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Justificación judicial interna,

externa y pragmática. A
propósito de la Casación 401-
2016, Moquegua
Sumario: I. Preámbulo, II. Algunos puntos cuestionables de la Casación,
III. Colofón, IV. Bibliografía.

I. PREÁMBULO

1. Pertenece a la colección de afirmaciones comunes que la institución


jurídica más horizontal e importante del Derecho procesal penal y de la
argumentación jurídica contemporánea (en adelante: AJC) es, sin duda,
la motivación de las resoluciones judiciales. Asevero lo anterior, ya que a
través de ella se representa el signo más trascendente de la racionalidad
en la actividad decisoria judicial; que incluso está análogamente ligada a
la finalidad del proceso penal [la búsqueda de la verdad más
aproximativa a la material[1]], porque a través de ésta se exponen las
“razones que el órgano en cuestión ha dado para mostrar que su decisión
es correcta o aceptable”[2].

De allí que, en su momento, se haya indicado que esta institución jurídica


“tiene preponderantemente una función exhortativa, y por así decirlo,
pedagógica. El juez no se conforma con ordenar, no se limita al ´sic volo,
sic iubeo´, pronunciado desde lo alto de su sitial, sino que desciende al
nivel del justiciable, y al mismo tiempo que manda, pretende explicarle la
racionalidad de esa orden. La motivación es, antes que nada, la
justificación, que quiere ser persuasiva, de la bondad de la sentencia”[3] y
de diversas resoluciones también.

2. Tal importancia y exigencia de aplicar la mencionada institución es


siempre abordada en el ámbito académico-práctico del proceso penal.
Claro ejemplo de ello se ve en lo desarrollado por la casación n° 401-
2016/Moquegua (en adelante: la casación), pues a través de ésta se
explica algunos puntos –aunque generales- sobre la envergadura y la
obligación de que los jueces justifiquen sus decisiones: sin embargo, es
inevitable decir que la Corte Suprema reiteradamente sigue abordando
más de lo mismo, sin otorgar a los operadores del proceso penal un plus
adicional –en cuanto a su abordaje académico, por lo menos- que
permita entender y aplicarla, paulatinamente, de mejor manera, dicha
institución jurídica[4].

3. Motivos por los cuales es que, en líneas posteriores, desarrollaré


algunas aproximaciones sustanciales sobre la justificación de las
resoluciones judiciales que se vienen abordando en el ámbito
contemporáneo de la AJC y del proceso penal, dentro del marco del
análisis sobre la casación que es materia de opinión. Veámoslas:

II. ALGUNOS PUNTOS CUESTIONABLES DE LA CASACIÓN

A) NO SE DIFERENCIA ENTRE PRINCIPIOS SUSTANCIALES, DERECHOS


FUNDAMENTALES Y GARANTÍAS CONSTITUCIONALES

4. La Corte Suprema, no ha tenido en cuenta -en la casación- que la AJC,


en sentido global, ha contribuido a dejar de lado ese visillo oscuro que, de
una u otra manera, cubría las acciones convencionales de los jueces al
momento de emitir una decisión; más aún porque la actividad judicial -por
lo menos en las últimas décadas- ha apuntado sus acciones hacia roles
con criterios limitativos, por medio de los cuales los jueces restringen su
capacidad resolutiva a los criterios esbozados en los preceptos legales y
en algunos criterios jurisprudenciales de forma sesgada; reduciendo su
análisis, simple y llanamente, a su aplicación inmediata[5] [más no a un
fin teleológico[6]] o, en todo caso, a ceñirse en los argumentos –a veces
simplistas- de los mismos litigantes, tanto de la parte defensora como de
la persecutora, que apelan muchas veces al comodín llamado
improvisación.

