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externa y pragmática. A
propósito de la Casación 401-
2016, Moquegua
Sumario: I. Preámbulo, II. Algunos puntos cuestionables de la Casación,
III. Colofón, IV. Bibliografía.
I. PREÁMBULO
8. Por un lado, decir a los jueces de jerarquía inferior que sí existe una
separación positiva-normativa entre los derechos humanos y los
derechos fundamentales a fin de poder entenderlos de forma integral, ya
que: (i) los primeros son aquellas capacidades que las personas se
atribuyen por su misma inherencia humana, producto de los acuerdos
sociales, adquiridos a consecuencia de las reclamaciones de los
individuos –dadas en siglos pasados-[14]; (ii) mientras que los segundos,
van a configurar “aquellos derechos humanos garantizados por el
ordenamiento jurídico positivo, en la mayor parte de los casos en su
normativa constitucional, y que suelen gozar de una tutela reforzada”[15],
con la finalidad de salvaguardar a la persona dentro de la sociedad[16].
12. La Corte Suprema también pudo haber argüido que los principios han
sido considerados como normas de carácter híper-general, porque “las
reglas son normas que establecen pautas más o menos específicas de
comportamiento. Los principios son normas de carácter muy general que
señalan la deseabilidad de alcanzar ciertos objetivos o fines de carácter
económico, social, político, etc. (…) y a las que cabe
denominar directrices; o bien exigencias de tipo moral (…) estos serían
los principios en sentido estricto”[23]. Ello resulta trascendente, pues “las
normas, desde esta perspectiva, son precisamente directivas, es decir,
enunciados que tratan de influir en el comportamiento de aquellos a
quienes van dirigidos”[24], siendo los principios las directivas más
fuertes.
Haciéndose hincapié que, desde ese panorama, se infiere que las normas
son reglas que indican algunas pautas que cuentan, de algún u otro
modo, con ciertas especificaciones de comportamiento y; así también,
que los principios son (a) directrices estrictas, en virtud de que son
normas de índole general que anotan exigencias de carácter moral y,
también, son (b) directrices de cualificación general, porque apuntan al
alcance de fines económicos, políticos y jurídicos.
13. Así pues, como se puede apreciar, las funciones y la naturaleza de los
derechos fundamentos, de los principios sustanciales y las garantías
constitucionales son de distintos contextos que deja mucho que desear,
pues si el tribunal supremo de justicia del Estado no diferencia eso,
mucho menos podrá exigir o evaluar [supervisar la función de los
tribunales inferiores] una correcta aplicación de la motivación de las
resoluciones judiciales de los jueces de menor jerarquía funcional. De ahí
que en el presente esquema se distinga dicho tridente jurídico:
Estas últimas son las que justamente forman parte de la teoría estándar
de la argumentación jurídica (argumentación estática), cuyos máximos
representantes son Robert Alexy y Neil MacCormick. Quienes han dado
una buena cosmovisión sobre el desarrollo de la argumentación jurídica,
propiamente dicha, tanto desde el enfoque del sistema eurocontinental
como del anglosajón, respectivamente. Resultando trascendente, toda
vez que la teoría estándar de la argumentación jurídica toma en cuenta a
la justificación interna (JI) y la justificación externa (JE).
23. Todo lo anterior permite sostener que la Corte Suprema también debe
motivar la cultura de la motivación y no ser ajena a ella[40], la cual exige
que se dé el conocimiento de fundamentos razonables al momento de la
fijación de los hechos y, por ende, de la decisión en concreto. El quid del
asunto es no solo que se hable de la importancia de justificar las
decisiones judiciales en sus ámbitos generales, sino que esas razones de
las justificaciones deban ser idóneamente comunicables, sin intuiciones
y sin pensamientos efímeros[41]; por ello es que se anota que “el juez
debe buscar buenas razones para sostener su convicción; y si no las
encuentra, tendrá que abandonarla”[42].
25. Por eso es que se ha dicho, enhorabuena, que “el juez tiene el deber
de racionalizar el fundamento de la decisión articulando los argumentos
(las buenas razones) en función de los cuales pueda resultar justificada.
La motivación es, entonces, un discurso justificativo constituido por
argumentos racionales. Obviamente, eso no impide que en ese discurso
haya también aspectos de tipo retórico-persuasivo[52], pero esos
aspectos son, de todas formas, secundarios y no necesarios. En realidad,
el juez no debe persuadir a las partes, u otros sujetos, de la bondad de su
decisión; lo que hace falta es que la motivación justifique racionalmente
la decisión”[53].
III. COLOFÓN
IV. BIBLIOGRAFÍA