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BASES ANTROPOLÓGICAS DE LA
CONDUCTA MORAL
2. El resurgir naturalista.
2.6. Conclusión.
3.3. La autoconciencia.
3.4. El reconocimiento.
Los sistemas morales varían de una cultura a otra (aunque ciertos preceptos,
tales como "no matar", "honrar a los padres", etc., parecen ser universales), pero en
todas se forman juicios de valor moral. El carácter universal de la capacidad ética
sugiere que su fundamento está en la naturaleza humana y, por ello, que es un producto
de la evolución. Cuando se plantea la cuestión de si la ética está determinada por la
naturaleza del hombre, la cuestión a discutir puede ser una de las siguientes: 1. ¿Está la
capacidad ética determinada por la naturaleza? 2. ¿Están los sistemas de normas éticas
determinados por la naturaleza humana? El problema del estudio de las raíces del
comportamiento ético no puede ser bien resuelto si no se distinguen ambas cuestiones,
pues su análisis puede llevar a conclusiones diferentes: aun si se llega a la conclusión de
que la capacidad ética está determinada por la constitución antropológica de la
humanidad, no se sigue necesariamente que los códigos morales estén determinados por
la naturaleza humana. En definitiva, parece claro que la necesidad de aceptar valores no
determina cuáles sean los valores a seguir.
títeres de sus genes, han enfatizado los elementos egoístas de nuestra naturaleza y
relegado a un segundo plano las tendencias de afecto y empatía que los humanos pueden
sentir hacia sus semejantes, algo que los aproxima a Thomas Henry Huxley y los aleja
de Darwin.
De Waal analiza la conducta del chimpancé común y del bonobo, las dos
especies más próximas filogenéticamente a la nuestra, mostrando con amenidad e
ingenio las notables diferencias entre ambas en ámbitos tan emblemáticos como el
poder, el sexo, la violencia o la amabilidad. Mientras el comportamiento de los
chimpancés parece avalar, con su tendencia hacia actitudes maquiavélicas, agresivas, la
hipótesis de una naturaleza humana egoísta, mucho más cercana a las ideas de Hobbes
que a las de Rousseau, el de los bonobos representa justo lo contrario y da cuenta de una
criatura sensible y tierna, muy alejada de la fuerza demoníaca de los chimpancés.
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Los bonobos poseen una estructura matriarcal y son mucho menos agresivos. Si
surgen, conflictos, normalmente, en lugar de luchar, emplean el contacto físico cariñoso
y la actividad sexual para rebajar la tensión, de manera que casi nunca se libran grandes
combates que supongan graves heridas o la muerte de los individuos implicados en la
refriega. Las hembras forman coaliciones para mantener la paz social y lograr
imponerse a los machos, ya que éstos actúan independientemente unos de otros. Las
diferencias mayores con respecto a los chimpancés se encuentran en el ámbito de la
sexualidad. Las relaciones sexuales desempeñan un papel clave a la hora de mantener el
orden: son utilizadas para resolver conflictos, como instrumento de reconciliación y
como pago de favores.
judicar o beneficiar al prójimo. Estos dilemas son deliberadamente muy artificiales, esto
es, no se refieren a temas como el aborto, el terrorismo o la eutanasia, sino que nos
enfrentan a una situación de tipo «cómic», con la que el individuo no está familiarizado.
Se trata de que el sujeto exprese lo que haría ante un problema sobre el que no tiene una
opinión establecida. Si se preguntase, por ejemplo, ¿está moralmente permitido el
aborto?, la respuesta no valdría, puesto que sobre estas cuestiones tenemos ya una
opinión o prejuicio formado. No existiría un dilema. Y de lo que se trata es de captar la
intuición o los principios subyacentes a los juicios morales. Hauser y su grupo han
recogido o desarrollado más de trescientos de estos dilemas, muchos de los cuales han
sido propuestos por filósofos. Quizás el más famoso de ellos es el propuesto por el
filósofo Foot, denominado el «problema del tranvía», que Hauser detalla en el capítulo