5. Hoy por hoy, la AJC permite –mediante algunos aportes doctrinales-


[7] que los magistrados se ilustren un poco más para que luego puedan
enfocar su actividad resolutiva hacia los roles con criterios razonables,
cuyas funciones son esencialmente dos: (i) dar privilegio a los derechos
fundamentales, principios sustanciales, garantías constitucionales[8] y
no, exclusivamente, a los conceptos normativos y
positivistas; (ii) proponiendo, por tanto, una sólida directriz hacia la
correcta aplicación del proceso penal; direccionando los esfuerzos a un
empleo correcto que tiene como mira: la racionalidad de las decisiones
judiciales.

6. Pues bien, respecto a la primera función de los roles con criterios


razonables, es indispensable hacer mención que en la actualidad existen
algunas omisiones cometidas, sobre este punto, específicamente desde
el enfoque de la doctrina constitucional. Cuando se sostiene, por ejemplo,
que en “el derecho constitucional contemporáneo se planteó la relación
entre Constitución y proceso, procurando la reintegración del derecho y el
proceso, así como superando el positivismo jurídico procesal basado en
la ley, en base a reconocer un rol tutelar del juez constitucional –
disciplina judicial de las formas-”[9]: es decir, se hace referencia a la
importancia de la vinculación entre el proceso, propiamente dicho, con la
Constitución.

Sin embargo, en la casación no se ha advertido lo anterior, pues no se


llega a distinguir diferencias sustanciales entre preceptos o instituciones
jurídicas [principios sustanciales, garantías constitucionales y derechos
fundamentales] que permitan tener bien en claro cuál es la función o
naturaleza de cada una; todo ello a efectos de no confundirlas. Esto
resulta cardinal ya que los operadores del Derecho deben saber –en la
mejor medida posible- cuál es el objetivo por el cual existe determinada
institución jurídica[10] y, por ende, por qué razón es que se debe apelar al
apoyo de ella.

7. Son esas omisiones las que no son indiferentes, inclusive, a la misma


actividad que realiza la Corte Suprema: siendo paradigma de ello la que
ejecuta en su función casatoria. Y esto es fácil de percatarnos, pues
incluso en la casación materia de opinión, no se hace diferenciación
alguna entre derechos fundamentales, garantías constitucionales y los
principios sustanciales[11]. Eso puede observarse en el punto 1.8 de la
casación[12]: donde simplemente se remite a una cita del Tribunal
Constitucional[13], por medio de la cual se considera a la motivación de
la decisión judicial como principio, como derecho y como garantía a la
misma vez, sin tener mínimamente un marcos distintivo: situación que,
indudablemente, confunde a los operadores del Derecho dentro del
proceso penal.

Esto último, además, ha permitido saber que el meollo estriba en que


hubiera sido admirable que la Corte Suprema, a través de este recurso
extraordinario, desarrollase algunos puntos al respecto, como por
ejemplo:

8. Por un lado, decir a los jueces de jerarquía inferior que sí existe una
separación positiva-normativa entre los derechos humanos y los
derechos fundamentales a fin de poder entenderlos de forma integral, ya
que: (i) los primeros son aquellas capacidades que las personas se
atribuyen por su misma inherencia humana, producto de los acuerdos
sociales, adquiridos a consecuencia de las reclamaciones de los
individuos –dadas en siglos pasados-[14]; (ii) mientras que los segundos,
van a configurar “aquellos derechos humanos garantizados por el
ordenamiento jurídico positivo, en la mayor parte de los casos en su
normativa constitucional, y que suelen gozar de una tutela reforzada”[15],
con la finalidad de salvaguardar a la persona dentro de la sociedad[16].

9. Por otro lado, explicar una cosmovisión respecto a las garantías


constitucionales. No haciéndose obviedad que ya se ha sostenido que
éstas llegan a configurar “todo mecanismo jurídico dirigido a hacer
realidad el cumplimiento efectivo de toda Constitución como un todo
unitario general (…), y el cumplimiento efectivo sólo de una parte de la
misma, precisamente la que recoge los derechos de las personas”[17].
Esto, en efecto, conducirá a que el concepto de garantía se “construye
con referencia obligada a las ideas de confianza, seguridad, protección y
defensa”[18] que un Estado constitucional de Derecho plantea como
control social.

