicciones de la sociedad democrática en su capa cortical son las más intensas y suelen
alcanzar caracteres catastróficos sobre todo cuando se manifiestan a través de la guerra. Un vector
ascendente contrapuesto al poder militar descendente no es guerra sino rebelión o subversión,
«guerra civil» sólo por analogía.
La contradicción reside, por tanto, en la misma realidad de la capa cortical, que manifiesta hasta
qué punto la soberanía [en su sentido absoluto, no relativo], autonomía (por no decir también
autarquía) de una sociedad política, incluso su disposición pacífica, atributos a través de los
cuales se define esa sociedad, son, más que atributos efectivos, atributos intencionales, puesto que
la realidad es que cada sociedad política, por autónoma que se proclame, está condicionada y
codeterminada por las demás sociedades políticas que la envuelven. (pp. 277-278)
El llamado «derecho internacional público» determina que las diversas sociedades democráticas
han de mantener entre sí relaciones pacíficas. Sin embargo, si bien el tratado de renuncia a la guerra
de 1928 supuso la condena del recurso a la guerra para la resolución de los conflictos
internacionales por parte de las potencias democráticas firmantes tres años más tarde Japón invadió
China y en 1939 el Reich alemán invadió Chescosolovaquia y Polonia, resultando de ello la
Segunda Guerra Mundial. Más aún, Hitler había accedido al Reichtag en 1932 y al cargo de
canciller del Gobierno alemán en 1933 por procedimientos estrictamente democráticos.
Ahora bien, en rigor esa disociación no equivale a una separación en órganos independientes dadas
las interacciones obligadas que se establecen entre ambos poderes. En efecto, en una democracia
presidencialista, cuando el presidente del ejecutivo es elegido directamente por el pueblo, aun así
debe presentar al Parlamento, para su conocimiento, su programa de gobierno, y el Parlamento a
través de sus Cámaras prosigue controlando los recursos que el gobierno necesita e incluso en casos
extremos, y contando con el poder judicial, puede destituir al presidente u obligarle a dimitir. En
una democracia no presidencialista la disociación es aún más débil; en efecto, el presidente del
ejecutivo es elegido por el propio Parlamento y tiene que someter su programa de gobierno a él en
la sesión de investidura, continuándose el control a través de las diversas comisiones
parlamentarias.
De este modo, las trayectorias del poder ejecutivo (del partido del gobierno) pueden desviarse
excesivamente de los programas de una determinada parte (partidos de la oposición) del legislativo
dando lugar a la contradicción entre ambos como derivada del enfrentamiento general de las
partes o partidos del propio legislativo entre sí. El ordenamiento del poder judicial sirve en estos
contextos como mecanismo dialéctico destinado a la neutralización de esas contradicciones que
existen de hecho y que pueden llegar a desbordar ese ordenamiento democrático.
El poder judicial no consiste en una mera aplicación de las normas universales a los casos
particulares, ideal de la llamada «lógica jurídica automatizada»; en efecto, la complejidad de la
realidad social y política de una sociedad democrática implica la imposibilidad de un campo
jurídico cerrado cuyas variables y constantes puedan ser definidas plenamente. Más bien, el poder
judicial resulta de la composición de unas normas con otras normas no siempre conmensurables
entre sí, lo que interpreta como constitutiva la contradicción habitual entre los diversos jueces,
tribunales, vocales de tribunales, etc.
El poder judicial no puede salvo por ficción jurídica considerarse como un poder independiente del
poder ejecutivo; las sentencias del poder judicial sólo pueden cumplirse por medio del ejecutivo, es
decir por medio de la policía. En efecto, si el poder judicial dispusiese de su propia fuerza ejecutiva
pasaría a haber un Estado dentro de otro Estado, lo cual es absurdo; pero si las sentencias emitidas
por el poder judicial no se cumplen, éste deja de ser un poder del Estado y se convierte en un
«poder literario», es decir pierde su condición esencial de poder judicial. Además, los procesos
judiciales han de tener su sincronismo oportuno para que la eutaxia de la democracia se mantenga;
hay según esto que contraponer al principio fiat justitia, pereat mundus el principio fiat mundus,
pereant judices.
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De las contradicciones en la capa basal. Entre poder gestor y planificador: conflictos de la Unión
Soviética en la puesta en marcha de los planes quinquenales. Entre poder gestor y redistribuidor:
un gobierno democrático que al final de su mandato deja «las arcas vacías». Entre poder
planificador y redistribuidor: desigualdades sociales -municipales, regionales, individuales-
derivadas de una planificación incompetente.
De las contradicciones en la capa cortical. Entre los deberes éticos asumidos por el Estado
acogedor de inmigrantes legales o ilegales provenientes de países democráticos o no democráticos
en situación económica o social más desfavorable y los deberes morales y políticos de ese mismo
Estado en relación a su economía nacional, supuesto que una «huida hacia adelante» por catábasis
abriendo de par en par las fronteras conduciría a la ruina política y económica del Estado acogedor
y con ello a la ruina personal definitiva aun de los propios inmigrantes. Entre poder militar y
federativo: repliegues y reorganizaciones del ejército ante pactos entre potencias como el pacto de
Varsovia; la Otan; encuadramiento del ejército nacional en estructuras jerárquicas que desbordan el
ámbito del Estado; abolición del reclutamiento obligatorio. Entre poder militar y diplomático: los
arcana imperii. El poder efectivo de la ONU procede de los diferentes Estados asociados, dado lo
cual si uno de ellos tiene realmente más poder que todos los restantes juntos la ONU pasa a ser sólo
un poder superestructural.
[Esta sección final funciona en buena parte como resumen y aplicación de las teorías previas y
podemos por tanto omitirla.]
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ÍNDICE
Preludio: Qué entendemos en este libro por «democracia realmente existente ...................................1
Capítulo I: El fundamentalismo democrático. Fundamentalismo e integrismo ...................................2
Capítulo II: Objetivo de un «Panfleto contra la democracia realmente existente» ..............................4
Capítulo III: Las democracias empíricas (o positivas) .........................................................................6
Capítulo IV: Las contradicciones de la democracia ...........................................................................21
Final: Las democracias de mercado de consumidores y usuarios ......................................................29
30