3. El problema es como sigue.
Denise viaja en un tranvía que está fuera de control y se encamina hacia cinco
personas situadas en la vía, a las que arrollará sin remedio al no poder apartarse de la
misma. De repente, Denise observa una vía lateral a la que puede desviar el tren. Sin
embargo, si lo hace, matará a una persona que está situada en esa vía. La pregunta surge
inexorable: ¿es moralmente correcto que Denise desvíe el tren? El dilema va
complicándose de forma sucesiva. En un segundo escenario, el tranvía, sin pasajeros y
fuera de control, se dirige hacia las cinco personas situadas en la vía, pero ahora debe
pasar bajo un puente en el que se encuentra Frank, quien tiene como única posibilidad
para detener el tren la de arrojar a la vía a un hombre grueso que está también en el
puente. ¿Le está moralmente permitido a Frank empujar al hombre sobre la vía? En el
tercer escenario, Ned está paseando cuando observa el tranvía que se dirige sin remisión
hacia las cinco personas situadas en la vía. Ned está situado cerca de un cambio de
agujas, de forma que puede desviar el tren hacia un bucle lateral en el que está situada
una persona que morirá con el impacto, pero lo bastante gruesa para permitir que el
tranvía rebaje su velocidad y que las otras cinco personas puedan escapar. ¿Está
moralmente permitido que Ned desvíe el tren en esta situación? El último escenario es
similar al anterior: Óscar pasea cerca del tren y puede desviar el tren hacia el bucle
lateral, en el que hay un objeto pesado que permitirá que el tren rebaje su velocidad,
dando tiempo a que las cinco personas puedan alejarse del tren. Sin embargo, delante
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del objeto hay una persona que sin duda morirá con el impacto. ¿Le está moralmente
permitido a Óscar desviar el tren?
Hauser cree que los resultados anteriores cuestionan la idea de que los juicios
morales son el producto de razonamientos conscientes, puesto que sí éste fuera el caso,
se esperaría encontrar diferencias en función del nivel educativo o de la religión pro-
fesada. También considera notable la dificultad que manifiestan las personas
participantes para justificar sus respuestas. Para Hauser, el contenido innato de la
moralidad lo configura un conjunto de principios universales que generan una intuición
racional acerca de qué acciones son correctas o erróneas. Nacemos con reglas o
principios abstractos y la educación va configurando los parámetros concretos que nos
guían hacia la adquisición de un sistema moral particular.
La evidencia disponible es muy débil para aceptar sin más esta propuesta. Por
ejemplo, cuando hablamos de principios, ¿se trata de intuiciones racionales como
sugiere Hauser, siguiendo entre otros a John Rawls, o emocionales, previas a cualquier
juicio moral, como defendían Hume o Darwin? Por otra parte, ¿el aprendizaje de un
sistema moral puede compararse como proceso cognitivo a la adquisición de un
lenguaje? O, en otras palabras, ¿parece razonable que haya existido una presión de
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2.6. Conclusión
que sea criado en y por la sociedad. Por tanto el niño recién nacido no es ni "naturaleza"
ni "sociedad", sino un sistema independiente por derecho propio.
de su imaginación. Los modelos son las regulaciones sociales que han sustituido a la
regulación instintiva, precisamente, la reglas-y-normas que aseguran la repetición, la
constancia, la regularidad; en suma, la homeostasis de todo grupo social, y por tanto de
la especie humana. El "ensamblaje" completo de los dos a prioris tiene tres aspectos:
No hay yo, ni hay sociedad, si no se "acoplan entre sí" los dos a prioris. Sin
embargo ese ensamblaje completo es algo que rara vez se da. Un yo perfectamente
ensamblado es unidimensional, y una sociedad en la que todos los yoes estuvieran
perfectamente ensamblados seria incapaz de cambiar (y estaría caracterizada por la
ausencia de cosmovisiones legitimadoras significativas). La historicidad está imbuida de
tensión. La cantidad, la cualidad y el carácter de esta tensión varían, pero está siempre
presente. Así pues, la "condición humana" puede concretarse algo más como "vivir en
tensión". Estamos destinados a vivir con esta tensión. Podemos intentar, en vano,
desembarazarnos de ella. También podemos intentar sacarla el máximo beneficio
posible.
Podría decirse que los hechos del "mundo interno" son los mismos, pero que tan
sólo son interpretados de formas distintas dentro de teorías diferentes, y de este modo se
convierten en hechos de esas teorías. Sin embargo, para Heller, las teorías del yo no son
como las teorías de las ciencias naturales, ni siquiera como las de las ciencias sociales,
sino que son parecidas a las teorías filosóficas; de hecho, son teorías filosóficas. Las
filosofías siempre se pueden verificar, nunca falsar, aunque podemos abandonar una
filosofía si no nos proporciona respuesta al sentido de la vida, si no eleva nuestra
historicidad al nivel de la conciencia histórica donde la historicidad pueda reconocerse a
sí misma en tal conciencia.