A consecuencia de aquella idea, también no se ha dicho que es necesario


enfocarlas desde un aspecto subjetivo y también objetivo, teniendo en
cuenta que mediante (a) el primero, el Estado se encontrará obligado -por
medio de las garantías constitucionales- a colocarse a favor de las
libertades que ha reconocido en su Constitución; mientras que en
el (b) segundo, el Estado tendrá que imponerse la protección de los
derechos fundamentales y libertades enunciadas en la norma
fundamental.

Por eso, razón no le falta al Tribunal Constitucional, al precisar que el


debido proceso –como principio medular- deber ser ejecutado de forma
eficaz, cuando se aclare la incertidumbre jurídica, no vulnerando los
derechos fundamentales de las personas, tanto en su aspecto formal
como en el material para garantizar, de ese modo, el respeto de las
garantías mínimas con las que debe contar todo justiciable[19].

10. En esa misma óptica, la casación no indica que los principios


sustanciales deben ser considerados como estándares o directrices
jurídicas, pues “cuando los juristas razonan o discuten sobre derechos y
obligaciones jurídicas (…) echan mano de estándares que no funcionan
como normas, sino que operan de manera diferente, como principios,
directrices políticas y otro tipo de pautas (…) todo el conjunto de los
estándares que no son normas”[20].

O que, además, ya se ha hecho diferenciación entre norma jurídica y


principio jurídico, dado que “ambos conjuntos de estándares apuntan a
decisiones particulares referentes a la obligación jurídica en
determinadas circunstancias, pero difieren en el carácter de la
orientación que dan. Las normas son aplicables a la manera de
disyuntivas (…) los principios (…) ni siquiera los que más se asemejan a
normas establecen consecuencias jurídicas que se sigan
automáticamente cuando se satisfacen las condiciones previstas”[21].
Vale decir, ya se había señalado que la diferencia esencial, entre principio
y norma, es el establecimiento de consecuencias jurídicas automáticas.

11. Incluso, no menciona que ya se ha destacado que los principios son


mandatos de optimización, toda vez que “el punto decisivo para la
distinción entre reglas y principios es que los principios son normas que
ordenan que algo sea realizado en la mayor medida posible, dentro de las
posibilidades jurídicas y reales existentes. Por lo tanto, los principios
son mandatos de optimización, que están caracterizados por el hecho de
que pueden ser cumplidos en diferente grado y que la medida debida de
su cumplimiento no solo depende de las posibilidades jurídicas (…) en
cambio las reglas son normas que solo pueden ser cumplidas o no. Si
una regla es válida, entonces debe hacerse exactamente lo que ella exige,
ni más ni menos. Por lo tanto, las reglas contienen determinaciones en el
ámbito de lo fáctica y jurídicamente posible. Eso significa que la
diferencia entre reglas y principios es cualitativa y no de grado. Toda
norma es o bien una regla o un principio”[22].

Para que, en buena cuenta, la función decisoria judicial deba reparar en


que los principios configuran (a) mandatos de carácter definitivo, porque
llegan a ser aquellas normas que, solamente, pueden ser cumplidas o no,
y; asimismo, como (b) mandatos de optimización, dado que éstos
decretan o prescriben que algo pueda ser ejecutado en mayor medida
posible (V.gr.: direccionar la aplicación de las garantías y la salvaguarda
de los derechos).

12. La Corte Suprema también pudo haber argüido que los principios han
sido considerados como normas de carácter híper-general, porque “las
reglas son normas que establecen pautas más o menos específicas de
comportamiento. Los principios son normas de carácter muy general que
señalan la deseabilidad de alcanzar ciertos objetivos o fines de carácter
económico, social, político, etc. (…) y a las que cabe
denominar directrices; o bien exigencias de tipo moral (…) estos serían
los principios en sentido estricto”[23]. Ello resulta trascendente, pues “las
normas, desde esta perspectiva, son precisamente directivas, es decir,
enunciados que tratan de influir en el comportamiento de aquellos a
quienes van dirigidos”[24], siendo los principios las directivas más
fuertes.

Haciéndose hincapié que, desde ese panorama, se infiere que las normas
son reglas que indican algunas pautas que cuentan, de algún u otro
modo, con ciertas especificaciones de comportamiento y; así también,
que los principios son (a) directrices estrictas, en virtud de que son
normas de índole general que anotan exigencias de carácter moral y,
también, son (b) directrices de cualificación general, porque apuntan al
alcance de fines económicos, políticos y jurídicos.

13. Así pues, como se puede apreciar, las funciones y la naturaleza de los
derechos fundamentos, de los principios sustanciales y las garantías
constitucionales son de distintos contextos que deja mucho que desear,
pues si el tribunal supremo de justicia del Estado no diferencia eso,
mucho menos podrá exigir o evaluar [supervisar la función de los
tribunales inferiores] una correcta aplicación de la motivación de las
resoluciones judiciales de los jueces de menor jerarquía funcional. De ahí
que en el presente esquema se distinga dicho tridente jurídico:

Fuente. Elaboración propia.

14. Asimismo, en lo que respecta a la segunda función primordial de los


roles razonables, es que en base a tener un buen criterio que diferencie el
tridente jurídico [derecho fundamental, garantía constitucional y
principio sustancial] y conocer, idóneamente, la AJC es donde, recién, se
puede emitir una decisión razonable, pues ésta última debe “ser capaz de
ofrecer una orientación útil en las tareas de producir, interpretar y aplicar
el Derecho”[25]; más aún si una de las metas principales en la enseñanza
de éste “tendría que ser el de aprender a pensar o a razonar como un
jurista, y no limitarse a conocer los contenidos del Derecho positivo”[26].

Consecuentemente, en esta situación es ineludible referir que el juez no


debe ser una suerte de máquina delimitada por los preceptos
legales stricto sensu, sino, por el contrario, aquel humano que ostenta
poderes con cierta amplitud, quien además “debe justificar la
racionalidad de su fallo, ya que de esa manera se podrá verificar la
legitimidad, que permitirá demostrar que aquel ejercicio más o menos
discrecional no llega a ser uno arbitrario”[27].

B) NO SE EXPLAYA LA IMPORTANCIA DE LA ARGUMENTACIÓN


JURÍDICA PRAGMÁTICA

15. En la casación, específicamente en sus fundamentos 2.2.4 y 2.2.5[28],


la Corte Suprema anota, únicamente, que el colegiado superior solo tomó
en consideración lo oralizado por parte de la fiscalía, más no por la
defensa; indicándose, además, que ésta última no cuestionó, en ningún
momento, la pena en plena audiencia que solicitaba el Ministerio Público.
Sosteniendo, por tanto, -la Corte Suprema- que se ha vulnerado el
principio acusatorio, ya que el juez no puede aplicar pena más grave que
la requerida por la fiscalía.

16. No obstante a lo anotado, soy del criterio que la función de la Corte


Suprema no solo debe limitarse a indicar que se ha vulnerado –o no- el
principio acusatorio, sino que también debe hacer énfasis en la
trascendencia del iura novit curia de los jueces. Sobre todo porque “la
consecuencia más decisiva del aforismo iura novit curia (que afecta a la
interpretación) es que el juez no está vinculado a las argumentaciones
jurídicas de las partes pues se presume que él conoce el derecho y de
primera mano; de ahí que el juez no esté vinculado a las propuestas
interpretativas que hagan las partes (…) el cual obliga al juez la obligación
de argumentar el rechazo de la interpretación normativa realizada por
una o por ambas partes”[29]. Eso hubiera sido importante que la Corte
Suprema desarrolle. ¡Si tú Corte Suprema utilizas párrafos para elaborar tu
casación en el empleo de algunas citas –las cuales son, incluso,
repetitivas-; debes también gastar más párrafos en el abordaje de
aspectos doctrinarios que aporten algo más a lo que ya has
acostumbrado![30]

17. La Corte Suprema, además de lo precisado en el párrafo anterior, no


apoya al desarrollo del actual modelo procesal penal, cuyo común
denominador es la oralización, sin duda. Sostengo esto dado que no se
toma en cuenta la argumentación jurídica pragmática y, por ende, esta
laguna impide que se pueda dar mayor énfasis a la AJC.