¿Entonces, podemos preguntar, qué puede de hecho decirse sobre el "yo" con
pretensión de verdad general? En primer lugar, los yoes son cuerpos que están
conectados con el resto de los otros cuerpos por el significado. El yo es creado por otros
yoes, y el mismo yo crea otros yoes, que están igualmente destinados a estar conectados
con esos otros yoes por el significado. El yo también consta de memoria, tanto
consciente como inconsciente (la pérdida total de memoria equivale a la perdida total
del yo). La memoria no equivale a la codificación de la información, sino que constituye
un compromiso con el mantenimiento del significado. La memoria también implica
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olvidar y, por tanto, la memoria constituye también un compromiso con el dejar sin
significado. La experimentación consciente es guiada por el medio del lenguaje. En
consecuencia, la experiencia consciente sólo puede ser subjetiva ("mía") si primero es
compartida (el lenguaje es significado compartido). Sólo puedo saber de mí dolor de
cabeza, dice Wittgenstein, si conozco que hay dolores de cabeza padecidos por otros,
aunque no tengan mí dolor de cabeza. Cuanto más significado comparta con los otros,
más rico y más complejo es el significado que reservo en la experiencia no compartida.
3.3. La autoconciencia.
regulativa). E, incluso si dejamos de buscar, como ocurre siempre que actuamos guiados
por ideas prácticas, volvemos al auto-examen al apartarnos del actuar (o de un acto
crucial particular). Pero no debemos olvidar la distinción entre la percepción del propio
yo de uno y la propia percepción de otros yoes de uno, o de la percepción de uno por
otros yoes. La auto-reflexión de doble cualidad puede acompañar la auto-reflexión
sobre y por otros. Si me vuelvo demasiado reflexivo y examino constantemente mi
"alma", convirtiéndola en un mundo insondable, el único merecedor de ser escrutado,
percibiré mi yo como una mina o un abismo sin fondo, mientras que los otros lo
percibirán como plano y hueco. Un yo narcisista es hueco; la Nada está en el fondo de
ese yo. Porque la hipertrofia de la auto-reflexión conduce a la pérdida de la doble
cualidad de tal auto-reflexión: pierde su dimensión trascendental. El momento
trascendental de la auto-reflexión es debido a la perspectiva de la reflexión particular,
que también es no-empírica (una idea, una norma abstracta, etc.) Pero la auto-búsqueda
como fin en sí mismo pierde el asidero en el punto de vista trascendental de reflexión.
La idea de buscar el yo no es una idea para reflexionar sobre el yo. Así la auto-
búsqueda deja de ser un acto de auto-conciencia.
3.4. El reconocimiento.
Francisco Ayala, en su Origen y evolución del hombre, resume bien las cuestiones
básicas de lo que serían unas bases antropológicas de la conducta moral. Recordemos la
primera de las cuestiones que nos planteábamos en la introducción de si la capacidad ética
está determinada por la naturaleza o condición humana, es decir, de si la propia
constitución genética de los seres humanos hace necesario que estos emitan juicios
morales. Después de todo lo dicho debe ser claro que el consenso científico la responde de
manera afirmativa: La moral posee bases antropológicas. Los hombres poseen capacidad
ética como un atributo propio, son seres éticos, porque en ellos están presentes las tres
condiciones necesarias y, juntamente, suficientes para que se dé en ellos el
comportamiento ético. Tales condiciones son:
La capacidad de prever las consecuencias de las acciones es, tal vez, la más
fundamental de las tres condiciones para que pueda darse el comportamiento ético. Tal
capacidad está estrechamente relacionada con la de establecer la conexión entre el medio y
el fin, es decir, de ver al medio precisamente como medio, como algo que sirve a un
propósito determinado. La posibilidad de establecer la conexión entre medios y fines
requiere la capacidad de imaginar el futuro y de formar imágenes mentales de realidades
no presentes en un momento dado o todavía inexistente.
percibir unos como más deseables que otros. Tal capacidad de abstracción requiere una
inteligencia desarrollada, como ocurre en los seres humanos y sólo en ellos.