La motivación de las resoluciones judiciales -al ser núcleo sustancial de


todo proceso penal- es el momento de la toma de la decisión judicial[31];
por ello es que el Tribunal Constitucional[32] al igual que la Corte
Suprema -ya un poco más de una década- han venido desarrollando los
aspectos más generales sobre esta institución. No obstante, estos entes
han hecho solo énfasis en la importancia de la justificación interna y
externa de la decisión judicial, sin acrecentar esa erudición.

Estas últimas son las que justamente forman parte de la teoría estándar
de la argumentación jurídica (argumentación estática), cuyos máximos
representantes son Robert Alexy y Neil MacCormick. Quienes han dado
una buena cosmovisión sobre el desarrollo de la argumentación jurídica,
propiamente dicha, tanto desde el enfoque del sistema eurocontinental
como del anglosajón, respectivamente. Resultando trascendente, toda
vez que la teoría estándar de la argumentación jurídica toma en cuenta a
la justificación interna (JI) y la justificación externa (JE).

18. Dos aspectos de argumentación de suma importancia, pues: a través


de la JI se puede apreciar si los encargados de la judicatura han seguido
un ejercicio de sindéresis lógica; además de eso, también se puede
revisar con insistencia si los jueces han seguido las reglas de la lógica
formal[33]. Entre tanto, por medio de la JE se verificará si la decisión
judicial ha sido cuidadosa en no inmiscuirse en contradicciones,
manifiestamente incongruentes; sobre todo porque permite, además de
lo anterior, percatarnos si las premisas fácticas y normativas vulneran
algún derecho fundamental y si, adicional a ello, se adecua a la norma
tutelar constitucional o de menores rangos.

Ante tal marco, es importante hacer mención que la argumentación


jurídica estándar ya no basta, sino que ahora ésta debe tener un plus
adicional, a fin de poder repotenciar y, por ende, mejorar la labor de la
función judicial, cuya encargatura está dada, por antonomasia, a la Corte
Suprema.
19. Si bien esta teoría estándar (1ra velocidad), nos dio, en su momento,
las exigencias constitucionales de la justificación judicial interna, la cual
debe estar dotada de lógica formal [materialidad[34]] y; así también, la
justificación judicial externa que debe estar acorde a los parámetros
constitucionales [formalidad[35]]. Sin embargo, el actual modelo procesal
penal, adscrito a un sistema acusatorio contradictorio[36], exige ya
ingresar un cambio adicional de velocidad argumentativa que permita
conseguir una mejora de la teoría estándar, porque el dinamismo del
vigente proceso penal hace primar a la argumentación en movimiento.

Esta argumentación en flujo, en su momento tan ansiada, se ha logrado a


través de la teoría pragmática de la argumentación
jurídica (argumentación en movimiento), cuyo máximo exponente es
Manuel Atienza Rodríguez (2da velocidad). Esta última teoría consiste,
sustancialmente, en una composición de dos aspectos: (i) el dinamismo
de la retórica y (i) el sustento dialéctico. El primero consiste en el arte de
persuadir, mientras que el segundo se enfoca en la confrontación de
argumentos según cada caso en concreto:

Fuente: elaboración propia.


20. En cuanto a ello, sería bueno dar a la teoría estándar un plus adicional
[cuando se redacte casación alguna sobre la justificación de las
resoluciones judiciales] y, por ende, que la Corte Suprema de un paso
hacia la mejora de aportes en cuanto a las decisiones judiciales y no,
únicamente, repetir siempre más de lo mismo en la mayoría de su
jurisprudencia[37] (V. gr., la importancia de motivar, el imperativo que lo
avala, sus tipológicas y las consecuencias que acarrean éstas). Es por ello
que no solamente se debería tomar en cuenta la JI y JE, sino también
darle el plus de la argumentación jurídica pragmática, yendo más acorde
con el actual modelo del proceso penal peruano, donde prevalece el
principio de oralidad.

21. Como se puede apreciar, la trascendencia de la AJC[38] tiene mucho


que ver con la correcta aplicación de la razonabilidad en la decisión
judicial y, por consecuencia, del proceso penal[39]. Aseverada tal
vinculación, es indispensable que el decisor de este último (el juez)
deberá sustentar una justificación racional (JR), que solamente se logra a
través del armazón de una justificación interna, externa y también
pragmática [JI+JE+JP = JR].

Y esta última velocidad, claro, no se adquiere de milagro, sino que debe


ser producto de una buena fundamentación jurídica, emitida -en principio-
por la parte del órgano acusador como también por parte de la
defensa. La información que adquiere el juez va tener que canalizar y,
por efecto, poseer los puntos sustanciales que requiere una justificación
racional (JI+JE+JP = JR) en su justificación tanto al emitir inferencias
normativas y fácticas: dar una 2da velocidad de la AJC, es lo que
indispensablemente la Corte Suprema debe tener como norte próximo.

C) LA MOTIVACIÓN DE LA CORTE SUPREMA DEBE SER DOBLEMENTE


CUALIFICADA, A DIFERENCIA DE LA MOTIVACIÓN DE TRIBUNALES DE
INFERIOR JERARQUÍA

22. La Corte Suprema en el fundamento 2.1.2 se ha remitido a señalar,


taxativamente, que “corresponde verificar, conforme con lo alegado en el
recurso de casación, si el Colegiado Superior dio respuesta al agravio
planteado en el recurso de apelación, y cumplió con las garantías
mínimas del derecho a la motivación de resoluciones judiciales, como se
tiene indicado en la sentencia del Tribunal Constitucional referida en el
punto 1.9. del sustento normativo de esta sentencia”.

Sin decir, además, cuáles son esas garantías mínimas de la institución de


la motivación de las resoluciones judiciales o cómo se configuran ellas.
Como no es difícil apreciar, indudablemente en la casación se aprecia
una redacción menguada, a partir de que copia y pega lo señalado por el
Tribunal Constitucional ya en reiteradas sentencias. No va más allá, se
limita a exponer más de lo mismo. Por ejemplo, en su fundamento 1.9
cita únicamente algunos problemas de justificación, indicados en la STC
n° 3943-2006/PA/TC. Nada más.

23. Todo lo anterior permite sostener que la Corte Suprema también debe
motivar la cultura de la motivación y no ser ajena a ella[40], la cual exige
que se dé el conocimiento de fundamentos razonables al momento de la
fijación de los hechos y, por ende, de la decisión en concreto. El quid del
asunto es no solo que se hable de la importancia de justificar las
decisiones judiciales en sus ámbitos generales, sino que esas razones de
las justificaciones deban ser idóneamente comunicables, sin intuiciones
y sin pensamientos efímeros[41]; por ello es que se anota que “el juez
debe buscar buenas razones para sostener su convicción; y si no las
encuentra, tendrá que abandonarla”[42].

Más aún porque nuestra Corte Suprema es una corte de


precedente[43] por el hecho de estar englobada en el civil Law, y como
una de precedente debe también explicar a la comunidad jurídicas
que la función de la motivación de las decisiones judiciales no,
solamente, es la (i) endoprocesal[44], ni (ii) extraprocesal[45], sino
también (iii) la preventiva, a través de la cual el magistrado podrá
supervisar su mismo trabajo resolutivo plasmado en documentos, a fin
de evitar errores y, por tanto, arbitrariedad.

Ello resulta trascendental, pues los magistrados, aun siendo conscientes


de la obligación que tienen para formular una motivación, van a tener las
opciones de verificar errores en sus razonamientos que pudieran haber
sido desapercibidos. De esa manera, se reforzará la racionalidad, para
“poder expulsar los elementos decisorios no susceptibles de
justificación; propiciando, en fin, que la adopción de la decisión se
efectué conforme a criterios aptos para ser comunicados”[46].

24. Además de ello, se debe indicar que la motivación de las resoluciones


judiciales es una garantía constitucional y no un principio o Derecho. De
ahí que, sobre la base de lo expuesto, se haya sostenido que ésta se
encuentra en “el conjunto de medidas técnicas e institucionales que
tutelan los valores recogidos en los derechos y libertades enunciadas por
la Constitución, que son necesarias para la adecuada integración en la
convivencia de los individuos y grupos sociales”[47]. Siendo, inclusive,
parte del contenido del debido proceso[48], como una garantía a la
sujeción de la Constitución y la Ley[49], como respaldo del Estado
democrático de Derecho y la legitimidad democrática[50], y como
contenido del derecho a la prueba y, por tanto, a la certeza judicial[51], así
ésta se al más aproximativa a la verdad que busca el proceso penal.

Así también, se debe explicar sus dos aspectos importantes de esta


garantía constitucional: (i) el aspecto subjetivo, por medio del cual el
Estado se encuentra obligado a estar a favor de los derechos
fundamentales y, como tal, la importancia de justificar las decisiones
judiciales con razones y no con meras explicaciones que, a veces apelan,
a los conocimientos privados del juez o a las mínimas de experiencia de
él, pues ésta sirve como una suerte de caparazón de
razonabilidad; (ii) entre tanto,  esta garantía será la que el principio del
debido proceso utilice como transporte y blindaje, cuyo enfoque se centra
en la protección de los derechos fundamentales de las posibles balas de
las decisiones arbitrarias.

25. Por eso es que se ha dicho, enhorabuena, que “el juez tiene el deber
de racionalizar el fundamento de la decisión articulando los argumentos
(las buenas razones) en función de los cuales pueda resultar justificada.
La motivación es, entonces, un discurso justificativo constituido por
argumentos racionales. Obviamente, eso no impide que en ese discurso
haya también aspectos de tipo retórico-persuasivo[52], pero esos
aspectos son, de todas formas, secundarios y no necesarios. En realidad,
el juez no debe persuadir a las partes, u otros sujetos, de la bondad de su
decisión; lo que hace falta es que la motivación justifique racionalmente
la decisión”[53].

Indudablemente, esta labor implica diversas funciones, coadyuvantes de


la correcta protección de los derechos fundamentales de las personas,
con motivo de ello es que el enfoque mayoritario de la doctrina considera
que ésta “garantiza la naturaleza cognoscitiva y no potestativa del juicio,
vinculándolo en derecho a la estricta legalidad y de hecho a la
prueba”[54]. De ahí que estime por conveniente precisar que “el poder
jurisdiccional no es el ‘poder tan inhumano’ puramente potestativo de la
justicia […] sino que está fundado en el ‘saber’, también sólo opinable y
probable, pero precisamente por ello refutable y controlable”[55].

III. COLOFÓN

26. Advertidos algunos alcances sobre la motivación de las resoluciones


judiciales, no cabe duda que los roles de los jueces deben apuntar hacia
los criterios razonables, cuyas funciones son esencialmente el dar
privilegio a los derechos fundamentales, principios sustanciales,
garantías constitucionales y no, exclusivamente, a los conceptos
normativos y positivistas; direccionando los esfuerzos a un empleo
correcto que tiene como mira: la racionalidad de las decisiones
judiciales.

Además de ello, hay que dar importancia a la diferenciación que hay el


tridente jurídico [derecho fundamental, garantía constitucional y principio
sustancial] y conocer idóneamente la AJC, pues a través de eso, recién,
se podrá emitir una decisión razonable. Así pues, se debe tomar en
cuenta no solo a la argumentación jurídica estándar (JI – JE), sino
también a la argumentación jurídica pragmática (JP), dando prevalencia
a la retórica y a la dialéctica. Por tanto, una justificación razonable de los
jueces se dará cuando exista: [JI+JE+JP = JR].

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